CAPÍTULO 2
Los
instintos de Jaejoong lo instaban a sacar la daga que llevaba en la bota, a
realizar unos cuantos cortes y a salir de allí pitando, pero se obligó a
quedarse donde estaba. Estaba claro que no conseguiría dar más de un par de
pasos antes de que Yunho le rompiera todos los huesos del cuerpo.
Aquello era
justo lo que le había hecho a un vampiro que pensaba traicionarlo.
Aquel
vampiro había sido encontrado en medio de la calle. Todavía estaba vivo. Y aún
intentaba gritar « ¡No, Yunho! ¡No!», pero para entonces su voz no era más que
un susurro, ya que su mandíbula se sujetaba tan solo con unos cuantos tendones
visibles y le faltaban trozos de carne en varios lugares.
Jaejoong
(que había salido del país debido a una partida de caza), había visto las
imágenes en un noticiero poco después. Sabía que el vampiro había agonizado
durante tres horas antes de que un par de ángeles lo recogieran. Todo el mundo
en la ciudad (qué coño, todo el mundo en el país) sabía que estaba allí, pero
nadie se había atrevido a ayudarlo, no cuando la marca de Yunho estaba grabada
en su frente. El arcángel había deseado que todo el mundo presenciara el
castigo para recordarle a la gente quién y qué era. Y había funcionado. Ahora
la mera mención de su nombre provocaba un temor visceral.
Sin
embargo, Jaejoong no estaba dispuesto a arrastrarse. Ante nadie. Era algo que
había decidido la noche en que su padre le exigió que se arrodillara y le
suplicara para que tal vez, solo tal vez, reconsiderara la idea de readmitirlo
en la familia.
Hacía más
de diez años que no hablaba con su padre.
—Deberías
tener cuidado —dijo Yunho, que rompió así el silencio sobrenatural y empezó a
tutearlo.
Aquello no
lo alivió en absoluto: el ambiente seguía cargado con la promesa de una
amenaza.
—No me
gustan los jueguecitos.
—Pues
empieza a apreciarlos. —El arcángel se apoyó en el respaldo del asiento—. Tu
vida será muy corta si esperas solo honestidad.
Al percibir
que el peligro había pasado (por el momento), Jaejoong aflojó los dedos con
cierto esfuerzo. Cuando el flujo de sangre volvió a recorrerlos le causó
muchísimo dolor.
—Yo no
diría que espero honestidad. La gente miente. Los vampiros mienten. Incluso...
—Se quedó callado.
—No irás a
empezar a ser discreto ahora, ¿verdad? —La diversión había vuelto, pero estaba
atemperada con cierto matiz que acarició la piel del cazador como si se tratara
de una hoja de afeitar.
Jaejoong contempló
aquel rostro perfecto y supo que nunca en toda su vida se había enfrentado a
una criatura más letal. Si lo disgustaba, Yunho lo mataría con tanta facilidad
como él aplastaba una mosca. No debería olvidarlo, por más que aquello lo
enfureciera.
— ¿No has
dicho que habría que hacer una prueba?
Sus alas se
agitaron ligeramente en ese instante y captaron la atención de Jaejoong. Eran
muy, muy hermosas, y no pudo evitar mirarlas embelesado. Ser capaz de volar...
era un regalo extraordinario.
Los ojos de
Yunho se clavaron en algún lugar situado por encima de su hombro izquierdo.
—Más que
una prueba, se trata de un experimento.
Jaejoong no
se dio la vuelta, no le hacía falta.
—Hay un
vampiro detrás de mí.
— ¿Estás
seguro? —Su expresión no había cambiado ni un ápice.
Jaejoong luchó
contra el impulso de volverse.
—Sí.
Yunho
asintió.
—Puedes
mirar.
Jaejoong vaciló,
preguntándose qué era peor: darle la espalda a un enigmático e impredecible
arcángel o a un vampiro desconocido. Al final, la curiosidad ganó. El rostro de
Yunho mostraba una evidente satisfacción y Jaejoong deseaba saber qué era lo
que la había provocado.
Se volvió
hacia un lado con todo el cuerpo para poder seguir viendo a Yunho con el
rabillo del ojo. Luego contempló a las «dos»... criaturas que había tras él.
—Madre
mía...
—Pueden irse.
—La voz de Yunho contenía una orden que aplacó el abyecto terror dibujado en
los ojos del que todavía guardaba alguna semejanza con un humano. El otro se
escabulló como el animal que era.
Jaejoong los
observó mientras atravesaban las puertas de cristal y luego tragó saliva.
— ¿Qué edad
tenía...? —No pudo llamar vampiro a aquella cosa. Y tampoco humano.
—Sun Ah fue
Convertido ayer.
—No sabía
que pudieran caminar a esa edad. —Intentaba parecer profesional, aunque estaba
muerto de miedo.
—Ha tenido
un poco de ayuda. —El tono del arcángel dejaba claro que aquella era la única
respuesta que iba a obtener—. Tae Won era... un poco mayor.
