lunes, 7 de abril de 2014

El diiablo tiene ojos cafes: Capítulo 8

CAPÍTULO 8


—Siwon. —Sentí que se me helaba la sangre—. ¿Cómo has conseguido mi número? ¿Qué quieres?
—Sólo saber qué es de tu vida.
Su voz me resultaba tan familiar... Oírla hizo que los últimos siete meses se evaporasen de golpe, como si sólo hubieran sido un sueño. Si cerraba los ojos, casi podía creer que volvía a estar en el apartamento y Siwon no tardaría en regresar del trabajo.
Así que mantuve los ojos bien abiertos, como si el menor parpadeo pudiera matarme. Clavé la mirada en la funda color crema del sofá hasta que cada una de sus hebras adquirió una extraña nitidez.
—Estoy muy bien —dije entonces—. ¿Y tú?
—No tanto. —Hubo un largo silencio—. Todavía estoy intentando obligarme a creer que lo nuestro ha terminado. Te echo de menos.
Sonaba abatido. Algo en su voz hizo que una oscura sensación de culpa me oprimiera el corazón.
— ¿Por qué me has llamado? ¿Qué quieres?
—Hablar un ratito contigo. — Siwon sonaba resignado—. ¿Aún nos está permitido hablar?
—Supongo.
—He tenido mucho tiempo para pensar. Quiero que entiendas algo... Nunca pretendí que las cosas desbarraran tanto.
Apreté el teléfono con tanta fuerza que me sorprendió que el plástico no se hiciera pedazos entre mis dedos. Nunca se me habría ocurrido que Siwon hubiese querido o planeado que lo nuestro acabara tan mal. En su infancia, ciertas cosas habían moldeado negativamente su personalidad. Era una víctima, de forma tan irremediable como yo.
Pero eso no era ninguna excusa para todo el daño que me había infligido.
Me dolió pensar en todo lo que habíamos perdido... y en todo lo que nunca tendríamos. Sentí una pena tan grande que me entraron ganas de llorar.
— ¿Me odias, Jae? —preguntó en voz baja.
— ¿A ti? No; odio lo que hiciste.
—Yo también. —Suspiró—. No consigo dejar de pensar que... si hubiéramos seguido juntos un poco más, si se nos hubiera permitido resolver nuestros problemas sin que tú hermano acelerara el divorcio con tanta rapidez...
—Me hiciste mucho daño, Siwon —fue todo lo que pude decir.
—Tú también me lo hiciste. Me mentías continuamente, sobre las cosas pequeñas, sobre las cosas que realmente importaban... Siempre me mantuviste fuera de tu vida.
—Porque era la única forma de seguir a tu lado. La verdad siempre te ponía furioso.
—Lo sé. Pero hacen falta dos personas para que un matrimonio funcione. Y yo también tuve que aguantar lo mío: el que tu familia me rechazara, el tener que matarme a trabajar para mantenerte... Y tú siempre me culpabas por no ser capaz de resolver tus problemas.
—No —protesté—. Puede que tú te culparas a ti mismo, pero yo nunca sentí eso que dices.
—Tú nunca estuviste conmigo. Ni siquiera cuando dormíamos en la misma cama. En el fondo todo aquello no significaba nada para ti. Por mucho que yo pudiese llegar a hacer, nunca me respondías del modo que hacen otros hombres. Y me aferraba a la esperanza de que lo superarías con el tiempo, pero....
Maldición, Siwon sabía qué teclas pulsar, cómo reavivar ese sentimiento de inadaptación que yo tanto había luchado por superar. Siwon sabía cosas acerca de mí que nadie más conocía. Él y yo siempre estaríamos unidos por el fracaso que habíamos compartido, porque lo llevábamos tan dentro que había pasado a formar parte de nuestras identidades. Nunca podría ser borrado.
— ¿Estás saliendo con alguien? —preguntó.
—No es un tema del que me apetezca hablar contigo.
—Eso significa que sí. ¿Quién es?
—No estoy saliendo con nadie. No me he acostado con nadie. Tampoco tienes por qué creerlo, pero es cierto. —Tuve asco de mí mismo por haberlo dicho, y por sentir que aún tenía que responder ante él.
—Te creo —dijo Siwon —. ¿No me vas a preguntar si estoy saliendo con alguien?
—No. Me da igual. Eso no es asunto mío.
Él guardó silencio por unos instantes.
—Me alegro de que estés bien, Jae. Aún te quiero.
Eso hizo que las lágrimas acudieran a mis ojos. Me alegré de que él no pudiera verlas.
—Preferiría que no volvieras a llamarme, Siwon.
—Aún te quiero —repitió él, y colgó.
Dejé el teléfono en su sitio, despacio y con mucho cuidado, y me ocupé de las lágrimas dejándome caer de cara sobre el sofá. Permanecí inmóvil en esa postura hasta que empezó a faltarme la respiración, y entonces levanté la cabeza y tragué una buena bocanada de aire.
—Yo pensaba que te quería —dije en voz alta, pese a que Siwon ya no podía oírme.
Pero en aquel entonces yo no sabía lo que era el amor. Y me pregunté cómo uno podía estar realmente seguro, cuando pensaba que quería a alguien, de si de verdad amaba a aquella persona.

