Capítulo 21
Yoon Ji estaba sentada en un banquillo, delante del espejo, en una
gran habitación del último piso del palacio. A su alrededor había colores
intensos en abundancia: satén purpúreo o verde, tafetanes escarlatas, brocados
naranjas. Cada tela, cada prenda, habían sido elegidas como instrumento para
llamar la atención sobre su persona. En la boda de Jaejoong Kim había visto los
vestidos del novio; sabía que el gusto del heredero se inclinaba hacia los
colores sencillos y a las telas de buena calidad, Yoon Ji, por el contrario,
planeaba distraer la atención de Yunho con ropas llamativas.
Lucía unas enaguas de color rosado claro, con las mangas bardadas
con trenzas negras que describían remolinos. Su vestido de terciopelo carmesí
tenía profundas aberturas en el borde; en la falda habían sido aplicadas
enormes flores silvestres de todos los colores conocidos. Su orgullo era la
pequeña capa que le cubría los hombros, de brocado italiano con llamativos
animales entretejidos en la trama; cada uno tenía el tamaño de una mano
masculina; los había purpúreos, anaranjados y negros. Estaba segura de que
nadie podría hacerle sombra durante ese día.
Y era muy importante llamar la atención porque iba a ver otra vez
a Yunho. Sonrió a su imagen del espejo. Sin duda necesitaba del amor de Yunho
tras el horrible período que había pasado con Kwang Gyu. Ahora que era viuda
podía recordar a Kwang Gyu casi con cariño. Claro, que el pobre hombre había
actuado así sólo por celos.
– ¡Mira esa diadema!–Ordenó súbitamente Yoon Ji a Ela, su
doncella–. ¿Te parece que esta piedra azul hace juego con mis ojos? ¿No es
demasiado clara?–Se quitó el aro dorado de la cabeza con un ademán furioso–.
¡Maldito sea ese orfebre! Por lo torpe de su obra, se diría que trabaja con los
pies.
Ela tomó el tocado de sus manos coléricas.
–El orfebre es el mismo que trabaja para el rey, el mejor. Y la
diadema es la más bella que ese hombre haya creado nunca–la tranquilizó–, La
piedra es demasiado clara, por supuesto. No hay piedra que pueda igualar el
color intenso de vuestros ojos, señora. Yoon Ji se estudió en el espejo y comenzó
a tranquilizarse.
– ¿De veras piensas eso?
–De veras–respondió Ela con sinceridad–. No hay mujer que pueda
igualar vuestra belleza.
– ¿Ni siquiera ese Kim?–Acusó Yoon Ji, negándose a nombrar a Jaejoong
por su apellido de casado.
–Con toda seguridad. Señora... ¿no estaréis planeando algo... que
se oponga a las enseñanzas de la Iglesia?
–Lo que yo haga con él no puede estar contra las enseñanzas de la
Iglesia. Yunho era mío antes de que él lo tomara. ¡Y volverá a ser mío!
Ela sabía por experiencia que era imposible razonar con Yoon Ji
una vez que se le metía una idea en la cabeza.
– ¿Recordaréis que estáis de duelo por vuestro esposo, así como él
lo está por su padre?
Yoon Ji se echó a reír.
–Supongo que los dos sentimos lo mismo por nuestros muertos. Me
han dicho que su padre era aún más despreciable que mi difunto y bien amado
esposo.
–No habléis así de los muertos, señora.
–Y tú no me regañes si no quieres servir a otra.
Era una amenaza familiar, a la que Ela ya no prestaba atención. El
peor castigo que Yoon Ji podía imaginar era el de privar a una persona de su
compañía.
La joven se levantó para alisarse la falda. Los colores y las
texturas centelleaban y competían entre sí,
– ¿Crees que él reparará en mí?–Preguntó sofocada.
– ¿Quién no?
–Si–reconoció Yoon Ji–. ¿Quién no?
