CAPÍTULO 01
Kim Jaejoong había olvidado el nombre de su novio.
—Yo, Jaejoong, te tomo a ti... — Se mordisqueó el labio
inferior. Su padre los había presentado unos días antes, aquella terrible
mañana cuando los tres habían ido a por la licencia matrimonial. Después él se
había esfumado y no lo había vuelto a ver hasta hacía sólo unos minutos, en el
dúplex que su padre poseía, cuando había bajado a la sala donde ese mediodía
estaba celebrándose aquella apresurada boda.
Jaejoong casi podía sentir la enérgica desaprobación de
su padre, que se encontraba a su espalda, pero eso no era nada nuevo para él.
Lo había decepcionado incluso antes de nacer y no importaba cuánto lo hubiera
intentado, nunca había conseguido que cambiara de opinión sobre su hijo.
Se arriesgó a mirar de reojo al novio que el dinero de
su padre había comprado. Un semental. Un auténtico semental de estatura
imponente, constitución delgada pero fibrosa y extraños ojos color ámbar oscuro.
A la madre de Jaejoong y le habría encantado.
Kim Ah Hyun había muerto el año anterior, en el
incendio de un yate cuando dormía en brazos de una estrella de rock de
veinticuatro años. Jae ya podía pensar en su madre sin sentir dolor y sonrió
para sus adentros al darse cuenta de que el hombre que estaba junto a ella
hubiera sido demasiado mayor para Ah Hyun. Debía rondar los treinta y cinco
años y su madre solía fijar el límite en veintinueve.
Tenía el pelo tan oscuro que parecía negro y unos
rasgos cincelados que harían que su cara pareciera demasiado bella si no fuera
por la mandíbula firme y el ceño amenazador. Los hombres que poseían ese brutal
atractivo habían atraído a Ah Hyun, pero Jae los prefería más maduros y
conservadores. No por primera vez desde que la ceremonia había comenzado, deseó
que su padre hubiera escogido a alguien menos intimidante.
Intentó tranquilizarse recordándose que no iba a tener
que pasar más que unas pocas horas con su nuevo marido. Todo acabaría en cuanto
tuviera oportunidad de exponerle el plan que se le había ocurrido. Por
desgracia, el plan conllevaba romper unos votos matrimoniales que él
consideraba sagrados y, dado que no solía tomarse sus promesas a la ligera —en
especial los votos matrimoniales, —sospechaba que eran los remordimientos de
conciencia la causa de su bloqueo mental.
Empezó de nuevo, esperando que el nombre le viniera a
la mente.
—Yo, Jaejoong, te tomo ti... —La voz de Jae se apagó.
El novio en cuestión no le dirigió ni una simple mirada
y, por supuesto, tampoco intentó ayudarlo. Permaneció con la vista al frente, y
las inflexibles líneas de aquel duro perfil le provocaron a Jae un cosquilleo
en la piel. Él acababa de formular sus votos, así que tenía que haber
pronunciado el dichoso nombre, pero la falta de inflexión en su voz no había
traspasado la parálisis mental de Jae y no se había enterado.
—Yunho —masculló su padre detrás de él, y Jae pudo
deducir por el tono de su voz que apretaba los dientes otra vez. Para haber
sido uno de los mejores diplomáticos de Corea no se podía decir que tuviera
demasiada paciencia con él.
Jae se clavó las uñas en las palmas de las manos,
diciéndose que no tenía otra alternativa.
—Yo, Jaejoong... —tragó saliva, —te tomo a ti, Yunho...
—volvió a tragar saliva, —como mi horrible esposo.
Hasta que no escuchó la exclamación de Hyo Jin, su
madrastra, no se dio cuenta de lo que había dicho. El semental volvió la cabeza
y lo miró. Arqueaba una ceja oscura con leve curiosidad, como si no estuviera
seguro de haber oído correctamente. «Mi
horrible esposo.» El peculiar sentido del humor de Jae tomó el control y
sintió que le temblaban los labios.
Él alzó las cejas, y esos ojos profundos lo miraron sin
una pizca de diversión. Resultaba evidente que el semental no compartía sus
problemas para contener una risa inoportuna.
Tragándose la histeria que crecía en su interior, Jae miró
rápidamente hacia delante sin disculparse. Al menos una parte de aquellos votos
había sido honesto porque él, sin duda, sería un esposo horrible para él.
Finalmente, el bloqueo mental desapareció y el apellido del novio irrumpió en
su mente. Jung. Jung Yunho.
La gran mano del novio tomó la de Jae, más pequeña, y
él sintió la fuerza que poseía cuando le puso la sencilla alianza de oro en el
dedo.
