Capitulo 20
En la tienda hacía calor. Yunho no podía dormir. Se levanta para
mirar a Jaejoong, que descansaba apaciblemente con un hombro desnudo sobre las
sábanas de hilo. Él recogió sus ropas en silencio, sonriente ante la silueta
inmóvil de su esposo. Habían pasado buena parte de la noche haciendo el amor y él
estaba exhausto. Pero él no. No, lejos de eso. Amar a Jaejoong parecía encender
en él un fuego insaciable.
Sacó un manto de terciopelo del arcón; después arrancó la sábana
que cubría a Jaejoong y lo envolvió en el manto.
Jaejoong se acurrucó contra su cuerpo como una criatura, sin
despertar, con el sueño de los inocentes. Yunho lo llevó fuera de la tienda;
hizo una señal a los guardias que estaban de custodia y siguió caminando hacia
el bosque. Por fin agachó la cabeza y besó aquella boca, ablandada por el
sueño.
–Yunho–murmuró él.
–Sí, soy Yunho.
Jaejoong sonrió contra su hombro, sin abrir los ojos.
– ¿Adónde me llevas?
El joven rió por lo bajo y lo estrechó contra sí.
– ¿Te interesa?
Jaejoong sonrió un poco más, siempre con los ojos cerrados.
–No, en absoluto–susurró.
Él emitió una carcajada profunda. Lo depositó en la ribera, donde
él comenzó a despertar poco a poco. La frescura del aire, el sonido del agua y
la suavidad de la hierba aumentaban la cualidad de sueño de la situación.
Yunho se sentó junto a él, sin tocarlo.
–Una vez dijiste que habías roto un juramento hecho ante Dios.
¿Qué juramento era ese?
Esperó la respuesta tenso. No habían vuelto a hablar de la
temporada vivida en el castillo de Min Woo, pero Yunho aún deseaba saber qué
cosas le habían pasado allí. Deseaba oírlo negar lo que él sabía cierto. Si
amaba a Min Woo, ¿por qué lo había matado? Y si había acudido a los brazos de
otro, ¿no era por culpa del mismo Yunho? Estaba convencido de que el juramento
en cuestión era el que había hecho ante un sacerdote y cientos de testigos.
La oscuridad disimuló el rubor de Jaejoong. Él ignoraba la
dirección que habían tomado los pensamientos de su esposo. Sólo recordaba que él
había ido a su cama la noche antes de que él partiera hacia la batalla.
– ¿Tan ogro soy que no puedes decírmelo?–Preguntó él en voz baja–.
Dime siquiera esto y no te preguntaré nada más.
Para Jaejoong se trataba de algo íntimo, pero en realidad era
cierto: Yunho no pedía mucho. Había luna llena y la noche era luminosa. Mantuvo
los ojos vueltos a otro lado.
–El día de nuestra boda te hice un juramento y... Falté a él.
Yunho asintió. Era lo que había temido.
–Sé que falté a él cuando fui a tu cama aquella noche–prosiguió
Jaejoong –Pero ese hombre no tenía derecho a decir que no dormíamos juntos.
Esas eran cuestiones nuestras, que nosotros mismos debíamos solucionar.
–No te comprendo, Jaejoong.
Jaejoong levantó la vista, sobresaltado.
–Hablo del juramento. ¿No me has preguntado por eso?–Vio que él
seguía sin comprender–. En el jardín, cuando te vi con...
Se interrumpió y apartó nuevamente la vista. El recuerdo de Yoon
Ji en brazos de Yunho aún era demasiado vívido y más doloroso ahora que
entonces.
Él lo miraba con atención, tratando de recordar. Por fin se echó a
reír por lo bajo. Jaejoong giró hacia él con los ojos echando fuego.
– ¿Te ríes de mí?
–Sí, así es. ¡Qué voto de ignorancia! Cuando lo hiciste eras
virgen. Por lo tanto, no podías conocer los placeres que tendrías en mi cama, e
ignorabas que no podrías prescindir de ellos.
Jaejoong lo fulminó con la mirada y se levantó.
–Eres un hombre vanidoso e insufrible. Te hago una confidencia y
te ríes de mí.
