Capítulo 1.
Soy la voz en los campos cuando el verano se ha ido.
El baile de las hojas cuando sopla el viento de otoño.
Nunca duermo durante el frío y largo invierno.
Soy la fuerza que crecerá durante la primavera.
OTOÑO, 1908.
—¿Qué voy a hacer
contigo ahora?
Tras nueve meses de
impaciente espera tenía por fin ante sus ojos la vida que había gestado en su
vientre: un pequeño y regordete recién nacido.
Madre desvió la mirada
del cuerpecito rechoncho y observó disgustada los despojos sanguinolentos que
habían salido de su vientre junto al bebé.
El parto había sido un
tormento. Sí, sabía que iba a ser sucio pero no pensó que fuera a ser doloroso,
quizá si lo hubiera sabido no se habría embarcado en esa empresa, pero tras
siglos de observar a los humanos, había anhelado tener un bebé propio entre sus
brazos y, llevada por la curiosidad, decidió emplear el mismo método que
utilizaban ellos, que resultó ser un verdadero incordio. Un embarazo demasiado
largo, un cuerpo cada vez más pesado y torpe, y por último, un parto engorroso
y laborioso.
Un verdadero fastidio.
Harta de soportar
tanta incomodidad dejó que su sólido y efímero cuerpo mortal se transformara en
la silueta grácil e intangible en la que habitaba su espíritu desde que se
había creado a sí misma miles de siglos atrás. Se elevó sobre una tenue
corriente de aire y observó de nuevo a la pequeña vida que había surgido de su
interior. Sonrió. El sufrimiento había merecido la pena. Era un ser precioso,
una criatura dotada de humanidad, de emociones, de vida… Un bebé que les enseñaría
a sus otros hijos, y a ella misma, la belleza que anidaba en el alma de los
humanos: sus sentimientos. Sentimientos de los que ellos carecían. Al fin y al
cabo eran pura energía.
Un sonido quejumbroso
la hizo abandonar sus pensamientos y dirigir la mirada al diminuto ser que se
removía incómodo sobre el suelo del bosque.
Descendió hasta que su
cuerpo etéreo quedó suspendido sobre el bebé y tocó curiosa la piel cubierta de
grasa, la cabecita sin pelo, la boca sin dientes, los ojos hinchados y cerrados,
los pequeños puños apretados con cinco arrugados dedos acabados en uñas
exquisitamente formadas.
—¿Ya estás satisfecha?
—resopló Antares.
Madre se giró, pero no
respondió, se limitó a alzar una ceja al ver la cara enfadada de su hijo mayor,
para a continuación soplar delicadamente sobre el bebé, éste se elevó
lentamente hasta quedar frente a ella.
Canturreó mimosa una
cancioncilla humana y sonrió al ver que la criatura cerraba los ojos arrullada
por su voz.
—Merak —susurró sin
levantar la mirada del objeto de su fascinación.
—Madre. —El segundo de
sus hijos inclinó la cabeza en un respetuoso saludo.
—Jaejoong necesita una
cuna. Encárgate de ello —le ordenó besando la naricilla del recién nacido.
—¿Jaejoong? —preguntó
sorprendido Merak. Su madre se mostraba extrañamente cariñosa, casi parecía
humana.
Madre alzó de nuevo
una ceja.
—Como desees —se
apresuró a obedecer al ver el gesto de su progenitora.
Los dedos del hombre
se iluminaron y de sus manos brotaron zarcillos de magma que se derramaron en
el suelo y fueron tomando forma hasta convertirse en una estructura redondeada
de porosa roca volcánica.
Madre observó la cuna
con curiosidad. No se parecía en absoluto a aquellas que había visto en el
mundo de los hombres. No obstante se encogió de hombros y dejó que el bebé descendiera
hasta quedar acomodado en ella. Pero al pequeño Jaejoong no debió gustarle
demasiado su nueva cama, porque de pronto empezó a llorar.
—¡Ailean! —llamó al
tercero de sus hijos—. Limpia este desastre — ordenó señalando la mezcla de
sangre, placenta y hojas caídas que formaban el suelo del bosque—. Tu hermano
no es feliz en un lugar tan sucio.
—Como desees Madre.
