Capítulo 23
Yoon Ji miró por encima de las cabezas de los muchos hombres que
la rodeaban, buscando al joven, esbelto y hermoso que se recostaba contra la
pared; tenía una expresión pensativa que ella reconoció como la de un
enamorado. Aunque Yoon Ji sonreía con dulzura a uno de sus compañeros, ni
siquiera le estaba escuchando. Su mente estaba absorta en aquella tarde en que Yunho
le había confesado amar a su esposo. Lo siguió con la vista: tenía a Jaejoong
de la mano y lo guiaba por los intrincados pasos de una danza.
A Yoon Ji no le importaba tener a varios jóvenes a sus pies. El
hecho es que Yunho la rechazara sólo hacía que lo deseara más aún. Si él
hubiera jurado que aún la amaba, tal vez ella habría estudiado alguna de las
múltiples propuestas matrimoniales que se le hacían. Pero Yunho la había
rechazado y, por lo tanto, ella tenía que conseguirlo. Sólo una cosa estorbaba
sus planes, y Yoon Ji proyectaba quitarla de en medio.
El joven miraba a Jaejoong como fascinado, sin quitar los ojos de
él. Yoon Ji ya lo había notado durante la cena, pero aquel pelinegro era tan
estúpido que ni siquiera detectaba la presencia del admirador; no apartaba los
ojos de su marido.
– ¿Me disculpan?–Murmuró pudorosa.
Y despidió a los hombres que la rodeaban para caminar hacia el
joven apoyado contra la pared.
–Es encantador, ¿verdad?–Comentó, aunque esas palabras le hacían
rechinar los dientes.
–Sí–susurró él. La palabra surgía de su alma misma.
–Es triste ver que un hombre como él sea tan infeliz.
El hombre se volvió a mirarla.
–Pues no parece infeliz.
–No, porque lo disimula muy bien. Pero su infelicidad existe.
– ¿Sois vos Lady Yoon Ji?
–Sí, ¿y vos?
–Alan Fairfax, mi bella condesa–respondió el joven, inclinándose
en un besamanos–, a vuestro servicio.
Yoon Ji rió alegremente.
–No soy yo quien necesita de vuestros servicios, sino Jaejoong.
Alan observó nuevamente a los bailarines.
–Es el ser más bello que jamás haya visto–susurró.
Los ojos de Yoon Ji chispearon como vidrio azul.
– ¿Le habéis confesado vuestro amor?
– ¡No!–Respondió él con el ceño fruncido–. Soy caballero y he
hecho juramento de honor. Él está casado.
–Sí, lo está, aunque su matrimonio es muy desdichado.
–Pero no parece desdichado–repitió el joven, observando al objeto
de sus amores, que miraba a su esposo con mucha calidez.
–Lo conozco desde hace mucho tiempo. En verdad está angustiado.
Apenas ayer lloraba, diciéndome que necesita desesperadamente a alguien a quien
amar, a alguien que sea dulce y gentil con él.
– ¿Su esposo no lo es?–Alan estaba preocupado.
–Pocos lo saben–Yoon Ji bajó la voz–, pero él le pega con
frecuencia.
Alan volvió a observar a Jaejoong.
–No puedo creerlo.
La joven se encogió de hombros.
–No es mi intención echar el chisme a rodar. Él es amigo mío y me
gustaría ayudarlo. No pasarán mucho tiempo en la corte. Tenía la esperanza de
que mi querido Jaejoong pudiera disfrutar de algún placer antes de marcharse.
Ciertamente Jaejoong era encantador, gracias a su radiante
colorido. Su cabellera asomaba bajo un velo de gasa transparente. El tejido
plateado de su vestido encerraba curvas abundantes. Pero lo que más llamaba la
atención de Alan era la vitalidad que de él parecía emanar.
Miraba a todos, nobles o siervos, con una calma demostrativa de
que se interesaba por todos. Nunca reía infantilmente; no coqueteaba ni se
fingía tímido. Alan estaba realmente fascinado. Habría dado cualquier cosa por
recibir siquiera una mirada de aquellos cálidos ojos.