Jaejoong cogió
el zumo que había rechazado antes y dio un buen trago para intentar librarse
del hedor que había penetrado en los poros de su piel. Los vampiros antiguos
carecían de aquella repugnante característica. Todos ellos (salvo aquellos
similares a la peculiar recepcionista) olían a vampiro, al igual que él olía a
humano. Sin embargo, los jóvenes desprendían un leve olor similar al de la
calabaza podrida o la carne en descomposición, y Jaejoong siempre debía
frotarse más de tres veces para librarse de él. Por esa razón había empezado a
coleccionar geles de baño y perfumes. Después de su primer contacto con un
recién Convertido, creyó que jamás se sacaría aquel olor de la nariz.
—Creí que
un cazador no se alteraría tanto al ver a un recién Convertido. — Yunho tenía
una peculiar expresión sombría. Fue entonces cuando Jaejoong se fijó en que
había alzado un poco las alas.
Se preguntó
si aquello significaba que estaba concentrado o que estaba furioso. Dejó el
vaso en la mesa.
—En
realidad, no estoy alterado. —Y era cierto, ahora que la oleada inicial de
repugnancia había desaparecido—. Es el olor... Es como una capa que se queda
pegada a la lengua. Da lo mismo cuánto te frotes, no puedes librarte de él.
El rostro
del arcángel mostró un genuino interés.
— ¿Tan
intensa es esa sensación?
Jaejoong se
estremeció y echó un vistazo a la mesa en busca de algo que lo aplacara un
poco. Cuando Yunho le acercó un trozo de pomelo, lo aceptó de buena gana.
—Ajá. —El
jugo ácido del cítrico aplacó un poco el hedor. Al menos lo suficiente para que
pudiera pensar.
—Si te
pidiera que rastrearas a Sun Ah, ¿serías capaz de hacerlo?
Se echó a
temblar al recordar aquellos ojos casi muertos, o no del todo vivos. No era de
extrañar que la gente creyera esas historias que describían a los vampiros como
muertos vivientes.
—No. Creo
que es demasiado joven.
— ¿Y a Tae
Won?
—En estos
momentos está en la planta baja del edificio. —El apestoso rastro del vampiro
recién Convertido era tan penetrante que había impregnado todo el edificio—. En
el vestíbulo.
Las alas de
puntas doradas se extendieron para dar sombra a la mesa mientras Yunho unía sus
palmas en un breve aplauso.
—Bien
hecho, Jaejoong. Bien hecho.
Jaejoong apartó
la mirada del pomelo y comprendió demasiado tarde que acababa de demostrar lo
bueno que era, cuando lo que debería haber hecho era fallar y librarse de aquel
asunto, fuera lo que fuera. Mierda. Al menos él le había dado una pista sobre
el trabajo.
— ¿Quieres
que rastree a un desertor?
El arcángel
se levantó de la silla con un movimiento súbito y elegante.
—Espera un
momento.
Jaejoong
observó, petrificado, cómo se acercaba al borde del tejado. Era un ser tan
majestuoso que el mero hecho de observar cómo se movía le provocó un vuelco en
el corazón. Daba igual que supiera que era una ilusión óptica, que aquel tipo
era tan letal como el cuchillo que él llevaba atado al muslo. Nadie, ni
siquiera él, podía negar que Yunho, el arcángel, era un ser digno de admiración.
Y de adoración.
Aquel
pensamiento, de lo más inapropiado, lo sacó de su aturdimiento. Echó la silla
hacia atrás y contempló con dureza su espalda. ¿Le había hecho algo en la
cabeza? Justo en aquel momento, Yunho se dio la vuelta y lo miró con aquellos increíbles
ojos. Durante un segundo, Jaejoong tuvo la sensación de que estaba respondiendo
a su pregunta. Luego, el arcángel apartó la mirada... y se arrojó al vacío desde
el tejado.
Jaejoong se
levantó de un salto. Solo para volver a sentarse, con las mejillas ruborizadas,
cuando Yunho remontó el vuelo para reunirse con un ángel al que él no había
visto hasta ese momento. Hye Ji. El equivalente femenino de Yunho, con una
belleza de tal magnitud que Jaejoong podía sentir su fuerza incluso desde
lejos. Comprendió con sorpresa que estaba presenciando un encuentro en el aire
entre dos arcángeles.
—Junsu no
se lo va a creer... —De repente olvidó el hedor del vampiro joven, ya que la
reunión focalizaba toda su atención. Había visto a Hye Ji en fotos, pero
ninguna de ellas reflejaba la realidad.
La arcángel
tenía la piel de un exquisito color, y un cabello brillante que le llegaba
hasta la cintura en una mata salvaje. Su cuerpo era la encarnación de la
feminidad, esbelto y lleno de curvas a un tiempo, con unas alas de un delicado
tono bronce que contrastaban con el rico color de su piel. Su rostro...
—Vaya...
Incluso a
aquella distancia, el rostro de Hye Ji era la definición de la perfección. A Jaejoong
le pareció que sus ojos tenían un tono claro imposible, pero pensó que debía de
haberlo imaginado. Los arcángeles estaban demasiado lejos.
Aunque
aquello tenía poca importancia. La arcángel tenía un rostro que no solo
detendría el tráfico, sino que provocaría un centenar de accidentes.
