Capítulo 5
Se había preparado un cuarto especial para los novios, separando
un rincón grande de las habitaciones altas, alrededor de una chimenea. Allí
había una cama enorme, cubierta con las más suaves sábanas de hilo y un
cubrecama de ardilla gris, forrado de seda carmesí. El lecho estaba sembrado de
pétalos de rosa.
Las doncellas de Jaejoong y varias de las invitadas ayudaron a
desvestir al novio. Cuando estuvo desnudo, apartaron los cobertores y el joven
se acostó. No pensaba en lo que estaba ocurriendo a su alrededor, sino en su
propia sandez. En unas pocas horas había olvidado una experiencia de veinte
años sobre los hombres; por unas pocas horas había creído que uno de ellos
podía ser bueno y amable, hasta capaz de amar. Pero Yunho era igual que todos;
tal vez peor.
Las mujeres reían estruendosamente ante su silencio.
Pero Chae Young comprendió que en la conducta de su hijo no había
sólo nerviosismo. Rezó en susurros, pidiendo a Dios que ayudara al joven.
— Eres afortunado — le susurró al oído una mujer mayor—. En mi
primer matrimonio me encontré en la cama con un hombre cinco años mayor que mi
padre. Me extraña que nadie lo ayudara a cumplir con sus deberes.
Maud rió agudamente.
— Yunho no necesitará ayuda. De eso estoy segura.
— Tal vez sea Jaejoong quien necesite ayuda... y yo ofrecería de
buena gana mis servicios — rió otra.
Jaejoong apenas las escuchaba. Sólo recordaba el juramento de amor
de su esposo a una mujer, el modo en que le había visto abrazar y besar a Yoon
Ji. Las mujeres lo cubrieron con la sábana hasta debajo de los brazos. Alguien
le peinó la cabellera para que formara una suave cascada sobre sus hombros
desnudos.
Al otro lado de la puerta de roble se oyó llegar a los hombres,
con Yunho a hombros. Él entró con los pies hacia adelante, ya medio desvestido.
Los hombres le ofrecían ayuda a gritos y hacían apuestas sobre su desempeño en
la tarea que debía realizar. Só1o guardaron silencio al ponerlo de pie, para
mirar al novio que esperaba en la cama. La sábana destacaba el tono cremoso de
sus hombros. La luz de las velas acentuaba las sombras de las sábanas. Su
cuello desnudo palpitaba de vida. Había en su cara una firme seriedad que le
oscurecía los ojos como si echaran humo; sus labios parecían tallados en duro
mármol bermellón.
— ¡Manos a la obra! — Gritó alguien —. ¿A quién se tortura? ¿A él
o a mí?
Se quebró el silencio. Yunho fue rápidamente desvestido y empujado
al lecho. Los hombres observaron con avidez cuando Maud apartó los cobertores,
dejándoles entrever el contorno de un muslo y una cadera desnudos.
— ¡Fuera todos! — Ordenó una mujer alta — ¡Dejadlos en paz!
Chae Young echó una última mirada a su hijo, pero Jaejoong
mantenía la vista clavada en las manos, cruzadas sobre el regazo.
Cuando la pesada puerta se cerró con violencia, la habitación
pareció de pronto sobrenaturalmente silenciosa. Jaejoong cobró dolorosa
conciencia del hombre que tenía a su lado. Yunho permanecía sentado, mirándolo.
La única luz del cuarto era la de las llamas que ardían en el hogar, ante los
pies de la cama. Esa luz bailaba sobre la cabellera de Jaejoong, arrojando
sombras sobre sus delicadas clavículas. En ese momento Yunho no recordaba haber
reñido. Tampoco pensaba en el amor. Sólo sabía que estaba en el lecho con un
chico deseable. Movió la mano para tocarle el hombro; quería comprobar si la
piel era tan suave como parecía.
Jaejoong se apartó bruscamente.
— ¡No me toques! — Dijo, con los dientes apretados.
Yunho lo miró con sorpresa. Había odio en sus ojos y tenía las
mejillas arrebatadas. La rabia le otorgaba más belleza, si eso era posible. Y Yunho
nunca había sentido un deseo tan furioso. Le rodeó el cuello con una mano,
hundiéndole el pulgar en la carne suave.