Jaejoong permanecía en silencio junto a su esposo, abrumado de
admiración por los muchos invitados del rey. Yunho parecía encontrarse a gusto
con todos ellos, como hombre al que se respeta y cuya palabra es valiosa. Le
daba gusto verlo en un ambiente que no fuera el estrictamente personal. Pese a
todas sus riñas y disputas, él lo cuidaba y lo protegía. Sabía que no estaba
habituado a las multitudes, de modo que lo conservaba a su lado, sin obligarlo
a mezclarse con las mujeres, pues se habría visto entre desconocidas.
Eso le valió muchas pullas, pero él las aceptaba de buen humor,
sin bochorno, a diferencia de lo que muchos habrían experimentado en su
situación.
Se estaban poniendo las largas mesas de caballete para servir la
cena; los trovadores organizaban a sus músicos, los juglares, y los acróbatas
ensayaban sus cabriolas.
– ¿Te diviertes?–Preguntó Yunho, sonriéndole.
–Sí. Pero hay mucho ruido y actividad.
–Será peor aún–aseguró él, riendo–. Cuando te canses, házmelo
saber y nos retiraremos.
– ¿No te molesta que me mantenga tan cerca de ti?
–Me molestaría que no lo hicieras. No te querría en libertad entre
estas gentes. Hay demasiados jóvenes (y ancianos también) que te devoran con
los ojos.
– ¿De veras?–Se extrañó Jaejoong inocente–, No lo había notado.
–No los provoques, Jaejoong. En la Corte reina una moral muy laxa.
No me gustaría que te vieras atrapado en alguna telaraña debida a tu
ingenuidad. Manténte cerca de mí o de Han Sun. No te alejes demasiado solo. A
menos que...
Los ojos de Yunho se oscurecieron al recordar a Min Woo.
–A menos que desees provocar a alguien–completó.
Jaejoong iba a decirle lo que pensaba de sus insinuaciones, pero
cierto conde (jamás recordaría tantos nombres) se acercó para hablar con Yunho.
–Iré con Han Sun–dijo.
Y se alejó a lo largo de la enorme habitación, hacia el sitio en
donde estaba su cuñado apoyado contra la pared.
Él, como Yunho, vestía un rico atuendo de lana oscura. El chaleco,
ajustado al talle, también era de lana finamente tejida. Jaejoong no pudo
evitar un escalofrío de orgullo por estar en compañía de hombres tan
magníficos. Reparó en una bonita joven pecosa, de nariz respingona, que miraba
a Han Sun con insistencia tras la espalda de su padre.
–Al parecer, le gustas–observó él.
Han Sun no levantó la vista.
–Sí–confirmó, abatido–. Pero tengo los días contados, ¿verdad?
Dentro de pocas semanas llevaré a una enanilla parda colgada del brazo y tendré
que soportar sus chillidos ante cualquier cosa que yo haga.
– ¡Han Sun!–Rió él–. Esa mujer no ha de ser tan mala como tú
piensas. No es posible. Mira lo que pasó conmigo. Yunho no me conocía cuando
nos casamos. ¿Creerás que también estaba convencido de que yo sería horrible?
Él lo observaba.
–No sabes cuánto envidio a mi hermano. No sólo eres bello, sino
también inteligente y bondadoso. Yunho es muy afortunado.
Jaejoong sintió que enrojecía.
–Me halagas, pero me gusta oírte.
–No soy lisonjero–respondió él con sequedad.
De pronto, cambió la amable atmósfera que reinaba en el salón. Han
Sun y Jaejoong echaron una mirada en derredor, sintiendo que parte de la
tensión se originaba en ellos. Muchos estaban mirando a la joven; algunos, con
aprensión; otros, con sonrisas burlonas o con extrañeza.
– ¿Has visto el jardín, Jaejoong?–Sugirió Han Sun–. El rey Junsu
tiene lirios bellísimos y sus rosas son estupendas.
