miércoles, 12 de noviembre de 2014

Corazon Salvaje: Capítulo 4

Capitulo 4


LA ENFERMEDAD DE Changmin fue larga. Durante mu­chos días tuvo fiebre alta, y cien veces pronunció en su deli­rio, como uniéndolos para siempre, los nombres de Yunho y de su padre. Al fin, una mañana amaneció despejado, reconoció a su madre y lloró en sus brazos... Aquella tarde...    
—Vas a ir tú mismo, Bautista.
—Sí, señora. Como usted mande. El niño ya no está en peligro y dice el médico que muy pronto podrá levantarse.
—Apenas se reponga, lo mandaré a Francia. Por eso quiero que recojas los papeles de casa de Yong Hyun y entregues esta carta en propia mano al Gobernador. El me ayudará.
—No tengo palabras con qué agradecerle el gran favor que va usted a hacerme, señora Kim. La molestia de llevar con­sigo a Changmin...
—Por Dios, amiga mía. Si esa no es molestia, al contrario. ¿Qué más puedo querer yo, para este viaje en el que voy sola con mis dos niñitos, que la compañía de un muchacho como Changmin, que es casi un hombrecito ya?
—Confío en que sepa ser un caballero.
—Le repito que estoy encantada. Y hay que ver lo bien que se lleva con mis pequeños, y más aún que con el mayor, que es tan suave, con ese revoltoso del pequeñito...
Es en el despacho del capitán del puerto, junto a los muelles en que aguarda un barco listo a partir rumbo a Francia. Allí es donde charlan Jung Soo Hyang y la parienta del Gobernador, Kim So Mi, una mujer ma­dura, tímida y bondadosa, de ademanes suaves, que mira con ternura al grupo que forman a corta distancia, al otro lado de la ancha puerta abierta, Jung Changmin y los dos peque­ños Kim, de nueve y siete años. El mayor es delgado y fino, inquieto y nervioso, de grandes ojos oscuros. El más pequeño, de rostro sonrosado y ojos ardientes.
—Mi Changmin necesita olvidar muchas cosas desagradables. Este viaje es el mejor remedio para él...
—Es usted muy valerosa separándose así de su único hijo.Repito que la admiro. Además, supongo que tratará de cum­plir con esto la última voluntad de su esposo...
—Efectivamente... —Forzada a mentir, Jung Soo Hyang se ha mordido los labios, luego sonríe con esfuerzo, cambiando el  espinoso tema de la conversación—: Sus niños son preciosos. Me habló mucho de ellos el primo de usted, el Gobernador. ¿Cuál es Karam?
—El más pequeño...
—El mayor es Jaejoong, ¿verdad? Ya sé que, por empeño de su padre, van a educarse a Francia.
—Mas yo no soy tan heroica como usted, y no  los dejo ir solos aun cuando tenga que separarme de mi esposo. Pero creo que le buscan a usted...
— ¡Ah, si! Es Yong Hyun... Con su permiso...
—Todo está en orden, y el barco a punto de zarpar. Acabo de entregar al sobrecargo los últimos papeles de Changmin y, por lo tanto, mi misión está terminada —explica el notario.
—Muchas gracias Yong Hyun. ¡Oh, aguarde! ¿No quiere acompañarme hasta dejar en el barco a Changmin?
—Será un gran honor —acata Yong Hyun, pero el tono con que lo dice es francamente seco, casi hostil.
—Comprendo que está disgustado conmigo. Le traté bruscamente la última vez que hablamos —intenta disculparse Soo Hyang.
—Olvide ese asunto, señora. No tiene la menor importancia.
—Entonces, ¿me permite hacerle una pregunta indiscreta?
—Desde luego, aunque no le prometo contestarle.
—Le agradeceré mucho que me responda. ¿Buscó usted a ese muchacho que mi esposo quería recoger? ¿Tiene alguna noticia de Yunho... del Diablo?
—La noticia que tengo es buena para usted, aún cuando a mí, sinceramente, me ha apenado.
—Espero que no le habrá ocurrido alguna desgracia...
—Todavía no, más será muy raro que volvamos a saber de él.
— ¿Por qué?
—Tras mucho averiguar, he tenido noticias de que embarcó como grumete en una goleta de carga que zarpaba. No supieron darme el nombre de la goleta ni de su capitán, por lo que considero totalmente perdida la pista del muchacho. Lo siento... lo siento... El me había pedido que lo dejase en mi casa como sirviente y, después de todo, hubiese sido lo mejor. ¿Pero quién podía adivinar...? En fin, mire usted por dónde los dos pequeños van a estar al mismo tiempo cruzando el mar... —La sirena del buque, que está pronto a zarpar, le interrumpe con la estridencia de su sonido—. Ese es el barco que se lleva a su hijo. ¿Vamos?
El barco que se lleva a Changmin ha dejado atrás el promon­torio de rocas en el que se alza el faro, y, con la proa apuntan­do hacia altamar, apresura la marcha. De pie junto a la baran­da de cubierta, creyendo sentir aun sobre elrostro los besos y las lágrimas de su madre, Chanmgin mira aquella tierra que se aleja, teniendo a cada lado a uno de los pequeños Kim: Karam sonríe, mientras Jaejoong se seca una lágrima. Y como una promesa a aquella tumba que dejara en el cementerio, como un grito de su corazón de doce añosChangmin ofrece:
—Volveré pronto, papá. ¡Volveré... para buscar a Yunho!

