Capitulo 19
–Se cree mejor que nosotras–dijo Blanche rencorosa.
Estaba con Gladys en la granja, llenando jarras con vino para la
comida de las once.
–Sí–replicó Gladys, pero con menos amargura.
Echaba de menos a Siwon, pero no se enfurecía por ello como su
compañera.
– ¿Qué asunto lo retendrá lejos de nosotras?–Preguntó Blanche–.
Con ella pasa poco tiempo–señaló con la cabeza hacia arriba, refiriéndose al
cuarto de Yoon Ji –. Y rara vez está en el salón.
Gladys suspiró.
Blanche interrumpió súbitamente su tarea.
– ¡Solo! ¿Estará solo, de verdad? No lo habíamos pensado. ¿Y si
tuviera allí a una muchacha o muchacho?
Gladys se echó a reír.
– ¿Para qué querría Siwon a una sola muchacha si puede tener a
muchas? ¿Y cuál de las mujeres falta del castillo? A menos que sea una de las
siervas, no sé de ninguna que haya estado ausente tanto tiempo.
– ¿Y qué otra cosa podría retener a un hombre como Siwon? ¡Eh,
tú!–Llamó Blanche a una muchacha que pasaba–. Termina de llenar estas jarras,
¿quieres?
–Pero yo...–Blanche le dio un cruel pellizco y la muchacha cedió,
mohína–. Está bien.
–Ven, Gladys–ordenó Blanche–. Pongamos fin a este misterio
mientras Siwon está ocupado en otra parte.
Las dos mujeres abandonaron la granja para recorrer la corta
distancia que las separaba de los establos.
–Mira, retira la escalerilla cada vez que sale–observó Blanche.
Entró silenciosamente en los establos seguida de cerca por su
amiga. Llevándose un dedo a los labios, señaló a la gorda esposa del mozo de
cuadra.
–El viejo dragón vigila–susurró.
Las muchachas tomaron la escalerilla sin hacer ruido y la pusieron
contra la pared exterior; el extremo tocaba la abertura del alojamiento de Siwon.
Blanche se recogió las faldas y subió. Cuando estuvieron dentro, ante los
fardos de heno que bloqueaban la vista, les llegó la voz de un chico.
– ¿Siwon? ¿Eres tú?
Blanche sonrió a su compañera, llena de malicioso triunfo, y
marchó la primera hacía la zona abierta.
– ¡Heechul!
La encantadora cara del chico aún estaba maltrecha, pero comenzaba
a cicatrizar. Heechul retrocedió hasta apoyar la espalda contra un montón de
heno.
– ¡Conque tú eres el motivo de que Siwon nos abandone! Se dijo que
habías abandonado el castillo–dijo Gladys.
Heechul se limitó a mover la cabeza en un gesto negativo.
– ¡No! No se fue–espetó Blanche–. Vio a Siwon y decidió que tenía
que ser suyo. No soportaba compartirlo.
–No es cierto–murmuró Heechul con el labio inferior estremecido–.
Estuve a punto de morir. Él cuidó de mí.
–Sí, y tú cuidas de él, ¿no? ¿Qué brujería has usado para
atraparlo?
–Por favor... yo no quería hacer ningún mal...
Blanche no escuchaba sus súplicas. Sabía que no era Siwon quien
había hecho a Heechul esas marcas en el cuerpo y en la cara. Sólo podían ser
obra de Kwang Gyu.
–Dime, ¿sabe Lord Kwang Gyu dónde estás?
Heechul abrió mucho los ojos, horrorizado. Blanche se echó a reír.
–Ya ves, Gladys, es el amante del señor, pero lo traiciona con
otro. ¿Qué te parece si lo devolvemos a su amo?
Gladys contempló con simpatía al joven aterrorizado, pero su
compañera le clavó los dedos en el brazo.
–Nos ha traicionado y tú vacilas cuando te hablo de pagarle con la
misma moneda. Este perro desconsiderado nos ha quitado a Siwon. Tenía a Lord Kwang
Gyu, pero quería más. No estaba satisfecho con un solo hombre; los quería a
todos a sus pies.
