viernes, 17 de febrero de 2017

Promeza Audaz: Capítulo 5


Capítulo 5
 

Se había preparado un cuarto especial para los novios, separando un rincón grande de las habitaciones altas, alrededor de una chimenea. Allí había una cama enorme, cubierta con las más suaves sábanas de hilo y un cubrecama de ardilla gris, forrado de seda carmesí. El lecho estaba sembrado de pétalos de rosa.

Las doncellas de Jaejoong y varias de las invitadas ayudaron a desvestir al novio. Cuando estuvo desnudo, apartaron los cobertores y el joven se acostó. No pensaba en lo que estaba ocurriendo a su alrededor, sino en su propia sandez. En unas pocas horas había olvidado una experiencia de veinte años sobre los hombres; por unas pocas horas había creído que uno de ellos podía ser bueno y amable, hasta capaz de amar. Pero Yunho era igual que todos; tal vez peor.


Las mujeres reían estruendosamente ante su silencio.

Pero Chae Young comprendió que en la conducta de su hijo no había sólo nerviosismo. Rezó en susurros, pidiendo a Dios que ayudara al joven.

— Eres afortunado — le susurró al oído una mujer mayor—. En mi primer matrimonio me encontré en la cama con un hombre cinco años mayor que mi padre. Me extraña que nadie lo ayudara a cumplir con sus deberes.

Maud rió agudamente.

— Yunho no necesitará ayuda. De eso estoy segura.

— Tal vez sea Jaejoong quien necesite ayuda... y yo ofrecería de buena gana mis servicios — rió otra.

Jaejoong apenas las escuchaba. Sólo recordaba el juramento de amor de su esposo a una mujer, el modo en que le había visto abrazar y besar a Yoon Ji. Las mujeres lo cubrieron con la sábana hasta debajo de los brazos. Alguien le peinó la cabellera para que formara una suave cascada sobre sus hombros desnudos.

Al otro lado de la puerta de roble se oyó llegar a los hombres, con Yunho a hombros. Él entró con los pies hacia adelante, ya medio desvestido. Los hombres le ofrecían ayuda a gritos y hacían apuestas sobre su desempeño en la tarea que debía realizar. Só1o guardaron silencio al ponerlo de pie, para mirar al novio que esperaba en la cama. La sábana destacaba el tono cremoso de sus hombros. La luz de las velas acentuaba las sombras de las sábanas. Su cuello desnudo palpitaba de vida. Había en su cara una firme seriedad que le oscurecía los ojos como si echaran humo; sus labios parecían tallados en duro mármol bermellón.

— ¡Manos a la obra! — Gritó alguien —. ¿A quién se tortura? ¿A él o a mí?

Se quebró el silencio. Yunho fue rápidamente desvestido y empujado al lecho. Los hombres observaron con avidez cuando Maud apartó los cobertores, dejándoles entrever el contorno de un muslo y una cadera desnudos.

— ¡Fuera todos! — Ordenó una mujer alta — ¡Dejadlos en paz!

Chae Young echó una última mirada a su hijo, pero Jaejoong mantenía la vista clavada en las manos, cruzadas sobre el regazo.

Cuando la pesada puerta se cerró con violencia, la habitación pareció de pronto sobrenaturalmente silenciosa. Jaejoong cobró dolorosa conciencia del hombre que tenía a su lado. Yunho permanecía sentado, mirándolo. La única luz del cuarto era la de las llamas que ardían en el hogar, ante los pies de la cama. Esa luz bailaba sobre la cabellera de Jaejoong, arrojando sombras sobre sus delicadas clavículas. En ese momento Yunho no recordaba haber reñido. Tampoco pensaba en el amor. Sólo sabía que estaba en el lecho con un chico deseable. Movió la mano para tocarle el hombro; quería comprobar si la piel era tan suave como parecía.

Jaejoong se apartó bruscamente.

— ¡No me toques! — Dijo, con los dientes apretados.

Yunho lo miró con sorpresa. Había odio en sus ojos y tenía las mejillas arrebatadas. La rabia le otorgaba más belleza, si eso era posible. Y Yunho nunca había sentido un deseo tan furioso. Le rodeó el cuello con una mano, hundiéndole el pulgar en la carne suave.

