Capítulo 25
Jaejoong soñaba. Sentía el cuerpo acalorado y dolorido; le costaba
concentrarse en lo que estaba ocurriendo. Allí estaba Yunho, sonriéndole, pero
su sonrisa era falsa. Detrás de él, los ojos de Yoon Ji relumbraban
triunfalmente.
–He ganado–susurró la mujer–. ¡He ganado!
Jaejoong despertó poco a poco. Surgió del sueño con nerviosismo,
pues le parecía tan real como el dolor del cuerpo. Se sentía como si hubiera
dormido durante varios días en una tabla. Movió la cabeza a un lado.
Yunho dormía en una silla, junto a la cama. Aún dormido se lo veía
tenso, como dispuesto a levantarse de un salto. Estaba ojeroso y los pómulos le
sobresalían bajo la piel. Su barba mostraba un crecimiento de varios días.
Jaejoong lo miró por varios segundos, intrigado, preguntándose por
qué su marido estaba tan demacrado y por qué le dolía tanto el cuerpo. Movió la
mano bajo las mantas para tocarse el vientre. Ya no estaba duro ni levemente
redondeado, sino hundido y blando. ¡Y qué horriblemente vacío! Entonces lo
recordó todo. Recordó a Yunho acostado con Yoon Ji, aunque había dicho que ya
no la quería. Jaejoong había empezado a creerle, a soñar un buen futuro para
ambos, en la felicidad que tendrían cuando naciera el niño. ¡Qué necio había
sido!
–Jaejoong–murmuró Yunho con voz extrañamente ronca. Se sentó en el
borde de la cama y le tocó la frente. –La fiebre ha pasado–dijo con alivio–.
¿Cómo te sientes?
–No me toques–susurró él –. Aléjate de mí.
Yunho asintió, con los labios reducidos a una línea dura.
Antes de que ninguno de ellos pudiera hablar, se abrió la puerta,
dando paso a Han Sun. La expresión preocupada de su cara dejó sitio a una
amplia sonrisa al encontrarlo despierto. Se acercó a paso rápido por el lado
opuesto de la cama.
–Mi dulce hermanito –murmuró–. Teníamos miedo de perderte.
Y le tocó el cuello con suavidad.
Ante la aparición de un rostro familiar y amado, Jaejoong sintió
que se le llenaban los ojos de lágrimas. Han Sun frunció el entrecejo y miró a
su hermano, pero este sacudió la cabeza.
–Vamos, tesoro–dijo él, abrazando a Jaejoong – no llores.
– ¿Era varón?–Susurró él.
Han Sun se limitó a asentir con la cabeza.
– ¡Lo he perdido!–Gritó él, desesperado –. Ni siquiera ha tenido
la oportunidad de vivir y lo he perdido. Oh, Han Sun, tanto como deseaba yo a
ese niño. Habría sido bueno, amable y bellísimo.
–Sí–concordó Han Sun–, alto y moreno como el padre.
Los sollozos eran desgarradores.
– ¡Sí! Cuando menos mi padre tenía razón con respecto a los
varones. ¡Pero ha muerto!
Han Sun miró a su hermano. Era difícil determinar quién era el más
desesperado, si Jaejoong o él.
Yunho nunca había visto llorar a su esposo. Él le había demostrado
hostilidad, pasión, humor... pero nunca aquel horrible dolor. El hecho de que
no lo compartiera con él le inspiró una profunda tristeza.
–Jaejoong–dijo su hermano–, tienes que descansar. Has estado muy
grave.
– ¿Cuánto hace que estoy enfermo?
–Tres días. La fiebre ha estado a punto de llevarte.
Jaejoong sollozó. De pronto se apartó de él.
– ¡Han Sun, tú debías ponerte en viaje! Llegarás tarde a tu propia
boda.
Él asintió con aire sombrío.
–Tenía que casarme esta mañana.
–Y la has abandonado ante el altar.
–Espero que se haya percatado de mi retraso antes de llegar hasta
allí.
– ¿Le has enviado algún mensaje?
Él movió la cabeza en un gesto negativo.
–A decir verdad, me he olvidado. Estábamos preocupadísimos por ti.
No sabes cuán cerca has estado de la muerte.
En realidad, Jaejoong se sentía débil y muy cansado.
–Tienes que volver a dormir.
–Y tú ¿irás a conocer a tu novia?–Preguntó Jaejoong, dejándose
acostar.