Gladys se volvió hacia Heechul con una mirada de odio.
–Si no bajas con nosotras, diremos a Lord Kwang Gyu que Siwon te
ha estado ocultando–sonrió Blanche.
Heechul las siguió en silencio por la escalerilla. No se permitía
pensar, sólo tendría en la mente que estaba protegiendo a Siwon. En toda su
vida nadie le había dado ternura. Su mundo estaba lleno de gente como Kwang Gyu,
Blanche y Yoon Ji. Sin embargo, durante casi dos semanas había vivido un sueño
en los brazos de Siwon; él le hablaba, le cantaba, lo tenía en sus brazos y le
hacía el amor. Le susurraba que lo amaba y él le creía.
Seguir a Blanche y a Gladys fue como despertar de un sueño. A
diferencia de Siwon, Heechul no trazaba planes para cuando abandonaran el castillo,
una vez que él se curara por completo. Sabe que sólo contaban con el tiempo que
pasaran en el pajar. Por eso siguió con docilidad a las mujeres, aceptando su
fatal destino; no le pasó por la cabeza la idea de escapar o de resistirse.
Sabía adónde lo llevaban. Cuando entraron a la alcoba de Kwang Gyu, su pecho se
cerró como apretado por bandas de hierro.
–Quedaos aquí. Iré en busca de Lord Kwang Gyu–ordenó Blanche.
– ¿Vendrá?–Preguntó Gladys.
–Oh, sí, cuando reciba mis noticias. No le permitas salir de aquí.
Blanche estuvo de regreso en pocos segundos, con el furioso Kwang
Gyu pisándole los talones. No le agradaba que hubieran interrumpido su cena,
pero el solo nombre de Heechul hizo que siguiera a la presuntuosa Sirvienta.
Una vez en la alcoba, cerró la puerta y
echó el cerrojo, con los ojos clavados en Heechul, sin prestar atención a las
miradas nerviosas de las dos criadas.
–Conque después de todo no has muerto, mi dulce Heechul.
Kwang Gyu le puso una mano bajo el mentón para obligarlo a
levantar la cara. Sólo vio en él resignación. Los cardenales oscurecían su
belleza, pero cicatrizarían.
–Esos ojos–susurró él–. Me han perseguido largo tiempo.
Al oír un ruido tras de sí, giró en redondo. Las dos criadas
estaban tratando de descorrer subrepticiamente el cerrojo.
– ¡Aquí!–Ordenó, sujetando por el brazo a Gladys, la más próxima–.
¿Adónde pretendes ir?
–A cumplir con nuestras tareas, señor–dijo Blanche con voz
insegura–. Somos vuestras muy leales servidoras.
Gladys tenía lágrimas en los ojos, pues los dedos de Kwang Gyu se
le clavaban en la piel. Trató de aflojarlos, pero el amo la arrojó al suelo.
– ¿Creíais que podrías traer a este muchacho aquí y dejarlo como
si fuera un bulto cualquiera? ¿Dónde estaba?
Blanche y Gladys intercambiaron una mirada. No habían pensado en
eso. Sólo querían alejar a Heechul de Siwon para que todo fuera como antes,
cuando Siwon les hacía el amor y las divertía.
–No... no sé, señor–tartamudeó Blanche.
– ¿Me tomas por tonto?–Kwang Gyu avanzó hacia ella. – El muchacho
ha estado bien escondido. De lo contrario yo me habría enterado. Su presencia
no ha sido parte de los chismes del castillo.
–No, mi señor. Él...
Blanche no pudo inventar una historia lo bastante aprisa. La
traicionaba la lengua. Kwang Gyu miró a Gladys, encogida a sus pies.
–Me estáis ocultando algo. ¿A quién protegéis?
–Tomó a Blanche del brazo y se lo retorció dolorosamente tras la
espalda.
– ¡Señor! ¡Me hacéis daño!
–Te haré algo peor si me mientes.
