Capítulo 6
Ante la casa solariega de Kim imperaba el bullicio; el aire estaba
cargado de entusiasmo. Por todas partes flameaban coloridos estandartes, ya en
lo alto de los palcos, ya en las tiendas que cubrían los terrenos. Los atavíos
centelleaban como piedras preciosas bajo el sol. Había niños que corrían por
entre los grupos de personas y vendedores, con grandes cajas colgadas del
cuello, pregonando su mercancía; vendían de todo, desde frutas y pasteles hasta
reliquias sagradas.
La liza en sí era un campo cubierto de arena, de cien metros de
longitud, bordeado por dos cercas de madera y con otra en el medio. La cerca
interior medía apenas un metro veinte de altura, pero la exterior llegaba casi
a los dos metros y medio. El espacio interior era para los escuderos y los
caballos de los señores que iban a participar. Fuera de la alta cerca, los
mercaderes y los vasallos se apretujaban, tratando de lograr un mejor sitio
para ver las justas.
Las damas y los caballeros que no participarían ocupaban bancos
escalonados, lo bastante altos como para verlo todo. Estos bancos estaban
cubiertos por doseles y señalados con estandartes que exhibían los colores de
las diversas familias. Varios sectores presentaban los leopardos del clan Jung.
* * *
Antes de que se iniciara la justa, los caballeros desfilaron con
sus armaduras. La calidad y el diseño de la armadura variaba notablemente,
según la riqueza de cada uno. Las había de anticuada cota de malla; otras, más
modernas, eran placas metálicas cosidas sobre cuero; los más adinerados usaban
la nueva armadura, que cubría al hombre de pies a cabeza con acero fino, sin
dejar un centímetro sin protección. Era una defensa pesada, que sobrepasaba los
cincuenta kilos. Sobre los yelmos ondulaban las plumas con los colores del
caballero.
Jaejoong caminaba con Yunho hacia la zona donde se celebrarían los
torneos, aturdido por el ruido y los olores que los rodeaban. Para él todo era
nuevo y estimulante, pero Yunho tenía pensamientos contradictorios. La noche
había sido una revelación. Nunca había disfrutado tanto con un hombre como con
ese flamante esposo. Con demasiada frecuencia, sus cópulas habían sido citas
apresuradas o secretas con Yoon Ji. Yunho no amaba al hombre que había
desposado (por el contrario, hablarle lo enfurecía), pero tampoco conocía
pasión tan desinhibida como la suya.
Jaejoong vio que Taecyeon se acercaba a ellos, con la armadura
completa. El acero tenía grabadas diminutas flores de lis de oro. Llevaba el
yelmo bajo el brazo y caminaba como si estuviera habituado al enorme peso de la
armadura. Y así era.
Jaejoong, sin darse cuenta, soltó el brazo de su marido al
reconocer a Taecyeon. El cuñado se acercaba a paso rápido, con una sonrisa
llena de hoyuelos, de las que aflojaban tantas rodillas femeninas.
— Hola, hermanito mío — le sonrió —. Esta mañana me he despertado
pensando que tu belleza había sido un sueño, pero veo que era real y hasta más
acentuada.
Jaejoong quedó encantado.
— Y tú das más brillo al día. ¿Vas a participar? — preguntó,
señalando los campos cubiertos de arena.
— Tanto Changmin como yo participaremos en el torneo.
Ninguno de ellos pareció prestar atención a Yunho, que los miraba
con el entrecejo fruncido.
— Esas cintas que usan los hombres — inquirió Jaejoong — ¿qué
significan?
— Es porque alguien ha elegido a un caballero y le da una prenda.
— En ese caso, ¿me permites que te dé una cinta? — Jaejoong sonreía.
Taecyeon clavó inmediatamente una rodilla en tierra, haciendo
chirriar las bisagras de la armadura.
— Será un honor.
Jaejoong se levantó el velo transparente que le cubría la
cabellera y quitó una de las cintas doradas de sus trenzas. Obviamente, sus
doncellas conocían bien la costumbre.
Taecyeon, sonriente, se puso una mano contra la cadera, mientras Jaejoong
le ataba la cinta al antebrazo. Antes de que hubiera terminado, Changmin se le
acercó por el lado opuesto y se arrodilló de igual modo.
— No pensarás favorecer a un hermano sobre el otro ¿verdad?
Al mirar entonces a Changmin, Jaejoong descubrió lo que las
mujeres habían visto en él desde la pubertad. El día anterior, en su
virginidad, no había comprendido el significado de aquella mirada intensa.
Ruborizándose de un modo muy favorecedor, inclinó la cabeza para quitarse otra
cinta y la ató al brazo del menor de sus cuñados.
Taecyeon reparó en sus rubores y se echó a reír.
— No te ensañes con él, Changmin — aconsejó.