–Ahora sí, ya seguro de que la fiebre ha cedido.
–Promételo–exigió él, fatigado –. No debes comenzar tu matrimonio
como comenzó el mío. Quiero algo mejor para ti.
Han Sun echó un vistazo a su hermano.
–Lo prometo. Partiré en menos de una hora.
Jaejoong asintió. Se le cerraban los ojos.
–Gracias–susurró. Y se quedó dormido.
Yunho se levantó de la cama al mismo tiempo que su hermano.
–Yo también me he olvidado de tu casamiento.
–Tenías otras cosas en que pensar–fue la respuesta–. ¿Sigue
enfadado contigo?
Han Sun recibió una mirada cínica.
–Más que enfadado, diría yo.
–Háblale. Explícale lo que sientes. Dile la verdad sobre Yoon Ji.
Te creerá.
Yunho miró a su esposo dormido.
–Tienes que preparar tu equipaje. Tu novia escocesa te
despellejará.
–Si se conformara con mi pellejo, se lo daría de buen grado.
Los dos salieron de la habitación, cerrando la puerta.
–En Navidad–dijo Yunho, estrechando a su hermano contra el cuerpo,
sonriente–. Tráenos a tu esposa en Navidad.
–Lo haré. ¿Hablarás con Jaejoong?
Él asintió.
–Cuando esté más descansado. Y yo, bañado, Han Sun sonrió. Yunho
no se había apartado de aquel cuarto durante los tres días de fiebre. Le dio un
afectuoso coscorrón y se alejó por el pasillo.
Cuando Jaejoong volvió a despertar, la habitación estaba a
oscuras. Joan dormía en un jergón, cerca de la puerta.
–Joan–susurró. Se sentía algo más fuerte, con la cabeza despejada
y muy hambriento.
La muchacha se levantó de inmediato.
–Mi señor –dijo, muy sonriente–. Lord Yunho dijo que ya estabais
mejor, pero no quise creerle.
–Quiero un poco de agua–pidió Jaejoong con los labios resecos.
–Sí–Joan reía alegremente al acercarle la taza–. No tan deprisa,
señor.
Se abrió la puerta, dando paso a Yunho, que entró con una bandeja
de comida.
–No quiero verlo–dijo Jaejoong con firmeza.
– ¡Vete!–Ordenó él a la doncella.
La muchacha dejó la taza y se retiró apresuradamente.
Yunho dejó la bandeja en una mesa pequeña, junto a la cama.
– ¿Te sientes mejor?
Jaejoong lo miró con fijeza, pero sin responder.
–Te he traído algo de caldo y un trozo de pan. Debes de tener
mucha hambre.
–No quiero nada de ti. Ni comida ni compañía.
–Estás actuando como un niño, Jaejoong–observó él con gran
paciencia–. Volveremos a hablar cuando te sientas bien.
– ¿Crees que el tiempo me hará cambiar de idea? ¿Acaso el tiempo
me devolverá al bebé? ¿Me permitirá el tiempo abrazarlo, amarlo, ver el color
de sus ojos?
Él retiró las manos de la bandeja.
–También era mi hijo. Yo también lo he perdido.
– ¡Conque al menos de eso estás enterado! ¿Tengo que darte el
pésame por tu pérdida? Ni siquiera lo creías tuyo. ¿O también mentiste al
respecto?
–No te he mentido, Jaejoong. Si quisieras escucharme, te lo contaría
todo.
– ¿Escucharte?–Dijo él con serenidad–. ¿Acaso tú me has escuchado
alguna vez? Desde que nos casamos he tratado de complacerte, pero cuanto yo
hacía te enfurecía. Siempre me hacías sentir que me estabas comparando con
otra.
–Jaejoong–insistió él, tomándole la mano.
– ¡No me toques! Tu contacto me mancilla.
Los ojos del joven se oscurecieron.
–Tengo algo que decirte y lo diré, aunque trates de impedirlo.
Gran parte de lo que dices es cierto. Estuve enamorado de Yoon Ji o creí
estarlo. Me enamoré de ella antes de haber oído una palabra suya. Inventé una
imagen de mujer y ella se convirtió en esa imagen. Nunca pasamos mucho tiempo
juntos, sólo breves momentos de vez en cuando. En realidad yo no la conocía;
sólo veía en ella lo que deseaba ver.
Jaejoong no respondió. Yunho no pudo leerle los pensamientos.