–Ha sido Baines, el de la cocina–dijo Gladys en voz alta, por
proteger a su amiga.
Kwang Gyu soltó a Blanche mientras estudiaba la respuesta.
Baines era un hombre sucio y de mal carácter, al que nadie quería.
Kwang Gyu estaba enterado de eso, pero también de que Baines dormía en la
cocina, donde no contaba con intimidad suficiente para esconder a un muchacho
maltratado hasta que curara. Eso habría provocado rumores en todo el castillo.
–Mientes–dijo con voz mortífera.
Y avanzó lentamente hacia ella. Gladys trató de alejarse,
arrastrándose entre los juncos.
–Mi señor–rogó, temblando con todas las fibras de su cuerpo.
–Es tu última mentira–aseguró él, agarrándola por la cintura.
Ella empezó a forcejear al comprender que la llevaba hacia la
ventana abierta.
Blanche, horrorizada, vio que Kwang Gyu llevaba a Gladys hasta la
abertura. La muchacha trató de aSirse del marco, pero no pudo contrarrestar la
fuerza de su amo. Él le dio un empellón por la espalda y Gladys cayó hacia
adelante, dando manotazos en el aire. Su alarido, mientras caía tres pisos
hasta el patio, pareció estremecer los muros.
Blanche permanecía inmóvil, con la vista fija y las rodillas
trémulas. El estómago le daba vueltas.
–Ahora quiero saber la verdad–dijo Kwang Gyu, volviéndose hacia
ella–. ¿Quién la ha ocultado?
Señalaba con la cabeza a Heechul, que permanecía en silencio
contra la pared. El asesinato de Gladys no lo había espantado, era lo que
esperaba.
–Siwon–susurró Blanche.
Ante ese nombre Heechul levantó la cabeza.
– ¡No!
No soportaba que se traicionara a Siwon.
Kwang Gyu sonrió.
– ¿Ese bello cantante?–El mismo que se había hecho cargo de Heechul
aquella noche. Kwang Gyu lo recordó sólo entonces. –¿Dónde duerme? ¿Cómo pudo
retenerlo sin que nadie lo supiera?
–En el pajar, encima de los establos.
Blanche apenas podía hablar. Mantenía la vista clavada en la
ventana. Apenas un momento antes Gladys había estado con vida; ahora su cuerpo
yacía roto y aplastado en el patio.
Kwang Gyu asintió con la cabeza, reconociendo la verdad de la
respuesta. Dio un paso hacia la mujer, que se apartó con miedo, apretando la
espalda contra la puerta.
–No, señor. Os he dicho lo que deseabais saber–pero él seguía
avanzando con una leve sonrisa–. Y os he traído a Heechul. Soy una servidora
leal.
A Kwang Gyu le gustó ese terror; demostraba su poder.
Se detuvo muy cerca de ella y levantó una mano gorda para
acariciarle la línea de la mandíbula. Ella tenía los ojos llenos de lágrimas.
Lágrimas de terror. El amo sonreía aún al golpearla.
Blanche cayó al suelo con una mano apretada a la cara.
El ojo de ese lado ya comenzaba a tomar un tono purpúreo.
–Vete–dijo él, medio riendo, mientras abría la puerta de par en
par–. Ya has aprendido una buena lección.
Blanche estaba fuera del dormitorio antes de que la puerta se
cerrase. Corrió por las escaleras hasta salir de la casa y siguió corriendo por
el patio del castillo. Atravesó el portón abierto sin responder a los gritos de
los hombres que custodiaban las murallas. Sólo sabía que necesitaba alejarse de
cuanto tuviera que ver con el castillo.
Se detuvo cuando los dolores en el costado la obligaron a dejar de
correr. Entonces siguió caminando, sin echar una sola mirada atrás.
Siwon deslizó cuatro ciruelas debajo de su chaleco, sabiendo que a
Heechul le encantaba la fruta fresca, En las últimas semanas su vida había
empezado a girar alrededor de lo que a Heechul le gustaba o disgustaba. Verlo
desplegarse, pétalo a pétalo, había sido lo más delicioso de su vida. La
gratitud que él demostraba por cualquier pequeño placer lo reconfortaba, aunque
le dolía el corazón al pensar en lo que había sido hasta entonces la vida del
muchacho: un simple ramo de flores podía hacerlo llorar.
