lunes, 27 de enero de 2014

Corazon Salvaje: Capitulo 3

Capítulo 3


— ¿QUE SUCEDE? — SE alarma Soo Hyang.
—Aun vive, señora —responde Yong Hyun, triste pero se­reno a la vez—. Y mientras hay vida, hay esperanza.
Anonada, derrumbada por la brutal impresión de la noti­cia, Soo Hyang se ha desplomado sobre los almohadones de un sofá, cubriéndose el rostro con las manos, mientras musita:
— ¡In Bum...! ¡In Bum...!
—Desde que le vi salir de esa manera, temí un accidente. Por eso hice que le buscaran por todas partes.
—Pero, ¿qué ocurrió? ¿Cómo fue? —quiere saber, en su an­gustia, la señora Jung.
—Supongo que, en su cólera, hizo galopar al caballo hasta desbocarse por senderos muy escarpados. Naturalmente, fueron a dar al fondo de un barranco. Salió loco, ciego de ira... ¡Ni siquiera permitió que le ensillaran el caballo!
— ¿Dónde está? ¡Quiero verlo!
—Ahora le traen. Me adelanté para prevenirla, y ya envié un hombre con el caballo más rápido, a traer un médico de la capital. Cayó de una gran altura... ¡Ahí están ya!
—In Bum... In Bum mío, ¿puedes verme? ¿Puedes oírme?
Inclinada sobre el lecho amplísimo, conteniendo con esfuer­zo las lágrimas que se agolpan en sus párpados, Soo Hyang Jung espera con ansia la palabra que puedan pronunciar los labios temblorosos de In Bum pero es inútil, sólo los párpa­dos se alzan con esfuerzo y la mirada vaga se fija en ella: mi­rada de un alma que se desprende ya de las ligaduras terrenales.
— ¿Me oyes? ¿Me entiendes? ¡In Bum... In Bum mío!
—Creo que es inútil... —expresa Yong Hyun tristemente.
— ¡No...! ¡No diga eso! —Se desespera Soo Hyang—. Ese médico, ese médico que mandó usted buscar, ¿cuándo estará aquí?
—Me temo que tarde bastante. Por desgracia, se ha perdi­do mucho tiempo. El accidente ha debido sufrirlo hace varias horas ya... Y luego, traerlo hasta aquí...
—Chang… min —susurra, con esfuerzo, Jung.
— ¿Eh...? —Es Soo Hyang que siente aletear en su corazón un hálito de esperanza.
—Changmin... —vuelve a murmurar Jung.
—Ha dicho Changmin —comenta Soo Hyang.
—Sí, llama a su hijo —explica Yong Hyun—. Lo llama, quiere verle, quiere hablar con él. ¿Dónde está?
— ¡Changmin... hijo! ¡Ven acá!
Soo Hyang ha alzado la voz y ha ido hacia la puerta, donde los dos muchachos, mudos, tensos, cogidos de la mano, contemplan la dolorosa escena, y de un brusco tirón los separa arrastrando a su hijo hasta el lecho del moribundo, cuyos párpados han vuelto a alzarse y en cuyas pupilas tiembla la luz de un ansia, de un anhelo imperioso...
—Aquí lo tienes, y aquí estoy yo también. In Bum mío.
—Changmin... vas a quedar en mi lugar...
—No digas eso —interrumpe Soo Hyang—. El médico vendrá en seguida y te pondrás bien.
—Pronto serás tú el amo de esta casa... —Ha hecho un enor­me esfuerzo, levantando la cabeza para mirar el grupo que for­man, junto a él, el hijo y la madre. Y su mano se alza hasta tocar la frente infantil —. Sé que cuidarás de tu madre... que sabrás defenderla cuando yo ya no esté. De eso estoy bien seguro... Pero hay algo más... que quiero pedirte: ¡cuida de Yunho! Cuida de Yunho, Changmin... quiérelo y ayúdalo... ¡como si fuera tu propio hermano!
— ¡In Bum...! ¡In Bum! —se angustia Soo Hyang.
—Perdóname, Soo Hyang... y no impidas que Changmin cumpla mi última voluntad. ¡Oh...!
— ¡Señora...! ¡Señora! el médico está llegando... el médi­co de la capital está llegando —anuncia Bautista, que se acerca presuroso y sofocado—. Ya lo vieron salir del desfiladero, ya viene para acá...
—Tarde... tarde... ¡demasiado tarde! —grita Soo Hyang, deba­tiéndose en las garras de la desesperación.