–Me resistí a amarte–prosiguió él–, convencido de que mi corazón
pertenecía a Yoon Ji. Ahora sé que me equivocaba, Jaejoong. Hace mucho tiempo
que te amo. Tal vez te amé desde el principio. Sé, con certeza, que ahora te
amo con todo mi corazón, con toda mi alma.
Hizo una pausa para observarlo, pero la expresión del enfermo no
cambió.
– ¿Quieres que me arroje a tus brazos y te declare mi gran amor?
¿Es eso lo que esperas de mí?
Yunho quedó atónito. Tal vez era eso lo que esperaba.
– ¡Por tu lujuria ha muerto mi hijo!
– ¡No fue mi lujuria!–Exclamó Yunho, apasionado–. Me hicieron caer
en una trampa, Han Sun y yo nos excedimos en la bebida. Podría haber estado
durmiendo con un leopardo sin saberlo.
Jaejoong sonrió gélidamente.
– ¿Y disfrutaste del leopardo y sus garras, como antes?
Yunho lo miró con frialdad.
–He tratado de explicarte mi conducta, pero no escuchas. Te he
declarado mi amor. ¿Qué más puedo hacer?
–Al parecer, no comprendes. No
me importa que me ames o no. Tu amor carece de validez, porque lo das
libremente a quien te lo reclame. En otros tiempos habría hecho cualquier cosa
por oír esas palabras, pero ya no me son dulces al oído. La muerte de mi hijo
me ha quitado de la mente cuentos de hadas tales como el amor.
Yunho se echó hacia atrás en el asiento. No sabía qué más decir.
–Me he equivocado en todo sentido. Tienes derecho a estar enfadado.
–No–sonrió él–, no estoy enfadado. Tampoco te odio. Simplemente,
la vida contigo me resulta intolerable.
– ¿A qué te refieres?
–Suplicaré al rey que pida mi divorcio al Papa. No creo que el
mismo pontífice me exija vivir contigo después de esto. Retendrás la mitad de
mis tierras y...
Pero se interrumpió, pues Yunho acababa de levantarse.
–Te enviaré a Joan. Tienes que comer–dijo él. Y se marchó.
Jaejoong se recostó en las almohadas. Se sentía exhausto. ¿Cómo
creer en el amor cuando sólo veía a Yoon Ji asomando bajo su cuerpo desnudo?
Jaejoong permaneció en cama tres días más. Dormía mucho y comía
con abnegación, pero estaba tan deprimido que la comida tenía poca importancia
para él. Se negaba a recibir a nadie, especialmente a su esposo. Joan prefería
reservares sus opiniones y apenas hablaba con su señor.
En la mañana del cuarto día le arrebató los cobertores.
–Hoy no permaneceréis en cama. Hay mucho que hacer y necesitáis
ejercicio.
Tomó una bata nueva, tendida a los pies de la cama para reemplazar
la de terciopelo verde, estropeada por la sangre. También era de terciopelo,
pero de color gris intenso, con amplio cuello de visón y un borde de la misma
piel a lo largo de h parte frontal y alrededor del bajo. Un intrincado bardado
de oro le cubría los hombros.
–No quiero levantarme–protestó Jaejoong, volviéndose.
– ¡Pues lo haréis!
Jaejoong estaba aún demasiado débil para resistirse. Joan tiró de él
sin dificultad y le ayudó a ponerse la bata. Luego lo condujo hasta el asiento
de la ventana.
–Ahora os quedaréis aquí mientras pongo sábanas limpias.
La brisa de verano refrescaba agradablemente la cara del enfermo.
Desde allí se gozaba una espléndida vista de jardín. Se recostó contra el marco
para observar a la gente que se movía abajo.
* * *
– ¿Yunho?–Dijo alguien junto al joven, en voz baja.
Él estaba solo en el jardín, sentado en un sitio donde pasaba
largos ratos en los últimos días. Aquella voz lo hizo girar en redondo. Era Yoon
Ji, con la piel radiante por la luz de la mañana. Yunho había postergado
deliberadamente su enfrentamiento con ella, pues no confiaba en sus propias
reacciones.
– ¿Cómo te atreves a acercarte a mí?
–Por favor, permíteme explicar...
–No, no puedes explicar nada.
Yoon Ji apartó la vista, llevándose una mano a los ojos.
