CAPÍTULO 8
—Siwon. —Sentí que se
me helaba la sangre—. ¿Cómo has conseguido mi número? ¿Qué quieres?
—Sólo saber qué es de
tu vida.
Su voz me resultaba
tan familiar... Oírla hizo que los últimos siete meses se evaporasen de golpe,
como si sólo hubieran sido un sueño. Si cerraba los ojos, casi podía creer que
volvía a estar en el apartamento y Siwon no tardaría en regresar del trabajo.
Así que mantuve los
ojos bien abiertos, como si el menor parpadeo pudiera matarme. Clavé la mirada
en la funda color crema del sofá hasta que cada una de sus hebras adquirió una
extraña nitidez.
—Estoy muy bien —dije
entonces—. ¿Y tú?
—No tanto. —Hubo un
largo silencio—. Todavía estoy intentando obligarme a creer que lo nuestro ha
terminado. Te echo de menos.
Sonaba abatido. Algo
en su voz hizo que una oscura sensación de culpa me oprimiera el corazón.
— ¿Por qué me has
llamado? ¿Qué quieres?
—Hablar un ratito
contigo. — Siwon sonaba resignado—. ¿Aún nos está permitido hablar?
—Supongo.
—He tenido mucho
tiempo para pensar. Quiero que entiendas algo... Nunca pretendí que las cosas
desbarraran tanto.
Apreté el teléfono
con tanta fuerza que me sorprendió que el plástico no se hiciera pedazos entre
mis dedos. Nunca se me habría ocurrido que Siwon hubiese querido o planeado que
lo nuestro acabara tan mal. En su infancia, ciertas cosas habían moldeado
negativamente su personalidad. Era una víctima, de forma tan irremediable como
yo.
Pero eso no era
ninguna excusa para todo el daño que me había infligido.
Me dolió pensar en
todo lo que habíamos perdido... y en todo lo que nunca tendríamos. Sentí una
pena tan grande que me entraron ganas de llorar.
— ¿Me odias, Jae?
—preguntó en voz baja.
— ¿A ti? No; odio lo
que hiciste.
—Yo también.
—Suspiró—. No consigo dejar de pensar que... si hubiéramos seguido juntos un poco
más, si se nos hubiera permitido resolver nuestros problemas sin que tú hermano
acelerara el divorcio con tanta rapidez...
—Me hiciste mucho
daño, Siwon —fue todo lo que pude decir.
—Tú también me lo
hiciste. Me mentías continuamente, sobre las cosas pequeñas, sobre las cosas
que realmente importaban... Siempre me mantuviste fuera de tu vida.
—Porque era la única
forma de seguir a tu lado. La verdad siempre te ponía furioso.
—Lo sé. Pero hacen
falta dos personas para que un matrimonio funcione. Y yo también tuve que
aguantar lo mío: el que tu familia me rechazara, el tener que matarme a
trabajar para mantenerte... Y tú siempre me culpabas por no ser capaz de
resolver tus problemas.
—No —protesté—. Puede
que tú te culparas a ti mismo, pero yo nunca sentí eso que dices.
—Tú nunca estuviste
conmigo. Ni siquiera cuando dormíamos en la misma cama. En el fondo todo
aquello no significaba nada para ti. Por mucho que yo pudiese llegar a hacer,
nunca me respondías del modo que hacen otros hombres. Y me aferraba a la
esperanza de que lo superarías con el tiempo, pero....
Maldición, Siwon sabía
qué teclas pulsar, cómo reavivar ese sentimiento de inadaptación que yo tanto
había luchado por superar. Siwon sabía cosas acerca de mí que nadie más
conocía. Él y yo siempre estaríamos unidos por el fracaso que habíamos
compartido, porque lo llevábamos tan dentro que había pasado a formar parte de
nuestras identidades. Nunca podría ser borrado.
— ¿Estás saliendo con
alguien? —preguntó.
—No es un tema del
que me apetezca hablar contigo.
—Eso significa que
sí. ¿Quién es?
—No estoy saliendo
con nadie. No me he acostado con nadie. Tampoco tienes por qué creerlo, pero es
cierto. —Tuve asco de mí mismo por haberlo dicho, y por sentir que aún tenía
que responder ante él.
—Te creo —dijo Siwon —.
¿No me vas a preguntar si estoy saliendo con alguien?
—No. Me da igual. Eso
no es asunto mío.
Él guardó silencio
por unos instantes.
—Me alegro de que
estés bien, Jae. Aún te quiero.
Eso hizo que las
lágrimas acudieran a mis ojos. Me alegré de que él no pudiera verlas.
—Preferiría que no
volvieras a llamarme, Siwon.
—Aún te quiero
—repitió él, y colgó.
Dejé el teléfono en
su sitio, despacio y con mucho cuidado, y me ocupé de las lágrimas dejándome
caer de cara sobre el sofá. Permanecí inmóvil en esa postura hasta que empezó a
faltarme la respiración, y entonces levanté la cabeza y tragué una buena
bocanada de aire.
—Yo pensaba que te
quería —dije en voz alta, pese a que Siwon ya no podía oírme.
Pero en aquel
entonces yo no sabía lo que era el amor. Y me pregunté cómo uno podía estar realmente
seguro, cuando pensaba que quería a alguien, de si de verdad amaba a aquella
persona.
* * *
Al día siguiente,
llovió.
Después de la hora de
almorzar anunciaron que habría que estar pendientes de posibles riadas, y poco
después el servicio meteorológico dio la alerta oficial. Nadie se puso
nervioso, porque todos los residentes estaban acostumbrados a que se produjeran
inundaciones y normalmente todo el mundo sabía qué calles conviene evitar para
volver a casa después del trabajo.
Ya entrada la tarde,
fui a una reunión donde se discutiría un nuevo sistema de procesamiento online
para atender las solicitudes de mantenimiento de las fincas que
administrábamos. En principio Moo Kyul tenía planeado asistir, pero luego
cambió de parecer en el último segundo y me envió en su lugar. Me dijo que en
realidad la cosa se reducía a enterarse de cómo funcionaba el nuevo sistema, y
que él tenía cosas más importantes que hacer que pasar la tarde hablando de
programas informáticos. «Reúne toda la
información que puedas sobre el sistema —me dijo—, y ya me lo explicarás por la mañana.» Me constaba que si Moo Kyul me
hacía alguna pregunta para la que no tuviera respuesta, luego me lo haría pagar
muy caro. Así que decidí que, aparte de aprenderme de memoria los códigos del
programa, iba a empaparme de él.
Sentí alivio pero
también perplejidad de que Moo Kyul no mencionara que me había visto la noche
anterior. Y tampoco preguntó por Yunho. Intenté adivinar de qué humor andaría mi
jefe, pero eso era como pronosticar el tiempo, algo siempre complicado en el
mejor de los casos. Con suerte, mi jefe habría decidido que el asunto no era
merecedor de su atención.
El lugar de reunión
quedaba a pocas manzanas, pero cogí el coche porque había empezado a llover a
cántaros. El edificio era uno de los primeros rascacielos edificados en la ciudad,
una imponente estructura de granito rojo rematada por gabletes que me recordaba
el estilo arquitectónico de moda en la década de los veinte.
Mientras dejaba el
coche en el aparcamiento subterráneo, le eché una mirada al móvil para ver si
tenía algún mensaje. Yunho me había llamado, lo que me produjo un nudo en el
estómago. Apreté un botón para oír su mensaje.
«Hola —decía en tono
bastante brusco—. Tenemos que hablar de lo de anoche. Llámame cuando salgas del trabajo.»
No había más. Volví a
escucharlo, y deseé poder cancelar la reunión y acudir a reunirme con él
inmediatamente. Pero no tardaría mucho en hacerlo; liquidaría el asunto lo más
deprisa posible, y luego lo llamaría.
Para cuando el consultor
informático y yo hubimos acabado, pasaban unos minutos de las seis. La reunión
habría podido prolongarse un poco más, si no nos hubieran llamado del
departamento de seguridad para informarnos de una pequeña inundación en el
nivel inferior del garaje. A aquellas horas estaba prácticamente vacío, dado
que la mayoría de la gente ya había finalizado su jornada laboral, pero todavía
quedaban uno o dos coches, y probablemente habría que llamar al servicio de
grúas para que los sacara de allí.
