Capítulo 22
Jaejoong continuó caminando hacia los establos, aunque no tenía
idea de hacia a dónde iba. Su mente sólo estaba alerta al hecho de que Yoon Ji
era viuda.
–Jaejoong.
Levantó la vista y logró sonreír a su madre.
– ¿Vas a participar hoy en la cacería?
–Sí–respondió él, perdido el júbilo.
– ¿Qué te pasa?
–Que voy a perder a mi madre, nada más. ¿Sabes que Yunho ha dado
autorización para que te cases con Won Bin?
Chae Young clavó la mirada en su hijo, sin responder ni sonreír.
Poco a poco fue perdiendo el color y cayó en los brazos de su hijo.
– ¡Socorro!–Logró exclamar Jaejoong.
Un joven alto, que estaba a poca distancia, corrió hacia ellos y
levantó al instante a Chae Young.
–A los establos–indicó Jaejoong–, donde no le dé el sol.
Una vez a la sombra, Chae Young empezó a recuperarse casi de
inmediato.
– ¿Estás bien, madre?
Chae Young echó una mirada significativa al joven, quien
comprendió.
–Os dejaré solos–dijo. Y se alejó antes de que Jaejoong pudiera
darle las gracias.
–Yo... no sabía–empezó Chae Young–. Es decir, ignoraba que Lord Yunho
estuviera enterado de mi amor por Won Bin.
Jaejoong contuvo una carcajada.
–Yo le pedí autorización hace algún tiempo, pero él quería
consultar con el rey. La vuestra será una boda poco habitual.
–Y muy pronta–murmuró la madre.
– ¿Muy pronta? ¡Madre!
Chae Young sonrió como el niño sorprendido en una travesura.
–Es cierto. Voy a tener un hijo de él.
Jaejoong cayó en un montón de heno.
– ¿Daremos a luz al mismo tiempo?–Preguntó, asombrado.
–Casi.
Jaejoong se echó a reír.
–Habrá que disponerlo todo cuanto antes, para que el bebé tenga
derecho a un apellido.
– ¡Jaejoong!–Al levantar la vista, Jaejoong vio que Yunho se les
acercaba–. Un hombre ha dicho que tu madre se encontraba mal.
Jaejoong se levantó para tomarlo del brazo.
–Ven. Tenemos que hablar.
Momentos después Yunho meneaba la cabeza, incrédulo.
– ¡Pensar que yo tenía a Won Bin por un hombre sensato!
–Está enamorado. Hombres y mujeres hacen cosas insensatas cuando
están enamorados.
Yunho lo miró a los ojos. El oro brillaba como nunca a la luz del
sol.
–Demasiado bien lo sé.
– ¿Por qué no me has dicho que ella era viuda?–Preguntó Jaejoong en
voz baja.
– ¿Quién?–Preguntó Yunho francamente desconcertado.
– ¡Yoon Ji! ¿Quién, sino?
Él se encogió de hombros.
–No se me ocurrió decírtelo–y sonrió–. Cuando estás cerca de mí
tengo otras ideas.
– ¿Tratas de cambiar de tema?
Él lo sujetó por los hombros, levantándolo.
– ¡Maldición, no soy yo quien vive obsesionado por esa mujer, sino
tú! Si no puedo hacerte razonar, trato de hacerte comprender a sacudidas.
¿Quieres que te sacuda en público?
Pero tuvo que negar con la cabeza, extrañado, porque Jaejoong sonreía
con dulzura.
–Preferiría participar en la cacería. ¿Querrías ayudarme a montar
a caballo?
Yunho lo miró con fijeza por un instante. Después lo depositó en
el suelo, diciéndose que jamás comprendería.
La cacería entusiasmó a Jaejoong, que llevaba a un pequeño halcón
encaramado a la percha de su silla. El ave apresó tres cigüeñas y lo dejó muy
complacido por el resultado de la jornada.
