martes, 7 de enero de 2014

Corazón Salvaje: Capitulo 2

Capítulo 2


— ¡MAMÁ, MAMACITA!... POR ahí viene ya papá. ¡Por ahí viene...!
Brillantes los ojos de alegría, un momento encendidas por la emoción las mejillas, un muchacho como de doce años ha entrado en la alcoba de la señora Jung, que abre los ojos, incorporándose lentamente en la amplia hamaca en que descansa.
— ¿Ya? ¿Es posible? ¡Pero si no lo esperaba yo hasta el sábado!
Jung Soo Hyang tiene una belleza delicada y frágil... grandes ojos, cabellos suaves y lacios como los del muchacho.
Un momento ha desaparecido su gesto doliente ante la noticia que acaba de traerle su hijo. Y ya de pie, da unos pasos apoyándose en los delgados hombros de éste.
— ¿Estás seguro que es tu papá quien llega?
—Pues claro, mamá, Sebastián vino corriendo a avisar. Dice que desde lo alto de la loma vio a papá en su caballo blanco, y detrás los tres coches de la caravana. A lo mejor vienen llenos de regalos...
— ¿Para ti?
—Para ti, mamita. Si ha llegado barco, papá te traerá de todo: telas de seda, perfumes, bombones y todas esas cosas que siempre te trae. Yo le pedí un reloj de bolsillo. ¿Me lo traerá?
—Seguramente, hijo. Pero llama a mis doncellas..., A Isabel, a Ana... a la primera que encuentres. Tengo que peinarme, que vestirme...
— ¡Señora, señora...! Dicen que el señor está llegando para acá —exclama Ana, la doncella, irrumpiendo en la alcoba.
— ¿Tú ves? ¿Tú ves, mamita? Ya está aquí.
— ¡Jesús! Ayúdame a peinarme. Ana. De cambiarme de ropa no hay tiempo, pero...
—La señora está, como siempre, linda y arreglada. — No miente la doncella. Como siempre, la señora Jung está impecable. Un fino traje blanco adornado con amplios encajes, medias de seda, zapatos de tacón y un fino aderezo con el que muy bien podría presentarse en cualquier centro elegante de su tierra natal. Sin embargo, sólo está en la gran casa, centro de las plantaciones de la hacienda, mansión enorme y sólida, de amplísimas estancias suntuosas, grandes lámparas y pisos brillantes como espejos, tan lujosa, tan señorial, con sus lunas y sus consolas doradas, que resulta anacrónica en el corazón de aquella isla, tórrida y salvaje, pero es digna morada, de la frágil dama que avanza paso a paso sobre el pulido parquet, una mano apoyada en el brazo de su doncella favorita, otra sobre la cabeza de aquel hijo único tan extraordinariamente parecido a ella.
— ¡Ahí está papa! —grita el muchacho, alejándose alborotado. Ha corrido al encuentro del jinete que ya se detiene frente a la entrada principal y desmonta de un salto del brioso caballo, arrojando las riendas a la media docena de sirvientes que han acudido para atenderle y saludarle. Y desde la semi penumbra de la ancha galería, Jung Soo Hyang contempla, con ojos de celosa enamorada, la figura varonil, altanera y gallarda, ante la que todos se inclinan, porque él amo es soberano indiscutible de la tierra que pisa.
— ¿Me trajiste el reloj, papá?
—No hijo. No tuve tiempo de buscarlo.
— ¿Y la caja de colores? ¿Y las cuerdas para mi mandolina?
—Lo siento, pero en este viaje no hubo tiempo para buscar nada.
—In Bum... —murmura Soo Hyang, acercándose a su esposo.
—Soo Hyang... ¿cómo estás? —indaga Jung, afectuoso y tierno.
—Como siempre... Pero dejemos mis achaques. ¿Cómo es que has regresado tan pronto? Todavía no te esperábamos...
—Supongo que no te disgusta el que haya adelantado mi regreso —contesta Jung en tono jovial.
— ¿Disgustarme? ¡Qué cosas dices! Es una sorpresa gratísima pero una sorpresa, al fin y al cabo. ¿Qué pasó? ¿No llegó la fragata que esperaban? ¿Suspendieron las fiestas preparadas en honor del Mariscal? ¿O acaso le traes tú?
— ¡Oh, no, no! Ni siquiera he visto al Mariscal.
— ¿Qué ha pasado? ¿Alguna desgracia? El tiempo ha estado terrible estos últimos días...
—No, ninguna desgracia. La fragata entró sin novedad y las fiestas deben estarse celebrando.
—Pero...
—No me interesó quedarme a ellas, Soo Hyang. Eso es todo.
—Pensé que te agradaría departir con un compatriota ilustre. Seguramente traerá cosas interesantes qué contar. Podríamos tener noticias...
— ¿Chismes de salón o intrigas políticas? ¿Para qué puede servirnos aquí, querida? Estamos a siete mil millas de distancia y hasta el sol nos alumbra a distintas horas.
—No por eso podemos olvidar a nuestra patria—le reprocha Soo Hyang.
—Mi patria es ésta, querida. Porque aquí está mi casa, está mi hijo y estás tú. En esta isla, que sólo para tu salud ha sido inhospitalaria. ¿Pero no sientes curiosidad en ver lo que te traigo? — Se ha vuelto hada el macizo de flores que envuelve la escalinata, entrada principal de aquella mansión, donde acaban de detenerse los tres carruajes que forman la caravana que le seguía. Uno totalmente vacío, del otro descienden ya sus servidores particulares, y del tercero, que es el más próximo, baja Yong Hyun casi arrastrando al hosco muchacho que ha sido su compañero de viaje. Las finas cejas de la señora Jung se juntan en un gesto de extrañeza que es casi, casi de disgusto, al comentar:
—Yong Hyun... ¿Pero a quién trae?
—A alguien que puede entretener tus ratos de ocio y los de nuestro hijo Changmin —explica  Jung.
— ¡Un muchacho!— salta, alegremente, Changmin —. ¡Me trajiste un amigo, papá!
—Justamente. Has dicho la palabra exacta. Te he traído un amigo. Me agrada mucho que lo hayas entendido en el primer momento. Un amigo, un compañero...
— ¿Pero qué estás diciendo In Bum? —interrumpe Soo Hyang, con disgusto reprimido.
—Traiga usted a Yunho, Yong Hyun —le indica a éste, Jung.