Jaejoong lo miró con el entrecejo fruncido, comprendiendo que él
trataba de sacarlo del salón por algún motivo. Varias personas se hicieron a un
lado, permitiéndole ver la causa de aquella tensión: Yoon Ji entraba con aire
majestuoso, la cabeza en alto y una cálida sonrisa en el rostro. Y esa sonrisa
era para una sola persona: para Yunho.
Jaejoong la observó con atención. En su opinión, la muchacha
llevaba un atuendo demasiado llamativo y mal combinado. No encontró belleza
alguna en aquella piel pálida ni en los ojos, obviamente oscurecidos por medios
artificiales.
La multitud se fue acallando, en tanto el “secreto” de Yoon Ji y Yunho
circulaba en susurros de una persona a otra.
Jaejoong desvió su atención de la mujer para observar a su esposo.
La miraba con una intensidad casi tangible, como si estuviera hipnotizado por
ella y no pudiera romper el contacto visual. Ella avanzó con lentitud en su
dirección y le ofreció la mano. Yunho se la tomó para besarla prolongadamente.
La carcajada del rey se oyó por encima de los pequeños ruidos del
salón.
–Al parecer, los dos os conocéis bien.
–En efecto–respondió Yunho con una lenta sonrisa.
–Desde luego–agregó Yoon Ji, mirándolo con una casta sonrisa de
labios cerrados.
–Creo que si me gustaría ver ese jardín–se apresuró a manifestar Jaejoong,
tomando el brazo que Han Sun le ofrecía.
Cuando estuvieron solos en el encantador vergel, el joven comenzó:
–Oye, Jaejoong...
–No me hables de ella. No puedes decir nada que sepa desde nuestra
boda. –Contempló un rosal que llenaba el aire de fragancia. –El nunca me ha
mentido al respecto. No me ha ocultado que la ama ni ha tratado de fingir que me
tiene cariño alguno.
– ¡Basta, Jaejoong! No puedes aceptar a esa mujer.
Jaejoong se volvió hacia su cuñado.
– ¿Y qué otra cosa quieres que haga? Dime, por favor. Él me cree
perverso por cada cosa que hago. Si acudo a su lado cuando está prisionero,
piensa que he ido en busca de mi amante. Si concibo un hijo de él, se convence
de que pertenece a otro.
– ¿El niño es de Yunho?
–Te ha dicho lo que él piensa, ¿verdad? Que es de Min Woo.
– ¿Y por qué no le dices la verdad?
– ¿Para qué me llame mentiroso? No, gracias. Este niño es mío, sea
quien sea el padre.
–Para Yunho, Jaejoong, sería muy importante saber que el niño es
de él.
– ¿Quieres correr a decírselo?–Inquirió él, acalorado –.
¿Derribarás a su amante para acercarte a él? La noticia lo hará muy feliz, sin
duda. Así tendrá las tierras de Kim, un heredero en camino y a su rubia Yoon Ji
para el amor. Perdóname, pero soy tan egoísta que quiero reservarme algo,
aunque sea pequeño, por un tiempo.
Han Sun se sentó en un banco de piedra para observarlo. No cometería
el error de enfrentarse a su hermano mayor en esos momentos, estando él tan
enojado. Un hombre como Jaejoong no merecía tal descuido, ni que se la tratara
así.
–Señor –llamó una mujer.
–Aquí estoy, Joan–respondió Jaejoong–. ¿Qué quieres?
–Las mesas están servidas. Tenéis que venir.
–No, no cenaré. Por favor, di que estoy indispuesto. Mi estado
servirá de excusa.
– ¿Dejaréis que esa ramera se quede con él?–Chilló la doncella–.
¡Tenéis que asistir!
Los ojos de Yunho despidieron chispas por un momento. Hasta
entonces nunca había permitido que nadie hablara mal de Yoon Ji.
–Esa rabia te desmiente.
– ¡Rabia!–Pero Jaejoong se tranquilizó. –Sí, me enfurece que
exhibas tu pasión a la vista de todos. Me has abochornado ante el rey. ¿No te
diste cuenta de cómo te miraban todos, murmurando?–Tenía deseos de herirlo–. En
cuanto a los celos, para que ocurra eso tiene que haber amor.