* * *

Al día siguiente, llovió.
Después de la hora de almorzar anunciaron que habría que estar pendientes de posibles riadas, y poco después el servicio meteorológico dio la alerta oficial. Nadie se puso nervioso, porque todos los residentes estaban acostumbrados a que se produjeran inundaciones y normalmente todo el mundo sabía qué calles conviene evitar para volver a casa después del trabajo.
Ya entrada la tarde, fui a una reunión donde se discutiría un nuevo sistema de procesamiento online para atender las solicitudes de mantenimiento de las fincas que administrábamos. En principio Moo Kyul tenía planeado asistir, pero luego cambió de parecer en el último segundo y me envió en su lugar. Me dijo que en realidad la cosa se reducía a enterarse de cómo funcionaba el nuevo sistema, y que él tenía cosas más importantes que hacer que pasar la tarde hablando de programas informáticos. «Reúne toda la información que puedas sobre el sistema —me dijo—, y ya me lo explicarás por la mañana.» Me constaba que si Moo Kyul me hacía alguna pregunta para la que no tuviera respuesta, luego me lo haría pagar muy caro. Así que decidí que, aparte de aprenderme de memoria los códigos del programa, iba a empaparme de él.
Sentí alivio pero también perplejidad de que Moo Kyul no mencionara que me había visto la noche anterior. Y tampoco preguntó por Yunho. Intenté adivinar de qué humor andaría mi jefe, pero eso era como pronosticar el tiempo, algo siempre complicado en el mejor de los casos. Con suerte, mi jefe habría decidido que el asunto no era merecedor de su atención.
El lugar de reunión quedaba a pocas manzanas, pero cogí el coche porque había empezado a llover a cántaros. El edificio era uno de los primeros rascacielos edificados en la ciudad, una imponente estructura de granito rojo rematada por gabletes que me recordaba el estilo arquitectónico de moda en la década de los veinte.
Mientras dejaba el coche en el aparcamiento subterráneo, le eché una mirada al móvil para ver si tenía algún mensaje. Yunho me había llamado, lo que me produjo un nudo en el estómago. Apreté un botón para oír su mensaje.
«Hola —decía en tono bastante brusco—. Tenemos que hablar de lo de anoche. Llámame cuando salgas del trabajo.»
No había más. Volví a escucharlo, y deseé poder cancelar la reunión y acudir a reunirme con él inmediatamente. Pero no tardaría mucho en hacerlo; liquidaría el asunto lo más deprisa posible, y luego lo llamaría.
Para cuando el consultor informático y yo hubimos acabado, pasaban unos minutos de las seis. La reunión habría podido prolongarse un poco más, si no nos hubieran llamado del departamento de seguridad para informarnos de una pequeña inundación en el nivel inferior del garaje. A aquellas horas estaba prácticamente vacío, dado que la mayoría de la gente ya había finalizado su jornada laboral, pero todavía quedaban uno o dos coches, y probablemente habría que llamar al servicio de grúas para que los sacara de allí.
—Maldición, uno de ellos debe de ser el mío —le dije al consultor mientras cerraba mi ordenador y lo guardaba en mi maletín—. Será mejor que vaya a ver cómo está. ¿Te parece bien que te llame mañana para aclarar los dos puntos que no hemos abordado?
—Claro —dijo.
— ¿Y tú?... ¿Vas a bajar al garaje también?
—Hoy no he traído el coche, lo tengo en el taller. Mi marido vendrá a recogerme a las seis y media. Pero si quieres, bajo contigo en el ascensor.
—No, no... —Sonreí y recogí el maletín—. Tranquilo, ya me las arreglaré.
—Como quieras. Bueno… si tienes algún problema, llama aquí o ve al vestíbulo a hablar con los de seguridad. — Hizo una mueca—. Este viejo edificio tiene tantas fugas de agua cuando llueve que igual ya tienes el coche convertido en submarino.
Reí.
—Espero que no —dije—. Es nuevo.
Con casi todo el personal del turno de día fuera, el edificio estaba silencioso y un poco fantasmagórico, las puertas cerradas y las ventanas oscurecidas. Los truenos resonaban en la calle, con un estruendo que me hizo estremecer dentro de mi traje de ejecutivo. Me alegré de volver a casa. Los zapatos me apretaban bastante,  además tenía hambre. Más que nada, estaba impaciente por contactar con Yunho y decirle lo mal que me sabía haberme comportado de aquella manera la noche anterior. Y explicarle algo, todavía no sabía muy bien qué.
Entré en el ascensor y apreté el botón del nivel inferior del garaje. Las puertas se cerraron y la cabina emprendió un fluido descenso. Pero cuando llegué al final del trayecto, el suelo dio una extraña sacudida bajo mis pies y oí chasquidos y zumbidos, y entonces todo dejó de funcionar. Las luces, el sistema hidráulico, todo falló de pronto. Solté un gritito de miedo al verme envuelto en una oscuridad absoluta. Y aún peor, oí correr agua, como si alguien acabara de abrir un grifo fuera del ascensor.
Sin dejarme llevar por el pánico, busqué a tientas el panel junto a las puertas y pulsé unos cuantos botones. Nada.
—El teléfono -dije en voz alta, intentando darme ánimos con el sonido de mi propia voz—. Estos trastos siempre tienen un teléfono. —Mis dedos siguieron buscando a ciegas hasta que encontraron un telefonillo interno con un botón, todo ello incrustado en el tabique. Mantuve apretado el botón, pero no hubo respuesta.
Me consolé diciéndome que al menos no padecía de fobia a los ascensores. No estaba desquiciándome. Rebusqué el móvil en mi maletín. Algo helado fluyó sobre mi pie. En un primer momento pensé que era una corriente de aire, pero un segundo después sentí que un líquido frío se me infiltraba en los zapatos, y comprendí que había unos cuantos centímetros de agua acumulados en la cabina.
Saqué el móvil y lo abrí. Lo utilicé a modo de linterna, paseando el resplandor de la pantalla para ver por dónde entraba agua. Una película de aspecto aceitoso estaba colándose a través de la juntura inferior de las puertas del ascensor. Eso ya era bastante serio. Pero cuando moví el resplandor del móvil hacia arriba, vi que el agua no entraba sólo por debajo de las puertas. También entraba por la parte de arriba.
Como si toda la cabina estuviera sumergida.
Pero eso era imposible. No había forma de que el hueco del ascensor pudiera haberse llenado de agua... ¿O acaso el nivel inferior del garaje se había inundado? Eso no podía haber sucedido en tan poco tiempo. Pero un pozo de ascensor lleno de agua explicaría por qué todos los sistemas eléctricos parecían haber sufrido un cortocircuito.
—No me lo puedo creer... —murmuré, sintiendo que se me aceleraba el pulso mientras marcaba el número de la centralita del edificio. Oí dos veces la señal de llamada, y luego un mensaje grabado empezó a recitar números de extensiones del directorio principal. En cuanto oí los tres dígitos del departamento de seguridad, los marqué. Hubo otras dos señales de llamada... y luego la de que estaban comunicando.
Solté un juramento, volví a marcar el número principal y probé suerte con la extensión del consultor. Un contestador me dijo: «Hola. En estos momentos estoy lejos de mi mesa, pero si dejas un mensaje al oír la señal, te devolveré la llamada lo más pronto posible.»
Traté de que mi voz sonara serena pero apremiante:
—Soy Jae. Estoy atrapado en uno de los ascensores en el nivel del garaje, y está entrando agua. Avisa a los de seguridad de que estoy aquí abajo.
El agua seguía entrando, y ya me llegaba a los tobillos.
Corté la conexión y vi que el indicador de batería baja empezaba a parpadear. No tardaría en quedar inservible, así que decidí no arriesgarme. Marqué el número de la policía, mirando mi dedo como si perteneciera a otra persona. Y oí, con incredulidad, cómo mi llamada era recibida y derivada a un mensaje grabado. «En estos momentos todas nuestras líneas se encuentran ocupadas. Permanezca a la espera hasta que haya algún operador disponible.» Esperé un minuto que pareció durar una vida entera, y acabé apagando el móvil cuando estuvo claro que no iban a contestar. Volví a marcar el número... y esta vez sólo conseguí una señal de comunicar.
Mi móvil pitó para informarme que apenas le quedaba batería.
Con el agua a la mitad de las pantorrillas y sin señales de que fuera a parar, decidí que ya estaba bien de fingir que me encontraba calmado. Sin saber muy bien cómo, logré hacer aparecer en la pantalla del móvil la lista de llamadas recibidas. Apreté la tecla de devolver la llamada en la última comunicación de Yunho.
Oí la señal. Una vez... dos... Suspiré con alivio cuando oí su voz.
—Jung.
—Yunho... —farfullé—. Soy yo. Te necesito. Necesito ayuda.
— ¿Dónde estás?
—Estoy dentro de un ascensor que se ha quedado parado en el nivel del garaje y está entrando agua, muchísima agua... —El teléfono volvió a pitar—. Yunho, ¿me oyes?
—Repítelo.
—Estoy atrapado en el garaje, dentro de un ascensor, y la cabina se está inundando. Necesito... —El teléfono pitó y se apagó—. ¡No! —Grité con frustración—. Maldita sea. ¿Yunho? ¿Yunho?
Nada salvo el ruido del agua que entraba en la cabina.
Sentí que me invadía la histeria, y por un momento consideré si dejarme arrastrar por ella o no. Pero como tampoco iba a sacar nada con eso, y desde luego no iba a hacerme sentir mejor, procuré pasar de la histeria y empecé a respirar con profundas inspiraciones.
—La gente no se ahoga en los ascensores —dije.
El agua me había llegado a las rodillas, y estaba muy fría. Además olía fatal, como a aceite, productos químicos y cloacas. Saqué el ordenador del maletín y traté en vano de pillar alguna señal de Internet. El resplandor de la pantalla al menos iluminaba en parte la cabina, y eso ya era algo. Miré el techo, revestido de paneles de madera y provisto de foquitos indirectos, todos apagados. ¿No se suponía que había una trampilla de escape? Quizás estaba disimulada. Claro que pensándolo bien daba igual, porque no se me ocurría ninguna forma de subir ahí arriba y buscarla.
Volví a probar suerte con el telefonillo del panel, así como con todos los botones. Luego me quité un zapato y pasé unos minutos golpeando los tabiques con el  mientras gritaba pidiendo auxilio.
Cuando me cansé de dar golpes, estaba sumergido hasta las caderas. Tenía tanto frío que me castañeteaban los dientes y sentía punzadas en las piernas. Salvo por el ruido del agua que seguía entrando, había un silencio absoluto. Todo estaba en calma excepto el interior de mi cabeza.
Me di cuenta de que me hallaba dentro de un ataúd. Iba a morir en aquella caja de metal.
Había leído que no era una mala manera de morir, por ahogamiento. Había formas peores de dejar este mundo. Pero era tan injusto... Yo nunca había hecho nada digno de figurar en una necrológica. No había alcanzado ninguna de las metas que tenía cuando estudiaba en la universidad. No había llegado a hacer las paces con mi padre, no en el verdadero sentido del término. Nunca había ayudado a la gente menos afortunada que yo. Ni siquiera había follado como Dios manda.
Siempre había imaginado que cuando tienes que hacer frente a la muerte deberías dedicar tus últimos segundos a pensar en cosas nobles, pero en lugar de eso me encontré pensando en aquellos momentos en la escalera de mantenimiento con Yunho. Si hubiera seguido adelante, al menos habría tenido una buena experiencia sexual por una vez en mi vida. Pero incluso eso lo había echado a perder.
Deseaba a Yunho. Dios, cómo lo deseaba... Me iría del mundo sin haber acabado nada en mi vida. Me quedé aguardando el ahogamiento no con resignación sino con furia creciente.
Cuando el nivel del agua hubo llegado a mi pecho, estaba tan cansado de mantener en alto el ordenador que lo dejé caer. Se sumergió y flotó lentamente hasta hundirse en un agua tan contaminada que apenas pude ver el resplandor de la pantalla antes de que quedara a oscuras. La fría negrura que me envolvió a continuación hizo que perdiera toda sensación del espacio. Apretujado contra la esquina del ascensor, apoyé la cabeza en la pared y respiré, y esperé. Me pregunté qué sentiría cuando no me quedara más aire y tuviera que llenarme los pulmones de agua.
Entonces un golpe en el techo me sobresaltó súbitamente. Giré la cabeza en todas direcciones, asustado y sin ver nada. ¡Otro golpe! Ruidos de algo que arañaba y era arrastrado, herramientas contra metal. El techo crujió, y toda la cabina se bamboleó como si fuera un bote de remos.
— ¿Hay alguien ahí? —grité, con el pulso desbocado.
Oí el sonido de una voz humana a lo lejos.
Como electrizada, empecé a dar puñetazos al tabique.
— ¡Socorro! ¡Estoy atrapada aquí abajo!
Hubo una contestación que no distinguí. Quienquiera que fuese siguió trabajando en el techo, hurgando y desatornillando hasta que un estridente chirrido metálico rasgó el aire. Una parte del revestimiento de madera estaba siendo arrancada. Me pegué a la pared de la cabina mientras oía crujidos y ruidos de madera que se partía entre una lluvia de astillas. Y entonces el haz de una linterna hendió la oscuridad, hasta el agua.
—Estoy aquí —dije con un sollozo mientras chapoteaba en dirección a la luz—. Estoy aquí. ¿Puede sacarme?
Un hombre se inclinó dentro de la cabina hasta que pude ver su cara y sus hombros iluminados por la luz reflejada en el agua.
—Antes que nada, he de informarte —dijo Yunho mientras agrandaba la abertura con un gruñido de esfuerzo— que cobro unos honorarios astronómicos por rescatar gente de los ascensores.

