jueves, 1 de junio de 2017

Promesa Audaz: Capítulo 23

Capítulo 23

Yoon Ji miró por encima de las cabezas de los muchos hombres que la rodeaban, buscando al joven, esbelto y hermoso que se recostaba contra la pared; tenía una expresión pensativa que ella reconoció como la de un enamorado. Aunque Yoon Ji sonreía con dulzura a uno de sus compañeros, ni siquiera le estaba escuchando. Su mente estaba absorta en aquella tarde en que Yunho le había confesado amar a su esposo. Lo siguió con la vista: tenía a Jaejoong de la mano y lo guiaba por los intrincados pasos de una danza.
A Yoon Ji no le importaba tener a varios jóvenes a sus pies. El hecho es que Yunho la rechazara sólo hacía que lo deseara más aún. Si él hubiera jurado que aún la amaba, tal vez ella habría estudiado alguna de las múltiples propuestas matrimoniales que se le hacían. Pero Yunho la había rechazado y, por lo tanto, ella tenía que conseguirlo. Sólo una cosa estorbaba sus planes, y Yoon Ji proyectaba quitarla de en medio.
El joven miraba a Jaejoong como fascinado, sin quitar los ojos de él. Yoon Ji ya lo había notado durante la cena, pero aquel pelinegro era tan estúpido que ni siquiera detectaba la presencia del admirador; no apartaba los ojos de su marido.
– ¿Me disculpan?–Murmuró pudorosa.
Y despidió a los hombres que la rodeaban para caminar hacia el joven apoyado contra la pared.
–Es encantador, ¿verdad?–Comentó, aunque esas palabras le hacían rechinar los dientes.
–Sí–susurró él. La palabra surgía de su alma misma.
–Es triste ver que un hombre como él sea tan infeliz.
El hombre se volvió a mirarla.
–Pues no parece infeliz.
–No, porque lo disimula muy bien. Pero su infelicidad existe.
– ¿Sois vos Lady Yoon Ji?
–Sí, ¿y vos?
–Alan Fairfax, mi bella condesa–respondió el joven, inclinándose en un besamanos–, a vuestro servicio.
Yoon Ji rió alegremente.
–No soy yo quien necesita de vuestros servicios, sino Jaejoong.
Alan observó nuevamente a los bailarines.
–Es el ser más bello que jamás haya visto–susurró.
Los ojos de Yoon Ji chispearon como vidrio azul.
– ¿Le habéis confesado vuestro amor?
– ¡No!–Respondió él con el ceño fruncido–. Soy caballero y he hecho juramento de honor. Él está casado.
–Sí, lo está, aunque su matrimonio es muy desdichado.
–Pero no parece desdichado–repitió el joven, observando al objeto de sus amores, que miraba a su esposo con mucha calidez.
–Lo conozco desde hace mucho tiempo. En verdad está angustiado. Apenas ayer lloraba, diciéndome que necesita desesperadamente a alguien a quien amar, a alguien que sea dulce y gentil con él.
– ¿Su esposo no lo es?–Alan estaba preocupado.
–Pocos lo saben–Yoon Ji bajó la voz–, pero él le pega con frecuencia.
Alan volvió a observar a Jaejoong.
–No puedo creerlo.
La joven se encogió de hombros.
–No es mi intención echar el chisme a rodar. Él es amigo mío y me gustaría ayudarlo. No pasarán mucho tiempo en la corte. Tenía la esperanza de que mi querido Jaejoong pudiera disfrutar de algún placer antes de marcharse.
Ciertamente Jaejoong era encantador, gracias a su radiante colorido. Su cabellera asomaba bajo un velo de gasa transparente. El tejido plateado de su vestido encerraba curvas abundantes. Pero lo que más llamaba la atención de Alan era la vitalidad que de él parecía emanar.
Miraba a todos, nobles o siervos, con una calma demostrativa de que se interesaba por todos. Nunca reía infantilmente; no coqueteaba ni se fingía tímido. Alan estaba realmente fascinado. Habría dado cualquier cosa por recibir siquiera una mirada de aquellos cálidos ojos.