* * *

Y PASARON LOS AÑOS...
Esta es una historia que sólo podría pasar donde pasa... En la tierra florida y convulsa, isla volcánica surgida al impulso de un borbotón de fuego, tierra de amores y de odios, de pasiones sin freno, de abnegaciones y de crueldades... Tierra sobre la que habrían de chocar aquellos cuatro corazo­nes apasionados: Jaejoong, Karam, Changmin, Yunho…
Entre las cuatro paredes de una celda hay un hombre en quien la vida intensa parece palpitar. Un mundo de pasiones arde en el cerco de sus grandes ojos y parece resbalar bajo la piel de sus pálidas mejillas. Sus manos finas, sensitivas, se en­lazan como para una súplica, como para una oración, mas hay en ellas un crisparse desesperado. Ese hombre sufre, ese hombre ama, es como una hoguera que se consumiese alumbrando. Pe­ro sobre su cuerpo grácil hay un hábito, un blanco hábito de novicia, y cuelga de su fina cintura un rosario. Sus pasos tré­mulos lo llevan ante el crucifijo, y allí se desploma sollozando...
—Jaejoong, hijo mío, ¿ha hablado ya con su confesor?
—Sí, Madre, abadesa.
— ¿Y cuál fue su consejo? Supongo que el mismo que yo le doy.
—Si, Madre... —conviene Kim Jaejoong, con un dejo de tristeza.
— ¿Ve usted? Es demasiado pronto para profesar, para hacer los votos definitivos.
—Lo deseo ardientemente, Madre. ¡Con toda mi alma!
—Aunque así sea... No es un arranque, no es un arrebato lo que ha de llevarnos a vestir para siempre estos santos hábitos. Es una verdadera vocación, y hay que probar la suya, Jaejoong. Probarla, no aquí, no en esta santa casa, sino en la lucha, en el mundo, frente a la tentación...
—Yo no quiero volver al mundo. Madre. Yo quiero profe­sar. No me saquen de aquí... ¡No me rechacen!
—Nadie lo rechaza. Si algo decidimos por fin en contra de su gusto, es por su bien. Ahora mismo voy a hablar con su confesor. Entre tanto, rece y aguarde, hijo. Rece y eleve su corazón a Dios. —Y diciendo esto, la abadesa se aleja con pasos suaves.
— ¡Dios mío! ¡Jesús mío! No permitas que me rechacen —implora Kim Jaejoong asomando las lágrimas a sus lindos ojos—. Admíteme entre tus esposas... Dame la paz y el amparo de tu casa... Que se cierre la herida de mi corazón... Que ese amor que me humilla y me avergüenza se acabe... ¡Jesús mío, limpia mi corazón del amor humano y llámame a Ti!