* * *

— ¡Yunho!... —Había acudido en mi auxilio. Estaba tan abrumado que por un momento casi perdí el control. Aliviado y lleno de gratitud, quise decirle al menos una docena de cosas atropelladamente. Pero lo primero que me salió fue un ferviente— Siento no haber follado contigo.
Lo oí reír.
—Yo también lo siento. Pero cariño, tengo conmigo a un par de empleados de mantenimiento que pueden oír todo lo que hablemos.
—Me da igual —dije con desesperación—. Sácame de aquí y juro que me acostaré contigo.
De inmediato, uno de mantenimiento se ofreció voluntario para rescatarme.
—Yo lo sacaré —dijo.
—Me parece que he llegado antes, amigo —afirmó Yunho afablemente y se inclinó unos centímetros más adentro del ascensor, con un brazo extendido hacia mí—. ¿Alcanzas mi mano, Jae?
Me puse de puntillas y estiré el brazo. Nuestras palmas se encontraron, y los dedos de Yunho bajaron un poco más para cerrarse alrededor de mi muñeca. Pero yo estaba recubierto de sustancia aceitosa, y mi mano se escurrió a través de la presa con que trataba de sujetarme Yunho. Acabé apoyado contra el tabique.
—No puedo. —Traté de que mi voz sonara tranquila, pero me salió un chillido ahogado. Tuve que reprimir un sollozo—. El agua está aceitosa.
—Vale. Tranquilo, no pasa nada. No, cariño, no llores, ahora bajo. Tú quédate donde estás y agárrate a la barra.
—Espera, también te quedarás atrapado aquí abajo...
Pero Yunho ya estaba metiendo los pies y las piernas por la abertura. Se agarró al borde del techo, se descolgó y quedó suspendido en el aire por un instante. Cuando bajó a la cabina con una caída controlada, el suelo osciló y el nivel del agua subió un poco más. Chapoteé y salté sobre él, trepando medio cuerpo hacia arriba antes de que él hubiera tenido tiempo de moverse.
Me sostuvo, un brazo por debajo de mi trasero y el otro alrededor de mi espalda.
—Ya te tengo —dijo——. Mi chico valiente.
—No soy nada valiente —dije mientras le echaba los brazos al cuello. Apreté la mejilla contra su pecho, intentando convencerme de que realmente estaba ahí conmigo.
—Sí que lo eres. La mayoría ya estarían en pleno ataque de histeria.
—Estaba aboca-ado a eso —dije, los labios pegados al cuello de su camisa—. Me has pilla-ado en las primeras e-etapas del proceso.
Me estrechó entre sus brazos.
—Estás a salvo, cariño. Ya ha pasado todo.
Apreté los dientes para frenar el castañeteo.
—No pue-edo creer que estés aquí.
—Claro que estoy aquí. Siempre que me necesites. —Levantó la vista hacia el agujero del techo, donde un empleado sostenía una linterna apuntada hacia abajo—. ¿Tienes alguna bomba de achique en el subsuelo?
—No. Es una construcción antigua. Sólo los edificios nuevos disponen de bombas de achique.
La mano de Yunho subía y bajaba por mi espalda temblorosa en una tranquilizadora caricia.
—Bueno, probablemente tampoco serviría de mucho. ¿Alguien puede ir a cerrar el interruptor principal? No quiero que esta cosa empiece a moverse mientras lo estamos sacando de aquí.
—No hace falta, está cerrado.
— ¿Cómo lo sabes?
—Hay un mecanismo automático de desconexión. — Yunho sacudió la cabeza.
—Quiero que alguien vaya al cuarto de máquinas y se asegure de que ese cabrón realmente se ha desconectado.
—Lo que usted diga, jefe. — el hombre usó un radiotransmisor para hablar con el supervisor del servicio de seguridad. El supervisor dijo que enviaría el único guardia que tenía disponible al cuarto de máquinas para que cerrara el interruptor de todos los ascensores, y que llamaría en cuanto estuviera hecho—. Dice que no hay manera de contactar con la poli —nos informó a continuación—. Todas las líneas están colapsadas. Pero la compañía de los ascensores va a enviar a alguien.
—El nivel del agua no para de subir —le dije a Yunho, con los brazos apretados en torno a su cuello y las piernas alrededor de su cintura—. Salgamos de aquí ya.
Yunho sonrió y me apartó el pelo de la cara.
—Sólo tardarán unos momentos en cerrar el interruptor principal. Imagina que nos estamos dando un baño de lodo.
—No tengo tan buena imaginación —le dije.
—Está claro que nunca has tenido que ganarte la vida en una torre de perforación —dijo, al tiempo que me frotaba los hombros con la mano—. ¿Te has hecho daño? ¿Alguna contusión o corte?
—No, sólo he pasado mucho miedo durante un rato. — Él me estrechó entre sus brazos. —Ahora no tienes miedo, ¿verdad?
—No. —Era cierto. Parecía imposible que pudiera suceder nada mientras estaba agarrado a aquellos hombros tan sólidos—. Sólo t—tengo frío. No entiendo de dónde sale toda esta agua.
—Viene de una pared que se ha derrumbado entre el garaje y un conducto de desagüe. Estamos recibiendo los residuos de unas cuantas torrenteras.
— ¿Cómo es que has tardado tan poco en encontrarme?
—Iba de camino a casa cuando llamaste. Vine hacia aquí de inmediato y busqué a ayuda. Cogimos el ascensor de servicio hasta el nivel anterior a éste, y abrí las puertas con ayuda de un destornillador doblado. —No dejaba de alisarme el pelo mientras hablaba—. La trampilla del techo costó un poco más; tuve que hacer saltar un par de pernos con un martillo.
Oímos un poco de estática y una voz distorsionada desde el radiotransmisor encima de nosotros, y unos instantes después el hombre anunció:
—Tranquilo, jefe. El interruptor está cerrado.
—Estupendo. —Yunho lo miró —. Bueno, te lo voy a pasar. Que no se te caiga, está muy resbaladizo. Jae, ahora te voy a coger en vilo, y entonces te subes a mis hombros y dejas que ellos te saquen. ¿Lo has entendido? —Asentí de mala gana, porque no quería separarme de él—. Cuando estés en el techo del ascensor —continuó—, no se te ocurra tocar ningún cable, polea o demás artilugios. Hay una escalerilla atornillada a la pared del pozo. Ten cuidado mientras subes, que estás de lo más escurridizo.
— ¿Y tú?
—No te preocupes por mí. Ahora pon el pie en mi mano.
—Pero ¿cómo vas a...?
—Jae, estate calladito y dame tu pie.
Me asombró la facilidad con que me alzó en vilo, una gran mano empujándome por el trasero hacia los hombres de mantenimiento. Ellos me cogieron por las axilas y me depositaron sobre el techo del ascensor, agarrándome como si temieran que pudiera precipitarme al vacío. Y probablemente lo habría hecho, con lo untado de sustancias viscosas que estaba.
En circunstancias normales no me habría costado nada subir por aquella escalerilla, pero los pies y las manos no paraban de resbalarme sobre el metal. Requirió bastante concentración y esfuerzo llegar al nivel de arriba, donde Yunho había forzado las puertas. Había más personas para ayudarme, un par de trabajadores de la 0ficina, el supervisor de seguridad y el guardia que había ido al cuarto de máquinas, el técnico de ascensores que acababa de llegar, e incluso el consultor, que no dejaba de exclamar con muecas de horror «Pero si lo vi hará cosa de media hora... Es que no me lo puedo creer... Pero si lo vi...».
Pasé de todos, no por ser maleducado sino porque aún tenía tanto miedo que no podía pensar en nada. Esperé al lado de las puertas abiertas y me negué a moverme de allí, mientras llamaba a Yunho con creciente nerviosismo. Oí un estruendo de chapoteos y unos cuantos gruñidos, y los juramentos más bestias que he oído en mi vida.