– ¿Y no me amas?–Preguntó él con frialdad.
–Nunca he dicho eso, ¿verdad?
Jaejoong no podía interpretar su expresión. No sabía si había herido
a Yunho o no. En todo caso, sus crueles palabras no le proporcionaron placer.
–Ven, entonces–dijo él, tomándolo del brazo–. Él rey nos espera
para cenar y no has de insultarlo con tu ausencia. Si deseas, en verdad, poner
fin a los rumores, tienes que representar el papel de esposo amante.
Jaejoong lo siguió con docilidad, extrañamente olvidado de su ira.
Como huéspedes recién llegados, a los que se debía honrar
especialmente, Yunho y Jaejoong se sentaron junto a los reyes: Jaejoong, a la
diestra del rey; Yunho, a la izquierda del rey Junsu. Junto a él, Yoon Ji.
–Parecéis preocupado–dijo el rey Yoochun a Jaejoong.
Jaejoong sonrió.
–No, es que el viaje y el embarazo me cansan.
– ¿Embarazado ya? Sin duda Lord Yunho está muy complacido.
Jaejoong sonrió, pero no pudo dar una respuesta.
–Yunho–murmuró Yoon Ji de modo que nadie más oyera sus palabras–,
he pasado mucho tiempo sin verte.
Lo trataba con cautela, pues percibía que las cosas habían
cambiado entre ellos. Por lo visto, él no había olvidado su amor, de lo
contrario, no habría podido mirarla de aquel modo un rato antes. Sin embargo,
apenas había acabado de besarle la mano cuando apartó la vista de ella para
pasearla por el salón; sólo se fijó en la espalda de su esposo, que se
retiraba. Momentos después la había abandonado para seguir a Jaejoong.
–Mis condolencias por el súbito fallecimiento de tu esposo–dijo Yunho
con frialdad.
–Pensarás que no tengo corazón, pero lamento muy poco su
muerte–murmuró ella con tristeza–. No era... bondadoso conmigo.
Yunho la miró con aspereza.
–Pero ¿acaso no era el marido que habías elegido?
– ¿Cómo puedes decir eso? Se me obligó a ese casamiento. Oh, Yunho,
si al menos hubieras esperado... Ahora estaríamos juntos. Pero estoy segura de
que el rey nos permitiría casarnos.
Le apoyó una mano en el brazo. Él contempló aquella mano fina y
pálida. Después volvió a mirarla a los ojos.
– ¿Olvidas que estoy casado? ¿Que tengo un esposo?
–El rey es hombre comprensivo. Nos escucharía. Tu matrimonio se
puede anular.
Yunho volvió a su plato.
–No me hables de anulación. He oído esa palabra tantas veces que
me ha hartado para el resto de mi vida. Él está esperando un hijo. Ni siquiera
el rey disolvería el matrimonio en estas condiciones.
Yunho dedicó su atención al rey Junsu y comenzó a hacer preguntas
sobre la inminente boda del príncipe.
Yoon Ji guardaba silencio, pensando en las palabras del joven.
Tenía que averiguar por qué estaba harto de la palabra “anulación” y por qué se
había referido al hijo de su esposo casi como si él no lo hubiera engendrado.
Una hora después, ya retiradas las mesas para dejar sitio a la
danza, Yunho preguntó a su esposo:
– ¿Quieres bailar conmigo?
– ¿Tengo que pedir permiso?–Preguntó él, echando un vistazo a Yoon
Ji, que estaba rodeada de admiradores jóvenes.
Yunho le clavó los dedos en el brazo.
–Eres injusto conmigo. No fui yo quien distribuyó los asientos a
la hora de cenar. Estoy haciendo cuanto está en mi mano para tranquilizarte,
pero hay cosas que no puedo controlar.
“Tal vez me estoy portando de modo irracional”, pensó Jaejoong.
–Sí, bailaré contigo.
