CAPÍTULO 1
La luna arrojaba sombras largas sobre la vieja torre de piedra, de
tres pisos de altura, y parecía mirar con cierto cansancio ceñudo la muralla
rota y medio derrumbada que la rodeaba. Aquella torre había sido construida
doscientos años antes de aquella húmeda noche primaveral de 1501, en el mes de
abril. Ahora reinaba la paz; ya no hacían falta las fortalezas de piedra. Pero
ese no era el hogar de un hombre trabajador. Si su bisabuelo había habitado la
torre en tiempos en que semejantes fortificaciones tenían sentido, pensaba
(cuando estaba lo bastante sobrio como para pensar) que la vivienda también era
buena para él y las generaciones futuras.
Una gran caseta de guardia vigilaba las murallas medio derruidas y
la vieja torre. Allí dormía un custodio solitario, con el brazo alrededor de
una bota de vino medio vacía. Dentro de la torre, la planta baja estaba
sembrada de perros y caballeros dormidos. Las armaduras se amontonaban contra
los muros, desordenadas y herrumbrosas, entremezcladas con los sucios juncos
que cubrían las tablas de roble.
Tal era la finca: un castillo pobre, anticuado y de mala fama,
objeto de chistes. Se decía que, si las murallas fueran tan fuertes como el
vino, estaba en condiciones de rechazar el ataque de todo el reino. Pero nadie
lo atacaba. No había motivos para hacerlo. Muchos años antes, el dueño había
perdido casi todas sus tierras ante caballeros jóvenes, ansiosos y pobres, que
acababan de ganarse las espuelas. Sólo quedaba la torre antigua (que, según la
opinión unánime, debería haberse derribado) junto con algunas alejadas tierras
de cultivo que servían de sostén a la familia.
En el piso más alto había una ventana iluminada. Ese cuarto estaba
frío y húmedo; la humedad nunca abandonaba los muros, ni siquiera en medio del
verano más seco. Entre las piedras brotaba el musgo y por el suelo se escurrían
sin cesar pequeñas sombras reptantes. Pero en ese cuarto estaba toda la riqueza
del castillo, sentada ante un espejo.
Lee Yoon Ji se inclinó hacia el cristal y aplicó un oscurecedor a
sus pestañas cortas. Se trataba de un cosmético importado de Francia. Se echó
hacia atrás para analizarse con aire crítico. Era objetiva con respecto a su
apariencia personal; conocía sus puntos fuertes y sabía usarlos para mayor
ventaja.
Vio en el espejo un pequeño rostro oval, de facciones delicadas,
boca pequeña, como botón de rosa; nariz recta y fina. Los ojos grandes y almendrados,
eran su mejor rasgo. Enjuagaba siempre su cabellera con jugo de limón y
vinagre. Sung, su doncella, hizo caer un mechón sobre la frente de su señora y
le puso una capucha de grueso brocado, bordeado por una ancha franja de
terciopelo anaranjado.
Yoon Ji abrió la boca para echar otra mirada a sus dientes. Eran
su punto flojo: torcidos y algo salientes. Con el correr de los años había
aprendido a mantenerlos ocultos, a sonreír con los labios cerrados, a hablar
con suavidad y sin levantar del todo la cabeza. Ese amaneramiento era una
ventaja, pues intrigaba a los hombres, haciéndoles pensar que ella no tenía
noción de su propia belleza y que podrían despertar esa tímida flor a todos los
deleites del mundo.
Se levantó para alisarse el vestido sobre el cuerpo esbelto. No
tenía muchas curvas. Sus pequeños pechos descansaban sobre una estructura
recta, sin forma en las caderas ni en la cintura. A ella le gustaba así: su
cuerpo parecía pulcro y limpio comparado con el de otras mujeres.
Lucia ropas lujosas, que parecían fuera de lugar en ese miserable
ambiente. Sobre el cuerpo llevaba una camisa de hilo tan fino que se lo hubiera
tomado por gasa. Después, un rico vestido, del mismo brocado que la capucha,
con gran escote cuadrado y corpiño muy ceñido a la delgada silueta.
La falda era una suave y graciosa campana. El brocado azul estaba
bordeado de blancas pieles de conejo que formaban un ancho borde y puños
amplios en las mangas. Le rodeaba la cintura una banda de cuero azul,
incrustada de grandes granates, esmeraldas y rubíes.