El hombre que nos ayudo fue el primero en aparecer, seguido por su compañero. Yunho emergió del hueco del ascensor en último lugar, goteando agua y cubierto de la misma sustancia asquerosa que me había empapado, su traje de ejecutivo pegado al cuerpo. En cuanto lo vi estuve seguro de que tenía que oler tan mal como yo. El pelo se le había puesto de punta en algunos sitios. Era el hombre más guapo que había visto nunca.
Me abalancé sobre él, le eché los brazos a la cintura, y apoyé la cabeza en su pecho. El corazón le palpitaba.
— ¿Cómo has salido? —pregunté.
—Apoyé un pie en la barra, me icé hasta la trampilla y metí una pierna por el hueco. Estuve a punto de escurrirme hacia abajo, pero los hombres me agarraron a tiempo.
—El mono —dijo uno de los hombres a modo de explicación, y percibí el temblor de una carcajada en el pecho de Yunho.
— ¿Qué se supone que significa eso? —pregunté.
—Que en cuanto me vio salir del ascensor pensó que acababa de escaparme de la jaula de los monos, supongo —respondió Yunho, y sacó una cartera del bolsillo de atrás del pantalón. Extrajo de ella unos cuantos billetes empapados y se disculpó por tener que dárselos en semejante estado. Ambos hombres le aseguraron que aun así seguían siendo de curso legal, y luego todos se estrecharon la mano.
Permanecí inmóvil con los brazos alrededor de Yunho mientras él hablaba con el técnico de los ascensores y el encargado de seguridad. El peligro ya había pasado, pero me sentía incapaz de soltarlo. Y a Yunho no parecía importarle, porque lo único que hacía era acariciarme la espalda de vez en cuando. Un camión de bomberos se detuvo al lado del edificio, con las luces parpadeando.
—Bueno —le dijo Yunho al encargado de seguridad mientras le tendía una tarjeta empapada—, ya hemos hablado bastante… el pobrecito no puede más. Ahora tengo que ocuparme de él y ponernos un poco presentables. Si alguien quiere saber algo, puede contactar conmigo mañana.
—Faltaría más —dijo el encargado—. Comprendo. Llámeme si puedo ayudar en algo. Y ahora, a cuidarse.
—Ha estado muy simpático —le dije a Yunho mientras me acompañaba fuera del edificio, pasando al lado del camión de los bomberos y una furgoneta enviada por alguna televisión local de la que estaba saliendo un equipo de grabación.
—Con la esperanza de que así no lo demandarás por una porrada de dólares —respondió él mientras me llevaba hasta su coche, aparcado en doble fila. Era un Mercedes, un reluciente sedán plateado con unos asientos beige tan suaves que parecían hechos de mantequilla.
—Ah, no —dije sin poder contenerme—. ¿Cómo quieres que suba a ese coche con lo sucio que estoy?
Yunho abrió la puerta del Mercedes y me obligó a subir.
—Entra, cariño. No vamos a ir a casa andando.
El corto trayecto supuso un verdadero suplicio para mí, porque sabía que estábamos dejando perdido el interior del coche.
Y lo peor aún estaba por llegar. Después de que Yunho hubiera estacionado en el aparcamiento subterráneo del edificio, nos encaminamos hacia el ascensor que llevaba al vestíbulo. Me paré en seco, y mi mirada fue del ascensor a las escaleras. Yunho se detuvo conmigo.
Lo último que necesitaba en ese momento era subir a un ascensor. No estaba dispuesto a volver a pasar por eso. Todos los músculos de mi cuerpo se tensaron en una resuelta negativa.
Yunho guardó silencio mientras yo me debatía con aquella reacción instintiva de rechazo.
—Mierda —dije finalmente—. No puedo dedicar el resto de mi vida a evitar los ascensores, ¿verdad?
—No —sonrió él.
Eso bastó para impulsarme a avanzar.
—Valor, Jae —murmuré, y apreté el botón de llamada con mano temblorosa. Cuando la cabina empezó a bajar, sentí como si estuviera esperando ante las puertas del infierno—. No estoy seguro de si te he dado las gracias por lo que hiciste —dije con un hilo de voz—. Así que... gracias. Y quiero que sepas que normalmente no le complico tanto la vida a la gente. Quiero decir que, bueno, tampoco soy uno de esos hombres a los que hay que estar rescatando continuamente.
—Vale, entonces la próxima vez te tocará a ti rescatarme a mí.
Eso logró arrancarme una sonrisa a pesar de mi nerviosismo. Era justo la réplica adecuada.
Las puertas de la cabina se abrieron ante nosotros y de alguna manera lo conseguí, me obligué a entrar en aquella caja de metal, y me quedé encogido en el rincón mientras Yunho entraba detrás de mí. Antes de que las puertas hubieran llegado a cerrarse, él ya me tenía abrazado, su cuerpo pegado al mío mientras nuestras bocas se unían ávidamente, y de pronto fue como si todo lo que había sentido aquel día, angustia, ira, desesperación y alivio, se inflamara en un súbito destello de ardor.
Respondí con un frenesí de besos, metiéndole la lengua en la boca porque quería palparlo y notar su sabor. Yunho dejó escapar un jadeo ahogado, como si mi viva respuesta lo hubiera sorprendido. Me rodeó la cabeza con la mano y su boca se afanó sobre la mía, ávida y dulce.
Llegamos al vestíbulo en cuestión de segundos. Las puertas de la cabina se abrieron con un molesto pitido. Yunho se apartó y me sacó del ascensor al vestíbulo de reluciente mármol negro. Debíamos de parecer un par de criaturas recién salidas del pantano cuando pasamos junto al mostrador del conserje en dirección al ascensor residencial.
El conserje, se quedó boquiabierto.
— ¿Joven Kim? Dios mío, ¿qué ha pasado?
—He tenido un... Bueno, digamos que un pequeño accidente —dije, sin saber muy bien qué cara poner—. El señor Jung me ayudó.
— ¿Puedo hacer algo por ustedes?
—No; estamos bien —murmuré, al tiempo que le lanzaba una mirada significativa—. Y de verdad que no hace falta que le mencione esto a nadie de mi familia.
—Naturalmente, joven Kim —dijo él demasiado deprisa.
Y mientras Yunho y yo entrábamos en el ascensor, vi que cogía el teléfono y empezaba a marcar un número.
—Está llamando a mi hermano Hyun Joong —dije—. No me apetece hablar con nadie, especialmente con ese entrometido...
Pero Yunho ya estaba volviendo a besarme, esta vez con las manos apoyadas en la pared del ascensor a ambos lados de mí, como si yo fuera un objeto demasiado peligroso para tocar. El beso, lleno de pasión, siguió y siguió, y la excitación que me provocó fue abrumadora. Levanté las manos y recorrí los anchos hombros de Yunho, los músculos tensos.
Me asombró el efecto que mis manos producían en Yunho, la forma en que su boca se afanaba sobre la mía como si quisiera saborear al máximo un manjar delicioso que podía serle arrebatado en cualquier momento. Estaba muy excitado y yo quería tocarlo precisamente ahí, poner la mano en aquel bulto. Mis dedos temblorosos se deslizaron sobre su plano estómago, cruzando la hebilla de su cinturón. Pero entonces el ascensor se detuvo, y Yunho me agarró la muñeca y me apartó la mano.
El café de sus ojos era todavía más intenso que de costumbre, y se le habían subido los colores como si tuviera fiebre. Sacudió la cabeza como para despejársela, y me llevó fuera del ascensor. Estábamos en el piso decimoctavo, el de su apartamento. Lo acompañé hasta la puerta y esperé a que introdujera la combinación. Se equivocó, lo que hizo que el teclado soltara un pitido de indignación. Me tragué la sonrisa mientras lo oía maldecir. Me miró con cara de enfado e hizo otro intento, y esta vez la puerta se abrió.
Cogiéndome de la mano como si fuera un niño pequeño, me llevó a la ducha.
—No tengas prisa —dijo—. Yo usaré el otro cuarto de baño. Hay un albornoz colgado detrás de la puerta. Luego te traeré algo de ropa de tu apartamento.