Echó los hombros atrás y, muy envuelto en el manto, se alejó de él
con paso arrogante. Yunho, con una mueca libidinosa, dio un potente tirón al
manto y se lo arrancó.
Jaejoong ahogó un grito, tratando de cubrirse.
– ¿Volverás ahora al campamento?–Lo provocó él, enrollando el
manto de terciopelo para ponérselo detrás de la cabeza.
Jaejoong lo observó. Se había tendido en la hierba y ni siquiera
lo miraba. Conque creía haber ganado, ¿no?
Yunho permaneció quieto, esperando que él volviera a suplicarle
por sus ropas. Aunque oía mucho susurro de follaje entre los arbustos, sonrió
con confianza. Él era demasiado pudoroso para regresar al campamento sin ropas.
Durante un momento reinó el silencio. Después se oyó un rítmico
movimiento de hojas, como si... Yunho se levantó inmediatamente y siguió la
dirección del ruido.
– ¡Oh, pequeño travieso!–Rió, plantándose delante de su esposo.
Jaejoong se había compuesto una túnica muy discreta, hecha con
ramas y hojas. Le sonrió con aire triunfal.
Yunho puso los brazos en jarras.
– ¿Podré algún día ganarte una discusión?
–Probablemente no–respondió Jaejoong, presuntuoso.
Yunho rió con aire demoníaco. Estiró la mano y desgarró aquella
frágil prenda.
– ¿Te parece?–Preguntó, sujetándolo por la cintura para levantarlo.
Las curvas desnudas de su cuerpo se veían plateadas por el claro de luna. Lo
alzó a buena altura, riendo ante su exclamación de miedo–. ¿No te han enseñado
que un buen esposo no discute con su marido?–Bromeó.
Lo sentó en la rama de un árbol, con las rodillas a la altura de
sus ojos.
–Así pareces más interesante que nunca–observó, mirándolo a la
cara con ojos sonrientes. Pero quedó petrificado al ver en ellos un verdadero
terror.
–Jaejoong–susurró–. Me había olvidado de tu miedo. Perdóname.
Tuvo que abrirle las manos para que soltara la rama; tenía los
nudillos blancos. Aún cuando le hubo separado los dedos, fue preciso bajarlo a
tirones de la rama, despellejándole el trasero desnudo contra la corteza.
–Perdóname–susurró una vez más, dejando que se aferrara a él.
Lo llevó otra vez a la orilla y lo envolvió con el manto,
acunándola en su regazo. Su propia estupidez lo enfurecía. ¿Cómo había podido
olvidar algo tan importante como su terrible fobia a las alturas? Le levantó el
mentón para besarlo con dulzura en la boca. De pronto el beso se volvió
apasionado.
–Abrázame–susurró él, desesperado–. No me dejes.
A él le sorprendió la urgencia de su voz.
–No, tesoro, no te dejaré.
Si Jaejoong había sido siempre apasionado, en aquellos momentos
estaba en frenesí, Nunca lo había visto tan agresivo.
–Jaejoong–murmuró él–, mi dulce Jaejoong.
Cayó el manto y su pecho desnudo pujo contra él, insolente,
exigiendo. A Yunho le daba vueltas la cabeza.
– ¿Te dejarás estas prendas–preguntó él, en un susurro
enronquecido, deslizando las manos bajo el tabardo suelto.
Yunho apenas pudo soportar apartarse de su cuerpo por los breves
momentos que requirió para quitarse la ropa. Bastaba quitarse el chaleco y la
camisa, pues no se había molestado en ponerse la ropa interior para salir de la
tienda. Jaejoong lo empujó a tierra y se inclinó sobre él, que permanecía
inmóvil, respirando apenas.
–Ahora eres tú el que parece asustado–rió.
–Lo estoy–los ojos de Yunho chisporroteaban–. ¿Vas a hacer conmigo
tu voluntad?
Las manos de Jaejoong se movían sobre su cuerpo, gozando de su
piel suave y del pecho. Después fueron bajando y bajando. Él ahogó una
exclamación. Sus ojos se habían vuelto negros.
–Haz lo que quieras–dijo ronco–, pero no retires esa mano.
Jaejoong rió gravemente, invadido por una oleada de poder. Él
podía dominarlo. Pero un momento después, al sentir bajo su mano aquella
dureza, comprendió que él tenía igual medida de poder sobre él, estaba
insensato por el deseo. Trepó sobre él y le buscó la boca, hambrienta.