Cuando volvió a mirarlo había allí dos grandes lágrimas
centelleantes. Yunho se preguntó cómo era posible que aquellas lágrimas
hubieran tenido, en otros tiempos, el poder de conmoverlo. ¡Qué diferentes eran
las de Jaejoong! Grandes sollozos desgarradores que parecían destrozarlo. Jaejoong
lloraba por dolor, no para aumentar su belleza.
–Lo hice sólo por ti–dijo Yoon Ji–. Mi amor por ti es tan poderoso
que...
– ¡No me hables de amor! Dudo que sepas lo que significa esa
palabra. ¿Sabes que he interrogado a la muchacha a quien pagaste para que te
llevara a Jaejoong? Lo planeaste bien, ¿no?
–Yunho, yo...
Él la aferró por los brazos para sacudirla.
– ¡Has matado a mi hijo! ¿Eso no significa nada para ti? Y has
estado a punto de matar a mi esposo... el hombre que amo–apartó a Yoon Ji de un
empujón–. Podría llevarte ante un tribunal por lo que has hecho, pero me siento
tan culpable como tú. Fui un necio al no comprender cómo eras.
Yoon Ji levantó la mano y le dio una bofetada en plena cara. El se
lo permitió, sintiendo que la merecía.
–Aléjate de mi vista. Siento la tentación de retorcerte el cuello.
Yoon Ji giró en redondo y huyó del jardín.
Ela salió de entre las sombras.
–Os dije que no lo buscarais. Os dije que era preciso esperar. Él
está muy enfadado y vos os lo merecéis. –La vieja doncella quedó intrigada al
ver que su ama se alejaba por un callejón, por detrás de la cocina.
Yoon Ji se apoyó contra la pared. Le temblaban los hombros. Ela se
le acercó para atraerla hacia su amplio seno.
Esta vez, la muchacha lloró sinceramente.
– ¡Él me amaba!–Dijo entre grandes sollozos–. Él me amaba y ahora
no. Ya no me queda nada.
–Silencio, tesoro–la tranquilizó Ela–. Os quedo yo. Siempre os
quedaré yo.–La estrechaba contra sí como cuando Yoon Ji era una encantadora
niñita que lloraba por la escasa atención de su madre–. Lord Yunho es sólo un
hombre, pero hay otros. Sois muy bella. Habrá muchos que os amen.
– ¡No!–Replicó la joven, con tanta violencia que se le estremeció
todo el cuerpo–. Lo quiero sólo a él, a Yunho. ¡Otro no me Sirve!
Ela trató de calmarla, pero no pudo.
–Lo tendréis–aseguró al fin.
Yoon Ji levantó la cabeza, con los ojos y la nariz hinchados y
rojos.
– ¿Me lo prometes?
Ela asintió.
– ¿Acaso no os he dado siempre lo que deseabais?
–Sí–reconoció la joven–. Y ¿me traerás a Yunho?
–Lo juro.
Yoon Ji sonrió. Luego, en un raro arrebato de afecto, dio a Ela un
rápido beso en la mejilla. Los viejos ojos se nublaron. Ela era capaz de
cualquier cosa por aquella dulce niña, tan incomprendida por quienes la
rodeaban.
–Vamos arriba–dijo con dulzura–. Diseñaremos un vestido nuevo.
–Sí–sonrió Yoon Ji, sorbiendo ruidosamente por la nariz–. Esta
mañana vino un mercader que trajo lanas francesas.
–Vamos a verlas.
* * *
Jaejoong había presenciado por la ventana parte de la escena, pero
sólo hasta el momento en que su esposo se volvió para hablar con su amante.
–Quiero ver al rey, Joan–dijo, apartándose de la ventana.
–No podéis pedir al rey Yoochun que suba hasta aquí, mi señor.
–No es esa mi intención. Si me ayudas a vestirme, bajaré para
hablar con él.
–Pero...
– ¡No discutas!
–Sí, señor–aceptó Joan con voz ronca.
Una hora después, el enfermo reapareció en el salón grande,
apoyándose con pesadez en el brazo de su doncella.
Un joven se acercó a saludarlo.
–Alan Fairfax, mi señor, por si no me recordáis.
–Claro que os recuerdo–Jaejoong logró sonreír un poquito–. Sois
muy amable al ayudarme.
–Un placer. ¿Deseáis ver al rey?
Jaejoong asintió con gravedad. Tomó el brazo de Alan y él lo
condujo hasta la cámara real. Era un cuarto elegante, de grandes vigas, con
paneles de madera que fingían pliegues y suelas de roble cubiertos de alfombras
persas.
