CAPÍTULO 02
Jae
se paseaba por el rincón más apañado de la sección de fumadores de la puerta de
embarque, dando unas caladas profundas y rápidas al cigarrillo, que empezó a
marearse. El avión, se dirigía a una de sus ciudades favoritas, algo que tomó
como una buena señal en una larga cadena de acontecimientos que se iban
volviendo cada vez más desastrosos.
Primero,
el estirado y poderoso señor Jung se negó a aceptar el plan. Luego le había
saboteado el equipaje. Cuando el chófer descargó una sola maleta del maletero en
lugar del juego completo que él había preparado, Jae pensó que era una
equivocación, pero Yunho lo sacó rápidamente de su error.
—Viajaremos
con poco equipaje. Le ordené al ama de llaves que lo rehiciera por ti durante
la ceremonia.
—
¡No tenía derecho a hacer eso!
—Vamos
a facturar. — Yunho cogió su propio y ligero equipaje, y Jae se quedó mirando
con asombro cómo echaba a andar sin dejarle otra opción que seguirlo. Él apenas
podía cargar con la maleta; mientras se arrastraba tras él. Sintiéndose
desgraciado y cohibido, se había dirigido a la entrada, donde todo aquel que
pasaba notaba el pantalón agujereado, la ropa quemada.
Cuando
Yunho desapareció en los aseos, Jaejoong se había apresurado a comprar una
nueva cajetilla, pero descubrió que sólo tenía un billete. Se dio cuenta con
inquietud de que ése era todo el dinero que poseía. Sus cuentas corrientes
estaban bloqueadas y las tarjetas de crédito canceladas. Por lo tanto, volvió a
guardar el billete en la cartera y le pidió un pitillo a un atractivo
ejecutivo.
En
cuanto lo apagó, Yunho salió de los aseos y al ver cómo iba vestido sintió un
vuelco en el estómago. El oscuro traje sastre había sido reemplazado por una
camisa vaquera, desgastada por infinidad de lavados, y unos vaqueros tan
descoloridos que parecían casi blancos. Los bajos deshilachados del pantalón
caían sobre unas botas camperas de piel llenas de rozaduras. Llevaba la camisa
remangada, mostrando unos fuertes y bronceados antebrazos y un reloj de oro con
una correa de piel. Jae se mordisqueó el labio inferior. Al pensar en todo lo
que su padre podía haberle hecho.
Yunho
se acercó a él cargando la maleta con facilidad por el asa. Los ceñidos
pantalones revelaban unas piernas musculosas y unas caderas estrechas. A Ah
Hyun le hubiera encantado.
—Vamos.
Acaban de hacer la última llamada.
—Señor
Jung, por favor, no creo que quiera hacer esto. Si me prestara sólo la tercera
parte del dinero que legítimamente me pertenece, podríamos poner fin a esta
situación.
—Le
hice una promesa a tu padre y nunca falto a mi palabra. Quizá sea un poco
anticuado, pero es una cuestión de honor.
—
¡Honor! ¡Se ha vendido! ¡Dejó que mi padre le comprara! ¿Qué clase de honor es
ése?
—Sang
y yo hicimos un trato y no voy a romperlo. Por supuesto, si insistes en
marcharte, no te detendré.
—
¡Sabe que no puedo hacerlo! No tengo dinero.
—Entonces,
vámonos. — Yunho sacó las tarjetas de embarque del bolsillo de la camisa y se
puso en marcha.
Jae
no tenía dinero ni tarjetas de crédito, y su padre le había ordenado que no se
pusiera en contacto con él. Con el estómago revuelto, se percató de que no
tenía otra alternativa que seguirlo, y cogió la maleta.
Delante
de Jaejoong, Yunho había alcanzado la última hilera de sillas, donde un
adolescente estaba sentado fumando. Cuando su nuevo marido pasó junto al chico,
el cigarrillo de éste comenzó a arder.
* * *
Unas
dos horas después Jae se encontraba bajo un sol resplandeciente en el
aparcamiento del aeropuerto, observando la camioneta negra de Yunho; tenía el
capó cubierto por una gruesa capa de polvo y la matrícula casi ilegible por el
barro seco que la ocultaba.