—Con este anillo, yo te desposo —dijo él con voz severa
e inflexible.
Jae contempló el sencillo aro con momentánea confusión.
Por lo que podía recordar, acababa de entrar en lo que Ah Hyun denominaba la
fantasía burguesa del amor: el matrimonio. Y lo había hecho de una manera que
nunca hubiera imaginado posible.
—... por el poder que me otorga el estado, os declaro esposos.
Jae se tensó mientras esperaba que el juez invitara al
novio a besarlo. Cuando no lo hizo, supo que había sido una sugerencia de Sang
para ahorrarle la vergüenza de verse forzado a besar esa hosca y recia boca. No
entendía cómo su padre había pensado en ese detalle, que sin duda se les había
pasado por alto a todos los demás. Aunque no lo admitiría por nada del mundo, Jae
desearía haberse parecido más a él en ese aspecto, pero si no era capaz de
encargarse él solo de los acontecimientos más importantes de su vida, ¿cómo iba
a ocuparse de unos simples detalles?
Sin embargo, detestaba sentir lástima de sí mismo, de
modo que apartó a un lado ese pensamiento mientras su padre se acercaba a él
para besarle fríamente la mejilla como colofón de la ceremonia. Esperaba alguna
palabra de afecto, pero tampoco se sorprendió al no recibirla. Incluso
consiguió no sentirse dolido cuando él se apartó.
Sang señaló al misterioso novio, que se había acercado
a las ventanas. Los otros testigos de la ceremonia eran el chófer, que había
desaparecido discretamente para atender sus deberes, y la esposa de su padre, Hyo
Jin, que destacaba entre los demás con aquel cabello rubio ceniza y aquella
característica voz ronca.
—Felicidades, cariño. Forman una bonita pareja Yunho y
tú. ¿No te parece, Sang?—Sin esperar respuesta, Hyo Jin abrazó a Jae,
envolviéndolas a las dos en una nube de perfume almizcleño.
Hyo Jin simulaba sentir un cariño sincero por el hijo
ilegítimo de su marido, y aunque Jae era consciente de los verdaderos
sentimientos de su madrastra, reconocía el mérito de Hyo Jin guardando las
apariencias. No debía de ser fácil para ella enfrentarse a la prueba viviente
del único acto irresponsable que Sang había cometido en su vida, incluso aunque
hubiera sido veintiséis años antes.
—No sé por qué has insistido en ponerte ese conjunto,
querido. Sería perfecto para una fiesta, pero no para una boda. —La mirada
crítica de Hyo Jin evaluó con severidad el caro conjunto dorado de Jae.
—Es casi blanco.
—El dorado no es blanco, querido. Y es demasiado ajustado.
—La chaqueta es muy discreta —señaló Jae, alisando las
solapas de la prenda de raso dorado que le caía hasta la parte superior del
muslo.
—Una cosa no tiene nada que ver con la otra. ¿No podías
haber seguido la tradición y ponerte algo blanco? ¿O haber escogido al menos
algo de seda?
Ya que ése no iba a ser un matrimonio de verdad, Jae pensaba
que, de haber tenido en cuenta la tradición, se estaría recordando a sí mismo
que estaba vulnerando algo que debería haber sido sagrado. Incluso se había
quitado la gardenia que Hyo Jin le había prendido en el pelo, aunque ésta se la
había vuelto a colocar en el mismo lugar poco antes de la ceremonia.
—El novio no parece feliz —susurró Hyo Jin. —No me
sorprende. ¿Por qué no tratas de evitar decir alguna otra tontería por ahora? Y
te lo digo en serio, haz algo con respecto a esa molesta costumbre que tienes
de decir lo que piensas.
Jae apenas pudo reprimir un suspiro. Hyo Jin nunca
decía lo que pensaba en tanto que Jae casi siempre lo hacía, y tal alarde de
sinceridad molestaba a su madrastra. Pero Jae no era capaz de actuar con
hipocresía. Tal vez fuera porque eso era lo único que sus padres tenían en
común.
Dirigió una mirada furtiva a su nuevo marido y se
preguntó cuánto le habría pagado su padre para que se casara con él. La parte
más irreverente de Jae se moría por saber cómo se había efectuado la
transacción. ¿Dinero en efectivo? ¿Un cheque? «Perdón, Jung Yunho, ¿acepta American Express?» Mientras observaba
al novio declinar una mimosa de la bandeja que le había tendido Min Soon,
intentó imaginar lo que él estaría pensando.
« ¿Cuánto tiempo más
debo esperar antes de poder sacar al mocoso de aquí?»