– ¿Querríais verlo a solas?
Los ojos del muchacho se llenaron de luces.
–Sí, me gustaría.
–Yo me encargaré de eso. Id al jardín y os lo enviaré. Somos grandes amigos y él sabe que puede tenerme confianza. –Yoon Ji se interrumpió y apoyó una mano en el brazo de Alan. –Sin duda estará preocupado por la posibilidad de que su esposo lo descubra. Decidle que él estará conmigo; de ese modo sabrá que no hay peligro de ser descubierto.
Alan asintió. No le disgustaba la idea de pasar un rato con el chico y tenía que aprovechar aquella oportunidad, puesto que el marido rara vez lo perdía de vista.
Jaejoong estaba junto a Yunho, bebiendo sidra fría. El baile le había dado calor; resultaba agradable reclinarse contra la piedra fría para observar a los otros. Se acercó un hombre con un mensaje que transmitió en voz baja, al oído de Yunho. El joven frunció el ceño.
– ¿Malas noticias?–Preguntó él.
–No sé. Alguien necesita verme.
– ¿No sabes quién es?
–No. Estuve hablando con un comerciante de caballos sobre una yegua. Tal vez se trate de eso–él le acarició la mejilla–. Allí está Han Sun. Quédate con él. No tardaré mucho.
– ¡Siempre que pueda abrirme paso entre las mujeres que lo rodean!–Exclamó él, riendo.
–Haz lo que te digo.
–Sí, mi señor–se burló Jaejoong.
Él meneó la cabeza, pero sonreía al alejarse.
Jaejoong fue a reunirse con Han Sun, que tocaba el laúd y cantaba para un grupo de bonitas jóvenes deslumbradas. El mozo había resuelto aprovechar a fondo sus últimos días de libertad.
– ¿Jaejoong?
–Sí–se volvió para encontrarse frente a una doncella desconocida.
–Un hombre os espera en el jardín.
– ¿Un hombre? ¿Mi esposo?
–No lo sé, señor.
Jaejoong sonrió. Sin duda Yunho planeaba alguna travesura bajo el claro de luna.
–Gracias–dijo, abandonando el salón para salir al jardín. Estaba fresco y oscuro. Las sombras secretas revelaban la presencia de varias parejas entrelazadas.
– ¿Jaejoong?
–Sí.
No podía verlo con claridad, pero se trataba de un joven alto y delgado, de ojos brillantes, nariz prominente y labios algo demasiado gruesos.
–Permitidme presentarme. Soy Alan Fairfax, de Lincolnshire.
Jaejoong saludó con una sonrisa, mientras él le besaba la mano.
– ¿Buscáis a alguien?
–Supuse que mi esposo estaría aquí.
–No lo he visto.
– ¿Lo conocéis vos?
El muchacho sonrió, mostrando dientes blancos e iguales.
–Os he observado y sé perfectamente quién os ronda.
Jaejoong lo miró maravillado.
–Muy bellas palabras, señor.
Alan le ofreció el brazo.
– ¿Nos sentamos aquí un momento, mientras esperamos a vuestro esposo?
Jaejoong vacilaba.
–Como veis, el banco está a plena vista. No os pido nada, salvo un poco de conversación para un caballero solitario.
Iluminaba ese banco una antorcha fijada a la pared del jardín. Jaejoong pudo ver con más claridad a su acompañante. Tenía labios sensuales, nariz fina y aristocrática; sus ojos, en la oscuridad, eran casi negros. Le inspiró cautela. El último hombre con quien había conversado así era Min Woo, que lo había llevado al desastre.
–Se os nota intranquilo, señor.
–No estoy habituado a las costumbres de la Corte. He pasado muy poco tiempo en compañía de hombres que no fueran familiares míos.
– ¿Y os gustaría subsanar esa falta?–Lo alentó él.
–No lo había pensado. Cuento con mi esposo y mis cuñados. Con ellos basta.