Frunció el
ceño. A pesar de que apreciaba la hermosura de Hye Ji, no le costaba ningún
trabajo pensar con claridad. Lo cual significaba que aquel bastardo arrogante
de ojos marrones había estado jugueteando con su mente. ¿Deseaba que él lo
adorara? Pues ya se vería si lo conseguía.
Nadie, ni
siquiera un arcángel, iba a convertirlo en una marioneta.
Como si lo
hubiera oído, Yunho dijo algo a su compañera y regresó a la azotea con un par
de aletazos. Su aterrizaje fue mucho más vistoso en esta ocasión. Jaejoong
estaba seguro de que el hombre quería mostrarle el diseño de la superficie
interna de sus alas. Daba la impresión de que una brocha empapada en oro
hubiese empezado por el extremo superior de las alas antes de descender hasta
las puntas, que empezaban a ser blancas casi al final. Jaejoong se vio obligado
a dejar la furia a un lado y enfrentarse a la verdad: si aquel demonio (o
arcángel) se acercara y le ofreciera sus alas, tal vez le vendería el alma.
Pero los
arcángeles no Convertían a otros ángeles. Solo convertían a vampiros
chupasangres. Nadie sabía de dónde procedían los ángeles. Jaejoong suponía que
nacían de padres angelicales, aunque, bien pensado, jamás había visto a un
ángel bebé.
Sus
pensamientos se descarrilaron de nuevo cuando vio la gracia con la que caminaba
Yunho, tan seductor, tan...
Se puso en
pie y envió la silla al suelo.
— ¡Sal...
de... mi cabeza!
Yunho se
detuvo de inmediato.
— ¿Pretendes
utilizar esa daga? —Sus palabras eran puro hielo. El aire desprendía olor a
sangre, y Jaejoong comprendió que era la suya.
Bajó la
mirada y descubrió que su mano aferraba con fuerza la hoja de la daga que había
sacado por instinto de la funda del tobillo. Jamás habría cometido un error así.
Yunho lo estaba obligando a infligirse daño con la intención de demostrarle que
no era más que un juguete para él. En lugar de luchar, Jaejoong la apretó con
más fuerza.
—Si quieres
que haga un trabajo para ti, lo aceptaré. Pero no permitiré que me manipulen.
Los ojos
del arcángel descendieron hasta la sangre que goteaba desde su puño. No hizo
falta que dijera nada.
—Es posible
que seas capaz de controlarme —dijo Jaejoong en respuesta a la burla silenciosa
que había en su rostro—, pero si te hubiera bastado con eso para llevar a cabo
el trabajo, jamás habrías pasado por la farsa de contratarme. Me necesitas a
mí, a Kim Jaejoong, y no a uno de tus pequeños esbirros vampiro.
Su mano se
aflojó con un violento espasmo que le hizo soltar la daga. El cuchillo cayó al
suelo con un ruido amortiguado por el charco de sangre que se había formado
sobre Yunho. Jaejoong no se movió, no hizo ningún intento por contener la
hemorragia.
Y cuando Yunho
se acercó para situarse a menos de un paso de distancia de él, no retrocedió.
—Así que
crees que estoy en una posición de desventaja, ¿no es así? —inquirió el
arcángel. El cielo estaba completamente azul, pero Jaejoong sentía los vientos
de tormenta que le agitaban los mechones de cabello.
—No.
—Permitió que la esencia de Yunho (limpia, fresca, con aroma de mar) impregnara
su lengua, cubriendo los restos de sabor a vampiro que tenía en la boca—. Estoy
dispuesto a marcharme sin mirar atrás y a devolverte el pago que le hiciste al
Gremio.
—Eso —dijo Yunho
al tiempo que cogía una servilleta y se la enrollaba alrededor de la mano— no
es una opción.
Aturdido
por un movimiento tan imprevisto, Jaejoong cerró la mano para ayudar a contener
el flujo de sangre.
— ¿Por qué
no?
—Quiero que
tú hagas este trabajo —respondió, como si aquella fuera razón suficiente.
Y para un
arcángel, lo era.
— ¿En qué
consiste ese trabajo? ¿Es una recuperación?
—Sí.
El alivio
empezó a inundarlo como si se tratara de aquella lluvia que sentía tan cerca.
Pero no era la lluvia, sino su esencia, lo que le llevaba el frescor del agua.
—Lo único
que necesito para empezar es algo que el vampiro haya llevado puesto hace poco.
Si tienes una localización general, mejor aún. Si no, les diré a los genios
informáticos del Gremio que investiguen los transportes públicos, los registros
bancarios y todo lo demás mientras yo busco pistas sobre el terreno. —Su mente
ya se había puesto a trabajar, considerando y descartando opciones.
—Me has
malinterpretado, Jaejoong. La criatura a la que quiero que encuentres no es un
vampiro.
Aquello la
desconcertó.
— ¿Estás
buscando a un humano? Bueno, puedo encontrarlo, pero en realidad no tengo
ninguna ventaja sobre cualquier otro investigador privado.
—Inténtalo
de nuevo.
Nada de
vampiros. Nada de humanos. Eso dejaba...
— ¿Un
ángel? —Preguntó en un susurro—. No.
—No
—convino Yunho, y una vez más, Jaejoong sintió una fresca oleada de alivio.
Aunque solo duró hasta que él añadió—: Un arcángel.