Yoon Ji continuó analizándose, en tanto Sung le deslizaba un manto
de brocado forrado de piel de conejo sobre los hombros.
–No puede reunirse con él, mi señora. Justamente ahora que se va
a...
– ¿A casarme con otro? – Preguntó Yoon Ji, en tanto se sujetaba el
pesado manto a los hombros. Se volvió para mirarse en el espejo, complacida por
el resultado. La combinación de azul y anaranjado resultaba muy llamativa.
Aquel atuendo no le permitiría pasar inadvertida – ¿Y qué tiene mi casamiento
que ver con cuanto yo haga ahora?
–Usted sabe que es pecado. No puede ir al encuentro de un hombre
que no es su esposo.
Yoon Ji dejó escapar una risa breve, mientras acomodaba los
pliegues del manto.
– ¿Quieres que salga al encuentro de mi prometido, del querido Kwang
Gyu?–Preguntó con mucho sarcasmo.
Antes de que la doncella pudiera contestar, continuó:
–No hace falta que me acompañes. Conozco el trayecto y, para lo
que voy a hacer con Yunho, no hace falta nadie más.
Sung no se escandalizó; estaba al servicio de Yoon Ji desde hacía
mucho tiempo.
–No, iré. Pero sólo para cuidar de que no sufra daño alguno.
Yoon Ji ignoró a la anciana, tal como la había ignorado toda la
vida. Tomó una vela del pesado candelabro puesto junto a su cama y se acercó a
la puerta de roble, reforzada con bandas metálicas.
–Silencio, entonces–dijo por encima del hombro, al tiempo que
hacía girar la puerta sobre las bisagras bien aceitadas.
Recogió el manto y la falda para cargarlos sobre el brazo. No pudo
dejar de pensar que en pocas semanas abandonaría aquella decrépita torre para
vivir en una casa, construida con piedra y madera y rodeada de altas murallas
protectoras.
– ¡Silencio!–Ordenó a Sung, cruzando un brazo ante el blando
vientre de la mujer.
Ambas se apretaron contra la húmeda pared de la escalera. Uno de
los guardias de su padre cruzó a paso torpe allá abajo, se ató las calzas y
reanudó la marcha hacia su jergón de paja. Yoon Ji se apresuró a apagar la
vela, rogando que el hombre no hubiera oído la exclamación ahogada de Sung. La
quietud negra y pura del viejo castillo las envolvió a ambas.
–Vamos–susurró Yoon Ji, sin tiempo ni deseos de prestar oídos a
las protestas de su doncella.
La noche era clara y fresca. Tal como Yoon Ji esperaba, había dos
caballos preparados. La joven, sonriente, se lanzó sobre la silla del pote
oscuro. Más tarde recompensaría al palafrenero que tan bien atendía a su
señora.
– ¡Mi señora!–Gimió Sung, desesperada.
Pero Yoon Ji no se volvió; sabía que Sung era demasiado gorda para
montar sin ayuda. No estaba dispuesta a perder siquiera uno de sus preciosos
minutos con una vieja inútil, considerando que Yunho la esperaba.
La puerta que daba al río la habían dejado abierta para ella.
Había llovido horas antes y el suelo aún estaba húmedo, pero en el aire flotaba
un toque de primavera. Y con él, una sensación de promesa... y de pasión.
Una vez segura de que los cascos del caballo no serían oídos, Yoon
Ji se inclinó hacia adelante, susurrando:
–Anda, mi demonio negro. Llévame hasta mi amante.
El potro hizo una cabriola para demostrar que comprendía y estiró
las patas delanteras. Conocía el camino y lo devoró a una velocidad tremenda.
Yoon Ji sacudió la cabeza, dejando que el aire le refrescara las
mejillas, en tanto se entregaba al poder y la fuerza de la magnífica bestia. Yunho,
Yunho, Yunho, parecían decir los cascos, al tronar por el camino apisonado. En
muchos sentidos, los músculos de un caballo entre sus muslos le hacían pensar
en Yunho. Sus manos fuertes sobre la piel, su potencia, que la dejaban débil de
deseo. Su rostro, el claro de luna brillando en sus pómulos, los ojos
brillantes hasta en la noche más oscura.
–Ah, dulzura mía, con cuidado ahora–dijo Yoon Ji con ligereza,
mientras tiraba de las riendas.