— Eres mi esposo — dijo en voz baja —. ¡Eres mío!

Jaejoong se resistió con todas sus fuerzas, pero nada eran comparadas con las de Yunho, que lo atrajo hacia sí con facilidad.

— ¡Jamás seré tuyo! — Le espetó él, antes de que sus labios lo silenciaran.

Yunho quería ser suave con él, pero aquel hombre lo enfurecía, le inspiraba deseos de maldecirlo, de volver a pegarle. Por encima de todas las cosas, deseaba poseerlo.

Su boca descendió hacia la de él con brutalidad.

Jaejoong trató de apartarse, pero él le hizo daño. No se trataba del dulce beso de aquella tarde, sino de una especie de castigo para disciplinarlo. Trató de patalear, pero la sábana que los separaba le enredó los pies hasta que le fue casi imposible moverse.

  Te ayudaré — dijo Yunho.

Y arrancó la sábana, sacándola de bajo el colchón. Aún lo tenía por el cuello. Cuando lo tuvo desnudo ante sí, aflojó la mano para contemplarlo, maravillado: la cintura estrecha, las delicadas y redondeadas caderas. Luego volvió a observar su rostro, sus ojos llameantes. Tenía los labios enrojecidos por el beso. De pronto sintió que ninguna potencia terrestre podía impedirle poseerlo. Actuó como si estuviera muerto de hambre, desesperado por el alimento, capaz de matar o mutilar para obtener lo deseado.

Lo empujó contra el colchón. Jaejoong vio su expresión sin comprenderla, pero tuvo miedo. Lo que él planeaba era algo más que un golpe de puño, de eso estaba seguro.

— ¡No! — Susurró, forcejeando.

Yunho era un caballero bien adiestrado.

Las fuerzas de Jaejoong eran las de un mosquito contra un trozo de granito. Y él le prestó tanta atención como a un insecto. En vez de hacerle el amor, usó su cuerpo. Sólo sabía que lo deseaba, que lo necesitaba desesperadamente. Se arrojó sobre él, abriéndole las piernas con un muslo, y lo, besó otra vez con violencia.

Al sentir la entrada virginal quedó momentáneamente desconcertado. Pero siguió pujando, sin prestar atención al dolor que eso provocaba a Jaejoong. Cuando él gritó, Yunho le cerró los labios con su boca y continuó.

Al terminar, se dejó caer a un lado, con un pesado brazo cruzado sobre los pechos de Jaejoong. Para Yunho, había sido un alivio; para Jaejoong, nada parecido al placer.

Pocos minutos después se oía su respiración lenta.

Jaejoong, comprendiendo que dormía, se levantó silenciosamente. El cubrecama de ardilla había caído al suelo. Jaejoong lo levantó para envolverse el cuerpo, con la vista clavada en el fuego, ordenándose no llorar. ¿Por qué llorar? Casado contra su voluntad con un hombre que, en el día de su boda, había jurado no amarlo jamás. Un hombre que no le daba importancia. ¿Qué motivos tenía para llorar, si la vida futura se presentaba tan atrayente? Le esperaban años de hacer poco más que darle hijos y pasarse la vida en casa, mientras él paseaba por el campo con su bella Yoon Ji.

¡No haría semejante cosa! Buscaría una vida propia y, dentro de lo posible, su propio amor. Su esposo llegaría a no importarle en absoluto.

Permaneció de pie, en silencio, dominando sus lágrimas. No parecía recordar otra cosa que el dulce beso de aquella tarde, tan diferente del ataque sufrido un rato antes.

 

* * *

 

Yunho se movió en la cama y abrió los ojos. Al principio no pudo recordar dónde estaba. Giró la cabeza y vio la cama vacía a su lado. ¡Jaejoong se había ido! Cada centímetro de su piel se puso tenso hasta que descubrió a Jaejoong frente a la chimenea. Olvidó su brusco miedo en el alivio de tenerlo aún consigo. Jaejoong parecía estar en otro mundo; ni siquiera le oyó removerse en la cama. Las sábanas estaban generosamente salpicadas de sangre; Yunho las miró con el entrecejo fruncido. Sabía que le había hecho daño, pero no comprendía por qué. Yoon Ji también había sido virgen hasta aquel primer encuentro, pero no había dado muestras de dolor.