—Señora Jung —saluda Yong Hyun, aproximándose—, es un gran honor para mí el poder presentarle mis respetos. —Luego, dirigiéndose a Changmin, exclama—: ¡Hola, buen mozo!
—Buenos días, señor Yong Hyun —corresponde  Changmin.
—Este es Yunho... —explica Jung, presentándolo.
— ¿Yunho? ¿Yunho qué? —quiere saber, Soo Hyang.
—Por el momento, Yunho a secas. Es un huérfano desamparado, para el que espero no falte un rincón en esta casa tan grande.
—Yunho... a secas, ¿eh? —recalca Soo Hyang, con retintín.
—También me llaman Yunho del Diablo —aclara el hosco muchacho, imperturbable.
—Jesús, María y José —se escandaliza la doncella persignándose. Hay un momento de estupor general, y también alguna risa ahogada, cuando Yong Hyun, mundano, interviene:
—Excúselo, señora. El diamante todavía está sin tallar.
—Ya lo veo... Y sin separarlo de la broza —dice Soo Hyang, en tono mordaz—. Los caballeros son una verdadera calamidad. A ninguno de los dos se les ha ocurrido bañar a este muchacho antes de meterlo en el coche.
—Es un olvido que puede remediarse —explica Jung, conteniendo su manifiesto disgusto—.Hazte cargo de él, Ana. Llévalo al baño, arréglalo, péinalo y ponle ropa limpia de Changmin.
— ¿De Changmin? —se extraña Soo Hyang.
—No creo que ya pueda usar la mía.
—Ni cabe en la de mi hijo.
—Todo puede compaginarse —interviene Yong Hyun, conciliador—. Seguramente no faltará ropa de alguien, que pueda servirle.
—La negra Paula es la encargada de la ropa de los jornaleros —aclara despectiva la Señora Jung—. Pídele una camisa y unos pantalones para este muchacho Ana.
—Yo tengo un traje que me queda grande, mamá —ofrece Changmin —. Todavía no lo he estrenado, precisamente por eso. Es el de paño azul...
—Lo mandaron de regalo tus tíos —se opone Soo Hyang con creciente disgusto.
—Se lo ha ofrecido de buena voluntad —comenta Jung en tono suave, pero con determinación—. No le cortes el impulso generoso, Soo Hyang. Nuestro Changmin tiene ropa para vestir a diez muchachos. Ve con Yunho y con Ana, hijo, y piensa que, para él éste es un mundo nuevo por el que tú vas a guiarlo. —Volviéndose a su esposa, le suplica con amabilidad—: Tú ven conmigo, querida. Yo también voy a ponerme un poco más presentable. —Y alzando la voz, llama al criado—: Bautista... Lleva al señor Yong Hyun a la habitación que suele ocupar y encárgate de que nada le falte.
—Por mí no se molesten —se disculpa Yong Hyun—. Me considero de la casa.
—Y lo es. Dentro de media hora, Soo Hyang nos hará servir un aperitivo que tomaremos juntos antes de sentarnos a la mesa, ¿verdad? Hoy te veo muy bien, tienes muy buena cara, Soo Hyang. Seguramente podrás acompañarnos y será un gran placer para nosotros. La mesa es otra cuando tú nos acompañas...
Ha salido Yong Hyun, seguido por el criado, y quedan solos los esposos Jung. Soo Hyang no puede ocultar los celos que le corroen el alma, al preguntar:
— ¿Quién es ese muchacho?
—Soo Hyang querida, cálmate...
—Y tú respóndeme... ¿Quién es ese muchacho? ¿De dónde lo sacaste y para qué le has traído aquí? ¿Por qué no me contestas?
—Voy a contestarte, pero por partes. Se llama Yunho y es un huérfano...
—Eso ya lo dijiste —le interrumpe Soo Hyang, nerviosa—, y es lo único que sé. Se llama Yunho del Diablo... una respuesta bastante insolente de su parte, cuando nadie le preguntaba nada.
—No hay insolencia en su respuesta, Soo Hyang. Se trata del apodo que seguramente le daban los pescadores, por el lugar en que estaba ubicada la cabaña de sus padres.
— ¿Qué lugar era ése?
—Bueno... cerca de lo que llaman el Cabo del Diablo. — Jung intenta restarle importancia—.Hay allí una aldea de gentes muy humildes, muy pobres, que remiendan redes y componen barcos. Entre esa pobre gente...
—Entre esa pobre gente hay muchos huérfanos, hay muchos muchachos mendigos y miserables en los arrabales. Jamás se te ocurrió traer a ninguno, y mucho menos dárselo a tu hijo como amigo...como hermano, diría yo.
— ¡Soo Hyang!
— ¡Es la forma en que has traído a ese pordiosero! —Exclama Soo Hyang, arrebatada ya por la ira —. Y creo que tengo derecho a preguntarte: ¿por qué lo traes así? ¿Qué tienes tú qué ver con él? ¿Por qué no puede vestirse con ropa de los jornaleros, y pretendes que estrene los trajes de Changmin? ¿Por qué ha de ser nuestro hijo quien tiene que darle la bienvenida, y es en esta casa donde hemos de encontrarle un rincón, habiendo cien barracones de jornaleros donde siempre cabe uno más?
—Siempre te tuve por mujer de nobles y generosos sentimientos, Soo Hyang.
—No me falta la caridad para los desgraciados, y más de una vez te pareció excesiva.
—Cuando se trataba de desmoralizar a los que son mis servidores, a los que por fuerza tengo que hacer que me conozcan como señor y amo. No puede manejarse una hacienda, que es como una provincia, sin el respeto absoluto a una autoridad, sin disciplina y sin castigos que obliguen a respetarla. Por eso discutimos en más de una ocasión. En este caso...
—En esté caso, todo es diferente. Lo sé, lo veo y lo palpo. No es una obra de caridad lo que estás haciendo. Es una obra de reparación. Ese muchacho te importa por ti mismo. Te importa mucho... demasiado...
—Pues bien, Soo Hyang... Sí... Voy a decirte la verdad. Ese muchacho es el hijo de un hombre con el que yo me porté mal. Un hombre que se arruinó por culpa mía. Ha muerto dejándolo en la más espantosa miseria. Creo un deber de conciencia ampararlo. —Duda un momento—. ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras de ese modo? ¿Es que no me crees?