— Eres mi esposo — dijo en voz baja —. ¡Eres mío!
Jaejoong se resistió con todas sus fuerzas, pero nada eran
comparadas con las de Yunho, que lo atrajo hacia sí con facilidad.
— ¡Jamás seré tuyo! — Le espetó él, antes de que sus labios lo
silenciaran.
Yunho quería ser suave con él, pero aquel hombre lo enfurecía, le
inspiraba deseos de maldecirlo, de volver a pegarle. Por encima de todas las cosas,
deseaba poseerlo.
Su boca descendió hacia la de él con brutalidad.
Jaejoong trató de apartarse, pero él le hizo daño. No se trataba
del dulce beso de aquella tarde, sino de una especie de castigo para
disciplinarlo. Trató de patalear, pero la sábana que los separaba le enredó los
pies hasta que le fue casi imposible moverse.
— Te ayudaré — dijo Yunho.
Y arrancó la sábana, sacándola de bajo el colchón. Aún lo tenía
por el cuello. Cuando lo tuvo desnudo ante sí, aflojó la mano para contemplarlo,
maravillado: la cintura estrecha, las delicadas y redondeadas caderas. Luego
volvió a observar su rostro, sus ojos llameantes. Tenía los labios enrojecidos
por el beso. De pronto sintió que ninguna potencia terrestre podía impedirle
poseerlo. Actuó como si estuviera muerto de hambre, desesperado por el
alimento, capaz de matar o mutilar para obtener lo deseado.
Lo empujó contra el colchón. Jaejoong vio su expresión sin
comprenderla, pero tuvo miedo. Lo que él planeaba era algo más que un golpe de
puño, de eso estaba seguro.
— ¡No! — Susurró, forcejeando.
Yunho era un caballero bien adiestrado.
Las fuerzas de Jaejoong eran las de un mosquito contra un trozo de
granito. Y él le prestó tanta atención como a un insecto. En vez de hacerle el
amor, usó su cuerpo. Sólo sabía que lo deseaba, que lo necesitaba desesperadamente.
Se arrojó sobre él, abriéndole las piernas con un muslo, y lo, besó otra vez
con violencia.
Al sentir la entrada virginal quedó momentáneamente desconcertado.
Pero siguió pujando, sin prestar atención al dolor que eso provocaba a Jaejoong.
Cuando él gritó, Yunho le cerró los labios con su boca y continuó.
Al terminar, se dejó caer a un lado, con un pesado brazo cruzado
sobre los pechos de Jaejoong. Para Yunho, había sido un alivio; para Jaejoong,
nada parecido al placer.
Pocos minutos después se oía su respiración lenta.
Jaejoong, comprendiendo que dormía, se levantó silenciosamente. El
cubrecama de ardilla había caído al suelo. Jaejoong lo levantó para envolverse
el cuerpo, con la vista clavada en el fuego, ordenándose no llorar. ¿Por qué
llorar? Casado contra su voluntad con un hombre que, en el día de su boda,
había jurado no amarlo jamás. Un hombre que no le daba importancia. ¿Qué
motivos tenía para llorar, si la vida futura se presentaba tan atrayente? Le
esperaban años de hacer poco más que darle hijos y pasarse la vida en casa,
mientras él paseaba por el campo con su bella Yoon Ji.
¡No haría semejante cosa! Buscaría una vida propia y, dentro de lo
posible, su propio amor. Su esposo llegaría a no importarle en absoluto.
Permaneció de pie, en silencio, dominando sus lágrimas. No parecía
recordar otra cosa que el dulce beso de aquella tarde, tan diferente del ataque
sufrido un rato antes.
* * *
Yunho se movió en la cama y abrió los ojos. Al principio no pudo
recordar dónde estaba. Giró la cabeza y vio la cama vacía a su lado. ¡Jaejoong
se había ido! Cada centímetro de su piel se puso tenso hasta que descubrió a Jaejoong
frente a la chimenea. Olvidó su brusco miedo en el alivio de tenerlo aún consigo.
Jaejoong parecía estar en otro mundo; ni siquiera le oyó removerse en la cama.