* * *

Ninguna ducha me había sentado tan bien como aquélla. Dudaba que ninguna de las que me diera en el futuro pudiera equipararse. Subí la temperatura del agua hasta que casi me escaldaba la piel, y gemí de placer mientras corría por mis miembros doloridos por el frío. Me enjaboné a conciencia, me eché agua por todo el cuerpo, y me lavé el pelo tres veces.
El albornoz de Yunho me quedaba holgado. Me envolví en aquel aroma que ya empezaba a resultarme familiar. Después de haberme apretado bien el cinturón, me contemplé en el espejo cubierto de vaho.
Después de una experiencia como la que acababa de tener lo lógico habría sido que me sintiera exhausto, pero me sentía vivo y estimulado, a tal punto que la suavidad del albornoz me resultaba extrañamente abrasiva. Fui a la sala de estar y vi a Yunho, vestido con vaqueros y una camiseta blanca, el pelo todavía mojado por la ducha que acababa de darse. De pie junto a la mesa, estaba sacando bocadillos y un par de recipientes de sopa de una bolsa de papel.
—He llamado a uno de los restaurantes del edificio para que nos subieran algo de comer — dijo tras someterme a un rápido repaso visual.
—Gracias. Me muero de hambre. Creo que en mi vida había tenido tanto apetito.
—Ocurre después de haber pasado por una experiencia traumática. Siempre que había algún problema en la torre de perforación, un accidente o si empezaba a arder, luego todos teníamos un hambre de lobo.
—Un incendio en una torre de perforación tiene que dar mucho miedo. ¿Cómo empiezan?
—Oh, filtraciones, escapes de petróleo... —Sonrió—. Algún soldador que ha metido la pata... —Acabó de servir la comida. Empieza. Bajaré un momento a tu apartamento y te subiré algo de ropa, si me dices la combinación de tu teclado.
—Por favor, quédate. No hay ninguna prisa. Este albornoz es muy cómodo.
—Como quieras —dijo, y me acercó una silla.
Mientras tomaba asiento, le eché una mirada a la televisión, que estaba dando el informativo local. Por poco no me caí de la silla cuando la presentadora dijo: «Y ahora las últimas noticias sobre las inundaciones. Acabamos de saber que esta tarde un hombre no identificado fue rescatado de un ascensor inundado. Según el personal de seguridad, la acumulación de agua en el nivel inferior del garaje hizo que el ascensor sufriera una avería. Empleados del edificio dijeron que el hombre parecía encontrarse bien después del rescate y no requirió asistencia médica. Les mantendremos informados de las últimas novedades conforme vayamos...»
Entonces sonó el teléfono, y Yunho miró la pantalla para ver el número.
—Es tu hermano Hyun Joong. Ya he hablado con él y le he dicho que estás bien. Pero quiere oírlo de tus propios labios.
«Oh, maldita sea —pensé—, seguro que Hyun Joong se habrá puesto como un basilisco en cuanto ha sabido que estoy con Yunho.» Le cogí el teléfono y contesté.
—Hola, Hyun Joong —dije en tono jovial.
—Lo peor que pueden llegar a decirte de tu hermano —me espetó Hyun Joong —, es que acaba de ser mencionado en el último avance informativo como un hombre no identificado. No sé cómo lo harán, pero a los hombres no identificados suelen sucederles cosas bastante desagradables.
—Estoy bien —le dije con una sonrisa—. Sólo acabé empapado y hecho un estropicio, nada más.
—Tú puedes pensar que estás bien, pero probablemente todavía te encuentras en estado de shock. Puedes haber sufrido lesiones de las que ni siquiera eres consciente. ¿Por qué diablos no te ha llevado Jung a que te viera un médico?
La sonrisa se me evaporó de los labios.
—Porque me encuentro perfectamente. Y te aseguro que no he sufrido ningún shock.
—Ahora mismo voy a recogerte. Esta noche te quedarás en mi apartamento.
—Nada de eso. Ya he visto tu apartamento, Hyun Joong. Está que da pena. Lo tienes tan abandonado que cada vez que te visito mi sistema inmunológico se refuerza.
Hyun Joong no rió.
—No pienso permitir que te quedes en casa de Jung después de haber pasado por una experiencia tan traumática...
— ¿Te acuerdas de lo que dijiste sobre los límites, Hyun Joong?
—A la mierda los límites. ¿Por qué lo llamaste a él cuando tienes dos hermanos que trabajan a unas manzanas? Yoochun o yo podríamos habernos hecho cargo del problema.
—No sé por qué lo llamé a él, yo... —Estaba tan incómodo que miré a Yunho sin saber qué cara poner. Él me lanzó una mirada insondable y se fue a la cocina—. Hyun Joong, nos vemos mañana en el trabajo. No se te ocurra pasarte por aquí.
—Le he dicho a Jung que como intente tocarte un pelo, ya puede ir haciendo testamento.
—Hyun Joong —musité—, voy a colgar.
—Espera —dijo, y recurrió a su mejor tono fraternal de pedir un favor—. Déjame ir a recogerte, Jae. Eres mi hermano peque...
—No. Buenas noches.
Colgué mientras oía los primeros juramentos.
Yunho regresó a la mesa y me tendió un vaso lleno de hielo y líquido espumeante.
—Gracias —dije—. ¿Dr. Pepper?
—Sí. Con un poco de zumo de limón y un chorrito de Jack Daniel’s. He pensado que ayudaría a calmarte los nervios.
Lo interrogué con la mirada.
—A mis nervios no les pasa nada.
—Quizá. Pero todavía se te ve un poco alterado.
El combinado estaba delicioso. Bebí un sorbo tras otro de aquel líquido agridulce, hasta que Yunho me tocó la mano.
—Eh, poco a poco. No tengas tanta prisa, cariño.
Luego hubo una pausa en la conversación mientras tomábamos la sopa de verduras y comíamos los bocadillos. Me terminé el combinado y respiré hondo, sintiéndome mucho mejor.
— ¿Puedo tomarme otro? —pregunté, empujando el vaso vacío hacia Yunho.
—Dentro de un ratito. El Jack Daniel’s tarda un poco en hacer sentir sus efectos.
Me puse de lado en el asiento, girando la cabeza hacia él mientras apoyaba el codo en el respaldo.
—Tampoco hace falta que me trates como a un adolescente. Ya soy mayorcito, Yunho.
Él sacudió la cabeza despacio, sin dejar de sostenerme la mirada.
—Lo sé. Pero en algunos aspectos todavía eres... un poquito inocente.
— ¿Por qué lo dices?
—Por el modo en que reaccionas a ciertas situaciones —respondió en voz baja.
Sentí que me ardían las mejillas y me pregunté si se estaría refiriendo a cómo me había comportado en el pozo de la escalera de mantenimiento.
—Yunho... —Tragué saliva—. Sobre lo de la otra noche...
—Espera. —Me tocó el brazo que tenía apoyado en la mesa y sus dedos siguieron suavemente el entramado de venas en la cara interior de mi muñeca—. Antes de que nos pongamos a hablar de eso, dime una cosa. ¿Por qué me llamaste a mí en vez de a tus hermanos? Me alegro de que lo hicieras, no me malinterpretes. Pero me gustaría saber por qué lo hiciste.
Entonces sentí que el calor se propagaba por todo mi cuerpo desnudo debajo del albornoz. La excitación se entremezcló con el nerviosismo mientras me preguntaba hasta dónde me atrevería a llegar con Yunho, qué haría él si le contaba la verdad.
—Lo hice sin pensar. Simplemente... te quería a ti.
Los dedos de él fueron desde mi muñeca hasta mi codo en una lánguida caricia, y luego volvieron al punto de partida para reiniciar el movimiento.
—Anoche —lo oí murmurar—, hiciste bien en pararme los pies. La primera vez nunca debería ocurrir en un lugar semejante. Hiciste bien en cortarlo, pero el modo en que lo hiciste...
—Lo siento —dije de todo corazón—. De verdad que...
—No lo sientas. —Tomó mi mano y empezó a juguetear con mis dedos—. Estuve reflexionando en ello cuando me hube calmado un poco. Y se me ocurrió que seguramente no habrías reaccionado así si antes no hubieras tenido algún tipo de... problema de alcoba... con tu marido. —Me miró atentamente, como si tomase nota de cada uno de los matices de mi expresión.