—Maldición, uno de
ellos debe de ser el mío —le dije al consultor mientras cerraba mi ordenador y
lo guardaba en mi maletín—. Será mejor que vaya a ver cómo está. ¿Te parece
bien que te llame mañana para aclarar los dos puntos que no hemos abordado?
—Claro —dijo.
— ¿Y tú?... ¿Vas a
bajar al garaje también?
—Hoy no he traído el
coche, lo tengo en el taller. Mi marido vendrá a recogerme a las seis y media.
Pero si quieres, bajo contigo en el ascensor.
—No, no... —Sonreí y
recogí el maletín—. Tranquilo, ya me las arreglaré.
—Como quieras. Bueno…
si tienes algún problema, llama aquí o ve al vestíbulo a hablar con los de
seguridad. — Hizo una mueca—. Este viejo edificio tiene tantas fugas de agua
cuando llueve que igual ya tienes el coche convertido en submarino.
Reí.
—Espero que no
—dije—. Es nuevo.
Con casi todo el
personal del turno de día fuera, el edificio estaba silencioso y un poco fantasmagórico,
las puertas cerradas y las ventanas oscurecidas. Los truenos resonaban en la calle,
con un estruendo que me hizo estremecer dentro de mi traje de ejecutivo. Me
alegré de volver a casa. Los zapatos me apretaban bastante, además tenía hambre. Más que nada, estaba
impaciente por contactar con Yunho y decirle lo mal que me sabía haberme comportado
de aquella manera la noche anterior. Y explicarle algo, todavía no sabía muy
bien qué.
Entré en el ascensor
y apreté el botón del nivel inferior del garaje. Las puertas se cerraron y la
cabina emprendió un fluido descenso. Pero cuando llegué al final del trayecto, el suelo dio una extraña sacudida bajo mis pies y oí
chasquidos y zumbidos, y entonces todo dejó de funcionar. Las luces, el sistema
hidráulico, todo falló de pronto. Solté un gritito de miedo al verme envuelto en
una oscuridad absoluta. Y aún peor, oí correr agua, como si alguien acabara de
abrir un grifo fuera del ascensor.
Sin dejarme llevar
por el pánico, busqué a tientas el panel junto a las puertas y pulsé unos cuantos
botones. Nada.
—El teléfono -dije en
voz alta, intentando darme ánimos con el sonido de mi propia voz—. Estos
trastos siempre tienen un teléfono. —Mis dedos siguieron buscando a ciegas
hasta que encontraron un telefonillo interno con un botón, todo ello incrustado
en el tabique. Mantuve apretado el botón, pero no hubo respuesta.
Me consolé diciéndome
que al menos no padecía de fobia a los ascensores. No estaba desquiciándome.
Rebusqué el móvil en mi maletín. Algo helado fluyó sobre mi pie. En un primer momento
pensé que era una corriente de aire, pero un segundo después sentí que un
líquido frío se me infiltraba en los zapatos, y comprendí que había unos
cuantos centímetros de agua acumulados en la cabina.
Saqué el móvil y lo
abrí. Lo utilicé a modo de linterna, paseando el resplandor de la pantalla para
ver por dónde entraba agua. Una película de aspecto aceitoso estaba colándose a
través de la juntura inferior de las puertas del ascensor. Eso ya era bastante
serio. Pero cuando moví el resplandor del móvil hacia arriba, vi que el agua no
entraba sólo por debajo de las puertas. También entraba por la parte de arriba.
Como si toda la
cabina estuviera sumergida.
Pero eso era
imposible. No había forma de que el hueco del ascensor pudiera haberse llenado
de agua... ¿O acaso el nivel inferior del garaje se había inundado? Eso no
podía haber sucedido en tan poco tiempo. Pero un pozo de ascensor lleno de agua
explicaría por qué todos los sistemas eléctricos parecían haber sufrido un
cortocircuito.
—No me lo puedo
creer... —murmuré, sintiendo que se me aceleraba el pulso mientras marcaba el
número de la centralita del edificio. Oí dos veces la señal de llamada, y luego
un mensaje grabado empezó a recitar números de extensiones del directorio
principal. En cuanto oí los tres dígitos del departamento de seguridad, los
marqué. Hubo otras dos señales de llamada... y luego la de que estaban
comunicando.
Solté un juramento,
volví a marcar el número principal y probé suerte con la extensión del
consultor. Un contestador me dijo: «Hola.
En estos momentos estoy lejos de mi mesa, pero si dejas un mensaje al oír la
señal, te devolveré la llamada lo más pronto posible.»
Traté de que mi voz
sonara serena pero apremiante:
—Soy Jae. Estoy
atrapado en uno de los ascensores en el nivel del garaje, y está entrando agua.
Avisa a los de seguridad de que estoy aquí abajo.
El agua seguía
entrando, y ya me llegaba a los tobillos.
Corté la conexión y
vi que el indicador de batería baja empezaba a parpadear. No tardaría en quedar
inservible, así que decidí no arriesgarme. Marqué el número de la policía, mirando
mi dedo como si perteneciera a otra persona. Y oí, con incredulidad, cómo mi
llamada era recibida y derivada a un mensaje grabado. «En estos momentos todas nuestras líneas se encuentran ocupadas.
Permanezca a la espera hasta que haya algún operador disponible.» Esperé un
minuto que pareció durar una vida entera, y acabé apagando el móvil cuando
estuvo claro que no iban a contestar. Volví a marcar el número... y esta vez
sólo conseguí una señal de comunicar.
Mi móvil pitó para
informarme que apenas le quedaba batería.
Con el agua a la
mitad de las pantorrillas y sin señales de que fuera a parar, decidí que ya estaba
bien de fingir que me encontraba calmado. Sin saber muy bien cómo, logré hacer
aparecer en la pantalla del móvil la lista de llamadas recibidas. Apreté la
tecla de devolver la llamada en la última comunicación de Yunho.
Oí la señal. Una
vez... dos... Suspiré con alivio cuando oí su voz.
—Jung.
—Yunho... —farfullé—.
Soy yo. Te necesito. Necesito ayuda.
— ¿Dónde estás?
—Estoy dentro de un
ascensor que se ha quedado parado en el nivel del garaje y está entrando agua,
muchísima agua... —El teléfono volvió a pitar—. Yunho, ¿me oyes?
—Repítelo.
—Estoy atrapado en el
garaje, dentro de un ascensor, y la cabina se está inundando. Necesito... —El
teléfono pitó y se apagó—. ¡No! —Grité con frustración—. Maldita sea. ¿Yunho? ¿Yunho?
Nada salvo el ruido
del agua que entraba en la cabina.
Sentí que me invadía
la histeria, y por un momento consideré si dejarme arrastrar por ella o no.
Pero como tampoco iba a sacar nada con eso, y desde luego no iba a hacerme
sentir mejor, procuré pasar de la histeria y empecé a respirar con profundas
inspiraciones.
—La gente no se ahoga
en los ascensores —dije.
El agua me había
llegado a las rodillas, y estaba muy fría. Además olía fatal, como a aceite, productos
químicos y cloacas. Saqué el ordenador del maletín y traté en vano de pillar
alguna señal de Internet. El resplandor de la pantalla al menos iluminaba en
parte la cabina, y eso ya era algo. Miré el techo, revestido de paneles de
madera y provisto de foquitos indirectos, todos apagados. ¿No se suponía que
había una trampilla de escape? Quizás estaba disimulada. Claro que pensándolo
bien daba igual, porque no se me ocurría ninguna forma de subir ahí arriba y
buscarla.
Volví a probar suerte
con el telefonillo del panel, así como con todos los botones. Luego me quité un
zapato y pasé unos minutos golpeando los tabiques con el mientras gritaba pidiendo auxilio.
Cuando me cansé de
dar golpes, estaba sumergido hasta las caderas. Tenía tanto frío que me
castañeteaban los dientes y sentía punzadas en las piernas. Salvo por el ruido
del agua que seguía entrando, había un silencio absoluto. Todo estaba en calma
excepto el interior de mi cabeza.