¡Y en la cama! Sonrió con lascivia. No era tan mártir que olvidara
los placeres egoístas. Heechul quería pagarle sus bondades y demostrarle su
amor. Al principio, la expectativa del dolor lo había puesto rígido, pero las
caricias de Siwon y la seguridad de que él no le haría daño acabaron por
enloquecerlo de pasión. Era como si quisiese amontonar todo el amor de su vida
en unas pocas semanas.
El joven sonrió al pensar en el futuro que compartirían. Él
dejaría de viajar y sentaría cabeza; formaría un hogar para los dos y tendrían
varios hijos. Nunca en su vida había querido otra cosa que la libertad, una
cama cómoda y un amante cálido. Claro que nunca en su vida había estado
enamorado. Heechul lo cambiaba todo. En pocos días más, en cuanto el muchacho
estuviese en condiciones de soportar el largo viaje, partirían.
Siwon, silbando, abandonó la casa solariega y caminó hacia los
establos. Al ver la escalerilla apoyada contra la pared, quedó petrificado. En
los últimos tiempos nunca olvidaba retirarla. La mujer del mozo de cuadra
vigilaba, y él la recompensaba con numerosas sonrisas y algunos abrazos
afectuosos. No temía por sí, sino por Heechul.
Cubrió corriendo el último trecho y subió por la escalerilla a
toda velocidad. Revisó el pequeño cuarto con el corazón palpitante, como si
pudiera encontrarlo bajo el heno. Sabía, sin lugar a dudas, que el muchacho no
había salido por su cuenta; era como un cervatillo: tímido y temeroso.
Con la vista nublada por las lágrimas, bajó por la escalerilla.
¿Dónde buscarlo? Tal vez alguna de las mujeres le había jugado una broma; lo
encontraría a salvo en un rincón, masticando un panecillo de fruta seca. Pero
aun mientras imaginaba la escena comprendió que era imposible.
No le sorprendió ver a Kwang Gyu al pie de la escalerilla,
flanqueado por dos guardias armados.
– ¿Qué habéis hecho con él?–Acusó el juglar, saltando desde el
segundo peldaño directamente hacia el cuello de Kwang Gyu.
La cara del amo empezaba a ponerse azul cuando los hombres
lograron liberarlo y sujetar a Siwon por los brazos. Kwang Gyu se levantó del
polvo y miró su ropa arruinada. El terciopelo jamás volvería a lucir igual. Se
frotó el cuello amoratado.
–Pagarás esto con tu vida.
– ¿Qué has hecho con él, montón de estiércol?–Bramó el juglar.
Kwang Gyu ahogó una exclamación. Nadie se había atrevido hasta
entonces a hablarle así. Levantó la mano y le dio una sonora bofetada,
cortándole la comisura de la boca.
–Sí que pagarás por esto.
Se puso fuera del alcance de los pies de Siwon, más cauteloso que nunca.
Detrás de aquel bello rostro acechaba un hombre insospechado; hasta entonces
sólo había tomado al juglar por un muchacho bonito.
–Disfrutaré con esto–se jactó–. Pasarás la noche en la celda de
castigo y mañana verás tu último amanecer. Sufrirás todo el día, pero tal vez
sufras más esta noche. Mientras tú sudas en esa vasija, yo poseeré al chico.
– ¡No!–Gritó Siwon–. Él nada ha hecho. Dejadlo ir. Yo pagaré por
haberlo tomado.
–Pagarás, sí. En cuanto a tu noble gesto, no tiene sentido. No
tienes con qué negociar: os tengo a ambos. A él, para mi lecho; a ti, para
cualquier otro placer que se me ocurra. Lleváoslo y dejad que medite en las
consecuencias de desafiar a un conde.
