martes, 21 de febrero de 2017

Un Angel Caído: Capítulo 5

CAPÍTULO 5


Yunho observó cómo se alejaba el taxi, sorprendido de que él lo hubiese cogido. Jaejoong estaba demostrando ser el más impredecible de todos cuantos se encontraban bajo su mando. Por supuesto, Jaejoong no estaría de acuerdo con aquella descripción, pensó, divertido como solo podía estarlo un inmortal poderoso y letal.

La puerta se abrió tras él.

— ¿Sire?

—Han Sun, tienes que mantenerte alejado del cazador.

—Si eso es lo que mi sire desea... —Una pausa—. Podría hacer que suplicara. No volvería a desobedecer tus órdenes.

—No quiero que suplique. — Yunho se quedó asombrado al darse cuenta de que aquello era cierto—. Será mucho más eficiente con su espíritu intacto.

— ¿Y después? —La voz de Han Sun estaba cargada de expectación sensual—. ¿Puedo tenerlo después de la caza? Ese hombre... me atrae.

—No. Después de la caza, será mío. —Cualquier súplica que Jaejoong pudiera hacer sería solo para sus oídos.

 

* * *

 

Yunho iba a matarlo.

Jaejoong se incorporó de pronto en su hermosa cama, que era una obra de arte. El cabecero era un diseño único fabricado en el más delicado de los metales labrados; las sábanas y el edredón, ambos de color blanco, estaban bordados con flores diminutas. A la derecha de la cama había unas puertas correderas que daban a un pequeño balcón privado que él había convertido en un jardín en miniatura. Y más allá se veía la Torre del Arcángel.

Dentro, las paredes estaban empapeladas con un diseño en tono crema con matices azules y plateados que hacían juego con el azul oscuro de la alfombra. Las cortinas de las puertas correderas eran de gasa blanca, aunque había unas caídas de brocado más gruesas que casi siempre mantenía sujetas a los lados. Unos enormes girasoles en flor sobresalían del gran jarrón de porcelana que se encontraba en el rincón opuesto de la habitación, llevando el brillo del sol al interior de la estancia.

Aquel jarrón se lo había regalado un ángel chino agradecido cuando él consiguió atrapar a una de sus incorregibles pupilas. La joven vampira (que apenas acababa de completar su Contrato), había decidido que ya no necesitaba la protección angelical. Jaejoong la había encontrado acurrucada y muerta de miedo en un sex shop con una clientela de lo más extraña. Aquella caza lo había llevado a las entrañas de los bajos fondos de Shanghái, pero el jarrón era una pieza de luz que no había sufrido el paso del tiempo. Toda la habitación era una guarida, y Jaejoong había tardado meses en dejarla a su gusto.

No obstante, en aquel preciso momento podría haber estado sentado en cualquier tugurio al sur de Pekín. Tenía los ojos abiertos, pero lo único que veía era la imagen congelada de aquel vampiro, al que ni una puta persona se había atrevido a ayudar. Sabía que él no acabaría así, no si Yunho deseaba que nadie se enterara del asunto que se traían entre manos, pero al final acabaría muerto.

Yunho le había hablado del glamour.

Hasta donde Jaejoong sabía, ningún cazador, ningún humano, conocía aquella pequeña parte del poder de los arcángeles. Era algo así como ver la cara de tu secuestrador: da igual lo que el tipo diga después, porque sabes que estás acabado.

—De ninguna... puta... manera. —Cerró las manos sobre el hermoso edredón de algodón egipcio y entrecerró los párpados mientras consideraba sus opciones.

Opción número uno: Intentar dejar el trabajo.

Posible resultado: Muerte tras una dolorosa tortura.

Opción número dos: Hacer el trabajo y rezar.

Posible resultado: Muerte, aunque probablemente sin tortura (algo bueno).

Opción número tres: Conseguir que Yunho jurara no matarlo.