–Pero en la Corte se puede gozar de mayor libertad. Es aceptable tener muchos amigos, hombres y mujeres. –Alan le tomó la mano. –Me gustaría mucho ser amigo vuestro, señor.
Jaejoong se apartó bruscamente y frunció el entrecejo.
–Tengo que volver al salón, con mi esposo–dijo, levantándose.
Alan también se levantó.
–No tenéis por qué temer. Él está distraído en compañía de vuestra amiga, Yoon Ji.
– ¡No! ¡Me insultáis!
–Por favor, no era esa mi intención–protestó Alan, desconcertado–. ¿Qué he dicho?
¡Conque Yunho estaba con Yoon Ji! Tal vez lo había dispuesto todo para que otro hombre lo mantuviera ocupado pero él no tenía ningún deseo de permanecer con un desconocido.
–Tengo que irme–dijo apresuradamente, girando sobre sus talones.
Yunho le salió al encuentro antes de que llegara al salón.
– ¿Dónde estabas?–Acusó.
–Con mi amante–replicó él, muy sereno –. ¿Y tú?
Él le apretó los brazos con fuerza.
– ¿Te burlas de mí?
–Tal vez.
– ¡Jaejoong!
Jaejoong le clavó una mirada fulminante.
– ¿Verdad que Lady Yoon Ji estaba hoy sumamente encantadora? El paño dorado sentaba bien a su pelo y a sus ojos, ¿no te parece?
Yunho aflojó un poco las manos con una leve sonrisa.
–No reparé en ella. ¿Estás celoso?
– ¿Tengo motivos?
–No Jaejoong, no los tienes. Ya te he dicho que la he apartado de mi vida.
Jaejoong le espetó, burlón:
–Ahora me dirás que tu amor me pertenece.
– ¿Y si así fuera?–Susurró Yunho, con tanta intensidad que Jaejoong casi sintió miedo.
Le palpitaba el corazón, en voz baja, dijo:
–No estoy seguro de creerte.
Tal vez temía que, ante esa declaración, él mismo respondiera con iguales palabras. ¿Y si él las recibía con sorna? ¿Y si ridiculizaba, en brazos de Yoon Ji, lo que para él era cuestión de vida o muerte?
–Ven, entremos. Ya es tarde.
¿Qué había en la voz de Yunho que inspiraba a Jaejoong deseos de reconfortarlo?
* * *
– ¿Te marchas mañana?–Preguntó Yunho, limpiándose el sudor de la frente. Se había estado adiestrando desde el amanecer en la larga liza del rey. Había allí muchos caballeros y escuderos de toda Inglaterra.
–Sí–respondió Han Sun con aire lúgubre–. Me siento como si fuera a mi muerte.
Yunho rió.
–No será tan malo. Mira cómo ha resultado mi casamiento.
–Sí, pero sólo hay un Jaejoong.
Yunho, sonriente, rascó la pesada armadura que llevaba puesta.
–Sí, y es mío.
El hermano le devolvió la sonrisa.
– ¿Eso significa que todo está bien entre vosotros?
–Todo se está arreglando. Él siente celos de Yoon Ji y se pasa la vida acusándome de connivencia con él, pero ya comprenderá.
– ¿Y en cuanto a Yoon Ji?
–Ya no me interesa. Ayer se lo dije.
Han Sun emitió un silbido grave.
– ¿Has dicho a tu Yoon Ji, a quien tanto amabas, que prefieres a otro? En tu lugar temería por mi vida.
–Tal vez por cuenta de Jaejoong, pero no por alguien tan dulce como Yoon Ji.
– ¿Dulce, Yoon Ji? Realmente estás ciego, hermano mío.
Como de costumbre, a Yunho lo enfureció que alguien hablara mal de Yoon Ji.
–No la conoces como yo. Le dolió mucho cuando se lo dije, pero lo aceptó con majestuosidad, como yo esperaba. Si Jaejoong no me hubiera capturado hasta tal punto, aún pensaría en Yoon Ji como posible esposa.