«Problemas de alcoba» era un eufemismo muy diplomático, pensé. El silencio se me volvió insoportable, porque lo que quería por encima de todo era sincerarme con Yunho.
— ¿Realmente fue tu primer hombre? —quiso saber él—. Eso es bastante inusual, hoy en día.
Asentí con la cabeza.
—Por extraño que resulte —conseguí decir—, creo que en cierta manera estaba intentando complacer a mi madre, aunque ella ya no estuviera entre nosotros. Sentía que mi madre hubiese querido que esperara, que me habría dicho que un chico decente no va por ahí acostándose con el primer tío que se le pone a tiro. Y yo le había fallado en tantas cosas... Nunca fui la clase de hijo que mis padres habrían querido tener. Sentía que se lo debía, que tenía que esforzarme en ser un buen chico. —Nunca había admitido eso ante nadie—. Con el paso del tiempo comprendí que si quería acostarme con alguien, eso era asunto mío.
—Así que elegiste a Siwon.
—Sí. —Fruncí los labios en una sonrisita de circunstancias—. Lo que no fue muy buena idea, como descubrí después. No había forma de complacerlo por mucho que hiciera.
—Yo soy muy fácil de complacer —dijo él, sin dejar de acariciarme los dedos.
—Mejor —dije con voz vacilante—, porque eso es algo que no se me da nada bien.
Todo movimiento cesó. Yunho levantó la vista de mi mano y vi la llama del deseo en sus ojos.
—Yo no me... —Tuvo que hacer una pausa para respirar. Cuando volvió a hablar, fue con voz entrecortada—: Yo no me preocuparía por lo que respecta a eso, cariño.
No podía dejar de mirarlo. Pensé en cómo sería hacer el amor con él, y los pensamientos se me agolparon en la cabeza. Tenía que encontrar alguna manera de hacer que las cosas fueran más despacio
—Me gustaría tomar otro Jack Daniel’s —logré murmurar. — Pero ahora sin Dr. Pepper.
Yunho me soltó la mano, la mirada todavía fija en mi rostro, Sin decir palabra, fue a la cocina y regresó con dos vasitos pequeños y la botella de whisky con su inconfundible etiqueta negra. Llenó los vasitos con una mueca de concentración, como si nos estuviéramos preparando para echar unas manos de póquer.
Vació el suyo de un solo trago mientras yo hacía durar el mío, dejando que el líquido ligeramente dulce me calentara los labios. Estábamos sentados muy cerca el uno del otro. El albornoz se había entreabierto un poco para revelar mis rodillas desnudas, y Yunho bajó la mirada hacia ellas. Cuando inclinó la cabeza, la luz creó matices en su pelo castaño oscuro. Decidí que no podía aguantar un segundo más, tenía que tocarlo. Dejé que mis dedos fueran lentamente por su sien, jugando con aquellos cortos mechones suaves como la seda. Yunho cerró la mano sobre mi rodilla, envolviéndola en una oleada de calor.
Levantó la cabeza y le toqué la mandíbula, primero el cosquilleo de una barba incipiente, luego los dedos contra la suavidad de sus labios.
Estando a solas la curiosidad por saber mas de el me invadía asi que sin pensar hice una pregunta sobre su padre, sobre su familia, queria conocer mas sobre el hombre que me habia salvado y que hacia que mi cuerpo se sintiera caliente incluso con su presencia.
Asi que hablo de su padre.
— Le daba por beber. Borracho o sobrio, creo que el único momento en que se sentía a gusto era cuando estaba pegando a alguien. Dejó de ocuparse de la familia cuando yo aún era joven. Ojalá se hubiera marchado para siempre. Pero a veces volvía, cuando no estaba en la cárcel. Le daba unas palizas de muerte a mamá, se la follaba unas cuantas veces, y luego se largaba otra vez con todo el dinero que lograba birlarle.
Sacudió la cabeza, la mirada ausente.
—Mi madre era alta pero menuda. Una ráfaga de viento podía tirarla al suelo. Yo sabía que cualquier día mi padre la mataría de una paliza. Una de las veces que él volvió a casa, yo estaba a punto de cumplir los once... Le dije que ni se le ocurriera, que no lo dejaría acercarse a ella. No recuerdo qué sucedió después, sólo que desperté en el suelo sintiendo como si un búfalo acabara de pasarme por encima. Y mi nariz estaba rota. Mamá tenía casi tantas marcas de golpes como yo. Me dijo que nunca se me ocurriera volver a llevarle la contraria a mi padre. Dijo que tratar de plantarle cara sólo servía para enfurecerlo aún más. Ella sabía que se ahorraría unos cuantos malos ratos si nadie le contrariaba, y así se iría antes.
— ¿Por qué nadie le paró los pies? ¿Por qué tu madre no se divorció de él, o acudió a los tribunales para obtener una orden de alejamiento o lo que sea que se hace en estos casos?
—Una orden de alejamiento sólo funciona si te esposas a un poli. Y mi madre pensaba que era mejor acudir con sus problemas a la iglesia. Ellos la convencieron de que no se divorciara. Dijeron que Dios le había encomendado la misión especial de salvarle el alma. Según nuestro ministro, lo que teníamos que hacer era rezar mucho y así el corazón de papá vería la luz, cambiaría y estaría salvado para el Señor. —Sonrió con tristeza—. Si yo había tenido esperanzas de llegar a ser un hombre religioso, ahí se acabaron.
Estaba estupefacto ante la revelación de que Yunho también había sido víctima de la violencia doméstica. Pero de un modo aún peor que el mío, porque entonces sólo era un niño.
— ¿Y qué pasó con tu padre? —pregunté.
—Volvió un par de años después. Yo había crecido mucho. Me planté en la puerta de la caravana y no lo dejé entrar. Mamá intentaba apartarme, pero yo me mantuve firme. Entonces mi padre... — Yunho se frotó muy despacio la boca y la mandíbula, apartando la mirada. En ese momento supe que estaba a punto de contarme algo que nunca le había contado a nadie.
—Continúa —murmuré.
—Se me echó encima empuñando un cuchillo. Me lo clavó en el costado. Yo le retorcí el brazo y le obligué a soltarlo, y luego no paré de pegarle hasta que prometió largarse. Nunca más regresó. Ahora está en la cárcel. —Tenía las facciones tirantes—. Lo que más me dolió de aquello fue que luego mamá se pasó dos días enteros sin hablarme.
— ¿Por qué? ¿Estaba enfadada contigo?
—Eso pensé yo en un primer momento. Pero luego comprendí que me había cogido miedo. Cuando me puse como un basilisco con papá, debió de parecerle que en el fondo él y yo éramos de la misma clase. —Se me quedó mirando y luego, en voz muy baja, añadió—: No soy trigo limpio.
Me di cuenta de que lo decía a modo de advertencia. Y entonces entendí algo acerca de Yunho, que él siempre había utilizado esa convicción suya de que no era trigo limpio para evitar que nadie llegara a establecer una relación demasiado íntima con él. Porque tener esa clase de relación con alguien significaba que luego esa misma persona podía llegar a hacerte mucho daño. Yo sabía todo lo que hay que saber sobre esa clase de miedo. Había vivido con él.
— ¿Dónde te hirió? —le pregunté con voz sorda—. Enséñamelo.
Yunho me miró con la concentración vidriosa de un hombre que ha bebido demasiado, pero en su caso aquello no tenía que ver con el Jack Daniel’s. Tenía las mejillas enrojecidas. Se subió la camiseta hasta revelar su costado. Una delgada cicatriz brillaba como un trazo blanco sobre el bronceado de aquella piel tersa. Y luego me miró, como si no diese crédito a lo que veía, mientras me levantaba del asiento, me arrodillaba ante él y me inclinaba entre sus muslos para besar la cicatriz. Dejó de respirar. Su piel estaba caliente, los músculos de las piernas tan tensos que parecían de hierro.
Soltó un gemido y me vi levantado entre sus rodillas como si fuera un muñeco. Me llevó al sofá, me tendió sobre el terciopelo y se arrodilló junto a mí mientras tiraba del cinturón del albornoz. Su boca cubrió la mía, abrasadora y todavía con regusto a whisky, mientras me separaba los pliegues del albornoz. Sentí la calidez de su mano mientras me acariciaba el pecho.