Las sábanas estaban generosamente salpicadas de sangre; Yunho las miró con el
entrecejo fruncido. Sabía que le había hecho daño, pero no comprendía por qué. Yoon
Ji también había sido virgen hasta aquel primer encuentro, pero no había dado
muestras de dolor.
Miró otra vez a su esposo. Tan pequeño, tan solitario.
Si bien era cierto que no lo amaba, lo había utilizado con dureza.
Un esposo no merecía la violación.
— Vuelve a la cama — dijo con suavidad, algo sonriente. Le haría
el amor con lentitud, a manera de disculpa.
Jaejoong irguió los hombros.
— No iré — dijo con firmeza. Para comenzar, no debía permitir que
él lo dominara.
Yunho quedó horrorizado. ¡Aquel hombre era intratable! Hacía de
cada frase un enfrentamiento de voluntades.
Con los dientes apretados, se levantó de la cama para erguirse
ante él.
Jaejoong no le había visto sin ropa hasta entonces, al menos con
claridad. Aquel pecho desnudo, de piel bronceada, atrajo sus ojos. Se le veía
formidable.
— ¿No te han enseñado que
debes acudir cuando llamo?
Jaejoong levantó el mentón para mirarlo a los ojos.
— ¿No has comprendido que no te daré nada de buen grado? — Contraatacó.
Yunho alargó una mano para tomar un mechón de su cabeza. Se lo
enroscó a la muñeca una y otra vez, tirando de Jaejoong para atraerlo hacia sí,
mientras él cedía para evitar el dolor. El cubrecama cayó, y él pegó a su
cuerpo la piel desnuda.
— Ahora usas el dolor para obtener lo que deseas — susurró Jaejoong
— pero acabaré por ganar yo, porque te cansarás de luchar.
— ¿Y qué habrás ganado? — Preguntó Yunho, con los labios muy cerca
de los suyos.
— Verme libre de un hombre al que odio, un hombre brutal,
mentiroso, fal...
Yunho lo interrumpió con un beso. No era el beso de un rato antes,
sino algo suave.
En un primer momento, Jaejoong se negó a reaccionar, pero las
manos se le elevaron solas hasta los brazos de él. Eran brazos duros, de
músculos prominentes, y la piel quemaba.
Al acentuarse el beso, Yunho le soltó el pelo para abrazarlo por
los hombros. Lo movió de modo tal que la cabeza de Jaejoong quedó anidado en la
curva de su hombro.
Jaejoong dejó de pensar. Era una masa de sensaciones, todas nuevas
y nunca imaginadas. Se apretó más a él, deslizándole las manos por la espalda
para sentir el movimiento de los músculos, tan diferentes de su propia espalda.
El comenzó a besarle las orejas y a darle pequeños mordiscos en los lóbulos.
Emitió una risa gutural y grave: las rodillas de Jaejoong habían perdido la
fuerza y Jaejoong estaba caído contra la fuerza de su brazo. Se inclinó para
pasarle el otro brazo bajo las rodillas, sin dejar de besarlo en el cuello, y
lo llevó al lecho. Allí lo besó desde la frente hasta la punta de los pies, en
tanto Jaejoong guardaba silencio. Sólo sus sentidos estaban vivos.
No pasó mucho tiempo sin que los besos le fueran insoportables.
Tenía un dolor sordo en todo el cuerpo. Lo aferró por el pelo para poder
besarlo mejor y se prendió a aquellos labios con hambre, con codicia.
También a Yunho le daba vueltas la cabeza. Nunca había tenido la
oportunidad de hacer el amor largamente, como lo estaba haciendo; ni siquiera
sospechaba que pudiera ser tan placentero. La pasión de Jaejoong era tan feroz
como la suya, pero ninguno de los dos apresuraba el acto de amor. Cuando Yunho
se tendió sobre él, Jaejoong lo estrechó con fuerza para acercarlo a sí. Esa
vez no hubo dolor; estaba bien dispuesto. Se movió con él, lentamente al
principio, hasta que estallaron gozosamente juntos.
Por fin, Jaejoong cayó en un sueño profundo y exhausto, con una
pierna cruzada sobre la de Yunho y el pelo enroscado a su brazo.
