Capitulo 15
Cuando se iniciaron los preparativos para bajar al foso donde
estaba Yunho, la alcoba de Jaejoong estaba tan silencioso como el resto del
castillo.
–Da esto al guardia–dijo el joven, entregando a Joan una bota de
vino–y dormirá toda la noche. Podríamos encender a su lado varios toneles de
aceite sin que se enterara.
–Eso es, más o menos, lo que ocurrirá cuando Lord Yunho os vea a
vos–murmuró la doncella.
– ¿No lo creías medio muerto? Ahora no hables más y haz lo que yo
te diga. ¿Tienes todo preparado?
–Sí. ¿Os sentís mejor?–Preguntó Joan, preocupada.
–Si algo os queda en el estómago, lo perderéis cuando entréis en
ese foso repugnante.
Jaejoong pasó por alto el comentario.
–Ahora vete y da el vino a ese hombre. Esperaré un rato antes de
seguirte.
Joan salió silenciosamente, arte que había aprendido en largos
años de práctica. Jaejoong esperó casi una hora, nervioso. Mientras tanto se
sujetó la caja de hierro al vientre y se pasó la prenda de tosca lana por la
cabeza. Si alguien hubiera reparado en la sierva que caminaba en silencio por
entre los caballeros dormidos, sólo habría visto a una persona en avanzado
estado de gravidez, con las manos apretadas a la parte baja de la espalda para
sostener la carga del vientre.
Jaejoong tuvo ciertas dificultades para descender la escalera de
piedra, sin barandilla, que llevaba al sótano.
– ¿Señor?–Sonó el susurro de Joan.
–Sí. –Jaejoong avanzó hacia la única vela que Joan sostenía.
– ¿El hombre duerme?
–Sí. ¿No oís sus ronquidos?
–No oigo nada más que el palpitar de mi corazón.
–Deja esa vela y ayúdame a desatar esta caja.
Joan se puso de rodillas, mientras su am se recogía las faldas
hasta la cintura.
– ¿Para qué queríais la caja?–Preguntó la doncella.
–Para guardar la comida de modo que no la tocaran las... las
ratas.
Joan se estremeció, mientras sus manos frías forcejeaban con los
nudos del cuero crudo.
–No son sólo ratas lo que hay allá abajo. Señor mío, por favor,
aún estáis a tiempo para cambiar de idea.
– ¿Te estás ofreciendo a bajar en mi lugar?
La respuesta de Joan fue una exclamación de horror.
–En ese caso, calla. Piensa en Yunho, forzado a vivir allí.
Cuando los dos tiraron de la trampilla, el aire viciado que surgió
del pozo les hizo apartar la cara.
– ¡Yunho!–Llamó Jaejoong–. ¿Estás ahí?
No hubo respuesta.
–Dame la vela.
Joan entregó el candelabro a su amo y apartó la vista.
No quería volver a mirar dentro del foso.
Jaejoong revisó el agujero negro a la luz del candelabro.
Se había preparado para lo peor y no fue en vano. Sin embargo,
Joan se había equivocado al apreciar el fondo, había algún rincón seco, al
menos relativamente hablando. El suelo de tierra estaba inclinado, de modo que
en un rincón había sólo barro y no agua viscosa. Tan sólo la mirada fulminante
que se elevó hacia él le reveló que la silueta acurrucada en aquel lugar estaba
viva.
–Dame la escalerilla, Joan; cuando haya llegado al fondo, envíame
el banco primero; después, la comida y el vino. ¿Has comprendido?
–Este lugar no me gusta.
–Tampoco a mí.
Para Jaejoong no fue fácil descender por esa escalerilla al
infierno. Ni siquiera se atrevía a mirar hacia abajo. No había necesidad de ver
lo que había allá abajo: se lo percibía por el olor y el ruido de movimientos
deslizantes. Puso la vela en una piedra saliente de la pared, pero no miró a Yunho.
Sabía que estaba forcejeando por incorporarse.
–El banco–ordenó, mirando hacia arriba.
No fue fácil maniobrar para que aquel pesado mueble descendiera
por la escalerilla; a Joan se le estarían descoyuntando los brazos. Costó menos
instalarlo contra la pared, junto a Yunho. Después vino la caja de comida,
seguida por una gran bota de vino.
–Listo–dijo mientras depositaba los alimentos en el borde del
banco. Y dio un paso hacia su marido.
Entonces comprendió por qué Joan lo consideraba medio muerto.
Estaba enflaquecido hasta los huesos; sus altos pómulos tenían el filo de una
navaja.
–Yunho–dijo en voz baja.
Y le alargó una mano con la palma hacia arriba.
