domingo, 21 de julio de 2013

El diablo tiene ojos cafes: Capitulo 2

CAPÍTULO 2


El desconocido no sólo no aflojó la presa implacable con que me mantenía sujeto en aquella oscuridad abrasadora, sino que me pasó la mano por la espalda en un intento de aflojar la rigidez de mis vértebras.
—Dios, no sabes cuánto lo siento... —farfullé con los dientes castañeteando—. P-pensé que eras mi novio.
—En este momento, confieso que me encantaría serlo —repuso, con lo que me pareció un tono casi compungido. Su mano subió por mi cuello y lo apretó con una delicada presión, aliviando el calambre que había hecho presa en los músculos de aquella zona — ¿Debería encender las luces?
— ¡No! —dije al tiempo que lo agarraba por la muñeca.
Él se mantuvo obedientemente inmóvil. Una sonrisa tiñó su voz cuando me preguntó:
— ¿Te importaría decirme cómo te llamas?
—Sí, la verdad es que me importaría muchísimo. Nada de nombres, ¿vale?
—Como prefieras. —Me bajó de la mesa, agarrándome de las manos para que no acabara en el suelo.
El corazón me retumbaba en el pecho.
—No había hecho algo así en toda mi vida —dije—. Me siento como... como si en cualquier momento fuera a desmayarme o a ponerme a gritar o a...
—Preferiría que no lo hicieras.
—Oye, de verdad que no quiero que nadie se entere de esto. Ojalá ni yo mismo me hubiera enterado. Ojalá...
—Hablas muy deprisa cuando estás nervioso —observó él.
—Yo siempre hablo deprisa. Y no estoy nervioso, sólo un poco alterado. Daría lo que fuese por que esto no hubiera pasado. Me siento como uno de esos mensajes de error que te salen en el ordenador cuando...
— ¿Un cuatro-cero-cuatro, quizá?
—Sí. Esto es todo un cuatro-cero-cuatro.
Él hizo un ruidito de diversión.
—Tranquilo —dijo, al tiempo que me atraía hacia su pecho. La proximidad de su cuerpo era tan estimulante que no pude apartarme. Y su voz era tan persuasiva que hubiese podido detener un rebaño en plena estampida—. Todo va bien. Tampoco es que haya pasado nada, ¿no?
— ¿Verdad que no se lo contarás a nadie?
—Claro que no. Siwon me haría una cara nueva si llegara a enterarse.
Asentí, aunque la idea de Siwon haciéndole una cara nueva a aquel tío resultaba de lo más risible. Incluso a través de su esmoquin, yo sentía los contornos de un cuerpo duro y lleno de fuerza, casi invulnerable. Entonces me vino a la mente la imagen de aquel hombre al que había visto de pie en un rincón del pabellón, y abrí mucho los ojos en la oscuridad.
—OH.
— ¿Qué pasa? —Él había bajado la cabeza y su cálida respiración me removía el pelo en la sien.
—Te vi en el pabellón, de pie al fondo. Tienes los ojos cafés, ¿verdad?
Él tardó unos instantes en responder.
—Y tú tienes que ser el padrino, ¿verdad? —dijo finalmente. No pudo reprimir una risita irónica, un sonido tan delicioso que sentí un escalofrío—. Mierda. Eres un Kim, ¿verdad?
—No responderé a esa pregunta si no es en presencia de mi abogado. —Traté de etiquetar todos los matices de vergüenza y excitación que burbujeaban en mi interior. Su boca estaba muy cerca. Quería disfrutar de una nueva dosis de aquellos besos abrasadores. Pero aquella fragancia a especias y sol que emanaba de él... Nunca había conocido a nadie que oliera tan bien—. Vale — dije con un temblor en la voz—, olvida todo eso que he dicho sobre darnos los nombres. ¿Quién eres?
—Para ti, encanto, soy una mala noticia.
Nos quedamos callados, atrapados en un medio abrazo como si cada segundo prohibido hubiera formado un nuevo eslabón en la cadena invisible que nos envolvía. La parte de mi cerebro que todavía funcionaba me instaba a que me apartara de él lo más deprisa posible. Y sin embargo me sentía completamente paralizado por la sensación de que estaba sucediendo algo extraordinario. Incluso con todo el estrépito que había fuera de la bodega, todos aquellos centenares de personas tan próximas a nosotros, sentía como si me encontrara en un lugar muy lejano.
Él levantó una mano hacia mi cara, y sus dedos me exploraron la curva de la mejilla. Levanté la mano sin darme mucha cuenta de lo que hacía, y se la pasé por los dedos buscando la dura banda de un anillo.
—No —murmuró él—. No estoy casado.
La punta de su dedo meñique encontró el borde del pabellón de mi oreja y lo resiguió delicadamente. De pronto fue como si todo mi ser cayera en una extraña, deliciosa pasividad. «No puedo hacer esto», pensé, mientras dejaba que él me atrajera más cerca de su pecho y la suave presión de su mano apretara mis caderas contra las suyas. Notaba la cabeza extrañamente pesada, y la eché apenas hacia atrás mientras él pasaba los labios por el suave espacio debajo de mi mandíbula. Siempre he creído tener mucho aguante para las tentaciones, pero era la primera vez que sentía el tirón del deseo sexual en estado puro, y descubrí que no estaba preparado para hacerle frente.
— ¿De quién eres amigo? —me las arreglé para preguntarle con un hilo de voz.
Lo sentí sonreír contra mi piel.
—Yo más bien diría que no le caigo demasiado simpático a ninguno de los dos.
—Dios. Te has colado en la recepción sin haber sido invitado, ¿verdad?
—Cariño, la mitad de las personas que hay aquí no han sido invitadas. —Pasó la punta del dedo por uno de mis hombros, como si intentara tocarme la piel, y el estómago me dio un vuelco de excitación.
— ¿Estás en el negocio del petróleo? ¿O lo tuyo son los ranchos?
—Estoy en el negocio del petróleo —dijo él—. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque pareces acostumbrado a hacer trabajos pesados.
Sentí que la risa vibraba suavemente dentro de su pecho.
—Sí, lo cierto es que me ha tocado ayudar a perforar unos cuantos pozos —reconoció. Su respiración era como una cálida caricia sobre mi pelo—. Así que... ¿has salido alguna vez con un obrero? Apuesto a que no. Un jovencito de familia rica como tú... seguro que prefieres relacionarte con los de tu clase, ¿verdad?
—Para ser un obrero, el esmoquin que llevas no está nada mal —repliqué——. ¿Es un Armani?