* * *

LOS FUNERALES DE Jung In Bum duran ya tres días. La viuda no quiso que fuese trasladado, y es en la pequeña iglesia de la hacienda, aquella finca con honores de pueblo, donde su cuerpo ha sido puesto en capilla ardiente entre cirios y flores, y a donde llegan a rendirle el postrer homenaje, desde los más humildes hombres que trabajan sus tierras, hasta las más importantes personalidades de la capi­tal: el Gobernador, los altos funcionarios del Estado, el Maris­cal y la alta oficialidad, que sólo por eso retrasó su hora de zarpar. En la amplísima casa, en los jar­dines, en los caminos, es el ir y venir silencioso y constante: un ajetreo sin sonrisas ni alegría, que, transida de dolor el alma, con un hondo y contenido tormento que no desborda en sollozos ni en lágrimas, preside la frágil mujer que le ha sobrevivido, contra lo que todo el mundo podría esperar.
Olvidado de todos, el lujoso traje de paño azul roto y manchado, los cabellos revueltos y los pies desechos, ronda Yunho la pequeña iglesia blanca con una ansia incontenible de acer­carse al que yace para siempre, al que le mandaron aborrecer los labios de Han Wie, y al que extrañamente, sin embargo, ama con un sentimiento contuso, sordo, profundamente doloroso, que le hace sentir una sensación de desamparo como no la sintió nunca en su abandono, y murmura para sí:
— ¡Padre! Era mi padre... Era mi padre... — Ya está junto al féretro, en la capilla atestada de flores, donde milagrosamente no hay nadie en este instante... sólo la frágil forma enlutada de una mujer a quien el muchacho no ha visto, una mujer que se acerca temblando de cólera, apenas le ve apoyar las manos en el borde de la caja mortuoria. Es Soo Hyang que con ira apenas contenida, le grita:
— ¿Qué haces aquí? ¿Por qué has entrado aquí? ¡No tienes nada que buscar! ¡Vete! ¡Lárgate! ¡Vete donde yo no te vea más! ¡Vete para siempre, maldito!
Ciega de una cólera que en vano trata de ahogar en su garganta, Soo Hyang ha señalado a Yunho la puerta de la capilla, mien­tras el muchacho retrocede trémulo, sintiendo que el gesto y las palabras de aquella mujer le hieren y le ofenden como nadie le ofendió jamás. Ahí, muy cerca, para siempre inmóvil y helado en su lujosa caja, está el hombre que le dio el ser, el padre que con tardío arrepentimiento trató de ampararle. Y es la pri­mera vez en sus doce años, que en su corazón hosco y selvático está a punto de florecer un sentimiento de ternura... Pero de un golpe, la voz y las palabras de aquella mujer lo han destro­zado. Retrocede, la mira de frente y sale como un sonámbulo, mientras Jung Changmin se acerca por la puerta contra­ria, indagando:
—Mamá, ¿qué pasó? ¿Por qué echas a Yunho?
— ¡Deja tranquilo a Yunho! Quédate aquí, al lado, junto al féretro de tu padre... donde debes estar.
—Pero papá mandó...
— ¡Calla!
Le ha apretado el brazo, obligándole a callar, mientras en la puerta del frente, de par en par abierta sobre el campo, apa­recen ya las figuras imponentes del Gobernador y del Mariscal.
Comienza la hora más solemne de los suntuosos funerales. Los dedos de Soo Hyang se aflojan soltando el brazo de Changmin, las lágrimas acuden a sus ojos, y un sollozo amarguísimo estalla al fin en su garganta, mientras Changmin escapa de allí...
— ¡Yunho...! ¡Yunho!
—Déjame, Changmin. Me voy ahora mismo...
— ¡No puedes irte! ¡Papá no quiere que te vayas!
—La señora me ha echado.
—Ya lo oí... pero no importa. Papá me mandó que te cuidara.
— ¿Tú? ¿Cuidarme tú?
— ¿Qué te crees? Después de papá y mamá, soy yo el que manda.
—Ahora tu papá está muerto y la única que manda es la señora. Ella no quiere verme más... Me dijo que me fuera...
—Que te fueras de la iglesia, pero no de la hacienda. Además no van a dejarte salir.
— ¿Quién no va a dejarme?
—Los criados, los trabajadores... y los soldados. ¿No viste cuántos soldados hay?
—Sí... pero no tienen nada que ver conmigo.
—Sí tienen que ver. Papá no quería que te fueras. Todo mundo lo sabe. Si te ven, te sujetarán, te encerrarán...
— ¡Y me escaparé!
—No sabes el camino...
—Sé que caminando por la orilla del mar, siempre llega uno. Bueno... si encuentro un bote, llegaré antes.
— ¿Y pescarás en el bote?
—Claro, puesto que tengo que comer.
— ¿Te comes el pescado que pescas, así, igual que lo sacas?
—Es mejor que morirse de hambre.
— ¡Llévame contigo, Yunho!
— ¿A ti? ¿Estás loco?