– ¿Querríais verlo a solas?
Los ojos del muchacho se llenaron de luces.
–Sí, me gustaría.
–Yo me encargaré de eso. Id al jardín y os lo enviaré. Somos
grandes amigos y él sabe que puede tenerme confianza. –Yoon Ji se interrumpió y
apoyó una mano en el brazo de Alan. –Sin duda estará preocupado por la
posibilidad de que su esposo lo descubra. Decidle que él estará conmigo; de ese
modo sabrá que no hay peligro de ser descubierto.
Alan asintió. No le disgustaba la idea de pasar un rato con el
chico y tenía que aprovechar aquella oportunidad, puesto que el marido rara vez
lo perdía de vista.
Jaejoong estaba junto a Yunho, bebiendo sidra fría. El baile le
había dado calor; resultaba agradable reclinarse contra la piedra fría para
observar a los otros. Se acercó un hombre con un mensaje que transmitió en voz
baja, al oído de Yunho. El joven frunció el ceño.
– ¿Malas noticias?–Preguntó él.
–No sé. Alguien necesita verme.
– ¿No sabes quién es?
–No. Estuve hablando con un comerciante de caballos sobre una
yegua. Tal vez se trate de eso–él le acarició la mejilla–. Allí está Han Sun.
Quédate con él. No tardaré mucho.
– ¡Siempre que pueda abrirme paso entre las mujeres que lo
rodean!–Exclamó él, riendo.
–Haz lo que te digo.
–Sí, mi señor–se burló Jaejoong.
Él meneó la cabeza, pero sonreía al alejarse.
Jaejoong fue a reunirse con Han Sun, que tocaba el laúd y cantaba
para un grupo de bonitas jóvenes deslumbradas. El mozo había resuelto
aprovechar a fondo sus últimos días de libertad.
– ¿Jaejoong?
–Sí–se volvió para encontrarse frente a una doncella desconocida.
–Un hombre os espera en el jardín.
– ¿Un hombre? ¿Mi esposo?
–No lo sé, señor.
Jaejoong sonrió. Sin duda Yunho planeaba alguna travesura bajo el
claro de luna.
–Gracias–dijo, abandonando el salón para salir al jardín. Estaba
fresco y oscuro. Las sombras secretas revelaban la presencia de varias parejas
entrelazadas.
– ¿Jaejoong?
–Sí.
No podía verlo con claridad, pero se trataba de un joven alto y
delgado, de ojos brillantes, nariz prominente y labios algo demasiado gruesos.
–Permitidme presentarme. Soy Alan Fairfax, de Lincolnshire.
Jaejoong saludó con una sonrisa, mientras él le besaba la mano.
– ¿Buscáis a alguien?
–Supuse que mi esposo estaría aquí.
–No lo he visto.
– ¿Lo conocéis vos?
El muchacho sonrió, mostrando dientes blancos e iguales.
–Os he observado y sé perfectamente quién os ronda.
Jaejoong lo miró maravillado.
–Muy bellas palabras, señor.
Alan le ofreció el brazo.
– ¿Nos sentamos aquí un momento, mientras esperamos a vuestro
esposo?
Jaejoong vacilaba.
–Como veis, el banco está a plena vista. No os pido nada, salvo un
poco de conversación para un caballero solitario.
Iluminaba ese banco una antorcha fijada a la pared del jardín. Jaejoong
pudo ver con más claridad a su acompañante. Tenía labios sensuales, nariz fina
y aristocrática; sus ojos, en la oscuridad, eran casi negros. Le inspiró
cautela. El último hombre con quien había conversado así era Min Woo, que lo
había llevado al desastre.
–Se os nota intranquilo, señor.
–No estoy habituado a las costumbres de la Corte. He pasado muy
poco tiempo en compañía de hombres que no fueran familiares míos.
– ¿Y os gustaría subsanar esa falta?–Lo alentó él.
–No lo había pensado. Cuento con mi esposo y mis cuñados. Con
ellos basta.