—Hasta los obreros tienen derecho a acicalarse un poco de vez en cuando. —Me puso las manos a los lados y sujetó el borde de la mesa—. ¿Para qué se supone que es esto?
Retrocedí unos centímetros para preservar la pequeña pero crucial distancia entre los cuerpos.
— ¿La mesa de catas?
—Sí.
—Se utiliza para descorchar las botellas y servir las copas. En los cajones se guardan los accesorios del vino. También solemos meter dentro un surtido de pañitos blancos que puedes poner encima de las copas, para determinar con exactitud el color del vino.
—Nunca he ido a una cata de vinos. ¿Cómo se hace?
Me quedé mirando la silueta de su cabeza, ahora tenuemente visible entre la penumbra.
—Primero coges la copa sosteniéndola por el pie, y luego metes la nariz dentro y aspiras el aroma.
—En mi caso, eso significaría meter una buena cantidad de nariz.
Entonces no pude resistir la tentación de tocarlo, y mis dedos subieron sigilosamente por su cara para investigar la línea imperiosa de su nariz. Toqué la irregularidad en el puente.
— ¿Cómo te la rompiste? —susurré.
Un instante después sentí el calor de sus labios en el canto de la mano.
—Es la clase de historia que sólo cuento cuando llevo entre pecho y espalda unas cuantas copas de algo más fuerte que el vino.
—OH. —Aparté la mano—. Lo siento.
—No lo sientas. No me importaría nada contártelo uno de estos días.
Intenté volver a encaminar la conversación hacia un tema menos embarazoso.
—Cuando bebes un sorbo de vino, lo conservas en la boca sin llegar a tragarlo —dije—. Al fondo de la boca hay ciertas conexiones nerviosas que comunican directamente con los receptores olfativos de la cavidad nasal. Es lo que se llama retroolfacción.
—Interesante —murmuró él, y dijo —: Así que una vez que has olido y saboreado el vino, lo escupes dentro de una cubitera, ¿no?
—Bueno, yo prefiero tragármelo a escupirlo —repuse, y al punto caí en el doble sentido de mis palabras, y me vino un sonrojo tan intenso que estuve seguro de que se veía en la oscuridad. Afortunadamente él no dijo nada al respecto, aunque pude percibir una pizca de diversión en su voz cuando volvió a hablar.
—Gracias por los consejos.
—No hay de qué. Y ahora deberíamos irnos. Sal tú primero.
—Vale.
Pero ninguno de los dos se movió.
Y entonces sus manos encontraron mis caderas, subiendo por ellas hasta que uno de sus dedos quedó enganchado en la frágil tela de mi ropa. Yo era consciente de cada mínimo cambio en el equilibrio de su cuerpo, de cada sutil movimiento. El sonido de su respiración era extrañamente electrizante.
Sus largas manos encallecidas por los trabajos pesados no se detuvieron hasta que sentí cómo sus dedos me sostenían la cara con extrema delicadeza. Su boca buscó la mía, en una caricia suave como la seda. Pero a pesar de toda la delicadeza del beso, había en él un deseo tan incontenible que cuando apartó su boca de la mía, mis nervios se estremecieron con un placer tan intenso que me hizo sentirlos insoportablemente vivos. El gemido que escapó de mi garganta me hizo enrojecer de vergüenza, pero no pude controlarlo. Era como si de pronto todo se hubiera vuelto incontrolable.
Levanté las manos para cerrarlas sobre aquellas muñecas tan fuertes, más que nada porque temía que la habitación fuera a escorarse de repente. Me temblaban las rodillas. Nunca había sentido nada tan explosivo, o tan insidioso. Era como si el mundo se hubiera encogido hasta quedar reducido a aquella pequeña habitación que olía a vino, a dos cuerpos inmóviles en la oscuridad, al súbito anhelo de alguien que nunca podría llegar a ser mío. Él me puso la boca en la oreja y sentí el húmedo calor de su aliento, y me apoyé en su pecho sin ser demasiado consciente de lo que hacía.
—Mira, cariño —me susurró—, sólo dos veces en mi vida algo me ha parecido tan apetecible que me daban igual las consecuencias. —Sentí sus labios sobre mi frente, mi nariz, mis párpados estremecidos—. Ve a decirle a Siwon que no te encuentras del todo bien, y regresa conmigo. Enseguida. La luna brilla en el cielo para nosotros. Buscaremos un rincón tranquilo y compartiremos una botella de champán sobre la hierba.
Yo estaba atónito. Nadie me había hecho esa clase de proposiciones jamás. Y nunca habría imaginado que pudiera sentirme tan tentado de aceptarlas.
—No puedo —dije——. Sería una locura.
Sus labios tomaron posesión de los míos en un beso que terminó con un suave mordisqueo.
—Pues a mí me parece que la locura sería no hacerlo.
Me removí nerviosamente y le puse las manos en el pecho, empujándolo hasta interponer un poco de distancia entre nosotros.
—Tengo novio — dije con voz entrecortada—. No sé por qué he... No sé por qué he permitido esto. Lo siento.
—No te disculpes. Al menos, no por eso. —Se acercó, y me tensé—. Lo que sí debería pesarte en la conciencia es que de ahora en adelante tendré que mantenerme alejado de las bodegas de vinos durante el resto de mi vida, para no acordarme de ti.
— ¿Por qué? —pregunté, sintiéndome entre triste y avergonzado —. ¿Tan horrible ha sido besarme?
—No, encanto —susurró él, como un demonio que me hablara al oído—. Todo lo contrario.
Y salió primero, mientras yo me quedaba apoyado en la mesa de catas porque las rodillas no me respondían.
Volví a salir al clamor de la fiesta y fui sigilosamente hacia la curva de la gran escalera que conducía a los dormitorios de arriba. Junsu me estaba esperando en la habitación que Yoochun había ocupado de pequeño. Yo había irrumpido allí mil veces, para reclamarle un poquito de atención a la única persona en el mundo que siempre había parecido tener un poco de tiempo que dedicarme. Supongo que tenía que ser lo que se dice un auténtico incordio, hablándole todo el rato mientras él trataba de hacer sus deberes, y llevándole los juguetes rotos para que me los arreglara. Pero Yoochun había tolerado mi presencia con, ahora que pensaba en ello lo comprendía, una paciencia realmente notable por su parte.