Posible resultado: Los juramentos eran un asunto muy serio para los ángeles, así que seguiría con vida. Sin embargo, podría torturarlo hasta que perdiera la cordura.

—Así que ya puedes encontrar un juramento mejor —murmuró para sí—. Nada de muerte ni de torturas, y desde luego nada de Convertirme en vampiro. —Se mordió el labio inferior, preguntándose si aquel juramento podría extenderse a su familia y amigos.

Familia... Sí, claro. Su familia lo odiaba a muerte. Pero Jaejoong no quería que los abrieran en canal mientras lo obligaban a mirar.

Sangre que cae sobre las baldosas.

Plaf.

Plaf.

Plaf.

Una súplica sin resuello, gorgoteante.

Alzar la vista para descubrir que Boo Ki sigue con vida.

El monstruo sonriendo.

—Ven aquí, pequeño cazador. Pruébala.

Plaf.

Plaf.

Un sonido líquido y desgarrador, intenso, obsceno, salido de una pesadilla.


* * *   


Jaejoong apartó el edredón y sacó las piernas por uno de los costados de la cama con una expresión gélida. Aquel recuerdo en particular tenía la capacidad de destruir cualquier tipo de calidez que albergara su alma. Allí sentado, con la cabeza apoyada en las manos, contempló la alfombra azul oscuro mientras intentaba despejar su mente. Era lo único que podía hacer cuando los recuerdos encontraban un agujero en sus defensas y conseguían subir a la superficie, con unas garras tan afiladas y venenosas como las de...

Algo aterrizó en el balcón.

El arma que tenía oculta bajo la almohada estaba en su mano y apuntaba hacia las puertas correderas antes incluso de que Jaejoong se diera cuenta de que se había movido. Tenía el pulso firme, y la sangre llena de adrenalina. Inspeccionó el balcón a través de las cortinas de gasa. No vio a nadie, pero solo un cazador muy estúpido bajaría la guardia con tanta facilidad. Y Jaejoong no era estúpido. Se puso en pie, ajeno al hecho de que lo único que llevaba puesto eran una camiseta blanca de tirantes y unos bóxers de color verde menta, con una abertura a los lados, que parecían unos pantaloncitos cortos.

Sin apartar la vista de la zona exterior, utilizó la mano libre para echar a un lado las cortinas de gasa, primero una y después la otra. El balcón quedó a la vista. Allí no había ningún maldito vampiro. Aquellos cabrones no podían volar, pero una vez había visto a tres de ellos escalar un edificio como si fueran un grupo de arañas de cuatro patas. Aquellos tipos lo habían hecho en plan de broma, pero si ellos podían hacerlo, los demás también.

Inspeccionó el lugar por segunda vez.

Ningún vampiro. Ningún ángel.

Empezaba a dolerle un poco el brazo de sostener el arma en aquella posición, pero no se permitió ni un respiro. En lugar de eso, empezó a examinar los bordes de la terraza (allí tenía un montón de plantas, entre las que se incluían enredaderas que colgaban por debajo del «tejado» curvo que él había añadido), para asegurarse bien de que nada impedía la vista de la barandilla del balcón. Si hubiera habido alguien colgado allí fuera, habría podido verle las puntas de los dedos.

Lo más importante era que cualquier intruso habría dejado un rastro en el gel con el que rociaba la terraza todas las semanas. El producto había sido creado especialmente para los cazadores y costaba un riñón, un brazo y un ojo de la cara, pero era de lo más efectivo a la hora de detectar intrusos. Cuando estaba inactivo, se mezclaba con cualquier tipo de superficie; sin embargo, cuando entraba en contacto con un vampiro, un humano o un ángel, adquiría un vívido e inconfundible tono rojo.

El gel estaba intacto, y sus sentidos no percibían a ningún vampiro.