— ¡Llévame contigo! Yo quiero aprender a pescar y a ma­nejar un bote. Cuando sea grande, seré marino y mandaré una fragata, como el Mariscal.
—Cuando seas grande, irás de viaje. Ahora no.
—Me voy y luego vuelvo, como hacía mi papá. El siempre dijo que cuando él llegara a faltar, yo mandaría en la casa y seria tanto como él. Ahora, quiero ir contigo y tengo dinero pa­ra comprar un bote...
— ¿Tienes dinero? ¿Dinero tuyo? ¿Tuyo? —Yunho se muestra interesado.
—Pues claro. Tengo mucho dinero en una caja...
— ¡Niño Changmin! —llama la voz de Bautista, el criado.
—Ya te están buscando —sonríe Yunho, despectivo—. Figúrate lo que harían si te fueras.
—Nos vamos con todo mi dinero si me esperas a la noche. ¿Sabes dónde? Allá abajo, al lado del arroyo...
— ¡Niño Changmin! —vuelve a sonar la voz del criado, ya más cerca.
—Ahora tengo que irme. Me escapé nada más para decirte que no te fueras. Pero si me llevas contigo, no importa... Nos vamos y cuidaré de ti como quiere que haga mi papá.
— ¿Pero estás sordo, niño? —dice Bautista, acercándose donde se encuentran los muchachos—. Tu mamá me mandó a buscar­te. Ya tienes edad para entender que debes estar a su lado...
Ya voy, Bautista. No tienes que gritar...
—No grito, pero la señora se desespera—contesta el criado bajando la voz. Más en seguida, en tono áspero, exclama—: ¡Ah! También me dijo que te buscara a ti y que no te dejara marchar. ¿Entendiste? Espera por ahí a que la señora disponga de tu suerte, porque ahora es ella, y sólo ella, la que manda en esta casa.
Las horas han pasado lentamente. El cuerpo de Jung In Bum se halla ya bajo tierra, los importantes funciona­rios que acudieron desde la capital, han regresado a ella tras rendir sus respetos a la viuda, y un silencio espeso, tanto de pena como de agotamiento y de cansancio, cae sobre la suntuo­sa morada, sobre los fértiles campos, sobre las cien barracas de los trabajadores, cual si un crespón de luto flotara sobre el cielo que ya envuelven las sombras en la opulenta hacienda.
Sin embargo, hay luz en las habitaciones de Soo Hyang, a cuyas puertas llega Bautista, el más fiel y antiguo de sus servidores, trémulo y demudado.
—Señora... el niño no aparece por ninguna parte.
— ¿Qué?
—Cuarto por cuarto hemos buscado, Isabel, Ana y yo, por toda la casa. He mandado a recorrer los campos y a preguntar por las barracas, pero tampoco está.
— ¡Era lo único que faltaba!
—Señora Jung... me dijo Ana... —Es Yong Hyun, que irrumpe en la alcoba de Soo Hyang.
—Changmin ha desaparecido —explica, angustiada, Soo Hyang—. No lo encuentran, no dan con él. Lo han buscado por todas partes.
—Por favor, cálmese... No puede haber ido muy lejos. Estaba junto a usted hace una hora escasa. Se habrá escondido en algún rincón, como hacen los niños cuando tienen pena...
—Si mi hijo tiene pena, debe estar a mi lado.
—Efectivamente, pero son reacciones extrañas de las cria­turas. ¿Qué razón de él da Yunho?
—Esa es otra —interviene Bautista—. Lo primero que hice fue buscarlo para preguntarle si sabía del niño, pero el tal Yunho tampoco aparece por ninguna parte.
—Pues deben estar juntos —supone Yong Hyun.
—Es lo que temo. Que el tal Yunho arrastre al niño, quién sabe a qué extravagancias. Es peor que una fiera el tal mucha­cho. Es un verdadero salvaje...
—Cuando yo digo... —se queja Soo Hyang.
—Basta, Bautista. No alarme a la señora más de lo que es­tá —ordena el notario.
—Usted sabe que le tomamos por loco —recuerda Bautista—, cuando entró a llevarle al señor aquella carta...
— ¿Qué? ¿Qué carta? —interrumpe Soo Hyang, animosa y alarmada.
—Le ruego que se calme —suplica Yong Hyun suavemente—. Cuando sucede una desgracia, todo son pronósticos trágicos. Pero no hay verdadera razón para alarmarse. Estoy seguro de que no los han buscado bien. En una hora no puede recorrerse, como pretenden, la finca y la casa. Permítame que sea yo quien me encargue del asunto, señora....
—Yo tengo ya en movimiento a toda la servidumbre, pero ojalá que el tal Yunho no haya llevado muy lejos al niño. No me olvido de que pretendía llevar en su bote al señor, aquella noche en que caían chuzos de punta y llovían rayos...
— ¿A dónde quería llevarlo? —pregunta Soo Hyang, intrigada.
—Soo Hyang, por favor, cálmese. El muchacho llegó con una car­ta de su padre, que se estaba muriendo, para pedirle al señor Jung que lo amparara. El asunto no tiene nada de par­ticular. Y ahora, ¡vamos a buscar a Changmin!