………

Me acordé de aquella vez, siendo yo de la edad que tenía Junho ahora o quizás un poco más pequeño, cuando Hyun Joong y Changmin habían tirado por la ventana a mi muñeco favorito y Yoochun lo había rescatado. Yo había entrado en la habitación de Hyun Joong, un caos de juguetes y ropa esparcida por todas partes, y los había visto a él y Changmin arrodillados al lado de la ventana abierta.
— ¿Qué están haciendo? —pregunté mientras iba hacia ellos. Dos cabezas de pelo oscuro se volvieron simultáneamente hacia mí.
—Vete, Jae —ordenó Hyun Joong.
—Papá dice que tienen que dejarme jugar con ustedes.
—Luego. Piérdete.
— ¿Qué es eso que tienen ahí? —Me acerqué un poco más, y sentí que el corazón me daba un vuelco cuando vi lo que tenían entre manos, aprisionado con unos cuantos palmos de cordel—. ¿Es... es mi muñeco?
—Sólo lo hemos cogido prestado —dijo Changmin, las manos ocupadas con el cordel y un trozo de lo que parecía alguna clase de nailon.
— ¡No pueden hacer eso! —exclamé presa del pánico nacido de la impotencia, con toda la indignación de los que acaban de verse desposeídos de lo que más quieren—. No me pidieron permiso. ¡Devuélvanmelo! Dame... —La voz se me quebró en un chillido cuando vi a mi preciado muñeco suspendido en el vacío por encima del alféizar, su cuerpecito envuelto en un amasijo de cordel, clips y lo que en realidad era un trozo de celofán. Mi queridísimo muñequito acababa de ser reclutado para una misión de paracaidismo—. ¡Nooooo!
—Por Dios, pero si sólo es un trozo de plástico —refunfuñó Hyun Joong con una mueca de disgusto. Y, como si quisiera averiguar hasta dónde podía llegar mi horror, me miró con sorna mientras soltaba el cordel.
Mi muñeco cayó como una piedra. Sentí como si mis hermanos acabaran de tirar por la ventana a un niñito de carne y hueso. Mis alaridos resonaron mientras salía a escape de la habitación y bajaba como una exhalación por las escaleras. Y no paré de aullar ni un solo instante mientras corría hacia el lado de la casa al que daba aquella ventana, haciendo oídos sordos a las voces de mis padres, el ama de llaves y el jardinero.
Mi muñeco había caído en el centro de un gran matorral de ligustro. Lo único que se podía divisar era el paracaídas hecho una bola enganchada en una de las ramas más altas, con mi muñeco colgando invisible entre el frondoso follaje. Como yo era demasiado pequeño para alcanzar las ramas con las manos, tuve que quedarme plantado allí llorando a moco tendido mientras el calor del sol pesaba sobre mí como una manta de lana.
Alertado por aquel alboroto, Yoochun salió de la casa y se puso a rebuscar dentro del ligustro hasta que dio con mi muñeco. Le quitó el polvillo de las hojas, y luego me mantuvo abrazado contra su pecho hasta que mis lágrimas quedaron marcadas en su camiseta.
—Te quiero más que a nadie en el mundo —le susurré.
—Yo también te quiero —me susurró él, y pude sentir la sonrisa de sus labios contra mi pelo—. Más que a nadie en el mundo.