Me di cuenta de que me
hallaba dentro de un ataúd. Iba a morir en aquella caja de metal.
Había leído que no
era una mala manera de morir, por ahogamiento. Había formas peores de dejar
este mundo. Pero era tan injusto... Yo nunca había hecho nada digno de figurar
en una necrológica. No había alcanzado ninguna de las metas que tenía cuando
estudiaba en la universidad. No había llegado a hacer las paces con mi padre,
no en el verdadero sentido del término. Nunca había ayudado a la gente menos
afortunada que yo. Ni siquiera había follado como Dios manda.
Siempre había
imaginado que cuando tienes que hacer frente a la muerte deberías dedicar tus
últimos segundos a pensar en cosas nobles, pero en lugar de eso me encontré
pensando en aquellos momentos en la escalera de mantenimiento con Yunho. Si
hubiera seguido adelante, al menos habría tenido una buena experiencia sexual
por una vez en mi vida. Pero incluso eso lo había echado a perder.
Deseaba a Yunho.
Dios, cómo lo deseaba... Me iría del mundo sin haber acabado nada en mi vida.
Me quedé aguardando el ahogamiento no con resignación sino con furia creciente.
Cuando el nivel del
agua hubo llegado a mi pecho, estaba tan cansado de mantener en alto el ordenador
que lo dejé caer. Se sumergió y flotó lentamente hasta hundirse en un agua tan contaminada
que apenas pude ver el resplandor de la pantalla antes de que quedara a
oscuras. La fría negrura que me envolvió a continuación hizo que perdiera toda
sensación del espacio. Apretujado contra la esquina del ascensor, apoyé la
cabeza en la pared y respiré, y esperé. Me pregunté qué sentiría cuando no me
quedara más aire y tuviera que llenarme los pulmones de agua.
Entonces un golpe en
el techo me sobresaltó súbitamente. Giré la cabeza en todas direcciones,
asustado y sin ver nada. ¡Otro golpe! Ruidos de algo que arañaba y era
arrastrado, herramientas contra metal. El techo crujió, y toda la cabina se
bamboleó como si fuera un bote de remos.
— ¿Hay alguien ahí?
—grité, con el pulso desbocado.
Oí el sonido de una
voz humana a lo lejos.
Como electrizada,
empecé a dar puñetazos al tabique.
— ¡Socorro! ¡Estoy
atrapada aquí abajo!
Hubo una contestación
que no distinguí. Quienquiera que fuese siguió trabajando en el techo, hurgando
y desatornillando hasta que un estridente chirrido metálico rasgó el aire. Una parte
del revestimiento de madera estaba siendo arrancada. Me pegué a la pared de la
cabina mientras oía crujidos y ruidos de madera que se partía entre una lluvia
de astillas. Y entonces el haz de una linterna hendió la oscuridad, hasta el agua.
—Estoy aquí —dije con
un sollozo mientras chapoteaba en dirección a la luz—. Estoy aquí. ¿Puede
sacarme?
Un hombre se inclinó
dentro de la cabina hasta que pude ver su cara y sus hombros iluminados por la
luz reflejada en el agua.
—Antes que nada, he de
informarte —dijo Yunho mientras agrandaba la abertura con un gruñido de
esfuerzo— que cobro unos honorarios astronómicos por rescatar gente de los ascensores.
* * *
— ¡Yunho!... —Había
acudido en mi auxilio. Estaba tan abrumado que por un momento casi perdí el
control. Aliviado y lleno de gratitud, quise decirle al menos una docena de
cosas atropelladamente. Pero lo primero que me salió fue un ferviente— Siento
no haber follado contigo.
Lo oí reír.
—Yo también lo
siento. Pero cariño, tengo conmigo a un par de empleados de mantenimiento que
pueden oír todo lo que hablemos.
—Me da igual —dije
con desesperación—. Sácame de aquí y juro que me acostaré contigo.
De inmediato, uno de
mantenimiento se ofreció voluntario para rescatarme.
—Yo lo sacaré —dijo.
—Me parece que he llegado
antes, amigo —afirmó Yunho afablemente y se inclinó unos centímetros más
adentro del ascensor, con un brazo extendido hacia mí—. ¿Alcanzas mi mano, Jae?
Me puse de puntillas
y estiré el brazo. Nuestras palmas se encontraron, y los dedos de Yunho bajaron
un poco más para cerrarse alrededor de mi muñeca. Pero yo estaba recubierto de sustancia
aceitosa, y mi mano se escurrió a través de la presa con que trataba de
sujetarme Yunho. Acabé apoyado contra el tabique.
—No puedo. —Traté de
que mi voz sonara tranquila, pero me salió un chillido ahogado. Tuve que
reprimir un sollozo—. El agua está aceitosa.
—Vale. Tranquilo, no
pasa nada. No, cariño, no llores, ahora bajo. Tú quédate donde estás y agárrate
a la barra.
—Espera, también te
quedarás atrapado aquí abajo...
Pero Yunho ya estaba
metiendo los pies y las piernas por la abertura. Se agarró al borde del techo,
se descolgó y quedó suspendido en el aire por un instante. Cuando bajó a la
cabina con una caída controlada, el suelo osciló y el nivel del agua subió un
poco más. Chapoteé y salté sobre él, trepando medio cuerpo hacia arriba antes
de que él hubiera tenido tiempo de moverse.
Me sostuvo, un brazo
por debajo de mi trasero y el otro alrededor de mi espalda.
—Ya te tengo —dijo——.
Mi chico valiente.
—No soy nada valiente
—dije mientras le echaba los brazos al cuello. Apreté la mejilla contra su
pecho, intentando convencerme de que realmente estaba ahí conmigo.
—Sí que lo eres. La
mayoría ya estarían en pleno ataque de histeria.
—Estaba aboca-ado a
eso —dije, los labios pegados al cuello de su camisa—. Me has pilla-ado en las
primeras e-etapas del proceso.
Me estrechó entre sus
brazos.
—Estás a salvo,
cariño. Ya ha pasado todo.
Apreté los dientes
para frenar el castañeteo.
—No pue-edo creer que
estés aquí.
—Claro que estoy
aquí. Siempre que me necesites. —Levantó la vista hacia el agujero del techo,
donde un empleado sostenía una linterna apuntada hacia abajo—. ¿Tienes alguna bomba
de achique en el subsuelo?
—No. Es una
construcción antigua. Sólo los edificios nuevos disponen de bombas de achique.
La mano de Yunho
subía y bajaba por mi espalda temblorosa en una tranquilizadora caricia.
—Bueno, probablemente
tampoco serviría de mucho. ¿Alguien puede ir a cerrar el interruptor principal?
No quiero que esta cosa empiece a moverse mientras lo estamos sacando de aquí.
—No hace falta, está
cerrado.
— ¿Cómo lo sabes?
—Hay un mecanismo
automático de desconexión. — Yunho sacudió la cabeza.
—Quiero que alguien
vaya al cuarto de máquinas y se asegure de que ese cabrón realmente se ha
desconectado.
—Lo que usted diga,
jefe. — el hombre usó un radiotransmisor para hablar con el supervisor del servicio
de seguridad. El supervisor dijo que enviaría el único guardia que tenía
disponible al cuarto de máquinas para que cerrara el interruptor de todos los
ascensores, y que llamaría en cuanto estuviera hecho—. Dice que no hay manera
de contactar con la poli —nos informó a continuación—. Todas las líneas están
colapsadas. Pero la compañía de los ascensores va a enviar a alguien.
—El nivel del agua no
para de subir —le dije a Yunho, con los brazos apretados en torno a su cuello y
las piernas alrededor de su cintura—. Salgamos de aquí ya.
Yunho sonrió y me
apartó el pelo de la cara.
—Sólo tardarán unos
momentos en cerrar el interruptor principal. Imagina que nos estamos dando un
baño de lodo.
—No tengo tan buena
imaginación —le dije.
—Está claro que nunca
has tenido que ganarte la vida en una torre de perforación —dijo, al tiempo que
me frotaba los hombros con la mano—. ¿Te has hecho daño? ¿Alguna contusión o corte?