–Pero en la Corte se puede gozar de mayor libertad. Es aceptable
tener muchos amigos, hombres y mujeres. –Alan le tomó la mano. –Me gustaría
mucho ser amigo vuestro, señor.
Jaejoong se apartó bruscamente y frunció el entrecejo.
–Tengo que volver al salón, con mi esposo–dijo, levantándose.
Alan también se levantó.
–No tenéis por qué temer. Él está distraído en compañía de vuestra
amiga, Yoon Ji.
– ¡No! ¡Me insultáis!
–Por favor, no era esa mi intención–protestó Alan, desconcertado–.
¿Qué he dicho?
¡Conque Yunho estaba con Yoon Ji! Tal vez lo había dispuesto todo
para que otro hombre lo mantuviera ocupado pero él no tenía ningún deseo de
permanecer con un desconocido.
–Tengo que irme–dijo apresuradamente, girando sobre sus talones.
Yunho le salió al encuentro antes de que llegara al salón.
– ¿Dónde estabas?–Acusó.
–Con mi amante–replicó él, muy sereno –. ¿Y tú?
Él le apretó los brazos con fuerza.
– ¿Te burlas de mí?
–Tal vez.
– ¡Jaejoong!
Jaejoong le clavó una mirada fulminante.
– ¿Verdad que Lady Yoon Ji estaba hoy sumamente encantadora? El
paño dorado sentaba bien a su pelo y a sus ojos, ¿no te parece?
Yunho aflojó un poco las manos con una leve sonrisa.
–No reparé en ella. ¿Estás celoso?
– ¿Tengo motivos?
–No Jaejoong, no los tienes. Ya te he dicho que la he apartado de
mi vida.
Jaejoong le espetó, burlón:
–Ahora me dirás que tu amor me pertenece.
– ¿Y si así fuera?–Susurró Yunho, con tanta intensidad que Jaejoong
casi sintió miedo.
Le palpitaba el corazón, en voz baja, dijo:
–No estoy seguro de creerte.
Tal vez temía que, ante esa declaración, él mismo respondiera con
iguales palabras. ¿Y si él las recibía con sorna? ¿Y si ridiculizaba, en brazos
de Yoon Ji, lo que para él era cuestión de vida o muerte?
–Ven, entremos. Ya es tarde.
¿Qué había en la voz de Yunho que inspiraba a Jaejoong deseos de
reconfortarlo?
* * *
– ¿Te marchas mañana?–Preguntó Yunho, limpiándose el sudor de la
frente. Se había estado adiestrando desde el amanecer en la larga liza del rey.
Había allí muchos caballeros y escuderos de toda Inglaterra.
–Sí–respondió Han Sun con aire lúgubre–. Me siento como si fuera a
mi muerte.
Yunho rió.
–No será tan malo. Mira cómo ha resultado mi casamiento.
–Sí, pero sólo hay un Jaejoong.
Yunho, sonriente, rascó la pesada armadura que llevaba puesta.
–Sí, y es mío.
El hermano le devolvió la sonrisa.
– ¿Eso significa que todo está bien entre vosotros?
–Todo se está arreglando. Él siente celos de Yoon Ji y se pasa la
vida acusándome de connivencia con él, pero ya comprenderá.
– ¿Y en cuanto a Yoon Ji?
–Ya no me interesa. Ayer se lo dije.
Han Sun emitió un silbido grave.
– ¿Has dicho a tu Yoon Ji, a quien tanto amabas, que prefieres a
otro? En tu lugar temería por mi vida.
–Tal vez por cuenta de Jaejoong, pero no por alguien tan dulce
como Yoon Ji.
– ¿Dulce, Yoon Ji? Realmente estás ciego, hermano
mío.
Como de costumbre, a Yunho lo enfureció que alguien hablara mal de
Yoon Ji.
–No la conoces como yo. Le dolió mucho cuando se lo dije, pero lo
aceptó con majestuosidad, como yo esperaba. Si Jaejoong no me hubiera capturado
hasta tal punto, aún pensaría en Yoon Ji como posible esposa.
A Han Sun le pareció mejor no hacer comentarios.