Tras relajarse un poco, echó una mirada hacia abajo. Enarcó las cejas. Había un tubo de plástico con un mensaje cerca de sus exuberantes begonias rojas. Frunció el ceño. Los tallos de las begonias se rompían con facilidad. Si quienquiera que hubiese dejado aquello había magullado por accidente las plantas que él había cuidado con tanto esmero para que florecieran a pesar del fresco de finales de verano, lo pagaría muy caro. Al final, convencido de que la zona era segura, bajó el arma y abrió la puerta.

La brisa le llevó el palpitante pulso vital de la ciudad, pero nada más.

Incluso entonces, tuvo mucho, mucho cuidado cuando inclinó el cuerpo hacia fuera e hizo rodar el tubo hacia él utilizando el pie. Casi había conseguido meterlo en la habitación cuando vio la pluma que caía con suavidad sobre un helecho rizado. Dio una patada al tubo para meterlo, levantó la pistola y la apuntó hacia el tejado del balcón; el tipo que lo había construido le había dicho que era una locura bloquear aunque fuera una mínima parte de las vistas, pero estaba claro que jamás se le había ocurrido que el peligro pudiera llegar de arriba.

Era evidente que había perdido parte de la visibilidad, pero nadie podría tenderle una emboscada desde arriba sin que él se enterara... aunque estaba claro que había confiado demasiado en aquel pequeño escudo, ya que no había visto a su indeseado invitado. No volvería a ocurrir.

— ¡Esta munición atraviesa la piedra, así que imagínate lo que haría con esa imitación sobre la que estás sentado! —gritó—. ¡Baja de ahí de una vez antes de que la rompas!

Al instante se oyó la sacudida de unas alas. Un segundo después, un rostro angelical ruborizado se asomó cabeza abajo. Jaejoong abrió los ojos de par en par. No sabía que los ángeles pudieran hacer eso.

— ¿Eres el chico de los recados? Ponte derecho... me estás dando vértigo.

El ángel asintió y lo obedeció. Se parecía a uno de aquellos míticos querubines que a los artistas del Renacimiento les gustaba pintar, con un rostro redondo y dulce.

— ¡Lo siento! Nunca antes había conocido a un cazador. Sentía curiosidad. —Sus ojos se abrieron como platos cuando bajó la mirada. Sus alas ya habían empezado a batirse con rapidez cuando cambió de posición, pero en aquellos momentos se movían a un ritmo frenético.

—Levanta la vista o te haré un agujero en el ala.

La criatura alzó la cabeza de repente, con las mejillas sonrojadas. Se inclinó un poco hacia la izquierda antes de enderezarse por completo.

— ¡Lo siento! ¡Lo siento! Acabo de salir del Refugio. Yo... —Tragó saliva—. ¡Se suponía que no debía contarte eso! Por favor, no se lo digas a Yunho.

Puesto que el ángel parecía a punto de echarse a llorar, Jaejoong asintió con la cabeza.

—Tranquilízate, chico. Y la próxima vez que entregues un mensaje, entra por la puerta principal.

El tipo se removió con incomodidad.

— Yunho me dijo que lo hiciera así.

Jaejoong suspiró y le hizo un gesto con la mano.

—Lárgate. Yo me encargaré de Yunho.

El joven ángel pareció aterrorizado.

—No, no pasa nada. Por favor, no lo hagas. Él podría... hacerte daño. —Las dos últimas palabras fueron pronunciadas en un susurro.

—No, no lo hará. —Conseguiría que el arcángel le hiciera un juramento. Aunque no tenía ni la menor idea de cómo...—. Ahora, vete... Han Sun se pondrá celoso.

El joven se quedó pálido y se marchó con tanta rapidez que Jaejoong apenas pudo verlo. Bueno, las cosas se ponían interesantes. Hasta donde él sabía, eran los ángeles quienes controlaban a los vampiros. Pero ¿y si el poder no siempre seguía aquella jerarquía? Era algo que tendría que considerar.

Más tarde.

Después de conseguir que Yunho prometiera no matarlo ni torturarlo.