–Tal vez prefieras pasear por el jardín–sonrió él–. La noche es
cálida.
Jaejoong vacilaba.
–Ven conmigo, Jaejoong.
Apenas habían franqueado el protón cuando él lo estrechó entre sus
brazos para besarlo con ansias. Jaejoong se le aferró desesperadamente.
–Mi dulce Jaejoong–susurró el joven–, no sé cómo seguir soportando
tu enfado. Me duele profundamente que me mires con odio.
Jaejoong se fundió contra Yunho, Nunca había estado tan cerca de
oírle declararle su amor. ¿Podía confiar en él, creerle?
–Ven arriba conmigo. Vamos a la cama y no volvamos a reñir.
– ¿Me estás diciendo palabras dulces con la esperanza de que yo no
me muestre frío en el lecho?–Preguntó él, suspicaz.
–Te digo palabras dulces porque así las siento, No quiero que me
las eches en cara.
–Te pido disculpas. Eso no ha sido correcto de mi parte.
Yunho volvió a besarlo.
–Ya se me ocurrirá algún modo para que pidas disculpas por tu mal
carácter.
Jaejoong rió como un niñito. Él le sonrió con calor, acariciándole
la sien.
–Ven conmigo... si no quieres que te posea en el jardín del rey.
Jaejoong echó una mirada por aquel oscuro sitio, como si estudiara
la posibilidad.
–No–rió su esposo–, no me tientes.
Lo tomó de la mano y lo condujo hasta el último piso de la casa
solariega. La enorme habitación había sido dividida en pequeñas alcobas
mediante biombos plegables de mueble.
–Mi señor–murmuró Joan, soñolienta, al oírlos.
–Esta noche no harán falta tus servicios–la despidió Yunho.
La muchacha puso los ojos en blanco y se escurrió por entre el
laberinto de biombos.
–Le ha echado el ojo a tu hermano–observó Jaejoong.
Yunho arqueó una ceja.
– ¿Qué te importa lo que haga Han Sun por la noche?
Jaejoong le sonrió.
–Tú la malgastas en cháchara inútil. Te ayudaré con esos botones.
Yunho se había vuelto muy hábil en desvestir a su esposo, cuando
él empezó a desprenderse de sus propias prendas, Jaejoong susurró:
–Deja que yo lo haga. Esta noche seré tu escudero
Desabrochó el cinturón que sujetaba el chaleco sobre su vientre
plano y duro y se lo deslizó por la
cabeza. Después fue la túnica de mangas largas, que dejó al descubierto el
pecho y la parte alta de los muslos.
Junto a la cama ardía una vela gruesa. Él hizo que Yunho se
acercara a la luz y lo estudió con interés. Aunque lo había explorado muchas
veces con las manos, era la primera vez que lo hacía con los ojos. Deslizó la
punta de los dedos por los músculos de su brazo y por el vientre ondulante.
– ¿Te gusto?–Preguntó él con los ojos oscurecidos.
Jaejoong le sonrió. A veces le parecía un niño preocupado por
complacer. Sin contestar, se tendió en la cama y le quitó las calzas de las
musculosas piernas. Yunho permanecía muy quieto, como si temiera romper el hechizo.
Jaejoong deslizó las manos desde sus pies hasta sus caderas, haciéndolas vagar
por su cuerpo entero.
–Me gustas–dijo por fin, besándolo–. Y yo, ¿te gusto?
En vez de responder, él lo empujó hacia la cama y se tendió sobre él.
Su pasión era tal que no pudo esperarlo mucho tiempo, pero Jaejoong también lo
necesitaba con la misma urgencia.
Más tarde lo retuvo en sus brazos, escuchando su respiración
serena. Se preguntaba en qué momento se había enamorado de Jaejoong. Tal vez
aquel día en que, tras llegar a su casa, lo había abandonado en el umbral.
Sonrió al recordar su propia furia por verlo desafiante. Besó la frente
dormida. Jaejoong seguiría desafiante cuando tuviera noventa años. La idea le
resultó atractiva.