Jung Yunho echó un vistazo a su reloj. Otros cinco
minutos más, decidió. Observó cómo el sirviente que pasaba con la bandeja de
bebidas se paraba a adularlo.
«Disfrútalo, señor.
Pasará mucho tiempo antes de que puedas volver a hacerlo.»
Mientras Sang le mostraba al juez un samovar antiguo, Yunho
contempló las piernas de su nuevo esposo, expuestas ante todo el mundo gracias
a eso tan entallado que él llamaba vestido de novio. Eran delgadas y bien
proporcionadas, lo cual le hizo preguntarse si el resto de ese cuerpo, oculto a
medias por la chaqueta, sería igual de tentador. Pero ni siquiera el cuerpo de
una sirena lo compensaría de tener que casarse a la fuerza.
Recordó la última conversación que mantuvo con el padre
de Jae.
—Es maleducado, atrevido e irresponsable —había dicho Sang.
—Su madre fue una mala influencia para él. No creo que Jae sepa hacer algo
útil. Por supuesto, no es todo culpa suya. Jae estuvo pegado a las faldas de su
madre hasta que murió. Es un milagro que no estuviera a bordo del barco la
noche que se incendió. Tienes que tener mano dura con mi hijo, Yunho, o te
volverá loco.
Lo poco que Yunho había visto de Kim Jaejoong hasta
ahora no le habían hecho dudar de las palabras de Sang. La madre, Kim Ah Hyun,
había sido una modelo británica famosa hacía treinta años. Como los polos
opuestos se atraen, Ah Hyun y Park Sang habían tenido una aventura amorosa
cuando él comenzaba a destacar como experto en política exterior; Jae era el
resultado.
Sang le había asegurado a Yunho que le había propuesto
matrimonio a Ah Hyun cuando ésta se quedó embarazada inesperadamente, pero ella
se había negado a sentar cabeza. No obstante, Sang había insistido en que
siempre había cumplido con su deber de padre hacia su hijo ilegítimo.
Sin embargo, todo indicaba lo contrario. Cuando la
carrera de Ah Hyun había comenzado a desvanecerse, se había convertido en
asidua de fiestas. Y donde quiera que Ah Hyun fuera, Jae la acompañaba. Al menos
Ah Hyun había tenido una profesión, pensó Yunho, pero Jae no parecía haber
hecho nada útil en la vida.
Mientras miraba a su nuevo esposo con más atención,
observó algún parecido con Ah Hyun. Tenían el mismo color de pelo, oscuro como
el ébano, y sólo los hombres que no salían de casa podían tener esa tez tan
pálida. Sus ojos eran de un negro inusual, casi como las violetas púrpuras que
crecían a los lados de las carreteras. Pero Jae era más menudo —también parecía
más frágil— y no tenía los rasgos tan marcados. Por lo que recordaba de viejas
fotos, el perfil de Ah Hyun había sido casi masculino, mientras que el de su
hijo era mucho más suave, especialmente en la pequeña nariz respingona y en
aquella boca absurdamente dulce.
Según Sang, Ah Hyun tenía un carácter fuerte, pero era
corta de entendederas, otra cualidad que el pequeño cabeza hueca con el que se
había casado parecía haber heredado. No era exactamente el típico chico bonito
y tonto —era demasiado culto para eso, —pero a él no le costaba imaginárselo
como el caro juguete sexual de un hombre rico.
Yunho siempre había elegido con cuidado a sus compañeros
de cama, y aunque le atraía ese pequeño cuerpo, prefería otro tipo de hombre,
uno que fuera algo más que un buen par de piernas. Le gustaban los hombres que
fueran inteligentes, ambiciosos e independientes y que no se guardaran nada
para sí mismos. Podía respetar a un hombre que lo mandara a la mierda, pero no
tenía paciencia con lloriqueos y pataletas. El mero hecho de pensar en eso
hacía que le rechinasen los dientes.
Al menos tenerlo bajo control no sería un problema. Miró
a su esposo y curvó una de las comisuras de la boca en una sonrisita sardónica.
«La vida tiene maneras de poner a los
pequeños chicos ricos y mimados en el lugar que les corresponde. Y, nene, eso
es lo que te acaba de pasar.»
Al otro lado de la habitación, Jae se detuvo delante de
un espejo antiguo para mirarse. Lo hacía por costumbre, no por vanidad. Para Ah
Hyun, la apariencia lo era todo. Consideraba que llevar el rímel corrido era
peor que un holocausto nuclear.