– ¡Conde!–Exclamó el monarca al verla. Tenía en el regazo un
manuscrito iluminado–. No deberíais haber abandonado el lecho tan pronto.
–Apartó el libro y lo tomó por el otro brazo.
–Ambos sois muy amables–agradeció él, mientras lo ayudaban a
sentarse–. Me gustaría hablar con vos, Majestad, sobre un asunto privado.
Yoochun hizo una señal a Alan, que los dejó solos.
– ¿Cuál es ese asunto tan importante que os ha obligado a
fatigaros para hablar conmigo?
Jaejoong bajó la vista a sus manos.
–Quiero divorciarme.
El rey Yoochun guardó silencio durante un momento.
–El divorcio es una grave empresa. ¿Tenéis motivos?
Había dos tipos de divorcio, y tres motivos para cada uno de
ellos. Lo mejor que Jaejoong podía pedir era una separación que le permitiera
vivir alejado de su esposo por el resto de su vida.
–Adulterio–dijo en voz baja.
Yoochun estudió la respuesta.
–Si se autorizara el divorcio por ese motivo, ninguno de los dos
podría volver a casarse.
–Yo no quiero hacerlo. Ingresaré en un convento. Para eso fui
preparado.
– ¿Y Yunho? ¿Le negaríais vos el derecho de tomar una nueva esposa
o esposo que le diera hijos?
–No–susurró él –. Él tiene sus derechos.
El rey lo observaba con atención.
–En ese caso, tenemos que buscar un divorcio que anule el
casamiento. ¿No estáis ligados por vínculos de parentesco?
Jaejoong volvió a menear la cabeza, pensando en Min Woo.
– ¿Y Yunho? ¿No estaba comprometido con nadie más?
Jaejoong levantó el mentón.
–Propuso casamiento a una mujer.
– ¿Quién era ella?
–Lady Yoon Ji.
–Ah...–Yoochun, suspirando, se reclinó en la silla. –Ahora la dama
es viuda y él quiere desposarla.
–En efecto.
El monarca frunció el entrecejo.
–No me gusta el divorcio, pero tampoco me gusta que mis condes y
condesas sean tan desdichados. Esto costará mucho. Estoy seguro de que el Papa exigirá
una donación de una capilla o de un convento.
–Lo haré.
–Permitidme pensarlo, Jaejoong. Debo conversar con las demás
personas involucradas antes de tomar una decisión. –Y llamó: –Alan, llevad al
conde a su cuarto y encargaos de que pueda descansar.
Alan, con una amplia sonrisa, acudió para ayudarlo a levantarse.
–Jaejoong parecía muy triste–comentó el rey Junsu, que entró en el
momento en que Jaejoong se retiraba–. Sé lo que se siente al perder a un hijo.
–No se trata de eso. Al menos, no es sólo el ni lo que lo aflige,
quiere divorciarse de Yunho.
– ¡No!– El rey dejó caer el tejido en el regazo–. Nunca he visto a
dos personas tan enamoradas. Discuten, sí, pero he visto a Lord Yunho alzarlo
en brazos para besarlo.
–Al parecer, no es Jaejoong la única persona que recibe sus besos.
Junsu guardó silencio. Pocos hombres eran fieles a sus esposos. Él
sabía que hasta su esposo, algunas veces...
– ¿Y Jaejoong pide el divorcio por ese motivo?
–Sí. Al parecer, Yunho propuso casamiento a Lady Yoon Ji antes de
su enlace con Jaejoong. Es un contrato verbal y causal de divorcio, siempre que
esa mujer acepte a Yunho.
–Lo aceptará–dijo Junsu, furioso –. Para ella será una alegría
quedarse con Yunho. Se ha esforzado mucho por conquistarlo.
– ¿De qué estás hablando?
El rey contó brevemente a
su esposo los rumores que circulaban por el castillo sobre el motivo por el que
Jaejoong había caído de la escalera.
Yoochun frunció el entrecejo.
–No me gusta que ocurran esas cosas entre mis súbditos. Yunho
debería haber sido más discreto.
–No se sabe si él llevó a la mujer a su cama o si ella misma se
puso allí.
El rey rió entre dientes.
– ¡Pobre Yunho! No quisiera estar en su situación.