A Han Sun le pareció mejor no hacer comentarios.
–Tengo planeada una espléndida borrachera para esta noche. Me beberé cuanto haya en el castillo. Así me será menos duro conocer a mi famosa prometida. ¿Te gustaría acompañarme? Celebraremos mis últimos momentos de libertad.
Yunho sonrió ante la perspectiva.
–Sí. Aún no hemos celebrado nuestra toma del castillo de Min Woo. Tampoco te he dado las gracias, Han Sun.
El hermano le dio una fuerte palmada en la espalda.
–Ya me devolverás el favor cuando lo necesite.
Yunho frunció el entrecejo.
– ¿Podrías buscarme a un hombre que reemplace a Won Bin?
–Pregúntale a Jaejoong–dijo Han Sun con un chisporroteo en la mirada–. Tal vez él sea capaz hasta de dirigir a tus hombres.
–No se te ocurra sugerirle la idea. Se queja de que aquí no tiene nada que hacer.
–Es culpa tuya, hermano. ¿No lo mantienes ocupado?
– ¡Ándate con cuidado! Tal vez empiece a desear que tu heredera escocesa sea tan fea como la crees.
* * *
Jaejoong estaba sentado en el gran salón, entre un grupo de mujeres. Todas ellas, incluido el rey Junsu, tenían delante bellos bastidores de palo de rosa y bronce. Sus manos volaban diestramente sobre la tela, haciendo correr la seda de hermosos colores. Jaejoong guardaba silencio ante su bordado; se limitaba a mirarlo sin saber qué hacer. Yunho podía seguir con su adiestramiento cuando estaba lejos de casa, pero le había prohibido limpiar el estanque del rey ni sus despensas.
–Creo que el bordado es la más femenina de las artes. ¿No estáis de acuerdo, Majestad?–Dijo Yoon Ji en voz baja.
El rey ni siquiera levantó la vista.
–Tal vez dependa de cada quien. He visto a algunos y algunas que saben usar el arco y no por eso pierden delicadeza; otras, que parecen dulces y desempeñan las artes femeninas a la perfección, pueden ser crueles en su interior.
Jaejoong levantó la vista, sorprendido, pues la joven sentada a su lado había emitido una risita.
– ¿No estáis vos de acuerdo?–Preguntó el rey.
–Oh, sí, Majestad, ciertamente–las dos mujeres intercambiaron una mirada de entendimiento.
Yoon Ji, furiosa por haber sido puesta en su sitio, insistió:
–Pero, ¿creéis que una verdadera mujer desearía usar un arco? No comprendo para qué, si las mujeres estamos siempre bajo la protección de los hombres.
– ¿Acaso una mujer no puede ayudar a su esposo? Cierta vez me interpuse ante una flecha que estaba destinada a mi amado–observó.
Varias de las mujeres ahogaron exclamaciones de horror. Yoon Ji miró con disgusto.
–Pero una verdadera mujer no podría cometer un acto violento. ¿Verdad, Jaejoong? Es decir, una mujer u hombre como tú no puede matar a un hombre, ¿cierto?
Jaejoong bajó la vista a su bastidor en blanco.
Yoon Ji se inclinó hacia adelante.
–Vos no podríais matar a un hombre, ¿verdad, Jaejoong?
– ¡Lady Yoon Ji!–Regañó el rey ásperamente–. ¡Os entrometéis en asuntos que no son de vuestra incumbencia!
–Oh...–Yoon Ji fingió sorpresa. –. No sabía que la destreza de Jaejoong con la espada fuera un secreto. No volveré a mencionarlo.
–No, en efecto–le espetó Junsu–, puesto que ya lo habéis dicho todo.
– ¡Mi señor!–Llamó Joan en voz alta–. Lord Yunho os requiere inmediatamente.
– ¿Algún problema?–preguntó Jaejoong, levantándose apresuradamente.
–No sé–fue la extraña respuesta–. Como vos sabéis, no soporta teneros fuera de su vista mucho tiempo.
Jaejoong le clavó una mirada atónito.