–Tengo planeada una espléndida borrachera para esta noche. Me
beberé cuanto haya en el castillo. Así me será menos duro conocer a mi famosa
prometida. ¿Te gustaría acompañarme? Celebraremos mis últimos momentos de
libertad.
Yunho sonrió ante la perspectiva.
–Sí. Aún no hemos celebrado nuestra toma del castillo de Min Woo.
Tampoco te he dado las gracias, Han Sun.
El hermano le dio una fuerte palmada en la espalda.
–Ya me devolverás el favor cuando lo necesite.
Yunho frunció el entrecejo.
– ¿Podrías buscarme a un hombre que reemplace a Won Bin?
–Pregúntale a Jaejoong–dijo Han Sun con un chisporroteo en la
mirada–. Tal vez él sea capaz hasta de dirigir a tus hombres.
–No se te ocurra sugerirle la idea. Se queja de que aquí no tiene
nada que hacer.
–Es culpa tuya, hermano. ¿No lo mantienes ocupado?
– ¡Ándate con cuidado! Tal vez empiece a desear que tu heredera
escocesa sea tan fea como la crees.
* * *
Jaejoong estaba sentado en el gran salón, entre un grupo de
mujeres. Todas ellas, incluido el rey Junsu, tenían delante bellos bastidores
de palo de rosa y bronce. Sus manos volaban diestramente sobre la tela,
haciendo correr la seda de hermosos colores. Jaejoong guardaba silencio ante su
bordado; se limitaba a mirarlo sin saber qué hacer. Yunho podía seguir con su
adiestramiento cuando estaba lejos de casa, pero le había prohibido limpiar el
estanque del rey ni sus despensas.
–Creo que el bordado es la más femenina de las artes. ¿No estáis
de acuerdo, Majestad?–Dijo Yoon Ji en voz baja.
El rey ni siquiera levantó la vista.
–Tal vez dependa de cada quien. He visto a algunos y algunas que
saben usar el arco y no por eso pierden delicadeza; otras, que parecen dulces y
desempeñan las artes femeninas a la perfección, pueden ser crueles en su
interior.
Jaejoong levantó la vista, sorprendido, pues la joven sentada a su
lado había emitido una risita.
– ¿No estáis vos de acuerdo?–Preguntó el rey.
–Oh, sí, Majestad, ciertamente–las dos mujeres intercambiaron una
mirada de entendimiento.
Yoon Ji, furiosa por haber sido puesta en su sitio, insistió:
–Pero, ¿creéis que una verdadera mujer desearía usar un arco? No
comprendo para qué, si las mujeres estamos siempre bajo la protección de los
hombres.
– ¿Acaso una mujer no puede ayudar a su esposo? Cierta vez me interpuse
ante una flecha que estaba destinada a mi amado–observó.
Varias de las mujeres ahogaron exclamaciones de horror. Yoon Ji
miró con disgusto.
–Pero una verdadera mujer no podría cometer un acto violento.
¿Verdad, Jaejoong? Es decir, una mujer u hombre como tú no puede matar a un
hombre, ¿cierto?
Jaejoong bajó la vista a su bastidor en blanco.
Yoon Ji se inclinó hacia adelante.
–Vos no podríais matar a un hombre, ¿verdad, Jaejoong?
– ¡Lady Yoon Ji!–Regañó el rey ásperamente–. ¡Os entrometéis en
asuntos que no son de vuestra incumbencia!
–Oh...–Yoon Ji fingió sorpresa. –. No sabía que la destreza de Jaejoong
con la espada fuera un secreto. No volveré a mencionarlo.
–No, en efecto–le espetó Junsu–, puesto que ya lo habéis dicho
todo.
– ¡Mi señor!–Llamó Joan en voz alta–. Lord Yunho os requiere
inmediatamente.
– ¿Algún problema?–preguntó Jaejoong, levantándose
apresuradamente.
–No sé–fue la extraña respuesta–. Como vos sabéis, no soporta
teneros fuera de su vista mucho tiempo.
Jaejoong le clavó una mirada atónito.