Miró otra vez a su esposo. Tan pequeño, tan solitario.

Si bien era cierto que no lo amaba, lo había utilizado con dureza. Un esposo no merecía la violación.

— Vuelve a la cama — dijo con suavidad, algo sonriente. Le haría el amor con lentitud, a manera de disculpa.

Jaejoong irguió los hombros.

— No iré — dijo con firmeza. Para comenzar, no debía permitir que él lo dominara.

Yunho quedó horrorizado. ¡Aquel hombre era intratable! Hacía de cada frase un enfrentamiento de voluntades.

Con los dientes apretados, se levantó de la cama para erguirse ante él.

Jaejoong no le había visto sin ropa hasta entonces, al menos con claridad. Aquel pecho desnudo, de piel bronceada, atrajo sus ojos. Se le veía formidable.

  ¿No te han enseñado que debes acudir cuando llamo?

Jaejoong levantó el mentón para mirarlo a los ojos.

— ¿No has comprendido que no te daré nada de buen grado? — Contraatacó.

Yunho alargó una mano para tomar un mechón de su cabeza. Se lo enroscó a la muñeca una y otra vez, tirando de Jaejoong para atraerlo hacia sí, mientras él cedía para evitar el dolor. El cubrecama cayó, y él pegó a su cuerpo la piel desnuda.

— Ahora usas el dolor para obtener lo que deseas — susurró Jaejoong — pero acabaré por ganar yo, porque te cansarás de luchar.

— ¿Y qué habrás ganado? — Preguntó Yunho, con los labios muy cerca de los suyos.

— Verme libre de un hombre al que odio, un hombre brutal, mentiroso, fal...

Yunho lo interrumpió con un beso. No era el beso de un rato antes, sino algo suave.

En un primer momento, Jaejoong se negó a reaccionar, pero las manos se le elevaron solas hasta los brazos de él. Eran brazos duros, de músculos prominentes, y la piel quemaba.

Al acentuarse el beso, Yunho le soltó el pelo para abrazarlo por los hombros. Lo movió de modo tal que la cabeza de Jaejoong quedó anidado en la curva de su hombro.

Jaejoong dejó de pensar. Era una masa de sensaciones, todas nuevas y nunca imaginadas. Se apretó más a él, deslizándole las manos por la espalda para sentir el movimiento de los músculos, tan diferentes de su propia espalda. El comenzó a besarle las orejas y a darle pequeños mordiscos en los lóbulos. Emitió una risa gutural y grave: las rodillas de Jaejoong habían perdido la fuerza y Jaejoong estaba caído contra la fuerza de su brazo. Se inclinó para pasarle el otro brazo bajo las rodillas, sin dejar de besarlo en el cuello, y lo llevó al lecho. Allí lo besó desde la frente hasta la punta de los pies, en tanto Jaejoong guardaba silencio. Sólo sus sentidos estaban vivos.

No pasó mucho tiempo sin que los besos le fueran insoportables. Tenía un dolor sordo en todo el cuerpo. Lo aferró por el pelo para poder besarlo mejor y se prendió a aquellos labios con hambre, con codicia.

También a Yunho le daba vueltas la cabeza. Nunca había tenido la oportunidad de hacer el amor largamente, como lo estaba haciendo; ni siquiera sospechaba que pudiera ser tan placentero. La pasión de Jaejoong era tan feroz como la suya, pero ninguno de los dos apresuraba el acto de amor. Cuando Yunho se tendió sobre él, Jaejoong lo estrechó con fuerza para acercarlo a sí. Esa vez no hubo dolor; estaba bien dispuesto. Se movió con él, lentamente al principio, hasta que estallaron gozosamente juntos.