¿Y Yoon Ji? ¿Cuándo había dejado de amarlo? ¿Acaso lo había amado
alguna vez? Quizás aquello había sido sólo la pasión de un joven por una mujer
hermosa. Porque era hermosa, en verdad, y esa noche había, sido una sorpresa
para él volver a verla; su fulgor lo había ofuscado en cierto modo. Yoon Ji era
una mujer suave y buena, tan dulce como ácido Jaejoong. Pero en los últimos
meses él había aprendido a gustar de la gota de vinagre en la comida.
Jaejoong se movió en sus brazos y él lo acercó un poco más. Aunque
lo acusaba de deshonestidad, de hecho no creía sus propias palabras. Si él
estaba embarazado de otro, había concebido tratando de proteger a su esposo.
Equivocadamente, sin dada, pero en el fondo por bondad. Habría renunciado a su
propia vida para salvar a su madre e incluso a un marido que no lo trataba
bien.
Lo estrechó con tanta fuerza que él despertó, medio sofocado.
– ¡Me estás estrangulando!–Jadeó.
Yunho le besó la nariz.
– ¿Nunca te he dicho que me gusta el vinagre?
Jaejoong lo miró sin comprender.
– ¿Qué clase de esposo eres?–Acusó Yunho–. ¿No sabes ayudar a tu
marido para que duerma?–Le frotó las caderas contra el cuerpo y él dilató los
ojos. –Dormir así me causaría mucho dolor. Y tú no quieres que sufra, ¿verdad?
– No–susurró Jaejoong con los ojos medio cerrados–. No tienes por
qué soportar esos dolores.
Era Yunho quien estaba excitado; Jaejoong aún yacía en un coma de
luz roja y plateada. Él le deslizó las manos por el cuerpo, como si nunca lo
hubiera tocado, como si su carne le fuera completamente nueva. Después de
familiarizar las palmas con aquella piel suave, comenzó a reexplorarla con los
ojos.
Jaejoong gritó de ansias desesperadas, pero él se limitó a reír y
le apartó las manos de los hombros. Cuando lo tuvo estremecido de deseo, lo poseyó
y ambos alcanzaron la culminación casi de inmediato. Se quedaron dormidos así,
aún acoplados. Yunho, sobre él.
A la mañana siguiente, cuando Jaejoong se despertó, Yunho había
desaparecido. La cama estaba desierta y vacía. Joan lo ayudó a ponerse un traje
de terciopelo castaño, de escote cuadrado y profundo. Tenía las mangas forradas
con piel de zorro. Le rodeaban el pecho y la cintura cordones dorados, sujetos
en el hombro por un broche de diamantes.
Durante la cena se había hablado de salir a cazar con arcones y él
deseaba participar. Yunho lo esperaba al pie de la escalera, con ojos
danzarines de placer.
– ¡Qué dormilón eres! Tenía la esperanza de encontrarte todavía en
la cama y hacerte compañía.
Jaejoong sonrió, provocativo.
– ¿Quieres que volvamos?
–No, ahora no. Tengo algunas noticias que darte. He hablado con el
rey y él accede a permitir que Won Bin se case con tu madre. El rey Yoochun era
descendiente de plebeyos.
Jaejoong lo miró fijamente.
– ¿No te complace eso?
– ¡Oh, Yunho!–Jaejoong se arrojó de la escalera á sus brazos. Lo
estrechó con tanta fuerza por el cuello que estuvo a punto de ahogarlo. –Gracias.
Miles y miles de gracias.
Él lo abrazó, riendo.
–De haber sabido que reaccionarías así, habría hablado con el rey
anoche.
–Pues anoche no habrías podido asimilar más de lo que tenías–le
espetó él secamente.
Él rió y lo estrujó hasta hacerle pedir la libertad a gritos, pues
estaba a punto de sufrir una fractura de costillas.
– ¿Crees que no?–Lo desafió él–. Provócame un poco más y te
retendré en la cama hasta dejarte demasiado dolorido para caminar.