—Me parece muy extraño. Has arruinado a muchos, y no trajiste sus hijas a casa... Mejor cabría pensar la historia de otro modo. ¡Ese muchacho es el hijo de una mujer a la que tú has amado!
Con esa acusación recta y precisa, como un venablo disparado contra la fría coraza de indiferencia conque en vano pretende revestirse Jung In Bum, han ido las palabras de Soo Hyang dando justamente en el blanco. Por un momento ha pareado a punto de estallar en uno de sus arranques de violenta cólera. Luego, lentamente, se ha dominado, porque aquella mujercita frágil, doliente como una flor de estufa, es la única persona que parece tener la facultad de amansar en él los ímpetus bravios, de resolver sus tormentas en una sonrisa o en un gesto ambiguo que cuaja después en forzada actitud galante.
— ¿Por qué te empeñas en pensar siempre lo que más pueda mortificarte?
—Pienso mal para acertar... y acierto, por desgracia.
—En este caso, no…
—En este caso más que en ninguno. ¿De qué amor es el fruto esa criatura? ¿Por qué no tiene nombre? Ese hombre a quien arruinaste, a quien quieres satisfacer recogiéndole el hijo, ¿qué apellido tenía? ¿Cómo se llamaba?
—Bueno, el caso es que el muchacho es hijo natural de este hombre del que hablo, que no llegó a darle el apellido... Se descuidó, son cosas que pasan. Al prometerle hacerme cargo de él, tranquilizaba, además, su conciencia. Y no querrás que falte a la promesa que hice a un hombre que murió bendiciéndome, sólo porque en esa linda cabecita le ha entrado una idea tan descabellada como la que acabas de manifestar.
—No vas a ablandarme con historias sentimentales...
—Entonces tendré que concretar las cosas: he prometido, he jurado ayudar al muchacho… No creo que pueda molestarte en lo más mínimo. Yo mismo me encargaré de educarlo...
— ¿Cómo a otro hijo...? —insinúa amargamente Soo Hyang.
—Como un amigo y leal servidor de Changmin —corta, tajante, Jung —. Le enseñaré a quererlo, a defenderlo, a prestarle su ayuda y su protección cuando llegue el caso.
— ¿Su protección?
— ¿Por qué no? Nuestro hijo no es fuerte ni audaz.
—Me lo echas en cara como si yo fuera la culpable.
—No, Soo Hyang, no quiero llevar esta discusión adelante, pero si hemos de considerar la verdad, nuestro hijo, por un exceso de cuidados y mimos de tu parte, no es lo que debiera ser para las luchas y responsabilidades que caerán sobre él el día de mañana. Ya te lo dije antes: le falta valor, fuerza, audacia. Tiempo es que comience a adquirirlas cuanto antes.
—Mi hijo irá a educarse a Europa. No quiero que se haga hombre en este medio salvaje.
—Tengo para él proyectos contrarios: quiero que se haga hombre aquí, que conozca a fondo el terreno en que ha de desenvolverse, que sepa gobernar, el día de mañana, el pequeño reino que voy a legarle. Si hubiéramos tenido una niña, serías tú la que dijeras sobre ella la última palabra. Pero es un muchacho y necesito que se haga un hombre. Por eso hablo y mando.
— ¿Y ese chiquillo que trajiste...?
—Ese chiquillo es casi un hombre ya, y servirá a las mil maravillas para mi empeño. Me encargaré de enseñarle que todo se lo debe a Changmin y que es su deber dar la vida por él si es preciso. ¡Esa será mi venganza!
— ¿Venganza de qué?
—Del destino, de la suerte, o como quieras llamarle. Te ruego que no hablemos más del asunto, Soo Hyang. Déjame a mí arreglar las cosas.
— ¡Júrame que lo que me has dicho es verdad!
—Puedo jurártelo. No te he dicho nada que sea mentira. Además, no estoy haciendo nada con carácter definitivo. Sólo trato de darle al muchacho una oportunidad de probar que vale la pena ayudarlo. De lo que él me demuestre ser, dependerá su porvenir. Si tiene en las venas la sangre que dice que tiene, sabrá demostrarlo.
— ¿Qué sangre?
— ¿Dan ustedes su permiso? —Es Yong Hyun, que llega en el preciso instante en que la situación se hace ya insostenible entre los esposos.
—Adelante, Yong Hyun —invita Jung, aspirando profundamente y agradeciendo en su fuero interno la llegada de su amigo—. Llega usted en el momento oportuno de que tomemos ese aperitivo de que hablé antes. No te molestes, Soo Hyang. Yo mismo ordenaré que lo traigan. —Y al decir esto se aleja, dejando solos a Soo Hyang y a Yong Hyun.
Soo Hyang ha hecho un vago ademán de detenerle, tensa el alma en la respuesta no obtenida a sus últimas palabras, pero queda inmóvil, turbada por aquella mirada con que Yong Hyun parece envolverla, adivinando hasta sus más recónditos pensamientos.
—A veces vale más no ahondar demasiado en las cosas, ¿verdad? Admitir, sin profundizar demasiado, que hasta los mejores hombres tienen, caprichos, debilidades y cometen errores lamentables, que con un poco de indulgencia pueden disimularse, evitando males mayores.
— ¿Qué trata de decirme, señor Yong Hyun?
—En concreto nada, señora. Hablaba por hablar, como hablo muchas veces, pero mientras cruzaba esta preciosa casa, para acercarme aquí, pensaba que son ustedes un matrimonio realmente dichoso y que conservar esa felicidad merece cualquier pequeño sacrificio de amor propio.
— ¿Para qué me está preparando Yong Hyun?
—Para nada, señora... ¡qué ocurrencia! Es usted demasiado sensata para necesitar de un consejo mío, mas si por casualidad me preguntara cuál es en mi opinión la mejor forma de llevarse con el señor Jung, yo le respondería que esperara. Mi padre, que fue notario de los Jung, me decía siempre: "La cólera de un Jung es como un huracán: violenta, pero pasajera". Oponerse a ella en el momento del arrebato, es una verdadera locura. Pero pronto pasa, y entonces es el momento de reparar lo que destrozaron...