Ya estaba cerca del sitio de sus goces y empezaba a recordar lo
que tanto se había esforzado por borrar de su mente. Esta vez Yunho estaría
enterado de su inminente casamiento y se mostraría furioso con ella.
Giró la cara para ponerla bien frente al viento, y parpadeó con
rapidez hasta que las lágrimas empezaron a formarse. Las lágrimas serían una
ayuda. Yunho las detestaba, de modo que ella las había usado con prudencia en
esos dos años. Sólo cuando deseaba desesperadamente algo de él recurría a esa
triquiñuela; de ese modo no le restaba efectividad.
Suspiró. ¿Por qué no podía hablar francamente con Yunho? ¿Por qué
era preciso tratar siempre con suavidad a los hombres? Si él la amaba, debería
amar cuanto ella hacía, aunque le fuera desagradable. Pero era inútil desearlo
así, y ella lo sabía. Si decía la verdad, perdería a Yunho. ¿Y dónde podría
hallar a otro amante?
El recuerdo de su cuerpo, duro y exigente, hizo que Yoon Ji
clavara los tacones de sus zapatitos en los flancos del caballo. Oh, sí, usaría
las lágrimas y cuanto hiciera falta para conservar a Jung Yunho, caballero de
renombre, luchador sin igual... ¡y suyo, todo suyo!
De pronto le pareció oír las acuciantes preguntas de Sung. Si
deseaba tanto a Yunho, ¿por qué se había comprometido con Kwang Gyu, el de la
piel pálida como vientre de pescado, el de las manos gordas y blandas, el de la
fea boca que formaba un círculo perfecto?
Porque Kwang Gyu era conde. Poseía tierras de un extremo al otro;
tenía fincas. Claro que Yoon Ji no conocía con exactitud la suma de sus
riquezas, pero ya lo sabría. Oh, sí, cuando fuera su esposa lo sabría. Kwang
Gyu tenía la mente tan débil como el cuerpo; ella no tardaría mucho en
dominarlo y manejar sus propiedades. Lo mantendría contento con unas cuantas
rameras y atendería personalmente las fincas, sin dejarse estorbar por las
exigencias masculinas ni las órdenes maritales.
La pasión que Yoon Ji sentía por el apuesto Yunho no le nublaba el
buen juicio. ¿Quién era Jung Yunho? Un barón de poca monta, más pobre que rico.
Soldado brillante, hombre fuerte y hermoso; pero, comparado con Kwang Gyu, no
tenía fortuna. ¿Y cómo sería la vida con él? Las noches serían noches de pasión
y éxtasis, pero Yoon Ji sabía bien que ninguna mujer dominaría jamás a Yunho.
Si se casaba con él, se vería obligada a permanecer de puertas adentro,
haciendo labores femeninas. No, Jung Yunho no se dejaría dominar jamás por una
mujer. Sería un esposo exigente, tal como era exigente en su papel de amante.
Azuzó a su caballo. Ella lo quería todo: la fortuna y la posición
social de Kwang Gyu junto con la pasión de Yunho. Sonriente, se acomodó los
broches de oro que sostenían el vistoso manto sobre sus hombros. Él la amaba,
de eso estaba segura, no perdería su amor. ¿Cómo podía perderlo? ¿Qué mujer la
equiparaba en belleza?
Jaejoong empezó a parpadear con rapidez. Bastarían unas pocas
lágrimas para hacerle comprender que ella se veía obligada a casarse con Kwang Gyu. Yunho era hombre de honor.
Comprendería que la muchacha debía respetar el acuerdo de su padre con Kwang
Gyu. Sí; si se conducía con cautela, podría tenerlos a ambos: a Yunho para la
noche, a Kwang Gyu y a su fortuna durante el día.
* * *
Yunho esperaba en silencio. Sólo un músculo se movía en él,
tensando y aflojando la mandíbula. El claro de luna plateaba sus pómulos,
asemejándolos a hojas de puñal. Su boca firme y recta formaba una línea severa
por encima de la barbilla hendida. Los ojos marrones, oscurecidos por la ira,
parecían casi tan negros como el pelo que se rizaba asomando por el cuello de
la chaqueta de lana.