* * *

Un hombre cruza las anchas tierras fértiles. Monta en el más arrogante caballo árabe que pisara la tierra, y viste finas ropas de caballero. Altivo y gallardo, con la fina  mano sostiene las riendas, mientras la espuela de plata se clava en los ijares del bruto. Sus cabellos castaños, sus ojos abarcan en una mirada de dominio toda la tierra hasta donde alcanzan: tierra de la que es amo y señor. A su paso se inclinan las espaldas, se descubren las cabezas hu­mildes de los trabajadores, se deshojan, como azahares criollos, las flores blancas de los cafetales... Pero él no sonríe... su mirada es inquieta, convulso el pliegue que aprieta sus labios. Es un hombre que busca... que busca sin encontrar jamás...
— ¡Bautista! ¡Bautista!
—Aquí estoy, niño Changmin. ¿Qué le pasa?
—Vengo de los cafetales, y ya te hablé de eso el mismo día que llegué —le reprocha Jung Changmin, disgustado, conteniendo a duras penas la cólera que le atosiga—. No es posible que esa gente siga trabajando en la forma en que lo hace. Es absurdo, inhumano... La jornada de catorce horas no es para hombres, no es para seres humanos y tú tienes ahí niños y mu­jeres. ¿Por qué?
—Sale más barato... Además, así llevan quince años y no ha pasado nada...
—Y también presos de la cárcel, que tra­bajan encadenados. ¿Cómo es posible?
— ¡Ay, ay, niño Changmin! Usted trae la cabeza oliendo a Europa. Ya no sabe cómo son las cosas por acá. En tiempos de su señor padre...
—Mi padre era severo, no inhumano —le ataja Changmin, francamente molesto.
—Las haciendas han rendido el doble desde que yo las administro —afirma Bautista en forma por demás insolente.
— ¡No me interesa acumular más dinero! Quiero que trates a los que trabajan para mí, con justicia y bondad.
—La señora está conforme con cuanto yo hago...
—Es justamente lo que voy a averiguar. Pero esté o no conforme mi madre, yo lo estoy, y he de remediarlo —rezonga Changmin, alejándose.        

* * *

Un hombre sonríe al vaivén de la hamaca. Se mece suave, bajo el beso de fuego del mediodía. Del arroyo cercano llega un murmullo de agua, y no es de flor, sino de fruto dulce y maduro, el aroma que en torno suyo exhala. Parece descansar, pero no descansa: tiembla, arde, siente rugir pecho adentro, como el volcán enorme, sus pasiones inconfesables. Es un hombre que espera, que aguarda, como puede aguardar la pantera en acecho, como lentamente, a través de la tierra, crece la lava que  ha de desbordarse...
— ¡Karam! ¿Pero qué es eso? ¡Deja ese piano! ¡Basta! ¡Basta! ¿Cómo te atreves...? —reprende Kim So Mi a su hijo.
— ¿A tocar un can can? Deja que me veas bailarlo... Es la última moda en París. Mira esta revista...
— ¡Quítame de delante ese papelucho! Si llegara tu novio…Si te viera Changmin leyendo una cosa semejante.
—Por favor, mamá —protesta Karam en tono burlón—. Yo, con Changmin y sin Changmin, haré siempre lo que me dé la gana.
—Muy mal camino para un futuro esposo... y para un novio, mucho más. Si Changmin supiera...                
— ¡Basta, mamá! —Le atajaKaram con brusquedad—. No sabrá nada si tú no se lo cuentas, y espero que no vayas a contárselo. Changmin está muy lejos... Gracias a Dios, lo bastante lejos para dejarme en paz mientras nos casamos.

