Capítulo 24
– ¡No puedo permitir esto!–Dijo Ela con la columna vertebral muy
rígida, de pie junto a Yoon Ji en una pequeña alcoba del castillo.
– ¿Desde cuándo autorizas o desautorizas lo que yo deseo?–Le
espetó la muchacha–. Mi vida es cosa mía. A ti sólo te corresponde ayudar a
vestirme.
–No es correcto que os arrojéis a los brazos de ese hombre. No
pasa un día sin que alguien os pida en matrimonio. ¿No podéis conformaros con
cualquiera de vuestros pretendientes?
Yoon Ji se volvió hacia la doncella.
– ¿En verdad lo queréis para vos?–Insistió Ela.
– ¿Qué importa eso?–Yoon Ji se acomodó el velo y la diadema–. Es
mío y seguirá siendo mío.
Cuando salió del cuarto, la escalera estaba a oscuras.
Yoon Ji no había tardado en descubrir que en la Corte del rey Yoochun
era fácil averiguar lo que deseara saber. Había muchos dispuestos a hacer
cuanto ella mandara, sólo por dinero. Sus espías le habían indicado que Yunho
estaba abajo, en compañía de su hermano, lejos de su esposo. Ella no ignoraba
hasta qué punto podía obnubilarse un hombre con la bebida y planeaba aprovechar
la oportunidad para sus propios fines. Con la mente aturdida por el alcohol, él
no podría resistirse.
Al llegar al salón grande, soltó una maldición, ni Yunho ni su
hermano estaban a la vista.
– ¿Dónde está Lord Yunho?–Preguntó ásperamente a una criada que
bostezaba.
El suelo estaba sembrado de sirvientes que dormían en jergones de
paja.
–Salió. Es todo cuanto sé.
Yoon Ji la sujetó por un brazo.
– ¿Adónde fue?
–No tengo idea.
Yoon Ji sacó una moneda de oro del bolsillo y observó el
resplandor en los ojos de la muchacha.
– ¿De qué serías capaz por una como esta?
La muchacha despertó por completo.
–De cualquier cosa.
–Bien–Yoon Ji sonrió–. Entonces escúchame con atención.
Jaejoong despertó de un sueño profundo al oír un leve rasguño en
su puerta. Estiró el brazo antes de abrir los ojos, sólo para encontrarse con
que el lado de Yunho estaba desierto. Se levantó, con las cejas fruncidas, y
entonces recordó que él había comentado algo de una despedida a Han Sun.
Los rasguños continuaban. Joan, que solía dormir cerca de su amo
cuando Yunho se ausentaba, no estaba allí. Contra su voluntad, Jaejoong arrojó
los cobertores a un lado y deslizó los brazos en las mangas de su bata, de
terciopelo verde esmeralda.
– ¿Qué pasa?–Preguntó al abrir, viendo ante sí a una criada.
–No sé, señor–dijo la muchacha con una mueca burlona–. Se me ha
dicho que se os necesitaba y que teníais que acudir inmediatamente.
– ¿Quién lo ha dicho? ¿Mi esposo?
La criada se encogió de hombros por toda respuesta.
Jaejoong frunció el ceño. En la Corte pululaban los mensajes
anónimos; todos ellos parecían llevar a lugares donde él no tenía interés en
estar. Pero quizá su madre lo necesitaba. Era probable que Yunho, demasiado
borracho para subir la escalera, requiriera su ayuda. Sonrió al pensar en la
azotaina verbal que le propinaría.
Siguió a la muchacha por las oscuras escaleras de piedra hasta la
planta inferior. Parecía más oscura que de costumbre, pues algunas de las
antorchas adosadas a la pared no estaban encendidas. Abiertos en aquellos
muros, que medían más de tres metros y medio de espesor, había feos cuartitos
que los huéspedes más nobles no frecuentaban. La criada se detuvo ante uno de
aquellos cuartos, próximos a la empinada escalera circular.
La muchacha dirigió a Jaejoong una mirada incomprensible y
desapareció en la oscuridad. Jaejoong, ofendido por ese aire subrepticio, iba a
protestar cuando una voz de mujer le llamó la atención.
