CAPÍTULO 1
Cuando Jaejoong
contaba que era un cazavampiros, la primera reacción de la gente era,
invariablemente, quedarse boquiabierta. Luego preguntaban: « ¿Vas por ahí clavándoles
estacas afiladas en sus malvados y corruptos corazones?».
Vale, tal
vez esas no fueran las palabras textuales, pero el significado era el mismo. Y
eso hacía que deseara encontrar al primer imbécil que se había inventado ese
cuento, allá por el siglo XV, para exterminarlo a él. Aunque lo más probable
era que los vampiros ya se hubieran encargado de ese asunto... después de que
los primeros acabaran en lo que por aquel entonces fuera algo así como una sala
de urgencias.
Jaejoong no
les clavaba estacas a los vampiros. Los rastreaba, los metía en una bolsa y se
los devolvía a sus amos: los ángeles. Algunas personas lo consideraban un
cazarrecompensas, pero, de acuerdo con su tarjeta del Gremio, tenía «Licencia
para Cazar Vampiros y Otros Varios», lo que lo convertía en un cazador
de vampiros con los beneficios correspondientes, incluida una prima por
peligrosidad. Esa prima era muy cuantiosa. Debía serlo para compensar el hecho
de que algunas veces los cazadores acababan con la yugular desgarrada.
Aun así, Jaejoong
decidió que necesitaba un aumento de sueldo cuando el músculo de su pantorrilla
empezó a protestar. Llevaba dos horas metido en el estrecho rincón de un callejón;
era un hombre demasiado alto, de pelo rubio casi blanco y ojos oscuros. Lo del
pelo era un incordio. Según Changmin, un amigo
suyo (aunque no siempre), era como llevar un cartel que anunciaba su presencia.
Puesto que los tintes no le duraban más que un par de minutos, Jaejoong poseía
una estupenda colección de gorritos de lana.
Sentía la
tentación de taparse la nariz con el que llevaba puesto en ese momento, pero
tenía el presentimiento de que eso solo intensificaría el hedor del «ambiente»
de aquel húmedo y oscuro rincón. Lo que lo llevó a pensar en las ventajas de
los tapones nasales...
Algo se
agitó detrás de él.
Se dio la
vuelta... y se encontró cara a cara con un gato al acecho cuyos ojos emitían un
resplandor plateado en la oscuridad. Tras cerciorarse de que el animal era lo
que parecía, volvió a concentrarse en la acera mientras se preguntaba si sus
ojos tendrían un aspecto tan raro como los de aquel gato.
— ¿Dónde
demonios estás? —murmuró mientras estiraba la mano para frotarse la
pantorrilla. Aquel vampiro le había proporcionado una persecución animada...
gracias a lo estúpido que era. El tipo no tenía ni idea de lo que hacía, por lo
que resultaba un poco difícil anticiparse a sus movimientos.
Changmin le
había preguntado una vez si le causaba remordimientos acorralar a vampiros
indefensos y arrastrar sus penosos culos de vuelta a una vida de potencial
esclavitud. Su amigo se reía como un histérico en el momento de hacer aquella
pregunta. No, no tenía remordimientos. Como no los tenía Changmin. Los vampiros
elegían aquella esclavitud (que tenía una duración de cien años) en el instante
en que le pedían a un ángel que los Convirtiera en seres casi inmortales. Si
hubieran seguido siendo humanos, si se hubiesen ido a la tumba en paz, no
estarían atados por un contrato firmado con sangre. Y aunque los ángeles se
aprovechaban de su posición, un contrato era un contrato.
Un destello
de luz en la calle.
¡Bingo!
Allí estaba
el objetivo, con un puro en la boca y hablando por el móvil. Se jactaba de que
ya había sido Convertido, y de que ningún ángel remilgado iba a decirle lo que
debía hacer. A pesar de la distancia que los separaba, Jaejoong pudo oler el
sudor que se acumulaba bajo sus axilas. Su condición vampírica no había
evolucionado lo suficiente para derretir la grasa que lo envolvía como una
segunda piel... ¿De verdad aquel tipo creía que podía librarse del contrato con
un ángel?
Menudo
imbécil.
Jaejoong salió
de su escondite, se quitó el gorrito de lana y lo guardó en el bolsillo de
atrás de los pantalones. El cabello cayó con suavidad sobre sus hombros,
extraño y brillante. No suponía un riesgo. Aquella noche no. Tal vez fuera
famoso entre los lugareños, pero aquel vampiro tenía un marcado acento
australiano. Había llegado hacía poco... y su amo lo quería de regreso allí de
inmediato.
— ¿Tienes
fuego?
El vampiro
dio un respingo y dejó caer el teléfono al suelo. Jaejoong reprimió el impulso
de poner los ojos en blanco. El tipo ni siquiera estaba transformado por completo:
los colmillos que había enseñado al abrir la boca por la sorpresa apenas eran
dientes de leche. No era de extrañar que su amo estuviese cabreado. Aquel
idiota debía de haber huido después de tan solo un año de servicio.
—Lo siento
—dijo Jaejoong con una sonrisa mientras el vampiro recogía el teléfono y lo
recorría con la mirada. Jaejoong sabía lo que él veía: un chico solo, ataviado
con pantalones de cuero negro y una camiseta de manga larga ceñida del mismo
color, sin armas a la vista.
Puesto que
era joven y estúpido, la imagen lo tranquilizó.
—No pasa
nada, encanto. —Se metió la mano en el bolsillo para sacar el mechero.
Fue
entonces cuando Jaejoong se inclinó hacia delante y se llevó la mano a la
espalda, bajo la camiseta.
—Mmm... El
señor Ebose está muy decepcionado contigo.