Por fin, Jaejoong cayó en un sueño profundo y exhausto, con una pierna cruzada sobre la de Yunho y el pelo enroscado a su brazo.

Pero su esposo no se durmió de inmediato. Sabía que aquella era la primera vez para el hombre que tenía en sus brazos, pero, en cierto sentido, tenía la sensación de que él también acababa de perder su virginidad. Y la idea le resultaba absurda, ciertamente. Ni siquiera podía recordar a los diferentes amantes que había llevado a su lecho. Sin embargo, esta noche era infinitamente distinta. Nunca antes había experimentado tanta pasión. Los otros amantes se retiraban cuando él se sentía más excitado. Jaejoong no le había dado tanto como él daba.

Tomó un mechón de pelo que le cruzaba el cuello y lo sostuvo a la luz del fuego, dejando que los reflejos corrieran por aquellas hebras. Se lo acercó a la nariz y a los labios. Jaejoong se movió contra su cuerpo y Yunho se acurrucó mejor. Aun dormido necesitaba tenerlo cerca.

Los ojos castaños de Yunho se tornaron pesados. Por primera vez desde que tenía memoria estaba saciado y satisfecho. Ah, pero aún quedaba la mañana por delante. Y se durmió sonriendo.

 

* * *

 

Choi Siwon puso el laúd en su estuche de cuero e hizo una leve señal de asentimiento a la dama, antes de que ella abandonara la habitación. Esa noche había recibido varias invitaciones de distintas mujeres que lo querían en su lecho. El estímulo de la boda y, sobre todo, el ver desnuda a la apuesta pareja habían impulsado a muchos a buscar placeres propios.

El cantante era un joven especialmente apuesto: de ojos ardientes bajo las densas pestañas; el pelo oscuro se alejaba en la piel perfecta, estirada sobre los altos pómulos.

— Parece que esta noche estás ocupado — dijo otro de los cantantes, riendo.

Siwon sonrió, mientras cerraba el estuche de su laúd, pero no dijo nada.

— Envidio al hombre que se ha llevado semejante esposo. — El otro señaló las escaleras con la cabeza.

— Es hermoso, sí — reconoció Siwon — pero hay otros.

— No como él — el hombre se le acercó —. Algunos de nosotros vamos a encontrarnos con las mujeres del novio. Si quieres venir, serás bien recibido.

— No puedo — manifestó Siwon en voz baja.

El cantante lo miró de soslayo. Luego recogió su salterio y abandonó el gran salón.

Cuando la enorme sala quedó en silencio, esparcidos por el suelo cien colchones de paja para los Sirvientes y los invitados de menor importancia, Siwon subió la escalera.

Se preguntaba cómo habría hecho aquella mujer para contar con un cuarto privado. Lee Yoon Ji no era rica; aunque su belleza le había ganado la palabra de casamiento de un conde, no era una de las invitadas de mayor alcurnia. Y en esa noche, con el castillo desbordante, solamente los novios podían contar con una habitación para ellos solos. Los otros invitados compartían los lechos instalados en las habitaciones de las damas o en el dormitorio principal. Eran camas grandes, de hasta dos metros y medio; rodeadas por los pesados cortinajes, parecían casi habitaciones individuales.

Siwon no tuvo dificultad en entrar al cuarto designado para las mujeres solteras; varios hombres estaban ya allí.

Fue fácil ver que las cortinas se apartaban, dejando entrever a la mujer. Se acercó a ella con celeridad, pues el solo verla lo llenaba de deseo. Yoon Ji le tendió los brazos, hambrienta, casi violenta en su pasión; cualquier intento que Siwon hiciera de prolongar los placeres topaba con su resistencia. Ella era como una tormenta, llena de relámpagos y truenos.

 

* * *

 

Cuando todo terminó, Yoon Ji no quiso que él la tocara.

Siempre sensible al humor femenino, él obedeció la tácita orden. Nunca había conocido a una mujer que no quisiera ser abrazada después de hacer el amor. Comenzó a ponerse las ropas rápidamente apartadas.

— Me casaré dentro de un mes — dijo ella en voz baja —. En esta ocasión vendrás al castillo de mi esposo.