–Yunho–susurró la mujer audiblemente.
Era un susurro apasionado. Jaejoong quedó petrificado en el sitio.
Alguien encendió yesca y la acercó a una vela.
Entonces él pudo ver con claridad. El cuerpo delgado de Yoon Ji,
desnudo desde la cintura hacia arriba, asomaba en parte bajo Yunho. La luz de
la vela descubrió plenamente la piel bronceada del caballero; nada había que la
ocultara.
Yacía sobre el vientre, con las piernas desnudas cubriendo las de Yoon
Ji.
– ¡No!–Susurró Jaejoong con la mano contra la boca y los ojos empañados
por las lágrimas.
Deseó que aquello fuera una pesadilla, pero no lo era.
Él le había mentido una y otra vez. ¡Y él había estado a punto de
creerle!
Retrocedió, alejándose de ellos. Yunho no se movía; Yoon Ji, con
la vela en la mano, miraba a Jaejoong y le sonreía desde aquella posición.
– ¡No!–Fue cuanto Jaejoong pudo decir.
Retrocedió más y más, sin reparar en que la escalera no tenía
barandilla.
Ni siquiera se dio cuenta de que había dado un paso en el aire.
Gritó al caer por el primer escalón; después fueron dos, cinco. Lanzó
frenéticos alaridos al aire, gritando otra vez, en tanto caía de costado
completamente fuera de las escaleras. Cayó al suelo, allá abajo, con un golpe
horrible, aunque el jergón de un caballero amortiguó un poco la caída.
– ¿Qué ha sido eso?–Preguntó Yunho con voz gangosa, levantando la
cabeza.
–No ha sido nada–murmuró Yoon Ji.
El corazón le palpitaba de pura alegría. Tal vez se había matado
en la caída; entonces Yunho sería otra vez sólo de ella.
El joven se incorporó sobre un codo.
– ¡Dios mío! ¡Yoon Ji! ¿Qué haces aquí?
Paseó la mirada por su cuerpo desnudo. Sólo se le ocurrió
extrañarse de no haber reparado hasta entonces en lo delgada que era. No sentía
deseo alguno por esa carne que en otros tiempos había amado.
El júbilo de Yoon Ji murió ante la expresión de sus ojos.
–No te... acuerdas?–Preguntó en tono entrecortado.
En verdad, la reacción de Yunho la había dejado atónita. Hasta ese
momento había tenido la certeza de que, cuando lo tuviera otra vez en sus
brazos, él volvería a ser suyo.
Yunho frunció el ceño. Estaba borracho, era verdad, pero no tanto
que no recordara lo ocurrido durante la noche. Sabía perfectamente que no había
ido al lecho de Yoon Ji ni la había invitado al propio.
Estaba a punto de lanzar su acusación cuando, de pronto, el gran
salón de abajo se llenó de luces y ruidos. Los hombres se gritaban entre sí.
Por fin se oyó un bramido que sacudió las vigas:
– ¡Jung!
Yunho saltó de la cama en un solo movimiento, pasándose
apresuradamente la chaquetilla por la cabeza. Bajó de dos en dos peldaños, pero
se detuvo en el último giro de la escalera: Jaejoong yacía allá abajo, en un
jergón, con el pelo convertido en una enredada masa alrededor de la cabeza y
una pierna torcida bajo el cuerpo. Por un momento el corazón del muchacho dejó
de latir.
– ¡No lo toquéis!–Ordenó con un gruñido gutural, mientras bajaba
de un salto los últimos peldaños para arrodillarse a su lado–. ¿Cómo?–Murmuró
al tocarle la mano.
Luego le buscó el pulso en el cuello.
–Parece haber caído por la escalera–dijo Han Sun, arrodillándose
junto a su cuñado.
Yunho levantó la vista y vio a Yoon Ji en el descansillo,
ciñéndose la bata con una leve sonrisa. Tuvo la sensación de que faltaba una
pieza en el acertijo, pero no tenía tiempo para buscarla.
–Ya han mandado por el médico–dijo Han Sun, sosteniendo la mano de
Jaejoong, que seguía sin abrir los ojos.