Las mujeres de Changmin eran chiste viejo en el castillo de los Jung.
Han Sun, el segundo de los hermanos, solía quejarse de que el jovencito hubiera
dejado embarazadas a la mitad de las siervas antes de los diecisiete años y la
otra mitad antes de los dieciocho.
— ¿No ves que Yunho nos está fulminando con la mirada?
— Los dos están haciendo el tonto — observó Yunho con un gruñido —.
Hay personas de sobra aquí. Ir a buscar a otro para pavonearse como asnos.
Apenas Jaejoong terminó de atar la cinta de Changmin, los dedos de
su marido se le clavaron en el brazo, apartándolo por la fuerza.
— ¡Me haces daño! —Exclamó, tratando de liberarse, pero sin
lograrlo.
— Haré algo peor si insistes en exhibirte ante otros hombres.
— ¡Exhibirme! — Tiró de su brazo, pero sólo consiguió que Yunho lo
sujetara con más fuerza. A su alrededor había muchos caballeros que se
arrodillaban ante las damas para recibir cintas, cinturones, mangas de vestido
y hasta joyas. Y Yunho lo acusaba de exhibirse. — La persona deshonesta siempre
piensa que los otros lo son. Tal vez quieres acusarme de tus propios defectos.
Yunho se detuvo para mirarlo con fijeza, oscuros los ojos.
— Te acuso sólo de lo que tengo a la vista. Estás ardiendo en
deseos por un hombre y no permitiré que hagas de ramera ante mis hermanos.
Ahora siéntate aquí y no causes más reyertas entre nosotros.
Giró sobre sus talones y se marchó a grandes pasos, dejando solo a
Jaejoong en los palcos que exhibían el escudo de los Jung.
Por un momento los sentidos de Jaejoong dejaron de funcionar; no
veía ni oía nada. Lo que Yunho había dicho era injusto. Habría podido olvidarlo
sin prestarle atención, pero él acababa de arrojarle a la cara lo que ellos
hacían en privado. Eso era imperdonable. ¿Acaso había hecho mal en responder a
sus caricias? Y en ese caso, ¿cómo se hacía para evitarlo? Apenas recordaba los
acontecimientos de la noche, porque todo se había convertido en una deliciosa
niebla rojiza en su memoria. Aquellas manos sobre su cuerpo, que provocaban
oleadas de deleite... Recordaba poca cosa más. Pero Yunho se lo echaba en cara
como si estuviera impuro.
Parpadeó para contener las lágrimas de frustración. Tenía razón en
odiarlo.
Subió los peldaños para acomodarse en los asientos de la familia.
Su marido lo había dejado solo, sin presentarlo a sus familiares. Jaejoong mantuvo
la cabeza en alto, para no demostrar que sentía deseos de llorar.
— Jaejoong.
Por fin una voz suave penetró en sus sentidos. Al volverse vio a
una mujer mayor, vestida con el sombrío hábito de las monjas.
— Permítame presentarme. Nos conocimos ayer, pero no creo que lo
recuerde. Soy Ji Hye, la hermana de Yunho.
Ji Hye tenía la vista fija en la espalda de su hermano. Resultaba
extraño en él que se alejara. Los cuatro varones eran sumamente corteses. Sin
embargo, Yunho no había sonreído una sola vez a su esposo y, aunque no
participaba en los juegos, iba rumbo a las tiendas. Ji Hye no comprendía nada.
Yunho caminaba por entre la muchedumbre hacia las tiendas
instaladas detrás de la liza. Muchos le daban palmadas en la espalda o le
hacían guiños de entendimiento. Cuanto más se acercaba a las tiendas, más alto
se tornaba el resonar familiar del hierro y el acero. Era de esperar que la
cordura de esa guerra fingida le calmara los nervios.
Echó los hombros hacia atrás, con la mirada fija hacia adelante.
Nadie habría adivinado la ciega ira que lo colmaba. Sentía deseos de castigarlo
y de hacerle el amor, todo al mismo tiempo. Ante sus mismos ojos, sonreía con
dulzura a sus hermanos, pero a él lo miraba como si fuera algo detestable.
Y él no podía pensar sino en la noche pasada, en el fervor de sus
besos y la codicia de sus abrazos, Pero eso sólo después de que él lo obligara
a acercarse. La primera vez, había sido una violación; la segunda, una orden
dada tirándole dolorosamente del pelo. Aun la tercera vez había tenido que
actuar contra la protesta inicial de Jaejoong. Sin embargo, a sus hermanos les
dedicaba sonrisas y cintas de oro. Si era capaz de demostrar tanta pasión por
él, después de haber admitido que lo odiaba, ¿cómo sería con el hombre a quien
amara? Al verlo con Taecyeon y Changmin, Yunho lo imaginaba tocándolos,
besándolos... Le había costado no hacerlo rodar por tierra. Quería hacerle
daño. Y lo había hecho.