Yunho, inmóvil, le dejó moverse sobre él, pero pronto le fue
imposible mantenerse quieto. Lo tomó por las caderas para guiarlo, con más
dureza, más deprisa. Su fiereza empezaba a igualar la de Jaejoong.
Y entonces estallaron juntos.
–Despierto, locuelo –rió Yunho, dándole una palmada en las
nalgas–. El campamento se está levantando y vendrán a buscarnos.
–Que nos busquen–murmuró él, envolviéndose en el manto.
Yunho se había puesto de pie y lo tenía entre sus tobillos.
Nunca había experimentado una noche como la que acababa de pasar.
¿Quién era aquel esposo suyo? ¿Un adultero? ¿Un hombre que cambiaba de amores
según el viento? ¿O acaso era bueno y amable, como pensaban sus hermanos? De un
modo u otro, era un demonio cuando se trataba de hacer el amor.
– ¿Quieres que llame a tu doncella para que te vista aquí? Joan
tendrá algunos comentarios que hacer, sin duda.
Jaejoong, soñoliento pensó en las burlas de Joan y despertó de
inmediato. Se incorporó para contemplar el río y aspiró profundamente el aire
fresco de la mañana. Cuando se desperezó, bostezando, dejó caer el manto, que
dejó al descubierto un pecho impúdico.
– ¡Por Dios!–Juró Yunho–. Si no te cubres no llegaremos jamás a
Londres y a la Corte del rey.
Jaejoong sonrió provocativo.
–Quizá sea mejor permanecer aquí. La Corte no ha de ser tan
agradable, ciertamente.
–Sin duda–reconoció Yunho. Luego se agachó para envolverse en su
manto y muy suavemente lo levantó en brazos–. Regresemos. Changmin y Taecyeon
partirán hoy y necesito hablar con ellos.
Volvieron a la tienda en silencio. Jaejoong iba acurrucado contra
el hombro de su marido, lamentando que las cosas no pudieran ser siempre así.
Él podía ser bueno y tierno cuando lo deseaba. “Quiera Dios que esto dure entre
nosotros” rogó, “que no volvamos a reñir.”
Una hora después caminaba entre Taecyeon y Changmin, de la mano de
ambos. Formaban un grupo absurdo: dos hombres corpulentos vestidos con gruesas
ropas de viaje y, entre ellos, un muchacho que apenas les llegaba al hombro.
–Os echaré de menos–dijo, estrechándoles las manos–. Me alegra
tener a toda mi familia conmigo, aunque mi madre rara vez se separa de Won Bin.
Taecyeon se echó a reír.
–Me parece advertir celos en esa confesión.
–Sí–confirmó Changmin–. ¿Acaso no te conformas con nosotros?
–Con Yunho, al menos, sí–lo provocó Taecyeon.
Jaejoong rió con las mejillas enrojecidas.
– ¿Alguno de vosotros hace algo que los otros no sepan?
–Pocas veces–reconoció Taecyeon, mirando a su hermano por encima
de la cabeza –. Aunque me gustaría saber dónde ha pasado la noche nuestro
hermanito menor.
–Con Joan–respondió Jaejoong sin pensarlo siquiera.
Los ojos de Taecyeon bailaban de risa. Los de Changmin permanecían
inescrutables, como siempre.
–Me... me di cuenta porque Joan hizo muchos comentarios sobre
él–tartamudeó el joven.
Los hoyuelos de Taecyeon se hicieron más profundos.
–No dejes que Changmin te asuste. Tiene mucha curiosidad por saber
qué dijo esa muchacha.
Jaejoong sonrió.
–Te lo diré la próxima vez que nos veamos. Tal vez así decidas
visitarnos antes de lo que planeabas.
– ¡Bien!–Rió Taecyeon–. Y ahora tenemos que irnos, de veras. En la
Corte no seríamos bien recibidos a menos que pagáramos para entrar. Y yo no
puedo permitirme esos gritos.
–No te dejes engañar–advirtió Changmin a Jaejoong–. Es rico.
–No me dejo engañar por ninguno de los dos. Gracias por haberme
dedicado tanto tiempo y tanto interés. Y gracias por escuchar mis problemas.