—Déjala
ahí detrás. — Yunho lanzó su propia maleta sobre la camioneta, pero no se
ofreció a hacer lo mismo con la de él, igual que no se había ofrecido a
llevársela en el aeropuerto.
Jae
rechinó los dientes. Si pensaba que iba a pedirle ayuda, podía esperar sentado.
Le dolieron los brazos cuando intentó lanzar la voluminosa maleta a la parte
trasera. Pudo sentir los ojos de Yunho sobre él y, aunque sospechaba que al
final agradecería todo lo que el ama de llaves había metido en ella, en ese
momento habría dado cualquier cosa por que aquel diseño fuera más pequeño.
Cogió
el asa con una mano y sujetó la parte inferior de la maleta con la otra. Con
gran esfuerzo, tiró de ella.
—
¿Necesitas ayuda? —preguntó Yunho con falsa inocencia.
—No...,
gra... cias. —Las palabras parecían gruñidos más que otra cosa.
—
¿Estás seguro?
Jae,
que por fin consiguió alzarla para empujarla con el hombro hacia dentro, no
tenía suficiente aliento para contestar. Sólo unos centímetros más. Se
tambaleó. Un poco más...
Con
un grito de consternación, la maleta y él cayeron hacia atrás. Gritó al
impactar contra el pavimento, luego chilló de pura rabia. Con la mirada clavada
en el cielo se percató de que la maleta había amortiguado la caída y evitado
que se lastimara. También se dio cuenta de que había caído de manera desgarbada,
las rodillas pegadas y los pies extendidos.
Unas
oscuras y gastadas botas camperas entraron en su ángulo de visión. Deslizó la
mirada por los muslos que se perfilaban bajo los vaqueros y por el ancho pecho
y, al llegar a aquellos ojos que brillaban con diversión, Jae recuperó su
dignidad. Juntando los tobillos, se apoyó en los codos.
—Esto
es justo lo que pretendía.
La
risa de Yunho fue ronca y oxidada, como si no se hubiera reído en mucho tiempo.
—Si
tú lo dices.
—Así
es. —Con toda la dignidad que pudo reunir, se impulsó sobre los codos hasta
quedar sentado. —A esto es a lo que nos ha llevado su comportamiento infantil.
Espero que lo sienta.
Yunho
soltó una carcajada.
—Tú
lo que necesitas es un vigilante, cara de ángel, no un marido.
—
¡Deje de llamarme así!
—Agradéceme
que te llame así. —Cogió el asa de la maleta y la lanzó con facilidad sobre la
parte trasera de la camioneta como si no pesara más que el orgullo de Jae.
Luego tiró de Jae hasta ponerlo en pie. Abrió la puerta de la camioneta y lo
empujó al sofocante interior.
Jae
esperó para hablar hasta que hubieron dejado el aeropuerto atrás. Viajaban por
una carretera de doble sentido que se dirigía tierra adentro, Jae no esperaba
eso.
Maleza
bordeaba ambos lados de la carretera y el aire caliente que entraba por las
ventanillas abiertas de la camioneta le agitaba los cabellos contra las
mejillas. Adoptando un tono suave, Jae rompió el silencio.
—
¿Podría encender el aire acondicionado? Se me enreda el pelo.
—Lleva
años sin funcionar.
Tal
vez estuviera ya entumecido, porque aquella respuesta no lo sorprendió. Los
kilómetros pasaron volando y los signos de civilización escaseaban cada vez
más. De nuevo le preguntó lo que se había negado a contestar cuando bajaron del
avión.
—
¿Podría decirme adonde nos dirigimos?
—Es
mejor que lo veas por ti mismo.
—Eso
no suena muy esperanzador.
—Por
decirlo de una manera suave, donde vamos no hay salón de cóctel.
Vaqueros,
botas. ¡Tal vez fuera ranchero! «Por favor, Dios, que sea ranchero. Que sea
igual que un episodio de televisión. Que haya una hermosa casa, ropas de
diseño.»
—
¿Es usted ranchero?
—
¿Parezco ranchero?
—Lo
que parece es un psiquiatra. Responde a una pregunta con otra.
—
¿Los psiquiatras hacen eso? Nunca he ido a uno.