Él movió la mano flaca y sucia hasta tocarlo, como si esperara
verla desaparecer. Al sentir aquella carne caliente contra la suya volvió a
mirarlo, sorprendido.
–Jaejoong.
El nombre sonó áspero, como si él hubiera enronquecido por no
hablar y por tener la garganta reseca.
Jaejoong le tomó la mano con firmeza y lo obligó a sentarse en el
banco. Luego le llevó la bota de vino a los labios. Pasó un rato antes de que
él comprendiera que debía beber.
–Despacio–indicó él, al ver que bebía a grandes tragos el líquido
denso y dulzón.
Apartó la bota y tomó un frasco de la caja. Le dio a cucharadas el
guisado espeso que contenía. La carne y las hortalizas habían sido recocidas
hasta convertirse en una pasta fácil de masticar.
Después de algunos bocados, él volvió a reclinarse contra la pared
con los ojos cerrados por el cansancio.
–Hacía mucho tiempo que no comía. Uno no aprecia lo que tiene
hasta que lo pierde. –Descansó un momento; después volvió a incorporarse para
mirar a su esposo. –¿A qué has venido?
–A traerte comida.
–No es eso lo que pregunto. ¿Por qué estás en la casa de Min Woo?
–Tienes que comer en vez de hablar, Yunho. Si sigues comiendo te
lo contaré todo.
Y le dio un trozo de pan oscuro mojando en el guiso.
Una vez más, él dedicó su atención a la comida.
– ¿Mis hombres están arriba?–Preguntó con la boca llena–. Tal vez
haya olvidado cómo se camina, pero cuando haya comido un poco más tendré alguna
fuerza. Han hecho mal al enviarte a ti.
Jaejoong no había calculado que Yunho, en su presencia, se creyera
libre.
–No–dijo, parpadeando para contener las lágrimas–. Todavía no
puedo sacarte de aquí.
– ¿Todavía?–Él levantó la vista–. ¿Qué dices?
–Estoy solo, Yunho. Tus hombres no están arriba. Todavía sigues
cautivo de Min Woo, al igual que mi madre y ahora también Woo Bin.
Él dejó de comer, con la mano suspendida sobre el frasco. De
pronto, como él no dijera nada, continuó masticando.
– Cuéntame todo–dijo simplemente.
–Woo Bin me dijo que Min Woo te había capturado y que no hallaba
modo de rescatarte, como no fuera poniendo sitio al castillo. –Jaejoong calló,
como si así terminara la historia.
– ¿Por eso has venido? ¿Con idea de salvarme?
La miraba con ojos hundidos, ardorosos.
–Yunho...
–Y dime, por favor, ¿qué esperabas conseguir? ¿Pensabas
desenvainar una espada y ordenar mi liberación?
Jaejoong apretó los dientes.
–Haré degollar a Woo Bin por esto.
–Es lo que él dijo–murmuró Jaejoong.
– ¿Qué?
–Woo Bin dijo que te enfurecerías.
– ¿Enfurecerme?–Protestó Yunho –. Mis fincas sin guardias, mis
hombres sin jefe, mi esposo prisionero de un loco. ¿Y dices que me enfurezco?
No, no. Estoy mucho más que enfurecido.
Jaejoong irguió la espalda, tenso.
–No había otra solución. En un sitio habrías muerto.
–En un sitio sí–replicó él, furioso–, pero hay otras maneras de
tomar este castillo.
–Pero Woo Bin dijo que...
– ¡Woo Bin! Woo Bin es un simple caballero, no un jefe. Su padre
siguió al mío como él me sigue a mí. Debió haber recurrido a Changmin, hasta al
mismo Taecyeon, pese a su pierna fracturada. Cuando lo vea, lo mataré.
–No, Yunho, no es culpa de él. Le dije que, sino me traía él,
vendría solo.
La luz de la vela daba fulgor a sus ojos. La capucha de lana había
caído, dejando el cabello al descubierto.
–Había olvidado lo bello que eres–dijo él en voz baja–. No sigamos
riñendo. No podemos alterar lo que está hecho. Dime qué pasa allá arriba.
Jaejoong le contó cómo había conseguido mejor alojamiento para su
madre y de qué modo había condenado a Woo Bin a terminar prisionero.
–Pero es mejor así–continuó–; él no me habría dejado venir.
–Ojalá hubiera estado él para impedírtelo. No deberías estar aquí,
Jaejoong.
– ¡Es que tenía que traerte comida!–Protestó él.
Yunho lo miró con un suspiro. Después esbozó una sonrisa.
–Compadezco al pobre Woo Bin por verse obligado a tratar contigo.