…..

Cuando entré en la habitación de Yoochun ahora, vi a Junsu sentado en la cama entre una nube de organza, los zapatos en el suelo y su saco sobre el colchón. Parecía imposible que pudiera estar todavía más impresionante de lo que había estado antes en la iglesia. Pero se la veía aún más guapo así, un poco cansado y sin terminar de maquillarse. Con una piel suave como la mantequilla, unos enormes ojos y la clase de figura que vuelve locos a los hombres. También era tímido. Casi receloso. Tenías la sensación de que la vida no había sido nada fácil para él, de que le había tocado pasar por muchas vicisitudes.
—Mi salvador —dijo con una cómica mueca de alivio en cuanto me vio entrar—. Tendrás que echarme una mano para salir de este vestido. Tiene mil botones.
—No hay problema. —Me senté en la cama a su lado, y él se volvió para facilitarme el trabajo. Yo me sentía un poco incómodo, presa de un sinfín de tensiones a medio expresar que ni toda la simpatía de Junsu sería capaz de disipar.
Traté de decir algo ocurrente.
—Me parece que hoy ha sido el mejor día de toda la existencia de Yoochun. Se lo ve tan feliz contigo.
—Él también me hace feliz —repuso Junsu —. Más que feliz. Yoochun es un hombre tan increíble, tan... —Hizo una pausa y elevó los hombros en un pequeño encogimiento, como si no encontrase palabras para expresar sus sentimientos.
—Ojo, que cuando te casas con uno de nosotros pasas a formar parte de una familia bastante complicada. Los Kim tenemos tanta personalidad que...
—Adoro a los Kim — dijo él sin titubear—. A todos ustedes. Siempre he querido tener una gran familia. Después de que muriera mamá, sólo estábamos Junho y yo.
Nunca me había parado a pensar en que ambos habíamos perdido a nuestra madre en nuestra adolescencia. Con la diferencia de que Junsu tenía que haberlo pasado bastante peor que yo, porque en su caso no había habido ningún padre rico, ninguna familia, ninguna casa bonita con una vida llena de comodidades. Y él había criado a su hermano pequeño sin la ayuda de nadie, algo que me parecía admirable.
— ¿Tu madre murió de enfermedad? —pregunté.
Él negó con la cabeza.
—En un accidente de coche.
Fui al armario y cogí el traje chaqueta blanco que estaba colgado de la puerta. Se lo llevé a Junsu, quien se escurrió fuera de su traje de novio. Todo él era una visión de curvas sinuosas envueltas en encaje blanco, la curva del embarazo más pronunciada de lo que me esperaba.
Se puso los pantalones blancos y la chaqueta a juego, y se calzó unos zapatos de salón beige. Luego fue al tocador, se inclinó sobre el espejo y se retocó el delineador de ojos con un pañuelo de papel.
—Bueno —dijo después—, tampoco puedo hacer milagros.
—Estás estupendo.
—Estoy rendido.
—Pues hay que ver lo bien que te sienta.
Junsu me miró por encima del hombro con una sonrisa deslumbrante en los labios.
—Se diría que has perdido todo el brillo de labios por el camino, Jae. —Me señaló en el espejo junto a él—. Siwon te cogió por banda en algún rincón, ¿verdad? —Me tendió un tubito de algo pálido y reluciente.
Afortunadamente, antes de que yo tuviera que responder, llamaron a la puerta.
Junsu fue a abrir. Era Junho, que entró acompañada por mi tía Yoo Sun.
Tía Yoo Sun, un poco mayor que mi padre y su única hermana, era con mucho mi pariente favorita de ambos lados de la familia. Nunca había sido elegante como mi madre. Yoo Sun había nacido en el campo y era dura.
Sus apariciones por casa para pasar una semana con nosotros siempre acababan complicándole la vida a mamá. Tener a dos mujeres con tanto temperamento bajo el mismo techo era como poner a dos trenes en la misma vía y esperar a que se produzca la colisión. A mi madre le habría gustado limitar las visitas de tía Yoo Sun, pero nunca se atrevió a intentarlo. Una de las pocas veces que le he oído a mi padre hablarle secamente a mi madre fue cuando se le ocurrió quejarse de que su hermana siempre estaba metiendo las narices en todo.
—Por mí como si pone la casa patas arriba —le había dicho papá—. Ella me salvó la vida.
Cuando papá todavía estaba en el instituto, su padre, mi abuelo paterno, se había ido del hogar familiar, diciéndole a la gente que su esposa era la mujer más inaguantable que hubiese parido madre, y que encima estaba loca, y aunque él se sentía capaz de vérselas con una loca, se negaba a seguir casado con una. Así que desapareció, y nunca más se volvió a saber nada de él.
Desde que se quedó sola empezó a levantarles la mano a sus dos hijos, Yoo Sun y Joon Gyu, cada vez que se sentía provocada. Y al parecer cualquier cosa bastaba para hacer que se sintiera provocada. Entonces echaba mano de los utensilios de cocina, las herramientas del jardín, lo primero que se le pusiera a tiro, y les daba unas palizas tremendas.
Yoo Sun ahorró dinero cosiendo y lavando la ropa de los vecinos, y la noche de su decimosexto aniversario levantó de la cama a Joon Gyu a altas horas de la madrugada, metió unas cuantas prendas de ambos en una maleta de cartón y fue con él hasta el otro extremo de la calle, donde su novio pasó a recogerlos en su coche. El novio condujo los ochenta kilómetros de distancia y los dejó con la promesa de que no tardaría en ir a visitarlos. Nunca lo hizo. A Yoo Sun no se le pasó por la cabeza reprochárselo, seguramente porque nunca esperó que los visitara. Se ganó el sustento para ella y su hermano trabajando en la compañía telefónica. Su madre nunca dio con ellos, y es dudoso que lo intentara siquiera.