El nuevo corte de pelo de Jae, a la altura de la
barbilla y un poco más largo por detrás, era ligero, juvenil y delicado. A él
le había encantado desde el principio, pero le había gustado aún más esa
mañana, cuando Hyo Jin había protestado sobre lo inadecuado que era ese estilo
para una boda.
Jae vio acercarse a su novio por el reflejo del espejo.
Compuso una sonrisa educada y se dijo a sí mismo que todo saldría bien. Tenía
que ser así.
—Coge tus cosas, cara de ángel. Nos vamos.
A Jae no le gustó ni un ápice aquel tono de voz, pero
había desarrollado un talento especial para tratar con personas difíciles y lo
pasó por alto.
—Eun está haciendo un soufflé para el convite de bodas,
pero no está listo aún, así que tendremos que esperar.
—Me temo que no. Tenemos que coger un avión. Tu
equipaje ya está en el coche.
Necesitaba más tiempo. No estaba preparado para estar a
solas con él.
— ¿No podemos coger un vuelo más tarde, Yunho? Odio
decepcionar a Eun. Es una joya y hace unos desayunos maravillosos.
Aunque la boca del hombre se había curvado en una
sonrisa, los ojos parecieron taladrarlo. Eran de un inusual color ámbar oscuro
que le recordaba a algo vagamente estremecedor. Aunque no podía recordar lo que
era, ciertamente lo inquietaba.
— Tienes un minuto para llevar ese dulce culito tuyo
hasta la puerta.
A Jae le dio un vuelco el corazón, pero antes de que
pudiera reaccionar, él le dio la espalda y se dirigió a los otros tres
ocupantes de la habitación con voz tranquila pero autoritaria.
—Espero que nos disculpen, pero tenemos que tomar un
avión.
Hyo Jin dio un paso adelante y le dirigió a Jae una
maliciosa sonrisa.
—Vaya, vaya. Alguien está impaciente por celebrar la
noche de bodas. Nuestro Jae es un bocadito apetecible, ¿verdad?
De repente, a Jae se le fueron las ganas de comer el
soufflé de Eun.
—Me cambiaré de ropa —dijo.
—No tienes tiempo. Estás bien así.
—Pero...
La firme mano de Yunho se posó en su espalda y lo
empujó resueltamente hacia el vestíbulo.
—Supongo que éste es tu bolso. —Ante el asentimiento de
Jae cogió el bolsito de marcca de la mesita dorada y se lo tendió. Justo
entonces, el padre y la madrastra de Jae se acercaron para despedirse.
Si bien Jae no pensaba llegar más allá del aeropuerto,
quiso escapar del contacto de Yunho que lo conducía hacia la puerta. Se volvió
hacia su padre y se odió a sí mismo por el leve tono de pánico en la voz.
—Tal vez tú podrías convencer a Yunho de que nos
quedemos un poco más, papá. Apenas hemos tenido tiempo de hablar.
—Obedécele, Jaejoong. Y recuerda que ésta es tu última
oportunidad. Si me fallas ahora, me lavo las manos. Espero que hagas algo bien
por una vez en tu vida.
Hasta ahora, siempre había soportado las humillaciones
de su padre en público, pero ser humillado delante de su nuevo marido era
demasiado vergonzoso y Jae apenas consiguió enderezar los hombros. Levantando
la barbilla, dio un paso delante de Yunho y salió por la puerta.
Se negó a sostener la mirada de su esposo mientras
esperaban en silencio el ascensor que los llevaría al vestíbulo. Segundos
después, entraron. Las puertas se cerraron sólo para abrirse en la planta
siguiente y dar paso a una mujer mayor con un pequinés color café claro.
De inmediato, Jae se encogió contra el caro panelado de
teca del ascensor, pero el perro lo divisó. Enderezó las orejas, emitió un
ladrido furioso y saltó. Jae chilló mientras el perro se abalanzaba sobre sus
piernas y le desgarraba los ajustados pantalones.
— ¡Quieto!
El perro continuó arañándole. Jae gritó y se agarró al
pasamanos de latón del ascensor. Yunho lo miró con curiosidad y luego apartó al
animal de un empujón con la punta del zapato.
— ¡Mira que eres travieso, Mitzi! —La mujer tomó a su
mascota en brazos y le dirigió a Jae una mirada de reproche. —No entiendo lo
que le pasa. Mitzi quiere a todo el mundo.
Jae había comenzado a sudar. Continuó aferrado al
pasamanos de latón como si le fuera la vida en ello mientras miraba cómo
aquella pequeña bestia cruel ladraba hasta que el ascensor se detuvo en el vestíbulo.
—Parecíais conoceros —dijo Yunho cuando salieron.