* * *

— ¿VES QUE BIEN estás? Pareces otro. Mírate en el espe­jo —dice Changmin a Yunho.
— ¿El espejo...?
—El espejo, claro... Aquí. Mírate. ¿No habías visto nunca un espejo?
—Tan grande, no. Es como un pedazo de agua quieta.
—No le pases la mano, que lo empañas —prohíbe Bautis­ta, el criado—. ¡Habráse visto el salvaje...!
—Déjale en paz. Papá dijo que no lo molestara nadie.
— ¿Y quién lo está molestando? ¿Qué más quiere él? – Yunho ha retrocedido un paso para mirarse de pies a cabeza en el espejo que tiene delante. Es, efectivamente, como un gran trozo de agua quieta que le devuelve entera su imagen... una imagen en la que parece otro, aunque es la primera vez, en los doce años de su vida, que puede contemplarse como ahora lo está haciendo. Hay un gran asombro de si mismo en la mirada. Aunque tiene la misma edad que Jung Changmin, es bastante más alto; su cuerpo, delgado y musculoso, tiene agi­lidad de felino; sus manos son anchas y fuertes, casi como las de un hombre; su frente es amplia y altanera, y sus cabellos castaños, ahora peinados hacia atrás, la dejan libre, dán­dole un vago parecido con el dueño de la hacienda; la nariz es recta; la boca, firme y apretada en gesto amargo, que haría demasiado duro aquel rostro infantil sin los ojos marrones, aterciopelados... aquellos admirables ojos, igua­les a los de Il Hwa.
—Ahora, ven para que te vean papá y mamá.
— ¿Con el señor...? ¿Con la señora...?
— ¡Pues claro! El señor y la señora son papá y mamá.
—Para ti, pero no para éste —interviene Bautista, despec­tivo—. Yo creo que no debes llevarlo al salón.
— ¿Por qué no? Papá me dijo que tenía que enseñarle toda la casa, mis libros, mis cuadernos, mis trabajos de pintar, mi mandolina y mi piano.
—Enséñale todo lo que gustes, mas si no quieres disgustar a la señora, no lo lleves al salón, ni a su cuarto, ni a donde ella pueda mirarle. ¿Entendiste? Y tú, entiéndelo también: si quie­res quedarte en esta casa, no te pongas por delante a la señora.
Solo, en aquella aislada habitación que es a la vez biblio­teca y despacho, Jung In Bum ha vuelto a leer la carta que hundiera, arrugada, en sus bolsillos. La ha leído len­tamente, desmenuzándola, deteniéndose en cada palabra, tratan­do de penetrar hasta el fondo cada una de sus frases. Después va hacia la pared central y, apartando unos libros, busca en el fondo de un estante la puerta disimulada de una pequeña caja de hierro, y arroja allí el papel, como si le quemara las manos.
— ¡Eh! ¿Quién anda ahí? —indaga al oír cerrarse, cautelosa­mente, una puerta.
—Yo, papá.
—Changmin, ¿qué haces escondiéndote en mi despacho?
—No estaba escondiéndome, papá. Entraba para darte las buenas noches...
—En todo el día no había vuelto a verte. ¿Dónde estabas?
—Con Yunho...
—Podías haberte acercado con Yunho. ¿Cómo le quedó, por fin, tu traje?
—Como hecho para él. A mí me quedaba grande, muy gran­de. Lo que no le sirvieron fueron mis zapatos. Se lo mandé de­cir a mamá con Bautista, mas ella dijo que no importaba que estuviera descalzo. Pero eso es feo, ¿verdad?
—Sí, muy feo. ¿Dónde está ahora Yunho?
—Lo mandaron acostarse.
— ¿Dónde...?
—En el último cuarto del patio de los criados —explica el muchacho, en tono compungido—. Bautista dijo que así lo man­daba mamá.
— ¡Ya! ¿Y por qué no te acercaste a mí en todo el día?
—Porque andaba con Yunho, y Bautista dijo que mamá no quería que Yunho se le pusiera por delante. Y como tú has es­tado todo el día con mamá... Claro que tú me habías manda­do llevarlo por toda la casa, mas como dijo eso Bautista... ¿Hice mal?
—No. Tienes que obedecer a tu madre, como es natural.
— ¿Y a ti no?
—A mí más que a nadie —contesta Jung, tajante—, Mañana nos pondremos de acuerdo tu madre y yo. Ahora, ve a acostarte. Buenas noches.
—Buenas noches, papá.
—Aguarda... ¿Qué te parece Yunho?             
—Me encanta.
— ¿Te has divertido con él? ¿Has jugado? ¿Le has enseñado tus cosas?
—Si, pero no le gustaron. Estaba muy serio y muy triste. Después salimos al jardín... nos fuimos más allá, y entonces comenzó lo bueno: Yunho sabe montarse en los caballos sin ensillarlos, y tirar piedras, tan fuerte y tan alto, que alcanza a los pájaros que van volando... Y caza lagartijas y sapos. Cogió viva una serpiente con una horqueta que hizo de un palo, y le dio vuelta y la metió en una caja. Y no lo mordió, porque él sabe cómo agarrarla. Me dijo que si tuviéramos un bote iba yo a ver cómo se pesca... porque él sabe tirar las redes y sa­car peces.
—Me lo imagino. Supongo que ése fue su oficio.
— ¿De veras, papá? ¿No es mentira que él puede andar solo en un bote por el mar?
—No es mentira... pero sigue contándome. ¿Qué más pa­só con Yunho?
—Se burlaron de él en la barranca porque andaba descalzo y con mi traje de paño azul... Le dio una trompada al que estaba más cerca, el cual era más grande que él, y lo tiró de espaldas. Los demás se fueron. Pero no vas a castigarlo, ¿ver­dad, papá?
—No. Hizo lo que me gustaría que tú hicieras si se rieran de ti alguna vez.
