CAPÍTULO 5
Cuando un apartamento
quedaba disponible, nunca permanecía vacío mucho tiempo aunque su precio fuese
de millones. Daba igual que sólo tuviera setenta metros cuadrados —las
dimensiones del apartamento que le habían adjudicado a mi jefe, que me encantaba
porque me parecía de lo más acogedor— o ciento cincuenta, porque siempre
disponías de las mejores vistas. También contabas con los beneficios
adicionales de tener un conserje y un servicio de tintorería disponible las
veinticuatro horas del día, cocinas de diseño abarrotadas de cuarzo y granito,
apliques en cristal de Murano, cuartos de baño con suelos de mármol travertino
y bañeras dignas de un patricio romano, armarios tan grandes que habrías podido
aparcar un coche dentro de ellos, y la tarjeta de miembro del club para
residentes ubicado en el sexto piso, que ofrecía una piscina de dimensiones
olímpicas, un gimnasio y tu propio preparador personal.
Pese a todos aquellos
servicios, Yoochun y Junsu se habían mudado. Junsu les tenía un poco de manía a
los rascacielos, y ambos pensaban que Chul y Junho necesitaban vivir en una casa
con jardín. Ya eran propietarios de un rancho, pero quedaba demasiado lejos de
la ciudad y de las oficinas de Yoochun para que pudieran utilizarlo como residencia
principal. Así que se buscaron un terreno en la urbanización y se hicieron construir
una casita familiar al estilo europeo.