* * *

— ¡Viren a estribor! ¡Bajen el foque! ¡Tres hombres a babor para achicar el agua! ¡A estribor... a estri­bor...! ¡Quítate, estúpido, déjame a mí el timón! ¿No ves que te vas contra las rocas? ¡Pronto!... ¡Fuera!...
Saltando sobre los escollos, desafiando los elementos desencadenados, una goleta marinera cruza frente al Cabo del Diablo, gira con asombrosa rapidez entre las rocas aguzadas y los bancos de arena, y enfila al estrecho canal que le lleva a una pequeña y segura rada. Negro está el cielo y hosca la tie­rra, pero el hombre que lleva el timón no vacila frente a la furia del cielo y el mar, salva el último escollo, vira en redondo, alcanza milagrosamente el amparo de los farallones y luego, con gesto orgulloso, deja la rueda en manos de su segundo, saltando sobre la húmeda cubierta.
— ¡Echen el ancla... y un bote para tomar tierra!
Ha saltado sobre la arena de una playa, metiéndose en el agua hasta la cintura, para arrastrar hacia dentro la frágil barca que hasta allí le ha llevado desafiando la tormenta que está en su apogeo. Con flexible soltura de felino da unos pasos aleján­dose del mar, y luego se vuelve para contemplarlo, como con­templa también el cielo oscuro: con gesto desafiante. A la luz del relámpago se ilumina de pies a cabeza la figura del recio capitán de la nave. Es fuerte y ágil; los pies descalzos parecen agarrarse como topos a la tierra que pisa; tiene la piel tostada por la intemperie, el cuello fuerte y ancho, alto el pecho, las manos callosas, y el rostro altanero posee un diabólico resplan­dor triunfante. Es como un hijo de la tormenta, como un pros­crito que se alzara contra el mundo entero, y contra el mundo entero se sintiese capaz de luchar... Tiene veintiséis años y es el más audaz navegante del Caribe. Las gentes le llaman: "Yunho del Diablo"...