Sus labios cubrieron la rígida cima de uno de mis pezones, y me pasó la lengua con delicados lametones. Yo me removía, incapaz de estarme quieto. El pezón floreció con una intensidad casi dolorosa, y las sensaciones se propagaron por mi cuerpo con cada caricia y giro de su lengua. Gemí y le rodeé la cabeza con los brazos, sintiendo que me derretía cuando él pasó al otro pezón. Enredé los dedos en su sedoso pelo, amoldándolos a su cráneo. Tiré de él sin saber muy bien lo que hacía, impaciente por que su boca volviera a subir hacia la mía, y Yunho la tomó ardorosamente, como si nunca fuera a saciarse de ella.
Su mano se detuvo sobre mi vientre y sus dedos abarcaron la suave curva. Apoyó la punta del meñique sobre el inicio del triángulo oscuro. Con un gemido ahogado, me estiré hacia arriba. La mano de Yunho bajó un poco más y cuando sus dedos juguetearon suavemente con mi vello púbico, mis entrañas empezaron a palpitar y se cerraron sobre el vacío. Hasta aquel momento, nunca había tenido la sensación de que pudiera llegar a morir de puro deseo. Gemí y tiré de la camiseta de Yunho. Su boca volvió a la mía, y lamió los sonidos que no dejaba de hacer yo como si pudiera percibir su sabor.
—Tócame —jadeé, al tiempo que hincaba los dedos de los pies en los cojines de terciopelo—. Yunho, por favor...
— ¿Dónde? —me susurró él con una voz que no parecía de este mundo, mientras su mano seguía acariciando mi húmedo miembro.
Separé las rodillas, todo yo puro estremecimiento.
—Ahí. Ahí.
Él exhaló un suspiro que casi era un ronroneo, encontrando calor y humedad entre mis piernas, para centrarse sobre el punto que me hacía enloquecer. Pasó la boca por mi miembro, moviéndola suavemente a lo largo de él. Luego sacó la mano de entre mis piernas y me tomó en SUS brazos como si fuera a levantarme en vilo del sofá, pero lo que hizo fue mantenerme abrazado. Luego bajó la cabeza y me besó el hombro, la delicada ladera del pecho, el nudo de tendones apretados en que se había convertido mi cuello.
—Llévame a la cama —dije con voz ronca. Le tomé el lóbulo de la oreja entre los dientes y pasé la lengua por él—. Llévame...
Hardy se estremeció, y luego apartó los brazos de mi cuerpo y se dio la vuelta para sentarse en el suelo con la cabeza vuelta hacia la pared. Apoyó los brazos en las rodillas dobladas y bajó la cabeza, respirando con jadeos entrecortados.
—No puedo —graznó —. Esta noche no, Jae.
Yo estaba tan aturdido por el deseo que en un primer momento creí no haberle oído bien. Me costaba pensar con claridad, como si mi mente tuviera que abrirse paso a través de una serie de tenues velos.
— ¿Qué pasa? —susurré—. ¿Por qué no?
Yunho tardó tanto en responder que me puse nervioso. Finalmente se giró hacia mí, todavía sentado en el suelo con los muslos separados. Extendió los brazos para taparme con los lados del albornoz, en un movimiento tan delicado que me resultó todavía más íntimo que todo lo anterior.
—Porque no estaría bien —dijo—. No después de la experiencia por la que acabas de pasar. Me estaría aprovechando de ti.
No me lo pude creer. No cuando todo estaba yendo tan bien, cuando parecía que todos mis miedos se habían evaporado por fin. No cuando yo necesitaba tan desesperadamente que me poseyera.
—No te estarías aprovechando de mí —protesté—. Me encuentro bien, de veras. Quiero acostarme contigo.
—No estás en condiciones de tomar semejante decisión.
—Pero... —Me incorporé en el sofá y me pasé las manos por la cara—. Yunho, ¿no te parece que exageras un poco? Después de haberme excitado al máximo, ahora vas y... —Me callé porque acababa de ocurrírseme una posibilidad que me llenó de horror. — Es tu forma de hacérmelo pagar, ¿verdad? Lo de la otra noche, quiero decir.
—No —dijo él con una mueca de disgusto—. Yo nunca haría algo así. Te aseguro que la cosa no va por ahí. Y por si no te habías dado cuenta, yo tengo tantas ganas de hacerlo como tú.
— ¿Así que no podré participar en la decisión? ¿No tengo derecho a voto?
—Esta noche no.
—Yunho, maldita sea... —El deseo era como un fuego que me consumía—. ¿Por qué tengo que quedarme frustrado sólo para que tú puedas demostrar algo que no hace ninguna falta demostrar?
Él me pasó la mano por el vientre en una suave caricia.
—Tú déjame hacer, y verás como enseguida...
Era como si te ofrecieran un entrante extra después de decirte que se les había acabado el plato principal.
—No —dije, sonrojándome—. No quiero un remedo para salir del paso, ¿entiendes? Quiero un acto sexual completo que incluya todas las etapas. Quiero que se me considere un hombre adulto con derecho a decidir sobre su cuerpo.
—Cariño, creo que he dejado bien claro que te considero un hombre adulto. Pero acabas de estar a las puertas de la muerte y te he traído a mi apartamento y te he dado a beber alcohol, así que me niego a aprovecharme de ti mientras te dura el agradecimiento. Eso simplemente no va a suceder.
Abrí los ojos como platos.
— ¿Piensas que quiero acostarme contigo por gratitud?
—No lo sé. Pero quiero que esperemos un par de días para que se te acabe de pasar el efecto.
— ¡Ya se me ha pasado, bruto! —Sabía que no era justo con él, pero no pude evitarlo. Yunho había decidido dejarlo para más adelante, justo cuando yo sentía que mi cuerpo estaba a punto de arder.
—Sólo intento comportarme como un caballero, maldita sea.
—Bueno, pues no podías haber elegido peor momento para empezar.
Decidí que no podía permanecer ni un solo segundo más en el apartamento de Yunho, porque temía hacer algo de lo que luego nos avergonzaríamos los dos. Como abalanzarme sobre él y ponerme a suplicar, por ejemplo. Levantándome del sofá, me até el cinturón del albornoz y eché a andar hacia la puerta.
Enseguida tuve a Yunho detrás.
— ¿Adónde crees que vas?
—A mi apartamento.
—Déjame traerte algo de ropa antes.
—No hace falta que te molestes. Muchos residentes llevan albornoz cuando suben de la piscina.
—Pero no están desnudos debajo.
— ¿Y qué? ¿Temes que alguien se sienta tan arrebatado por el deseo al cruzarse conmigo en el pasillo que me salte encima? Ya me gustaría tener esa suerte. —Fui a la puerta y salí del apartamento. Casi agradecí ese arranque de rabia que me daba fuerzas, porque estar furioso no me dejaba tiempo para pensar que iba a tener que coger el ascensor.
Yunho me siguió, y esperó a mi lado hasta que se abrieron las puertas. Entramos juntos, descalzos los dos.
—Jae, sabes que tengo razón. ¿Por qué no lo hablamos?
—Si tú no quieres practicar el sexo, yo no quiero hablar de nuestros sentimientos.
Él se mesó el pelo, y me miró con cara de no entender nada.
—Bueno, te aseguro que es la primera vez en mi vida que un hombre me dice eso.
—Nunca he sabido sobrellevar los rechazos —mascullé.
—Esto no es ningún rechazo, sólo un aplazamiento. Y si el Jack Daniel’s te pone tan borde, puedes estar seguro de que nunca volveré a servirte otra copa.
Yunho pareció darse cuenta de que, dijera lo que dijera, sólo conseguiría ponerme aún más furioso. Así que permaneció estratégicamente callado hasta que llegamos a mi puerta, donde tecleé la combinación de la cerradura y crucé el umbral.
Yunho me miró. Estaba despeinado, guapísimo y la mar de sexy. Pero no iba a disculparse.
—Mañana te llamo —dijo.
—No cogeré el teléfono.
Me recorrió con la mirada, contemplando los pliegues de su albornoz que me envolvían el cuerpo, los dedos de mis pies tensos sobre el suelo. La sombra de una sonrisa brilló en una de las comisuras de sus labios.
—Lo cogerás —dijo.