– ¿Quieres que lloremos todos en vez de aprovechar la ocasión de
besar a un hombre delicioso?–Protestó el menor.
–Por una vez tienes razón, hermanito–concordó Taecyeon, levantando
a Jaejoong en vilo para plantarle un caluroso beso en la mejilla.
Changmin hizo otro tanto, riéndose de su hermano.
–No sabes tratar a los hombres como Jaejoong –regañó, plantando en
la boca del joven un beso muy poco fraternal
– ¿Qué significa eso, Changmin?–Acusó una mortífera voz.
Jaejoong se separó de su cuñado. Yunho los observaba con ojos
nublados.
Los dos menores intercambiaron una mirada. Era la primera vez que Yunho
daba verdaderas muestras de celos.
–Déjalo en tierra antes de que este hombre te atraviese con la
espada–recomendó Taecyeon.
Changmin retuvo a Jaejoong por un momento más, observándolo.
–Quizá valiera la pena–se lamentó mientras lo depositaba en el
suelo.
–Pronto volveremos a vernos–dijo Taecyeon a su hermano–. Tal vez
podamos reunirnos todos para Navidad. Me gustaría conocer a esa dama escocesa
con quien Han Sun va a casarse.
Yunho apoyó una mano posesiva en el hombro de su esposo y lo
atrajo hacia sí.
–Hasta la Navidad–se despidió.
Sus hermanos montaron a caballo y se alejaron.
–No estás enfadado de verdad, supongo–interrogó Jaejoong.
–No–susurró Yunho–, pero no me ha gustado ver que otro hombre te
tocara, aunque fuera mi propio hermano.
Jaejoong aspiró profundamente.
–Si vienen para Navidad, el bebé ya habrá nacido.
El bebé, pensó Yunho. No decía “mi bebé” ni “nuestro bebé”, sino
sólo “el bebé”. A él no le gustaba pensar en la criatura.
–Ven. Tenemos que levantar el campamento. Ya hemos pasado
demasiado tiempo aquí.
Jaejoong lo siguió, parpadeando para contener las lágrimas. No
mencionaban los días pasados en el castillo de Min Woo ni hablaban del niño.
¿Tenía él que decirle que aquella criatura sólo podía ser de él? ¿Tenía que
rogarle que lo escuchara, que le creyera? Estaba en condiciones de contar los
días y decirle cuánto tiempo de preñez llevaba, pero en cierta ocasión Yunho
había sugerido que él podía haberse acostado con Min Woo durante los festejos
de la boda,
Volvió directamente a la tienda para dar indicaciones a sus
doncellas, que tenían que hacer su equipaje.
Esa noche acamparon temprano. No llevaban prisa por llegar a
Londres, y Yunho disfrutaba del viaje. Comenzaba a sentirse muy a gusto con su esposo.
Con frecuencia conversaban como amigos. Yunho se sorprendió compartiendo con él
secretos de la infancia y revelándole el miedo que había sentido a la muerte de
su padre, al verse con tantas tierras para administrar.
Por fin se sentó ante una mesa, con un registro contable abierto
ante sí. Era preciso anotar y justificar cada penique. El trabajo lo aburría,
pero su mayordomo había caído enfermo y él no confiaba en las cuentas de sus
caballeros.
Tomó un trago de sidra y buscó con la vista a su esposo.
Estaba sentado en un banquillo, junto a la entrada de la tienda,
con un ovillo de lana azul en el regazo. Sus manos luchaban con un par de
largas agujas para tejer, pero cada vez estaba enredando más la labor. Tenía la
cara contraída por el esfuerzo y asomaba la diminuta punta de la lengua entre
los labios. Él volvió la vista a los libros, comprendiendo que aquel esfuerzo
por tejer estaba destinado a complacerlo. Yunho le había dicho con frecuencia
que le desagradaban sus intervenciones en la administración del castillo.
Tuvo que sofocar una carcajada al oírle rezongar contra el ovillo,
murmurando algo por lo bajo.
–Jaejoong–dijo, ya sereno–, tal vez puedas ayudarme, si no te
molesta abandonar por un momento tu labor–. Trató de mantener la seriedad,
mientras él arrojaba de buena gana las agujas contra la tela de la tienda.