—Nunca... nunca he visto a ese perro en mi vida.
—No lo creo. Ese perro te odia.
—No es eso... —Jae tragó saliva, —es que me pasa una
cosa extraña con los animales.
— ¿Una cosa extraña con los animales? Dime que eso no
quiere decir que les tienes miedo.
Jae asintió con la cabeza e intentó respirar con
normalidad.
—Genial —masculló él atravesando el vestíbulo. —Simplemente
genial.
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La mañana de finales de abril era húmeda y fría. No
había papeles pegados en la limusina que los esperaba junto a la acera, ni
latas, ni letreros de RECIÉN CASADOS, ninguna de esas cosas maravillosas
reservadas a las personas que se aman. Jae se dijo a sí mismo que tenía que
dejar de ser tan sentimental. Ah Hyun se había metido con él durante años por
ser exasperadamente anticuado, pero todo lo que Jae había querido era una vida
convencional. No era tan extraño, supuso, para alguien que había sido educado
con tan poco convencionalismo.
Se subió a la limusina y vio que el cristal opaco que
separaba al conductor de los pasajeros estaba cerrado. Al menos tendría la
intimidad que necesitaba para contarle a Jung Yunho cuál era su plan antes de
llegar al aeropuerto.
«Hiciste unos votos, Jae.
Unos votos sagrados.»
Ahuyentó a la inequívoca voz de su conciencia diciéndose que no tenía otra
opción.
Yunho se sentó junto a él y el espacioso interior
pareció volverse pequeño repentinamente. Si él no fuera tan físicamente
abrumador, Jae no estaría tan nervioso.
Aunque no era tan musculoso como un culturista, Yunho tenía
el cuerpo fibroso y fornido de alguien en muy buenas condiciones físicas. Tenía
los hombros anchos y las caderas estrechas. Las manos que descansaban sobre los
pantalones eran firmes y bronceadas, con los dedos largos y delgados. Jae sintió
un ligero estremecimiento que lo inquietó.
Apenas se habían apartado del bordillo cuando él
comenzó a tirar de la corbata. Se la quitó bruscamente y la metió en el
bolsillo del abrigo; después se desabrochó el botón del cuello de la camisa con
un movimiento rápido de muñeca. Jae se puso rígido, esperando que no siguiera.
En una de sus fantasías eróticas favoritas, él y un hombre sin rostro hacían el
amor apasionadamente en el asiento trasero de una limusina blanca que recorría la
carretera mientras escuchaba música romántica de fondo, pero había una gran
diferencia entre la fantasía y la realidad.
La limusina se incorporó al tráfico. Jae respiró hondo,
intentando tranquilizarse, y olió el intenso perfume a gardenia en su pelo. Vio
que Yunho había dejado de quitarse la ropa, pero cuando él estiró las piernas y
comenzó a estudiarlo, Jae se removió en el asiento con nerviosismo. No
importaba lo mucho que lo intentara, nunca sería tan bello como su madre, y cuando
la gente lo miraba demasiado tiempo, se sentía como un patito feo. Los agujeros
de los pantalones, tras el encuentro con el pequinés, no contribuían a reforzar
su confianza en sí mismo.
Abrió el bolso para buscar el cigarrillo que tanto
necesitaba. Era un vicio horrible, lo sabía de sobra y no estaba orgulloso de
haber sucumbido a él. Aunque Ah Hyun siempre había fumado, Jae no solía fumar
más que un cigarrillo de vez en cuando con una copa de vino. Pero en aquellos
primeros meses después de la muerte de su madre se había dado cuenta de que los
cigarrillos lo relajaban y se había convertido en un verdadero adicto a ellos.
Después de una larga calada, decidió que estaba lo suficientemente calmado como
para exponerle el plan al señor Jung.
—Apágalo, cara de ángel.
Jae le dirigió una mirada de disculpa.
—Sé que es un vicio terrible y le prometo que no le
echaré el humo, pero ahora mismo lo necesito.
Yunho alargó la mano detrás de Jae para bajar la
ventanilla. Sin previo aviso, el cigarrillo comenzó a arder.
Jae gritó y lo soltó. Las chispas volaron por todas
partes. Él sacó un pañuelo del bolsillo del traje y de alguna manera logró
apagar todas las lucecitas luminosas.
Respirando agitadamente, Jae se miró el regazo y vio la
marca diminuta de una quemadura en la ropa de raso dorado.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó sin aliento.
—Creo que estaba defectuoso.
— ¿Un cigarrillo defectuoso? Nunca he visto nada así.
—Será mejor que tires la cajetilla por si todos los
demás están igual.
—Sí. Por supuesto.