—Por
supuesto que no. Es evidente lo bien que le funciona la cabeza
Jae
había intentado que el comentario sonara sarcástico, pero el sarcasmo nunca se
le había dado bien y pareció que lo estaba adulando.
Jae
miró por la ventanilla el hipnótico paisaje de la carretera. Totalmente
ensimismado, vio una casa desvencijada con un árbol en el patio delantero lleno
de comederos de pájaros hechos de calabaza. El aire caliente los movía.
Cerró
los ojos y se imaginó fumando. O lo intentó. Hasta ese día, no se había dado
cuenta de lo mucho que dependía de la nicotina. En cuanto se adaptara a la
nueva situación, tendría que dejar de fumar. En cuanto llegara a su nueva vida,
tendría que replantearse muchas cosas. Por ejemplo, nunca fumaría en la casa
del rancho. Si le apetecía un cigarrillo, saldría a fumárselo a la terraza, en
el balancín al lado de la piscina.
Mientras
seguía soñando, se encontró rezando otra vez: «Por favor, Dios, que haya
terraza. Que haya piscina...»
Un
poco más tarde, lo despertó el traqueteo de la camioneta. Se incorporó
bruscamente, abrió los ojos y soltó un grito ahogado de asombro.
—
¿Pasa algo?
—Dígame
que eso no es lo que creo que es.
El
dedo de Jae temblaba cuando señaló hacia el objeto que se movía al otro lado
del polvoriento parabrisas.
—Es
difícil confundir a un elefante con otra cosa.
Era
un elefante. Un elefante de verdad, vivito y coleando. La bestia recogió un
fardo de heno con la trompa y lo lanzó hacia atrás. Mirando la deslumbrante luz
del atardecer, Jae rezó para estar todavía durmiendo y que aquello sólo fuera
una pesadilla.
—Dígame
que estamos aquí porque quiere llevarme al circo.
—No
exactamente.
—
¿Va a ir usted solo?
—No.
Jae
tenía la boca tan seca que le resultaba difícil articular las palabras.
—Sé
que no le gusto, señor Jung, pero, por favor, dígame que no trabaja aquí.
—Soy
el gerente.
—Gerente
de un circo —repitió él débilmente.
—Exacto.
Atontado,
Jae se dejó caer contra el asiento. A pesar de su optimismo, era incapaz de
encontrar una luz al final del túnel.
En
el recinto abrasado por el sol había una carpa de circo roja y azul junto con
varias carpas más pequeñas y una gran cantidad de caravanas. La carpa más
grande, salpicada por estrellas doradas, tenía un gran rótulo de color rojo
intenso donde se podía leer el nombre del circo. Además de unos cuantos
elefantes atados, Jae vio una llama, un camello, varias jaulas enormes con
animales y toda clase de gente de mal vivir, entre la que incluyó a algunos
hombres bastante sucios. A la mayoría de ellos parecían faltarle los dientes
delanteros.
El
padre de Jae siempre había sido un esnob. Le encantaba todo ese rollo de los
linajes antiguos y los títulos de nobleza. Se jactaba de descender de las más
grandes familias. El hecho de que hubiera casado a su único hijo con un hombre
que trabajaba en un circo decía mucho de lo que sentía por él.
—No
es exactamente tan vistoso.
—Eso
ya lo veo —repuso Jae débilmente.
—Pero
es uno de los circos que se conocen como circos de barro.
—
¿Por qué dice eso?
—Pronto
lo averiguarás —la respuesta sonó ligeramente diabólica.
Su
marido aparcó la camioneta al lado de las demás, apagó el motor y salió. Para
cuando Jae bajó, Yunho ya había sacado las maletas de la parte trasera y había
echado a andar cargando con ellas.
Los
zapatos de Jae se hundieron en el terreno arenoso y se tambaleó mientras seguía
a Yunho. Todos dejaron lo que estaban haciendo y clavaron los ojos en él. La
rodilla le asomaba por el ancho agujero de los pantalones, la chamuscada
chaqueta se le caía de un hombro y los zapatos se hundían en algo demasiado
blando. Afligido, Jae bajó la mirada para asegurarse de que había pisado justo
lo que se temía.
—
¡Señor Jung!