Cerró las puertas tras examinar y regar sus preciosas begonias (la amarilla estaba floreciendo como en pleno verano a pesar de que ya había pasado un mes desde aquella fecha, y eso lo hizo sonreír), y luego corrió las cortinas y volvió a colocar el arma bajo la almohada. Solo entonces cogió el tubo del mensaje y le quitó la tapa.

El teléfono empezó a sonar.

Pensó en ignorarlo. Se moría de curiosidad. Sin embargo, cuando echó un vistazo a la pantalla del identificador de llamadas, descubrió que era Junsu.

—Hola, ¿qué pasa, señor director?

—Yo iba a hacerte la misma pregunta. Ayer recibí un informe de lo más extraño.

Jaejoong se mordió los labios.

— ¿De quién?

—De Changmin.

—No me digas más... —murmuró. Aquel cazador tenía un pasatiempo de lo más peculiar, teniendo en cuenta su fascinación por las pistolas y las armas en general. El hecho de que viviera en una de las principales ciudades, llena de contaminación lumínica, no parecía importarle—. Estaba observando las estrellas, ¿verdad?

Junsu dejó escapar un suspiro.

—Con su magnífico telescopio de super-mega-extra potencia... Y me dijo que tú estabas... bueno... ¿volando? —Pronunció la última palabra con un tono de absoluta incredulidad.

—Tengo que darle las gracias a Changmin por considerarme una estrella.

—No puedo creerlo... —susurró Junsu—. Ay, Dios... ¿Estabas ahí arriba? ¿Volando?

—Sí.

— ¿Con un ángel?

—Con un arcángel.

Silencio sepulcral durante varios segundos. Luego:

—Joder...

—Ajá... — Jaejoong empezó a quitarle la tapa al tubo de nuevo.

— ¿Qué estás haciendo? Te oigo respirar.

Jaejoong esbozó una sonrisa.

—Eres un amigo de lo más cotilla.

—Eso aparece en el libro de normas sobre los mejores amigos. Desembucha mientras intento superar el shock.

—Un ángel me ha traído un mensaje hace unos minutos.

— ¿De qué se trata?

—Eso intento averi... —Su voz se apagó cuando consiguió quitar la tapa. Con dedos temblorosos, contempló el contenido del tubo, un tubo que había sido protegido con varias capas de un material acolchado. Le dio la sensación de que el joven ángel debería haber dejado caer aquello con mucho más cuidado—. Vaya...

— ¿Jae? No me hagas esto.

Con el corazón en la garganta, extrajo la figura de talla exquisita con muchísimo cuidado.

—Me ha enviado una rosa.

Un resoplido desilusionado llegó desde el otro lado de la línea telefónica.

—Sé que no quedas mucho con los tíos, cielo, pero puedes conseguir cinco cajas llenas de rosas en la tienda de la esquina.

—Está hecha de cristal. —Mientras hablaba, la rosa reflejó la luz de una manera tan increíble que lo dejó boquiabierto—. Madre mía...

— ¿Cómo que «Madre mía»? Madre mía... ¿qué?

Atónito, Jaejoong abrió un cajón que tenía al lado para sacar una daga de alta resistencia, capaz de cortarlo todo, que no utilizaba mucho debido a su excesivo peso. Con mucho cuidado, intentó realizar un pequeño arañazo en el tallo de cristal. No tuvo ningún éxito. Sin embargo, cuando lo intentó a la inversa, la rosa dejó un arañazo en la superficie «a prueba de ralladuras» de la daga.

—Joder...

—Jae, te juro que te haré picadillo si no me dices lo que está pasando. ¿Qué es? ¿Una rosa mutante chupasangre?

Tras contener una carcajada, Jaejoong contempló el increíble y precioso objeto que tenía en la mano.

—No es de cristal.

— ¿Es de circonita? —Preguntó Sara con sequedad—. No, espera: seguro que es de plástico.

—Es de diamante.

Silencio absoluto.

Una tos.

— ¿Puedes repetir lo que has dicho, por favor?