—Pero de mí no se ríe nadie... Se quitan el sombrero cuando paso, y si los dejo, me besan la mano.
Jung se ha puesto de pie con gesto extraño. Ha acariciado la cabellera de su hijo; lo empuja sua­vemente hasta la puerta del despacho y lo despide:
—Vete a dormir, Changmin. Hasta mañana.
Jung In Bum ha cruzado su enorme casa, llevan­do en la mano una pequeña lámpara de petróleo, ha atravesado el patio de los criados hasta llegar a la entornada puerta de aquel último cuarto, donde sobre un jergón de paja, rendido por las duras emociones del día, duerme el pequeño Yunho.
Un instante alza la luz, iluminándolo. Mira el pecho des­nudo, la cabeza bien formada, el rostro de nobles y regulares rasgos... Así, con, los ojos cerrados, parece borrarse en él el parecido maternal, y los duros rasgos de la raza paterna desta­can en el rostro infantil...
— ¡Hijo! ¿Hijo mío...? ¡Quizás...! ¡Quizás...!– Una duda sutil y penetrante, una duda que al brotar pare­ce romper en su corazón algo duro y frío, subiéndole del pecho a la garganta, como puede subir la lengua quemante de una llama, ha inundado el alma de Jung In Bum. Solo, contemplando a aquel niño que duerme, ha sentido por fin el impulso buscado en vano desde antes... Puede que Han Wie no mintiera, puede que fueran verdad sus últimas palabras... Y, por primera vez, no es un sentimiento indefinible, mezcla de curiosidad y rencor, lo que le llena el alma. Es como un hondo orgullo, como una profunda satisfacción, un violento deseo de que, en verdad, sea de su propio tronco aquélla rama robusta, ruda y audaz, síntesis ardiente de su espíritu de aventura y de combate. Cualquier hombre podría estar orgulloso de pensar hijo suyo a aquel muchacho extraordinario, endurecido como un hombre frente a la desgracia, y la pregunta se hace afirma­ción en sus labios:
— ¡Hijo mío! ¡Sí! ¡Hijo mío...!
Con emoción que le hace temblar, descubre los rasgos igua­les... y, por contraste doloroso, piensa en Changmin, frágil, aun cuando brilla en sus ojos la mirada de una inteligencia superior; en Changmin, tan igual a su madre, heredero legal de su fortuna y su apellido, su único hijo ante el mundo...
— ¡In Bum! —Le interpela Soo Hyang con voz alterada, penetran­do en el humilde recinto—. ¿Qué pasa? ¿Qué haces aquí? ¿Qué significa esto?
—Soy yo el que puedo preguntarte —dice Jung, re­haciéndose de la sorpresa . ¿Qué significa esto, Soo Hyang? ¿Por qué no estás ya descansando?
— ¿Puedo acaso descansar, cuando tú...?
—Cuando yo, ¿qué? ¡Acaba!
—Nada... pero quisiera saber desde cuándo vas tú, con una lámpara, comprobando y velando el sueño de los criados.
— ¡No es un criado!
— ¿Qué es? ¡Dilo de una vez! ¡Dilo!
— ¿Eh? ¿Qué? —Es Yunho que despierta a causa de las alte­radas voces—. El señor Jung... La señora...
—No te muevas... quédate donde estás... Duerme... des­cansa… y mañana ve a buscarme en cuanto te levantes —le aconseja Jung.
— ¡Para que me hagas el favor de llevártelo de esta casa!
— ¡Calla! ¡No vamos a hablar delante del muchacho! Bruscamente la ha tomado del brazo, obligándola a salir al patio, encendidos los ojos con aquel arrebato de cólera vio­lenta que le es tan peculiar, y con ira a duras penas contenida, la acusa:
— ¿Es que has perdido el juicio, Soo Hyang?
— ¿Crees que me falta razón para perderlo? —Se exalta Soo Hyang —. ¿Crees que no tengo motivos para estar desesperada? ¡Es­tabas ahí, viéndole dormir, contemplándole como nunca miraste a nuestro Changmin!
— ¡Basta, Soo Hyang, basta...!
— ¡Ese niño es tu hijo! No puedes negarlo. Es tu hijo. Tu hijo... y de alguna de esas perdidas con las que siempre me has engañado. ¿De qué charca lo sacaste para traerlo a mi ho­gar, para darlo por compañero a mi hijo?
— ¿Vas a callarte?
— ¡No! ¡No me callaré! ¡Que me oigan los sordos! ¡Porque no voy a tolerarlo! ¡Es hijo tuyo y no lo quiero aquí! ¡Sácalo de esta casa! ¡Sácalo, o seré yo la que salga con mi hijo!
— ¿Quieres dar un escándalo?
— ¡No me importa! ¡Saldré! El Goberna­dor...
— ¡El Gobernador no hace sino lo que a mí me de la gana!—asegura Jung bajando el tono de voz, que lo vuelve más amenazador—. ¡Vas a hacer el ridículo!
—El Mariscal fue amigo de mi padre, conoce a mis hermanos... ¡El tendrá que ampararme! ¡Porque yo...!
— ¡Calla! ¡Calla!
— ¡Papá....! ¿Qué le haces a mamá...? —grita Changmin, acer­cándose angustiado.
Jung ha soltado el cuello blanco que ya locamente apretaban sus manos; ha retrocedido tambaleante, mientras su hijo le hace frente con impulso fiero:
— ¡No la toques! ¡No le hagas daño, porque yo... yo...!
— ¡Changmin! —reprende Jung.
— ¡Yo te mato si tú le pegas a mamá!
Jung ha retrocedido aun más, apagada de pronto su rabia, totalmente desconcertado... Un momento mira sus manos que llegaron hasta el cuello de Soo Hyang, luego; bruscamente, vuelve la espalda y se pierde entre las sombras...
— ¡Changmin!... ¡Hijo!.... —exclama Soo Hyang, rompiendo a llorar.
—Nadie te hará daño, mamá. Nadie va a hacerte nunca daño. Al que te haga daño, ¡yo lo mato!