—No, sólo he pasado
mucho miedo durante un rato. — Él me estrechó entre sus brazos. —Ahora no
tienes miedo, ¿verdad?
—No. —Era cierto.
Parecía imposible que pudiera suceder nada mientras estaba agarrado a aquellos
hombros tan sólidos—. Sólo t—tengo frío. No entiendo de dónde sale toda esta
agua.
—Viene de una pared que
se ha derrumbado entre el garaje y un conducto de desagüe. Estamos recibiendo
los residuos de unas cuantas torrenteras.
— ¿Cómo es que has tardado
tan poco en encontrarme?
—Iba de camino a casa
cuando llamaste. Vine hacia aquí de inmediato y busqué a ayuda. Cogimos el
ascensor de servicio hasta el nivel anterior a éste, y abrí las puertas con
ayuda de un destornillador doblado. —No dejaba de alisarme el pelo mientras
hablaba—. La trampilla del techo costó un poco más; tuve que hacer saltar un
par de pernos con un martillo.
Oímos un poco de
estática y una voz distorsionada desde el radiotransmisor encima de nosotros, y
unos instantes después el hombre anunció:
—Tranquilo, jefe. El
interruptor está cerrado.
—Estupendo. —Yunho lo
miró —. Bueno, te lo voy a pasar. Que no se te caiga, está muy resbaladizo. Jae,
ahora te voy a coger en vilo, y entonces te subes a mis hombros y dejas que
ellos te saquen. ¿Lo has entendido? —Asentí de mala gana, porque no quería separarme de él—. Cuando estés en el techo del ascensor
—continuó—, no se te ocurra tocar ningún cable, polea o demás artilugios. Hay
una escalerilla atornillada a la pared del pozo. Ten cuidado mientras subes,
que estás de lo más escurridizo.
— ¿Y tú?
—No te preocupes por
mí. Ahora pon el pie en mi mano.
—Pero ¿cómo vas a...?
—Jae, estate calladito
y dame tu pie.
Me asombró la
facilidad con que me alzó en vilo, una gran mano empujándome por el trasero hacia
los hombres de mantenimiento. Ellos me cogieron por las axilas y me depositaron
sobre el techo del ascensor, agarrándome como si temieran que pudiera
precipitarme al vacío. Y probablemente lo habría hecho, con lo untado de
sustancias viscosas que estaba.
En circunstancias
normales no me habría costado nada subir por aquella escalerilla, pero los pies
y las manos no paraban de resbalarme sobre el metal. Requirió bastante
concentración y esfuerzo llegar al nivel de arriba, donde Yunho había forzado
las puertas. Había más personas para ayudarme, un par de trabajadores de la
0ficina, el supervisor de seguridad y el guardia que había ido al cuarto de
máquinas, el técnico de ascensores que acababa de llegar, e incluso el
consultor, que no dejaba de exclamar con muecas de horror «Pero si lo vi hará cosa de media hora... Es que no me lo puedo creer...
Pero si lo vi...».
Pasé de todos, no por
ser maleducado sino porque aún tenía tanto miedo que no podía pensar en nada.
Esperé al lado de las puertas abiertas y me negué a moverme de allí, mientras
llamaba a Yunho con creciente nerviosismo. Oí un estruendo de chapoteos y unos
cuantos gruñidos, y los juramentos más bestias que he oído en mi vida.
El hombre que nos
ayudo fue el primero en aparecer, seguido por su compañero. Yunho emergió del
hueco del ascensor en último lugar, goteando agua y cubierto de la misma
sustancia asquerosa que me había empapado, su traje de ejecutivo pegado al
cuerpo. En cuanto lo vi estuve seguro de que tenía que oler tan mal como yo. El
pelo se le había puesto de punta en algunos sitios. Era el hombre más guapo que
había visto nunca.
Me abalancé sobre él,
le eché los brazos a la cintura, y apoyé la cabeza en su pecho. El corazón le
palpitaba.
— ¿Cómo has salido? —pregunté.
—Apoyé un pie en la
barra, me icé hasta la trampilla y metí una pierna por el hueco. Estuve a punto
de escurrirme hacia abajo, pero los hombres me agarraron a tiempo.
—El mono —dijo uno de
los hombres a modo de explicación, y percibí el temblor de una carcajada en el pecho
de Yunho.
— ¿Qué se supone que
significa eso? —pregunté.
—Que en cuanto me vio
salir del ascensor pensó que acababa de escaparme de la jaula de los monos,
supongo —respondió Yunho, y sacó una cartera del bolsillo de atrás del pantalón.
Extrajo de ella unos cuantos billetes empapados y se disculpó por tener que
dárselos en semejante estado. Ambos hombres le aseguraron que aun así seguían
siendo de curso legal, y luego todos se estrecharon la mano.
Permanecí inmóvil con
los brazos alrededor de Yunho mientras él hablaba con el técnico de los
ascensores y el encargado de seguridad. El peligro ya había pasado, pero me
sentía incapaz de soltarlo. Y a Yunho no parecía importarle, porque lo único
que hacía era acariciarme la espalda de vez en cuando. Un camión de bomberos se
detuvo al lado del edificio, con las luces parpadeando.
—Bueno —le dijo Yunho
al encargado de seguridad mientras le tendía una tarjeta empapada—, ya hemos
hablado bastante… el pobrecito no puede más. Ahora tengo que ocuparme de él y
ponernos un poco presentables. Si alguien quiere saber algo, puede contactar
conmigo mañana.
—Faltaría más —dijo
el encargado—. Comprendo. Llámeme si puedo ayudar en algo. Y ahora, a cuidarse.
—Ha estado muy
simpático —le dije a Yunho mientras me acompañaba fuera del edificio, pasando
al lado del camión de los bomberos y una furgoneta enviada por alguna
televisión local de la que estaba saliendo un equipo de grabación.
—Con la esperanza de
que así no lo demandarás por una porrada de dólares —respondió él mientras me
llevaba hasta su coche, aparcado en doble fila. Era un Mercedes, un reluciente
sedán plateado con unos asientos beige tan suaves que parecían hechos de
mantequilla.
—Ah, no —dije sin
poder contenerme—. ¿Cómo quieres que suba a ese coche con lo sucio que estoy?
Yunho abrió la puerta
del Mercedes y me obligó a subir.
—Entra, cariño. No
vamos a ir a casa andando.
El corto trayecto
supuso un verdadero suplicio para mí, porque sabía que estábamos dejando
perdido el interior del coche.
Y lo peor aún estaba
por llegar. Después de que Yunho hubiera estacionado en el aparcamiento
subterráneo del edificio, nos encaminamos hacia el ascensor que llevaba al vestíbulo.
Me paré en seco, y mi mirada fue del ascensor a las escaleras. Yunho se detuvo conmigo.
Lo último que
necesitaba en ese momento era subir a un ascensor. No estaba dispuesto a volver
a pasar por eso. Todos los músculos de mi cuerpo se tensaron en una resuelta
negativa.
Yunho guardó silencio
mientras yo me debatía con aquella reacción instintiva de rechazo.
—Mierda —dije
finalmente—. No puedo dedicar el resto de mi vida a evitar los ascensores, ¿verdad?
—No —sonrió él.
Eso bastó para
impulsarme a avanzar.
—Valor, Jae —murmuré,
y apreté el botón de llamada con mano temblorosa. Cuando la cabina empezó a
bajar, sentí como si estuviera esperando ante las puertas del infierno—. No
estoy seguro de si te he dado las gracias por lo que hiciste —dije con un hilo
de voz—. Así que... gracias. Y quiero que sepas que normalmente no le complico tanto
la vida a la gente. Quiero decir que, bueno, tampoco soy uno de esos hombres a
los que hay que estar rescatando continuamente.
—Vale, entonces la
próxima vez te tocará a ti rescatarme a mí.
Eso logró arrancarme
una sonrisa a pesar de mi nerviosismo. Era justo la réplica adecuada.
Las puertas de la
cabina se abrieron ante nosotros y de alguna manera lo conseguí, me obligué a
entrar en aquella caja de metal, y me quedé encogido en el rincón mientras Yunho
entraba detrás de mí. Antes de que las puertas hubieran llegado a cerrarse, él
ya me tenía abrazado, su cuerpo pegado al mío mientras nuestras bocas se unían
ávidamente, y de pronto fue como si todo lo que había sentido aquel día,
angustia, ira, desesperación y alivio, se inflamara en un súbito destello de
ardor.