* * *

—Yunho... —llama débilmente Changmin.
—Aquí estoy. ¿Traes la plata?
—Pues claro. Mírala. Con todo y caja...
—La caja no sirve, echa las monedas en tu pañuelo, y vámonos.
— ¿Mi pañuelo?
—Yo no tengo. Me las echas en el tuyo y me haces el favor completo. ¡Anda!
Rudamente, como si aquel viejo rencor contra el mundo entero, que Han Wie derramara en su alma, se hubiera despertado en aquellas últimas horas, ardiente y total, Yunho casi ha arrebatado de manos de Changmin el pañuelo repleto de monedas, acercándolas, para mejor mirarlas, a la clara luz de la luna y, sorprendido, confirma:
—Son monedas de plata...
—Pues claro. Y hay dos de oro. Míralas... Cada una de éstas vale por cien de plata. Papá siempre me regalaba una moneda de oro el día de mi cumpleaños... Muchas las gasté. Se compran muchas cosas con una moneda de oro... Tendre­mos un bote grande, grande, de esos con velas, y navegaremos en él por todos los mares...
— ¿Oyes? —alerta Yunho, aguzando el oído.
—Sí —afirma Changmin con la mayor tranquilidad—. Nos es­tán buscando, pero no por este lado. Piensan que le tenemos miedo al arroyo crecido...
—Yo no le tengo miedo a nada. Me voy ahora mismo. Ha anudado fuertemente las monedas en el pañuelo, atán­dolo luego a su cintura. Rápidamente se despoja de la chaqueta, subiéndose las piernas del pantalón y las mangas de la ca­misa, mientras Changmin le contempla fascinado.
— ¡Changmin... niño Changmin...! —Desde lejos  llega la voz de Bautista.                    
—Es a ti a quien buscan —explica Yunho, en un murmullo.
— ¡Yunho...! ¡Yunho...! ¿Dónde estás? —Se oye también, leja­na, la voz de Yong Hyun.
—También a ti te buscan ¿Por dónde nos vamos? —indaga Changmin.
—Yo, por el arroyo —dice Yunho, al tiempo que chapotea en el agua.
— ¡Yunho...! ¡Yunho...! ¡Espérame! ¡Ayúdame...! ¡Yunho! — Yunho no responde, no vuelve la cabeza. Saltando sobre las piedras, entre el arroyo que se despeña en pequeñas cascadas, va curso arriba, rueda a veces, cuando le falta el pie, hasta el fondo de una poza, pero vuelve a levantarse, se alza agarrán­dose a las ramas, trepando por las cuerdas naturales que cuel­gan sobre el agua, y así se pierde en el fragoso monte...
— ¡Changmin! ¡Changmin!
La voz de su madre ha paralizado al pequeño Changmin, dis­puesto ya a seguir a Yunho. Abrazado a la chaqueta del traje azul que éste dejara en sus manos, los pies hundidos en el barro de la orilla del arroyo, sostiene su primera lucha terrible entre la voz de la aventura que le llama y el tierno amor que siente por su madre, y por fin, de mala gana, contesta:
—Aquí estoy...
— ¡Hijo! ¡Mi Changmin! —Grita Soo Hyang, nerviosísima, abrazando a su hijo—. ¿Qué hacías aquí? ¿Por qué saliste a estas horas de casa?
—Apuesto la cabeza a que lo sonsacó el tal Yunho —asegura Bautista.
— ¿Pero dónde está él? —Se alarma el notario—. ¿Dónde se ha metido? Hay que seguir buscando...
—Estaba con el niño, puedo jurarlo. ¡Mire... mire... le dejó la chaqueta en las manos! Aquí hay una caja... Una caja de plata...
— ¡Es mía! —informa Changmin.
—Aquí es donde tú guardas tus monedas, Changmin. ¿Qué significa esto? —interroga Soo Hyang.
—Nada, mamá...
— ¿Cómo nada? ¿Dónde está Yunho? ¡Contesta la verdad! ¡La verdad!
—Pues sí, mamá... íbamos a escaparnos... yo quería que me enseñara a navegar y a coger pescados, pero él se fue solo... no quiso esperarme...