—El joven observó con determinación el suelo manchado de cosas verdaderamente
repugnantes. Un instante después comenzó a filtrarse a través de la tierra un
reguero de agua a la vez que en el cielo, despejado hacía escasos segundos, se
formaron nubes tormentosas que no tardaron en descargar una potente lluvia.
—Ailean, ¿tienes que
ser siempre tan exagerado? —le preguntó Madre con su ceja de nuevo arqueada mientras
miraba al bebé que había comenzado a gritar al sentir el agua fría caer sobre
su cuerpecillo.
Ailean carraspeó
avergonzado. Un instante después la lluvia cesó y las nubes se difuminaron
hasta que el cielo volvió a quedar despejado. Mas no sirvió de nada, los
presentes en el claro estaban empapados.
—Nuestro hermano está
helado, pobrecillo —susurró el último de los hermanos. Un joven de piel dorada,
ojos del color del ámbar y cabello despeinado. Extendió las manos sobre el bebé
y de ellas comenzó a emanar un tibio calor que convirtió el desconsuelo del
pequeño en sueño.
Madre observó
complacida al menor de sus hijos, había conseguido que el bebé se tranquilizara
y durmiera. Ella haría lo mismo, merecía un respiro tras el excesivo trabajo al
que había sometido a su cuerpo.
—Me retiro a descansar
—murmuró a la vez que su silueta etérea comenzaba a tornarse invisible—.
Antares, ocúpate de tu hermano — ordenó.
—¿Ocuparme? ¿De él?
¿Yo? —respondió disgustado el interpelado. Un instante después sintió un
ramalazo de dolor en la sien que le hizo tambalear—. Como desees, Madre.
—Obedeció al punto. El dolor desapareció.
Madre era por lo
general atenta y paciente con sus hijos. Pero si algo no permitía era que
pusieran en duda sus palabras cuando daba una orden.
Había dejado claro
hacía nueve meses que quería un bebe de padre humano y nada ni nadie la había
podido convencer de no llevar a cabo la locura que había acabado cometiendo.
Una vez llevado a término su objetivo tampoco iba a permitir el menor titubeo
ante sus órdenes. Miró a su hijo mayor enfadada, alzó una ceja y desapareció.
—No deberías retarla
—le aconsejó Merak.
—Es un error hacerlo
—confirmó Simba—. Si madre quiere algo, lo tiene. Da igual que sea un capricho.
—De hecho su nombre era buena prueba de ello. Había decidido crearle tras pasar
un tiempo en compañía de unos humanos de piel negra… y le había dado el nombre
que ellos otorgaban a uno de sus animales.
—Por supuesto —asintió
Antares—. Pero, ¡¿esto?! —exclamó observando disgustado al bebé—, ¿para qué
quiere esta cosa? —gruñó al ver que el pequeño comenzaba a fruncir el ceño—.
Solo llora; no sabe hacer nada, apenas puede crear energía ni manejarla, no
sirve para nada, ni siquiera es como nosotros. Es… medio humano —siseó con una
mueca de asco.
—¡Antares! —exclamó
Simba dolido. Era el más joven de todos, o al menos así había sido hasta la
llegada del bebé—, no estás siendo justo. Madre dice que él nos enseñará a ser…
mejores.
—¿Mejores? —Antares
alzó una ceja, un gesto idéntico al de su madre cuando ésta se enfadaba—.
¿Acaso somos peores que los humanos?
—Madre
desea que seamos… —Simba se interrumpió sin saber cómo continuar, realmente no
sabía qué era lo que deseaba su madre.
—Quiere que tengamos
sentimientos y cosas de ese estilo —acabó la frase Ailean.
—¿Y esta cosa diminuta
y llorona va a enseñamos a tenerlos? — preguntó Merak despectivo— ¡Solo sabe berrear!
—exclamó tapándose los oídos ante el llanto cada vez más descarnado del pequeño
—. Es un incordio.
—Ella solo quiere lo
mejor para nosotros —aseveró dudoso Simba observando la cara enrojecida y arrugada
del bebé. Su nuevo hermano era muy feo —. Debemos intentar comprender a Madre
—alegó frunciendo el ceño.
—¿Comprenderla? Ni
ella misma se entiende —gritó enfadado Antares sin dejar de mirar al bebé. Si
seguía llorando de esa manera durante toda su vida, la eternidad se tornaría
insoportable—. Marchaos y dejadme en paz. ¡Tengo que ocuparme de esta cosa! ¡No
puedo perder el tiempo con vosotros! —exclamó, furioso por la tarea
encomendada.