Sólo sus largos años de rígido adiestramiento en las reglas de
caballería le permitían ejercer tanto dominio sobre su exterior. Por dentro,
estaba hirviendo. Esa mañana se había enterado de que su amada iba a casarse
con otro; se acostaría con otro hombre; de él serían sus hijos. Su primer
impulso fue cabalgar directamente hasta la torre para exigir que ella
desmintiera el rumor, pero el orgullo lo contuvo. Como había concertado aquella
cita con ella semanas antes, se obligó a esperar hasta que llegara el momento
de verla otra vez, de abrazarla y oírla decir, con sus dulces labios, lo que él
deseaba escuchar: Que no se casaría sino con él. Y de eso estaba seguro.
Clavó la vista en la vacuidad de la noche, alerta al ruido de
cascos. Pero el paisaje permanecía en silencio; era una masa de oscuridad,
quebrada só1o por las sombras más oscuras. Un perro se escurrió de un árbol a
otro, desconfiando de aquel hombre quieto y silencioso. La noche traía
recuerdos de la primera cita con Yoon Ji en ese claro: un rincón protegido del
viento, abierto al cielo. Durante el día, cualquiera podría haber pasado a
caballo ante él sin verlo siquiera, pero por la noche las sombras lo
transformaban en una negra caja de terciopelo, con el tamaño justo para
contener una gema.
Yunho había conocido a Yoon Ji en la boda de una de las hermanas
de ella. Si bien los Jung y los Lee eran vecinos, rara vez se veían. El padre
de Yoon Ji era un borracho que se ocupaba muy poco de sus propiedades. Su vida
(como la de su esposa y sus cinco hijas) era tan mísera como la de algunos
siervos. Si Yunho asistió a los festejos, fue sólo por cumplir con un deber y
para representar a su familia, pues sus tres hermanos se habían negado a
hacerlo.
En ese montón de mugre y abandono, Yunho descubrió a Yoon Ji: su
bella e inocente Yoon Ji. En un principio no pudo creer que perteneciera a
aquella familia de mujeres gordas y feas. Sus ropas eran de telas caras; sus
modales, refinados; en cuanto a su belleza...
Se sentó a mirarla, tal como lo estaban haciendo tantos jóvenes.
Era perfecta. Desde ese mismo instante, sin haber siquiera hablado con ella, se
enamoró. Más adelante tuvo que abrirse paso a empellones para llegar hasta la
muchacha. Su violencia pareció espantar a Yoon Ji, pero sus ojos bajos y su voz
suave lo hipnotizaron aún más. Era tan tímida y reticente que apenas podía
responder a sus preguntas. Yoon Ji era todo lo que él habría deseado y más aún:
virginal, pero también muy femenina.
Esa noche le propuso casamiento. Ella le dirigió una mirada de
sobresalto; por un momento sus ojos fueron como zafiros. Después agachó la
cabeza y murmuró que debía consultar con su padre.
Al día siguiente, Yunho se presentó ante el borracho para pedir la
mano de Yoon Ji, pero el hombre le dijo alguna sandez: algo así como que la
madre necesitaba a la niña. Sus palabras sonaban extrañamente entrecortadas,
como si repitiera un discurso aprendido de memoria. Nada de cuanto Yunho dijo
le hizo cambiar de opinión.
Yunho se marchó disgustado y furioso por verse privado de la mujer
que deseaba. No se había alejado mucho cuando la vio. Llevaba la cabellera
descubierta bajo el sol poniente, que la hacía relumbrar, y el rico terciopelo
azul de su traje reflejaba el color de sus ojos. Estaba ansiosa por saber cuál
era la respuesta de su padre. Yunho se la comunicó, furioso; luego le vio las
lágrimas. Ella trató de disimularlas, pero el joven las sintió además de
verlas. En segundos, desmontó y la arrancó de su cabalgadura.
No recordaba bien qué había pasado. Estaba consolándola y, un
minuto después, se encontró en las garras de la pasión, en medio de aquel lugar
oculto, desnudos ambos. Luego, no supo si disculparse o regocijarse. La dulce Yoon
Ji no era una sierva que se pudiera tumbar en el heno, sino una dama, que algún
día sería su señora. Además, virgen. De eso estuvo seguro al ver las dos gotas
de sangre en sus delgados muslos.