* * *

LA VIEJA CASA de los Kim se alza solitaria y aislada al final de una de las anchas calles de los arrabales, que, como todas, termina en el mar. Sus sólidos muros pintados de cal, abren amplias estancias frescas y ventiladas, amuebladas con lujo un poco anticuado. Es una de esas casas en las que se sostiene con esfuerzo la apariencia de una posición que fue mejor, en que se remiendan las cortinas y se lavan los viejos pisos hasta hacerlos brillar. Tiene muchos cuartos desocupados, y la rodea un jardín, descuidado y selvático, en cuyo fondo se agrupa una espesa arboleda... Detrás de ésta se en­cuentran los acantilados, y luego el mar... el mar imponente y bravío de aquellas costas siempre castigadas por vientos y huracanes, siempre destrozadas, y renovadas siempre por el soplo vital de una tierra feraz.
Kim Karam ha cruzado una habitación sin muebles, ha abierto una ventana que da sobre el fondo del jardín, y ha quedado aguardando, tenso, ardiente, indiferente a las ráfagas e viento, a las gotas de lluvia que de cuando en cuando gol­pean con violencia sus cabellos oscuros, su frente despejada, sus mejillas morenas, ahora pálidas de deseo, sus labios ávidos y sensuales, que se crispan en gesto de impaciencia cuando entre los ruidos de la tormenta destaca un ruido más: el de unos pasos firmes. Alguien llega hasta aquella ventana, chapoteando en el tango, indiferente a la furia del huracán... Como ella, tenso y ávido. Alguien llega para estrecharla en un abrazo bru­tal, para besarla en los labios, trémulo y anhelante...
— ¡AI fin! Desde ayer te esperaba, Yunho. ¿Qué hacías? ¿Dón­de estabas? —indago Karam.
—En el mar... Llegué, contra todos los vientos. Estuve cien veces a punto de estrellar el barco por entrar esta noche... ¿Y todavía vas a quejarte?                                   
— ¡Es que no puedo vivir sin ti! ¿No lo comprendes? Cuan­do faltas a tu palabra, pienso que estás con otro y me vuelvo loco. ¡y quisiera destrozarte, matarte...! ¿Y tú?
— ¡Fiera...! —reconviene Yunho, satisfecho y sonriente—. ¡Yo también, a veces, quisiera matarte! Sal, ven conmigo...
— ¿Estás loco? ¿Con esta noche?
—Mejor... así no habrán de espiarnos. Sal o me voy...
—No... No te vayas... Saldré... Tirano... Yunho del Diablo.
Satisfecho, Yunho ha vuelto a besar a Karam, a sujetarlo, abrazándolo a través de los barrotes que se le clavan en el pecho duro y ancho. Luego lo empuja, ardiente la mirada de pasión y dominio:
—Ven... Ven pronto... Te espero entre los árboles. Si tar­das demasiado, no me encontrarás...
La hora de amor ha pasado, y también amainó la tempes­tad. El viento ha empujado las nubes, desgarrándolas, y en los trozos oscuros, como jirones de celeste terciopelo, titilan las es­trellas cual claros diamantes.
La honda gruta abre a la estrecha playa la ancha boca eri­zada de cuchillos cortantes. Sobre la blanca arena que cubre el piso de la cueva, reclinada en el hombretón que está a su lado, todavía se estremece Karam por la dulzura del instante pasado. Los negros cabellos destrenzados le caen sobre los hombros, arde su boca sensual y húmeda y son sus ojos, en la oscuridad, como otras dos estrellas que brillaran en las sombras... Y es el aroma de su cuerpo joven, como el rugido de aquel mar áspero, inci­tante, que en festones de espuma se extiende por la playa...
—Me vuelves loco, Karam. Eres como esta tierra, ¿sabes? Siempre hay que ganarla en una batalla, pero no hay otra más linda, que huele más a flores, que dé frutos más dulces... Como tú... como tu boca. —Ha vuelto a besarlo. Luego, bruscamente, lo separa para mirarlo muy fijo, el rostro endurecido—. ¿Por qué me hiciste esperar tanto?
— ¡Mi Yunho...!¡Mi Yunho...! —SusurraKaram vibrante de pasión—. ¿Te digo la verdad? Quise ver si era cierto que te ibas si tardaba...
— ¿Ah, sí? ¿De veras tardaste por desesperarme?
— ¡Ay, salvaje! No me aprietes así, me haces daño... ¡Qué tonto eres! —ríe satisfecho—. Tardé porque mamá empezó a hablarme.
—Cuando tú quieres, bien sabes cortar una conversación.
—Claro... Pero no quise: me hablaba de mi hermano.Mamá no quiere que profese.
—Pero él sí, y lo hará.
—Claro. Es terco como yo, nos parecemos en muchas cosas, y en eso más que en nada.
— ¿Parecerse...? —Yunho estalla en una burlona risotada—. ¡Habría que verte a tí con tocas monjiles!         
—Puede que de pronto me dé la ventolera, como le dio a él.
— ¿Y te iban a aceptar?
— ¿Por qué no? ¿Qué te crees? ¿Piensas que soy cualquier cosa, que no valgo nada? ¿Piensas que no valgo nada porque me digné a mirarte?
—Algo más que mirarme... me parece... —insinúa burlón Yunho.
— ¿Y por eso? Los hombres no agradecen nada...
—Yo te agradezco ser hermoso, tener la piel de raso y el corazón malvado. Así eres y por eso me gustas. ¿Te ríes?
—Me río porque hablas como yo. También detesto a los sentimentales. Te quiero porque no lo eres; por rudo, por salvaje, por diablo... Yunho del Diablo... ¿Quién te puso ese nombre?
—Cualquiera... ¿Qué más da? Para mí es bueno... Para mí es buena cualquier cosa.
—Es cierto, para ti es buena cualquier cosa mala. También me gustas por eso. Y te quise sin preguntarte nada. Ni siquiera sé, a ciencia cierta, quién eres...
— ¿Qué puede importarte?
—Nada... pero a veces siento curiosidad. ¿Dónde naciste? ¿Quiénes fueron tus padres? ¿Cuál es tu nombre verdadero? ¿Qué eras antes de ser capitán de un barco, que no se sabe lo que carga ni de qué puerto viene, ni a qué puerto va? ¿Qué eres ahora? ¡Contesta!
—Soy de aquí; soy lo mismo que mi barco, y mi nombre es Yunho. Si no te gusta Yunho del Diablo, puedes llamarme Yunho de Yunho. Aparte del diablo, sólo a mí mismo me pertenezco.
—Y a mí un poquito, ¿no?
— ¡Claro! A ti, como tú a mí... por un rato —ríe divertido y burlón.
— ¿Sabes que a veces me resultas demasiado brutal? No te rías de ese modo. ¡Tu risa es mala! No sé por qué te quiero, no sé por qué me acerco a ti, ni de qué medios te valiste para enamorarme...
—Fuiste tú el que me enamoró, querido. ¿No te acuerdas ya? Y fue en esa playa. Tú pasabas con tu sombrilla de encaje; yo llegaba en mi bote. Te quedaste mirándome... Sin duda pen­saste: Hermoso animal. Y te propusiste amaestrarme... pero no es tan fácil. Fue un buen chasco...
— ¿Por qué hablas así? Eres muy malo... —Y con la pasión reflejándose en sus negros ojos, Karam exclama—: Te quiero, Yunho. Te quiero y me gustas más que nada, más que nadie... ¡Bésame, Yunho! Bésame y dime que tú también me quieres... Dímelo muchas veces, ¡aunque no sea verdad!
Yunho no responde con palabras. Vuelve a besarlo, loco, apa­sionado, mientras los párpados de Karam se entornan cubriendo las pupilas ardientes, y, en la línea imprecisa del horizonte, asoma la claridad del alba…