Sacó el
collarín y se lo colocó antes de que él pudiera procesar el significado de
aquella reprimenda pronunciada con voz ronca. Se le pusieron los ojos rojos,
pero en lugar de gritar, se quedó calladito donde estaba. El collarín de los
cazadores conseguía congelar a aquellos tipos de algún modo. El vampiro tenía
el miedo pintado en la cara.
Habría
sentido lástima por él de no haber sabido que había desgarrado cuatro gargantas
humanas mientras escapaba. Aquello era inaceptable. Los ángeles protegían a sus
sirvientes, pero incluso ellos tenían sus límites: el señor Ebose le había dado
autorización para utilizar cualquier método y la fuerza que fuera necesaria
para atrapar a aquel renegado.
En aquel
momento, Jaejoong dejó que el vampiro se diera cuenta de aquello, que supiera
que estaba dispuesto a hacerle daño. Su rostro perdió el poco color que había
conseguido conservar. Jaejoong esbozó una sonrisa.
—Sígueme.
El vampiro
trotó tras él como una mascota obediente. Cómo le gustaban los collarines... A
su mejor amigo, Junsu, le encantaba disparar a sus víctimas con flechas cuyas
puntas contenían el mismo chip de control que hacía que los collarines fueran
tan efectivos. En el instante en que tocaban la piel, el chip emitía una
especie de campo electromagnético que provocaba un cortocircuito temporal en
los procesos neuronales del vampiro, lo que convertía al objetivo en un sujeto
fácil de sugestionar. Jaejoong no sabía cómo funcionaba a nivel científico,
pero conocía las limitaciones y las ventajas de su método de captura favorito.
Sí, debía
acercarse más a sus presas que Junsu, pero no tenía tantas probabilidades de
fallar y darle a un transeúnte inocente. Algo que a Junsu le había pasado una
vez. Le había costado medio año de sueldo resolver el pleito. Los labios de Jaejoong
se curvaron en una sonrisa al recordar lo mucho que le había cabreado a su
amigo fallar aquel disparo. Abrió la puerta del acompañante del coche que había
aparcado cerca.
—Entra.
Al vampiro
bebé le costó un verdadero esfuerzo meter su obeso cuerpo dentro del coche.
Tras
cerciorarse de que se había abrochado el cinturón, Jaejoong llamó al jefe de
seguridad del señor Ebose.
—Lo tengo.
La voz al
otro lado de la línea le dio instrucciones de dejar el paquete en una pista de
aterrizaje privada.
Sin
sorprenderse lo más mínimo por el lugar escogido, colgó el teléfono y empezó a
conducir. En silencio. Habría sido una estupidez intentar entablar una
conversación, ya que el vampiro había perdido su capacidad de hablar en cuanto
le puso el collarín. La mudez era uno de los efectos colaterales del control
neural creado por el instrumento. Antes de que se inventaran los aparatos con
chip, la profesión de cazador de vampiros era bastante suicida, ya que incluso
los vampiros novatos podían hacer trizas a un humano. Por supuesto, según las
últimas investigaciones, los cazadores de vampiros no eran del todo humanos,
pero aun así lo parecían bastante.
Cuando
llegó al aeropuerto, atravesó la zona de seguridad y se dirigió a la pista de
asfalto. El equipo encargado de escoltar al vampiro de vuelta lo esperaba junto
a un lustroso jet privado. Jaejoong les llevó el tipo que había capturado, pero
ellos le indicaron con un gesto de la cabeza que lo metiera. Debía depositar el
paquete personalmente, ya que ellos no tenían licencia para manejarlo en aquel
punto del viaje. Como era de esperar, el señor Ebose contaba con buenos
abogados. No pensaba correr ningún riesgo que pudiera acarrearle acusaciones de
la Sociedad Protectora de Vampiros.
Aunque en
realidad la SPV jamás había conseguido llevar adelante ninguna de sus
acusaciones de crueldad contra los vampiros. Lo único que los ángeles tenían
que hacer era mostrar fotos de humanos con la garganta destrozada para que el
jurado no solo estuviera dispuesto a absolverlos, sino también a darles una
medalla.
Jaejoong subió
la escalerilla con el vampiro y lo guió hasta el enorme cajón de madera que
había al fondo de la cabina de pasajeros.
—Adentro.
El tipo se
metió en el cajón y después se volvió hacia él. El terror que manaba de su
cuerpo ya le había empapado la camisa de sudor.
—Lo siento,
colega. Mataste a tres mujeres y a un anciano. Eso inclina la balanza de la
compasión hacia el lado contrario. —Cerró la tapa con fuerza y le puso el
candado. Llevaría puesto el collarín, donde, de acuerdo con el protocolo
establecido para los aparatos con chip, el artefacto sería devuelto
directamente al Gremio—. Ya está listo, chicos.
El jefe de
los guardias (los cuatro lo habían acompañado al interior del avión) lo recorrió
de arriba abajo.
—Ninguna
herida. Impresionante... —Le entregó un sobre—. Ya se ha hecho la transferencia
a su cuenta del Gremio, tal como se acordó.
Jaejoong comprobó
el formulario de confirmación y enarcó las cejas.
—El señor
Ebose ha sido de lo más generoso.
—Es un
extra por haber capturado al objetivo ileso antes de tiempo. El señor Ebose
tiene algunos planes para él. El viejo Jerry era su secretario favorito.