–Apresuraos, que él no esperará.
Jaejoong se contuvo para no reprenderla ante el rey. Se disculpó ante las mujeres, feliz de ver que los ojos de Yoon Ji ardían de furia.
–No sabes mantener tu lugar–observó a su doncella cuando estuvieron lejos.
–Sólo he querido ayudaros. Esa gata iba a haceros pedazos. Vos no podéis enfrentaros a ella.
–No me asusta.
–Pues debería asustaros. Es una mujer malvada.
–Sí, lo sé–concordó Jaejoong–. Y te agradezco que me hayas sacado de allí. Casi prefiero la compañía de Yoon Ji al bordado, pero las dos cosas a la vez son insoportables–suspiró–. Supongo que Yunho no ha mandado por mí, ¿verdad?
– ¿Qué motivos tendría para mandar por vos? ¿No creéis que se complacerá al veros?
Jaejoong frunció el entrecejo.
–Os portáis como un  tonto–agregó la muchacha, arriesgándose a recibir duras reprimendas de su amo –. Ese hombre os desea y vos no os dais cuenta.
Ya a la intensa luz del sol, Jaejoong se olvidó completamente de Yoon Ji. Yunho se estaba lavando, inclinado sobre una gran tina de agua con el torso desnudo. Jaejoong se deslizó en silencio tras él y le mordisqueó el cuello. Un momento después se encontró jadeante, pues su esposo había girado en redondo, arrojándolo en la tina. Ambos quedaron igualmente sorprendidos.
–Jaejoong, ¿te has hecho daño?–Preguntó él, alargando la mano para ayudarlo.
Jaejoong se apartó bruscamente y se limpió el agua de los ojos. Su vestido estaba echado a perder; el terciopelo carmesí había quedado adherido al cuerpo.
–No, pedazo de bruto. ¿Me tomas por un caballo de combate, que me tratas como a un animal? ¿O tal vez crees que soy tu escudero?
Apoyó la mano en el borde de la tina para salir de ella, pero se le resbaló un pie y volvió a caer. Al levantar la vista hacia Yunho ahogó una protesta: tenía los brazos cruzados y una sonrisa que le cruzaba la cara.
– ¡Te estás riendo de mí!–Siseó él, enfurecido –. ¿Cómo te atreves?
Él lo tomó por los hombros y sacó del agua su cuerpo chorreante.
– ¿Puedo pedir disculpas? Desde el episodio de Min Woo no estoy muy sereno. Tardé demasiado en reconocer tu mordisco como muestra de cariño. No deberías acercarte a mí tan subrepticiamente.
–No volverá a ocurrir, desde luego–replicó él, mohíno.
–No conozco a alguien más, querido esposo mío, que parezca tan tentador colgado sobre una tina. Hasta me gustaría dejarte caer en ella otra vez.
– ¡No te atrevas!
Muy sonriente, Yunho lo bajó poco a poco hasta que la punta de sus pies rozó el agua.
– ¡Yunho!–Gritó él, medio suplicante.
Él lo estrechó contra sí, pero el contacto con su cuerpo frío lo hizo aspirar bruscamente.
–Te lo mereces–rió él–. Espero que te congeles.
– ¿Contigo cerca? Lo dudo. –Lo alzó en brazos y añadió:–Iremos a nuestro cuarto para que te quites esa ropa mojada.
–Yunho, no pensarás...
–Pensar, cuando te tengo en los brazos, es una pérdida de tiempo. Si no quieres llamar la atención, guarda silencio y déjame hacer.
– ¿Y de lo contrario?
Él le frotó la cara mojada con la mejilla.
–Verás que esos lindos mofletes tuyos se ponen muy rojos.
– ¿Conque estoy cautivo?
–Sí–respondió él con firmeza.
Y lo llevó escaleras arriba.
El rey Junsu caminaba junto a su esposo. Se detuvieron al ver que Yunho acababa de arrojar a Jaejoong al agua. El rey Junsu hizo ademán de acudir en defensa del a muchacho, pero Yoochun se lo impidió.