Yunho señaló el registro.
–Hemos gastado demasiado en este viaje, pero no sé por qué.
Jaejoong hizo girar el libro hacia él. ¡Por fin algo que le era
comprensible! Deslizó un dedo por las columnas, moviendo los ojos de un lado al
otro. De pronto se detuvo.
– ¡Cinco marcos de pan! ¿Quién ha estado cobrando tanto?
–No sé–reconoció Yunho franco–. Me limito a comerlo. No lo amaso.
– ¡Pues has estado comiendo oro! Me encargaré de eso ahora mismo.
¿Por qué no me lo has mostrado antes?
–Porque creía poder manejar mi propia vida, querido esposo. ¡Ay
del hombre que así piense!
Jaejoong lo miró fijamente.
– ¡Ya ajustaré cuentas con ese panadero!–Aseguró, encaminándose
hacia la salida.
– ¿No quieres llevarte el tejido, por si no encuentras suficiente
en qué ocuparte?
Jaejoong lo miró por encima del hombro y comprendió que era una
broma. Le devolvió la sonrisa y recogió el ovillo para arrojárselo.
–Tal vez seas tú el que tenga que mantenerse ocupado.
Señaló intencionadamente los registros contables y abandonó la
tienda.
Yunho permaneció sentado durante un momento, haciendo girar el
ovillo entre las manos. La tienda estaba demasiado vacía en ausencia de Jaejoong.
Fue hacia la entrada y se reclinó contra el poste para observarlo. Jaejoong
nunca gritaba a los Sirvientes, pero de algún modo los hacía trabajar más que
él. Se encargaba de la comida, el lavado de la ropa y la instalación del
campamento, todo sin dificultad. Nunca parecía nervioso; nadie imaginaba cómo
podía manejar seis cosas al mismo tiempo.
Cuando terminó su conversación con el hombre del pan, este, bajo y
gordo, se retiró sacudiendo la cabeza. Yunho sonrió, divertido; sabía bien cómo
se sentía el panadero. ¿Cuántas veces había perdido una discusión con Jaejoong
pese a tener la razón? Él sabía retorcer las palabras hasta hacer que uno
olvidara sus propias ideas.
La siguió con la vista mientras él caminaba por el campamento. Lo
vio detenerse para probar el guisado y cambiar una palabra con el escudero de Yunho,
que pulía la armadura de su amo. El muchacho le asintió con una sonrisa.
Yunho adivinó que se le había indicado algún pequeño cambio en ese
simple procedimiento. Y el cambio sería para mejor. Era preciso reconocer que
él nunca había viajado ni vivido con tanta comodidad y con tan poco esfuerzo de
su parte. Pensó en las veces que, al
salir de su tienda por la mañana, había pisado un montón de estiércol. Ahora se
habría dicho que Jaejoong no permitía que los desechos llegaran al suelo. Jamás
se había visto un campamento tan limpio.
Jaejoong pareció sentir su mirada y se volvió, sonriente,
apartando la vista de los pollos que inspeccionaba. Yunho sintió un nudo en el
pecho. ¿Qué sentía por él? ¿Importaba acaso que él estuviera embarazado de
otro? Él sólo sabía que lo deseaba.
Cruzó el césped para tomarlo del brazo.
–Entra conmigo.
–Pero debo...
– ¿Quieres que lo hagamos afuera?–Preguntó él, arqueando una ceja.
Jaejoong sonrió, encantado.
–No, creo que no.
Hicieron el amor sin prisa, saboreándose mutuamente hasta que la
pasión aumentó. Eso era lo que más gustaba a Yunho de él: la variedad. Jaejoong
nunca parecía el mismo. Si en una oportunidad se mostraba silencioso y sensual,
en la siguiente sería agresivo y exigente. A veces reía y bromeaba; otras
gustaba de experimentar, casi acrobático. De un modo u otro, a él le encantaba
hacerle el amor. Hasta la idea de tocarlo lo excitaba.
Lo estrechó con fuerza, sepultando la nariz en su cabellera. Jaejoong
se movió contra él como si quisiera acercarse más, lo cual no era posible. Yunho
le dio un beso en el pelo, soñoliento, y se quedó dormido.