Jaejoong se
estremeció. El problema de ser casi inmortal era que podían hacerte un montón
de cosas sin que murieras. En una ocasión había visto a un vampiro al que le
habían amputado todas las extremidades... sin anestesia. Cuando la unidad de
rescate del Gremio lo liberó de las garras del grupo racista que lo había
secuestrado, el tipo ya había perdido la razón y la cordura. Pero había un
vídeo. Así fue como supieron que el hombre torturado había permanecido
consciente todo el tiempo. Jaejoong tenía la certeza de que los ángeles no se
lo habían enseñado a los montones de solicitantes que querían Convertirse.
Aunque bien
pensado, quizá sí que lo hicieran.
Los ángeles
solo Convertían a unos mil vampiros al año. Y por lo que él sabía, los
aspirantes ascendían a centenares de miles. No entendía por qué. En su opinión,
la inmortalidad tenía un precio demasiado alto. Era mejor vivir libre y
convertirse en polvo cuando llegara la hora que acabar dentro de un cajón de
madera a la espera de que tu amo decidiera tu destino.
Con un
sabor amargo en la boca, se guardó el formulario de confirmación y el sobre en
un bolsillo del pantalón.
—Por favor,
agradézcale al señor Ebose su generosidad.
El
guardaespaldas inclinó la cabeza, y Jaejoong entrevió el borde de lo que supuso
que sería un cuervo tatuado en su cráneo afeitado. El tipo era demasiado alto
como para estar seguro, pero los demás eran más bajos, y todos llevaban aquella
misma marca.
—Supongo
que no está comprometido. —El hombre echó un vistazo deliberado a los sencillos
pendientes de aro que llevaba en las orejas.
Nada de oro
de matrimonio. Nada de ámbar de compromiso. Sin embargo, no cometió el error de
creer que él quería una cita. Los miembros de la Hermandad del Ala practicaban
el celibato mientras estaban de servicio. Puesto que el castigo por la
desobediencia era la pérdida de una parte corporal (Jaejoong nunca había
llegado a descubrir cuál), imaginó que él no era tentación suficiente.
—No. Y
también se han terminado mis compromisos laborales. —Prefería completar un
trabajo antes de aceptar el siguiente. Siempre había vampiros a los que
perseguir—. ¿Desea el señor Ebose que atrape a algún otro desertor?
—No. Es un
amigo suyo quien requiere sus servicios. —El guardia le entregó un segundo
sobre, esta vez sellado—. La cita es a las ocho en punto de mañana. Por favor,
asegúrese de aparecer; el asunto ya ha sido arreglado con su Gremio y se ha
hecho el depósito.
Si el
Gremio lo había aprobado significaba que era una caza legítima.
—Claro.
¿Dónde será el encuentro?
Cuando le
dijo la dirección, Jaejoong se quedó helado. Solo había un ángel para quien
bastaba esa única palabra como dirección. Incluso los ángeles tenían una
jerarquía, y él sabía muy bien quién estaba en la cima. No obstante, el miedo
desapareció tan rápido como había llegado. Era improbable que el señor Ebose,
por poderoso que fuera, conociese a un arcángel, a un miembro del Grupo de los
Diez que decidía quién era Convertido y quién efectuaba la Conversión.
— ¿Hay
algún problema?
Jaejoong levantó
la cabeza de inmediato al oír la pregunta del guardia.
—No, por
supuesto que no. —Fingió consultar su reloj—. Será mejor que me vaya. Por
favor, salude de mi parte al señor Ebose.
Y tras eso,
abandonó los lujosos confines del jet y el hedor del miedo de su carga.
Jamás
llegaría a comprender por qué Convertían a tantísimos imbéciles. Quizá, pensó,
estuvieran bien al principio y solo se convirtiesen en capullos después de unos
cuantos años bebiendo sangre. A saber lo que aquello le hacía al cerebro... Sin
embargo, aquella teoría no explicaba lo de su última captura: el tipo tenía dos
años como mucho.
Se encogió
de hombros y se metió en el coche. Aunque se moría de ganas de abrir el sobre
sellado, esperó a llegar a casa, a su bonito apartamento situado. Dado que se
pasaban la mayoría del tiempo persiguiendo a escoria, muchos de los cazadores
solían convertir sus hogares en refugios. Y Jaejoong no era una excepción.
Al entrar,
se quitó las botas de una sacudida y se dirigió a la fastuosa bañera con ducha.
Por lo general, seguía el ritual de librarse de la mugre y aplicarse las cremas
y los perfumes que coleccionaba. Changmin pensaba que esas manías femeninas
suyas eran de lo más graciosas y no dejaba de tomarle el pelo, pero la última
vez que abrió su bocaza, Jaejoong se la devolvió comentándole lo brillante y
suave que se veía su cabello; ¿tal vez por el uso de acondicionador?
Sin
embargo, aquella noche no tenía ni paciencia ni ganas para mimarse. Se desnudó,
se frotó con rapidez para librarse del hedor a vampiro cagado de miedo, se puso
un pijama de algodón y se cepilló el pelo mientras preparaba café. En cuanto
estuvo hecho, llevó la taza hasta la mesita de café, la depositó con cuidado
sobre un posavasos... y cedió a las imperiosas exigencias de su curiosidad:
rasgó el sobre en un segundo.
El papel
era grueso; la filigrana, elegante... y el nombre que había al final de la
página resultaba lo bastante aterrador para hacerle desear empaquetar todas sus
cosas y salir de allí pitando. Hacia el agujero más diminuto y lejano que
pudiera encontrar.
Sin poder
creérselo, recorrió la página con la mirada una vez más. Las palabras no habían
cambiado.
Sería un
honor para mí que se reuniera conmigo para desayunar, a las ocho en punto de la
mañana.