El
chillido del joven tenía un deje de histeria, pero Yunho pareció no oírlo y
siguió caminando hacia la hilera de caravanas. Jaejoong restregó la suela del
zapato por la arena, llenándoselo de polvo durante el proceso. Con una
exclamación ahogada, Jaejoong echó a andar de nuevo.
Yunho
se acercó a dos vehículos que estaban aparcados uno al lado del otro. El más
cercano era una moderna caravana plateada con una antena parabólica. Al lado
había otra caravana abollada y oxidada que parecía haber sido verde en otra
vida.
«Por
favor, que sea la caravana de la parabólica en vez de la otra. Por favor...»
Yunho
se paró ante la fea caravana verde, abrió la puerta y desapareció en el
interior. Jaejoong gimió, luego se dio cuenta de que estaba tan entumecido
emocionalmente que ni siquiera era capaz de sorprenderse.
Yunho
reapareció en la puerta un momento después y observó cómo se acercaba
tambaleándose hacia él.
Cuando
al fin llegó al combado peldaño de metal, Yunho le ofreció una sonrisa cínica.
—Hogar,
dulce hogar, cara de ángel. ¿Quieres que te coja en brazos para cruzar el
umbral?
A
pesar del sarcástico comentario, Jaejoong eligió ese momento en particular para
recordar que nunca lo habían cogido en brazos para cruzar un umbral y que a
pesar de las circunstancias, éste era el día de su boda.
Quizá
poner un toque sentimental los ayudaría a los dos a sacar algo positivo de esa
terrible experiencia.
—Sí,
gracias.
—
¿Estás de coña?
—
¿Quiere o no quiere hacerlo?
—No
quiero.
Jaejoong
intentó disimular la decepción.
—Vale.
—Es
una puta caravana.
—Ya
lo veo.
—Ni
siquiera creo que las caravanas tengan umbrales.
—Si
hay una puerta, hay un umbral. Incluso un iglú tiene umbral.
Por
el rabillo del ojo, Jaejoong vio que comenzaba a formarse una multitud a su
alrededor. Yunho también se dio cuenta.
—Vamos,
entra.
—Es
usted quien se ha ofrecido.
—Estaba
siendo sarcástico.
—Ya
me he fijado que lo hace mucho. Y por si nadie se lo ha dicho nunca, es una
costumbre molesta.
—Entra,
Jaejoong.
De
alguna manera se había trazado una línea y lo que había comenzado como un
impulso se había convertido en un duelo de voluntades. Jaejoong permaneció en
el escalón, con las rodillas temblorosas, pero intentando mantenerse firme.
—Le
agradecería que por lo menos tuviera la decencia de cumplir esa tradición.
—Por
el amor de Dios. — Yunho bajó de un salto, lo levantó en brazos y lo llevó al interior,
cerrando la puerta de una patada. Al momento lo dejó bruscamente en pie.
Antes
de poder decidir si había ganado o perdido esa batalla en particular, Jaejoong
fue consciente de lo que lo rodeaba y se olvidó de todo lo demás.
—
¡Ay, Dios!
—Herirás
mis sentimientos si me dices que no te gusta.
—Es
horrible.
El
interior era incluso peor que el exterior. Estrecho y desordenado, olía a moho,
a viejo y a comida rancia. Delante de Jaejoong había una cocina en miniatura,
el mostrador de fórmica color azul desvaído estaba astillado. Los platos sucios
estaban amontonados en el diminuto fregadero y había una cacerola con una
gruesa costra sobre el fogón, justo encima de la puerta del horno, que estaba
sujeta por un trozo de cordel. La raída alfombra había sido dorada en otro
tiempo, pero ahora tenía tantas manchas que su color sólo podía describirse
recurriendo a alguna función corporal. A la derecha de la cocina, la
descolorida tapicería a cuadros del pequeño sofá apenas era visible debajo de
la pila de libros, periódicos y ropa. Vio una nevera descascarillada, armarios
con el laminado astillado y una cama revuelta.
Jaejoong
miró rápidamente a su alrededor.
—
¿Dónde están el resto de las camas?
Yunho
lo miró sin expresión, luego pasó junto a las maletas que había dejado en medio
del suelo.
—Esto
es una caravana, cara de ángel, no una suite. Es todo lo que hay.
—Pero...
— Jaejoong cerró la boca. Tenía la garganta seca y un vacío en el estómago.