Sus hermanos
asintieron y desaparecieron. Merak dejó que su cuerpo se filtrara al interior
de la tierra, Ailean se posó sobre el riachuelo que había creado en el suelo y
se convirtió en agua y Simba se transmutó en un dorado rayo de sol y se alejó
jugueteando entre las sombras del bosque.
Antares se acercó a la
cuna. El bebé, continuaba llorando.
—¿Qué demonios voy a
hacer contigo? —se preguntó.
Jaejoong se removió
incómodo, su boca se frunció y un sonido parecido a un maullido salió de él.
Estiró los bracitos y los volvió a encoger para luego comenzar a llorar de
nuevo. Antares frunció el ceño. El bebé no estaba cómodo. Alzó una mano y una
ligera corriente de aire tomó forma bajo la criatura que reposaba sobre la roca
porosa. El bebé suspiró. La piedra era dura, el aire no. Antares dio vueltas
alrededor del pequeño, pensando en cómo se cuidaba de “eso”, luego las
comisuras de sus labios se elevaron.
No le salió muy bien,
no estaba acostumbrado a sonreír, pero aun así, fue indudablemente un esbozo de
sonrisa. Creó una pequeña nube con la escasa energía del agua que habitaba en
su interior y la dio forma hasta que tomó la consistencia de algodón húmedo,
luego, procedió a limpiar toda la grasa y la sangre que cubría el diminuto y
arrugado cuerpecito.
* * *
Yun Soo observó
angustiada los campos que tanto trabajo le había costado labrar a su marido. Su mirada se perdió en las hileras de
plantas rebosantes de frutos; listos
para ser recolectados y luego bajó hasta su hijo.
Beom Soo dormía contra
su pecho, acomodado en los pliegues del enorme chal que había colocado sobre su
vientre y espalda para luego atárselo cruzado al hombro. Así por lo menos podía
tener ambos brazos libres.
La mujer se limpió el
sudor de la frente con el dorso de la mano y, tras emitir un suspiro de
frustración, comenzó a caminar hacia los cultivos con un enorme capazo entre
las manos. De nada servía llorar por lo perdido. Su marido estaba enterrado
tras la cabaña, las fiebres le habían matado el mes anterior, y ella debía
hacerse cargo de la recolecta aunque tuviera que llevar a su hijo a cuestas. No
podía permitirse ni un minuto de compasión o desaliento.
Llegó hasta la primera
hilera de vides y cerró los ojos. No era demasiado trabajo, podría hacerlo.
Necesitaba hacerlo. Nadie iba a ayudarla. Se agachó, cogió el primer racimo de
uvas maduras en una mano y lo cortó con el cuchillo que llevaba en la otra, lo
dejó con cuidado en el cesto y tomó otro. Solo quedaban mil más por recoger…
Llevaba gran parte de
la mañana vendimiando cuando escuchó llorar a un bebé. Pero no era su pequeño Beom
Soo. El sonido parecía llegar de un extremo del campo. Abandonó su trabajo y se
dirigió hacia allí con premura, preocupada porque un niño se hubiera perdido en
sus tierras.
Su preocupación fue
infundada… o quizá no.
Al final de la última
de las hileras de vides se encontró con la estampa más extraña que jamás
hubiera podido imaginar: un hombre joven acunaba contra su cuerpo a un bebé
recién nacido. Era muy alto y delgado, su piel era pálida, casi transparente;
su largo cabello era del color de la nieve y sus penetrantes ojos, de un gris
tan claro que casi parecía blanco.
Yun Soo se detuvo
estremecida, había algo en ese hombre que la hizo retroceder. Exudaba fuerza y
poder. Un poder puro, primigenio. Parecía estar rodeado de fuertes corrientes
de aire que le alborotaban el pelo y hacían ondear sobre sus tobillos la
extraña túnica blanca que era su única vestimenta.
Desvió la mirada hacia
el bebé desnudo que acunaba con torpeza entre sus brazos. El pequeño tenía la
cara congestionada por el llanto, abría su diminuta boquita sobre los largos y
pálidos dedos del mayor y los succionaba buscando una leche que él no podía
darle.