–Apresuraos, que él no esperará.
Jaejoong se contuvo para no reprenderla ante el rey. Se disculpó
ante las mujeres, feliz de ver que los ojos de Yoon Ji ardían de furia.
–No sabes mantener tu lugar–observó a su doncella cuando
estuvieron lejos.
–Sólo he querido ayudaros. Esa gata iba a haceros pedazos. Vos no
podéis enfrentaros a ella.
–No me asusta.
–Pues debería asustaros. Es una mujer malvada.
–Sí, lo sé–concordó Jaejoong–. Y te agradezco que me hayas sacado
de allí. Casi prefiero la compañía de Yoon Ji al bordado, pero las dos cosas a
la vez son insoportables–suspiró–. Supongo que Yunho no ha mandado por mí,
¿verdad?
– ¿Qué motivos tendría para mandar por vos? ¿No creéis que se
complacerá al veros?
Jaejoong frunció el entrecejo.
–Os portáis como un tonto–agregó
la muchacha, arriesgándose a recibir duras reprimendas de su amo –. Ese hombre
os desea y vos no os dais cuenta.
Ya a la intensa luz del sol, Jaejoong se olvidó completamente de Yoon
Ji. Yunho se estaba lavando, inclinado sobre una gran tina de agua con el torso
desnudo. Jaejoong se deslizó en silencio tras él y le mordisqueó el cuello. Un
momento después se encontró jadeante, pues su esposo había girado en redondo,
arrojándolo en la tina. Ambos quedaron igualmente sorprendidos.
–Jaejoong, ¿te has hecho daño?–Preguntó él, alargando la mano para
ayudarlo.
Jaejoong se apartó bruscamente y se limpió el agua de los ojos. Su
vestido estaba echado a perder; el terciopelo carmesí había quedado adherido al
cuerpo.
–No, pedazo de bruto. ¿Me tomas por un caballo de combate, que me
tratas como a un animal? ¿O tal vez crees que soy tu escudero?
Apoyó la mano en el borde de la tina para salir de ella, pero se
le resbaló un pie y volvió a caer. Al levantar la vista hacia Yunho ahogó una
protesta: tenía los brazos cruzados y una sonrisa que le cruzaba la cara.
– ¡Te estás riendo de mí!–Siseó él, enfurecido –. ¿Cómo te
atreves?
Él lo tomó por los hombros y sacó del agua su cuerpo chorreante.
– ¿Puedo pedir disculpas? Desde el episodio de Min Woo no estoy muy
sereno. Tardé demasiado en reconocer tu mordisco como muestra de cariño. No
deberías acercarte a mí tan subrepticiamente.
–No volverá a ocurrir, desde luego–replicó él, mohíno.
–No conozco a alguien más, querido esposo mío, que parezca tan
tentador colgado sobre una tina. Hasta me gustaría dejarte caer en ella otra
vez.
– ¡No te atrevas!
Muy sonriente, Yunho lo bajó poco a poco hasta que la punta de sus
pies rozó el agua.
– ¡Yunho!–Gritó él, medio suplicante.
Él lo estrechó contra sí, pero el contacto con su cuerpo frío lo
hizo aspirar bruscamente.
–Te lo mereces–rió él–. Espero que te congeles.
– ¿Contigo cerca? Lo dudo. –Lo alzó en brazos y añadió:–Iremos a
nuestro cuarto para que te quites esa ropa mojada.
–Yunho, no pensarás...
–Pensar, cuando te tengo en los brazos, es una pérdida de tiempo.
Si no quieres llamar la atención, guarda silencio y déjame hacer.
– ¿Y de lo contrario?
Él le frotó la cara mojada con la mejilla.
–Verás que esos lindos mofletes tuyos se ponen muy rojos.
– ¿Conque estoy cautivo?
–Sí–respondió él con firmeza.
Y lo llevó escaleras arriba.
El rey Junsu caminaba junto a su esposo. Se detuvieron al ver que Yunho
acababa de arrojar a Jaejoong al agua. El rey Junsu hizo ademán de acudir en
defensa del a muchacho, pero Yoochun se lo impidió.