Le cerré la puerta en las narices. No necesitaba verle la cara para saber que estaba  sonriendo con arrogancia.

16 comentarios:

  1. oops pobre de jae lo dejaron que se prende solo
    y por que se tenia que arrepentir en ese momento sera muy doloroso para los dos
    o yunho nunca lo dejes así eres un hombre malo por dejar a el dulce de jae con las ganas de ti

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  2. jajajajaj Jae se quedo con muchas ganas jajajaajj bueno eso solo le demuestra como debio sentirse Yunho cuando lo dejo todo alborotado pero jamas me imagine que la noche se quedara en nada, con las ganas que Jae tenia y Yunho negandose ... cuando los papeles se intercambiaron? muy divertido e interesante :)

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  3. Lo dejaron todo alborotado! Ah ese Yunho despierta pasiones y nada que las apaga jujuju .Estuvo buenísimo este capítulo, solo espero que Siwon no regrese a la historia sería muy feo para Jae

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  4. xk tiene k volver Siwon,,,,, pero bueno Yunho y jae van avanzando ^-^
    Gracias Onni <3

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  5. Madree, que gran avance logró Jaejoong, ya estaba dispuesto a intimar con Yunho, peero, le doy la razon a Yunho, eso seria aprovecharse de la situacion y no estaria bien, mejor se desquitan despues xDD

    Una vez mas los hermanos tratando de decidir sobre Jae disfrazandolo de proteccion.

    Lo que si no me agrado es que haya regresado Siwon ¬¬

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  6. No puede ser no se porque pero no puedo leer el CAP 7 U.U no se qué rayos llego a pasar en el bar buuuu en este CAP menciona q paso algo.... Ahora creo q yunho debe de tener mucha fuerza de voluntad para "aplazar" a Jae

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    1. Hola el link ya esta gracias por mencionarlo, no me había dado cuenta de ello.

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  7. jajajajaja su discusión me causa gracia especialmente por jaejoong de como le responde a Yunho XDDD!
    Para mi que Yunho se vengo de Jae por dejarlo igual de excitado la vez pasada? jajaja OK no Yunho fue todo un caballero ^^

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  8. Pobrecito Jaejoong, se quedó con las ganas pero Yunho tenía razón

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  9. No puedo creer que no haya pasado nada xDD Esos dos son todo un caso...
    *se va a leer el siguiente*

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  10. Hay Jae que te cuesta esperar un poco. Me pareció muy bien que Jae llamara a Yunho, no me gusta actitud de Jae en todo caso que lee cuente toda la verdad a Yunho para que así ya no tengan malos entendidos

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  11. ay Dios tan enamorados que están y ni ellos mismos se dan cuenta de ello
    amé el rescate del héroe de Yunho con Jae .tan desesperado por llegar a Jae .
    me encantó este capítulo.
    graciasss

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  12. Wow...Sin palabras...
    Yunho un súper caballero cuando no debía jajaja este capítulo estuvo genial ya q Yunho rescata a Jae...Todo un caballero con brillante armadura..
    Wooow quiero uno de esos..Donde lo encargo???...Genial el capítulo

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  13. Que mala suerte de Jae, primero le llama Siwon, después casi se ahoga en un elevador y ahora Yunho todo caballeroso se niega hacer el amor con el para no aprovecharse de su accidente traumatismo que tuvo.

    Gracias!!! 💗💕💞

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