Heechul estaba sentado ante la ventana de la alcoba de Kwang Gyu,
perdido todo ánimo. Nunca más vería a Siwon ni estaría entre sus brazos,
oyéndole jurarle más amor que el de la luna por las estrellas. Su única
esperanza era que él hubiera logrado escapar. Había visto a Blanche huir de la
habitación y rezaba porque ella hubiese advertido a Siwon. Después de todo,
Blanche lo amaba; ella le había oído llamarlo. Sin duda había ido a buscarlo y
ambos estaban a salvo.
Heechul no sentía celos. En verdad, sólo deseaba la felicidad de Siwon.
Si hubiera podido morir por él, lo habría hecho de buen grado. ¿Qué importaba
su propia vida?
Una conmoción en el patio y un rayo de sal en una cabeza conocida
le llamaron la atención. Dos guardias corpulentos llevaban a Siwon, medio a
rastras, forcejeando. Ante sus propios ojos, uno de ellos le dio un fuerte
golpe en la clavícula, haciéndole caer de costado. El muchacho se levantó con
dificultad. Heechul retuvo el aliento. Quería llamarlo, pero sabía que con eso
lo pondría en un peligro peor, Como si él lo adivinara, volvió la cabeza y miró
hacia la ventana. Él levantó la mano. Pese a las lágrimas vio que tenía sangre
en el mentón.
Mientras los guardias se lo llevaban a rastras, Heechul comprendió
que iban a ponerlo en la celda de castigo y su corazón se detuvo. Era un
invento horrible: un espacio en forma de jarra, abierto en la roca sólida. Era
preciso bajar al prisionero por su estrecho cuello mediante una polea. Una vez
allí no podía sentarse ni permanecer de pie, sino sólo en cuclillas, con la
espalda y el cuello constantemente flexionados. El aire era escaso, y con
frecuencia no se le proporcionaban alimentos ni agua. Los más fuertes duraban
apenas unos pocos días.
Heechul vio que los guardias ataban a Siwon a la polea y lo
bajaban a aquel infierno. Miró algunos momentos más mientras colocaban la
cubierta. Después apartó la cara. Ya no había esperanzas. Por la mañana Siwon
moriría, si lograba sobrevivir a la noche, pues Kwang Gyu no dejaría de
inventar alguna tortura adicional.
Sobre una mesa haba una gran jarra de vino y tres vasos. Eran para
uso privado de Kwang Gyu, que reservaba para sí los objetos más bellos. Heechul
actuó sin pensar, pues su vida estaba terminada; sólo necesitaba una última
acción para completar el hecho. Rompió un vaso contra la mesa y tomó la base
mellada en la mano. Luego volvió al asiento de la ventana.
El día era muy bello; el verano estaba en flor. Heechul apenas
sintió el borde afilado con que se cortó la muñeca.
La vista de la sangre que escapaba de su cuerpo le dio una
sensación de alivio.
–Pronto–susurró–. Pronto estaré contigo, mi Siwon.
Se cortó la otra muñeca y se recostó contra la pared, con una mano
en el regazo y la otra en el
antepecho de la ventana. Su sangre se iba filtrando en el cemento que unía las
piedras. La suave brisa de verano le sacudió la cabellera, haciéndola sonreír.
Una vez había bajado con Siwon al río para pasar la noche entre la hierba
suave; volvieron por la mañana, muy temprano, antes de que la gente del
castillo despertara. Había sido una noche de pasión y de palabras de amor
dichas en susurros. Recordaba cada una de las que Siwon le había murmurado.
Sus pensamientos se fueron tomando poco a poco más perezosos, casi
como si se estuviera durmiendo. Cerró los ojos y sonrió apenas, con el sol en
la cara y la brisa en el pelo. Por fin dejó de pensar.
– ¡Muchacho! ¿Estás bien?–Llamó una voz desde arriba, en un
susurro áspero.
Él estaba aturdido; le costó entender aquellas palabras.
– ¡Muchacho! ¡Responde!
–Si–logró pronunciar Siwon.
Le llegó un fuerte suspiro.