YUNHO
No había
ninguna dirección, pero no era necesaria. Alzó la vista para contemplar la
columna iluminada de la Torre del Arcángel a través del gigantesco ventanal que
había hecho que aquel apartamento fuera ridículamente caro... y atractivo. Uno
de sus placeres secretos era sentarse allí y ver a los ángeles alzar el vuelo
desde las terrazas más elevadas de la Torre.
Por la
noche, parecían sombras suaves y oscuras. Durante el día, sin embargo, sus alas
brillaban bajo el sol y sus movimientos resultaban increíblemente elegantes.
Iban y venían a lo largo de toda la jornada, pero a veces los veía sentados en
aquellos altísimos balcones, con las piernas colgando en el vacío. Suponía que
estos eran los ángeles más jóvenes, aunque «juventud» fuese un término
relativo.
Aunque
sabía que la mayoría de ellos eran muchas décadas mayores que él, aquella
imagen siempre le arrancaba una sonrisa. Era la única vez que los veía
comportarse de una forma que podría considerarse normal. Por lo general, eran
fríos y distantes, tan por encima de los insulsos humanos que no podían
comprenderlos.
Al día
siguiente Jaejoong también estaría allí arriba, en aquella torre de luces y
cristal. Aunque no iba a reunirse con uno de aquellos ángeles jóvenes y
accesibles. No, al día siguiente se sentaría frente al arcángel en persona.
«Yunho.»
Jaejoong se
inclinó hacia delante con el estómago revuelto.
* * *
Lo primero
que hizo en cuanto se le pasaron las ganas de vomitar fue llamar al Gremio.
—Necesito
hablar con Junsu —le dijo a la recepcionista.
—Lo siento.
El director se ha marchado de la oficina.
Jaejoong colgó
el teléfono y marcó el número de casa de Junsu.
Este cogió
el aparato cuando apenas había sonado una sola vez.
—Bueno,
¿cómo iba a saber que tendría noticias tuyas hoy?
Jaejoong aferró
con fuerza el auricular del teléfono.
—Junsu, por
favor, dime que estoy teniendo una alucinación y que tú no me has asignado un
trabajo para un arcángel.
—Esto...
bueno... —Junsu, director del Gremio en todo el país y un hombre de armas tomar,
de pronto parecía más nervioso que un adolescente—. Mierda, Jae, no podía decir
que no.
— ¿Qué
podría haberte hecho él? ¿Matarte?
—Lo más
probable —murmuró Junsu—. Su lacayo vampiro me dejó muy claro que él te quería
a ti.
Y ese tipo no está acostumbrado a que le digan que no.
— ¿Intentaste
al menos decirle que no?
—Soy tu mejor
amigo. Concédeme algo de crédito.
Tras
hundirse en los cojines del sofá, Jaejoong clavó la mirada en la Torre.
— ¿En qué
consiste el trabajo?
—No lo sé.
—Junsu empezó a canturrear por lo bajo—. No te preocupes: no pienso
desperdiciar mi aliento intentando tranquilizarte. El bebé se ha despertado.
¿Verdad que sí, chiquitino? —Los ruidos de besos llenaron el aire.
Jaejoong aún
no podía creerse que Junsu se hubiera casado. Y mucho menos que hubiera tenido
un bebé.
— ¿Cómo
está el pequeño Mini-Yo? —Junsu había llamado a su hijo Junho Jaejoong. Y Jaejoong
había llorado como un idiota al enterarse—. Espero que te esté haciendo pasar
un infierno.
—Mi niño
adora a su papi. —Más ruidos de besos—. Y me pidió que te dijera que se
convertirá en tu Mini-Yo en cuanto crezca un poco más. Slayer y él forman un
equipo magnífico.
Jaejoong se
echó a reír ante la mención del gigantesco perro cuya misión en la vida era
llenar de babas a la gente desprevenida.
— ¿Dónde
está tu amado? Pensé que a Yoochun le gustaba encargarse de las cosas del bebé.
—Y así es.
—La sonrisa de Junsu fue evidente incluso a través de la línea telefónica, e
hizo que algo en el interior de Jaejoong se tensara de una forma desagradable.
No se trataba de que envidiara la felicidad de Junsu, ni de que quisiera a Yoochun
para él. No, era algo más profundo, una sensación de que el tiempo se le
escurría entre los dedos.
Durante el
último año se había hecho cada vez más evidente que sus amigos habían avanzado
hacia las siguientes etapas de la vida y que él se había quedado en el limbo:
un cazador de vampiros de veintiocho años sin ataduras, sin compromisos. Junsu
había dejado su arco y sus flechas (salvo cuando había una caza de emergencia),
y había ocupado el despacho más importante en el Gremio. Su marido, uno de los
rastreadores más letales, se dedicaba ahora al negocio de la fabricación de
armas para cazadores (y también a cambiar pañales), y mostraba siempre una
sonrisa que traslucía lo feliz que era. Joder, incluso Changmin llevaba los dos
últimos meses con el mismo compañero de cama.
—Oye, Jae,
¿piensas dormir algo? —Preguntó Junsu, que alzó la voz para hacerse oír por
encima de los alegres chillidos del bebé—. ¿No quieres soñar con tu arcángel?
—Seguro que
tendría pesadillas —murmuró. Entrecerró los párpados cuando vio que un ángel
estaba a punto de aterrizar en el tejado de la Torre. Sintió un vuelco en el
corazón cuando extendió las alas para aminorar la velocidad del descenso—. No
me has contado qué le ha pasado a Yoochun. ¿Por qué no está al cargo del niño?
—Ha ido al
supermercado con Slayer, para comprar helado de dos chocolates y frutas del
bosque. Le dije que los antojos continuaban algún tiempo después del parto.
El hecho de
que a Junsu le encantara tomarle el pelo a su marido debería haberle hecho
gracia, pero Jaejoong era demasiado consciente del miedo que le recorría la
espalda.