Yoo Sun había perdido buena parte del brío de antes en el transcurso de los últimos años. Se estaba volviendo olvidadiza y un poco quejíca. Se movía como si sus articulaciones ya no estuvieran bien coordinadas entre sí. Había una nueva cualidad translúcida en su piel cada vez más frágil, y las venitas azules se le transparentaban como los trazos de un diagrama que no hubiera sido borrado del todo. Después de la muerte de mamá se había venido a vivir con nosotros, algo que complació inmensamente a papá porque no quería perderla de vista.
Traer a casa a Junho parecía haberle proporcionado a Yoo Sun ese pequeño estímulo suplementario que tanto necesitaba. Era evidente que las dos se querían muchísimo.
Vestido de rosa y púrpura, el pelo arreglado perfectamente, Junho era la viva imagen de la alta costura en versión nueve años.
Llevaba el ramo de novio, la versión más pequeña que se había hecho para que Junsu lo lanzara una vez finalizado el oficio.
—Esto lo voy a lanzar yo —anunció Junho —. Junsu no sabe lanzar ni la mitad de bien que yo.
Yoo Sun vino hacia nosotras, una amplia sonrisa en los labios.
—Eres el novio más guapo que he visto jamás —le dijo a Junsu mientras le daba un aparatoso abrazo—. ¿Qué te vas a poner para tu huida de la recepción?
—Esto —replicó Junsu.
— ¿Piensas llevar pantalones?
—Es un modelito de un famoso diseñador, tía Yoo Sun —dije——. La mar de elegante.
—Necesitas más joyas —la aconsejó Yoo Sun —. Vas demasiado sencillito.
—No tengo muchas joyas —dijo Junsu con una sonrisa.
—Tienes un anillo con un diamante del tamaño de un picaporte —observé——. Por algo se empieza, ¿no? —Sonreí al ver la mueca de incomodidad que ponía Junsu ante la mención de aquel anillo de compromiso, que no había dejado de parecerle demasiado grande desde el momento en que lo vio. Como era de esperar, mi hermano Hyun Joong se había asegurado de hacerlo sentir todavía más incómodo refiriéndose al diamante como el «pedrusco».
—Necesitas una pulsera —dijo Yoo Sun en un tono que no admitía réplica, y le tendió una bolsita de terciopelo que contenía algo—. Ten. Es una cosita de nada que hará un poco de ruido en tu muñeca para que la gente sepa que andas por el vecindario.
Junsu abrió la bolsita con precaución, y el corazón me dio un vuelco cuando vi su contenido: la pulsera de oro que Yoo Sun había llevado siempre, adornada con colgantitos de la suerte comprados en todos los lugares exóticos que había visitado a lo largo de su vida.
Me la había prometido cuando yo tenía cinco años.
Recordaba el día exacto: tía Yoo Sun me había traído un surtido de herramientas juveniles, con cinturón de cuero incluido para colgarlas de las presillas. Eran herramientas de verdad: una lezna, ocho pequeñas llaves inglesas, un escoplo, unas tenazas, una sierra, un martillo, un nivel, y un juego de ocho destornilladores Phillips.
En cuanto mamá vio que yo me ponía el cinturón de las herramientas, los ojos se le desorbitaron. Había abierto la boca, y antes de que una sola sílaba hubiera salido de ella, supe que iba a decirle a tía Yoo Sun que ya se podía llevar aquel regalo con viento fresco. Así que eché mano de unas cuantas herramientas y corrí hacia papá, que estaba entrando en la sala.
— ¡Mira lo que me ha traído la tía Yoo Sun!
—Caramba, qué bonito —dijo papá, sonriéndole primero a Yoo Sun, y luego a mi madre, momento en que su sonrisa se fosilizó.
—Yoo Sun —dijo mi madre con sequedad—, me gustaría que la próxima vez que decidas comprarle un regalo a mi hijo consultaras conmigo antes. Mis planes para esta familia no incluyen criar a un obrero de la construcción.
Dejé de dar saltitos y me quedé muy quieto.
—No pienso devolverlas —dije con una vocecita asustada.
—Niño, no se te ocurra faltarle al respeto a tu madre —me atajó papá.
— ¡Por el amor de Dios! — Exclamó Yoo Sun —. Pero si sólo son unos juguetes. A Jae le encanta fabricar cosas. No veo que haya nada de malo en eso.
Cuando volvió a hablar, la voz de mi madre hubiese podido cortar la mantequilla.
—En esta casa soy yo la que decide qué es lo mejor para mi hijo, Yoo Sun. Si tanto entiendes de niños, deberías haber tenido alguno. —Y salió de la sala hecha una furia, pasando junto a mi padre y a mí sin decir una palabra más, y dejando una gélida estela de silencio tras ella.
Yoo Sun sacudió la cabeza con un suspiro mientras miraba a papá.
— ¿Puedo quedarme con el juego de herramientas? —pregunté.
Papá me lanzó una mirada de exasperación y luego fue en pos de mamá.
Yo me acerqué a Yoo Sun, muy despacio y con las manos rígidamente apretadas contra el pecho. Ella no dijo nada, pero yo ya sabía lo que tenía que hacer. Me quité el cinturón de herramientas y volví a ponerlo dentro de la caja con mucho cuidado.
—Supongo que deberías haberme traído un juego mas común —dije con cara de pena— Devuélvelo a la tienda, tía Yoo Sun. De todas maneras, mamá nunca me dejaría jugar con él.