Él no hizo comentarios. Ambos sabían que acudiría a la cita. Sólo se preguntó a cuántos otros habría invitado.

 

* * *

 

Por la ventana entraba un solo rayo de sol, cuyo calor hacía cosquillas a Jaejoong en la nariz. Trató de apartarlo con la mano, soñoliento, pero algo lo retenía por la cabellera. Abrió perezosamente los ojos y vio allá arriba el dosel extraño. Al recordar dónde estaba sintió que le ardía la cara. Hasta su cuerpo pareció ruborizarse.

Volvió la cabeza al otro lado de la cama para mirar a su esposo dormido. Tenía las pestañas cortas, gruesas y oscuras; en las mejillas asomaba ya la barba crecida. Así, dormido, sus pómulos parecían afilados.

Yunho yacía de costado, de cara a él. Jaejoong dejó que sus ojos lo recorrieran por entero. Tenía el pecho amplio. Sus músculos formaban grandes bultos bien formados. La mirada de Jaejoong descendió hasta el vientre duro y plano. Sólo un momento después descendieron más. Lo que allí veía no parecía tan poderoso. Pero, ante sus ojos, aquello comenzó a crecer.

Jaejoong ahogó una exclamación y lo miró a la cara. Yunho estaba despierto, observándolo; sus pupilas se oscurecían segundo a segundo. Ya no era el relajado hombre niño que había estado observando, sino un mozo lleno de pasión. Jaejoong trató de apartarse, pero Yunho aún lo tenía sujeto por la cabellera. Peor aún; en verdad, Jaejoong no deseaba resistirse. Recordó que lo odiaba, pero sobre todo recordó el placer de hacer el amor.

— Jaejoong — dijo él.

El tono de su voz le provocó escalofríos en los brazos.

Yunho lo besó en la comisura de la boca. Las manos de Jaejoong pujaron vanamente contra sus hombros, pero aún ese ligero contacto le hizo cerrar los ojos, rendido. Él le besó la mejilla, el lóbulo de la oreja y la boca. Su lengua buscó dulcemente la punta de la otra. Jaejoong se echó atrás, sobresaltado, y él sonrió como si comprendiera. Si Jaejoong había creído aprender en el curso de la noche cuanto cabía saber sobre el amor entre hombre y mujer, ahora pensaba que sabía muy poca cosa.

Los ojos de Yunho habían tomado un tono de humo.

Lo atrajo otra vez contra sí y le deslizó la lengua por los labios, tocando especialmente las comisuras. Jaejoong entreabrió los dientes para degustarlo.

Sabía mejor que la miel: cálido y frío, suave y firme.

Exploró su boca como Yunho lo había hecho con la de él, olvidado de toda timidez. En realidad, olvidado de todo.

Cuando los labios de Yunho le tocaron los pezones estuvo a punto de gritar. Temía morir bajo esa tortura. Trató de atraerle la cabeza hacia la boca, pero  Yunho emitió una risa grave y gutural que lo hizo temblar. Tal vez era su dueño, después de todo.

Cuando estaba a punto de perder el juicio, Yunho se acostó sobre él, acariciándole la cara interna de los muslos hasta hacerlo temblar de deseo. Lo recibió con un grito; no había alivio para el tormento. Se aferró de él, ciñéndole la cintura con las piernas, elevándose para acompañar cada impulso.

Por fin, cuando se sentía ya a punto de estallar, experimentó las palpitaciones que lo aliviaban. Yunho se dejó caer sobre él, apretándolo tanto que apenas le permitía respirar. Pero en ese momento poco le importaba no respirar nunca más.

Una hora después se presentaron las doncellas para vestir a Jaejoong y despertaron a los recién casados. De pronto, Jaejoong cobró aguda conciencia de que su cuerpo y su cabellera estaban enredados a Yunho. Maud y Joan hicieron varios comentarios sobre ese abandono. Las sábanas estaban manchadas y había más ropa de cama en el suelo que sobre el colchón. El cubrecama de ardilla yacía al otro lado de la habitación, junto a la chimenea.