Pero su esposo no se durmió de inmediato. Sabía que aquella era la
primera vez para el hombre que tenía en sus brazos, pero, en cierto sentido,
tenía la sensación de que él también acababa de perder su virginidad. Y la idea
le resultaba absurda, ciertamente. Ni siquiera podía recordar a los diferentes amantes
que había llevado a su lecho. Sin embargo, esta noche era infinitamente
distinta. Nunca antes había experimentado tanta pasión. Los otros amantes se
retiraban cuando él se sentía más excitado. Jaejoong no le había dado tanto
como él daba.
Tomó un mechón de pelo que le cruzaba el cuello y lo sostuvo a la
luz del fuego, dejando que los reflejos corrieran por aquellas hebras. Se lo
acercó a la nariz y a los labios. Jaejoong se movió contra su cuerpo y Yunho se
acurrucó mejor. Aun dormido necesitaba tenerlo cerca.
Los ojos castaños de Yunho se tornaron pesados. Por primera vez
desde que tenía memoria estaba saciado y satisfecho. Ah, pero aún quedaba la
mañana por delante. Y se durmió sonriendo.
* * *
Choi Siwon puso el laúd en su estuche de cuero e hizo una leve
señal de asentimiento a la dama, antes de que ella abandonara la habitación.
Esa noche había recibido varias invitaciones de distintas mujeres que lo
querían en su lecho. El estímulo de la boda y, sobre todo, el ver desnuda a la
apuesta pareja habían impulsado a muchos a buscar placeres propios.
El cantante era un joven especialmente apuesto: de ojos ardientes
bajo las densas pestañas; el pelo oscuro se alejaba en la piel perfecta,
estirada sobre los altos pómulos.
— Parece que esta noche estás ocupado — dijo otro de los
cantantes, riendo.
Siwon sonrió, mientras cerraba el estuche de su laúd, pero no dijo
nada.
— Envidio al hombre que se ha llevado semejante esposo. — El otro
señaló las escaleras con la cabeza.
— Es hermoso, sí — reconoció Siwon — pero hay otros.
— No como él — el hombre se le acercó —. Algunos de nosotros vamos
a encontrarnos con las mujeres del novio. Si quieres venir, serás bien
recibido.
— No puedo — manifestó Siwon en voz baja.
El cantante lo miró de soslayo. Luego recogió su salterio y
abandonó el gran salón.
Cuando la enorme sala quedó en silencio, esparcidos por el suelo
cien colchones de paja para los Sirvientes y los invitados de menor
importancia, Siwon subió la escalera.
Se preguntaba cómo habría hecho aquella mujer para contar con un
cuarto privado. Lee Yoon Ji no era rica; aunque su belleza le había ganado la
palabra de casamiento de un conde, no era una de las invitadas de mayor
alcurnia. Y en esa noche, con el castillo desbordante, solamente los novios
podían contar con una habitación para ellos solos. Los otros invitados
compartían los lechos instalados en las habitaciones de las damas o en el
dormitorio principal. Eran camas grandes, de hasta dos metros y medio; rodeadas
por los pesados cortinajes, parecían casi habitaciones individuales.
Siwon no tuvo dificultad en entrar al cuarto designado para las
mujeres solteras; varios hombres estaban ya allí.
Fue fácil ver que las cortinas se apartaban, dejando entrever a la
mujer. Se acercó a ella con celeridad, pues el solo verla lo llenaba de deseo. Yoon
Ji le tendió los brazos, hambrienta, casi violenta en su pasión; cualquier
intento que Siwon hiciera de prolongar los placeres topaba con su resistencia.
Ella era como una tormenta, llena de relámpagos y truenos.
* * *
Cuando todo terminó, Yoon Ji no quiso que él la tocara.
Siempre sensible al humor femenino, él obedeció la tácita orden.
Nunca había conocido a una mujer que no quisiera ser abrazada después de hacer
el amor. Comenzó a ponerse las ropas rápidamente apartadas.
— Me casaré dentro de un mes — dijo ella en voz baja —. En esta
ocasión vendrás al castillo de mi esposo.