* * *

— ¿QUE ES ESO? ¿El señor Jung...? Es Yong Hyun, el notario, quien hace la pregunta a Bautista, el criado.
—Sí... Es el caballo blanco del amo... El diablo anda suelto en esta casa desde que llegó ese maldito muchacho.
— ¡Calle! ¡Calle! ¡Algo ha tenido que pasar...! – Yong Hyun ha salido apresuradamente de la lujosa alcoba donde le han instalado. No le basta mirar por la ventana. Sale al ancho portal que rodea la casa, baja las escalinatas de pie­dra, sigue con ojos sorprendidos la blanca silueta de aquel ca­ballo que a la luz de la luna se pierde ya sobre los campos, Y exclama:
— ¡Señor...! ¡Señor...! ¡Pero qué barbaridad!
Otros ojos han visto alejarse la arrogante figura que es Jung In Bum sobre su caballo favorito. Otros ojos infantiles, abiertos de sorpresa, acaso de espanto. Es Yunho. Todo lo ha oído desde aquel último cuarto del patio de los criados, y ahora, fuera ya de la casa, corre como trastornado hasta que una mano cae sobre su brazo, reteniéndole rudamente...
—Y tú, ¿a dónde vas? —Inquiere Bautista. —A dónde vas, te estoy preguntando...
—Yo iba... Yo...
—No tienes que ir a ninguna parte sino a la cama, adonde te han mandado hace ya dos horas...
—Es que el señor Jung...
—No te importa lo que haga el señor Jung.
—Pero la señora Soo Hyang...
—Ésa menos te importa lo que haga.
—Es que yo vi, yo oí... Yo no quiero que por culpa mía...
—En lo que pase por culpa tuya, tampoco te tienes que meter. Tú no te gobiernas ni te mandas. Te han traído para que obedezcas y para que te calles. Anda a tu cuarto. Anda a tu cama, si no quieres que te lo diga de otra manera. ¡Anda! —Le ha dado un rudo empujón, metiéndolo en el cuarto, y cerrándolo con llave.
— ¡Ábrame! ¡Ábrame! —grita el muchacho, golpeando con tuerza la puerta.
— ¡Cállate, condenado! Ya te abriré cuando venga el amo. ¡Cállate!

* * *

—Ana, necesito hablar inmediatamente con la señora.
—La señora no quiere ver a nadie, señor Yong Hyun. Tiene la ja­queca... y cuando la señora tiene la jaqueca, no quiere ver a nadie.
La voz lenta, sin modulaciones, empalagosa y recargada de la doncella favorita de la señora Jung, se extiende como blanda barrera deteniendo el ímpetu del notario, que iba a cruzar ya bajo los cortinajes que dan entrada a las habitaciones privadas de Soo Hyang.
—Lo que tengo que decirle es importante —porfía Yong Hyun.
—La señora no oye a nadie cuando le duele la cabeza. Dice que cuando le hablan, le duele más. Además, es muy temprano.
—Anúnciame, dile que es urgente, y ya verás cómo me ha­ce pasar.
La doncella ha sonreído mostrando su dentadura blanca, mientras mueve la rizada cabeza adornada con una di­minuta cofia de encaje. Suave y tozuda, terca y mansa, parece tener el don de agotar la paciencia del notario.
— ¿No has oído que avises a tu señora? ¿Por qué te quedas ahí parada?
—Para avisarle a la señora tengo que hablarle, y la señora no quiere que le hablen cuando le duele la cabeza...
— ¿Qué pasa...? —interrumpe Soo Hyang, saliendo de su alcoba.
—Perdóneme, señora, pero es necesario que hablemos unos minutos... Es importante.
—Mucho debe serlo cuando viene usted a las seis de la mañana.
—Es que el señor Jung no ha regresado desde ano­che en que salió a caballo.
— ¿No ha regresado?
—No, señora, y nadie sabe a dónde fue ni por qué salió de ese modo. Yo le vi pasar como alma que lleva el diablo y pre­gunté a los sirvientes, pero ninguno pudo darme razón.
Soo Hyang ha hecho un leve gesto de cansancio, apoyándose en su doncella. Ni las lágrimas largamente lloradas, ni la noche de insomnio cambian en nada su aspecto siempre igual: pálida, frá­gil como una flor de invernadero semi asfixiada entre estufas, da la impresión de escuchar siempre por primera vez hasta las cosas que mejor sabe. En este caso, sus labios se aprietan levemente y un breve y rojo relámpago de rencor cruza por su mirada.
— ¿Qué es lo que pretende usted que yo sepa Yong Hyun?
—Dicen que salió después de hablar con usted. Yo sé que estos días ha sufrido emociones muy desagradables, que se en­contraba en un desastroso estado de inquietud, de zozobra, de violencia contenida...
—Pues sabe usted más que yo. Por lo visto, es el triste destino de las mujeres: que no se nos entere de nada. Ha venido usted al peor lugar a informarse...
El notario ha buscado al niño, con la mirada inquieta, pe­ro Changmin ha aprovechado la oportunidad para salir de las ha­bitaciones de su madre. Ya del otro lado de las cortinas, se detiene un instante para oír con interés las palabras del notario.
—Me atrevería a pedirle un poco de paciencia para el señor Jung en estos días, señora. Usted es la única persona que puede aliviar su carga o hacerla más pesada; porque, aun­que tal vez haya usted llegado a dudarlo, su esposo la adora, Soo Hyang.
—Pues tiene una extraña manera de adorarme —se lamenta Soo Hyang, con amargura—. Pero eso, desde luego, es un asunto per­sonal y privado. Concretando: no a dónde ha ido In Bum ni por qué ha pasado la noche fuera de casa. Y ahora, excúse­me, estoy muy ocupada: preparo mi viaje, con Changmin. Puede decírselo a mi esposo si es él quien le ha enviado a informarse de mi estado de ánimo. Salgo y ya envié una carta al Mariscal para que me haga el favor de recibirme apenas llegue yo a la capital.