—Se fue, pero llevándose tu dinero. ¡Es un ladronzuelo! —Afirma Bautista—. Pero si la señora me permite que salga yo a buscarlo...
—No, Bautista. Déjelo. Que se vaya... ¡Que se vaya para siempre! ¡Es lo único que hemos ganado! Vamos a casa, hijo...
Jung Soo Hyang se ha erguido, y un instante su cabeza altiva se vuelve hacia aquel arroyo por donde Yunho escapara saltando entre el agua y las piedras, mientras su mano blanca, de dedos nerviosos, aprisiona la de su hijo Changmin. Fieramente lo atrae hacia ella, en un gesto que es ternura y dominio, y lo arrastra, alejándose de aquel lugar.
—No le hubiera venido mal al tal Yunho recibir una buena lección antes de largarse —comenta como para sí, Bautista, re­funfuñando con enojo.
— ¿Por qué le tiene tan mala voluntad al muchacho, Bautis­ta? —pregunta Yong Hyun con su voz suave.                  
—Como para no tenérsela, señor notario. Desde que apare­ció en el horizonte, no ha traído más que calamidades y des­gracias. Porque lo que le pasó al señor Jung...
—Más vale que no insista demasiado sobre quién pueda te­ner una buena parte de culpa por lo que le ocurrió al señor Jung.
— ¿Va a decir que fue la señora, señor notario? —se escan­daliza Bautista.
—Voy a decir que un niño no es culpable de las circunstan­cias en que se le trae al mundo, que maltratarle a cuenta de los pecados de sus padres es una cobardía y un crimen.
— ¿Todo eso es con la señora, señor notario?
—Todo eso es con usted, Bautista. Y voy a añadir algo más: la señora ha dado orden de que se deje en paz al mucha­cho. No intente usted ir tras él, porque tropezará conmigo... Además, la última voluntad del señor Jung fue que se amparara a ese niño.
— ¡Yo lo ampararía con una estaca! ¡Es un ratero, un la­dronzuelo! Empezó por robarle su alcancía al niño Changmin y hubiera acabado por robárselo todo si lo dejan crecer en esta casa.
—Esa es su opinión...
—Y muy bien encaminada. Conozco el mundo y no es el primer caso... La señora sabe... lo mismo que usted y que yo. No vale hacernos los tontos cuando estamos al cabo de la calle.
—Nunca me hago el tonto, pero jamás afirmo más que lo que puedo probar, y en este caso...
—No hay pruebas, ni falta que hacen. No servirían sino para que usted enredara las cosas.
— ¿Sabe que su insolencia pasa de la raya, Bautista?
—Pues si le place, dele usted las quejas a la señora. Ella sabe que no tiene un criado más fiel ni un servidor más leal que yo. Por la señora y por el niño Changmin doy mi sangre. Y en cuanto a ese bastardo...
— ¡Silencio! ¡Hay que ver lo alto que ladran los perros en cuanto se apaga la voz del amo!
—Señor notario... Señor notario... —llama Ana, acercán­dose donde discuten los dos hombres.
— ¿Qué pasa?
—La señora está esperándolo en su cuarto, y me mandó que lo buscara y le dijera que fuera para allá pronto, pronto, por­que tiene que hablarle. Que se fuera en seguida...
Se ha ido, procurando contener su disgusto, mientras la doncella nativa contempla a los dos hombres con su expresión bobalicona y jovial, dando, vueltas entre los dedos al delantal de encaje, como si la cólera de ambos le divirtiera, y comenta con sorna:
— ¡Cuántas cosas van a pasar! A mi me gusta que pasen cosas. Me aburro cuando no pasa nada.
— ¡Anda a tus obligaciones, Ana!
— ¡Caramba, Bautista! Te salió la voz igual que la del amo. Claro, como vas para mayoral... —se ríe, burlona.
— ¿De qué te ríes, tonta? —rezonga Bautista, aflorándole la ira al rostro.
—De las cosas que van a pasar...