Él no hizo comentarios. Ambos sabían que acudiría a la cita. Sólo
se preguntó a cuántos otros habría invitado.
* * *
Por la ventana entraba un solo rayo de sol, cuyo calor hacía
cosquillas a Jaejoong en la nariz. Trató de apartarlo con la mano, soñoliento,
pero algo lo retenía por la cabellera. Abrió perezosamente los ojos y vio allá
arriba el dosel extraño. Al recordar dónde estaba sintió que le ardía la cara.
Hasta su cuerpo pareció ruborizarse.
Volvió la cabeza al otro lado de la cama para mirar a su esposo
dormido. Tenía las pestañas cortas, gruesas y oscuras; en las mejillas asomaba
ya la barba crecida. Así, dormido, sus pómulos parecían afilados.
Yunho yacía de costado, de cara a él. Jaejoong dejó que sus ojos
lo recorrieran por entero. Tenía el pecho amplio. Sus músculos formaban grandes
bultos bien formados. La mirada de Jaejoong descendió hasta el vientre duro y
plano. Sólo un momento después descendieron más. Lo que allí veía no parecía
tan poderoso. Pero, ante sus ojos, aquello comenzó a crecer.
Jaejoong ahogó una exclamación y lo miró a la cara. Yunho estaba
despierto, observándolo; sus pupilas se oscurecían segundo a segundo. Ya no era
el relajado hombre niño que había estado observando, sino un mozo lleno de
pasión. Jaejoong trató de apartarse, pero Yunho aún lo tenía sujeto por la
cabellera. Peor aún; en verdad, Jaejoong no deseaba resistirse. Recordó que lo
odiaba, pero sobre todo recordó el placer de hacer el amor.
— Jaejoong — dijo él.
El tono de su voz le provocó escalofríos en los brazos.
Yunho lo besó en la comisura de la boca. Las manos de Jaejoong pujaron
vanamente contra sus hombros, pero aún ese ligero contacto le hizo cerrar los
ojos, rendido. Él le besó la mejilla, el lóbulo de la oreja y la boca. Su
lengua buscó dulcemente la punta de la otra. Jaejoong se echó atrás,
sobresaltado, y él sonrió como si comprendiera. Si Jaejoong había creído
aprender en el curso de la noche cuanto cabía saber sobre el amor entre hombre
y mujer, ahora pensaba que sabía muy poca cosa.
Los ojos de Yunho habían tomado un tono de humo.
Lo atrajo otra vez contra sí y le deslizó la lengua por los
labios, tocando especialmente las comisuras. Jaejoong entreabrió los dientes
para degustarlo.
Sabía mejor que la miel: cálido y frío, suave y firme.
Exploró su boca como Yunho lo había hecho con la de él, olvidado
de toda timidez. En realidad, olvidado de todo.
Cuando los labios de Yunho le tocaron los pezones estuvo a punto
de gritar. Temía morir bajo esa tortura. Trató de atraerle la cabeza hacia la
boca, pero Yunho emitió una risa grave y
gutural que lo hizo temblar. Tal vez era su dueño, después de todo.
Cuando estaba a punto de perder el juicio, Yunho se acostó sobre
él, acariciándole la cara interna de los muslos hasta hacerlo temblar de deseo.
Lo recibió con un grito; no había alivio para el tormento. Se aferró de él,
ciñéndole la cintura con las piernas, elevándose para acompañar cada impulso.
Por fin, cuando se sentía ya a punto de estallar, experimentó las
palpitaciones que lo aliviaban. Yunho se dejó caer sobre él, apretándolo tanto
que apenas le permitía respirar. Pero en ese momento poco le importaba no
respirar nunca más.
Una hora después se presentaron las doncellas para vestir a Jaejoong
y despertaron a los recién casados. De pronto, Jaejoong cobró aguda conciencia
de que su cuerpo y su cabellera estaban enredados a Yunho. Maud y Joan hicieron
varios comentarios sobre ese abandono. Las sábanas estaban manchadas y había
más ropa de cama en el suelo que sobre el colchón. El cubrecama de ardilla
yacía al otro lado de la habitación, junto a la chimenea.