–Mira esos juegos de amor. Me agrada ver a una pareja tan enamorada. No ocurre con frecuencia que un matrimonio por intereses se resuelva en tanta felicidad.
Junsu suspiró.
–Me alegra ver que se aman. No estaba seguro de que hubiera amor ahí. Lady Yoon Ji parece pensar que Jaejoong no es buena pareja para Lord Yunho.
– ¿Lady Yoon Ji?–Inquirió el rey–. ¿Esa mujer rubia?
–Sí, la viuda de Kwang Gyu.
Yoochun asintió.
–Me gustaría verla casada cuanto antes. La he estado observando, juega con los hombres como el gato con un ratón. Da la impresión de interesarse por uno y, al momento siguiente, por otro distinto. Ellos se enamoran de su belleza y soportan cualquier cosa. No me gustaría que acabaran liándose a golpes. Pero ¿en qué se relaciona esa mujer con Lord Yunho y su encantador esposo?
–No estoy seguro–respondió Junsu–. Se rumorea que, en otros tiempos, Yunho estuvo muy enamorado de Lady Yoon Ji.
Yoochun señaló al joven con la cabeza. En ese momento Yunho se llevaba a su esposo en brazos.
–Pues ya no es así, como cualquiera puede notar.
–Tal vez no cualquiera. Lady Yoon Ji provoca constantemente a su rival.
–Debemos poner fin a esta situación.
–No–Junsu puso una mano en el brazo de su marido–. No podemos dar órdenes. Creo que sólo conseguiríamos enfurecer aún más a Yoon Ji, y ella es el tipo de mujer que busca el modo de expresarse a voluntad, cualesquiera sean las órdenes recibidas. En mi opinión, lo mejor es tu idea de casarla. ¿Podrás hallarle esposo?
Yoochun siguió con la vista a Yunho, que llevaba a su esposo hacia la casa solariega, bromeando y haciéndole cosquillas; las risas de Jaejoong resonaban por todo el patio.
–Sí, le buscaré esposo cuanto antes. No quiero que nada se interponga entre esos dos.
–Eres bueno–dijo Junsu, sonriéndole.
Él rió entre dientes.
–Sólo para unos pocos, querido mío. Pregunta a los franceses quién es buen rey y quién no.
Él descartó el tema con un gesto de la mano.
–Eres demasiado blando, demasiado bueno para con ellos.
Yoochun se inclinó para besarlo en la frente.
–Si yo fuera el rey francés, dirías lo mismo del inglés.
Él le sonrió con amor. El monarca, riendo, le estrechó el brazo.
Había otra persona muy interesada en el juego de los Jung. Alan Fairfax había hecho ademán de adelantarse, con la mano en la empuñadura de la espada, al ver que Yunho arrojaba a Jaejoong en la tina. Después miró a su alrededor con aire culpable. Cualquier hombre podía tratar a su esposo como deseara sin que él tuviera derecho a intervenir.
De inmediato presenció la preocupación de Yunho por el muchacho. Le vio sacarlo del agua, abrazarlo y darle un beso. ¡Esa no era la conducta de un hombre que castigara a su esposo! Arrugó el ceño al comprender que había hecho el tonto. Al entrar en la casa solariega, encontró a Yoon Ji cruzando el salón grande.
–Querría cambiar con vos unas palabras, señora–dijo, sujetándola por el brazo.
Ella ahogó una exclamación ante el dolor, pero sonrió.
–Por supuesto, Sir Alan. Podéis disponer de mi tiempo a voluntad.
Él la llevó a un costado, hacia la sombra.
–Vos me habéis utilizado y eso no me gusta.
– ¿Que os he utilizado? Por favor, decidme de qué manera, señor.
–No finjáis ante mí timidez virginal. Sé de los hombres que frecuentan vuestro lecho. No os falta inteligencia, sin duda, y me habéis manipulado para vuestros propios fines.
– ¡Si no me soltáis, voy a gritar!