– ¿Has hablado con él? No creo que desee este divorcio–aseguró Junsu.
–Pero si estaba comprometido con Lady Yoon Ji antes de casarse...
–En ese caso, ¿por qué se casó ella con Kwang Gyu?
–Comprendo–dijo el monarca, pensativo–. Creo que esto necesita más
investigación. Hay más de lo que aparece a simple vista. Dialogaré con Yunho y
con Lady Yoon Ji.
–Espero que no te demores mucho con esas conversaciones.
–No comprendo.
–Si se permite que Jaejoong se separe de su esposo, el matrimonio
estará acabado; pero si se los forzara a permanecer juntos, podrían comprender
que se aman.
Yoochun le sonrió con afecto. Su esposo era un hombre sabio.
–En verdad tardaré mucho tiempo en enviar un mensaje al Papa. –Al
ver que él se levantaba, agregó: – ¿Adónde vas?
–Deseo cambiar unas palabras con Sir Alan Fairfax.
Tal vez esté dispuesto a ayudar a una persona en apuros.
Yoochun le echó una mirada de desconcierto. Luego recogió su
manuscrito.
–Sí, querido mío. No dudo que tú manejarás todo esto sin mi ayuda.
Dos horas después se abrió violentamente la puerta de Jaejoong. Yunho
entró a grandes pasos, con la cara oscurecida por la furia. Jaejoong levantó la
vista del libro que tenía en el regazo.
– ¡Has pedido el divorcio al rey!–Vociferó él.
–En efecto–respondió él con firmeza.
– ¿Piensas revelar nuestras diferencias ante el mundo?
–Sí, si es necesario para liberarme de ti.
Yunho lo fulminó con los ojos.
– ¡Qué hombre tan terco eres! ¿Nunca ves más allá de tu opinión?
¿Nunca razonas?
–Tu modo de razonar no es el mío. Tú quieres que te perdone una y
otra vez el adulterio. Lo he hecho muchas veces, pero ya no puedo. Quiero
liberarme de ti e ingresar en un convento, como debería haber hecho hace
tiempo.
– ¡Un convento!–Exclamó él, incrédulo.
Después sonrió con aire de burla. Dio un rápido paso en dirección
a Jaejoong y le rodeó los hombros con un brazo. Lo levantó de la cama para
besarlo, y no fue un beso suave. Pero su misma brusquedad excitó a Jaejoong,
que le rodeó el cuello con los brazos, estrechándose violentamente contra él. Yunho
lo soltó de pronto y lo dejó caer en el colchón de plumas, los costados blandos
se elevaron a su alrededor.
–Pues vete convenciendo de que nunca te librarás de mí. Cuando
estés dispuesto a admitir que yo soy el hombre que necesitas, ven a buscarme.
Tal vez te acepte a mi lado otra vez.
Giró en redondo y salió con paso firme antes de que Jaejoong
pudiera decir una palabra.
Joan estaba de pie en el vano de la puerta, con cara de adoración.
–Pero, ¿cómo se atreve...?–Balbuceó Jaejoong. Pero se interrumpió
ante la expresión de su doncella–. ¿Por qué me miras así?
–Porque os equivocáis. Ese hombre os ama. Os lo ha dicho y vos no
queréis entenderlo. He estado de parte vuestra, señor, desde que os casasteis,
pero ya no.
–Pero esa mujer...–protestó Jaejoong, con voz extraña y
suplicante.
– ¿No podéis perdonarlo? Él creyó amarla. No sería tan hombre si
estuviera dispuesto a olvidar a una mujer amada con sólo ver a otro. Le exigís
mucho.
– ¡Pero mi bebé!–Exclamó Jaejoong con lágrimas en la voz.
–Os he explicado ya la traición de Lady Yoon Ji. ¿Para qué seguís
cargando la responsabilidad sobre vuestro esposo, señor?
Jaejoong guardó silencio durante un momento. La pérdida de la
criatura dolía mucho. Tal vez quería culpar a alguien, y Yunho era una persona
adecuada para cargar con todo. Pero sabía que Joan decía la verdad con respecto
a Yoon Ji. Aquella noche las cosas habían ocurrido con demasiada rapidez;
ahora, pasados varios días, se daba cuenta de que Yunho había estado demasiado
inerte sobre el cuerpo de Yoon Ji.
–Él dice que os ama a vos–continuó la doncella en voz más baja.
– ¿Es que te pasas la vida escuchando detrás de las puertas?–Le
espetó Jaejoong.