La
cama ocupaba la mayor parte del fondo de la caravana y estaba separada del
resto por un alambre que sostenía una descolorida cortina color café que en ese
momento estaba recogida contra la pared. Sobre las sábanas había algunas ropas
enredadas, una toalla y algo que parecía ser un pesado cinturón negro.
—El
colchón está limpio y es cómodo —dijo Yunho.
—Estaré
más cómodo en el sofá.
—Como
quieras.
Jaejoong
oyó una serie de tintineos metálicos y vio que Yunho se estaba vaciando los
bolsillos en la desordenada encimera de la cocina: algunas monedas, las llaves
de la camioneta y la cartera.
—Vivía en otra caravana hasta hace
una semana, pero era muy pequeña para dos personas, así que me mudé a ésta. Es
una pena que no haya tenido tiempo para llamar al decorador. — Yunho sacudió la
cabeza. —Los donnickers están allí.
Es el único sitio que me dio tiempo a limpiar. Puedes meter tus cosas en el
armario que tienes detrás. La función empieza en una hora; no te acerques a los
elefantes.
«
¿Donnicker? ¿La función?»
—En
realidad, no creo que pueda vivir aquí —dijo Jaejoong. —Está asqueroso.
—Tienes
razón. Supongo que necesita el toque de un esposo. Encontrarás productos de
limpieza debajo del fregadero.
Yunho
pasó por su lado en dirección a la puerta, entonces se detuvo. Estupefacto, Jaejoong
vio cómo se acercaba de nuevo a la encimera, cogía la cartera y volvía a
meterla en el bolsillo.
Se
sintió profundamente ofendido.
—No
pensaba robarle.
—Por
supuesto que no. Pero es mejor no tentar a la suerte. — Yunho le rozó el brazo
con el pecho cuando volvió a pasar junto a Jaejoong hacia la puerta. —Hoy
tenemos función a las cinco y a las ocho. Actúo en las dos.
—
¡Deténgase ahora mismo! ¡No puedo quedarme en este horrible lugar y no voy a
limpiar toda esta porquería!
Yunho
miró con aire distraído la punta de su bota, luego levantó la vista. Jaejoong se
quedó mirando aquellos ojos castaños y sintió un escalofrío de temor, seguido
de otra extraña sensación que no quiso examinar más a fondo.
Yunho levantó lentamente la mano, y Jaejoong
dio un respingo cuando la cerró con suavidad alrededor de su garganta. Sintió
la ligera aspereza del pulgar cuando le rozó el hueco bajo la oreja con algo
que parecía una caricia.
—Escúchame con atención, cara de
ángel —dijo Yunho con suavidad. —Podemos hacer esto por las buenas o por las
malas. De un modo u otro voy a ganar. Tú decides cómo quieres que sea.
Se
miraron fijamente a los ojos. En un instante que pareció eterno, Yunho le
exigió sin palabras que se sometiera a él. Los ojos de Yunho dejaron un rastro
de fuego sobre Jaejoong, consumiéndole la ropa, la piel, hasta que Jaejoong se
sintió desnudo y despojado, con todas sus debilidades expuestas. Quería huir y
esconderse, pero la fuerza de aquella mirada lo dejó inmovilizado.
Yunho
le deslizó la mano por la garganta, luego le quitó la chaqueta por los brazos,
haciendo que cayera al suelo con un susurro. Cogió el tirante de la camisa que
llevaba debajo y se lo deslizó por el hombro. El corazón comenzó a latirle con
fuerza.
Con
la punta del dedo, Yunho bajó el tirante por su pecho hasta llegar al pezón.
Luego, inclinó la cabeza y tomó con los dientes la suave piel que había
expuesto.
Jaejoong
se quedó sin respiración cuando notó el pellizco. Debería haber sido doloroso,
pero sus sentidos percibieron el pequeño mordisco con placer. Sintió la
insolente mano de Yunho en el pelo y luego Yunho se apartó, aunque ya había
dejado su marca en Jaejoong como si fuera un animal salvaje. Fue entonces
cuando Jaejoong supo a qué le recordaban esos ojos. A un animal de presa.
La
puerta de la caravana se meció sobre sus goznes. Yunho salió y lo miró.