El facultativo vino con lentitud, vestido con una rica bata con
cuello de piel.
–Abridme espacio–exigió–. Tengo que ver si hay huesos fracturados.
Yunho retrocedió, dejando que el hombre deslizara las manos por el
exánime cuerpo de Jaejoong. “¿Por qué? ¿Cómo?” Se preguntaba sin cesar. ¿Qué
hacía él en las escaleras, en medio de la noche? Su mirada volvió hacia Yoon Ji.
La mujer se mantenía en silencio, reflejando un ávido interés en la cara, en
tanto el médico examinaba a Jaejoong.
El cuartito donde Yunho había despertado, en los brazos de Yoon Ji,
estaba al final de la escalera. Al mirar otra vez a su esposo sintió que
palidecía, Jaejoong lo había visto en la cama con Yoon Ji. Había retrocedido,
probablemente demasiado alterado como para mirar donde pisaba; eso explicaba la
caída. Pero ¿cómo había sabido dónde encontrarlo? Sólo mediando la información
de alguien.
–Al parecer, no hay huesos rotos–dijo el médico–. Llevadlo a la
cama y dejadlo descansar.
Yunho murmuró una plegaria de agradecimiento. Luego se agachó para
recoger el cuerpo laxo de su esposo. La multitud que lo rodeaba ahogó una
exclamación: el jergón y la bata de Jaejoong estaban empapados en sangre.
–Pierde el niño–dijo el rey Junsu junto a Yunho–Llevadlo vos
arriba. Lo haré revisar por mi propia partera.
Yunho sentía ya la sangre de Jaejoong en el brazo, a través de las
mangas. Alguien le puso una mano fuerte en el hombro; no necesitó mirar para
saber que se trataba de Han Sun.
– ¡Mi señor!–Exclamó Joan cuando Yunho entró llevando a Jaejoong.
– ¡Acabo de volver y no lo he encontrado! ¡Está herido!–Su voz
delataba el amor que sentía por su amo –. ¿Se curará?
–No lo sabemos–respondió Han Sun.
Yunho lo depositó suavemente en la cama.
–Joan–indicó el rey Junsu–, trae agua caliente de la cocina y
busca sábanas limpias.
– ¿Sábanas, Majestad?
–Para absorber la sangre. Va a perder el niño. Cuando hayas
conseguido las sábanas, busca a Lady Chae Young. Ella querrá estar con su hijo.
–Mi pobre señor –susurró la muchacha–. Tanto como quería a ese
bebé...
Había lágrimas en su voz cuando salió del cuarto. Junsu se volvió
hacia los dos hombres.
–Ahora marchaos–instó–. Tenéis que dejarlo. Vuestras mercedes no
son de utilidad. Nosotros nos haremos cargo.
Han Sun rodeó con un brazo los hombros de su hermano, pero Yunho
se desasió.
–No, Majestad, no me iré. Él no se habría herido si yo hubiera
estado esta noche con él.
Han Sun iba a hablar, pero Junsu lo interrumpió, sabiendo que todo
sería inútil.
–Podéis quedaros. –E hizo una señal a Han Sun, que se retiró.
Yunho acarició la frente de Jaejoong, mirando al rey.
–Decidme qué hacer.
–Quitadle la bata.
Yunho desató cuidadosamente la prenda; luego levantó a Jaejoong
con cautela y le deslizó las mangas por los brazos. Quedó horrorizado al ver
sangre en sus muslos. Por un momento permaneció inmóvil, mirándolo. Junsu lo
observaba.
–Un parto no es espectáculo agradable.
–Esto no es un parto, sino un...–no pudo acabar.
–Sin duda el embarazo estaba muy avanzado para que surja tanta
sangre. Será un parto, en verdad, aunque con resultados mucho menos felices.
Ambos levantaron la vista. La comadrona, una mujer gorda y
rubicunda, acababa de irrumpir en la alcoba.
– ¿Queréis matar de frío al pobre muchacho?–Acusó–. ¡Marchaos! No
necesitamos de hombres–dijo, mirando a Yunho.
–Él se queda–intervino el rey con firmeza.