Lo miró
fijamente.
—Estás de
coña.
Las
mejillas de Yunho se tensaron contra la piel suave y bronceada.
—No. El
Grupo de los Diez no bromea.
A Jaejoong
se le hizo un nudo en el estómago cuando oyó mencionar al Grupo... Si Yunho era
un ejemplo de su mortífero poder, no quería reunirse jamás con aquel augusto
grupo directivo.
— ¿Por qué
quieren rastrear a un arcángel?
—No es
necesario que lo sepas. —Su tono era concluyente—. Lo único que necesitas saber
es que si tienes éxito al encontrarlo, serás recompensado con más dinero del
que puedas gastar en toda tu vida.
Jaejoong
contempló la servilleta manchada de sangre.
— ¿Y si
fracaso?
—No
fracases, Jaejoong. —Sus ojos parecían amables, pero su sonrisa hablaba de
cosas que era mejor no pronunciar en voz alta—. Me intrigas... detestaría tener
que castigarte.
La mente de
Jaejoong rememoró la imagen del vampiro de la calle, aquel desecho sangrante
que una vez había sido una persona... la definición de castigo según Yunho.
* * *
Jaejoong se
sentó en el parque y contempló los patos que nadaban en círculos en un
estanque. Había ido allí para intentar aclararse las ideas, pero al parecer no
estaba funcionando. Solo podía pensar en si los patos tenían sueños.
Suponía que
no. ¿Con qué soñaría un pato? Pan fresco, un vuelo tranquilo hacia el lugar
adonde fueran los patos... Volar. Se quedó sin respiración cuando su mente le
mostró imágenes de distintos recuerdos: unas hermosas alas con vetas doradas,
unos ojos llenos de poder, el brillo del polvo de ángel. Se frotó los ojos con
las palmas de las manos en un intento por borrar aquellas imágenes. Pero no
sirvió de nada.
Era como si
Yunho le hubiera implantado una maldita sugestión subliminal en la cabeza que
no dejaba de mostrarle imágenes de cosas en las que él no quería pensar. Lo
consideraba capaz de hacerlo, pero el arcángel no había tenido tiempo de
introducirse en su cabeza a tanta profundidad. Se había alejado de él un minuto
después de que le dijera que no fracasara. Y, por extraño que pareciese, Yunho
había permitido que se marchara.
En aquel
instante los patos se estaban peleando, graznándose los unos a los otros y
empujándose con los picos. Ni siquiera los patos podían permanecer tranquilos.
¿Cómo coño iba a pensar con semejante alboroto? Soltó un suspiro, apoyó la
espalda contra el respaldo del banco del parque y contempló el cielo despejado.
Le recordó a Yunho.
Soltó un
resoplido.
El color
del cielo era bonito. Quizá si lo miraba durante más tiempo podría olvidar
aquellas alas que lo atormentaban en todo momento. Como en aquel instante. Se
extendieron sobre su campo de visión y transformaron el color del cielo en un
blanco dorado.
Frunció el
ceño e intentó deshacerse de la ilusión.
Unos
filamentos con la punta dorada aparecieron ante sus ojos. Su corazón latía como
el de un conejo asustado, pero no tuvo energías para sorprenderse.
—Me has
seguido.
—Me ha
parecido que necesitabas pasar un tiempo a solas.
— ¿Puedes
bajar el ala? —Pidió con educación—. Me impides que vea el paisaje.
El ala se
plegó con un suave susurro que Jaejoong sabía que jamás asociaría con nada que
no fueran aquellos apéndices emplumados. Las alas de Yunho.
— ¿No vas a
mirarme, Jaejoong?
—No.
—Siguió contemplando el cielo—. Cuando te miro, las cosas se vuelven confusas.
Se oyó una
risa masculina, grave y ronca... que sonó en el interior de su mente.
—No servirá
de nada que no me mires.
—A mí me
parece que sí —replicó Jaejoong con suavidad, aunque la furia ardía como una
brasa al rojo vivo en sus entrañas—. ¿Eso es lo que te excita, obligar a los hombres
a postrarse a tus pies?
Se hizo el
silencio. El sonido de unas alas al extenderse y plegarse con rapidez.
—Estás
poniendo en peligro tu vida.
Jaejoong se
arriesgó a mirarlo. Estaba de pie al borde del agua, pero de frente a él. Sus
ojos se habían oscurecido hasta adquirir el tono del cielo a medianoche.
—Oye,
moriré de todas formas. —Pretendía parecer desdeñoso—. Tú mismo lo has dicho:
puedes joderme con la mente siempre que quieras. E imagino que ese no es más
que un pequeño truco de los muchos que tienes en la manga, ¿no?
Yunho asintió
de manera majestuosa, increíblemente hermoso bajo un inoportuno rayo de sol.
Como un dios oscuro. Y Jaejoong sabía que ese pensamiento era cosa suya. Porque
lo que le repugnaba de Yunho era lo mismo que le atraía: el poder. Aquel era un
ser al que no podía vencer. Una parte más profunda de sí mismo apreciaba aquel
tipo de fuerza, aunque también lo enfurecía.
—Y si tú
eres capaz de hacer todo eso, ¿de qué será capaz ese otro tío? —Se puso a
contemplar los patos para evitar la erótica seducción del rostro del arcángel—.