Las doncellas levantaron a Jaejoong y lo ayudaron a lavarse. Yunho
holgazaneaba en el lecho, observando cada uno de sus movimientos.
Jaejoong no lo miraba; no podía. Estaba abochornado hasta el fondo
de su alma. Detestaba a aquel hombre. Era todo cuanto odiaba: vil, mentiroso,
codicioso... Sin embargo, él había actuado sin el menor orgullo ante su solo
contacto. Pese a haber prometido ante Dios que no le daría nada de buen grado,
daba más de lo que habría deseado.
Apenas notó que sus doncellas le deslizaban una camisa de hilo
fino por la cabeza y un vestido de terciopelo verde intenso, cubierto con
intrincados bordados de oro. La falda dividida dejaba asomar una ancha franja
de enagua de seda. Las mangas, bien amplias, se fruncían en las muñecas;
presentaban algunos cortes por los que asomaba la seda verde claro del forro.
— Y ahora...–dijo Maud, entregándole una gran caja de marfil.
Jaejoong miró a su doncella con asombro, al tiempo que abría la
caja. Sobre un acolchado de terciopelo negro se veía un amplio collar de
filigrana de oro, tan fino como un cabello. De la parte inferior pendía una
hilera de esmeraldas, ninguna más grande que una gota de lluvia.
— Es... bellísimo — susurró Jaejoong —. ¿Cómo ha podido mi
madre...?
— Es el regalo de bodas de su esposo — corrigió Maud con chispas
en los ojos.
Jaejoong sintió la mirada de Yunho fija en su espalda y se volvió
para mirarlo. Al verlo en la cama, con la piel oscura contra la blancura de las
sábanas, se le aflojaron las rodillas. Le costó un gran esfuerzo, pero se
inclinó en una reverencia.
— Gracias, mi señor.
Yunho apretó los dientes ante tanta frialdad. Habría querido que
el regalo lo ablandara un poco. ¿Cómo podía mostrarse tan ardiente en la cama y
tan frío fuera de ella?
Jaejoong se volvió hacia sus doncellas. Maud terminó de abotonarle
el vestido. Joan le trenzó una capa de pelo, que fue intercalando con cintas de
oro. Antes de que hubieran terminado, Yunho les ordenó salir de la habitación.
Jaejoong prefirió no mirarlo mientras Yunho se afeitaba y se vestía
apresuradamente. Se puso un chaleco castaño oscuro, calzas y una chaqueta de
lana parda con forro de lince dorado.
Cuando dio un paso hacia él, Jaejoong tuvo que esforzarse por
calmar su precipitado corazón. Yunho le ofreció el brazo y lo condujo abajo,
hasta donde esperaban los invitados.
Asistieron juntos a misa, pero en esa ocasión no se miraron a los
ojos ni él le besó la mano. Permanecieron solemnes y sobrios a lo largo de todo
el servicio.
pues no se resistió mucho que digamos Jae a que Yunho lo tomara solo espero que se de cuenta Yunho de la suerte que tiene al tener a Jae con el y no a esa mujer que de plano no merece el amor de Yunho y que se arrepienta por tratar así a Jae el se merece todo el amor y cariño de Yunho no el desprecio por que Jae ya a sufrido mucho como para que siga en las mismas después de casado
ResponderEliminarGracias
Los dos sienten tanto deseo , pero les falta sentir amor , los dos merecen ser felices ❤
ResponderEliminarMuchas gracias por el capítulo. 😍❤
Oh Dios muero x saber q pasará...aunque viene sufrimiento para los 2...y seguro q Jae sufrirá más.....pero espero q Yunho le ruegue como perro necesitado de cariño.. Al menos tiene q sufrir x él hacer sufrie a mi JJ
ResponderEliminarQuiero que Jae se complique y actue con orgullo hasta que Yunho sea merecedor de su afecto. Y quiero que Yunho deje de ser tan bruto.
ResponderEliminar¡gracias por el capitulo!
Yunho eres un... Le pegaste a Jae, pero ya la pagarás cuando veas quien es realmente la prostipirugolfa que supuestamente amas y carreras a pedirle perdón a Jae.
ResponderEliminarGracias!!! 💗💕💞