–Siwon está bien–dijo una voz de mujer–. Ponte esto alrededor del
cuerpo y te sacaré de ahí.
Siwon estaba demasiado aturdido para comprender del todo lo que
estaba ocurriendo. Las manos de la mujer guiaron su cuerpo por el cuello de la
cámara hasta sacarlo al fresco aire de la noche. Ese aire (la primera bocanada
que aspiraba en muchas horas) empezó a despejarle la mente.
Sentía el cuerpo entumecido y lleno de calambres. Cuando tocó el
suelo con los pies se desató la polea.
El mozo de cuadra y su gorda esposa lo estaban mirando.
–Tesoro mío, tienes que irte de inmediato–dijo ella, Y abrió la
marcha por la oscuridad hacia los establos.
Con cada paso la cabeza de Siwon se despejaba más y más. Así como
nunca antes de Heechul haba experimentado el amor, tampoco había conocido el
odio. Pero mientras cruzaba el patio levantó la vista hacia la oscura ventana
de Kwang Gyu. Odiaba a Kwang Gyu, que ahora tenía en su lecho a Heechul.
Ya en los establos, la mujer volvió a hablar.
–Tienes que irte cuanto antes. Mi marido te hará franquear la
muralla. Toma. Te he preparado un hatillo de comida. Te durará unos cuantos días,
si eres prudente.
Siwon frunció el ceño.
–No, no puedo irme y dejar a Heechul con él.
–Sé que no te irás hasta que lo sepas–murmuró la vieja.
Y giró en redondo, haciendo señas a Siwon para que la siguiera.
Encendió una vela con la que estaba en la pared y condujo a Siwon hasta un
pesebre vacío. Allí había un paño que cubría varios fardos de heno. La mujer
retiró lentamente el paño. En un primer momento Siwon no pudo creer en lo que
veía. Ya en otra ocasión había creído muerto a Heechul. Se arrodilló a su lado
y tomó el cuerpo helado en los brazos.
–Está frío–dijo con autoridad–. Traed mantas para calentarlo.
–No bastarían todas las mantas del mundo–respondió la vieja,
poniéndole una mano en el hombro–. Ha muerto.
– ¡No, no es así! Antes también estaba así y...
–No te tortures. Ha perdido toda la sangre. No le queda una gota.
– ¿La sangre?
La mujer apartó el paño y mostró las muñecas sin vida del muchacho,
con las venas cortadas a la vista. Siwon observó en silencio.
– ¿Quién ha sido?–Susurró por fin.
–Se mató él mismo.
El juglar volvió a contemplar el rostro de Heechul, aceptando
finalmente que lo había perdido. Entonces se inclinó para besarlo en la frente.
–Ahora está en paz.
–Si–dijo la mujer, aliviada–. Y tú tienes que irte.
Siwon se liberó de la mano insistente de la gorda y caminó con
decisión hacia la casa solariega, El salón grande estaba colmado de hombres que
dormían en sus jergones de paja. En silencio, el juglar retiró una espada que
pendía de la pared entre varias armas mezcladas. Sus suaves zapatos no hicieron
ruido al subir las escaleras hasta el tercer piso.
Un guardia dormía frente a la puerta de Kwang Gyu.
Siwon comprendió que, si lo despertaba, no tendría posibilidad
alguna, pues su fibrosa fuerza no podía medirse con la de un caballero bien
adiestrado. Le clavó la espada en el vientre sin que el hombre emitiera un solo
ruido.
Era la primera vez que mataba a un hombre y no le causó placer.
La puerta de la alcoba no estaba cerrada con llave.
Kwang Gyu se sentía a salvo en su castillo y en su propio cuarto. Siwon
empujó la puerta. No disfrutó de su acción ni quiso entretenerse en el
escenario, como lo hubiera hecho cualquier otro. Sujetó por el pelo la cabeza
de Kwang Gyu, que abrió bruscamente los ojos. Al ver a Siwon quedó desorbitado.
– ¡No!
Fue su última palabra. Siwon le cortó el cuello con la espada.