Respondí con un
frenesí de besos, metiéndole la lengua en la boca porque quería palparlo y notar
su sabor. Yunho dejó escapar un jadeo ahogado, como si mi viva respuesta lo
hubiera sorprendido. Me rodeó la cabeza con la mano y su boca se afanó sobre la
mía, ávida y dulce.
Llegamos al vestíbulo
en cuestión de segundos. Las puertas de la cabina se abrieron con un molesto
pitido. Yunho se apartó y me sacó del ascensor al vestíbulo de reluciente
mármol negro. Debíamos de parecer un par de criaturas recién salidas del
pantano cuando pasamos junto al mostrador del conserje en dirección al ascensor
residencial.
El conserje, se quedó
boquiabierto.
— ¿Joven Kim? Dios
mío, ¿qué ha pasado?
—He tenido un...
Bueno, digamos que un pequeño accidente —dije, sin saber muy bien qué cara
poner—. El señor Jung me ayudó.
— ¿Puedo hacer algo
por ustedes?
—No; estamos bien
—murmuré, al tiempo que le lanzaba una mirada significativa—. Y de verdad que
no hace falta que le mencione esto a nadie de mi familia.
—Naturalmente, joven
Kim —dijo él demasiado deprisa.
Y mientras Yunho y yo
entrábamos en el ascensor, vi que cogía el teléfono y empezaba a marcar un
número.
—Está llamando a mi
hermano Hyun Joong —dije—. No me apetece hablar con nadie, especialmente con
ese entrometido...
Pero Yunho ya estaba
volviendo a besarme, esta vez con las manos apoyadas en la pared del ascensor a
ambos lados de mí, como si yo fuera un objeto demasiado peligroso para tocar.
El beso, lleno de pasión, siguió y siguió, y la excitación que me provocó fue
abrumadora. Levanté las manos y recorrí los anchos hombros de Yunho, los
músculos tensos.
Me asombró el efecto
que mis manos producían en Yunho, la forma en que su boca se afanaba sobre la
mía como si quisiera saborear al máximo un manjar delicioso que podía serle arrebatado
en cualquier momento. Estaba muy excitado y yo quería tocarlo precisamente ahí,
poner la mano en aquel bulto. Mis dedos temblorosos se deslizaron sobre su
plano estómago, cruzando la hebilla de su cinturón. Pero entonces el ascensor
se detuvo, y Yunho me agarró la muñeca y me apartó la mano.
El café de sus ojos
era todavía más intenso que de costumbre, y se le habían subido los colores
como si tuviera fiebre. Sacudió la cabeza como para despejársela, y me llevó
fuera del ascensor. Estábamos en el piso decimoctavo, el de su apartamento. Lo
acompañé hasta la puerta y esperé a que introdujera la combinación. Se
equivocó, lo que hizo que el teclado soltara un pitido de indignación. Me
tragué la sonrisa mientras lo oía maldecir. Me miró con cara de enfado e hizo otro
intento, y esta vez la puerta se abrió.
Cogiéndome de la mano
como si fuera un niño pequeño, me llevó a la ducha.
—No tengas prisa
—dijo—. Yo usaré el otro cuarto de baño. Hay un albornoz colgado detrás de la
puerta. Luego te traeré algo de ropa de tu apartamento.
* * *
Ninguna ducha me
había sentado tan bien como aquélla. Dudaba que ninguna de las que me diera en
el futuro pudiera equipararse. Subí la temperatura del agua hasta que casi me
escaldaba la piel, y gemí de placer mientras corría por mis miembros doloridos
por el frío. Me enjaboné a conciencia, me eché agua por todo el cuerpo, y me
lavé el pelo tres veces.
El albornoz de Yunho
me quedaba holgado. Me envolví en aquel aroma que ya empezaba a resultarme
familiar. Después de haberme apretado bien el cinturón, me contemplé en el
espejo cubierto de vaho.
Después de una
experiencia como la que acababa de tener lo lógico habría sido que me sintiera
exhausto, pero me sentía vivo y estimulado, a tal punto que la suavidad del
albornoz me resultaba extrañamente abrasiva. Fui a la sala de estar y vi a Yunho,
vestido con vaqueros y una camiseta blanca, el pelo todavía mojado por la ducha
que acababa de darse. De pie junto a la mesa, estaba sacando bocadillos y un
par de recipientes de sopa de una bolsa de papel.
—He llamado a uno de
los restaurantes del edificio para que nos subieran algo de comer — dijo tras
someterme a un rápido repaso visual.
—Gracias. Me muero de
hambre. Creo que en mi vida había tenido tanto apetito.
—Ocurre después de
haber pasado por una experiencia traumática. Siempre que había algún problema
en la torre de perforación, un accidente o si empezaba a arder, luego todos
teníamos un hambre de lobo.
—Un incendio en una
torre de perforación tiene que dar mucho miedo. ¿Cómo empiezan?
—Oh, filtraciones,
escapes de petróleo... —Sonrió—. Algún soldador que ha metido la pata... —Acabó
de servir la comida. Empieza. Bajaré un momento a tu apartamento y te subiré
algo de ropa, si me dices la combinación de tu teclado.
—Por favor, quédate.
No hay ninguna prisa. Este albornoz es muy cómodo.
—Como quieras —dijo,
y me acercó una silla.
Mientras tomaba
asiento, le eché una mirada a la televisión, que estaba dando el informativo local.
Por poco no me caí de la silla cuando la presentadora dijo: «Y ahora las últimas noticias sobre las
inundaciones. Acabamos de saber que esta tarde un hombre no identificado fue
rescatado de un ascensor inundado. Según el personal de seguridad, la acumulación
de agua en el nivel inferior del garaje hizo que el ascensor sufriera una
avería. Empleados del edificio dijeron que el hombre parecía encontrarse bien
después del rescate y no requirió asistencia médica. Les mantendremos informados
de las últimas novedades conforme vayamos...»
Entonces sonó el
teléfono, y Yunho miró la pantalla para ver el número.
—Es tu hermano Hyun
Joong. Ya he hablado con él y le he dicho que estás bien. Pero quiere oírlo de tus
propios labios.
«Oh, maldita sea —pensé—, seguro
que Hyun Joong se habrá puesto como un basilisco en cuanto ha sabido que estoy
con Yunho.» Le cogí el teléfono y contesté.
—Hola, Hyun Joong
—dije en tono jovial.
—Lo peor que pueden
llegar a decirte de tu hermano —me espetó Hyun Joong —, es que acaba de ser
mencionado en el último avance informativo como un hombre no identificado. No
sé cómo lo harán, pero a los hombres no identificados suelen sucederles cosas
bastante desagradables.
—Estoy bien —le dije
con una sonrisa—. Sólo acabé empapado y hecho un estropicio, nada más.
—Tú puedes pensar que
estás bien, pero probablemente todavía te encuentras en estado de shock. Puedes
haber sufrido lesiones de las que ni siquiera eres consciente. ¿Por qué diablos
no te ha llevado Jung a que te viera un médico?
La sonrisa se me
evaporó de los labios.
—Porque me encuentro
perfectamente. Y te aseguro que no he sufrido ningún shock.
—Ahora mismo voy a
recogerte. Esta noche te quedarás en mi apartamento.
—Nada de eso. Ya he
visto tu apartamento, Hyun Joong. Está que da pena. Lo tienes tan abandonado
que cada vez que te visito mi sistema inmunológico se refuerza.
Hyun Joong no rió.
—No pienso permitir
que te quedes en casa de Jung después de haber pasado por una experiencia tan
traumática...
— ¿Te acuerdas de lo
que dijiste sobre los límites, Hyun Joong?
—A la mierda los
límites. ¿Por qué lo llamaste a él cuando tienes dos hermanos que trabajan a
unas manzanas? Yoochun o yo podríamos habernos hecho cargo del problema.