Yoo Sun se dio una palmadita en la rodilla y yo me subí a su regazo, donde me quedé hecho un ovillo entre los aromas de polvos, laca para el pelo y perfume. Como vio que yo parecía fascinada con su pulsera de los colgantitos de la suerte, se la quitó y me dejó examinarla a placer. Encontré una torre Eiffel diminuta, una piña de Hawai, una bala de algodón de Memphis, un torero con capote en miniatura incluido, unos esquíes cruzados de New Hampshire, y tantas figuras más que sería demasiado largo enumerarlas.
—Algún día —había dicho Yoo Sun — te daré esta pulsera. Y entonces podrás añadirle tus propios colgantitos de la suerte.
— ¿Iré a tantos lugares exóticos como tú, tía Yoo Sun?
—Puede que no quieras hacerlo. Las personas como yo viajamos porque no tenemos suficientes razones para quedarnos quietas en ningún sitio.
—Cuando sea mayor, nunca me quedaré quieto en ningún sitio.
Yoo Sun había olvidado aquella promesa, pensé. La culpa no era suya. Últimamente olvidaba muchas cosas. «No pasa nada —me dije—. No pienses más en ello.» Pero yo conocía la historia que había detrás de cada colgantito de la suerte. Y me parecía como si ahora Yoo Sun me estuviera arrebatando todos aquellos recuerdos para entregárselos a Junsu. Me obligué a sonreír y mantuve la sonrisa firmemente en mis labios.
Mi tía puso la pulsera alrededor de la muñeca de Junsu. Junho bailoteó nerviosamente en torno a los dos durante la pequeña ceremonia, sin dejar de exigir que se le permitiera ver los colgantitos de la suerte. Mi sonrisa no formaba parte de mi rostro, colgaba allí como un cuadro en una pared, suspendido por clavos y alambres.
—Se supone que he de hacer algo con esto —dije en el tono más alegre que pude mientras recogía el velo de la cama y me lo echaba sobre el brazo—. Menudo padrino estoy hecho. Deberías despedirme, Junsu.
Él me miró. A pesar de mi máscara de jovialidad, vio algo que le hizo fruncir el ceño.
Cuando íbamos a salir de la habitación, Junho y Yoo Sun fueron por delante y Junsu me detuvo cogiéndome por el brazo.
—Jae —susurró entre un tintineo de colgantitos de la suerte—, ¿se suponía que esto tenía que ser tuyo algún día?
—Oh, no, no. Nunca he acabado de verles la gracia a los colgantitos de la suerte. Siempre se te están enganchando con algo.
Fuimos escaleras abajo, mientras Yoo Sun y Junho se quedaban a esperar el ascensor.
Cuando llegamos al final de los peldaños, alguien se acercó a nosotros con zancadas parsimoniosas, como si no tuviera ninguna prisa. Levanté la mirada y vi un par de ojos increíblemente cafés. Un estremecimiento de alarma me recorrió el cuerpo cuando el desconocido se detuvo junto al poste de la escalera, apoyándose en él con una sonrisita indolente. Palidecí. Era él, el hombre de la bodega de vinos, el Sr. Obrero-con-Esmoquin, corpulento y sexy y tan seguro de sí mismo como un perro guardián al que su dueño acaba de soltar de la cadena. Me lanzó una mirada breve e impersonal, y luego centró toda su atención en Junsu.
Me asombró ver que él no mostraba el menor atisbo de impresión o curiosidad, y lo único que hacía era sonreír con expresión resignada. Se detuvo ante él y lo miró con los brazos cruzados.
— ¿Un pony, como regalo de bodas? —murmuró.
Una sonrisa flotó en la gran boca de él.
—Junho se enamoró de él nada más verlo la vez que me lo llevé a montar. —Ahora su acento era más marcado que en la bodega de los vinos, y arrastraba las palabras como suelen hacer en los pueblos y los parques para caravanas—. Pensé que ya dispondrías de todo lo que pudieras necesitar, así que se me ocurrió traer una tontería de nada para tu hermanito.
— ¿Sabes por cuánto nos va a salir alojar en un establo a esa «tontería de nada» tuya? — replicó Junsu con voz átona.
—Eh, si quieres me lo llevo ahora mismo.
—Sabes que Junho nunca nos lo perdonaría. Has puesto a mi marido en una posición muy difícil, Yunho.
La sonrisa de él se tomó suavemente burlona.
—No sabes cómo lo siento.
¿Yunho?
Giré la cabeza y mantuve cerrados los ojos por un segundo, sin saber qué cara poner. Mierda. No sólo acababa de besar a otro hombre, sino que además daba la casualidad de que ese hombre era un enemigo jurado de la familia Kim. A Yoochun, por ejemplo, Jung Yunho le había saboteado un acuerdo comercial de altos vuelos en biocarburantes que significaba muchísimo para mi hermano tanto personal como profesionalmente.
Por lo poco que sabía yo del asunto, Jung Yunho había estado enamoradísimo de Junsu, pero un día le rompió el corazón cortando con Junsu sin ninguna clase de explicaciones, y ahora había vuelto de pronto para complicarle la vida.
Que era exactamente lo que solía hacer ese tipo de hombres.
Me humilló comprender que Jung Yunho no se sentía atraído por mí, que lo único que buscaba al hacerme aquella proposición en la bodega era hacerles otra mala pasada a los Kim.
Jung Yunho quería poner a nuestra familia en una situación lo más embarazosa posible, y no había vacilado en servirse de mí para lograrlo.
—Jae —dijo Junsu —, te presento a un viejo amigo mío. Jung Yunho, éste es mi cuñado Kim Jaejoong.