Me hará picadillo antes de que me acerque a un centenar de pasos de él.
—Estarás
protegido.
—Yo trabajo
solo.
—Esta vez
no. —Su tono era puro acero—. Chul Min siente cierta predilección por el dolor.
El Marqués de Sade fue uno de sus aprendices.
Jaejoong no
estaba dispuesto a demostrarle lo mucho que lo había asustado aquello.
—Así que le
va el sexo perverso.
—Esa sería
una forma de verlo. —De algún modo, el arcángel consiguió añadir sangre, dolor
y horror con aquel único comentario. Las emociones serpentearon por la piel de Jaejoong,
atravesaron sus poros y se enroscaron alrededor de su garganta para empezar a
ahogarlo.
—Basta
—dijo de pronto mientras lo miraba a los ojos una vez más.
—Mis
disculpas. —Sus labios esbozaron una pequeña sonrisa—. Eres más sensible de lo
que esperaba.
Jaejoong no
lo creyó ni por un instante.
—Cuéntame
más cosas sobre ese tal Chul Min. —No sabía nada de aquel otro arcángel, salvo
que gobernaba una región de Europa.
—Es tu
presa. —El rostro de Yunho perdió toda expresión y sus ojos se volvieron casi
negros—. Eso es lo único que debes saber.
—No puedo
trabajar así. —Se puso en pie, aunque mantuvo las distancias—. Soy bueno porque
me meto en la mente de mi objetivo para predecir dónde estará, qué hará y con
quién contactará.
—Confía en
tu don innato.
—Aun en el
caso de que pudiera percibir la esencia de los arcángeles —algo que no podía
hacer—, yo no hago magia —señaló Jaejoong, frustrado—. Necesito un punto de
inicio. Si no tienes nada, tendré que empezar con su personalidad, con sus
patrones de comportamiento.
Yunho se
acercó para acortar la distancia que él deseaba mantener.
—Los
movimientos de Chul Min no son predecibles. Todavía no. Debemos esperar.
— ¿Qué es
lo que debemos esperar?
—Sangre.
Aquella
única palabra lo dejó helado.
— ¿Qué ha
hecho?
Yunho alzó
un dedo y lo deslizó sobre la mejilla de Jaejoong. Jaejoong se estremeció. Pero
no porque le hubiera hecho daño, sino más bien todo lo contrario. Los lugares
que tocaba... parecían estar conectados directamente con la parte más sensible
de su cuerpo. Una sola caricia bastaba para humedecerlo, y aquello lo avergonzaba.
No obstante, se negó a retroceder; se negó a rendirse.
— ¿Qué...
—repitió—... ha hecho?
El dedo se
deslizó sobre su mandíbula y empezó a recorrer la línea de su cuello,
provocándole un increíble e indeseado placer.
—Nada que
necesites saber. Nada que pueda ayudarte a rastrearlo.
Jaejoong
realizó un esfuerzo por levantar la mano para apartar aquel dedo, aunque solo
tuvo éxito porque el arcángel se lo permitió. Y aquello lo irritó.
— ¿Has
acabado ya con los jueguecitos sexuales? —preguntó, enfurecido.
Su sonrisa
fue mucho más sutil esa vez, y sus ojos cambiantes pasaron del negro a un tono
cobalto. Vivo. Eléctrico.
—No le
estaba haciendo nada a tu mente, Jaejoong. Esta vez no lo hacía.
Vaya...
Mierda.
* * *
Había
mentido. Era obvio que había mentido. Jaejoong dejó escapar un suspiro de
alivio y se desplomó sobre el sofá. No era tan idiota para sentirse atraído por
un arcángel. Y aquello solo dejaba la puerta número dos: Yunho había jugado con
su mente y lo había negado solo para fastidiarlo a su retorcido modo.
Una molesta
vocecita en su interior insistía que aquella clase de manipulación no encajaba
con lo que él sabía de Yunho. En la azotea no había ocultado que había indagado
en su mente. Mentir parecía algo impropio de Yunho.
— ¡Ja! — Exclamó
Jaejoong, dirigiéndose a la vocecita—. Lo que sé de él no bastaría para llenar
un dedal... Ese tipo ha manipulado a los mortales desde hace siglos. Se le da
muy bien. —Muy bien no. Era todo un experto.
Y ahora Jaejoong
estaba en sus manos.
A menos que
el arcángel hubiera cambiado de opinión en las pocas horas que habían pasado
desde que se largó del estanque de los patos. Aquello lo animó un poco. Estiró
el brazo para abrir el ordenador portátil sobre la mesita de café, lo encendió
y utilizó la conexión inalámbrica a internet para consultar su cuenta en el
Gremio. El historial de transacciones mostraba un depósito reciente.
—Demasiados
ceros. —Respiró hondo. Los contó de nuevo—. Siguen siendo demasiados.
Había
tantos ceros que la cifra dejaba el sustancial pago del señor Ebose a la altura
del betún.
Con las
manos sudorosas, Jaejoong tragó saliva y utilizó la rueda del ratón para
descender en la pantalla. El pago procedía de «la Torre del Arcángel».