Joan sonrió.
–Me gusta saber qué les pasa a las personas que me interesan. El
os ama, señor. ¿Qué sentís vos por él?
–Yo... no lo sé.
Joan barbotó un juramento que escandalizó a su amo.
–Vuestra madre debería enseñaros algunas cosas además de llevar
registros contables, señor. No creo haber visto a otra persona tan enamorada
como vos lo estáis de Lord Yunho. No habéis apartado los ojos de él desde que
desmontó de aquel caballo blanco, el día de vuestra boda. Sin embargo, le
resistís a cada instante... y él a vos–agregó antes de que Jaejoong pudiera
interrumpirla–. ¿Por qué no dejan vuestras mercedes de reñir y hacen otros
bebés? Me gustaría tener uno que cuidar.
Jaejoong sonrió. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
–Pero él no me ama, en realidad. Y aunque así fuera, está furioso
conmigo. Si me acercara a decirle que no quiero el divorcio, que... que...
La doncella se echó a reír.
–Ni siquiera podéis decirlo. Lo amáis, ¿verdad?
Jaejoong hizo una pausa, muy seria, antes de responder.
–Sí, lo amo.
–Ahora tenemos que trazar nuestros planes. Vos no podéis ir en su
busca: le daríais motivos para jactarse eternamente. Además, no sabríais cómo
hacerlo. Os mostraríais frío y lógico, en vez de llorar y suspirar.
– ¿Llorar y...?–Jaejoong parecía ofendido.
– ¿Os dais cuenta de lo que quiero decir, señor? Cierta vez vos
dijisteis que yo daba demasiada importancia al aspecto personal, y yo dije que
vos le dabais demasiado poca. Por una vez tenéis que usar vuestra belleza en
beneficio propio.
–Pero ¿cómo? Yunho me ha visto con todos los ropajes. Mi aspecto
no le causará efecto alguno.
– ¿Eso pensáis?–Joan se echó a reír–. Prestadme atención. En pocos
días haré que Lord Yunho esté arrastrándose a vuestros pies.
–Sería bonito, para variar–sonrió Jaejoong–. Sí, me gustaría.
–Dejad las cosas de mi cuenta. Abajo hay un mercader italiano que
trae paños...
– ¡No necesito más ropa!–Protestó Jaejoong, echando un vistazo a
los cuatro grandes arcones que tenía en el cuarto.
La doncella sonrió con aire secreto.
–Dejad que yo me encargue de los hombres. Vos limitaos a
descansar, porque necesitaréis de todas vuestras fuerzas.
La noticia de que Jaejoong pedía el divorcio se esparció como
fuego por toda la Corte. El divorcio no era algo desacostumbrado, pero aquel
matrimonio era muy reciente. Las reacciones fueron extrañas. Las mujeres
(herederas huérfanas o jóvenes viudas) acudieron en tropel a Yunho, percibiendo
que su largo amorío con Yoon Ji había terminado. Por lo visto, su encantador
esposo no tenía reclamación alguna que hacer. Para ellas Yunho era un hombre
sin vínculos amorosos, que pronto necesitaría a una de ellas como esposa.
Pero los hombres no corrieron en busca de Jaejoong. No eran dados
a actuar primero y a pensar después. El rey Junsu mantenía al joven a su lado,
otorgándole un tratamiento preferencial o (según el modo de ver masculino)
custodiándolo como una osa a sus cachorros. Los hombres sabían también que el
rey Yoochun no solía retener en la Corte a una pareja distanciada, pues no le
gustaba el divorcio y habitualmente despedía a los súbditos que estaban en esa
situación. En verdad, Jaejoong era encantador y muy rico, pero con demasiada
frecuencia uno sentía sobre sí los ojos de Yunho cuando contemplaba durante
demasiado tiempo a aquella belleza. Más de uno expresó la opinión de que una
buena paliza habría impedido que Jaejoong hiciera públicas sus diferencias.
– ¿Señor?