—Ayúdame —le llevó el
viento la voz del hombre—. No sé por qué llora. Me han ordenado encargarme de
mi hermano y me está volviendo loco con su llanto —dijo irritado a modo de
explicación.
Yun Soo abrazó a su
hijo y dio un paso atrás, asustada por el aura de poder intangible que rodeaba
al desconocido, pero un instante después el llanto del pequeño la hizo
olvidarse de toda precaución. Irguió la espalda, elevó la barbilla y caminó con
engañosa serenidad hacia la extraña pareja. Al ver la carita desesperada del
bebé, lo cogió con cariño de las manos del hombre y lo acomodó en el interior
de su chal. Luego sacó uno de sus pechos colmados de leche y se lo ofreció. El
recién nacido no necesitó más, acogió el hinchado pezón entre sus labios y
comenzó a succionar.
—Pobrecillo, estás
muerto de hambre —susurró acariciando la mejilla del niño —. ¿Vuestra madre ha
muerto en el parto? —preguntó al joven, intuyendo que ese era el motivo por el
cual el pequeño estaba sin alimentar.
—No.
—¿No le ha subido la
leche? —indagó intrigada al ver la cara asombrada de él.
—No creo que Madre
tenga de eso…
Antares
observaba hechizado como su hermano comía de las ubres de la humana. Había
pensado que tenía frío y le había ordenado al cálido viento del sur que rodeara
su cuerpecillo, pero él había seguido llorando. Luego había intentado
distraerlo haciendo bailar las hojas de los árboles con un ligero remolino,
pero el pequeño le había ignorado para berrear con más fuerza… Incluso lo había
hecho volar en el centro de un tornado para ver si así se asustaba y se
callaba, pero tampoco había dado resultado. Jamás hubiera podido imaginar que
lo que su hermano necesitaba era comer.
¡Comer de ubres
humanas! ¿En qué clase de lío les había metido Madre? ¿De dónde iba a sacar
unas ubres para alimentarlo? Él no podía crear eso a partir del aire, elemento
que dominaba.
—No te preocupes —le
dijo Yun Soo a modo de consuelo al ver la desesperación pintada en el rostro
del hombre—. En pocas horas le subirá la leche a tu madre y podrá alimentar a
tu hermano. Es un niño muy hermoso y se criará bien. Te lo aseguro —afirmó
besando la frente de su propia hijo, de apenas tres meses, que miraba curioso
al bebé.
Antares parpadeó
asombrado al escuchar la compasión afable de la aldeana. Comenzaba a entender
por qué su madre sentía tal fascinación por los humanos.
—No creo que Madre
tenga intención de alimentar así a Jae —replicó con sinceridad el pálido joven.
—No. No lo haré, lo
hará ella —sentenció de repente una voz femenina.
Yun Soo se giró
sobresaltada, observó a la mujer que había hablado y dio un par de pasos hacia
atrás, asustada, hasta toparse con el cuerpo poderoso del hermano del pequeño.
Frente a ella, flotando a varios centímetros sobre el suelo, se hallaba una
mujer de silueta etérea y rasgos difusos.
Podía ver a través de
ella el bosque que rodeaba sus campos.
—¡Es un fantasma!
—jadeó sobrecogida a la vez que se santiguaba con la mano libre—. El fantasma
de tu madre. ¡Dijiste que no había muerto! — increpó aterrorizada a Antares.
—Por supuesto que no
he muerto. ¿Antares, por qué esta mujer asegura eso?
—Imagino que la has
asustado, Madre.
—No debes temerme,
humana. No soy malvada —afirmó Madre.
Antares bufó al
escucharla. ¡Como si ellos fueran capaces de entender la diferencia entre los
malvados y los… mmm… los que no eran malvados!
—Eres un fantasma
—repitió Yun Soo abrazando protectora a los bebés contra su pecho.
—No. No lo soy
—aseveró la etérea mujer.
—¿Qué eres entonces?
—¿Una diosa? —preguntó
más que afirmó un joven que apareció por ensalmo ante ellos.
Yun Soo abrió mucho
los ojos y a punto estuvo de desmayarse.
—¿Una diosa, Simba?
—Madre miró a su hijo menor arqueando una ceja. Este se apresuró a explicarse.