La partera miró a Yunho un momento.
–En ese caso, id a traer el agua. La doncella tarda demasiado en
subir con ella la escalera.
Yunho reaccionó de inmediato.
– ¿Es el esposo, Majestad?–Preguntó la mujer cuando él hubo
salido.
–Sí, y este era su primer hijo.
La gorda resopló.
–Pues debería haber cuidado mejor de él, Majestad, y no dejarlo
vagar por las escaleras durante la noche.
En cuanto Yunho dejó el agua dentro de la habitación, la mujer
siguió dándole órdenes.
–Buscadle alguna ropa y mantened abrigado.
Joan, que había entrado detrás de Yunho, revolvió el arcón y le
entregó un grueso vestido de lana. El muchacho visitó con cuidado a la herida,
sin dejar de observar la sangre que manaba de ella. La frente de Jaejoong se
cubrió de sudor. Él la enjugó con un paño fresco.
– ¿Se curará?–Susurró.
–No puedo asegurarlo. Depende de que podamos sacar todo el feto y
detener la hemorragia.
Jaejoong, gimiendo, movió la cabeza.
–Mantenedlo quieto o nos dificultará la tarea.
–Jaejoong–dijo Yunho en voz baja–, no te muevas.
Y le sujetó las manos. Él abrió los ojos.
– ¿Yunho?–Susurró.
–Sí, pero no hables. Quédate quieto y descansa. Pronto estarás
bien.
– ¿Bien?–Él no parecía tener plena conciencia de su estado. De
pronto lo sacudió una violenta contracción. Las manos de Jaejoong estrecharon
las de Yunho. Levantó la vista, desconcertado–. ¿Qué ha pasado?
Sólo entonces empezó a centrar la vista. El rey, su doncella y
otra mujer, arrodilladas a su lado, mirándolo con preocupación. Otra
contracción lo sacudió.
–Vamos–dijo la partera–. Tenemos que masajearle el vientre para
ayudarlo.
– ¡Yunho!–Exclamó Jaejoong, asustado, jadeante por el reciente
dolor.
–Tranquilo, mi amor. Pronto estarás bien. Ya tendremos otros
hijos.
Jaejoong dilató los ojos, horrorizado.
– ¿Otros hijos? ¿Mi bebé? ¿Estoy perdiendo al bebé?–Su voz se
elevó casi histéricamente.
–Por favor, Jaejoong–rogó Yunho, tranquilizándolo –. Tendremos
otros.
Un nuevo dolor atravesó a Jaejoong, que miraba a Yunho, recobrando
los recuerdos.
–Caí por la escalera–dijo en voz baja–. Te vi en la cama con tu
amante y caí por la escalera.
–Jaejoong... este no es momento...
– ¡No me toques!
–Jaejoong–repitió él, casi suplicante.
– ¿Te desilusiona que yo no haya muerto? ¿Cómo ha muerto mi
hijo?–Parpadeaba para alejar las lágrimas–.Vete con ella, si tanto la quieres.
¡Quédate con ella en buena hora!
–Jaejoong...
Pero el rey Junsu tomó a Yunho por el brazo.
–Sería mejor que os fuerais.
–Sí–reconoció él, viendo que Jaejoong se negaba a mirarlo.
Han Sun lo esperaba junto a la puerta, con las cejas arqueadas en
una pregunta.
–Ha perdido al niño y aún no sé si él mismo se salvará.
–Vamos abajo–propuso su hermano–. ¿No te permiten estar con él?
–Jaejoong no lo permite–respondió Yunho, inexpresivo.
Han Sun no volvió a hablar sino cuando estuvieron fuera de la casa
solariega. Apenas empezaba a salir el sol; el firmamento estaba gris. La
conmoción causada por la caída de Jaejoong había hecho que los habitantes del
castillo se levantaran antes de lo acostumbrado. Los hermanos tomaron asiento
en un banco, junto al muro.
– ¿Por qué salió a caminar por la noche?–preguntó Han Sun.
–No sé. Cuando tú y yo nos separamos, caí en una cama: la más
próxima, allá al final de la escalera.