* * *

Libre de la compañía de su madre y de la vigilancia de Ana, Changmin se ha alejado a buen paso. Su cabeza arde... las ideas y los sentimientos parecen girar dentro de él en revuelta  amalgama. Aquellas duras palabras que jamás escuchara entre sus padres, aquella violencia de Jung In Bum, a la que hizo frente por amor de hijo y por instinto de caballerosi­dad, todo el cúmulo de sucesos extraños que parecen girar en torno suyo, se agolpan sobre el cielo azul de su feliz infancia, haciéndole sentirse, por primera vez en su vida, terriblemente desdichado. No quiere hablar a los: sirvientes, no quiere au­mentar con comentarios la pena de su madre... pero necesita confiar a alguien la angustia, que llena su corazón de niño. Piensa en su amigo... Por eso busca a Yunho. Pero el cuarto en qué le creía encerrado, está vacío. De la ventana abierta sobre el campo, falta un barrote qué deja al descubierto el hueco por donde Yunho escapara... Lo busca con un ansia nunca sentida, con la amarga sensación de desamparo de quien ve vacilar, por primera vez, a los que fueran para él evangelio y oráculo: sus padres...
Por la misma brecha que abriera Yunho, Changmin se desliza también, saltando a la pendiente al mismo tiempo que llama a gritos al fugitivo:
— ¡Yunho...! ¡Yunho...!
Acaba de verlo, ya bastante lejos de la casa, junto a aquel arroyo de cauce pedregoso que baja a saltos desde la montaña, impetuoso y violento como lo es todo en aquella isla surgida de los mares al soplo de un volcán, y llega hasta él, sofocado por la carrera.
—Yunho, ¿por qué no contestabas?
Despacio, Yunho se ha puesto de pie, mirándolo casi con des­agrado. Siente por él una especie de rencor. Es tan distinto a todos los muchachos que él viera hasta entonces... Es como un muñeco de porce­lana que se hubiera escapado de uno de los adornos del salón. Pero Changmin le sonríe de un modo varonil y franco, y los ojos le miran afectuosos, sinceros, en una corriente de irresisti­ble simpatía, a la que "Yunho del Diablo" resiste encogiendo los hombros...
— ¿Para qué andas gritando? ¿Quieres que me atrapen?
— ¿Acaso te escapaste?
— ¡Claro! ¿No me ves?
—Humm... Bautista le dijo a Ana que te había encerrado para que no molestaras y yo, en cuanto pude, me escapé del cuarto de mamá para ir a abrirte la puerta.
—Para no molestar, me largo.
— ¿Largarte? ¿Quieres decir que te vas?
—Pues claro. Pero no sé por dónde... ¡No quiero estar aquí más!
—Pero papá quiere que estés, y yo también. Eres mi amigo y no voy a dejarte. No te vayas, Yunho. Yo, ahora, también estoy triste... El señor Yong Hyun le dijo a mamá que tú habías sido muy desgraciado, que habías sufrido ya demasiado para tus años, y yo, entonces, no lo entendí bien, porque no sabía lo que era sufrir de verdad.
—Y ¿ahora lo sabes?
—Sí... porque ahora estoy triste. Papá, de pronto, se vol­vió malo.
— ¿De pronto? ¿Nunca habían peleado antes?
—No... Nunca. ¿Pero cómo sabes que pelearon? ¿Estabas despierto anoche?
—Ellos me despertaron...
— ¿Quiénes? ¿Papá y mamá? Pues a mí, no. Yo estaba levan­tado. Papá me había mandado dormir, pero yo, a veces, no le hago caso. De pronto lo vi pasar y pensé que iba a regañarte por lo que yo le había contado que hiciste en la tarde. Después pasó mamá, entonces esperé un rato, hasta que oí que gritaban, y cuando llegué... Bueno, si estabas despierto lo oíste todo. Papá... —la voz se quiebra en su garganta—. Papá se portó mal con mamá.
Ahora es él quien rehuye la mirada de Yunho, como si le avergonzara pensar que éste había escuchado la escena pasada. Pero Yunho aprieta los labios sin responder, sintiéndose hombre frente a Changmin, con la instintiva conciencia de que debe ca­llar, seguir callando aquel secreto torturante que no sabe si es mentira o verdad...
—Yo no sé cómo empezó la pelea. Oí que mamá quería irse y que papá no quería dejarla. Y se puso furioso cuando ella dijo que iría de todos modos a ver al Gobernador y al Mariscal ese... que no sé ni cómo se llama, pero que era amigo de mi abuelo... Y entonces... si lo oíste, ya lo sabes. Tuve que meterme para defender a mamá y papá y yo que­damos peleados. El se fue a caballo y todavía no ha vuelto a la casa. Por eso estoy triste...
Changmin ha aguardado una respuesta, un comentario, pero nada responde Yunho, ceñudo y silencioso, por lo que interroga con suavidad:
— ¿Tú crees que papá no volverá más? Yo sé que hay hombres que se enojan mucho y se van para siempre de su casa.
—Seguro que vuelve.
— ¿Crees que vuelva? ¿De verdad? —exclama Changmin, con alegría. Más acto seguido, le invade la preocupación—. ¿Pero seguirá peleando con mamá si vuelve? ¿Y a mí, Yunho? A mí, ¿crees que papá no va a quererme más?
— ¿Querer...?
— ¿No sabes lo que es querer? ¿Nunca te quisieron? ¿Nunca quisiste a nadie? ¿Ni a tu mamá?
—Yo no tuve...
—Todos tienen. Será que no te acuerdas. Las mamas son muy buenas y cuando uno es pequeño lo cuidan mucho y lo duermen en los brazos. Todos tienen. Hasta los más pobres, los que viven en las barracas. Algunos no se acuerdan, pero to­dos tuvieron madre... —De pronto se voltea y exclama—: ¡Oh! Mira esa gente que viene por allá.
— ¡Ahí Sí...! parece como que traen un muerto...
— ¿Un muerto?
— ¿No sabes lo que es un muerto? ¿Nunca viste un muerto?
—No, nunca lo vi. Pero... eso no es un muerto... Es una camilla de ramas. Traen a un hombre acostado.
—Herido o muerto...
— ¡Es papá! —Casi grita Changmin, con el espanto reflejado en su rostro—. ¡Es papá!