Jaejoong levantó la vista de su libro y sonrió a Alan Fairfax. Su
nuevo vestido era muy sencillo: tenía un escote cuadrado y largas mangas
ajustadas; bajaba hasta más allá de sus pies, de modo que formaba un pequeño
charco de tela en el suelo cuando él se levantaba. Para caminar, tenía que
cargar parte de la falda sobre el brazo. Los costados estaban bien ceñidos por
ataduras. Pero lo original era su color: negro como la medianoche. No tenía
cinturón ni manto. Le rodeaba el cuello una filigrana de oro con grandes
rubíes. Jaejoong llevaba el pelo suelto sobre la espalda y sin cubrir. Había
vacilado ante el vestido negro, preguntándose hasta qué punto era adecuado; no
sospechaba que el negro haría brillar su piel como una perla. El oro del collar
reflejaba el tono de sus ojos y los rubíes quedaban en un segundo plano bajo el
fulgor de su cabellera.
Alan apenas logró contenerse para no mirarlo con la boca abierta.
Por lo visto, Jaejoong ignoraba que estaba volviendo locos a los hombres de la
Corte, y no sólo a su esposo.
– ¿Vais a permanecer dentro en un día tan hermoso?–Consiguió
balbucear el muchacho.
–Así parece–sonrió él –. A decir verdad, hace varios días que no
me alejo mucho de estos muros.
Él le ofreció el brazo.
– ¿Y no querríais pasear conmigo?
Jaejoong se levantó, aceptando su brazo.
–Sería un verdadero placer, amable señor.
Tomó aquel brazo con firmeza, feliz de conversar otra vez con un
hombre. Desde hacía varios días todos parecían evitarlo. La idea la hizo reír
en voz alta.
– ¿Os divierte algo, mi señor?
–Se me ha ocurrido que debéis de ser un hombre valiente. En esta
última semana he comenzado a pensar que quizás esté enfermo de peste o de algo
peor. Basta que yo mire a un hombre para que él huya subrepticiamente como si
corriera un peligro mortal.
A Alan le tocó entonces el turno de reír.
–No sois vos quien los ahuyenta, sino vuestro esposo.
–Pero quizá... pronto no sea ya mi esposo.
– ¿Quizás?–Inquirió Alan, arqueando una ceja–. Me parece percibir
ahí una nota de incertidumbre.
Jaejoong guardó silencio por un instante.
–Temo que soy transparente.
Él le cubrió una mano con la suya.
–Os enfadasteis mucho... y con razón. Lady Yoon Ji...–se
interrumpió al notar que él se ponía rígido –. No ha sido correcto de mi parte
mencionarla. ¿Habéis perdonado a vuestro esposo?
Jaejoong sonrió.
– ¿Es posible amar sin perdonar? Si es posible, ese parece ser mi
destino.
– ¿Por qué no os acercáis a él y ponéis fin a este
distanciamiento?
– ¡Oh, no conocéis a Yunho, Lord Alan! Tendría que soportar sus
jactancias y sus sermones.
Alan rió entre dientes.
–Entonces necesitáis que él venga por propia voluntad.
–Es lo que dice mi doncella, aunque no me ha indicado cómo
lograrlo.
–Sólo hay una manera. Vuestro esposo es hombre celoso, señor. Si
dedicáis parte de vuestro tiempo a otro, Lord Yunho no tardará en reconocer su
error.
– ¿Y a qué hombre?–Preguntó Jaejoong, puesto que conocía a tan
pocas personas en la Corte.
–Me ofendéis profundamente–rió el joven, con un fingido gesto de
desesperación.
– ¿Vos? ¡Pero si no tenéis interés alguno en mi causa!
–En ese caso, tendré que obligarme a pasar algunos ratos con vos.
En verdad, será una tarea dificilísima. Pero os debo un favor.
–No me debéis nada.
–Claro que sí. Se me usó para jugaros una mala pasada, señor, y
quisiera compensarlo.
– ¿Una mala pasada? No sé a qué os referís.
–Es un secreto mío. Pero no sigamos enredados en asuntos serios.
Este día es para el placer.
–Sí–reconoció él–. Nos conocemos muy poco. Habladme de vos.
Alan sonrió, provocativo.
–Mi vida es larga y muy interesante. Creo que mi historia nos
llevaría todo el día.
–En ese caso, comenzad ahora mismo–rió Jaejoong.
pues si le toca sufrir aun que sea un poco a Yunho de lo que el hizo a Jae sufrir cuando estaba con esa para que sienta lo que Jae sentía
ResponderEliminarGracias
Me encanta como es Joan, ahora ella va a ser su diseñadora de imagen de Jae para volver loco a Yunho de celos 😁😁🤪, a parte de la ayuda extra del ese señor.
ResponderEliminarGracias!!! ❤️💕💞