–Tal vez despertó y, al descubrir que no estabas, salió a
buscarte.
Yunho no respondió.
–Hay algo en esto que me ocultas.
–Sí. Cuando Jaejoong me vio, yo estaba en la cama con Yoon Ji.
Hasta entonces Han Sun nunca había expresado una opinión sobre su
hermano, pero en aquel momento se le oscureció el rostro.
– ¡Pudiste haber causado la muerte de Jaejoong! ¿Y por qué? Sólo
por esa perra...–se interrumpió al ver el triste perfil de Yunho–. Estabas
demasiado borracho para desear a alguien. Y si deseabas hacer el amor, Jaejoong
te esperaba arriba.
Yunho miró al otro lado del patio.
–Yo no me la llevé a la cama–dijo en voz baja–. Estaba dormido y
oí un ruido que me despertó. Encontré a Yoon Ji conmigo. Pero no me emborraché
tanto como para haber podido llevarla a mi cama sin recordarlo.
– ¿Qué pasó, entonces?
–No lo sé.
– ¡Yo sí!–Exclamó Han Sun con los dientes apretados–. ¡Eres un
hombre sensato en todo, salvo cuando se trata de esa bruja!
Por primera vez en su vida Yunho no defendió a Yoon Ji.
Han Sun continuó:
–Nunca has sabido verla tal como es. ¿No sabes que se acuesta con
la mitad de los hombres de la Corte?
Yunho se volvió a mirarlo.
–No pongas esa cara de incredulidad. Está en boca de todos los
hombres... y de casi todas las mujeres, sin duda. Mozo de cuadra o conde,
cualquiera le da igual, mientras tenga el equipo necesario para complacerla.
–Si ella es así, tal vez sea por culpa mía. Cuando la tomé era
virgen.
– ¡Virgen! ¡Ja! El conde de Lancashire jura haberla hecho suya
cuando ella sólo tenía doce años.
Yunho no podía creer en todo aquello.
–Mira lo que te ha hecho, te ha dominado y utilizado. Y tú lo has
permitido. Hasta has suplicado pidiendo más. Dime, ¿qué método empleó para
impedir que te enamoraras de Jaejoong desde el principio?
Yunho lo miraba sin ver. Estaba reviviendo la escena del jardín,
el día de su boda.
–Juró matarse si yo me enamoraba de mi esposo.
Han Sun recostó la espalda contra el muro de piedra.
– ¡Por los clavos de Cristo! ¿Y tú la creíste? ¡Esa mujer mataría
de buen grado a miles de personas antes de poner en peligro un solo cabello de
su propia cabeza!
–Pero si le pedí que se casara conmigo–insistió Yunho–. Antes de
haber oído siquiera nombrar a Jaejoong, le pedí que se casara conmigo.
–Y ella prefirió a un conde muy rico.
–Pero su padre...
– ¡Yunho! ¿No puedes mirarla con la vista despejada? ¿Crees que su
padre, ese borracho, ha dado una sola orden en toda su vida? ¡Ni siquiera los
Sirvientes le obedecen! Si él fuera un hombre enérgico, ¿habría podido ella
escapar tan fácilmente para encontrarse contigo en el campo por las noches?
A Yunho le resultaba difícil creer todo aquello de su Yoon Ji, tan
rubia y delicada, tan tímida. Cuando lo miraba con grandes lágrimas en los
ojos, le derretía el corazón. Recordó aquella amenaza de suicidio. Él habría
hecho cualquier cosa por ella, aunque ya entonces sentía una enorme atracción
hacia Jaejoong.
–No estás convencido–adivinó su hermano.
–No estoy seguro. Es difícil matar los viejos sueños. Ella es
hermosa.
–Sí, y tú te enamoraste de esa hermosura. Nunca te preguntaste qué
había debajo de ella. Dices que no la llevaste a tu cama. ¿Cómo pudo aparecer allí?
Como Yunho no respondiera, Han Sun continuó:
–La muy ramera se quitó la ropa y se acostó a tu lado. Después
envió a alguien en busca de Jaejoong.
Yunho se levantó. No quería oír más.
–Voy a ver si Jaejoong está bien–murmuró.