Eso, siquiera, le daba cierta satisfacción, aunque no placer. En verdad,
la expresión de Jaejoong no hacía sino ponerlo aún más furioso. Ese maldito hombre
no tenía derecho a mirarlo con tanta frialdad.
Apartó con furia la solapa de la tienda de Changmin.
Debía estar desierta, puesto que el muchacho estaba en la liza,
pero no era así. Allí estaba Yoon Ji, con los ojos serenamente bajos y la
boquita sumisa. Para Yunho fue un verdadero alivio, después de pasar todo un
día con un hombre que lo maltrataba y lo enloquecía con su cuerpo.
Yoon Ji era como debía ser una esposa: serena y subordinada al
hombre. Sin pensar en lo que hacía, la abrazó para besarla con violencia. Ella
se aflojó en sus brazos, sin resistencia, y eso lo regocijó.
Yoon Ji nunca lo había visto de tan mal humor. Para sus adentros
dio las gracias al responsable de ello, quienquiera que fuese. Sin embargo, el
deseo no le restaba inteligencia.
Un torneo era algo demasiado público, sobre todo considerando que
muchos parientes de Yunho habían acampado allí cerca.
— Yunho —susurró contra sus labios —, este no es el momento ni el
lugar adecuados.
Él se apartó inmediatamente. En esos momentos no podía soportar a alguien
más renuente.
— ¡Vete, entonces! — Tronó, al tiempo que salía de la tienda.
Yoon Ji lo siguió con la vista; una arruga le quebraba la suave
frente. Por lo visto, el placer de acostarse con su nuevo esposo no lo había
alejado de ella, Aun así, no era el mismo que ella conociera.
Kang Min Woo no podía apartar los ojos de Jaejoong, que permanecía
en silencio en el pabellón de los Jung, escuchando con atención los saludos de
sus nuevos familiares. Desde que lo viera por primera vez, durante el trayecto
hasta la iglesia, no había dejado de observarlo. Lo había visto escapar al
jardín amurallado, había captado la expresión de su cara al regresar. Tenía la
sensación de conocerlo a fondo. Más aún, lo amaba. Amaba su modo de caminar,
con la cabeza en alto y el mentón firme, como si estuviera dispuesto a
enfrentarse al mundo, pasara lo que pasara. Amaba sus ojos y su nariz.
Había pasado la noche solo, pensando en él, imaginándolo suyo.
Y ahora, tras esa noche de insomnio, comenzaba a preguntarse por
qué no era suyo. Su familia era tan rica como los Jung, quizá más. Visitaba con
frecuencia la casa de Kim y había sido amigo de los hermanos de Jaejoong.
Kim Tae Woong acababa de comprar varias tortas fritas a un
vendedor y tenía en la mano una jarra de refresco ácido. Min Woo vaciló ni
perdió tiempo en explicar lo que, para él, era un tema acuciante.
— ¿Por qué no me ofreciste el muchacho a mí? — Acusó, irguiéndose
ante el hombre sentado.
Tae Woong levantó la vista, sorprendido.
— ¿Qué te pasa, muchacho? Deberías estar en la liza, con los
otros.
Min Woo tomó asiento y se pasó la mano por el pelo. No le faltaba
atractivo, pero no podía decirse que fuera hermoso.
— El muchacho, su hijo — repitió —. ¿Por qué no me lo ofreciste en
casamiento? Yo era amigo de sus hijos. No soy rico, pero mis propiedades pueden
compararse ventajosamente con las de Jung Yunho.
Tae Woong se encogió de hombros mientras comía una torta; la jalea
chorreaba por los extremos. Bebió un buen sorbo del jugo agrio.
— Hay mujeres ricas para ti — dijo sin comprometerse.
— ¡Pero no como él! — Contestó Min Woo con vehemencia.
Tae Woong lo miró, sorprendido.
— ¿No ves lo hermoso que es?
Tae Woong miró a su hijo, sentado al otro lado.
— Si, es hermoso — dijo con disgusto —. Pero, ¿qué es la belleza?
Desaparece de un momento a otro. Su madre también era así. Y ya la ves ahora.
Min Woo no necesitaba mirar a aquella mujer flaca y nerviosa,
sentada en el borde de la silla, lista a levantarse de un brinco en cuanto su
esposo decidiera darle un coscorrón.
Pasó por alto el comentario.
— ¿Por qué lo tenías oculto? ¿Qué necesidad había de separarlo del
mundo?
— Fue idea de su madre — Tae Woong sonreía apenas —. Y ella pagaba
su manutención. Para mí era igual una cosa u otra. ¿Por qué vienes ahora a
preguntarme estas cosas? ¿No ves que la justa está a punto de comenzar?