—Junsu, ¿el
vampiro te dio alguna pista de por qué ese arcángel me quería a mí?
—Claro.
Dijo que Yunho solo quería lo mejor.
* * *
—Soy el
mejor —murmuró Jaejoong a la mañana siguiente, cuando salió del taxi frente al
magnífico edificio de la Torre del Arcángel—. Soy el mejor.
—Oiga, joven,
¿piensa pagarme o se va a quedar ahí hablando entre dientes todo el día?
— ¿Qué?
¡Ah! —Sacó un billete de veinte dólares, se inclinó hacia delante y lo aplastó
contra la mano del taxista—. Quédese el cambio.
El ceño
fruncido del tipo se transformó en una sonrisa.
— ¡Gracias!
¿Qué, hoy tiene una buena caza por delante?
Jaejoong no
le preguntó cómo había sabido que era un cazador.
—No, pero
tengo altas probabilidades de enfrentarme a una muerte horrible en las próximas
horas. Tengo que hacer algo bueno para intentar acabar en el paraíso.
El taxista
lo encontró muy gracioso, y aún no había dejado de reírse cuando se alejó con
el coche y lo dejó solo frente al amplio camino que conducía a la entrada de la
Torre. La brillante luz de la mañana hacía resplandecer las piedras blancas del
suelo del camino hasta un punto casi cegador. Cogió las gafas de sol del lugar
donde se las había colgado (en el escote de la camisa) y se las puso con
rapidez delante de los ojos, agotados y privados de sueño. Ahora que ya no corría
el riesgo de quedarse ciego, se fijó en las sombras que había pasado por alto
poco antes. Aunque, por supuesto, sabía muy bien que estaban allí: por lo
general, no era la vista el sentido que utilizaba para localizar a los
vampiros.
Varios de
ellos permanecían junto a las paredes laterales de la Torre, pero había al
menos otros diez escondidos o paseando entre la zona de arbustos bien cuidados
de los alrededores. Todos llevaban trajes negros con camisas blancas y el pelo
cortado. Las gafas de sol oscuras y los discretos audífonos no hacían sino
intensificar la impresión de que eran agentes secretos.
Pero Jaejoong
sabía que, dejando a un lado las características básicas, aquellos vampiros no
se parecían en nada al que había capturado la noche anterior. Aquellos tipos
llevaban en el mundo muchísimo tiempo. Si se sumaba su intenso aroma
(siniestro, aunque no desagradable) al hecho de que estaban protegiendo la
Torre del Arcángel, quedaba claro que eran inteligentes y extremadamente
peligrosos. Mientras los observaba, dos de ellos se alejaron de los arbustos y
se situaron en el camino, a plena luz.
Ninguno
estalló en llamas.
Una
reacción tan violenta a la luz del sol (otro mito que parecía encantarles a las
productoras cinematográficas) habría hecho que su trabajo fuera mucho más
fácil. De ser cierto, lo único que tendría que hacer sería esperar a que
salieran de casa. Pero no, la mayoría de los vampiros podían salir al exterior
las veinticuatro horas del día. Los pocos que padecían hipersensibilidad a la
luz solar no «morían» cuando salía el sol. Solo buscaban una sombra.
—Y tú estás
andándote por las ramas... —murmuró entre dientes—. Eres un profesional. Eres el
mejor. Puedes con esto.
Respiró
hondo, intentó no pensar en los ángeles que volaban en lo alto y empezó a
caminar hacia la entrada. Nadie le prestó demasiada atención, pero cuando por
fin llegó a la puerta, el vampiro de guardia la abrió para él con una
inclinación de cabeza.
—Vaya todo
recto, hacia el mostrador de recepción.
Jaejoong parpadeó
con incredulidad y luego se quitó las gafas de sol.
— ¿No
quiere comprobar mi identificación?
—Lo
esperábamos.
La insidiosa
y seductora esencia del vampiro de la puerta (un rasgo inusual que era en
realidad una evolución adaptativa contra las habilidades de rastreo de los
cazadores), lo envolvió como una siniestra caricia mientras le daba las gracias
y atravesaba la entrada.
El
vestíbulo con aire acondicionado parecía una estancia interminable dominada por
el mármol gris oscuro con pequeñas vetas doradas. Como ejemplo de riqueza, buen
gusto y sutil intimidación, se llevaba el primer premio. De pronto, Jaejoong se
alegró mucho de haber sustituido sus acostumbrados pantalones vaqueros y su
camiseta por unos pantalones negros de vestir y una camisa blanca.
Sus zapatos
repiquetearon sobre el suelo de mármol mientras atravesaba el vestíbulo. De
camino al mostrador, se fijó en todo lo que lo rodeaba: desde el número de
guardias vampiro y los exquisitos (aunque algo extraños) arreglos florales,
hasta el hecho de que el recepcionista era una vampira muy, muy, muy antigua...
con el rostro y el cuerpo de una mujer de treinta años en plena forma.
—Señor Kim,
soy Suhani. —La mujer se puso en pie con una sonrisa y abandonó su puesto tras
el mostrador curvo. Este también era de piedra, pero estaba tan bien pulido que
lo reflejaba todo como si fuera un espejo—. Es todo un placer conocerlo.
Jaejoong estrechó
la mano de la mujer y percibió el flujo de sangre fresca, el latido fuerte de
su corazón. Estuvo a punto de preguntarle a Suhani a quién se había desayunado
(ya que su sangre era más potente de lo habitual), pero contuvo el impulso para
no meterse en problemas.
—Gracias.