Él puso cara de sorpresa.
–Lo mismo dijo él de ti. ¿Tan mal he hecho?
–Sí–respondió Yunho francamente–. Has puesto en peligro a mayor
número de personas, y eso dificultará ahora cualquier rescate.
Él se miró las manos.
–Anda, mírame a los ojos. Hace mucho tiempo que no veo nada
bonito, ni siquiera limpio.
Yunho le entregó el frasco vacío.
–Te he traído más comida en una caja metálica.
–Y un banco–observó él, meneando la cabeza–. Jaejoong, los hombres
de Min Woo se darán cuenta de quién ha enviado estas cosas en cuanto las vean.
Tienes que llevártelas.
– ¡No! Las necesitas.
Yunho lo miró con fijeza. No había hecho sino quejarse de Jaejoong
él.
–Gracias, Jaejoong –susurró.
Levantó la mano como para tocarle la mejilla, pero la detuvo en el
aire. Jaejoong pensó que se negaba a tocarlo.
– ¿Estás enfadado conmigo?
–No quiero ensuciarte. Estoy demasiado sucio. Siento que me
caminan cosas por la piel. Y tú estás demasiado cerca.
Jaejoong le tomó la mano y se la llevó a la mejilla.
–Joan dijo que estabas apenas vivo, pero también dijo que habías
levantado hacia el guardia una mirada desafiante. Si aún podías odiar no
estabas tan cerca de la muerte.
Se inclinó hacia Yunho, que le rozó los labios con los suyos. Jaejoong
tuvo que conformarse con eso: Yunho se negó a contaminarlo más.
–Escúchame, Jaejoong. Es preciso que me obedezcas. No toleraré
desobediencias, ¿comprendes? No soy Woo Bin, a quien puedes manejar con el dedo
meñique. Y si me desobedeces, el precio será de muchas vidas, sin duda. ¿Has
entendido?
–Sí–asintió él, deseoso de recibir indicaciones.
–Antes de que me apresaran, Odo logró partir en busca de Han Sun.
– ¿Tu hermano?
–Sí, aunque no lo conoces. Se enterará de todo lo que Min Woo ha
hecho y acudirá de inmediato. Es un guerrero experimentado y estos viejos muros
no resistirán mucho tiempo ante él. Pero tardará varios días en llegar... aun
si el mensajero logra hallarlo enseguida.
– ¿Y qué debo hacer?
–Deberías haberte quedado en casa, bordando–replicó él,
disgustado–. Así habríamos tenido tiempo. Ahora debes conseguir tiempo para que
actuemos. No accedas a nada de lo que Min Woo proponga. Conversa con él de
cosas, pero no de tus propiedades ni de la anulación de nuestro casamiento.
–Me cree medio tonto.
– ¡Dios nos proteja de tontos como tú! Ahora debes irte.
Él se levantó.
–Mañana te traeré más comida.
– ¡No! Envía a Joan. Nadie reparará en esa gata que pasa de una
cama a otra.
–Pero vendré disfrazado.
– ¿Quién tiene una cabellera como la tuya, Jaejoong? Si se te
escapa una sola hebra se te reconocerá de inmediato. Y si te reconocen, no
habrá motivo para retenemos vivos a los prisioneros. Min Woo tiene que pensar
que aceptarás sus planes. Ahora vete y obedéceme, por una vez en la vida.
Él hizo un gesto de asentimiento y se volvió hacia la escalerilla.
–Jaejoong –susurró él–, ¿me besarías otra vez?
Él sonrió con alegría. Antes de que Yunho pudiera impedírselo, le
rodeó la cintura con los brazos y lo estrechó contra sí. Los cambios por él
sufridos, su enflaquecimiento, eran perceptibles.
–He tenido miedo, Yunho –confesó.
El joven le levantó la barbilla.
–Tienes más valor que diez hombres juntos–lo besó con ansias–.
Ahora vete y no vuelvas.
Jaejoong subió la escalerilla casi a la carrera para salir de
aquel oscuro sótano.
muy bien Jae alimenta a tu chico para que agarre fuerzas y pueda terminar con ese loco que quiere quedarse con tigo y así regresan juntos a su hogar
ResponderEliminarGracias
Que valiente es Jae y Yunho con esta muestra debe saber que Jae lo ama. Y sí con esto Yunho tendrá fuerza para enfrentarse a MW y el otro tipo.
ResponderEliminarGracias!!! 💗💕💞
Ahhh, espero que tonto YH se de cuenta que su esposo lo ama, haría todo por el… y espero que JJ le haga caso, o puede empeorar todo.
ResponderEliminar