–Os estáis enamorando de él–dijo Joan al día siguiente, mientras
lo peinaba.
La luz que atravesaba las paredes de la tienda era suave y llena
de motas. Jaejoong vestía un traje de suave lana verde con cinturón de cuero
trenzado. Hasta las simples ropas de viaje hacían relumbrar su piel. No
necesitaba más joyas que sus ojos.
–Supongo que te refieres a mi esposo.
–Oh, no–replicó la doncella con desparpaja–. Me refiero al hombre
de los pasteles.
– ¿Y cómo... te has dado cuenta?
Joan no respondió.
– ¿No es correcto que una mujer u hombre como yo ame a su esposo?
–Sí, si su amor es correspondido. Pero tened cuidado; no vayáis a
enamoraros tanto que os sintáis destrozado si él os falta.
–Apenas se aparta de mí vista–adujo él en defensa de Yunho.
–Es verdad, pero ¿qué pasará en la Corte? Allá no estaréis solo
con Lord Yunho. Estarán allí las mujeres más bellas de Inglaterra. Cualquier
hombre desviaría la mirada.
– ¡Calla!–Ordenó Jaejoong–. Y ocúpate de mi pelo.
–Sí, mi señor–respondió Joan, burlona.
Durante toda la jornada Jaejoong pensó en las palabras de su
doncella. ¿Acaso empezaba a enamorarse de su esposo? Una vez lo había visto en
brazos de otra. Lo que lo había enfurecido entonces era la falta de respeto
hacia él que eso representaba. Ahora, la idea de verlo con otra le atravesaba
el corazón con pequeños dardos de hielo.
– ¿Te sientes bien, Jaejoong?–Preguntó Yunho desde el caballo
vecino.
–Sí... No.
– ¿Qué te pasa?
–Me preocupa la Corte del rey Yoochun. ¿Hay allá muchas... mujeres
bonitas?
Yunho miró a su hermano por encima de la cabeza de Jaejoong.
– ¿Qué dices tú, Han Sun? ¿Son hermosas las mujeres de la Corte?
Han Sun miró a su cuñado sin sonreír.
–Creo que te quedarás con el propio–dijo serenamente. Y desvió a
su caballo para reunirse con sus hombres.
Jaejoong se volvió hacia Yunho.
–No era mi intención ofenderlo.
–No lo has ofendido. Aunque Han Sun no comenta su preocupación,
siente miedo ante su inminente casamiento. Y no puedo criticarlo. La muchacha
odia a los ingleses y hará de su vida un infierno.
Jaejoong asintió y volvió la vista al camino.
Sólo cuando se detuvieron para cenar pudo él escapar por algunos
momentos. Halló una mata de frambuesas en las márgenes del campamento y se
dedicó a llenar su falda con ellas.
–No deberías estar solo aquí.
Jaejoong ahogó un grito.
–Me has asustado, Han Sun.
–Si yo fuera un enemigo, a estas horas estarías muerto... o
secuestrado para pedir rescate.
Jaejoong lo miró.
– ¿Siempre eres así de sombrío, Han Sun, o es sólo porque te
preocupa esa heredera escocesa?
Han Sun dejó escapar el aliento.
– ¿Tanto se me nota?
–No lo había notado yo, pero sí Yunho. Siéntate un rato conmigo.
¿Te parece que podemos ser totalmente egoístas y comemos todas las frambuesas?
¿Conoces ya a tu escocesa?
–No–dijo Han Sun, metiéndose una fruta caliente de sol en la
boca–. Y todavía no es mía. ¿Sabías que el padre la hizo jefa del clan MacArran
antes de morir?
– ¿Una mujer que hereda por cuenta propia?–Los ojos de Jaejoong
tomaron una expresión lejana.
–Sí–dijo Han Sun disgustado.
Jaejoong se recobró.
–Entonces, ¿no sabes cómo es?
–Oh, sí, lo sé. Estoy seguro de que es pequeña, morena y arrugada
como una piña.
– ¿Es vieja?
–Tal vez sea una piña joven y gorda.
Jaejoong soltó la risa ante aquel aire de fatalidad.
–Qué diferentes sois los cuatro hermanos. Yunho es de genio
rápido, hielo ahora, fuego dentro de un segundo.