* * *

—Jaejoong, hijo mío, recuerde que es la obediencia el primer voto que ha hecho usted al vestir esos hábitos.
—Quiero llevarlos toda la vida. Madre abadesa. Quiero obedecer siempre y para siempre, pero...
—Su pero está de más. Nuestro camino es renunciación y sacrificio. ¿Cómo puede seguirlo, rebelándose a la primera or­den que le desagrada?                        
—No es que me rebele, es que pido, ruego, suplico...
— ¿Suplica no tener que obedecer? Sus súplicas son vanas.
—Es que sólo en este refugio he hallado algo parecido a la paz.
—Para que esa paz sea duradera, necesitamos una seguridad absoluta, total, de su vocación religiosa. Usted ha salido  victorioso de todas las pruebas del claustro. Ha de pasar por la prue­ba del mundo.
—Pasaré, Madre, pero más adelante... cuando las cosas cambien, cuando mi hermano esté ya casado...
Jaejoong se ha mordido los labios, inclinando la cabeza bajo la mirada dulcemente severa de la abadesa. Es en aquella celda de paredes blanqueadas, cuyas altas ventanas dan al mar. El viejo convento se alza sobre una colina, dominando casi la ciudad, la bahía redonda y ancha, las bulliciosas calles centrales, los arrabales quietos y dormidos; más allá, el mar azul, y por el lado opuesto, las montañas, las enormes mon­tañas que se alzan tan cerca de la ciudad, el más alto de los cuales hunde en las nubes su empinada ci­ma: el monte, el enigmático volcán quieto desde cincuenta años atrás... el coloso dormido...
—Además, hay otra razón para enviarlo por un tiempo a su casa —explica la abadesa.
— ¿Otra razón? ¿Qué razón puede ser esa Madre?
—Su salud delicada. Eso salta a la vista, hijo mío. Aquí no hay espejos y no puede ver su cara. ¡Pero ha cambiado usted tanto...!
Kim Jaejoong ha inclinado la frente, pensativo. ¡Qué extrañamente hermoso luce en este instante, al último reflejo dorado del sol de la tarde! Bajo las blancas tocas, son como flor de nácar su frente altiva, sus mejillas pálidas, y entre las ne­grísimas pestañas tiemblan sus ojos como gemas cambiantes. Las finas manos sensitivas se han enlazado como para una sú­plica, como para una oración, en aquel gesto que ya es en ella familiar, y luego caen. Como flores tronchadas...
— ¿Qué importa la salud de mi cuerpo Madre? Ansiosamente busco la salud de mi alma.
 —La hallará, hijo, la hallará. Pero no tomará definitiva­mente las tocas hasta haberla encontrado. Yo estoy segura que hallará usted las dos muy pronto, justamente en ese mundo que se empeña en rehuir. Acepte la prueba de obediencia, hijo mío, y cuide también de su cuerpo. Lo necesitamos sano y dispuesto para servir a Dios. Es la última palabra de su confesor... y la mía.
—Está bien. Madre —acepta Jaejoong, ahogando un suspiro—. ¿Cuándo podré volver?
— ¿Por qué no pregunta primera, cuándo debe marcharse?
—Necesito saber antes cuándo me permitirán volver a mi refugio.
—De su salud depende. Ponga empeño en curarse, en reponerse, y su ausencia de nuestro lado será menos larga. Si no ocurre nada de particular, debe esperar nuestro aviso. Si ocurre algo, hijo mío, si se siente usted realmente solo y desamparado, si le faltan las fuerzas, entonces no espere ni vacile: vuelva, vuelva en cualquier momento. Esta es la casa de Dios, y ésta será su casa...                          
—Gracias, Madre. Me devuelve usted la vida con esas palabras —asegura Jaejoong, conmovido y feliz.
—Pero piense que sólo en un caso de verdadera, de absoluta necesidad, debe regresar antes de ser llamado.
—Así lo haré. Madre. Y ahora, si usted me lo permite, creo que debo escribir a mi casa... Mi madre ignora la resolución de ustedes. Debo prevenirla...