Y caminó nuevamente hacia la casa solariega. Durante toda su vida,
desde los dieciséis años, había cargado con responsabilidad sobre cosas y
hombres. Nunca había tenido, como sus hermanos, tiempo libre para cortejar a
las mujeres y aprender a conocer su carácter. Las mujeres que pasaban por su
cama desaparecían muy pronto. Ninguna se mantenía algún tiempo cerca de él,
riendo y conversando.
Él había llegado a creer que todas las mujeres eran tal como él
recordaba a su madre: bonitas, dulces y suaves. Yoon Ji parecía ser el epítome
de esos rasgos; como resultado, se había enamorado de ella casi de inmediato.
Jaejoong era, en cierto modo, su primera pareja. En un principio
lo había enfurecido por no ser obediente, como debía serlo todo esposo.
Prefería entrometerse con sus registros contables que ocuparse de las sedas de
bordar. Era apabullante en su belleza, aunque no parecía reparar en él.
No dedicaba horas enteras a su atuendo. En verdad, dejaba la
elección de sus galas en manos de su doncella. Jaejoong parecía ser todo lo
indeseable, lo poco femenino. Sin embargo, Yunho se había enamorado de él. Era
honrado, valiente, generoso... y lo hacía reír. Yoon Ji, en cambio, nunca había
demostrado sentido alguno del humor.
Se detuvo junto a la puerta de Jaejoong. Estaba seguro de no amar
ya a Yoon Ji, pero ¿sería ella tan traicionera como Han Sun decía? ¿Cómo decían
también Taecyeon y Changmin? ¿Cómo había llegado ella a su cama, si no era por
los motivos que daba Han Sun?
Se abrió la puerta y la partera salió al pasillo. Yunho la tomó
del brazo.
– ¿Cómo está?
–Duerme. El niño ha nacido muerto.
Yunho aspiró hondo para tranquilizarse.
– ¿Mi esposo se recobrará?
–No lo sé. Ha perdido demasiada sangre. No sé si era del niño o si
sufrió algún daño interno en la caída.
Yunho perdió el color.
– ¿No dijisteis que perdía sangre por el niño?–No quería creer que
hubiera otro problema.
– ¿Cuánto tiempo hace que os casasteis con él?
–Casi cuatro meses–respondió él, sorprendido.
– ¿Y él era virgen cuando lo tomasteis?
–Sí–confirmó él, recordando el dolor que le había causado.
–El embarazo estaba avanzado. El niño estaba ya bien formado. Yo
diría que concibió en los primeros días. Quizá por eso perdió tanta sangre:
porque el niño ya estaba crecido. Es demasiado pronto para saber.
Se volvió para retirarse, pero Yunho la detuvo por un brazo.
– ¿Cómo se sabrá?
–Si la hemorragia cesa y él sigue con vida.
Él le soltó el brazo.
–Decís que duerme. ¿Puedo verlo?
La vieja rió entre dientes.
– ¡Oh, los jóvenes! Son insaciables. Os acostáis con una mujer
mientras otro os espera. Ahora rondáis al primero. Deberíais elegir entre una y
otro.
Yunho se tragó la respuesta, pero su entrecejo fruncido hizo Que
la mujer perdiera la sonrisa.
–Sí, podéis verlo –respondió la mujer al fin, en voz baja.
Y se encaminó hacia la escalera.
La lluvia caía a latigazos. El viento doblaba los árboles casi por
la mitad. Los relámpagos lanzaban sus destellos y, allá lejos, un tronco se
hendió por el medio. Pero las cuatro personas que rodeaban el diminuto ataúd,
recién depositado en tierra, no reparaban en ese torrente frío. Se bamboleaban
ante el vendaval, pero sin notarlo.
Chae Young, de pie junto a Won Bin, aflojo el cuerpo, se apoyaba
pesadamente en él. Tenía los ojos secos e irritados. Han Sun permanecía al lado
de Yunho, por si este requiriera su ayuda.