Yunho no tuvo tanta suerte. Cuando apenas había montado, una
doncella le susurró un mensaje al oído. Han Sun deseaba verlo por un asunto
privado, a tres millas de las murallas del castillo; pedía que nadie supiera de
la entrevista, ni siquiera su esposo. A Yunho lo intrigó el mensaje, que no
parecía de su hermano. Abandonó el grupo, en tanto Jaejoong se mantenía muy
concentrado en el vuelo de su halcón. Maldecía a su hermano por lo bajo por
apartarlo de visión tan encantadora. Yunho no se acercó directamente al sitio
indicado, sino que ató a su caballo a cierta distancia y se aproximó con
cautela, espada en mano.
– ¡Yunho!–Exclamó Yoon Ji con una mano contra el seno–. ¡Qué susto
me has dado!
– ¿Dónde está Han Sun?–Preguntó él, mirando a su alrededor con
desconfianza.
–Por favor, Yunho, aparta esa espada. ¡Me asustas!–Yoon Ji
sonreía, pero en sus ojos no se veta temor alguno.
– ¿Has sido tú quien me ha citado aquí, no Han Sun
–Sí. No he encontrado otro modo de tenerte a solas.
Yunho envainó la espada. Aquel sitio era silencioso y discreto,
similar al claro en donde acostumbraban citarse siendo solteros.
–Conque tú también recuerdas aquellos tiempos. Ven, siéntate a mi
lado. Tenemos mucho de qué hablar.
El joven, aún sin desearlo, empezó a compararla con Jaejoong. Yoon
Ji era bonita, sí, pero aquella boquita de labios apretados parecía poco
generosa en Su sonrisa. Sus ojos le recordaron más al hielo que a los zafiros.
Y la combinación de rojo, anaranjado y verde de sus vestiduras resultaba más
chillona que brillante, a diferencia de lo que él recordaba.
– ¿Tanto han cambiado las cosas que tienes que sentarte tan lejos
de mí?
–Sí, en efecto. –Yunho no vio la breve arruga que cruzaba la
pálida frente de la muchacha.
– ¿Todavía estás enfadado conmigo? Te he dicho una y otra vez que me casaron con Kwang Gyu
contra mi voluntad. Pero ahora que soy viuda podremos...
–Yoon Ji–le interrumpió él–, por favor, no sigas hablando así. –Tenía
que decírselo, pero temía hacerla sufrir. Ella era muy suave y delicada,
incapaz de aceptar los dolores de la vida. –No voy a abandonar a Jaejoong, ni
por anulación, ni por divorcio o cualquier otro medio antinatural.
–No... no comprendo. Ahora tenemos la oportunidad.
Él le cubrió una mano con la suya,
–No, no la tenemos.
– ¡Yunho! ¿Qué estás diciendo?
–He llegado a amarlo –fue la simple explicación.
Los ojos de Yoon Ji centellearon por un momento. Luego ella
recobró el dominio de sí.
– ¡Pero dijiste que no te enamorarías! Me prometiste, en el día de tu boda, que jamás llegarías a amarlo.
Yunho estuvo a punto de sonreír ante el recuerdo. Ese día se
habían hecho dos juramentos. El de Jaejoong, no entregarle nada de buen grado.
¡Y qué encantadoramente lo había roto! También él había roto su juramento.
– ¿Olvidas que amenazaste con quitarte la vida? Yo habría hecho y
dicho cualquier cosa con tal de impedírtelo.
– ¿Y ahora ya no te importa lo que haga de mi vida?
– ¡No, no se trata de eso! Sabes que siempre tendrás un sitio en
mi corazón. Fuiste mi primer amor y jamás te olvidaré.
Yoon Ji levantó la vista con los ojos dilatados.
–Por tu manera de hablar se diría que ya he muerto. ¿Acaso él se
ha apoderado de todo tu corazón, sin dejarme nada?
–Ya te he dicho que tienes una parte, Yoon Ji. No hagas esto.
Debes aceptar lo que ha ocurrido.