Jaejoong sostuvo la rosa en alto para que le diera la luz.

—Está hecha de diamante. De una pieza. Impecable.

—Eso es imposible. ¿Sabes lo grande que tendría que ser el diamante para tallar una rosa? ¿O acaso es una rosa microscópica?

—Tiene el tamaño de mi palma.

—Lo que he dicho: imposible. Los diamantes no se esculpen. En realidad, es imposible. —Pero Junsu parecía un poco ahogado —. ¿Ese hombre te ha mandado una rosa de diamante?

—No es un hombre —dijo Jaejoong, que intentaba evitar que su parte delicada reaccionara con absoluto deleite ante aquel maravilloso obsequio—. Es un arcángel. Un arcángel muy peligroso.

—O bien está encaprichado contigo o bien les da propinas muy buenas a sus empleados.

Jaejoong se echó a reír de nuevo.

—No, solo quiere colarse en mis bóxers. —Esperó a que Junsu dejara de toser al otro lado antes de continuar—. Anoche le dije que no. Me parece que a los arcángeles no les gusta que les digan que no.

— Jae, cariño, dime que me estás tomando el pelo, por favor. —El tono de Junsu era de súplica—. Si el arcángel te desea, te tendrá. Y... —Se quedó callado.

—No pasa nada, Junsu —dijo Jaejoong con voz suave—. Dilo: y si me tiene, me destrozará. —Los arcángeles no eran humanos; ni siquiera se parecían a los humanos. Cuando saciaban sus necesidades, perdían el interés por sus juguetes—. Razón por la cual no me tendrá nunca.

— ¿Y cómo piensas asegurarte de que no se encargue de ti más tarde?

—Voy a conseguir que me haga un juramento.

Junsu emitió un ruidito dubitativo.

—Vale, dejemos las cosas claras. Los ángeles se toman los juramentos muy en serio. Con una seriedad mortal, de hecho. Pero tienes que expresarlo con mucha exactitud. Y es un toma y saca. Él querrá su libra de carne... y en tu caso, lo más probable es que sea literal.

Jaejoong se estremeció. La idea ya no le parecía tan desagradable. Y no era por el diamante. Se debía a la sensualidad que había experimentado la noche anterior. Había sido un coqueteo sexual siniestro y con tintes de crueldad, pero también el más intenso que había vivido nunca. ¿Qué ocurriría si él se introducía en su interior, caliente y duro... una y otra vez?

De pronto se le sonrojaron las mejillas, apretó los muslos y sintió los latidos del corazón en la garganta.

—Le devolveré la rosa. —Era una creación extraordinaria y maravillosa, pero no podía quedársela.

Junsu malinterpretó su comentario.

—Eso no bastará. Tendrás que tener algo con lo que regatear.

—Déjame eso a mí. — Jaejoong intentó parecer seguro de sí mismo, pero lo cierto era que no tenía ni la menor idea de cómo iba a regatear con un arcángel.

«Él querrá su libra de carne.»

Su mente empezó a funcionar sin previo aviso y las palabras de Junsu se mezclaron con el recuerdo del cuerpo profanado de Boo Ki. Se le quedó el alma helada. ¿Y si el precio de Yunho era algo peor que la muerte?

4 comentarios:

  1. no te asustes Jae lo único que Yunho quiere es tu amor para el solito y nada mas bueno eso espero y se quede con Jae para siempre
    Gracias

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  2. *0* OMG....quiero saber q pasará...este capítulo....sin palabras...conti x fas...no dejes q pase otro año pa actualizar x faaaaavor.....

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  3. Omg muchas gracias ❤❤❤❤❤❤

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  4. omg, omg, omg!!! esto se esta poniendo cada vez mejor, kyaaaaa, aunque la verdad me preocupa un poco lo que realmente presente yunho con nuestro jae, no quiero que o utilice y después lo tire ala basura por que ya se canso de el , espero que puedad actualizar pronto

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