Suhani
sonrió y, en opinión de Jaejoong, su sonrisa estaba cargada de sabiduría
antigua, de siglos de experiencia.
—Debe de
haberse dado mucha prisa. —Consultó su reloj—. Solo son las ocho menos cuarto.
—Había poco
tráfico. —Y no había querido empezar aquella reunión con mal pie—. ¿Llego
demasiado pronto?
—No. Él lo
está esperando. —La sonrisa se desvaneció y fue sustituida por una expresión de
sutil decepción—. Pensé que tendría un aspecto más... amenazador.
— ¿No me diga
que usted también ve La Presa del Cazador? —El desagradable comentario salió de
sus labios sin que pudiera evitarlo.
Suhani le
dirigió una sonrisa desconcertantemente humana.
—De eso soy
culpable, me temo. La serie es de lo más entretenida. El productor, es un
antiguo cazador de vampiros.
Sí, y Jaejoong
era el Ratoncito Pérez.
—Déjeme
adivinar: esperaba que llevara una enorme espada y que tuviera los ojos rojos,
¿no? —Jaejoong sacudió la cabeza—. Usted es una vampira. Sabe muy bien que esas
cosas no son ciertas.
La
expresión de Suhani dejó paso a un gesto mucho más siniestro.
—Parece
usted muy seguro de mi condición de vampiro. La mayoría de la gente nunca se da
cuenta.
Jaejoong decidió
que aquel no era el momento apropiado para darle una lección sobre la biología
de los cazadores.
—Tengo
mucha experiencia. —Encogió los hombros, como si careciera de importancia—.
¿Subimos ya?
En ese
momento, Suhani se ruborizó, y su rubor pareció genuino.
—Ay, lo
siento. Lo he entretenido. Por favor, sígame.
—No se
preocupe. Solo ha sido un momento. —Y se sentía agradecido, ya que eso le había
dado la oportunidad de tranquilizarse. Si aquella vampira delicada y elegante
era capaz de enfrentarse a Yunho, él también lo sería—. ¿Qué aspecto tiene?
Los pasos
de Suhani vacilaron un instante antes de recuperar el ritmo.
—Es... un
arcángel. —El asombro de su voz estaba mezclado a partes iguales con el miedo.
La
confianza de Jaejoong cayó en picado.
— ¿Lo ve
muy a menudo?
—No, ¿por
qué iba a hacerlo? —La recepcionista compuso una sonrisa intrigada—. Él no
necesita pasar por el vestíbulo. Puede volar.
Jaejoong se
habría dado de bofetadas.
—Claro. —Se
detuvo frente a las puertas del ascensor—. Gracias.
—De nada.
—Suhani empezó a teclear el código de seguridad en una pantalla táctil situada
en un pequeño hueco que había junto a las puertas del ascensor—. Este elevador
lo llevará hasta la azotea.
Jaejoong
frenó en seco.
— ¿La
azotea?
—La reunión
tendrá lugar allí.
Aunque
estaba sorprendido, sabía que demorarse no le serviría de nada, así que entró
en el enorme ascensor cubierto de espejos y se dio la vuelta para mirar a
Suhani. Cuando las puertas se cerraron, recordó con cierta incomodidad al
vampiro al que había encerrado en una caja unas doce horas antes. Ahora ya
sabía lo que se sentía al estar al otro lado. Si no hubiera estado tan seguro
de que lo tenían vigilado, podría haber cedido al impulso de abandonar su
fachada profesional y empezar a pasearse de un lado a otro como un histérico.
O como una
rata atrapada en un laberinto.
El ascensor
comenzó a subir con una delicadeza de lujo. Los números que brillaban en el
panel LCD cambiaban a un ritmo sobrecogedor. Decidió dejar de observarlos
cuando marcaron la planta setenta y cinco. En lugar de eso, se miró en los
espejos y alisó la solapa arrugada de su bolso... aunque en realidad no hacía
más que asegurarse de que sus armas seguían bien escondidas.
Nadie le
había pedido que fuera allí desarmado.
El ascensor
se detuvo con suavidad. Las puertas se abrieron. Sin darse un momento para
titubear, salió y se dirigió hacia un pequeño recinto acristalado. Resultó
evidente de inmediato que aquella jaula de cristal no era más que la estructura
que albergaba el ascensor. La azotea estaba más allá... y no había barandillas
que pudieran impedir una caída accidental.
Estaba
claro que el arcángel no creía necesario que sus invitados estuvieran cómodos.
Sin
embargo, Jaejoong no podía considerarlo un mal anfitrión: había una mesa con
cruasanes, café y zumo de naranja situada en la esplendorosa zona central del
espacio abierto. Le bastó otra mirada para descubrir que el suelo de la azotea
no era solo de cemento. Lo habían pavimentado con baldosas gris oscuro que brillaban
como si fueran de plata bajo los rayos del sol. Las baldosas eran preciosas y,
sin duda, muy caras. Un gasto extravagante, pensó, aunque luego comprendió que
para una criatura alada, el tejado no era un espacio inútil.
No vio a Yunho
por ningún sitio.
Jaejoong colocó
la mano sobre el picaporte y abrió la puerta de cristal para salir al exterior.
Para su alivio, las baldosas demostraron ser una superficie rugosa: en aquel
momento el viento era suave, pero sabía que a aquella altura podría volverse
violento sin previo aviso. Se preguntó si el mantel estaría clavado a la mesa.
De lo contrario, lo más probable era que volara y arrojara la comida al suelo
tarde o temprano.
No
obstante, aquello podría ser una ventaja. Los nervios no eran buenos para la
digestión.