¡Dos años! Eso había sido dos años atrás. Si él no hubiera pasado
la mayor parte de ese período patrullando las fronteras, habría exigido al
padre que se la entregara en matrimonio. Pero ya estaba de regreso, y era lo
que planeaba hacer. En caso necesario, llevaría su súplica al rey. Lee no se
mostraba razonable. Yoon Ji le habló de sus conversaciones con el padre, de sus
súplicas y ruegos sin éxito. Una vez le mostró el cardenal que le había costado
su insistencia en favor de Yunho. El muchacho estuvo a punto de enloquecer;
tomó la espada, dispuesto a ir en busca del hombre, pero Yoon Ji se colgó de
él, con lágrimas en los ojos, suplicándole que no hiciera daño a su padre. El
nada podía negar a sus lágrimas; por lo tanto, envainó el acero y le prometió
esperar. Yoon Jile aseguraba que su padre acabaría por comprender.
Por eso continuaron reuniéndose en secreto, como niños
caprichosos, aunque la situación disgustaba a Yunho. Yoon Ji le rogaba que no
hablara con su padre, asegurando que ella lo persuadiría.
Yunho cambió de postura y volvió a escuchar. Una vez más, sólo
percibió el silencio. Esa mañana había oído que Yoon Ji se casaría con Kwang
Gyu, aquel pedazo de alga marina. Kwang Gyu pagaba enormes sumas al rey para
que no se lo obligara a combatir en guerra alguna. En opinión de Yunho, no era
hombre. No merecía su título de conde. Sólo imaginar a Yoon Ji casada con él le
resultaba imposible.
De pronto, todos sus sentidos se alertaron: oía el ruido apagado
de unos cascos en el suelo húmedo. De inmediato estuvo junto a Yoon Ji, que
cayó en sus brazos.
–Yunho–susurró–, mi dulce Yunho.
Y se aferró a él, casi como si estuviera aterrorizada.
El joven trató de apartarla para verle la cara, pero ella se
abrazaba con tanta desesperación que le quitó el valor.
Sentía la humedad de sus lágrimas en el cuello. De inmediato lo
abandonó la cólera que había experimentado durante todo el día. La estrechó
contra sí, murmurándole frases cariñosas al oído, mientras le acariciaba el
pelo.
– ¿Qué pasa? Dime. ¿Qué te hace sufrir tanto?
Ella se apartó para permitirle que la mirara, segura de que la
noche no delataría el escaso enrojecimiento de sus ojos.
–Es demasiado horrible–susurró con voz ronca–Es insoportable.
Yunho se puso algo tenso al recordar lo que había oído sobre el
casamiento.
–Entonces, ¿es cierto?
Yoon Ji sollozó delicadamente, se tocó la comisura del ojo con un
solo dedo y lo miró por entre las pestañas.
–No he podido convencer a mi padre. Hasta me negué a comer para
hacerle cambiar de idea, pero él hizo que una de las mujeres... No, no te
contaré lo que me hicieron. Dijo que... Oh, Yunho, no puedo repetir las cosas
que me dijo.
Sintió que el joven se ponía rígido.
–Iré a buscarlo y...
– ¡No!–Exclamó ella, casi frenética, aferrándose a sus brazos
musculosos– ¡No puedes! Es decir...–bajó los brazos y las pestañas–Es decir, ya
es cosa hecha. El compromiso matrimonial está firmado ante testigos. Ya no hay
nada que se pueda hacer. Si mi padre se desdijera, tendría que pagar mi dote a Kwang
Gyu de cualquier modo.
–La pagaré yo – dijo Yunho, pétreo.
Yoon Ji le miró con sorpresa; nuevas lágrimas se agolparon en sus
ojos.
–Daría igual. Mi padre no me permite casarme contigo; ya lo sabes.
Oh, Yunho, ¿qué voy a hacer?–Lo miró con tanta desesperación, que él la
estrechó contra sí– ¿Cómo voy a soportar el perderte, amor mío?–Susurró contra
su cuello–. Tú eres mi carne y mi vino, sol y noche. Moriré... moriré si te
pierdo.
– ¡No digas eso! ¿Cómo podrías perderme? Sabes que yo siento lo
mismo por ti.
Ella se apartó para mirarlo, súbitamente reconfortada.
–Entonces, ¿me amas? ¿Me amas de verdad, de modo que, si nuestro
amor es puesto a prueba, yo pueda estar segura de ti?
Yunho frunció el ceño.
– ¿Puesto a prueba?
Yoon Ji sonrió entre lágrimas.
–Aún si me caso con Kwang Gyu, ¿me amarás?