–Mira esos juegos de amor. Me agrada ver a una pareja tan
enamorada. No ocurre con frecuencia que un matrimonio por intereses se resuelva
en tanta felicidad.
Junsu suspiró.
–Me alegra ver que se aman. No estaba seguro de que hubiera amor
ahí. Lady Yoon Ji parece pensar que Jaejoong no es buena pareja para Lord Yunho.
– ¿Lady Yoon Ji?–Inquirió el rey–. ¿Esa mujer rubia?
–Sí, la viuda de Kwang Gyu.
Yoochun asintió.
–Me gustaría verla casada cuanto antes. La he estado observando,
juega con los hombres como el gato con un ratón. Da la impresión de interesarse
por uno y, al momento siguiente, por otro distinto. Ellos se enamoran de su
belleza y soportan cualquier cosa. No me gustaría que acabaran liándose a
golpes. Pero ¿en qué se relaciona esa mujer con Lord Yunho y su encantador
esposo?
–No estoy seguro–respondió Junsu–. Se rumorea que, en otros
tiempos, Yunho estuvo muy enamorado de Lady Yoon Ji.
Yoochun señaló al joven con la cabeza. En ese momento Yunho se
llevaba a su esposo en brazos.
–Pues ya no es así, como cualquiera puede notar.
–Tal vez no cualquiera. Lady Yoon Ji provoca constantemente a su
rival.
–Debemos poner fin a esta situación.
–No–Junsu puso una mano en el brazo de su marido–. No podemos dar
órdenes. Creo que sólo conseguiríamos enfurecer aún más a Yoon Ji, y ella es el
tipo de mujer que busca el modo de expresarse a voluntad, cualesquiera sean las
órdenes recibidas. En mi opinión, lo mejor es tu idea de casarla. ¿Podrás
hallarle esposo?
Yoochun siguió con la vista a Yunho, que llevaba a su esposo hacia
la casa solariega, bromeando y haciéndole cosquillas; las risas de Jaejoong
resonaban por todo el patio.
–Sí, le buscaré esposo cuanto antes. No quiero que nada se
interponga entre esos dos.
–Eres bueno–dijo Junsu, sonriéndole.
Él rió entre dientes.
–Sólo para unos pocos, querido mío. Pregunta a los franceses quién
es buen rey y quién no.
Él descartó el tema con un gesto de la mano.
–Eres demasiado blando, demasiado bueno para con ellos.
Yoochun se inclinó para besarlo en la frente.
–Si yo fuera el rey francés, dirías lo mismo del inglés.
Él le sonrió con amor. El monarca, riendo, le estrechó el brazo.
Había otra persona muy interesada en el juego de los Jung. Alan
Fairfax había hecho ademán de adelantarse, con la mano en la empuñadura de la
espada, al ver que Yunho arrojaba a Jaejoong en la tina. Después miró a su
alrededor con aire culpable. Cualquier hombre podía tratar a su esposo como
deseara sin que él tuviera derecho a intervenir.
De inmediato presenció la preocupación de Yunho por el muchacho.
Le vio sacarlo del agua, abrazarlo y darle un beso. ¡Esa no era la conducta de
un hombre que castigara a su esposo! Arrugó el ceño al comprender que había
hecho el tonto. Al entrar en la casa solariega, encontró a Yoon Ji cruzando el
salón grande.
–Querría cambiar con vos unas palabras, señora–dijo, sujetándola
por el brazo.
Ella ahogó una exclamación ante el dolor, pero sonrió.
–Por supuesto, Sir Alan. Podéis disponer de mi tiempo a voluntad.
Él la llevó a un costado, hacia la sombra.
–Vos me habéis utilizado y eso no me gusta.
– ¿Que os he utilizado? Por favor, decidme de qué manera, señor.
–No finjáis ante mí timidez virginal. Sé de los hombres que
frecuentan vuestro lecho. No os falta inteligencia, sin duda, y me habéis
manipulado para vuestros propios fines.
– ¡Si no me soltáis, voy a gritar!