—No sé por qué lo
llamé a él, yo... —Estaba tan incómodo que miré a Yunho sin saber qué cara
poner. Él me lanzó una mirada insondable y se fue a la cocina—. Hyun Joong, nos
vemos mañana en el trabajo. No se te ocurra pasarte por aquí.
—Le he dicho a Jung
que como intente tocarte un pelo, ya puede ir haciendo testamento.
—Hyun Joong —musité—,
voy a colgar.
—Espera —dijo, y
recurrió a su mejor tono fraternal de pedir un favor—. Déjame ir a recogerte, Jae.
Eres mi hermano peque...
—No. Buenas noches.
Colgué mientras oía
los primeros juramentos.
Yunho regresó a la
mesa y me tendió un vaso lleno de hielo y líquido espumeante.
—Gracias —dije—. ¿Dr.
Pepper?
—Sí. Con un poco de
zumo de limón y un chorrito de Jack Daniel’s. He pensado que ayudaría a
calmarte los nervios.
Lo interrogué con la
mirada.
—A mis nervios no les
pasa nada.
—Quizá. Pero todavía
se te ve un poco alterado.
El combinado estaba
delicioso. Bebí un sorbo tras otro de aquel líquido agridulce, hasta que Yunho
me tocó la mano.
—Eh, poco a poco. No
tengas tanta prisa, cariño.
Luego hubo una pausa
en la conversación mientras tomábamos la sopa de verduras y comíamos los
bocadillos. Me terminé el combinado y respiré hondo, sintiéndome mucho mejor.
— ¿Puedo tomarme
otro? —pregunté, empujando el vaso vacío hacia Yunho.
—Dentro de un ratito.
El Jack Daniel’s tarda un poco en hacer sentir sus efectos.
Me puse de lado en el
asiento, girando la cabeza hacia él mientras apoyaba el codo en el respaldo.
—Tampoco hace falta
que me trates como a un adolescente. Ya soy mayorcito, Yunho.
Él sacudió la cabeza
despacio, sin dejar de sostenerme la mirada.
—Lo sé. Pero en
algunos aspectos todavía eres... un poquito inocente.
— ¿Por qué lo dices?
—Por el modo en que
reaccionas a ciertas situaciones —respondió en voz baja.
Sentí que me ardían
las mejillas y me pregunté si se estaría refiriendo a cómo me había comportado
en el pozo de la escalera de mantenimiento.
—Yunho... —Tragué
saliva—. Sobre lo de la otra noche...
—Espera. —Me tocó el
brazo que tenía apoyado en la mesa y sus dedos siguieron suavemente el
entramado de venas en la cara interior de mi muñeca—. Antes de que nos pongamos
a hablar de eso, dime una cosa. ¿Por qué me llamaste a mí en vez de a tus
hermanos? Me alegro de que lo hicieras, no me malinterpretes. Pero me gustaría
saber por qué lo hiciste.
Entonces sentí que el
calor se propagaba por todo mi cuerpo desnudo debajo del albornoz. La
excitación se entremezcló con el nerviosismo mientras me preguntaba hasta dónde
me atrevería a llegar con Yunho, qué haría él si le contaba la verdad.
—Lo hice sin pensar.
Simplemente... te quería a ti.
Los dedos de él
fueron desde mi muñeca hasta mi codo en una lánguida caricia, y luego volvieron
al punto de partida para reiniciar el movimiento.
—Anoche —lo oí
murmurar—, hiciste bien en pararme los pies. La primera vez nunca debería ocurrir
en un lugar semejante. Hiciste bien en cortarlo, pero el modo en que lo
hiciste...
—Lo siento —dije de
todo corazón—. De verdad que...
—No lo sientas. —Tomó
mi mano y empezó a juguetear con mis dedos—. Estuve reflexionando en ello cuando
me hube calmado un poco. Y se me ocurrió que seguramente no habrías reaccionado
así si antes no hubieras tenido algún tipo de... problema de alcoba... con tu marido.
—Me miró atentamente, como si tomase nota de cada uno de los matices de mi
expresión.
«Problemas
de alcoba» era un eufemismo muy diplomático, pensé. El silencio se me volvió
insoportable, porque lo que quería por encima de todo era sincerarme con Yunho.
— ¿Realmente fue tu
primer hombre? —quiso saber él—. Eso es bastante inusual, hoy en día.
Asentí con la cabeza.
—Por extraño que
resulte —conseguí decir—, creo que en cierta manera estaba intentando complacer
a mi madre, aunque ella ya no estuviera entre nosotros. Sentía que mi madre
hubiese querido que esperara, que me habría dicho que un chico decente no va
por ahí acostándose con el primer tío que se le pone a tiro. Y yo le había
fallado en tantas cosas... Nunca fui la clase de hijo que mis padres habrían
querido tener. Sentía que se lo debía, que tenía que esforzarme en ser un buen
chico. —Nunca había admitido eso ante nadie—. Con el paso del tiempo comprendí
que si quería acostarme con alguien, eso era asunto mío.
—Así que elegiste a Siwon.
—Sí. —Fruncí los
labios en una sonrisita de circunstancias—. Lo que no fue muy buena idea, como
descubrí después. No había forma de complacerlo por mucho que hiciera.
—Yo soy muy fácil de
complacer —dijo él, sin dejar de acariciarme los dedos.
—Mejor —dije con voz
vacilante—, porque eso es algo que no se me da nada bien.
Todo movimiento cesó.
Yunho levantó la vista de mi mano y vi la llama del deseo en sus ojos.
—Yo no me... —Tuvo
que hacer una pausa para respirar. Cuando volvió a hablar, fue con voz entrecortada—:
Yo no me preocuparía por lo que respecta a eso, cariño.
No podía dejar de
mirarlo. Pensé en cómo sería hacer el amor con él, y los pensamientos se me
agolparon en la cabeza. Tenía que encontrar alguna manera de hacer que las
cosas fueran más despacio
—Me gustaría tomar
otro Jack Daniel’s —logré murmurar. — Pero ahora sin Dr. Pepper.
Yunho me soltó la
mano, la mirada todavía fija en mi rostro, Sin decir palabra, fue a la cocina y
regresó con dos vasitos pequeños y la botella de whisky con su inconfundible
etiqueta negra. Llenó los vasitos con una mueca de concentración, como si nos
estuviéramos preparando para echar unas manos de póquer.
Vació el suyo de un
solo trago mientras yo hacía durar el mío, dejando que el líquido ligeramente
dulce me calentara los labios. Estábamos sentados muy cerca el uno del otro. El
albornoz se había entreabierto un poco para revelar mis rodillas desnudas, y Yunho
bajó la mirada hacia ellas. Cuando inclinó la cabeza, la luz creó matices en su
pelo castaño oscuro. Decidí que no podía aguantar un segundo más, tenía que
tocarlo. Dejé que mis dedos fueran lentamente por su sien, jugando con aquellos
cortos mechones suaves como la seda. Yunho cerró la mano sobre mi rodilla,
envolviéndola en una oleada de calor.
Levantó la cabeza y
le toqué la mandíbula, primero el cosquilleo de una barba incipiente, luego los
dedos contra la suavidad de sus labios.
Estando a solas la
curiosidad por saber mas de el me invadía asi que sin pensar hice una pregunta
sobre su padre, sobre su familia, queria conocer mas sobre el hombre que me
habia salvado y que hacia que mi cuerpo se sintiera caliente incluso con su
presencia.
Asi que hablo de su
padre.
— Le daba por beber.
Borracho o sobrio, creo que el único momento en que se sentía a gusto era
cuando estaba pegando a alguien. Dejó de ocuparse de la familia cuando yo aún
era joven. Ojalá se hubiera marchado para siempre. Pero a veces volvía, cuando
no estaba en la cárcel. Le daba unas palizas de muerte a mamá, se la follaba unas
cuantas veces, y luego se largaba otra vez con todo el dinero que lograba
birlarle.
Sacudió la cabeza, la
mirada ausente.