Eso lo sabía. Era obvio que lo sabía. Pero verlo escrito en blanco y negro le
provocó una sacudida que recorrió su cuerpo de arriba abajo. El trato estaba
hecho. Ahora trabajaba oficialmente para Yunho. Y solo para Yunho.
Su posición
en el Gremio había cambiado de «Activo» a «Contratado por un período
indefinido».
Cerró el
portátil y clavó la vista en la Torre. No podía creer que hubiera estado en la
parte superior de aquel descomunal edificio esa misma mañana; no podía creer
que se hubiera atrevido a llevarle la contraria a un arcángel y, sobre todo, no
podía creer que Yunho deseara que lo hiciera. Una fuerte sensación de hormigueo
en el estómago empezó a provocarle náuseas, pánico y... una extraña y
palpitante excitación. Aquel era uno de esos trabajos que convertían a los
cazadores en leyendas. Aunque, por supuesto, para convertirse en leyenda por lo
general había que estar muerto.
Sonó el
teléfono, lo que puso un agradable fin a aquella línea de pensamientos.
— ¿Qué
pasa?
—Yo también
te deseo buenos días, cielo —dijo la alegre voz de Junsu.
Jaejoong no
permitió que lo engañara. Su amigo no había llegado a convertirse en el
director del Gremio siendo Miss Simpatía. Tenía nervios de acero y una voluntad
tan fuerte como la de un bull terrier.
—No puedo
contarte nada —le espetó Jaejoong sin más—. Así que no preguntes.
—Vamos, Jae...
Sabes muy bien que sé guardar un secreto.
—No. Si te
lo cuento, estás muerto. — Yunho le había dejado aquello muy claro antes de
permitir que se marchara.
«Si se lo
cuentas a alguien (ya sea hombre, mujer o niño), lo eliminaremos. Sin
excepciones.»
Junsu soltó
un resoplido.
—No te
pongas melodramático. Soy...
—Él sabía
que me lo preguntarías —añadió mientras recordaba todo lo que le había dicho el
arcángel con aquel tono engañosamente suave. Una espada envuelta en terciopelo,
así era la voz de Yunho.
— ¿En
serio?
—Si te lo
cuento, no solo acabará con Yoochun y contigo; también matará a Junho.
La furia
que atravesó la línea estaba provocada por el más fuerte instinto de protección
materno.
—Cabrón...
—Estoy
totalmente de acuerdo contigo.
Al parecer,
Junsu estaba demasiado furioso para hablar, así que tardó unos segundos en
decir algo.
—El hecho
de que haya proferido esa amenaza significa que esto es algo grande.
— ¿Has
visto el depósito?
— ¡Joder,
claro que lo he visto! Creí que el contable había metido la pata y había
depositado todo en nuestra cuenta en lugar de meter solo el porcentaje del
Gremio. —Soltó un largo silbido—. Tío, eso es dinero y lo demás es cuento.
—No lo
quiero. —Sentía la necesidad de compartir su incomprensible tarea con Junsu y
con el idiota de Changmin, pero no podía hacerlo—. Ya me ha separado de mis
mejores amigos. —Apretó la mano hasta convertirla en un puño.
—Deja que
lo intente... —dijo Junsu—. Así que no puedes contarme los detalles... Menuda
cosa. Lo averiguaré todo muy pronto. Ya me hago una idea.
El
nerviosismo atenazó la espalda de Jaejoong.
— ¿En
serio?
— ¿Un vampiro
asesino? —Se quedó callado un momento—. Vale, no puedes responderme, pero ¿qué
otra cosa podría ser?
Jaejoong se
hundió de nuevo en el sofá.
— ¿Recuerdas
a ese que desertó? —inquirió Junsu.
—Ha habido
más de uno —replicó él, aunque se le había helado la sangre.
—Hace unos
veinte años. Lo estudiamos en las clases del Gremio.
No habían
pasado veinte años, pensó Jaejoong, sino dieciocho.
—Slater
Patalis. —El nombre salió de sus labios como una pesadilla, una que jamás había
compartido con nadie, ni siquiera con el mejor amigo al que le había confiado
todo lo demás—. ¿A cuántos acabó matando? —se obligó a preguntar... antes de
que las antenas de Junsu empezaran a dar señales de aviso.
—La cifra
oficial fue de cincuenta y dos muertos en un mes —fue la tétrica respuesta—. De
manera extraoficial, nosotros creemos que hubo algunos más. —Se oyó un crujido,
y Jaejoong casi pudo ver cómo unsu se acomodaba en la butaca de cuero que su
amigo adoraba como si fuera su segundo hijo—. Ahora que soy director, tengo
acceso a todo tipo de información supersecreta.
— ¿Quieres
compartirla conmigo? —Vaciló unos instantes, ignorando los ecos de un pasado
que nada podría cambiar.
—Mmm...
¿Por qué no? Después de todo, eres mi número dos en todos los sentidos salvo en
el nombre.
—Puaj... —
Jaejoong chasqueó la lengua—. Nada de despachos para mí, gracias.
Junsu se
echó a reír por lo bajo.
—Aprenderás.
De cualquier forma, el informe oficial de Slater dice que el tipo padecía una
enfermedad psíquica antes de que fuera Convertido, una enfermedad que consiguió
ocultar de alguna manera.