—La señora Kim ha sido ya prevenida, y le aguarda en el locutorio. Ha venido a buscarlo. Rece un momento en la capi­lla, diga adiós momentáneamente, y vaya al locutorio. Allí lo estaremos esperando...

8 comentarios:

  1. ese karam si que es todo un loco por no decir (p--o) mira que se casara con min y le esta poniendo el cuerno con yunho
    y jae por que sufre por que se quiere quedar en el convento acaso esta enamorado de min o por que quiere salir hasta que su hermano este casado con min
    mmmmmmmmmmmmmmm pero cuando conozca yunho a jae ese karam se dará topes en el suelo por que lo mandaran a freír espárragos y yunho quedara enamorado de jae
    y si que sufre bueno yo no vi la novela cuando la pasaron así es que para mi es nuevo esto y por eso mis dudas XD

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  2. Al parecer Jae esta enamorado de Changmin :( aunque una vez que encuentre a su Yunho todo cambiara... eso debe verlo jjajjaj es que quien se podría resistir a semejante hombre. Lo siento Jae pero tenia que decirlo tu hombre esta muy bueno jajjaja

    En fin, me toca esperar con paciencia la próxima continuación del fic, gracias por compartir

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  3. Lo extrañaba tanto, Yunho del diablo. Esta es una excelente historia. Ya quiero ver el primer encuentro entre YunHo y Jaejoong. Aunque los líos amorosos están al por mayor.
    gracias por actualizarlo

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  4. hola gracias por todos los capis u,u actualiza pronto hay tantas historias geniales aqui plisssssssss ACTU ........

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  5. ya me extrañaba que Karan no estuviese metido en ese peo es un desgraciado comosiempre un zorro y Jae pobre chico ya quiero ver lacarade Karan cuando se entere que su hermano volvio y cuando se conozcanelYunjae sera genial niña actualiza este fic tiene bastante tiempo ya que lo publicastes xfa terminalo y gracias x compartir

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  6. Gracias por el capítulo! :) Jaejoong de monja? nooo, menos mal que lo mandaran a su casa, asi conocerá a Yunnie~ ¡ansío ver ese encuentro! >.< espero puedas actualizar pronto, saludooos~

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  7. Karam es un... Y Yunho es grosero con él y le hace lo que quiere, eso no es querer. Mi hermoso Jae es una monja y de seguro conocerá a Yunho del diablo.

    Gracias!!!

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  8. Que chevere, he visto la novela y me encantó, leyéndola con estos maravillosos personajes Yunjae, esta aún mejor. Muchísimas gracias por todo el esfuerzo.

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