Yoon Ji sonrió. Sus ojos empezaban a llenarse de lágrimas.
– ¿Debo aceptarlo con la fortaleza de un hombre? Pero soy mujer, Yunho,
una mujer débil y frágil. Aunque tu corazón se haya enfriado para mí, el mío no
hace sino arder más y más cuando te veo. ¿Sabes lo que ha sido estar casada con
Kwang Gyu? Me trataba como a una sierva; me encerraba constantemente en mi
cuarto.
–Yoon Ji...
– ¿Y no adivinas por qué? Porque me había hecho vigilar el día de
tu boda. Sí, cuando estuvimos solos en el jardín, él lo supo. También se enteró
de que habíamos estado a solas en tu tienda. ¿Recuerdas el beso que me diste
con tanto sentimiento, la mañana posterior a la boda?
Yunho asintió, aunque no deseaba oír aquella confesión.
–Durante nuestra vida de casados él nunca dejó de recordarme las
horas que yo te habla dedicado. Pero yo lo soportaba todo de buen grado, casi
con alegría, sabiendo que me amabas. Cada noche solitaria que pasé en vela la
pasé pensando en ti y en tu amor.
–Basta, Yoon Ji.
–Dime–insistió ella en voz baja–, ¿alguna vez has pensado en mí?
–Sí–respondió él con franqueza–, al principio sí. Pero Jaejoong es
un buen hombre, bondadoso y amante. Nunca pensé que me enamoraría de él. Bien
sabes que fue un matrimonio de conveniencia.
Yoon Ji suspiró.
– ¿Qué voy a hacer ahora? Mi corazón es tuyo, como siempre, y
siempre lo será.
–Esto no servirá de nada, Yoon Ji. Entre nosotros todo ha acabado.
Ahora estoy casado y amo a mi esposo. Tu camino y el mío tienen que separarse.
– ¡Qué frío te muestras!–Yoon Ji le tocó el brazo y deslizó la
mano hasta su hombro. –En otros tiempos no eras tan frío.
Yunho recordaba claramente cómo habían hecho el amor. Él, cegado
por su amor hacia ella, creía que cuanto su adorada hacía era lo adecuado.
Ahora, tras varios meses de pasión con Jaejoong, la idea de acostarse con ella
casi le repugnaba. El hecho de que ella no soportara el contacto físico antes
ni después de la cópula... No; con Yoon Ji se trataba de puro sexo, de simple
impulso animal.
Ella vio su expresión, pero no supo interpretarla. Continuó
acariciándolo hasta tocarle el cuello. Entonces Yunho se levantó de inmediato.
Ella hizo lo mismo, pero tomó ese rechazo como señal de su creciente deseo. Se
irguió audazmente contra él, rodeándole el cuello con los brazos.
–Veo que recuerdas–susurró, levantando la cara para el beso.
Él se desasió con suavidad.
–No, Yoon Ji.
La joven lo fulminó con la mirada, apretando los puños a los
costados.
– ¿Tanto te acobarda ese hombre que le tienes miedo?
–No–exclamó Yunho, sorprendido tanto por su razonamiento como por
sus arranques. El enfado no parecía natural en alguien tan dulce.
Yoon Ji comprendió al segundo que había cometido un error al
revelar sus verdaderas emociones. Parpadeó hasta que en sus ojos se formaron
grandes lágrimas como piedras preciosas.
–Esto es el adiós–susurró–. ¿No me vas a dar siquiera un último
beso? No puedes negármelo, después de tanto como nos hemos amado.
¡Era tan delicada y él la había amado tanto! Le enjugó una lágrima
con la punta de un dedo y susurró:
–No, no me privaré de un último beso.
Y la tomó suavemente en sus brazos para besarla con dulzura.
Pero Yoon Ji no buscaba dulzuras. Yunho había olvidado su
violencia. Le hundió la lengua en la boca, haciendo rechinar los dientes contra
sus labios. El no experimentó e ardor inmediato de antes, sino una leve
sensación de disgusto. Quería apartarse de aquella mujer.