Él le clavó los dedos con más fuerza.
– ¿Acaso no os gusto, mi señora? Dicen mis amigos que no hacéis ascos al dolor.
Yoon Ji lo fulminó con la mirada.
– ¿Qué estáis tratando de insinuar?
–Que no me gusta ser utilizado. Vuestras mentiras, señora, han podido causar grandes problemas a Jaejoong...y yo habría sido la causa.
– ¿No dijisteis que deseabais pasar un momento a solas con él? No hice más que proporcionaros la oportunidad.
– ¡Mediante trampas! Él es un hombre honrado y feliz en su matrimonio. Yo no soy un villano capaz de recurrir a la violación.
–Pero lo deseáis, ¿no?–Yoon Ji sonreía.
Él la soltó apresuradamente.
– ¿Cómo no desearla? Es bello.
–No–siseó Yoon Ji–. No es tan bello como...
Y se interrumpió.
Alan sonrió.
– ¿Cómo vos, Lady Yoon Ji? No, eso es un error. Llevo varios días observando a Jaejoong y he llegado a conocerlo. No sólo es bello en su exterior, sino también interiormente. Cuando sea anciano y haya perdido su encanto, seguirá gozando de amor. Vos, en cambio, sois bella sólo por fuera. Si se os quitara esa hermosura, quedaría una mujer quejosa, de mente perversa e inclinación cruel.
– ¡Os odio por esto!–Aseguró Yoon Ji con voz mortífera.
–Algún día, cada segundo que hayáis pasado odiando se os notará en la cara–apuntó Alan con calma–. No importa qué sintáis por mí, pero no creáis que podréis volver a utilizarme.
Le volvió la espalda y la dejó sola.
Yoon Ji siguió con la vista la silueta que se alejaba. Pero su deseo de venganza era contra Jaejoong antes que contra Alan.
Aquel hombre era la causa de todos sus problemas. Nada había sido como antes desde el casamiento de Yunho con aquel. Y ahora ella se veía insultada por un apuesto mozo por las crueldades de ese Kim. Yoon Ji redobló su decisión de poner fin a un matrimonio que le parecía erróneo.
–Mi dulce Jaejoong, quédate en la cama–murmuró Yunho contra su mejilla soñolienta–. Necesitas descanso. Además, el agua puede haberte provocado un resfriado.
Jaejoong no respondió. Estaba saciado por el acto de amor. Se sentía adormecido y lánguido. Él volvió a restregarle la nariz contra el cuello y se vistió deprisa, sin dejar de observarlo. Cuando estuvo vestido, se despidió con una sonrisa, lo besó en la mejilla y abandonó la habitación.
Han Sun se cruzó con él al pie de la escalera.
– ¡No puedo dar un paso sin oír nuevos rumores sobre ti!
– ¿Qué pasa ahora?–Preguntó Yunho, suspicaz.
–Se dice que castigas a tu esposo, lo arrojas en las tinas de agua y luego lo exhibes ante todo el mundo.
Yunho sonrió.
–Todo eso es cierto.
Han Sun le devolvió la sonrisa.
–Ahora nos entendemos. Supuse que no sabías tratar a tu esposo. ¿Él duerme?
–Sí. No bajará hasta mañana–Yunho arqueó una ceja–. Suponía que tendrías ya un tonel de vino preparado.
–En efecto–repuso su hermano, muy sonriente–. No quería que te sintieras disminuido al verme beber el doble que tú.
– ¿El doble tú, mi hermano menor?–Resopló Yunho–. ¿No sabes que me emborraché por primera vez antes de que tú nacieras?
– ¡No te creo!
–Es cierto. Te contaré la historia, aunque es muy larga.
Han Sun le dio una palmada en la espalda.
–Disponemos de toda la noche. Será por la mañana cuando nos arrepintamos de lo hecho.
Yunho rió entre dientes.
–Tú te arrepentirás con tu fea novia escocesa, pero yo depositaré mi fatigada cabeza en el regazo de mi bello esposo, para permitirle gentilmente que me mime.