Taecyeon, todo risas y bromas. Changmin...
Han Sun le sonrió.
–No trates de explicarme cómo es Changmin. Ese muchacho trata de
poblar a toda Inglaterra con sus hijos.
– ¿Y qué me dices de ti? ¿Qué lugar te corresponde? Eres el
segundo hijo, pero me resultas el menos fácil de conocer.
Han Sun apartó la vista.
–Tampoco era fácil conocerme cuando niño. Changmin y Taecyeon se
tenían entre sí. Yunho se ocupaba de las fincas. Y yo...
–Estabas solo.
Han Sun lo miró atónito.
– ¡Me has embrujado! En pocos momentos te he contado más de mí de
lo que nunca he dicho a nadie.
Los ojos de Jaejoong chisporroteaban.
–Si tu heredera escocesa no te trata bien, házmelo saber y le
arrancaré los dos ojos.
–Esperemos que tenga los dos, para empezar.
Y ambos rompieron en carcajadas.
–Démonos prisa para terminar esta fruta o tendremos que
compartirla. Si no me equivoco, allí viene el Hermano Mayor.
– ¿Es que siempre voy a encontrarte en compañía
masculina?–Protestó Yunho, frunciendo el entrecejo.
– ¿Es que nunca vas a saludarme con algo que no sea una
crítica?–Replicó Jaejoong.
Han Sun resopló de risa.
–Creo que volveré al campamento. –Se inclinó para besar a Jaejoong
en la frente. –Si necesitas ayuda, hermanito, yo también sé arrancar ojos.
Yunho sujetó a su hermano por el brazo.
– ¿A ti también te ha conquistado?
Han Sun miró a su cuñado, que tenía los labios rosados por las frambuesas.
–Pues sí. Si no lo quieres...
Yunho lo miró con desagrado.
–Taecyeon ya lo pidió.
El otro se alejó riendo.
– ¿Por qué te has alejado del campamento?–preguntó
Yunho, sentándose junto a él para tomar un puñado de frambuesas de
su regazo.
–Mañana llegaremos a Londres, ¿no?
–Sí. Los reyes no te asustan, ¿verdad?
–No, ellos no.
– ¿Qué cosa, entonces?
–Las... mujeres de la Corte.
– ¿Estás celoso?–Rió él.
–No sé.
– ¿Dónde encontraría yo tiempo para mujeres cuando tú estás cerca?
Me agotas a tal punto que apenas puedo mantenerme sobre el caballo.
Jaejoong no festejó la broma.
–Sólo una mujer me da miedo. Ya nos ha separado antes. No dejes
que...
La expresión de Yunho se endureció.
–No la menciones. Te he tratado bien y no me entrometo en lo que
hiciste con Min Woo. Pero tú quieres hurgarme el alma.
– ¿Y ella es tu alma?–Preguntó Jaejoong en voz baja.
Yunho lo miró. Ojos cálidos, piel suave y fragante. Las pasadas
noches de pasión le inundaban los recuerdos.
–No me lo preguntes–susurró–. Sólo estoy seguro de una cosa, de
que mi alma no me pertenece.
Lo primero que llamó la atención de Jaejoong, una vez en Londres,
fue el hedor. Creía conocer todos los olores que pueden crear los humanos,
puesto que había pasado veranos en castillos asolados por el calor y el exceso de
población. Pero nada lo había preparado para lo que era Londres. A cada lado de
las calles adoquinadas había alcantarillas abiertas que desbordaban de
desperdicios de todo tipo. Desde cabezas de pescado y hortalizas podridas hasta
el contenido de las bacinillas, todo estaba en la calle. Ratas y cerdos corrían
en libertad, comiendo la basura y esparciéndola por doquier.
Las casas, edificios de madera combinada con piedra, eran de dos o
tres plantas; se apretaban tanto entre sí que apenas dejaban paso al aire y en
absoluto al sol. El horror de Jaejoong debió de notársele en la cara, pues
tanto Yunho como Han Sun se rieron de él.
–Bienvenido a la ciudad de los reyes–dijo Han Sun.
Una vez dentro de los muros, el ruido y el hedor disminuyeron. Un
hombre se hizo cargo de los caballos. En cuanto Yunho hubo ayudado a su esposo
a desmontar, él se volvió para dar órdenes sobre el equipaje, los muebles y las
carretas.