Jae se la entregó con rapidez y Yunho se metió el
paquete en el bolsillo de los pantalones. Aunque Jae todavía se estremecía del
susto, Yunho parecía perfectamente relajado. Reclinándose en el asiento de la
esquina, él cruzó los brazos sobre el pecho y cerró los ojos.
Tenían que hablar —tenía que exponerle el plan para
poner fin a ese bochornoso matrimonio, —pero Yunho no parecía estar de humor
para conversar y él temía meter la pata si no iba con cuidado. El último año
había sido un desastre total y Jae se había acostumbrado a animarse con
pequeñas cosas a fin de no dejarse llevar totalmente por la desesperación.
Se recordó a sí mismo que aunque su educación podía
haber sido poco ortodoxa, desde luego sí había sido completa. Y a pesar de lo
que su padre pensaba, había heredado el cerebro de Sang y no el de Ah Hyun.
También poseía un gran sentido del humor y era optimista por naturaleza,
cualidad que ni siquiera el último año había podido destruir por completo.
Hablaba cuatro idiomas, era capaz de identificar al diseñador de casi cualquier
modelo de alta costura y era todo un experto en calmar a mujeres histéricas.
Por desgracia, no poseía ni el más mínimo sentido común.
¿Por qué no había hecho caso del abogado parisino de Ah
Hyun, cuando le dejó claro que no le quedaría ni un centavo una vez que pagara
las deudas que ésta había dejado? Ahora sospechaba que había sido el
sentimiento de culpa lo que lo había impulsado a asistir a todas aquellas
fiestas durante los desastrosos meses que siguieron al funeral. Llevaba muchos
años queriendo liberarse del chantaje emocional al que su madre lo había
sometido en su interminable búsqueda del placer. Pero no había querido que Ah
Hyun muriera. Eso no.
Se le llenaron los ojos de lágrimas. Había querido
muchísimo a su madre y, a pesar de su egoísmo, de sus interminables exigencias
y de su constante necesidad de reafirmarse en la belleza, Jae sabía que Ah Hyun
lo había querido.
Se había sentido culpable ante la inesperada libertad
que el dinero y la muerte de Ah Hyun le habían proporcionado. Se había gastado
toda la fortuna, no sólo en sí mismo sino en cualquiera de los viejos amigos de
Ah Hyun que estuviera en apuros. Cuando las amenazas de los acreedores habían
subido de tono, había extendido cheques para mantenerlos callados, sin saber ni
importarle si tenía dinero para cubrirlos.
Sang descubrió el derroche de Jae el mismo día que
emitieron una orden de arresto contra él. Fue entonces cuando se dio cuenta de
la realidad y del alcance de lo que había hecho. Tuvo que rogarle a su padre
que le prestara dinero para mantener alejados a los acreedores, prometiendo
devolvérselo en cuanto pudiera.
Sang había recurrido al chantaje. Era hora de que
madurara, le había dicho, y si no quería ir a la cárcel debería poner fin a
todas esas extravagancias y seguir sus órdenes sin rechistar.
En un tono brusco e inflexible, él había dictado sus
términos. Se casaría con el hombre que él escogiera para él tan pronto como
pudiera arreglarlo. Y no sólo eso, tendría que permanecer casado durante seis
meses, ejerciendo de esposo obediente durante ese tiempo. Sólo al final de esos
seis meses podría divorciarse y beneficiarse de un fondo fiduciario que él
establecería para Jae, un fondo fiduciario que él controlaría. Si era frugal,
podría vivir con relativa comodidad el resto de su vida.
— ¡No puedes hablar en serio! —exclamó Jae cuando
finalmente había recobrado el habla. —Ya no existen los matrimonios de
conveniencia.
—Nunca he hablado más en serio. Si no aceptas casarte,
irás a la cárcel. Y si no permaneces casado durante seis meses, nunca volverás
a ver un penique más de mi bolsillo.
Tres días más tarde, le había presentado al futuro
novio sin mencionar qué estudios poseía ni a qué se dedicaba, y sólo le había
hecho una advertencia:
—Él te enseñará algo sobre la vida. Por ahora, es todo
lo que necesitas saber.
Regreso a la realidad y se dio cuenta de que pronto
llegaría al aeropuerto, por lo cual no podía esperar más para sacar a colación
el tema sobre el que tenían que hablar. Por costumbre, Jae sacó un espejo
dorado del bolso para cerciorarse de que todo estaba como tenía que estar. Ya
más seguro, lo cerró con un golpe seco.
—Disculpe, señor Jung.
Yunho no respondió.
Jae se aclaró la garganta.