– ¿Casarte?–Estuvo a punto de gritar, y la apartó de si– ¿Piensas
casarte con ese hombre?
– ¿Acaso tengo alternativa?
Guardaron silencio. Yunho la fulminaba con la mirada. Yoon Ji mantenía
los ojos castamente bajos.
–Entonces me iré. Desapareceré de tu vista. No tendrás que volver
a verme.
Estaba ya a punto de montar a caballo cuando él reaccionó. La
aferró con dureza, besándola hasta magullarla. Ya no hubo palabras; no hacían
falta. Sus cuerpos se comprendían bien, aun cuando ellos no estuvieran de
acuerdo. La tímida jovencita había desaparecido, reemplazada por la apasionada Yoon
Ji que Yunho había llegado a conocer tan bien.
Ella le tiró frenéticamente de la ropa hasta que todas sus prendas
quedaron amontonadas en el suelo.
Rió gravemente al verlo desnudo ante sí. Yunho tenía los músculos
desarrollados por sus muchos años de adiestramiento y le sacaba fácilmente una
cabeza, aunque Yoon Ji solía sobrepasar a muchos hombres. Sus hombros eran
anchos; su pecho, poderoso. Sin embargo tenía las caderas estrechas, el vientre
plano y los músculos divididos en cadenas. Se abultaban en los muslos y en las
pantorrillas, fortalecidos por el frecuente uso de la pesada armadura.
Yoon Ji se apartó un paso y tomó aliento entre los dientes,
devorándolo con los ojos. Alargó las manos hacia él como si fueran garras.
Yunho la atrajo hacia él y besó aquella boca, que se abrió con
amplitud bajo la suya, hundiéndole la lengua. Ella apretó contra sí; el contacto
del vestido contra la piel desnuda lo excitaba. Llevó sus labios a la mejilla y
al cuello.
Tenían toda la noche por delante y él tenía intención de pasarla
entera haciéndole el amor.
– ¡No!–Exclamó Yoon Ji, impaciente, apartándose con brusquedad. Se
quitó el manto de los hombros, sin preocuparse de la costosa tela, y apartó las
manos de Yunho de la hebilla de su cinturón–Eres demasiado lento–afirmó con
sequedad.
Yunho frunció el ceño, pero a medida que las capas de vestimenta
femenina caían al suelo sus sentidos acabaron por imponerse. Ella estaba tan
deseosa como él. ¿Qué importaba si no quería perder tiempo para unir piel con
piel?
Yunho habría querido saborear su cuerpo delgado por un rato, pero
ella lo empujó rápidamente al suelo y lo guió con la mano hacia su interior.
Entonces él dejó de pensar en ociosos juegos de amor o en besos lentos. Yoon Ji
estaba bajo él, incitándolo con voz áspera; con las manos en las caderas, lo
impulsaba cada vez con más fuerza. Por un momento Yunho temió hacerle daño, pero
ella parecía glorificarse con su potencia.
– ¡Ya, ya!–Exigió.
Y ante su obediencia emitió un gutural sonido de triunfo.
Inmediatamente se apartó de él. Le había dicho repetidas veces que
lo hacía porque no lograba reconciliar su pasión con su condición de soltera.
Sin embargo, a Yunho le habría gustado abrazarla un rato más, gozar de su
cuerpo, tal vez hacerle el amor por segunda vez. Lo habría hecho entonces con
lentitud, ya agotada la primera pasión. Trató de ignorar su sensación de vacío;
era como si acabara de paladear algo y aún no estuviera saciado.
–Tengo que irme–dijo ella.
Se incorporó para iniciar el intrincado proceso de vestirse.
A él le gustaba verle las esbeltas piernas cuando se ponía las
ligeras medias de hilo; al menos, observándola así aliviaba un poco ese vacío.
Inesperadamente, recordó que pronto otro hombre tendría derecho a tocarla, Y
entonces tuvo necesidad de herirla, tal como ella lo estaba hiriendo.
–Yo también he recibido una propuesta matrimonial.
Yoon Ji se detuvo instantáneamente, con la media en la mano. Lo
miró a la espera de más detalles.
–Del hijo de Kim Tae Woong.
–El sólo tiene dos hijos casados–afirmó Yoon Ji instantáneamente.