Han Sun emitió un gruñido de dolor.
– ¡Qué cruel eres!
Para ambos hermanos, aquella noche fue un momento especial de reencuentro. Celebraron la victoria sobre Min Woo y la buena suerte de Yunho en el matrimonio; se lamentaron juntos por la próxima boda de Han Sun.
–Si me desobedece, la devolveré a su familia–aseguró el novio.
El vino era tan malo que tenían que filtrarlo por entre los dientes, pero ninguno de los dos cayó en la cuenta.
– ¡Dos esposos desobedientes!–Exclamó Yunho con voz gangosa, levantando su jarrito–. Si Jaejoong me obedeciera, yo pensaría que algún demonio se habría apoderado de su mente.
– ¿Dejando sólo su cuerpo?–Sugirió Han Sun lujurioso.
–Te retaré a duelo por esa sugerencia–protestó Yunho, buscando torpemente la espada.
–Él no me aceptaría–se lamentó Han Sun, volviendo a llenar su jarro.
– ¿Tú crees? Pues parecía muy contento con Min Woo –Yunho había pasado de la felicidad a la tristeza en cuestión de segundos, como sólo ocurre con los borrachos.
– ¡Pero si odiaba a ese hombre!
– ¡Y está embarazado de él!–Exclamó el mayor, como un niñeo a punto de llorar.
– ¡No tienes sesos, hermano! El niño es tuyo, no de Min Woo.
–No te creo.
–Es cierto. Me lo dijo él.
Yunho, sentado a la sólida mesa, guardó silencio durante un instante. Luego quiso levantarse, pero la cabeza le daba vueltas.
– ¿Estás seguro? ¿Por qué no me lo dijo?
–Dijo que prefería reservar alguna cosa para sí mismo.
Yunho se dejó caer en la silla.
– ¿Y mi hijo es “alguna cosa”, nada más?
–No. No comprendes.
– ¿Tú sí?–Se indignó el mayor.
Han Sun volvió a llenarle el jarro.
–No más que tú, sin duda. Tal vez menos, si fuera posible. Taecyeon podría explicarte mejor que yo lo que Jaejoong quiso expresar. Dijo que tú ya tenías a Yoon Ji y las tierras de Kim; por eso no quería darte más.
Yunho se levantó con la cara ennegrecida De pronto recobró la serenidad y volvió a sentarse, con una leve sonrisa.
–Conque es un brujo, ¿eh? Mueve sus caderas delante de mí hasta volverme loco de deseo. Me maldice cuando cambio una palabra con otra mujer.
–Otra mujer a la que tú mismo admitiste amar.
Yunho hizo un gesto, como restando importancia a aquello.
–Pero él tiene la llave que abre todos los secretos y puede liberamos de la tensión que nos acosa.
–No veo renuencia de tu parte–observó Han Sun.
Yunho rió entre dientes.
–No, de mi parte ninguna, pero he sentido cierta renuencia a... a imponerme a él. Supuse que Min Woo significaba algo para él.
–Sólo un medio para salvar tu desagradecido pellejo.
Yunho sonrió.
–Pásame el vino. Esta noche tenemos mucho por qué brindar, aparte de tu princesa escocesa.
Han Sun se apoderó de la jarra antes de que Yunho pudiera tocarla.
–Eres cruel, hermano.
–Lo aprendí de mi esposo.

Yunho sonrió y volvió a llenar su jarrito.

4 comentarios:

  1. Yunho es afortunado por tener a Jae y ahora lo sera mas pues ya se a enterado que el es el padre de el hijo de Jae
    Gracias

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  2. Tanta felicidad me asusta,mientras esa bruja este suelta.....gracias

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  3. Ya que el rey le encuentre un esposo a esa bruja y que se lo lleve lejos, pero muy lejos 🤔🤪🙄😁🤣

    Gracias!!! ❤️💕💞

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  4. Por favor ve a tu cuarto, tengo miedo de que esa mala mujer vaya a hacer daño a JJ.

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