–No–dijo Yunho–. Sin duda el rey ya está enterado de nuestra
llegada. No le gustará que lo hagamos esperar mientras tú pones orden en su
castillo.
– ¿Tengo la ropa limpia? ¿No estoy demasiado arrugado?
Esa mañana Jaejoong se había vestido con esmero; lucía unas
enaguas de seda tostada y un vestido de terciopelo amarillo intenso. Las mangas
largas y colgantes estaban bordeadas de finísima marta rusa. También el borde
de la falda lucia un ancho borde de marta.
–Estás perfecto. Ahora vamos a que el rey te vea.
Jaejoong trató de calmar su corazón palpitante. No sabía qué
esperar del rey, pero ciertamente no lo había imaginado en un salón tan común.
Por todas partes había hombres y mujeres que jugaban al ajedrez o a otros
juegos de salón. Tres mujeres, sentadas en banquillos a los pies de un hombre
apuesto, le escuchaban tocar el salterio. No se veía a ningún hombre que
pudiera ser el rey Yoochun.
Jaejoong quedó atónito cuando Yunho se detuvo ante un hombre poco
atractivo, de edad madura. Se le veía muy cansado. Jaejoong se recobró con
rapidez y le hizo una reverencia. El rey Yoochun le tomó la mano.
–Acercaos a la luz para que pueda veros. He oído muchos
comentarios sobre vuestra belleza. –Se la llevó hacia un lado, abrumándolo con
su estatura, pues medía un metro ochenta. –Sois tan hermoso como me habían
dicho. Acércate, Junsu –llamó el rey–. Voy a presentarte a Jaejoong, el
flamante esposo de Yunho.
Al volverse, Jaejoong vio detrás de sí a un bonito hombre maduro.
Si se había sorprendido al descubrir que aquel hombre era el rey, esta vez no
tuvo duda alguna de que él era su esposo. Se le veía majestuoso y seguro de sí
mismo, al punto de poder mostrarse amable y generoso. Sus ojos expresaban la
bienvenida.
–Majestad–saludó Jaejoong con una reverencia.
Junsu le alargó la mano.
–Conde–dijo–, me alegra mucho que hayáis venido a pasar un tiempo
con nosotros. ¿He dicho algo inconveniente?
Jaejoong sonrió ante aquella sensibilidad.
–Es la primera vez que se me llama “conde”. Ha pasado poco tiempo
desde la muerte de mi padre.
–Sí, ha sido una tragedia, ¿verdad? ¿Y el culpable?
–Ha muerto–respondió Jaejoong con firmeza. Recordaba demasiado
bien la sensación de la espada al hundirse en la columna de Min Woo.
–Venid. Habéis de estar cansado después de tanto viaje.
–No, nada de eso.
Junsu le sonrió con afecto.
–En ese caso, tal vez queráis venir a mis habitaciones para tomar
un poco de vino.
–Sí, Majestad. Me gustaría.
– ¿Me disculpas, Yoochun?
Jaejoong cayó súbitamente en la cuenta de que había dado la
espalda al rey. Se volvió con las mejillas enrojecidas.
–No os preocupéis por mí, criatura–manifestó Yoochun distraído–.
Seguramente Junsu quiere haceros trabajar en los planes para la boda de Arturo,
nuestro hijo mayor.
Jaejoong, sonriente, le hizo una reverencia. Luego siguió a la
reina por las amplias escaleras que llevaban a las habitaciones femeninas del
piso alto.
el Jae es tan lindo y dulce que ya se a ganado el corazón de todos sus cuñados y de seguro a el rey y la reina también así que si Yunho no se pone las pilas y le da todo su amor y cariño hay mas quien están dispuestos a darle todo a Jae
ResponderEliminarGracias
Exactamente, Jae es un amor de hombre, que todos caen rendidos a él.
ResponderEliminarComo me gustaría que esa bruja de Yoo Ji este ahí, pero que no se de cuenta que Yunho la este viendo y que siga como siempre a sido, una prostipirugolfa, para que Yunho se dé cuenta que clase de fichita a idealizado 😆😜.
Gracias!!! ❤️💕💞