Kim era uno de los condes del rey; sus propiedades convertían las
fincas de Kwang Gyu en parcelas de siervo. Yoon Ji había empleado los dos años
pasados por Yunho fuera en averiguar la historia de todos los condes, los
hombres más ricos, antes de decidir que Kwang Gyu era la presa más segura.
– ¿No sabes que sus dos hijos murieron hace dos meses de una
terrible enfermedad?
Ella lo miró con fijeza.
–Pero nunca supe que tuviera otro hijo.
–Un muchacho llamado Jaejoong, más joven que los varones. Dicen
que su madre lo había destinado a la Iglesia. El muchacho permanece enclaustrado
en casa de su padre.
– ¿Y se te ha ofrecido a ese Jaejoong en matrimonio? Pero ha de
ser el heredero de su padre, un hombre de fortuna. ¿Por qué habría de ofrecerla
a...?– Yoon Ji se interrumpió, recordando que tenía que disimular sus
pensamientos.
Él apartó la cara; en la mandíbula se le contraían los músculos y
el claro de luna se reflejaba en su pecho desnudo, levemente sudado por el acto
de amor.
– ¿Por qué habría de ofrecer semejante presa a un Jung?–Completó Yunho
con voz fría.
En otros tiempos la familia Jung había sido lo bastante rica como
para despertar la envidia del rey, quien había declarado traidores a todos sus
miembros.
Tuvo tanto éxito en sus intentos de destruirlos que sólo ahora,
cien años después, comenzaban los Jung a recobrar algo de lo perdido. Pero la
familia tenía buena memoria y a ninguno de ellos le gustaba recordar, por
referencias ajenas, lo que habían sido en otros tiempos.
–Por los brazos de mis hermanos y por los míos–continuó él,
después de un rato–Las tierras de Kim lindan con las nuestras por el norte, y
él teme a los ataques. Comprende que sus propiedades estarán protegidas si se
alía con mi familia. Uno de los cantantes de la Corte le oyó comentar que los Kim,
cuanto menos, producen varones que sobreviven. Al parecer, si me ofrece su hijo
es para que le haga concebir hijos varones.
Yoon Ji ya estaba casi vestida. Lo miró fijamente.
–El título pasará a través del hijo, ¿verdad? Tu primogénito será
conde. Y tú lo serás cuando Kim muera.
Yunho se volvió bruscamente. No había pensado en eso; tampoco le
importaba. Resultaba extraño que se le ocurriera justamente a Yoon Ji, a quien
le importaban tan poco los bienes mundanos.
– ¿Te casarás con él?–Preguntó Yoon Ji, erguida ante él, que
empezaba a vestirse deprisa.
–Todavía no he tomado una decisión. El ofrecimiento llegó hace
apenas dos días y por entonces yo pensaba...
– ¿Lo has visto?–Interrumpió la joven.
– ¿A quién? ¿Al heredero?
Yoon Ji apretó los dientes. Los hombres solían ser insufribles.
Pero se repuso.
–Es bello, lo sé–dijo, lacrimosa–. Y una vez casado con él, te
olvidarás de mí.
Yunho se puso velozmente de pie. No sabía si encolerizarse o no.
Ella hablaba de esos casamientos como si no fueran a alterar en absoluto la
relación entre ambos.
–No lo he visto–respondió en voz baja.
De pronto la noche pareció cerrarse sobre él. Había albergado la
esperanza de que Yoon Ji desmintiera los rumores de su boda; en cambio, se
encontraba pensando en la posibilidad de casarse a su vez. Deseaba huir, huir
de las complejidades para volver a la sólida lógica de sus hermanos.
–No sé qué va a suceder.
Yoon Ji, con el ceño fruncido, se dejó tomar del brazo y conducir
hasta su caballo.
–Te amo, Yunho –dijo apresuradamente–Pase lo que pase, te amaré
siempre, siempre te querré.
Él la levantó rápidamente hasta la silla.
–Tienes que regresar antes de que alguien descubra tu ausencia. No
conviene que semejante historia llegue a oídos del bravo y noble Kwang Gyu,
¿verdad?
–Eres cruel, Yuhno–dijo ella, pero no se percibían lágrimas en su
voz–. ¿Vas a castigarme por lo que no está en mi mano remediar, por lo que
escapa a mi voluntad?
Él no tuvo respuesta.
Yoon Ji se inclinó para
besarlo, pero se dio cuenta de que estaba pensando en otra cosa y eso la
asustó. Entonces agitó bruscamente las riendas y se alejó al galope.