Fueron Won Bin y Han Sun quienes intercambiaron una mi–rada,
mientras la lluvia les corría por la cara y goteaba sobre la ropa. Won Bin se
llevó a Chae Young, a paso lento, mientras Han Sun hacía lo mismo con su
hermano. La tormenta había estallado de pronto, cuando el sacerdote empezaba a
leer el servicio ante el pequeño ataúd.
Han Sun y Won Bin parecían estar guiando a dos personas ciegas e
indefensas a través del cementerio. Los llevaron a un mausoleo y allí los
dejaron para ir en busca de los caballos.
Yunho se dejó caer pesadamente en un banco de hierro. La criatura
había sido varón. Su primer hijo. En los oídos le resanaba cada una de las
palabras que había dicho a Jaejoong sobre ese niño, pensando que no era suyo.
Escondió la cabeza entre las manos.
–Yunho–dijo Chae Young, sentándose junto a él para echarle un
brazo sobre los hombros. Se habían tratado muy poco desde aquel día en que ella
se lamentara a gritos por no haber matado a su hijo antes que permitirle
casarse con él. El correr de los meses había cambiado muchas cosas.
Ahora Chae Young sabía lo que representaba amar a alguien, y
reconocía ese amor en los ojos de Yunho. Veía el dolor que le causaba la
pérdida del hijo y el miedo de perder a Jaejoong.
Yunho se volvió hacia su suegra, olvidada toda hostilidad entre
ambos. Vio y recordó sólo que ella era la madre de su amado. La rodeó con los
brazos, pero sin estrecharla. Fue Chae Young quien lo abrazó y quien sintió el
calor de sus lágrimas a través del vestido empapado por la lluvia. Y así, ella
también halló desahogo para sus propias lágrimas.
Joan se había sentado junto a su amo. Jaejoong dormía, descolorido
y con el pelo húmedo por el sudor.
–Se recuperará pronto–dijo la doncella a Yunho, sin esperar la
pregunta.
–No estoy tan seguro–respondió él, tocando la mejilla caliente de
su esposo.
–Es que sufrió una caída horrible–adujo la muchacha, mirando a Yunho
con intención.
Él se limitó a asentir, más preocupado por Jaejoong que por el
curso de la conversación.
– ¿Qué pensáis hacer con él?–Continuó Joan.
– ¿Qué puedo hacer? Sólo espero que se reponga cuanto antes.
Joan movió la mano en un gesto despectivo.
–Me refiero a Lady Yoon Ji. ¿Qué castigo pensáis imponerle por la
mala treta que os ha jugado? ¡Treta!–resopló– ¡Una treta que podría haber
costado la vida a mi señor!
–No digas eso–gruñó Yunho.
–Vuelvo a preguntaros: ¿qué castigo habéis pensado?
– ¡Cuida tu lengua, mujer! No sé de ninguna mala treta.
– ¿No? En ese caso diré lo que debo decir. En la cocina hay una
mujer que llora a mares. Dice que Lady Yoon Ji le dio una moneda de oro para
que condujera a mi señor hasta donde vos estabais, en la cama con esa meretriz.
La muchacha dice que se creyó capaz de cualquier cosa por el dinero, pero no
había pensado en el asesinato. Dice que es culpable de la muerte del bebé y de
la posible muerte de Jaejoong. Teme ir al infierno por lo que hizo.
Yunho comprendió que era hora de enfrentarse a la verdad.
–Me gustaría ver a esa mujer y hablar con ella–dijo en voz baja.
Joan se levantó.
–Traeré a la muchacha, si la hallo.
Yunho permaneció sentado junto a Jaejoong, observándolo. Notó que
le iba volviendo el color natural.
Algo más tarde, Joan regresó trayendo a rastras a una asustada
sirvienta.
– ¡He aquí a la puerca!–Exclamó, dando a la muchacha un fuerte
empellón–. Mira a mi pobre amo, allí tendido. Has matado a un bebé y es posible
que él también muera. ¡Un señor que nunca ha hecho daño a una mosca! ¿Sabes que
muchas veces me regañaba por no tratar bien a bazofias como tú?
– ¡Silencio!–Ordenó Yunho. Era obvio que la criada tenía mucho
miedo–. Cuéntame lo que sabes sobre el accidente de mi esposo.