Min Woo lo tomó del brazo con fuerza. Conocía bien a aquel hombre
y sabía que era un cobarde.
— Porque lo quiero. En mi vida he visto hombre tan deseable.
¡Debió ser mío! Mis tierras lindan con las suyas.
Habría sido un buen enlace. Pero usted ni siquiera me lo mostro.
Tae Woong arrancó su brazo de entre aquellos dedos.
— ¡Tú! ¡Un buen enlace! — Se burló —. Mira a los Jung que rodean a
Jaejoong...
— ¿Y eso qué tiene que ver con su hijo? — Le interrumpió Min Woo,
furioso.
— ¡Varones! — Aulló Tae Woong al oído del joven —. Los Jung tienen
más varones que ninguna otra familia. ¡Y qué mozos! Observa la familia a la que
ahora pertenece mi hijo. Changmin, el menor, se ganó las espuelas en el campo
de batalla antes de haber cumplido los dieciocho años, y ya ha engendrado tres
varones en sus vasallas. Taecyeon pasó tres años recorriendo el país, de un
torneo a otro; nunca fue derrotado y ganó una fortuna por su cuenta. Han Sun
está Sirviendo al rey, a la cabeza de ejércitos enteros, aunque sólo tiene
veinticinco años. Y por fin, el mayor. A los dieciséis se encontró huérfano,
con fincas que administrar y hermanos a los que atender. No tenía tutores que
le enseñaran a ser hombre. ¿Qué joven de dieciséis años hubiera podido hacer lo
que él hizo? Casi todos gimotean cuando no se hace su voluntad.
Con los ojos clavados en Min Woo, concluyó:
— Pregúntame ahora por qué he entregado a Jaejoong a ese hombre.
Si yo no he podido engendrar hijos capaces de sobrevivir, tal vez él me dé
nietos sanos y fuertes.
Min Woo estaba furioso. Había perdido a Jaejoong só1o porque el
viejo soñaba con tener nietos varones.
— ¿Yo también podría haberlos engendrado? — Dijo entre dientes.
— ¡Tú! — Tae Woong se echó a reír —. ¿Cuántas hermanas tienes?
¿Cinco, seis? He perdido la cuenta. ¿Y qué has hecho? Es tu padre quien
administra las fincas. Tú no haces más que cazar y fastidiar a las siervas.
Ahora vete y no vuelvas a gritarme. Si tengo una yegua que quiero hacer servir,
la entrego al mejor de los sementales. Dejemos las cosas así. — Le volvió la
espalda para mirar la justa y olvidó a Min Woo.
Pero Min Woo no era tan fácil de desechar. Cuanto Tae Woong había
dicho era cierto: Min Woo había hecho poca cosa en su corta vida, pero só1o
porque no se veía obligado a ello, como se habían visto los Jung. En caso
necesario, ante la temprana muerte de su padre, él no dudaba de que lo habría
hecho tan bien como cualquiera. Quizá mejor.
Cuando abandonó los palcos, era un hombre distinto. En su mente
había sido plantada una semilla que comenzaba a brotar. Mientras presenciaba
los juegos, con el leopardo de los Jung brillando por doquier, comenzó a
tomarlo por enemigo. Quería demostrar a Tae Woong y a los Jung, pero sobre todo
demostrarse a sí mismo, que no les iba en zaga. Cuanto más contemplaba esos
estandartes en verde y oro, más odiaba a aquella familia. ¿Qué había hecho Yunho
para merecer las ricas tierras de los Kim? ¿Por qué se les daba lo que
pertenecía a él? Había soportado durante años enteros la compañía de los
hermanos de Jaejoong, sin recibir nada a cambio. Lo que debería haber recibido
era entregado a los Jung.
Min Woo se alejó de la cerca y echó a andar hacia el pabellón de
sus enemigos. La furia provocada por esa injusticia le daba coraje. Conversaría
con Jaejoong, le dedicaría su tiempo. Después de todo, era suyo por derecho. ¿O
no?
ese hombre si que meterá en problemas a Jae o el solito se los dará si Yunho lo ve dice no querer a Jae y si que lo cela y se molesta por que los hermanos de el le prestan atención a Jae ya que el no lo hace que deje que lo cuiden sus hermanos y lo hagan sentir querido
ResponderEliminarGracias
Yunho me cae mal porque es infiel y se siente con derecho de exigir. Los hombres en esas epocas eran muy brutos -_-
ResponderEliminar¡gracias por el capitulo!
Jajaja... Ese Min Woo que se siente, según el a
ResponderEliminarJaejoong, le dedicaría su tiempo. Después de todo, era suyo por derecho. ¿O no?, jajaja iluso. Jae es ahora de quien debe ser, solo falta que eduque a su esposo y le quite lo tonto respecto a esa vieja con la que anda.
Gracias!!! 💗💕💞