—Una
especie de trastorno sociópata grave. —Antes de oír el comentario de Junsu, Jaejoong
había creído que conocía cada perturbador detalle sobre la vida y los crímenes
del vampiro asesino más terrible de la historia reciente—. Pruebas de abusos
infantiles y maltrato de animales. El perfil clásico de un asesino en serie.
—Demasiado
clásico —señaló Junsu—. No es más que un montón de mierda. El Gremio lo inventó
bajo la presión del Grupo de los Diez.
Por un
segundo, Jaejoong tuvo la aterradora sospecha de que Slater Patalis no estaba
realmente muerto, de que el Grupo lo había salvado por alguna perversa razón
oculta. Sin embargo, un instante después recobró la cordura: no solo había
visto el vídeo de la autopsia, sino que además se había colado en los almacenes
y había cogido el tubo de ensayo que preservaba la sangre de Slater. Sus
sentidos habían reaccionado.
«Vampiro», le había
susurrado la sangre, «vampiro». Y cuando le había quitado
el tapón al tubo, había oído un susurro con la voz hipnótica e inconfundible de
Slater: «Ven aquí, pequeño cazador. Pruébala».
Se mordió
con fuerza el labio inferior y arrancó su propia sangre para desterrar aquel
recuerdo. Al menos hasta que llegaran las pesadillas.
— ¿No vas a
contarme la verdad? —le preguntó a Junsu.
—Slater era
normal cuando ingresó como Candidato —dijo su amigo—. Ya sabes lo meticulosos
que son los ángeles a la hora de comprobar la lista de aspirantes
seleccionados. Fue escaneado, analizado, y casi abierto en canal con todas las
pruebas que le hicieron. El hombre estaba limpio y saludable, tanto de cuerpo
como de mente.
—Hay
rumores... —susurró Jaejoong, que tenía los ojos abiertos como platos—, que
siempre hemos considerado leyendas urbanas, pero si lo que dices es cierto...
—...
significa que ser Convertido tiene un efecto secundario muy malo. A una
diminuta, ínfima y casi inexistente minoría de Candidatos se les fastidia el
cerebro sin remedio. Y lo que resulta de esa jodienda no siempre es humano.
Debería
haberle parecido raro que alguien insinuara que los vampiros eran humanos en
algún sentido, pero entendía lo que Junsu pretendía decir. La humanidad, como
un todo, también incluía a los vampiros. Como Jaejoong sabía por su propia
familia, los vampiros podían aparearse e incluso reproducirse con los seres
humanos. La concepción era muy difícil, pero no imposible, y aunque los niños
(todos mortales) a veces padecían anemia o trastornos similares, por lo demás
eran normales. La primera regla de la biología: si pueden aparearse, lo más
probable es que pertenezcan a la misma especie.
Aquella
regla no podía aplicarse a los que eran como Yunho. Los ángeles atraían a
cantidades industriales de fans: en su mayoría vampiros, aunque a veces se
permitía también la presencia de algún humano imponente. Pero, a pesar de la
lujuria que despertaban, Jaejoong jamás había oído hablar de un hijo procedente
de una relación entre un humano y un ángel; ni siquiera de una relación entre
un vampiro y un ángel. Quizá los ángeles no puedan tener hijos, pensó. Tal vez
consideren a los vampiros sus hijos.
Sangre en
lugar de leche, inmortalidad en vez de amor.
Una mierda
de infancia. No obstante, ¿qué sabía él de la infancia?
—Junsu...
voy a necesitar pleno acceso a los ordenadores y los archivos del Gremio.
—Nadie
salvo el director tiene acceso pleno. —El tono de Junsu tenía un matiz de
acero—. Si me prometes que te pensarás lo del puesto como ayudante de director,
te daré acceso total.
—Eso sería
mentirte —dijo Jaejoong—. Me volvería loco detrás de un escritorio.
—Yo mismo
pensé eso mismo una vez, y ahora estoy feliz como una perdiz.
— ¿Qué
tienen que ver las perdices con todo esto? —murmuró Jaejoong.
—No tengo
ni la menor idea. Dime que te lo pensarás.
—Existe una
diferencia crucial entre tú y yo, señor director. —Dejó que su tono hablara por
él—. Elige a alguna de los cazadores casados. No desperdicies tu tiempo
conmigo.
Se oyó un
suspiro.
—El hecho
de que estés soltero no significa que te quiera ahí fuera, en la línea de
fuego. Eres mi mejor amigo, mi hermano... en todo salvo en la sangre.
A Jaejoong
se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Lo mismo
digo. —Cuando su familia la repudió, fue Junsu quien lo ayudó a recuperarse. El
vínculo que los unía era prácticamente irrompible—. Sabes tan bien como yo que
la seguridad no es para mí. Nací para ser lo que soy. —Un cazador. Un
rastreador. Un solitario.
— ¿Por qué
me molesto en discutir contigo? — Jaejoong casi pudo ver cómo sacudía la
cabeza—. Te estoy dando acceso en estos mismos momentos.
Aquello era
lo que a Jaejoong le encantaba del Gremio. No había necesidad de papeleo: los
cazadores elegían a su director, y confiaban en que tomara buenas decisiones.