Aquel hombre muerto le daba tanto asco como en vida.
Arrojó la espada junto a la cama y se encaminó hacia la puerta.
Yoon Ji no podía dormir. Llevaba semanas sin descansar
debidamente: desde que el juglar había dejado de acudir a su lecho. Sus
amenazas no servían de nada, él la miraba por entre sus largas pestañas sin
decir palabra. En realidad, la intrigaba que alguien pudiera tratarla tan mal.
Apartó las cortinas de su cama y se puso una bata. Sus pies no hicieron ruido
en el suelo cubierto de juncos. Una vez en el salón, Yoon Ji presintió que algo
estaba mal: la puerta de Kwang Gyu estaba abierta y el guardia que la custodiaba
se había sentado de manera extraña. Llena de curiosidad, se acercó. Sus ojos ya
se habían habituado a la oscuridad y el salón estaba iluminado sólo a medias
por las antorchas sujetas a la pared.
Un hombre salió de la alcoba de su esposo, sin mirar a derecha ni
a izquierda, y caminó en línea recta hacia ella. Yoon Ji le vio la pechera
cubierta de sangre antes de reconocerlo. Con una exclamación ahogada, se llevó
la mano al cuello.
El juglar se detuvo ante ella, y sólo entonces pudo reconocerlo.
Ya no era un muchacho risueño, sino un hombre que la miraba con audacia. La
sacudió un leve escalofrío.
–Siwon.
Él pasó a su lado como si no la hubiera visto o como si no le
importara su presencia. Yoon Ji lo siguió con la mirada.
Después entró lentamente en el cuarto de su esposo. Pasó por
encima del cuerpo del guardia muerto con el corazón palpitante. Al ver el
cadáver de Kwang Gyu con el cuello cortado y la sangre manando aún, lo que hizo
fue sonreír.
Se acercó a la ventana y puso la mano sobre el antepecho, cubriendo
la mancha dejada por la sangre de otra inocente, el día anterior.
–Viuda–susurró–. ¡Viuda!
Ahora lo tenía todo: riqueza, hermosura y libertad.
Llevaba un mes escribiendo cartas, suplicando una invitación a la
corte del rey Yoochun. La había recibido, pero Kwang Gyu se reía de ella,
negándose a gastar dinero en tales frivolidades. En la Corte no podría arrojar
a las Sirvientas por la ventana, como en su propio castillo.
Yoon Ji decidió que ahora podía ir a la Corte del rey sin que
nadie se lo impidiera.
¡Y allí estaría Yunho! Sí, ella se había encargado también de eso.
Ese maldito pelinegro lo había tenido ya demasiado tiempo. Yunho era suyo y
suyo seguiría siendo. Si ella lograba deshacerse del maldito esposo, lo tendría
enteramente para sí. El no le negaría paños de oro, no. Yunho no le negaría
nada. ¿Acaso no era ella muy capaz de conseguir lo que deseaba? Ahora deseaba
otra vez a Yunho Jung, y lo obtendría.
Alguien cruzó el patio, llamándole la atención, Siwon caminaba
hacia la escalera que llevaba a lo alto de la muralla, con una mochila al
hombro.
–Me has hecho un gran favor–susurró Yoon Ji–. Y ahora voy a
pagártelo.
No llamó a los guardias. Guardó silencio, planeando lo que haría,
ya libre de Kwang Gyu. Siwon le había dado muchas cosas, mucha riqueza. Pero,
por encima de todas las cosas, le había devuelto a Yunho.
y es mujer no entiende que ya no le interesa a Yunho pues si el pensara en ella todavía fuera tras de ella y se olvidaría de Jae y ahora ni le hace caso
ResponderEliminarGracias
Pobre Heechul que triste vida tuvo, un poco de felicidad y amor tuvo al final, y ahora esa vieja quedó viuda, pero ojalá no la hayan heredado.
ResponderEliminarGracias!!!,, ❤️💕💞
Pobre Siwon, debería de haber matado a la mujer también, así hubiese vengado a su amado Heechul. Ella también lo maltrataba.
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