* * *

—Aquí me tiene, señora, atento a su llamado y dispuesto a servirle en todo, como siempre —se ofrece Yong Hyun a Soo Hyang. Y en seguida, le aconseja—: Pero si mi modesta opinión vale de algo, creo que lo único que debe usted hacer es descansar, tomarse unas buenas horas de reposo...
—Sobrará tiempo para descansar después... Tengo enten­dido que todos los papeles de la casa Jung están en la notaría de usted, ¿no?
—Exacto. Partida de nacimiento, acta de matrimonio, el testamento de nuestro nunca bien llorado amigo Jung... que por otra parte casi es inútil. Todo cuanto hay es, naturalmente, de usted y de su hijo Changmin.
—Sé que todo está en orden... pero quiero guardar esos papeles en mi casa. Todos. ¡Absolutamente todos! ¿Hay algún inconveniente para que los ponga en orden y me los entregue a mí, para que yo los guarde?
—En absoluto —asiente Yong Hyun con sorpresa y disgusto—. Estarán listos en una hora si usted lo manda. Saldré inmediatamente, y mañana, si así lo desea, le haré en­trega oficial de todo en mi despacho.
—Bautista irá por ellos... Es el más antiguo y el mejor de mis servidores. Lo he nombrado Administrador general de la hacienda, y él hará que las cosas marchen.
— ¡Pero es absurdo, totalmente absurdo! Y yo quisiera aconsejarle...
—No voy a oír ningún consejo suyo, Yong Hyun. No pierda el tiempo en dármelo.
—Lamento profundamente su extraña actitud, señora Jung.
—No es extraña, puesto que defiendo a mi hijo...
— ¿Su hijo...? —se sorprende el notario.
—Señora... Señora... —Es Ana que irrumpe en la al­coba, agitada y tartamudeando.              
— ¿Qué pasa Ana? —pregunta Soo Hyang.
—El niño Changmin... como que está malo... Isabel me mandó avisarle...
— ¿Mal? ¿Quieres decir, enfermo?
—Sí, señora. Como que tiene fiebre y dice cosas raras...
— ¡Changmin, hijo...! ¡Changmin...!
Soo Hyang ha caído de rodillas frente al pequeño lecho blanco, donde Changmin, abiertos, sin ver, los grandes ojos, húmedo de sudor helado el cabello, se agita en el delirio de una alta fiebre. Tras ella, pálido, demudado, ha llegado también Yong Hyun que se detiene bajo el arco de la puerta, entre las dos doncellas asustadas.
— ¿Y el médico? ¿Dónde está el médico? —inquiere Soo Hyang.
—Se fue, señora... como todos.
— ¡Que corran a buscarle! ¡Changmin, hijo...!
— ¡Yunho...! ¡Yunho...! —Murmura Changmin en su delirio— Yunho... No me dejes.... Llévame contigo... Llévame a navegar... Yo cuidaré de ti... ¡Papá lo ha mandado! Papá di­jo... como a un hermano... Como a un hermano... Yunho...
— ¡Dios mío! —exclama Soo Hyang, en un lamento. Ha retroce­dido tambaleándose, sintiendo como si la tierra que la sostiene vacilara. Ira y dolor se clavan al mismo tiempo en su alma, y volviéndose hacia Yong Hyang, le espeta—: ¿Y aun se extraña usted por qué defiendo a mi hijo? ¡Tengo que defenderlo con los dientes, con las garras!
—Señora Jung... Nadie le ha atacado. Está usted ciega, y en su egoísmo maternal...