–Tengo que irme–dijo, disimulando su repulsión.
Pero Yoon Ji se dio cuenta de que algo estaba muy mal.
Esperaba dominarlo a través de aquel beso, pero no había sido así.
Por el contrario, Yunho parecía más alejado que antes. Ella se mordió la lengua
para acallar sus palabras duras y logró adoptar una expresión debidamente
entristecida, mientras él caminaba por entre los árboles hacia su caballo.
– ¡Maldita sea!–Dijo la mujer con los dientes apretados. ¡Aquel
diablo pelinegro le había robado a su hombre! Al menos, eso creía ella. Yoon Ji
comenzó a sonreír. Tal vez el Kim creía haber conquistado a Yunho hasta el
punto de manejarlo con un solo dedo, pero se equivocaba. Yoon Ji no permitiría
que se la privara de su pertenencia. No; lucharía por lo suyo. Y Yunho era
suyo... o volvería a serlo.
Se había esforzado mucho para llegar adonde ahora estaba: en la corte
del rey, cerca de Yunho; hasta había permitido que se fugara el asesino de su
esposo. Observaría a aquel hombre hasta hallar su punto débil. Entonces
recobraría lo que era suyo. Aunque decidiera después deshacerse de Yunho, esa
decisión tenía que ser suya, no de él.
Yunho volvió deprisa a la cacería. Faltaba desde hacía largo rato;
era de esperar que nadie lo hubiera echado de menos. Elevó una silenciosa
plegaria de gratitud porque Jaejoong no lo hubiera visto besando a Yoon Ji.
Todas las explicaciones del mundo no habrían bastado para apaciguarlo. Pero
todo eso había terminado. Pese a las dificultades, había aclarado todo con Yoon
Ji y ahora estaba libre de ella para siempre.
Yunho vio a su esposo más adelante, balanceando el cebo para atraer
al halcón a su percha. De pronto lo deseó de un modo casi ilimitado. Azuzó a su
cabalgadura y la puso casi al galope para alcanzar a Jaejoong. Entonces se
inclinó hacia adelante y le tiró de las riendas.
– ¿Yunho?–exclamó Jaejoong, aferrándose del pomo de su silla, en
tanto el halcón aleteaba asustado.
Quienes los rodeaban rieron ruidosamente.
– ¿Cuánto hace que se casaron?
–lo suficiente.
Yunho sofrenó a los dos caballos a cierta distancia, en un claro
escondido.
– ¿Has perdido la cabeza, Yunho?–Acusó Jaejoong.
Él desmontó y bajó a Jaejoong de su cabalgadura.
Sin decir una palabra, empezó a besarlo con apetito.
–Estaba pensando en ti–susurró–. Y cuanto más pensaba, más
necesidad de ti sentía.
–Ya me doy cuenta– Jaejoong miró a su alrededor–. Bonito lugar,
¿verdad?
–No podría ser más bonito.
–Sí, podría–respondió él, dejándose besar.
El dulce aire de verano aumentó la pasión, así como la traviesa
idea de estar haciendo algo indebido en un sitio inapropiado. Jaejoong rió como
un niño ante un comentario de Yunho sobre los muchos hijos del rey Yoochun. Él interrumpió
su risa con los labios.
Hicieron el amor como si no se hubieran visto en varios años.
Después permanecieron abrazados, envueltos en la cálida luz del sol y en el
delicado aroma de las flores silvestres.
que bueno que esa fulana ya no tiene control en Yunho y ahora le pertenece todito a Yunho
ResponderEliminarGracias
Todo parece se está acomodando como se debe, pero lo malo es que esa Yoo Ji trama algo, esta obsecionada, espero no le haga daño a Jae o al bebé.
ResponderEliminarAl fin Yunho comprendió cuanto ama a Jae. ❤️
Gracias!!! ❤️💕💞
Medo delo que esa mujer despechada pueda hacer, ojala no haga nada contra el bb.
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