Nada de reuniones ni de juntas. Nada de gilipolleces.
—Gracias.
—Oh oh...
—Ruido de tecleo rápido—. Una ligera advertencia: tengo la impresión de que
alguien supervisa quién accede a los archivos de alta seguridad.
— ¿Quién? —Preguntó,
aunque conocía la respuesta—. ¿Con qué autoridad?
—Con la
misma que les permite contratar a mi gente sin decirme qué demonios pasa
—replicó Junsu—. Me convertí en director para poder mantener a los cazadores a
salvo. Yunho va a descubrir que...
— ¡No! —Gritó
Jaejoong—. Por favor, Junsu, no te acerques a él. La única razón, la única, por
la que sigo vivo es que necesita que haga un trabajo para él. De no haber sido
por eso, lo más probable es que hubieras pasado una tarde estupenda intentando
identificar mi cuerpo (o lo que quedara de él) en el depósito de cadáveres.
—Maldita
sea, Jae... Juré proteger a mis cazadores, y no voy a incumplir ese juramento
solo porque ese Yunho sea aterrador...
—En ese
caso, hazlo por Junho —lo interrumpió Jaejoong—. ¿Quieres que crezca sin un
padre?
—Zorra...
—El tono de Junsu se parecía bastante a un gruñido—. Si no te quisiera tanto,
te daría una paliza. Eso es chantaje emocional, joder.
—Prométemelo,
Junsu. —Aferró con mucha fuerza el auricular del teléfono—. Esta caza va a ser
la más difícil que haya llevado a cabo nunca... No quiero tener que preocuparme
por ti también. Prométemelo.
Se hizo un
silencio muy, muy largo.
—Te prometo
que no me acercaré a Yunho... a menos que crea que te encuentras en peligro de
muerte. Eso es todo lo que vas a conseguir de mí.
—Con eso
bastará. —Solo tenía que asegurarse de que Junsu no descubriera jamás que la
caza era en sí misma el equivalente a una muerte casi segura. Un paso en falso
y adiós Kim Jaejoong.
Algo emitió
un pitido.
—Tengo otra
llamada... Lo más probable es que sea Jin Hee —dijo Junsu.
Según lo
último que había oído Jaejoong, Jin Hee estaba en la región de los pantanos
cazando a un vampiro cajún de voz aterciopelada que tenía la mala costumbre de
enemistarse con los ángeles... y de jugar al gato y al ratón con Jin Hee.
— ¿Todavía
sigue en en el país?
—No. El
cajún decidió «darse una vueltecita» por Europa. — Junsu soltó un resoplido
muy poco elegante—. ¿Sabes? Uno de estos días lo va a cabrear de verdad y va a
acabar empalado desnudo en un lugar público, cubierto de azúcar y con un cartel
de «Muérdeme»
colgado del cuello.
—Quiero entradas
para verlo. —Colgó tras oír la risotada de Junsu.
Se frotó la
cara con las manos y decidió que ya era hora de ponerse a trabajar. Tendría que
llevar a cabo aquella caza sí o sí... por tanto, más le valía intentar salir de
una pieza.
Se sacó la
camisa blanca de la cinturilla, se cambió los pantalones negros por unos
vaqueros y abrió el ordenador portátil por segunda vez. Como no le gustaba la
idea de que el Grupo observara todos sus movimientos (a pesar de que eran ellos
los que la habían contratado), abrió el navegador de internet y utilizó un
conocido buscador en lugar de entrar en la base de datos del Gremio.
Luego
tecleó en el cuadro de búsqueda: «Chul Min».
si que es todo un reto para jae espero y todo le resulte bien pues no quiero que muera y espero que junsu no se entere de nada pues corre el riesgo de que si se llegan a enterar de que el sabe lo mataran y a los demás también
ResponderEliminarpero no creo que yunho lastime a jae mas bien quiere permanecer a su lado por que le a de gustar jae a ese hermoso arcangel de yunho
GRACIAS por el capitulo
Wow que control que quiere ejercer yunho en jae
ResponderEliminarAhora si es hora del desafio para jae y que sera lo que ha hecho chul min para ser cazado mmmm
Me gusto que junsu fuera protector con jae
Graciass por el capi :-P
0_= definitivamente Jae se esta metiendo en algo muy peligroso... ademas estará mas que expuesto a ese arcángel que obviamente tiene poderes que él no.
ResponderEliminarSupongo que Yunho deberá ayudarlo de alguna forma no creo que lo deje indefenso :(
Estaba esperando actualización :) gracias
wooo no creo q el tipo al q jae busca sea una dulce paloma q se ha escapado para ser libre debio hacer algo muy malo y jae esta en peligro y ni siquiera puede contar con la ayuda de sus amigos D: espero q yunho busque la manera de protegerlo waaa este es uno de los fics q mas me gusto y me dejo con ganas de mas gracias x continuarlo !!
ResponderEliminarYunho es demasiado imponente da tanto miedo ... Jae como le va ha hacer Jaejoong para rastrear a un arcangel ... si es igual de terrorifico que Yunho .... pobrecillo! Jae es muy inteligente y parece tener un pasado oscuro ... esta muy interesante
ResponderEliminarPero va de ponerse super interesante...quiero leer más...
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