Estalló
en llamas.
waaa pobre Jae xDDDD ahí sabia q algo raro hacia con los cigarros e.e
ResponderEliminarbue a ver como le hace jejung para acostumbrarse a su nueva vida de casado jajaja gracias x compartir esta genial :)
owch eso si que es feo fue una decepción para jae mira que de tenerlo todo que termine mudándose ha una caravana que todavía esta en malas condiciones y todavía lo ponen ha que la arregle el que estaba acostumbrado ha que hicieran todo por el y ahora el tener que hacerlo ooooh pobre jae en la que se ha metido o mejor dicho en la que lo ha metido su padre que ara que ara
ResponderEliminarBueno no se que decir, la historia me ha gustado porque no me imagino a Jae viviendo en una caravana despues de haber tenido todos esos lujos pero en parte me parece divertido saber como hara para arreglar y mejorasr su "casa" como toda una ama de casa ajajjaja.
ResponderEliminarBueno Ynho no parece que sea malo sin que es un hombre de circo un poco tosco pero irresistible y se que pronto van a sentir los sentimienos florecer.
Realmente me parece una historia mas jovial, relajada y entretenida, es un poco diferente a las otras historias pero me gusta mucho, estaré esperando la continuacion, unnie :)
Hola patricia, hace tiempo que esperaba una actu tuya, te extrañe mucho mujer, bueno ahora si con respecto al fic
ResponderEliminarwooo este capitulo estuvo genial, que fue todo eso del final? me dejo O.o OMG SUN! no q se odiaban?, bueno a ver que pasara en el siguiente capitulo
PD: Patricia voy a cerrar esta cuenta muy pronto por motivos personales, si no es mucha molestia (lo se, parezco el profesor jirafales) podría enviarme una invitación para poder ingresar al blog? , si es que si se puede este seria mi nueva cuenta - mapiyjdjss@gmail.com - y bueno seguire comentando con el mismo nombre de mapiYJ
Gracias por las actus , mas tarde me leeré las demás
huyyy ya se sabia el de los cigarros era yunho ademas creo ke jae sabra sobresalir del momento ke esta pasando y ke yunho ya siente algo por jae ;-)
ResponderEliminarQue intenso este capitulo! waoh ya sabia que algo raro se traía yunho desde lo que ocurria con los cigarros de jae, la parte final omg este yunho es todo un caso, a ver como se van dando las cosas y como se van desarrollando ya que deben vivir juntos 6 meses, espero todo mejore, gracias por actualizar espero con ansías el siguiente capítulo!
ResponderEliminarMadre mía!!
ResponderEliminarPobre Jae se va a traumar con todo eso, primero su problema con los animales, despues donde va a vivir y por ultimo las sensaciones que le provoca Yunho xDD
Lo de los cigarros me imagine que Yunho tenia que ver, pero la pregunta es ¿como lo hace?
Gracias!!
mi pobre jae va a tener que ponerse las pilas , trabajar no mas jajjaja
ResponderEliminargracias
Pobre ahora tendra que acostumbrarse a su nueva vida, por q de lo contrario lo va a pasar muy mal solo espero que las cosas mejoren por el bien de ambos.
ResponderEliminargracias...
Pobre Jae, con este despojo no premeditado debe estar sufriendo :<
ResponderEliminarEstoy segura que la otra caravana es también de Yunho y la ocupa para las cochinas xDDDD
Gracias por el capitulo ^^
Vaya ahora le tocara ir a dormir en una carabana con Yunho de recien casados y aparte de eso le toca a trbajar duro pobre es un cambio muy grande para Jae espero que pueda salir con la suya y que Yunho le echo una mano por cualquier cosa que pase-------
ResponderEliminarespero que actualices pronto y gracias por compartir <3
Jajaja obligarlo a subirlo en volandas x el umbral estuvo maravilloso...pero adentrandose a su nueva y "lujosa" casa...jaja oh vaya decepción...continuación x fa .....
ResponderEliminarMe encanta x donde va la historia
Jajaja, pobre Jae de princecito a amó de casa, tener que poner en orden lo que ahora es su casa y Yunho a de ser mago o algo así, porque hacer estallar los cigarros y ahora desaparecer de esa forma.
ResponderEliminarMe encanta, gracias!!! ❤️💕💞