—Kim Jaejoong —dijo él dulcemente.
Tuve que hacer acopio de valor para mirarlo a la cara. Sus ojos eran de un café asombroso en su rostro bronceado por el sol. Aunque se mantenía inexpresivo, reparé en las diminutas líneas de la risa que irradiaban hacia fuera desde las comisuras de los párpados. Me tendió la mano, pero no fui capaz de estrechársela. No me atrevía a pensar en lo que podía suceder si lo hacía, lo que podía llegar a sentir si volvía a tocarlo.
Yunho sonrió ante mi nada disimulado titubeo y luego dijo a Junsu, sin apartar los ojos de los míos.
—Se diría que tu cuñado está un poco nervioso, Junsu.
—Si has venido a hacer una escena...
Yunho volvió la mirada hacia él.
—No — dijo después—. Sólo he venido a decirte que les deseo lo mejor del mundo tanto a ti como a tu marido.
Algo se suavizó en el rostro de Junsu, y extendió la mano hacia él para rozarle los dedos por un instante.
—Gracias —dijo.
Entonces una nueva voz irrumpió en la conversación.
—Vaya, qué casualidad... —Era mi hermano Hyun Joong, y se lo veía muy relajado. Pero el centelleo que brillaba en el fondo de sus ojos era una silenciosa advertencia—. Señor Jung, acaban de informarme de que su nombre no figura en la lista de invitados a la recepción. Así que me veo obligado a pedirle que se vaya.
Yunho lo midió con la mirada.
En el tenso silencio que siguió, sentí que todos los músculos se me ponían rígidos y recé en silencio para que el ágape nupcial de Yoochun y Junsu no terminara con una pelea a puñetazos. Miré a Junsu, que había palidecido. Pensé vengativamente que Jung Yunho tenía que ser un verdadero cabrón, para atreverse a presentarse de aquella manera en su boda.
—No hay problema — dijo él con suave insolencia—. Ya tengo lo que vine a buscar.
—Permítame acompañarlo hasta la salida — dijo Hyun Joong.
Tanto Junsu como yo dejamos escapar un suspiro cuando los vimos alejarse.
—Espero que esté fuera de aquí antes de que Yoochun lo vea — dijo Junsu.
—Tranquilo, seguro que Hyun Joong se encargará de todo. —Ahora entendía por qué Junsu había elegido a mi hermano antes que a ese canalla —. Salta a la vista que Jung es un advenedizo sin escrúpulos. Probablemente sería capaz de venderle mantequilla a una vaca.
—Yunho es ambicioso. Pero empezó de muy abajo. Si supieras algunas de las experiencias que ha tenido que pasar... —Suspiró--—. Apuesto a que dentro de un año estará casado con algún debutante que lo ayudará a llegar muy arriba.
—Para eso va a necesitar mucho dinero. Los debutantes salimos por un ojo de la cara.
—De todas las cosas que quiere Yunho, el dinero es la más fácil de conseguir.
Junho corrió hacia nosotros.
—Vengan —dijo, hecho un manojo de nervios—. Todo el mundo está yendo fuera. ¡Los fuegos artificiales van a empezar en cualquier momento!
Justo lo que me hacía falta, pensé. Más fuegos artificiales.
A la mañana siguiente estaba haciendo la maleta en mi habitación cuando entró Siwon. Habíamos ocupado dormitorios separados durante nuestra estancia en casa, lo que Siwon había dicho que a él le iba de perlas porque no pensaba ponerme un dedo encima mientras nos encontráramos bajo el mismo techo que mi padre.
—Ya está bastante mayor, y además mides el doble que él —le había dicho yo con una carcajada—. ¿Qué temes que te haga, darte de puñetazos o algo así?
—Es el «o algo así» lo que me asusta —había dicho Siwon.
Nada más verlo entrar en la habitación, supe que había hablado con mi padre. Llevaba la tensión grabada en el rostro. No era el primero que lucía una expresión así después de haber mantenido un encuentro cara a cara con Kim Joon Gyu.
—Ya te advertí que papá es imposible —le dije—. No te aceptaría por muy maravilloso que fueras.
— ¿Fuera? —murmuró él con una mueca.
—Vale. Eres maravilloso. —Lo rodeé con los brazos y apoyé la cabeza en su pecho—. ¿Qué te dijo? —murmuré.
—Básicamente fue una variación sobre el tema «ni un solo centavo». —Me acarició la cabeza y bajó la mirada hacia mí—. Yo le dije que en lo que a mí respecta tú siempre estarías antes que nada. Que ganaré lo suficiente para cuidar de ti. Le dije que si quería su aprobación era sólo para que luego no fuera a haber conflictos entre tú y tu familia.
—Los Kim adoran los conflictos —murmuré.
Una sonrisa se reflejó en sus ojos, iluminando aquel pequeño mar de tonos castaños. Había una sombra de color en sus pómulos, un residuo de la confrontación que acababa de mantener con el perro de presa que yo tenía por padre. La sonrisa en sus ojos se evaporó mientras me alisaba el pelo, la mano delicadamente curvada sobre mi coronilla. Siwon estaba muy serio y se lo veía realmente preocupado.
— ¿De verdad es esto lo que quieres, Jae? No podría vivir contigo si supiera que había hecho algo que te doliera.
Estaba tan emocionado que le temblaba la voz.
—La única cosa que podría dolerme es que dejaras de quererme.
—Eso es imposible. Eres el único, Jae. Para mí no hay ningún otro hombre en el mundo, y nunca lo habrá.
Bajó la cabeza y sus labios me besaron larga y lentamente. Respondí con avidez, poniéndome de puntillas para estar más cerca de su boca.
—Oye —susurró——. ¿Qué te parece si nos escabullimos de aquí y nos casamos?