Las doncellas levantaron a Jaejoong y lo ayudaron a lavarse. Yunho holgazaneaba en el lecho, observando cada uno de sus movimientos.

Jaejoong no lo miraba; no podía. Estaba abochornado hasta el fondo de su alma. Detestaba a aquel hombre. Era todo cuanto odiaba: vil, mentiroso, codicioso... Sin embargo, él había actuado sin el menor orgullo ante su solo contacto. Pese a haber prometido ante Dios que no le daría nada de buen grado, daba más de lo que habría deseado.

Apenas notó que sus doncellas le deslizaban una camisa de hilo fino por la cabeza y un vestido de terciopelo verde intenso, cubierto con intrincados bordados de oro. La falda dividida dejaba asomar una ancha franja de enagua de seda. Las mangas, bien amplias, se fruncían en las muñecas; presentaban algunos cortes por los que asomaba la seda verde claro del forro.

— Y ahora...–dijo Maud, entregándole una gran caja de marfil.

Jaejoong miró a su doncella con asombro, al tiempo que abría la caja. Sobre un acolchado de terciopelo negro se veía un amplio collar de filigrana de oro, tan fino como un cabello. De la parte inferior pendía una hilera de esmeraldas, ninguna más grande que una gota de lluvia.

— Es... bellísimo — susurró Jaejoong —. ¿Cómo ha podido mi madre...?

— Es el regalo de bodas de su esposo — corrigió Maud con chispas en los ojos.

Jaejoong sintió la mirada de Yunho fija en su espalda y se volvió para mirarlo. Al verlo en la cama, con la piel oscura contra la blancura de las sábanas, se le aflojaron las rodillas. Le costó un gran esfuerzo, pero se inclinó en una reverencia.

— Gracias, mi señor.

Yunho apretó los dientes ante tanta frialdad. Habría querido que el regalo lo ablandara un poco. ¿Cómo podía mostrarse tan ardiente en la cama y tan frío fuera de ella?

Jaejoong se volvió hacia sus doncellas. Maud terminó de abotonarle el vestido. Joan le trenzó una capa de pelo, que fue intercalando con cintas de oro. Antes de que hubieran terminado, Yunho les ordenó salir de la habitación. Jaejoong prefirió no mirarlo mientras Yunho se afeitaba y se vestía apresuradamente. Se puso un chaleco castaño oscuro, calzas y una chaqueta de lana parda con forro de lince dorado.

Cuando dio un paso hacia él, Jaejoong tuvo que esforzarse por calmar su precipitado corazón. Yunho le ofreció el brazo y lo condujo abajo, hasta donde esperaban los invitados.

Asistieron juntos a misa, pero en esa ocasión no se miraron a los ojos ni él le besó la mano. Permanecieron solemnes y sobrios a lo largo de todo el servicio.

5 comentarios:

  1. pues no se resistió mucho que digamos Jae a que Yunho lo tomara solo espero que se de cuenta Yunho de la suerte que tiene al tener a Jae con el y no a esa mujer que de plano no merece el amor de Yunho y que se arrepienta por tratar así a Jae el se merece todo el amor y cariño de Yunho no el desprecio por que Jae ya a sufrido mucho como para que siga en las mismas después de casado
    Gracias

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  2. Los dos sienten tanto deseo , pero les falta sentir amor , los dos merecen ser felices ❤
    Muchas gracias por el capítulo. 😍❤

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  3. Oh Dios muero x saber q pasará...aunque viene sufrimiento para los 2...y seguro q Jae sufrirá más.....pero espero q Yunho le ruegue como perro necesitado de cariño.. Al menos tiene q sufrir x él hacer sufrie a mi JJ

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  4. Quiero que Jae se complique y actue con orgullo hasta que Yunho sea merecedor de su afecto. Y quiero que Yunho deje de ser tan bruto.

    ¡gracias por el capitulo!

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  5. Yunho eres un... Le pegaste a Jae, pero ya la pagarás cuando veas quien es realmente la prostipirugolfa que supuestamente amas y carreras a pedirle perdón a Jae.

    Gracias!!! 💗💕💞

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