— ¿Señor Jung? ¿Yunho? Creo que tenemos que hablar.
Yunho abrió los párpados que ocultaban aquellos ojos
color ámbar oscuro.
— ¿De qué?
A pesar de los nervios, Jae sonrió.
—Somos unos completos desconocidos que acaban de
contraer matrimonio. Creo que eso nos da tema más que suficiente para hablar.
—Si quieres escoger los nombres de nuestros hijos, cara
de ángel, creo que paso.
Así que tenía sentido del humor después de todo, aunque
fuera algo cínico.
—Quiero decir que deberíamos hablar de cómo vamos a
pasar los próximos seis meses antes de poder solicitar el divorcio.
—Creo que será mejor que vayamos paso a paso, día a día
—hizo una pausa. —Noche a noche.
A Jae se le puso la piel de gallina y se dijo a sí
mismo que no fuera estúpido. Yunho había hecho un comentario perfectamente
inocente y él sólo había imaginado la connotación sexual en aquel tono bajo y
ronco. Forzó una brillante sonrisa.
—Tengo un plan, un plan muy simple en realidad.
— ¿Sí?
—Si me da la mitad de lo que le pagó mi padre por
casarse conmigo, y creo que estará de acuerdo conmigo en que es lo más justo,
podremos irnos cada cual por su lado y acabar con este lío.
Una expresión divertida asomó en esos rasgos de acero.
— ¿De qué lío hablas?
Jae debería haber sabido, por la experiencia adquirida
gracias a los amantes de su madre, que un hombre así de guapo no rebosaría
materia gris.
—El lío de encontrarnos casados con un desconocido.
—Pues creo que llegaremos a conocernos bastante bien.
—De nuevo esa voz ronca. —Y eso de ir cada uno por su lado no era lo que Sang tenía
en mente. Tal y como lo recuerdo, se supone que tenemos que vivir juntos como esposos.
—Eso pretende mi padre. Es un poco tirano en lo que se
refiere a las vidas de otras personas. Lo mejor de mi plan consiste en que él
nunca sabrá que nos hemos separado. Mientras no vivamos en su casa, donde puede
vernos, no tendrá ni idea de dónde estamos.
—Definitivamente no viviremos en su casa.
Yunho parecía no estar tan dispuesto a cooperar como Jae
había esperado, pero Jae era lo suficientemente optimista como para creer que
sólo necesitaba un poco más de persuasión.
—Sé que mi plan funcionará.
—A ver si nos entendemos. ¿Quieres que te dé la mitad
de lo que Sang me dio por casarme contigo?
—Ya que lo menciona, ¿cuánto fue?
—No fue ni mucho menos suficiente —masculló él.
Jae nunca había tenido que discutir las condiciones y
no le gustaba tener que hacerlo ahora, pero al parecer no tenía alternativa.
—Si lo piensa un poco, verá que es lo justo. Después de
todo, si no fuera por mí, no tendría nada.
— ¿Quieres decir que planeas darme la mitad del fondo
fiduciario que tu padre ha prometido establecer para ti?
—Oh, no, no pienso hacer eso.
Yunho soltó una breve carcajada.
—Me lo imaginaba.
—No lo entiende. Le pagaré la deuda tan pronto como
tenga acceso a mi dinero. Sólo le estoy pidiendo un préstamo.
—Y yo me niego.
Jae comprendió que le había vuelto a pasar lo de
siempre. Tenía la mala costumbre de asumir lo que otras personas harían o lo
que haría él en su lugar. Por ejemplo, si fuera Jung Yunho, se prestaría a
darle la mitad del dinero simplemente por deshacerse de él.
Necesitaba fumar. Aquello no pintaba bien.
— ¿Puede devolverme los cigarrillos? Estoy seguro de
que no todos estaban defectuosos.
Yunho sacó el arrugado paquete del bolsillo de los
pantalones y se lo entregó. Jae encendió uno con rapidez, cerró los ojos y se
llenó los pulmones de humo.
Se escuchó un estallido y cuando abrió los ojos de
golpe, el cigarrillo estaba en llamas. Con un grito ahogado, lo dejó caer. De
nuevo, Yunho apagó la colilla y las ascuas con el pañuelo.
—Deberías denunciarlos —dijo él con suavidad. Jae se
llevó la mano a la garganta, demasiado aturdido para hablar.
Yunho se acercó y le rozo un pezón. Jae sintió el roce de ese dedo en
la parte interior y se estremeció, lo mismo que la piel sensible debajo del
raso. Alzó la mirada de golpe a esos insondables ojos dorados oscuros.