YunHo esta enamorado de una mujerzuela oportunistaㄱㄱ
ResponderEliminaruna vez que se case con Jaejoong, este verá que él es mucho más hermoso que la cosa de la que esta enamorado.
no no yunho esta ciego que no ve que esa Yoon Ji es una mujerzuela ambiciosa que nomas quiere tener todo para ella espero y yunho se de cuenta ha tiempo y la olvide con jae sedara cuenta de que el es mucho mejor en todos los sentidos que esa tipa ya esta esperando que muera jae si todavía no se a casado y ya esta viendo la herencia y el titulo que yunho heredara con su muerte
ResponderEliminarSinceramente aggg odio a ese tipo de gente ... esa una pura oportunista ... me sorprendió que haya sido virgen cuando yunho la tomo ayy solo recordarlo me dan ganas de matarla
ResponderEliminarPero lo bueno es que pronto nuestro jae aparecerá en escena y con el si sabrá lo que es pureza, belleza, honestidad y el verdadero amor
Actualiza pronto esta historia porfas, solo espero que no sea tan sufrida para jae, pero bueno aun asi la leeré
Gracias por la actu <3
Esa fjnvfvjnfjn como puede tener el amor de Yunho, no se lo merece es una descarada sin corazon y ambiciosa.
ResponderEliminarComo Yunho puede amarla? es una ....Espero que Yunho pueda darse cuenta de la mujer de la cual esta enamorado.
Ojala pueda conocer realmente a Jae y aprender a amarlo como el se
merece pero creo que la historia se va a poner complicada, ya que es dificil poder amar a alguien cuando tu corazon ya le pertenece a otra persona, me parece que van a sufrir mucho.
Estaré esperando la continuacion de la historia, bye unnie.
Esa mujer la odio como le ghace eso a Yinho ella solo quiere la riqueza del conde espero que Yunho se de cuenta de como es realmente ella y la deje
ResponderEliminarme encanta este fic ,al fin pude comentar tus fics, me encantan tus historia
espero que actualices pronto,yo te comentare los jueves es que durante la semana no puedo por mi trabajo y como lo mayoria del tiempo estoy en el cel y de alli no puedo comentar
gracias por compartir tus adaptaciones
Yunho enamorado de esa mujer y esta solo pensando en cosasmateriales y posiciones sociales, realmente no merece a yunho, que se case con jae, que se enamoren y se olvide de ella, tal vez no será fácil porque por lo visto jae no quiere casarse con el y yunho esta 'enamorado' de esa mujer pff complicaciones por doquier que ya ansío saber como se desarrollara esta maravillosa historia!
ResponderEliminaryunho no sabe que clases de mujer es ella y la ama y ella solo lo usa , que pasara cuando conozca a fae . gracias por el capi esta muy buena esta historia
ResponderEliminarqué amante se echó Yunho. es una arpía. pobrecito está cegado por ella y hará sufrir a Jae sin darse cuenta que es él el verdadero amor y no la malvada amante.
ResponderEliminargracias
Yunho como puede enamorarse de esa si tu felicidad esta al lado de Jae haha XD
ResponderEliminarespero que acabe bien
esa Yoon Ji es una **** !!
ResponderEliminarYunho esta re contra encaprichado con ella pero una vez que Yunho este con jaejoong ya no lo va soltar y se va a olvidar a esa tal Yoon Ji ... X3
Ayyy Yunho estas ciego!!! Esa Yoon Ji me da miedo es demasiado calculadora y ambiciosa capaz y le hecha el ojo a la fortuna de Jae tambien
ResponderEliminarMaldita mujercita...y Yunho piensa q ella es inocente y lo ama??? Lo q es estar ciego x la pasión....espero q no sufra mucho mi Jae x culpa de estos 2
ResponderEliminarEsta mujer es como una patada en la punta del dedo de mi pie. Ojala Jae vaya a estar bien.
ResponderEliminar¡gracias!
Cuando se está enamorado se está tan ciego respecto a la otra persona, ve la belleza superficial sin encontrar ningún defecto porque los ocultan y el no los quiere ver, ella es una egoísta oportunista, que de él solo quiere sexo. Ahora que conozca a Jae a ver cuanto tiempo sigue con la venda en los ojos Yunho.
ResponderEliminarGracias!!! 💗💕💞