– ¡Yunho!–Protestó él, ruborizado. Y miró a su alrededor por si
alguien estuviera escuchando.
Él, riendo entre dientes, lo besó con ligereza.
– ¿Sabe mi madre lo de su casamiento?
–No. Pensé que te gustaría decírselo personalmente.
–Me avergüenza decir que ni siquiera sé dónde está.
–Hice que Won Bin se encargara del alojamiento de mis hombres.
Supongo que tu madre estará a poca distancia. ¿Cierto? Rara vez se aparta de su
lado.
–Gracias, Yunho. Has sido muy bondadoso al otorgarme ese favor.
–Ojalá pudiera otorgarte todo lo que desearas–dijo él con
suavidad.
Jaejoong lo miró, extrañado.
–Ve–sonrió él–. Da a tu madre la noticia y luego reúnete conmigo
en el patio, para la cacería–lo depositó en el suelo y le echó una mirada de
preocupación–. ¿Estarás en condiciones de montar a caballo?
Era la primera vez que mencionaba al niño sin enfado.
–Sí–respondió él, sonriente–. Estoy muy bien. El rey Junsu dice
que el ejercicio me beneficiará.
–Bien, pero no te excedas–le advirtió Yunho.
Jaejoong se volvió, reconfortado por aquel interés. Se sentía como
volando de felicidad. Bajó las escaleras y salid del salón grande. El enorme
patio, tras las murallas custodiadas, estaba lleno de gente.
El ruido era casi ensordecedor, pues todos gritaban a los
Sirvientes y los Sirvientes se gritaban entre sí. Todo parecía tan
desorganizado que Jaejoong se preguntó cómo sería posible llevar algo a cabo.
Al final del patio se alzaba un edificio largo, frente al cual piafaban los
caballos, sujetados por los mozos de cuadra Obviamente, aquellos eran los
establos.
–Vaya, el pequeño pelinegro –murmuró una voz ronroneante que
detuvo a Jaejoong de inmediato–. ¿Vas camino a alguna aventura con un amante,
quizá?
Jaejoong se detuvo para mirar fijamente a Yoon Ji, su enemiga,
cara a cara.
–Debes de recordarme, sin duda–continuó Yoon Ji dulcemente–. Nos
conocimos en tu boda.
–Lamento no haber podido asistir a la tuya, aunque Yunho y yo
compartimos tu mensaje de eterno amor–respondió Jaejoong en el mismo tono.
Los ojos de la otra dispararon fuego; su cuerpo se puso rígido.
–Sí; es lamentable que todo haya acabado tan pronto.
– ¿Acabado?
Yoon Ji sonrió.
– ¿No te has enterado? Mi pobre esposo fue asesinado mientras
dormía. Ahora soy viuda y estoy libre. Oh, sí, muy libre. Supuse que Yunho te
lo habría contado. Se mostró muy interesado por mi nuevo... estado civil
Jaejoong giró sobre sus talones y se marchó a grandes pasos. No,
no sabía hasta entonces que Yoon Ji hubiera enviudado. Ahora solo él se
interponía entre aquella mujer y Yunho. Ya no estaba Kwang Gyu para estorbar a
la pareja.
de seguro esa maldita mujer suela lo a de haber matado o lo mando hacer para quitarlo de en medio pero se quedara sola pues no creo que Yunho regrese a su lado o eso espero
ResponderEliminarGracias
Jae por favor despierta lucha por tu amor no dejes que esa bruja se entrometa.......gracias
ResponderEliminarTodo esa desconfianza se debe como siempre a la falta de comunicación de ambos, pues si se digieran que es lo que siente el uno por el otro y además se contarán todo, nada de esto pasaría y ninguna bruja los incomodarla.
ResponderEliminarGracias!!! ❤️💕💞
Ese par por no hablar honestamente y ser orgullosos, se dejan llevar fácilmente por los caprichos y malas jugadas de otra gente.
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