Él le clavó los dedos con más fuerza.
– ¿Acaso no os gusto, mi señora? Dicen mis amigos que no hacéis
ascos al dolor.
Yoon Ji lo fulminó con la mirada.
– ¿Qué estáis tratando de insinuar?
–Que no me gusta ser utilizado. Vuestras mentiras, señora, han
podido causar grandes problemas a Jaejoong...y yo habría sido la causa.
– ¿No dijisteis que deseabais pasar un momento a solas con él? No
hice más que proporcionaros la oportunidad.
– ¡Mediante trampas! Él es un hombre honrado y feliz en su
matrimonio. Yo no soy un villano capaz de recurrir a la violación.
–Pero lo deseáis, ¿no?–Yoon Ji sonreía.
Él la soltó apresuradamente.
– ¿Cómo no desearla? Es bello.
–No–siseó Yoon Ji–. No es tan bello como...
Y se interrumpió.
Alan sonrió.
– ¿Cómo vos, Lady Yoon Ji? No, eso es un error. Llevo varios días
observando a Jaejoong y he llegado a conocerlo. No sólo es bello en su
exterior, sino también interiormente. Cuando sea anciano y haya perdido su
encanto, seguirá gozando de amor. Vos, en cambio, sois bella sólo por fuera. Si
se os quitara esa hermosura, quedaría una mujer quejosa, de mente perversa e
inclinación cruel.
– ¡Os odio por esto!–Aseguró Yoon Ji con voz mortífera.
–Algún día, cada segundo que hayáis pasado odiando se os notará en
la cara–apuntó Alan con calma–. No importa qué sintáis por mí, pero no creáis
que podréis volver a utilizarme.
Le volvió la espalda y la dejó sola.
Yoon Ji siguió con la vista la silueta que se alejaba. Pero su
deseo de venganza era contra Jaejoong antes que contra Alan.
Aquel hombre era la causa de todos sus problemas. Nada había sido
como antes desde el casamiento de Yunho con aquel. Y ahora ella se veía
insultada por un apuesto mozo por las crueldades de ese Kim. Yoon Ji redobló su
decisión de poner fin a un matrimonio que le parecía erróneo.
–Mi dulce Jaejoong, quédate en la cama–murmuró Yunho contra su
mejilla soñolienta–. Necesitas descanso. Además, el agua puede haberte
provocado un resfriado.
Jaejoong no respondió. Estaba saciado por el acto de amor. Se
sentía adormecido y lánguido. Él volvió a restregarle la nariz contra el cuello
y se vistió deprisa, sin dejar de observarlo. Cuando estuvo vestido, se despidió
con una sonrisa, lo besó en la mejilla y abandonó la habitación.
Han Sun se cruzó con él al pie de la escalera.
– ¡No puedo dar un paso sin oír nuevos rumores sobre ti!
– ¿Qué pasa ahora?–Preguntó Yunho, suspicaz.
–Se dice que castigas a tu esposo, lo arrojas en las tinas de agua
y luego lo exhibes ante todo el mundo.
Yunho sonrió.
–Todo eso es cierto.
Han Sun le devolvió la sonrisa.
–Ahora nos entendemos. Supuse que no sabías tratar a tu esposo. ¿Él
duerme?
–Sí. No bajará hasta mañana–Yunho arqueó una ceja–. Suponía que
tendrías ya un tonel de vino preparado.
–En efecto–repuso su hermano, muy sonriente–. No quería que te
sintieras disminuido al verme beber el doble que tú.
– ¿El doble tú, mi hermano menor?–Resopló Yunho–. ¿No sabes que me
emborraché por primera vez antes de que tú nacieras?
– ¡No te creo!
–Es cierto. Te contaré la historia, aunque es muy larga.
Han Sun le dio una palmada en la espalda.
–Disponemos de toda la noche. Será por la mañana cuando nos
arrepintamos de lo hecho.
Yunho rió entre dientes.
–Tú te arrepentirás con tu fea novia escocesa, pero yo depositaré
mi fatigada cabeza en el regazo de mi bello esposo, para permitirle gentilmente
que me mime.