19 comentarios:

  1. YunHo que desgraciado fue al presentarse así en la boda, menos mal que eso no llegó a mayores pero que es lo que buscaba realmente???

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  2. en serio de verdad yunho es malo espero que no lastime a jae y como dice junsu que para yunho el dinero esta por en sima de todo ahora ya no lo creo bueno llano después de haber conocido a jae y después de haber estado besándolo ahora jae estará por encima de todo incluso de el dinero creo o mejor dicho eso espero

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  3. Omo si era Yunho y vaya propuesta que le hace a Jae pero el no acepto y luego lo encuentra otra vez y resulta ser que Yunho fue novio de Junsu y ademas arruino un negocio de Yoochun y Jae ya sabe porque Yunho le hizo esa propuesta,me dio tristeza lo de la pulsera su tia se lo dio a Junsu, el papa de Jae no aceptoa Siwon y ahora piensan huir y casarse

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  4. Mmmm hay algo en todo esto que no me cuadra.

    si, fue Yunho pero... no se, hay algo muuy extraño en todo esto.

    Pero bueno ya veré despues.

    Neext!!!

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  5. el papa de jae no quiere a siwon y yonho fue novio de junsu uu que interesanate es tubo el capi, muchas gracias

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  6. Me parece q aquí hay gato encerrado hay algo de siwon q no me cuadra :/ ya se verá más adelante

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  7. Wiiii misterio Aquí hay gato encerrado quien sera el gato GO GO GO

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  8. yo que jae aceptaba la propuesta de yunho :D
    creo que nadie quiere a yunho :( bueno jae si.. :)
    no quiero que jaejoong se case con siwon ojala no se lleguen a casar ...

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  9. mmmm una historia un poco confusa n,n
    continuare leyendo ....... gracias <3

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  10. Así que Yunho y Junsu tuvieron algo, espero que ya no sienta nada por él y no quiera utilizar a Jaejoong

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  11. Ooh!!! Espero que Yunho no solo quiera utilizar a Jae... No me gusta Siwon... Ojala no llegue a casarse con Jae...
    Seguire leyendo :3

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  12. mmm definitivamente Siwon no es lo que aparenta, algo oculta y Yunho mmm espero que no haya planeado lo de la bodega para lastimar a Jae, o mejor dicho, a los Kim

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  13. Hay algo en Siwon que simplemente no me cuadra parece que ocultara algo, mmm no se como que si tanto critican debe ser por algo pero en fin ojala Jae se de cuenta a tiempo antes que suceda cualquier cosa.
    Con respecto a Yunho ojala ya no siga enamorado de Junsu y lo deje ser Feliz, y espero no tenga malas intenciones con Jae, en fin gracias por la invitación y por compartir la historia.

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  14. Cuanto misterio!! Yunho no ha hecho nada malo todavia ... aun debe de sentir algo por Junsu si se atrevio a ir a su boda ... y Siwon oculta algo a seguir con la lectura

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  15. un momento... resulta que Yunho estuvo enamorado de Junsu??' y cómo es que habló tan tranquilo con Junsu sabiendo que podía armar un lío si lo veía su nuevo marido?? qué confusión. ... quiero saber más.
    gracias

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  16. Wow... Será verdad lo q dijo el papá de Jae....Siwon solo lo ve como signo de dinero????
    Pobre mí Jae y aparte Yunho es un rufián???.... Veremos q pasa

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  17. Me encanta esta historia me llama la atención que no te comente antes ya que es la segunda vez que la leo gracias....hay niñas por que abandonaste el yunjae me encanta tus fic

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  18. Todo se complica pata Jae, Junsu con su ex pulsera y ahora sabe que Yunho es su ex novio, Siwon pienso por su actitud que si iba tras el dinero de Jae, Con Yunho hay tensión sexualidad, bueno a ver ahora que pasa.

    Gracias!!!💗💕💞

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  19. Hm… Yunho no parece ser muy bueno que digamos, pero hay algo detrás que creo aclararía todo esto. Esperaré un poco mas para juzgar… me parece muy interesante la historia

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