—Un poco de ceniza —dijo Yunho. Jae puso la mano donde
él lo había tocado y sintió el martilleo del corazón bajo los dedos. ¿Cuánto
tiempo había pasado desde la última vez que una mano que no fuera la suya lo
había tocado allí?
Jae vio que habían llegado al aeropuerto y se armó de
valor.
—Señor Jung, tiene que entender que no podemos vivir
juntos como esposos. Somos unos completos desconocidos. Toda esta idea es
ridícula y tendré que insistir en que coopere más conmigo.
— ¿Insistir? —dijo él suavemente. —No creo que tengas
derecho a insistir sobre nada.
Jae tensó la espalda.
—No voy a permitir que me intimide, señor Jung.
Yunho suspiró y sacudió la cabeza, mirándolo con una
expresión de pesar que Jae dudaba que fuera sincera.
—Esperaba no tener que hacer esto, cara de ángel, pero
debería haber imaginado que no ibas a ser fácil. Será mejor que te explique las
reglas básicas ahora mismo, así sabrás a qué atenerte. Para bien o para mal,
vamos a permanecer casados durante seis meses a partir de hoy. Puedes irte
cuando quieras, pero tendrás que hacerlo solo. Y por si todavía no te has dado
cuenta, éste no va a ser uno de esos matrimonios modernos de los que se habla
en las revistas. Éste va a ser un matrimonio tradicional. —Repentinamente, su
voz se volvió más tierna y suave. —Lo que quiero decir, cara de ángel, es que
yo mando y tú harás lo que diga. Si no lo haces, sufrirás algunas consecuencias
bastante desagradables. La buena noticia es que, pasado el tiempo estipulado,
podrás hacer lo que quieras. Sinceramente, me importará un bledo.
El pánico se apoderó de Jae, que luchó por no perder
los nervios.
—No me gusta que me amenacen. Será mejor que hable
claro y me diga cuáles son esas consecuencias que penden sobre mi cabeza.
Yunho se reclinó en el asiento y torció la boca en una
mueca tan dura que Jae sintió un escalofrío en la espalda.
—Verás, cara de ángel, no
pienso decirte nada. Tú mismo lo descubrirás todo esta noche.
Ya se casaron pero pobre Jaejoong! su plan no salio como el esperaba xD
ResponderEliminarahora tendrá que vivir 6 meses al lado de una persona q no conoce...pero estoy segura llegará a conocer muy a fondo *~*
Oh... van a someter a Jae
ResponderEliminarespero que yunho no se pase de la raya con el
Quiero saber sobre esas condiciones... jeje
ah.. a jae le salio el tiro por la culata solo espero ver como estos dos se van a sobrellevar uyyy va a estar bueno
Gracias por la adaptación
nos leemos <3
hooooooo pobre jae casado ala fuerza y de colmo amenazado si no obedece a su esposo precioso cara de ángel espero y no sufra mucho con su malhumorado esposo
ResponderEliminarwaw estoy esperando leer lo que pasara en esa noche...
ResponderEliminarAunque en realidad no me gustan los matrimonios arreglados pero yo se qu pronto van a congeniar y comprenderán...
Jae se caso con Yunho porque se papa lo obligo y despues lo averguenza enfrente de Yunho y ahora no pudo convencerlo de su plan y es mas Yunho le dijo que el tenia que obedecerlo y si no sufrira las consecuencias,que hara Jae????
ResponderEliminarhuuuuy pobre Jaee xD qu le esèrara con yunho ewe
ResponderEliminarme pareció muy raro lo de los cigarrillos O.o
esta muy interesante gracias x compartirlo :)
Fuuuff matrimonio arreglado.
ResponderEliminarJae... te va a ser bien dificil persuadirlo, haber que pasa.
corro al siguiente.
uuuu a jae yunho lo va a someter va a tener que a ser le caso o si no, no tendra dinero uuu va a sufrir con yunho
ResponderEliminar¿Que se trae Yunho?, pobre Jaejoong :C y ¿Cual es la edad de ambos?
ResponderEliminarGracias por el capitulo :B
Uiiii que pasara con esta pareja........con 6 meses puede pasar muchas cosas espero que acaben bien estas parajita <3
ResponderEliminarMe encanto este capítulo....ya pusieron las cartas sobre la mesa....a ver de a cuanto les toca jajaja
ResponderEliminarQue interesante, a ver que sorpresas tendrá Jae en su matrimonio. Estas son las consecuencias por haber gastado dinero sin tenerlo. Ahora creo lo van a meter en cintura.
ResponderEliminarGracias!!! ❤️💕💞
Cuando subes los otros cspitulos?
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