— ¡Basta! —Le interrumpe Soo Hyang—. ¡Ni una palabra más! ¡Salga usted de esta casa! ¡Salga! ¡Salga! ¡Y no vuelva jamás!

10 comentarios:

  1. mugre vieja es muy mala con yunho y con su propio hijo como le quita a su hermano si changmin lo quiere a su lado y ella lo único que hace es separarlos por que es muy egoísta y no cumplió con el deseo de su esposo antes de morir y ahora su hijo enfermo y también de eso le a echado la culpa a el pobre de yunho que sera de yunho ahora que se fue solo esperare con ansias el siguiente hasta pronto bye

    ResponderEliminar
  2. Esto es declarado, odio al tal Bautista, y a la madre de Changmin también! Pobre YunHo, por más hijo de otra mujer que sea, como bien dice el notario, no es culpa del niño! Son demasiado crueles con una pobre criatura que bastante ya ha sufrido.
    Lamento bastante la muerte de Im Bum, estoy segura de que si hubiera sobrevivido Yunho hubiese tenido otro destino, desgraciadamente solo le queda Changmin quien ahora ha caído en un delirio. Espero que el pobre Min se mejore, y que YunHo no quede desamparado ni al amparo de tales personas.
    Gracias por actualizar!

    ResponderEliminar
  3. como dicen x ahi pinche vieja
    ups se me salio
    espero ke min se mejore y ke a yunho le vaya bien
    gracias x la actua

    ResponderEliminar
  4. T_T que mujer para mas.... no se que decir, esa vieja..... como se atreva tratar asi yunho, separarlo asi de changmin que lo quiere mucho.
    Que hara ahora yunho? que le pasará? estando solo en el mundo sin que nadie lo cuide, lo que sufrirá, pobre de mi oppa. T_T.

    Ahora changmin tambien se puso enfermo porque quiere cerca a su hermano pero esa... no lo deja en paz, ni a él ni a yunho.

    Se que lo mejor para yunho es crecer lejos de esa mujer porque solo le haria la vida imposible pero tampoco deseo que este solo en el mundo abuuuu. Que vida mas dificil de mi oppa, como dice el abogado solo tienen la culpa sus desdichados padres y no mi yunho.

    Ojala pronto puedas actualizar unnie, se lee tan interesante....

    ResponderEliminar
  5. hahah perdón recién me di cuenta de las actualizaciones que que mujer para mas mal echarle de todo la culpa ha yunni de lo que pasa pobre de yunni y changmin que lo quiere tanto también lo separan que mujer para mas cruel me pregunto que pasara con yunni mucho ya esta sufriendo bueno esperare por la siguiente actualización que se que va a estar muy buena bye :)

    ResponderEliminar
  6. nooo.... T^T el papa de yunho se murió por que..??!! :(
    y ahora que sera de yunho a donde se fue???
    la mama de changmin y bautista ojala también se mueran XD
    aun quesea que yunho se quede con Yong Hyun el es un buen hombre por lo visto :(
    Gracias no me había dado cuenta que había otro capitulo XD!

    ResponderEliminar
  7. Pobre Yunho lo que a de sufrir y enciama que quita todo...
    Pobre Changmin-------

    Espero que el siguente cap mejore las cosas TT.TT

    ResponderEliminar
  8. Esa mujer es insufrible !! Egoista rencorosa altanera ... no me gusto que los hermanos se separaran Yunho va a estar solo ... y Min estaba tan ilusionado y sentia mucho apego por Yunho

    ResponderEliminar
  9. Esa mujer es tan déspota y desagradable... ella y bautista son sujetos realmente odiosos ¬¬ espero que no le pase nada a Changmin... aunque termine siendo tan pesado como su madre en el futuro u,u gracias por el capítulo!

    ResponderEliminar
  10. Esa mugre vieja lo va a pagar muy caro, pues ese tal Bautista la va a robar o adueñarse de todo si lo deja libre. Changmin será el que más sufrirá, pues le prometió a su padre cuidar de Yunho y no lo dejan, pobre.

    Gracias!!!

    ResponderEliminar