Dejó el
bolso sobre la mesa, se acercó con cuidado al borde más cercano... y miró hacia
abajo. La increíble imagen de los ángeles que volaban desde y hacia la Torre lo
llenó de euforia. Estaban tan cerca que parecía que podía tocarlos, y sus
poderosas alas resultaban tan tentadoras como el canto de una sirena.
—Cuidado.
—La palabra fue pronunciada con suavidad, aunque el tono parecía divertido.
Jaejoong no
se sobresaltó, ya que había percibido el viento originado por los movimientos
de las alas durante su silencioso aterrizaje.
— ¿Me
cogerían si me cayera? —preguntó sin mirarlo.
—Solo si
estuvieran de humor. —Cuando se situó a su lado, las alas entraron dentro del
campo de visión periférica de Jaejoong —. Está claro que no tiene vértigo.
—Nunca lo
he tenido —admitió. Lo aterraba tanto el poder que desprendía aquel ser que
decidió parecer tranquilo. Era eso o empezar a gritar—. Aunque nunca había
estado a tanta altura.
— ¿Qué le
parece?
Respiró
hondo y dio un paso atrás antes de volverse hacia él. La imagen lo impactó
tanto como un golpe físico. Era...
—Hermoso. —
Se refería a él.
Aún no se
había recuperado del impacto de verlo cuando una súbita ráfaga de viento
recorrió el tejado y agitó los mechones de su cabello castaño. Aunque «castaño»
era una palabra demasiado simple para describirlo. Era tan puro. Estaba cortado
en descuidadas capas que terminaban en la nuca y resaltaban los abruptos
ángulos de su rostro. Jaejoong sintió tantas ganas de tocarlo que se le
encogieron los dedos de los pies.
Sí, era una
criatura hermosa, pero su belleza era la de un guerrero conquistador. Aquel ser
tenía el poder pintado en cada centímetro de su rostro, en cada parte de su
piel. Y eso que aún no se había fijado en la exquisita perfección de sus alas.
Las plumas eran suaves y blancas, y parecían salpicadas de oro. No obstante,
cuando se concentró pudo apreciar la verdad: todos los filamentos de cada pluma
tenían la punta dorada.
—Sí, desde
aquí arriba todo es muy hermoso —dijo él, rompiendo el hechizo.
Jaejoong parpadeó
y se ruborizó. No tenía ni la menor idea de cuánto tiempo había pasado.
—Sí.
La sonrisa
del arcángel tenía una pizca de socarronería, de satisfacción masculina... y de
la más pura y letal concentración.
—Charlemos
mientras desayunamos.
Furioso por
haber dejado que su belleza física lo cegara, Jaejoong se mordió la parte
interna del carrillo para reprenderse. No iba a caer en la misma trampa de
nuevo. Era evidente que Yunho sabía lo impresionante que era, y también el
efecto que tenía sobre los desprevenidos mortales. Y aquello lo convertía en un
hijo de puta arrogante, un tipo al que podría resistirse sin problemas.
Yunho retiró
una silla y aguardó. Jaejoong se detuvo de pronto, muy consciente de la altura
y la fuerza de aquel ser. No estaba acostumbrado a sentirse pequeña. Ni débil.
El hecho de que Yunho provocara aquellas sensaciones en él (y sin ningún
esfuerzo aparente), lo cabreó lo bastante para buscar algún tipo de represalia.
—No me
siento cómodo cuando hay alguien detrás de mí.
Una chispa
de sorpresa se encendió en los ojos marrones.
— ¿No
debería ser yo quien temiera acabar con una daga en la espalda? Es usted quien
lleva armas ocultas.
El hecho de
que supiera lo de sus armas no significaba nada. Un cazador siempre iba armado.
—La
diferencia radica en que yo moriría. Y usted no.
Tras un
leve y divertido gesto de la mano, el arcángel se acercó al otro lado de la
mesa. Sus alas rozaron las impolutas baldosas del suelo y dejaron un rastro de
brillante oro blanco. Jaejoong tuvo la certeza de que lo había hecho a
propósito. Los ángeles no siempre derramaban polvo de ángel. Cuando lo hacían,
tanto los vampiros como los humanos se apresuraban a recogerlo. El precio de
una sola mota de ese polvo resplandeciente era mucho mayor que el de un
diamante de talla impecable.
No
obstante, si Yunho pensaba que él iba a arrodillarse para recogerlo, estaba muy
equivocado.
—No me
tiene miedo —dijo.
No era tan
estúpido como para mentir.
—Estoy
aterrorizado. Pero supongo que no me ha hecho venir hasta aquí solo para poder
arrojarme desde la azotea.
Sus labios
se curvaron, como si hubiese dicho algo gracioso.
—Siéntese, Jaejoong.
—El nombre sonaba diferente en sus labios. Como un vínculo. Al pronunciarlo,
había conseguido cierto poder sobre él —. Como muy bien ha dicho, no tengo
intenciones de matarlo. Hoy no.
Jaejoong se
sentó con el ascensor a la espalda, consciente de que Yunho, en un despliegue
de antigua caballerosidad, aguardaba de pie a que él ocupara su lugar en la
mesa. Cuando lo imitó, sus alas se apoyaron con elegancia sobre el respaldo de
la silla, especialmente diseñado para ello.
— ¿Cuántos
años tiene? —preguntó Jaejoong, que no había podido contener su curiosidad.
Yunho
arqueó una de sus cejas perfectas.
— ¿Acaso
carece de instinto de supervivencia? —Parecía un comentario despreocupado, pero
Jaejoong notó el tono acerado que yacía bajo la superficie.
Un
escalofrío le recorrió la espalda.
—Algunos
dirían que así es..., ya que soy un cazador de vampiros.
Algo oscuro
y peligroso se movió en las profundidades de aquellos ojos que ningún humano
tendría jamás.