—Yo también he
observado a los humanos, Madre, y creo que antes de aterrorizar a esta buena
mujer, bien podríamos intentar conseguir que ella accediera a tu requerimiento
voluntariamente —susurró Simba. Madre asintió. Luego el joven miró a la aldeana
y dejó que los rayos del sol se reflejaran sobre su cuerpo dorado, dotándole de
un brillo mágico—. Somos los dioses de los antiguos habitantes de estas
montañas —afirmó sonriendo.
—¿Los dioses de los
antiguos… qué? —siseó Antares pasmado.
—Todas las culturas
humanas han tenido miles de dioses a lo largo de su historia —susurró Simba a
su hermano mayor—. Seguro que en estas montañas hubo antaño un poblado de gente
vestida con pieles que gritaban a algún dios mientras bailaban alrededor de una
hoguera… Y nosotros somos los descendientes de ese dios —dijo arqueando mucho
las cejas, pidiendo en silencio a su hermano que dejara de ser tan obtuso y le
siguiera el juego.
—Solo hay un dios:
Dios, nuestro señor —gimió Yun Soo, santiguándose de nuevo sin dejar de mirar a
las extrañas personas que la rodeaban.
—¿Estás segura de eso,
humana? — Yun Soo asintió dudosa ante la pregunta de Simba—. Hace mucho, mucho
tiempo, antes de que el mundo tal y como lo conoces fuera creado, existía un
ente eterno que recorría solitario los cielos. Un ser que observaba la vida que
surgía exultante en este pequeño planeta. Esta entidad, Madre —Simba inclinó
reverente la cabeza señalando a la mujer incorpórea—, se sintió tan fascinada
por vosotros que decidió que no podía soportar más la soledad del universo — relató
contando una verdad adornada—. Buscó en su interior una solución a su dilema, y
vio que su cuerpo intangible estaba formado por energía, la energía primigenia
del viento, del agua, de las entrañas de la tierra y del sol, y decidió emplear
parte de esta energía en crear un hijo que le hiciera compañía. Así nació mi
hermano, Antares.
Antares miró a Simba a
la vez que bufaba irritado porque estaba desvelando demasiadas verdades, no
obstante decidió seguirle el juego, y exasperado por la pérdida de tiempo, puso
los ojos en blanco mientras dejaba que su cuerpo, hasta entonces sólido, se
volviera transparente durante un instante.
Yun Soo gritó
asustada.
—Pero resultó que
Antares era demasiado gruñón, y Madre decidió crear otro ser, con la esperanza
de que fuera afín a ella —continuó Simba su historia, acercándose a Yun Soo,
hipnotizándola con su resplandor—. Y así nació Merak. Surgió de la energía que
mueve las entrañas de la tierra, la que se derrama a través de los volcanes
—explicó señalando a un hombre de piel morena, brillante pelo caoba y ojos
rojos como la sangre que pareció emanar del mismo suelo—. Pero, Merak resultó
estar más interesado en nadar entre las corrientes de magma del centro de la
tierra que en hacer compañía a Madre, por tanto, varios siglos después,
aburrida de nuevo, decidió intentarlo una vez más. Moldeó las nubes del cielo
hasta dar forma a un cuerpo y luego lo roció con el agua de los océanos, y así
fue como mi hermano tomó vida. Ailean —susurró invocándolo.
Nubes tormentosas
llenaron el cielo antes despejado y de ellas cayó una fina lluvia que al tocar
el suelo se convirtió en un hombre de pelo castaño y ojos tan verdes como el
mar en calma.
—¿Qué estás tramando,
Simba? —preguntó Ailean, molesto por haber sido interrumpido.
—Pero, Ailean resultó
ser tan voluble como la lluvia de otoño. Así que Madre buscó en su interior de
nuevo y encontró la energía del sol. Y me creó a mí. El mejor de los cuatro. El
más guapo, cariñoso y divertido — afirmó Simba sonriendo.
Yun Soo no pudo evitar
reírse ante las miradas indignadas que el resto de los hombres dirigieron al
joven de piel y cabellos dorados mientras Madre asentía, totalmente de acuerdo
con sus palabras.
—Pero este niño… él no
es como vosotros —afirmó mirando al bebé que sostenía entre sus brazos.
—No. Mis hijos carecen
de emociones, de sentimientos. Por eso tomé la simiente de un hombre en mi
interior y engendré vida casi humana — declaró Madre con firmeza—. Tú lo alimentarás
mientras siga siendo un bebé indefenso —ordenó.