—Mi madre era alta
pero menuda. Una ráfaga de viento podía tirarla al suelo. Yo sabía que cualquier
día mi padre la mataría de una paliza. Una de las veces que él volvió a casa,
yo estaba a punto de cumplir los once... Le dije que ni se le ocurriera, que no
lo dejaría acercarse a ella. No recuerdo qué sucedió después, sólo que desperté
en el suelo sintiendo como si un búfalo acabara de pasarme por encima. Y mi
nariz estaba rota. Mamá tenía casi tantas marcas de golpes como yo. Me dijo que
nunca se me ocurriera volver a llevarle la contraria a mi padre. Dijo que
tratar de plantarle cara sólo servía para enfurecerlo aún más. Ella sabía que
se ahorraría unos cuantos malos ratos si nadie le contrariaba, y así se iría
antes.
— ¿Por qué nadie le
paró los pies? ¿Por qué tu madre no se divorció de él, o acudió a los tribunales
para obtener una orden de alejamiento o lo que sea que se hace en estos casos?
—Una orden de
alejamiento sólo funciona si te esposas a un poli. Y mi madre pensaba que era
mejor acudir con sus problemas a la iglesia. Ellos la convencieron de que no se
divorciara. Dijeron que Dios le había encomendado la misión especial de
salvarle el alma. Según nuestro ministro, lo que teníamos que hacer era rezar
mucho y así el corazón de papá vería la luz, cambiaría y estaría salvado para
el Señor. —Sonrió con tristeza—. Si yo había tenido esperanzas de llegar a ser
un hombre religioso, ahí se acabaron.
Estaba estupefacto
ante la revelación de que Yunho también había sido víctima de la violencia
doméstica. Pero de un modo aún peor que el mío, porque entonces sólo era un
niño.
— ¿Y qué pasó con tu
padre? —pregunté.
—Volvió un par de
años después. Yo había crecido mucho. Me planté en la puerta de la caravana y
no lo dejé entrar. Mamá intentaba apartarme, pero yo me mantuve firme. Entonces
mi padre... — Yunho se frotó muy despacio la boca y la mandíbula, apartando la
mirada. En ese momento supe que estaba a punto de contarme algo que nunca le
había contado a nadie.
—Continúa —murmuré.
—Se me echó encima
empuñando un cuchillo. Me lo clavó en el costado. Yo le retorcí el brazo y le
obligué a soltarlo, y luego no paré de pegarle hasta que prometió largarse.
Nunca más regresó. Ahora está en la cárcel. —Tenía las facciones tirantes—. Lo
que más me dolió de aquello fue que luego mamá se pasó dos días enteros sin
hablarme.
— ¿Por qué? ¿Estaba
enfadada contigo?
—Eso pensé yo en un
primer momento. Pero luego comprendí que me había cogido miedo. Cuando me puse
como un basilisco con papá, debió de parecerle que en el fondo él y yo éramos
de la misma clase. —Se me quedó mirando y luego, en voz muy baja, añadió—: No
soy trigo limpio.
Me di cuenta de que lo
decía a modo de advertencia. Y entonces entendí algo acerca de Yunho, que él
siempre había utilizado esa convicción suya de que no era trigo limpio para
evitar que nadie llegara a establecer una relación demasiado íntima con él.
Porque tener esa clase de relación con alguien significaba que luego esa misma
persona podía llegar a hacerte mucho daño. Yo sabía todo lo que hay que saber
sobre esa clase de miedo. Había vivido con él.
— ¿Dónde te hirió?
—le pregunté con voz sorda—. Enséñamelo.
Yunho me miró con la
concentración vidriosa de un hombre que ha bebido demasiado, pero en su caso
aquello no tenía que ver con el Jack Daniel’s. Tenía las mejillas enrojecidas. Se subió la camiseta hasta revelar su costado. Una
delgada cicatriz brillaba como un trazo blanco sobre el bronceado de aquella
piel tersa. Y luego me miró, como si no diese crédito a lo que veía, mientras
me levantaba del asiento, me arrodillaba ante él y me inclinaba entre sus
muslos para besar la cicatriz. Dejó de respirar. Su piel estaba caliente, los
músculos de las piernas tan tensos que parecían de hierro.
Soltó un gemido y me
vi levantado entre sus rodillas como si fuera un muñeco. Me llevó al sofá, me
tendió sobre el terciopelo y se arrodilló junto a mí mientras tiraba del
cinturón del albornoz. Su boca cubrió la mía, abrasadora y todavía con regusto
a whisky, mientras me separaba los pliegues del albornoz. Sentí la calidez de su
mano mientras me acariciaba el pecho.
Sus labios cubrieron
la rígida cima de uno de mis pezones, y me pasó la lengua con delicados
lametones. Yo me removía, incapaz de estarme quieto. El pezón floreció con una
intensidad casi dolorosa, y las sensaciones se propagaron por mi cuerpo con
cada caricia y giro de su lengua. Gemí y le rodeé la cabeza con los brazos,
sintiendo que me derretía cuando él pasó al otro pezón. Enredé los dedos en su
sedoso pelo, amoldándolos a su cráneo. Tiré de él sin saber muy bien lo que
hacía, impaciente por que su boca volviera a subir hacia la mía, y Yunho la
tomó ardorosamente, como si nunca fuera a saciarse de ella.
Su mano se detuvo
sobre mi vientre y sus dedos abarcaron la suave curva. Apoyó la punta del meñique
sobre el inicio del triángulo oscuro. Con un gemido ahogado, me estiré hacia
arriba. La mano de Yunho bajó un poco más y cuando sus dedos juguetearon
suavemente con mi vello púbico, mis entrañas empezaron a palpitar y se cerraron
sobre el vacío. Hasta aquel momento, nunca había tenido la sensación de que
pudiera llegar a morir de puro deseo. Gemí y tiré de la camiseta de Yunho. Su
boca volvió a la mía, y lamió los sonidos que no dejaba de hacer yo como si
pudiera percibir su sabor.
—Tócame —jadeé, al
tiempo que hincaba los dedos de los pies en los cojines de terciopelo—. Yunho,
por favor...
— ¿Dónde? —me susurró
él con una voz que no parecía de este mundo, mientras su mano seguía
acariciando mi húmedo miembro.
Separé las rodillas,
todo yo puro estremecimiento.
—Ahí. Ahí.
Él exhaló un suspiro
que casi era un ronroneo, encontrando calor y humedad entre mis piernas, para
centrarse sobre el punto que me hacía enloquecer. Pasó la boca por mi miembro,
moviéndola suavemente a lo largo de él. Luego sacó la mano de entre mis piernas
y me tomó en SUS brazos como si fuera a levantarme en vilo del sofá, pero lo
que hizo fue mantenerme abrazado. Luego bajó la cabeza y me besó el hombro, la
delicada ladera del pecho, el nudo de tendones apretados en que se había
convertido mi cuello.
—Llévame a la cama
—dije con voz ronca. Le tomé el lóbulo de la oreja entre los dientes y pasé la
lengua por él—. Llévame...
Hardy se estremeció,
y luego apartó los brazos de mi cuerpo y se dio la vuelta para sentarse en el
suelo con la cabeza vuelta hacia la pared. Apoyó los brazos en las rodillas
dobladas y bajó la cabeza, respirando con jadeos entrecortados.
—No puedo —graznó —.
Esta noche no, Jae.
Yo estaba tan
aturdido por el deseo que en un primer momento creí no haberle oído bien. Me costaba
pensar con claridad, como si mi mente tuviera que abrirse paso a través de una
serie de tenues velos.
— ¿Qué pasa?
—susurré—. ¿Por qué no?
Yunho tardó tanto en
responder que me puse nervioso. Finalmente se giró hacia mí, todavía sentado en
el suelo con los muslos separados. Extendió los brazos para taparme con los
lados del albornoz, en un movimiento tan delicado que me resultó todavía más
íntimo que todo lo anterior.
—Porque no estaría
bien —dijo—. No después de la experiencia por la que acabas de pasar. Me
estaría aprovechando de ti.
No me lo pude creer.
No cuando todo estaba yendo tan bien, cuando parecía que todos mis miedos se
habían evaporado por fin. No cuando yo necesitaba tan desesperadamente que me poseyera.
—No te estarías
aprovechando de mí —protesté—. Me encuentro bien, de veras. Quiero acostarme
contigo.
—No estás en
condiciones de tomar semejante decisión.