Han Sun emitió un gruñido de dolor.
– ¡Qué cruel eres!
Para ambos hermanos, aquella noche fue un momento especial de
reencuentro. Celebraron la victoria sobre Min Woo y la buena suerte de Yunho en
el matrimonio; se lamentaron juntos por la próxima boda de Han Sun.
–Si me desobedece, la devolveré a su familia–aseguró el novio.
El vino era tan malo que tenían que filtrarlo por entre los
dientes, pero ninguno de los dos cayó en la cuenta.
– ¡Dos esposos desobedientes!–Exclamó Yunho con voz gangosa,
levantando su jarrito–. Si Jaejoong me obedeciera, yo pensaría que algún
demonio se habría apoderado de su mente.
– ¿Dejando sólo su cuerpo?–Sugirió Han Sun lujurioso.
–Te retaré a duelo por esa sugerencia–protestó Yunho, buscando
torpemente la espada.
–Él no me aceptaría–se lamentó Han Sun, volviendo a llenar su
jarro.
– ¿Tú crees? Pues parecía muy contento con Min Woo –Yunho había
pasado de la felicidad a la tristeza en cuestión de segundos, como sólo ocurre
con los borrachos.
– ¡Pero si odiaba a ese hombre!
– ¡Y está embarazado de él!–Exclamó el mayor, como un niñeo a
punto de llorar.
– ¡No tienes sesos, hermano! El niño es tuyo, no de Min Woo.
–No te creo.
–Es cierto. Me lo dijo él.
Yunho, sentado a la sólida mesa, guardó silencio durante un
instante. Luego quiso levantarse, pero la cabeza le daba vueltas.
– ¿Estás seguro? ¿Por qué no me lo dijo?
–Dijo que prefería reservar alguna cosa para sí mismo.
Yunho se dejó caer en la silla.
– ¿Y mi hijo es “alguna cosa”, nada más?
–No. No comprendes.
– ¿Tú sí?–Se indignó el mayor.
Han Sun volvió a llenarle el jarro.
–No más que tú, sin duda. Tal vez menos, si fuera posible. Taecyeon
podría explicarte mejor que yo lo que Jaejoong quiso expresar. Dijo que tú ya
tenías a Yoon Ji y las tierras de Kim; por eso no quería darte más.
Yunho se levantó con la cara ennegrecida De pronto recobró la
serenidad y volvió a sentarse, con una leve sonrisa.
–Conque es un brujo, ¿eh? Mueve sus caderas delante de mí hasta
volverme loco de deseo. Me maldice cuando cambio una palabra con otra mujer.
–Otra mujer a la que tú mismo admitiste amar.
Yunho hizo un gesto, como restando importancia a aquello.
–Pero él tiene la llave que abre todos los secretos y puede
liberamos de la tensión que nos acosa.
–No veo renuencia de tu parte–observó Han Sun.
Yunho rió entre dientes.
–No, de mi parte ninguna, pero he sentido cierta renuencia a... a
imponerme a él. Supuse que Min Woo significaba algo para él.
–Sólo un medio para salvar tu desagradecido pellejo.
Yunho sonrió.
–Pásame el vino. Esta noche tenemos mucho por qué brindar, aparte
de tu princesa escocesa.
Han Sun se apoderó de la jarra antes de que Yunho pudiera tocarla.
–Eres cruel, hermano.
–Lo aprendí de mi esposo.
Yunho sonrió y volvió a llenar su jarrito.
Yunho es afortunado por tener a Jae y ahora lo sera mas pues ya se a enterado que el es el padre de el hijo de Jae
ResponderEliminarGracias
Tanta felicidad me asusta,mientras esa bruja este suelta.....gracias
ResponderEliminarYa que el rey le encuentre un esposo a esa bruja y que se lo lleve lejos, pero muy lejos 🤔🤪🙄😁🤣
ResponderEliminarGracias!!! ❤️💕💞
Por favor ve a tu cuarto, tengo miedo de que esa mala mujer vaya a hacer daño a JJ.
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