—Un cazador
nato, no uno que ha sido entrenado para ello.
—Exacto.
— ¿A
cuántos vampiros ha capturado o asesinado?
—Usted sabe
a cuántos. Por eso estoy sentado aquí.
Otra ráfaga
de viento barrió el tejado, aunque aquella fue lo bastante fuerte para hacer
que las tazas tintinearan y para mover algunos mechones de su cabello. Jaejoong
no intentó volver a acomodarlos; quería mantener toda su atención puesta en el
arcángel. Yunho no dejaba de observarlo, como un enorme depredador que
contemplara el conejito que iba a comerse para cenar.
—Hábleme de
sus habilidades. —Era una orden, ni más ni menos, y su tono tenía un matiz de advertencia.
El arcángel ya no lo encontraba gracioso.
Jaejoong se
negó a apartar la mirada, aunque se clavó las uñas en los muslos para intentar
tranquilizarse.
—Puedo
seguir la esencia de los vampiros, distinguir a uno del resto de la manada. Eso
es todo. —Una habilidad inútil... a menos que uno trabajara como cazavampiros.
Eso convertía lo de «elegir una carrera» en un oxímoron.
— ¿Qué edad
debe tener un vampiro para que usted sea capaz de percibir su presencia?
Era una
pregunta extraña, y Jaejoong reflexionó durante unos instantes.
—Bueno, el
más joven al que he rastreado solo tenía dos meses. Y fue un caso extraño. La
mayoría de los vampiros espera al menos un año antes de intentar algo raro.
— ¿Así que
nunca ha estado en contacto con un vampiro más joven?
Jaejoong no
tenía ni idea de adónde quería llegar el arcángel con aquel interrogatorio.
— ¿En
contacto? Desde luego que sí. Pero no como cazador. Usted es un ángel: sabe a
la perfección que ellos no funcionan muy bien durante el primer mes después de
ser Convertidos. —Era una etapa de su desarrollo que alimentaba el mito de que
los vampiros eran zombis sin vida.
Lo cierto
era que los vampiros resultaban bastante espeluznantes durante las primeras
semanas. Tenían los ojos abiertos, pero parecían seres sin vida; su piel estaba
pálida y llena de manchas, y se movían de manera descoordinada. A la mayoría de
la gente le resultaba mucho más fácil torturar y mutilar a alguien que parecía
un cadáver andante que a alguien que podría ser su mejor amigo. O su cuñado, en
el caso de Jaejoong.
—Cuando son
tan jóvenes no son capaces de alimentarse, y mucho menos de huir —añadió.
—De
cualquier forma, haremos una prueba. —El arcángel cogió el vaso de zumo que
había junto a su plato y dio un trago—. Coma.
—No tengo
hambre.
Yunho dejó
el vaso.
—Es un
agravio de sangre rechazar algo de la mesa de un arcángel.
Jaejoong jamás
había oído ese término, pero si estaba relacionado con la sangre no podía ser
nada bueno.
—He comido
antes de venir aquí. —Una mentira descarada. No había sido capaz de retener
nada que no fuera agua, e incluso aquello le había costado esfuerzo.
—En ese
caso, beba. —Fue una orden tan categórica que Jaejoong supo que el arcángel
esperaba una obediencia inmediata.
Algo se
rebeló en su interior.
— ¿Y si no
lo hago?
El viento
se detuvo. Incluso las nubes parecieron paralizarse.
La muerte
le susurró al oído.
Waaoo *-*
ResponderEliminarYunHo si que da miedo!!!
cuál será el trabajo que le mandará a Jaejoong?????
Omo!!! me quede sin palabras!!!
ResponderEliminarNo puede ser ya comenzó la historia y ya me entraron ganas de leerla de corrido sin dormir pero voy a tener queser paciente y esperar...
En esta historia Jae es el cazador de vampiros y Yunho es un arcangel sexy y poderoso, que combinacion mas electrizante. Pero desde el inicio se siente la quimica que fluye entre los dos, de seguro va ser una gran historia.
Ahora solo queda esperar para ver que pasa con Jae por que creo que ya hizo enfadar a Yunho.... que ansias de saber lo que sigue.
Gracias unnie por volver a enviarme la invitacion prometo que entraré y comentaré estas hermosas historias.Aunque creo que vooveré mas ansiosa de leer mas de tus historias, bye.
yo no lo leo no lo hago abuuu pido disculpas pero el tiempo no me da ahora en vacaciones navideñas lo hare lo prometo se que estan excelentes espero poder leerlos *-*
ResponderEliminaro no yunho no tolera que se le rebelen hoooooooooooo no esta a costumbrado a que le desobedezcan y jae le a resultado ser todo un caso de rebelión ese jae si que tiene mucho valor al estar desobedeciendo las ordenes de yunho pues no demuestra el miedo que dese tenerle con su actitud y no creo que yunho mate a jae
ResponderEliminare,e un tanto raros esos dos >,,,,,,<
ResponderEliminarYH dudo que le haga algo malo a JJ e,e o si ><???
n,n esperare esta y las demas historias n,n
wooooooow no lo habia leido esta muy interesante !!
ResponderEliminarme encanto el capo asdadsd yunho es un macho alfa
mandando siempre a JJ xD gracias x compartir
espero el sig con ansias :)
wiii es super seguire leyendo <3
ResponderEliminarYunho da miedo y Jae esta asustado pero apesar de eso decide retarlo ... se siente la quimica entre estos dos . Interesante!
ResponderEliminarAy cosotas...yunho es siniestro y eso q es arcangel....q hará mi Jae???
ResponderEliminarSeguiré leyendo...gracias