—Pero... —Me
incorporé en el sofá y me pasé las manos por la cara—. Yunho, ¿no te parece que
exageras un poco? Después de haberme excitado al máximo, ahora vas y... —Me
callé porque acababa de ocurrírseme una posibilidad que me llenó de horror. —
Es tu forma de hacérmelo pagar, ¿verdad? Lo de la otra noche, quiero decir.
—No —dijo él con una
mueca de disgusto—. Yo nunca haría algo así. Te aseguro que la cosa no va por
ahí. Y por si no te habías dado cuenta, yo tengo tantas ganas de hacerlo como
tú.
— ¿Así que no podré
participar en la decisión? ¿No tengo derecho a voto?
—Esta noche no.
—Yunho, maldita
sea... —El deseo era como un fuego que me consumía—. ¿Por qué tengo que
quedarme frustrado sólo para que tú puedas demostrar algo que no hace ninguna
falta demostrar?
Él me pasó la mano
por el vientre en una suave caricia.
—Tú déjame hacer, y
verás como enseguida...
Era como si te
ofrecieran un entrante extra después de decirte que se les había acabado el plato
principal.
—No —dije,
sonrojándome—. No quiero un remedo para salir del paso, ¿entiendes? Quiero un
acto sexual completo que incluya todas las etapas. Quiero que se me considere
un hombre adulto con derecho a decidir sobre su cuerpo.
—Cariño, creo que he
dejado bien claro que te considero un hombre adulto. Pero acabas de estar a las
puertas de la muerte y te he traído a mi apartamento y te he dado a beber
alcohol, así que me niego a aprovecharme de ti mientras te dura el
agradecimiento. Eso simplemente no va a suceder.
Abrí los ojos como
platos.
— ¿Piensas que quiero
acostarme contigo por gratitud?
—No lo sé. Pero
quiero que esperemos un par de días para que se te acabe de pasar el efecto.
— ¡Ya se me ha
pasado, bruto! —Sabía que no era justo con él, pero no pude evitarlo. Yunho había
decidido dejarlo para más adelante, justo cuando yo sentía que mi cuerpo estaba
a punto de arder.
—Sólo intento
comportarme como un caballero, maldita sea.
—Bueno, pues no
podías haber elegido peor momento para empezar.
Decidí que no podía
permanecer ni un solo segundo más en el apartamento de Yunho, porque temía
hacer algo de lo que luego nos avergonzaríamos los dos. Como abalanzarme sobre
él y ponerme a suplicar, por ejemplo. Levantándome del sofá, me até el cinturón
del albornoz y eché a andar hacia la puerta.
Enseguida tuve a Yunho
detrás.
— ¿Adónde crees que
vas?
—A mi apartamento.
—Déjame traerte algo
de ropa antes.
—No hace falta que te
molestes. Muchos residentes llevan albornoz cuando suben de la piscina.
—Pero no están
desnudos debajo.
— ¿Y qué? ¿Temes que
alguien se sienta tan arrebatado por el deseo al cruzarse conmigo en el pasillo
que me salte encima? Ya me gustaría tener esa suerte. —Fui a la puerta y salí
del apartamento. Casi agradecí ese arranque de rabia que me daba fuerzas,
porque estar furioso no me dejaba tiempo para pensar que iba a tener que coger
el ascensor.
Yunho me siguió, y
esperó a mi lado hasta que se abrieron las puertas. Entramos juntos, descalzos
los dos.
—Jae, sabes que tengo
razón. ¿Por qué no lo hablamos?
—Si tú no quieres
practicar el sexo, yo no quiero hablar de nuestros sentimientos.
Él se mesó el pelo, y
me miró con cara de no entender nada.
—Bueno, te aseguro
que es la primera vez en mi vida que un hombre me dice eso.
—Nunca he sabido
sobrellevar los rechazos —mascullé.
—Esto no es ningún
rechazo, sólo un aplazamiento. Y si el Jack Daniel’s te pone tan borde, puedes
estar seguro de que nunca volveré a servirte otra copa.
Yunho pareció darse
cuenta de que, dijera lo que dijera, sólo conseguiría ponerme aún más furioso.
Así que permaneció estratégicamente callado hasta que llegamos a mi puerta,
donde tecleé la combinación de la cerradura y crucé el umbral.
Yunho me miró. Estaba
despeinado, guapísimo y la mar de sexy. Pero no iba a disculparse.
—Mañana te llamo
—dijo.
—No cogeré el
teléfono.
Me recorrió con la
mirada, contemplando los pliegues de su albornoz que me envolvían el cuerpo,
los dedos de mis pies tensos sobre el suelo. La sombra de una sonrisa brilló en
una de las comisuras de sus labios.
—Lo cogerás —dijo.
Le cerré la puerta en
las narices. No necesitaba verle la cara para saber que estaba sonriendo con arrogancia.
oops pobre de jae lo dejaron que se prende solo
ResponderEliminary por que se tenia que arrepentir en ese momento sera muy doloroso para los dos
o yunho nunca lo dejes así eres un hombre malo por dejar a el dulce de jae con las ganas de ti
jajajajaj Jae se quedo con muchas ganas jajajaajj bueno eso solo le demuestra como debio sentirse Yunho cuando lo dejo todo alborotado pero jamas me imagine que la noche se quedara en nada, con las ganas que Jae tenia y Yunho negandose ... cuando los papeles se intercambiaron? muy divertido e interesante :)
ResponderEliminarLo dejaron todo alborotado! Ah ese Yunho despierta pasiones y nada que las apaga jujuju .Estuvo buenísimo este capítulo, solo espero que Siwon no regrese a la historia sería muy feo para Jae
ResponderEliminarxk tiene k volver Siwon,,,,, pero bueno Yunho y jae van avanzando ^-^
ResponderEliminarGracias Onni <3
Madree, que gran avance logró Jaejoong, ya estaba dispuesto a intimar con Yunho, peero, le doy la razon a Yunho, eso seria aprovecharse de la situacion y no estaria bien, mejor se desquitan despues xDD
ResponderEliminarUna vez mas los hermanos tratando de decidir sobre Jae disfrazandolo de proteccion.
Lo que si no me agrado es que haya regresado Siwon ¬¬
jaja ok no
ResponderEliminarcontinuare leyendo n,n
No puede ser no se porque pero no puedo leer el CAP 7 U.U no se qué rayos llego a pasar en el bar buuuu en este CAP menciona q paso algo.... Ahora creo q yunho debe de tener mucha fuerza de voluntad para "aplazar" a Jae
ResponderEliminarHola el link ya esta gracias por mencionarlo, no me había dado cuenta de ello.
Eliminarjajajajaja su discusión me causa gracia especialmente por jaejoong de como le responde a Yunho XDDD!
ResponderEliminarPara mi que Yunho se vengo de Jae por dejarlo igual de excitado la vez pasada? jajaja OK no Yunho fue todo un caballero ^^
XD
ResponderEliminarese par da risa a mares .....xD
Pobrecito Jaejoong, se quedó con las ganas pero Yunho tenía razón
ResponderEliminarNo puedo creer que no haya pasado nada xDD Esos dos son todo un caso...
ResponderEliminar*se va a leer el siguiente*
Hay Jae que te cuesta esperar un poco. Me pareció muy bien que Jae llamara a Yunho, no me gusta actitud de Jae en todo caso que lee cuente toda la verdad a Yunho para que así ya no tengan malos entendidos
ResponderEliminaray Dios tan enamorados que están y ni ellos mismos se dan cuenta de ello
ResponderEliminaramé el rescate del héroe de Yunho con Jae .tan desesperado por llegar a Jae .
me encantó este capítulo.
graciasss
Wow...Sin palabras...
ResponderEliminarYunho un súper caballero cuando no debía jajaja este capítulo estuvo genial ya q Yunho rescata a Jae...Todo un caballero con brillante armadura..
Wooow quiero uno de esos..Donde lo encargo???...Genial el capítulo
Que mala suerte de Jae, primero le llama Siwon, después casi se ahoga en un elevador y ahora Yunho todo caballeroso se niega hacer el amor con el para no aprovecharse de su accidente traumatismo que tuvo.
ResponderEliminarGracias!!! 💗💕💞