13 comentarios:

  1. Oh!!!! Rayos!!! Este capítulo estuvo muy intenso, demasiadas cosas para el pequeño y huraño Yunho. Changmin por otro lado es demasiado frágil, lindo, imagino que Yunho querrá mucho a este Minne.
    Las cosas se fueron de las manos, primero por no hablar claramente, pues In Bum no estaba totalmente seguro que fuera su hijo, pero lo sabía dentro de sí, quería a este hijo fuerte, aunque Chamgmin es suyo también, siente que es más sangre de su madre que suya. Es una extraña forma de percepción, pero así era.
    Ahora que ha fallecido? Espero que no, porque si no que será del pequeño Yunho!!
    Gracias por actualizar :)

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  2. noooooooo!!!! se quedo en la mejor parte, no puede, que le habra pasado al padre de Yunho? y si le pasa algo y Yunho queda desamparado? T_T.

    Que triste historia le toco vivir a Yunho al lado de personas que no lo aprecian, aunque Changmin si lo quiere pero no sabemos como reaccionará cuando se entere que es su hermano.

    No me imagino como continuará la historia, solo espero que las cosas mejoren para Yunho, bye unnie y gracias por el capitulo estuvo muy interesante, ojala lo puedas actualizar pronto :)

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  3. interesante muy interesante nomas que la mujer esa mama de min es muy mala con yunho el no tiene la culpa de ser muy lindo y el hijo de su marido el que si en lindo y cariñoso es min con yunho el si que me callo bien hasta ahora espero y no se porte mal con yunho en un futuro y que le abra pasado ha el papa de min nervios esperare

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  4. Ohhh como que el señor Jung no supo llevar muy bien el "descubrimiento" de su paternidad sobre YunHo...llevó las cosas a un terrible extremo, que ocurrirá ahora con YunHo????
    en su afán de alejarse de aquel lugar termino lastimandose, será que pueda sobrevivir al accidente que tuvo????
    y Changmin como podrá ese pobre niño seguir????

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  5. Caray cada cosas por las que sigue pasando yunho,la señora jung lo desprecia y su padre no acepta el hecho de serlo, changmin es el único que lo aprecia e intentan alejarloa ah y que pasará con yunho? ;; espero que las cosas mejoren y ver como continuara la historia, gracias por actualizar!

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  6. Wow el capitulo me parecio interesante, no me cae la mama de changmin solo espero que el Padre de Yunho no muera, no recuerdo bien como va el inicio de la historia por eso me alegra leerlo y mas con esta adaptacion yunjae.

    espero puedas continuarlo pronto. Gracias

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  7. uuu que interesante . la mama de changmin es mala , no quiere a yunho para nada es pero que no se halla muerto el papa de yunho . gracias por el capltulo

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  8. que bueno que changmin quiera y ayude a yunho me parece muy tierno :3
    la mama de changmin la odie que mala mujer y esa tal bautista también que cólerame dan..!!
    me imagino que seguirán haciéndole la vida imposible al pobre yunho :(
    que le habra pasado al señor Jung In Bum ?? espero que nada grave :(
    Gracias esperare ansiosa el próximo capitulo ;)

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  9. Pobre Yunho pero menos mal aun tiene a Changmin con el. No me cabien la madre de Chagmin es mala mujer
    Gracias por compartir y espero por el siguiente cap <3

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  10. pobre Minni tan inocente y Yunho que lleva la peor parte gracias x compartir

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  11. Wohhhh! Capitulo impactante ... aqui los adultos son basura ... las unicas victimas son esos pobres niños ... A Yunho no parece caerle tan mal Changmin podrian llegar a quererse mucho pero algo me dice que a la larga se convertiran en rivales por culpa de los rencores del pasado ... que sera de Yunho si su padre muere mal que bien el lo pensaba tener

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  12. Que buen capítulo, muy interesante~ y ese repentino orgullo de In Bum hacia Yunho... no me da buena espina. Bueno, gracias por el capítulo :D

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  13. Pobre Yunho ha sufrido mucho para tan tierna edad, espero que esa señora sea misericordiosa con él, pues no tiene la culpa de los errores de los padres.

    Gracias!!!

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