—Nosotros no sabemos
cómo hacerlo —se apresuró a explicar Simba ante la rudas palabras de su madre—.
¿No harías esto por nosotros? —miró a su alrededor y sonrió—. A cambio recogeremos
los frutos de tus campos y cuidaremos de que jamás te falte el calor de la
tierra, la lluvia de las nubes, la brisa fresca en verano y la luz del sol.
VERANO, 1912.
—¡Jae! —tronó el
viento alrededor de las dos crías que jugaban en un prado perdido entre
montañas.
—Antares nos ha
encontrado —susurró un niño —. Corramos a escondernos.
Y sin decir una sola
palabra más, los chiquillos abandonaron corriendo la pradera con la clara
intención de esconderse en el frondoso bosque. No lo consiguieron. Una fuerte
corriente de aire las envolvió, elevándolos por encima de las copas de los
árboles hasta el hombre que los esperaba allí, con el ceño fruncido y los
brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Tenéis idea del
tiempo que llevo buscándoos? — gruñó enfadado—.Yun Soo está preocupada por si
te ha pasado algo, Beom Soo —regañó al niño —. Y Madre me está volviendo loco
con sus exigencias, Jae. Debes regresar y hacer algo para que se divierta y nos
deje respirar tranquilos —exigió al niño de cabello negro, ojos oscuros, piel pálida
y cuerpo tan grácil como las tenues brisas del verano.
—Por favor, Antares,
quiero jugar un poco más con Beom Soo. Es mi mejor amigo, y cuando seamos mayores,
se convertirá en mi hermano —afirmó el pequeño girando travieso en el volátil
torbellino.
—¿Tu hermano? —Antares
enarcó una ceja y observó divertido a los dos pequeños. Por una vez el extraño
capricho de su madre había resultado acertado. Su hermano les había enseñado lo
que era la alegría, el cariño y… la preocupación, gruñó recordando las horas
que había estado buscándolo, asustado por si le había ocurrido algo.
—Sí. Esta tarde hemos
hecho un pacto sagrado —susurró solemne Jae —. Cuando el primer hijo varón de Beom
Soo tenga edad de casarse, lo hará conmigo, así Beom Soo será mi hermano y
formará parte de nuestra familia. — Ambos niños asintieron con la cabeza, muy
serios—. Beom Soo será inmortal, igual que yo y estará siempre a mi lado
—aseveró abrazando a su mejor amigo, a su hermano humano.
que bello esperara que nazca yunho para casarse con el por que el sea el hijo de Beom Soo verdad creo que si aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah ya quiero que nazca
ResponderEliminarespero el siguiente no demores por fis
Me enconto el capitulo :)
ResponderEliminarRealmente bonita la historia, de seguro que el primer descendiente varon es nuestro Yunho :) ya quiero leer el proximo capitulo ... me muero de ansias
Ooooh eso se puede llamar predestinado a estar juntos sera Yunho verdad ?¿
ResponderEliminarGracias por la actualisacion <3
Me imagino que Yunho sera el hijo de bem soo???pobre Antares Jae lo ha hecho preocuparse ,me encanto la histori que Simba invento
ResponderEliminarOMG!! que bello relato !!
ResponderEliminarJaejoong se va casar con el hijo de Bem Soo?? pero Jaejoong no sera muy viejo para el?? o Jaejoong nunca va envejecer??? :O!!
que interesante!! X3
Me parecio de lo mas tierna la amistad de Bem Soo y Jae y esa familia de dioses es muy divertida ... y Madre es todo un caso! Muy entretenido
ResponderEliminarDespues de tanto tiempo por fin me he dado un tiempo para volver a leer a tu blog linda
ResponderEliminarAhora hablando de la adaptación... es tan hermosa!! Las explicaciones que dio Simba me hizo el dia xD
Seguire con los siguientes capitulos
Tener a Jae fue un capricho para la diosa pero algo bueno saldrá de eso...Está interesante...Seguiré leyendo.. Gracias
ResponderEliminarWaa! Es muy lindo, eso de las dioses llama tanto la atencion.
ResponderEliminar¡gracias!
Que hermosa historia, Jae les está enseñando a sus hermanos lo que son los sentimientos, aunque de todos modos se ve que son buenos sus hermanos.
ResponderEliminarGracias, me encanta!!! ❤️💕💞