– ¡Accidente! ¡Ja!–Resopló Joan. Pero calló ante la mirada de Yunho.
La muchacha, arrojando miradas furtivas a los rincones del cuarto,
narró su historia en frases vacilantes, entrecortadas. Al fin, se arrojó a los
pies de Yunho.
– ¡Salvadme, señor, por favor! ¡Lady Yoon Ji me matará!
La cara de Yunho no mostró piedad alguna.
– ¿Y tú me pides ayuda? ¿Qué ayuda prestaste a mi esposo o a
nuestro hijo? ¿Quieres que te lleve a la tumba donde lo hemos sepultado?
–No–lloró la muchacha, desesperada, tocando el suelo con la
cabeza.
– ¡Levántate!–Ordenó Joan–. ¡Ensucias el suelo de esta habitación!
–Llévatela–dijo Yunho–. No soporto verla.
Joan levantó a la criada tirándole del pelo y la llevó a puntapiés
hacia la puerta.
–Oye–intervino Yunho–. Llévala a Won Bin y dile que la proteja.
– ¡Que la proteja!–Estalló la doncella. Y endureció la mirada. Con
voz falsamente sumisa, dijo: –Sí, señor.
Una vez que hubo cerrado la puerta torció el brazo a la muchacha.
–Mata al bebé de mi señor y debo hacerla proteger–murmuró–. No, me
encargaré de que reciba lo que merece.
Cuando la tuvo en el tope de la escalera, apretó con más fuerza el
brazo de la aterrorizada sirvienta.
– ¡Basta! ¡Quédate quieta!–Gruñó Won Bin, que no se había alejado
mucho de aquella habitación en los últimos días–. ¿Es esta la mujer a quien
Lady Yoon Ji sobornó?
No había una sola persona en el castillo que ignorara la historia
de la traición de Yoon Ji.
–Oh, señor, por favor...–rogó la muchacha, cayendo de rodillas–.
No dejéis que me maten. No volveré a hacer nada de eso.
Won Bin iba a hablar, pero clavó en Joan una mirada de disgusto y
levantó a la muchacha. La doncella permaneció varios minutos siguiéndolos con
la vista.
–Lástima que él se lo llevara–dijo una voz serena a su espalda–.
Podrías haberme ahorrado el trabajo.
Joan giró en redondo para enfrentarse a Yoon Ji.
–Preferiría veros a vos al pie de la escalera–le espetó.
Los ojos de la enemiga echaron llamas.
– ¡Pagarás esto con tu vida!
– ¿Aquí? ¿Ahora?–La provocó Joan–. ¿Por qué vaciláis? Estoy en el
borde de la escalera.
Yoon Ji tuvo la tentación de dar a aquella muchacha un fuerte
empujón, pero Joan parecía fuerte y ella no podía arriesgarse a perder esa
batalla.
–Después de lo que has hecho, cuida tu vida–le advirtió.
–No; cuidaré mi espalda, porque la gente como vos ataca por ahí.
Contratáis a alguien para que haga el trabajo sucio y después sonreís llena de
hoyuelos, como una inocente.
Joan la miró fijamente y se echó a reír. Siguió riendo mientras se
alejaba, hasta llegar a la habitación de su señor.
Yunho y la partera velaban sobre Jaejoong.
–Se ha iniciado la fiebre–dijo la anciana en voz baja–. Ahora las
plegarias serán tan útiles como cualquier otra cosa.
que triste que Jae perdiera a sus bebe y esa maldita mujer suela sigue como si nada que no hay alguien que le frene su maldad y que deje de lastimar lo ahora espero que Jae no muera pues esa maldita bruja no se puede salir con la suya y quedar ilesa
ResponderEliminarGracias
Pobre Jae perdió a su bebé, me da coraje con Yunho al estar diciéndole que tendrán más hijos, pues si los tendrán pero nadie puede sustituir al que perdió.
ResponderEliminarEsa bruja maldita ojalá la castigue el rey por mala.
Gracias!!! ❤️💕💞
Wow, pobre JJ, perder a su bb, que tan ansiosamente esperaba.
ResponderEliminar