viernes, 26 de mayo de 2017

Promesa Audaz: Capítulo 8

Capítulo 8

En el silencio del castillo Jung, Jaejoong abandonó la enorme cama, vacía, y se puso una bata de terciopelo verde esmeralda con forro de visón. Era muy temprano por la mañana; la gente de la casa aún dormía. Desde que Yunho lo había dejado en el umbral de su finca familiar, Jaejoong apenas podía dormir. La cama parecía demasiado grande y desierta para sentirse en paz.
La mañana después de que Jaejoong se negó a responder a sus caricias, Yunho había exigido que ambos partieran hacia su casa. Jaejoong obedeció. Le hablaba sólo cuando era necesario. Viajaron durante dos días antes de llegar a los portones de Jung.
Al entrar al castillo, quedó impresionado. Los guardias que ocupaban las dos grandes torres, a ambos lados del portón, les dieron la voz de alto pese a que los estandartes con los leopardos de la familia estaban a la vista. Bajaron el puente levadizo sobre el ancho y profundo foso y se levantó la pesada puerta de rejas. El sector exterior estaba bordeado de casas modestas y limpias, establos, la armería, las caballerizas y los cobertizos para almacenamiento. Hubo que abrir otro portón para pasar al recinto interior, donde vivía Yunho con sus hermanos. La casa tenía cuatro plantas, con ventanas de cristales divididos en la más alta.
Jaejoong se arrodilló inmediatamente y comenzó a desenvolver el pie apoyado en el banquillo.
— ¿Qué haces? — Preguntó él con aspereza —. Ya me la ha arreglado el médico.
— No le tengo confianza. Quiero verlo con mis propios ojos. Si no está bien calzada, podrías quedar cojo.
Taecyeon lo miró fijamente, después llamó a su escudero.
— Tráeme un vaso de vino. Él no quedará satisfecho hasta que me haya hecho sufrir un poco más. Y busca a mi hermano. ¿Por qué sigue durmiendo si nosotros estamos despiertos?
— No está aquí — respondió Jaejoong en voz baja.
— ¿Quién?
— Tu hermano. Mi esposo — aclaró él con sequedad.
— ¿Adónde ha ido? ¿Qué asuntos lo requerían?
— Me temo que no lo sé. Me dejó en el umbral y se marchó. No mencionó ningún asunto que requiriera su atención.
Taecyeon tomó la copa de vino que su vasallo le ofrecía y observó a su cuñado, que le palpaba el hueso de la pierna.
Al menos, el dolor le impedía desatar toda la furia que sentía contra su hermano. No dudaba de que Yunho había dejado a su bello desposado para ir en busca de Yoon Ji, esa ramera. Apretó los dientes al borde de la copa, en el momento en que Jaejoong tocaba la fractura.
— Está solo un poquito desviada — observó —. Tú sujétalo por los hombros — dijo a uno de los hombres de Taecyeon — que yo tiraré de la pierna.

* * *

La fuerte seda de la tienda estaba cubierta de agua. En la parte alta se juntaban gruesas gotas que caían en el interior en cuanto la lluvia sacudía la tela.
Yunho lanzó un enérgico juramento, atacado por nuevas gotas de agua. Desde que dejara a Jaejoong casi no había dejado de llover. Todo estaba mojado. Y peor que el clima era el humor de sus hombres, más negro que el mismo cielo. Llevaban más de una semana vagando por la campiña, acampando cada noche en un sitio diferente. Preparaban la comida deprisa, entre un aguacero y otro; por eso estaba casi siempre medio cruda. Cuando Won Bin, su jefe de vasallos, le preguntó el motivo de aquel viaje sin destino, Yunho estalló. Aquella mirada tranquilamente sarcástica le hacía evitar a sus hombres.
Sabía que todos se sentían angustiados y él también lo estaba. Pero él, cuando menos, conocía la razón de ese viaje sin sentido. ¿O no? La última noche pasada en casa de su suegro, al ver a Jaejoong tan frío con él, había decidido darle una lección. Jaejoong se sentía seguro en aquel sitio, donde había pasado la vida rodeado de amigos y familiares, pero ¿se atrevería a mostrarse tan desagradable cuando estuviera solo en una casa extraña?
Resultó bien porque sus hermanos decidieron dejar solos a los recién casados. Pese a la lluvia que goteaba por la seda de la tienda, Yunho empezó a sonreír ante la escena que imaginaba. Lo veía frente a alguna crisis, algo catastrófico, como el hecho de que la cocinera quemara una olla de habichuelas. Se pondría frenético por la preocupación y le enviaría un mensajero con encargo de suplicarle que regresara para salvarlo del desastre. El mensajero no podría hallar a su amo, puesto que Yunho no estaba en ninguna de sus fincas. Se producirían nuevas calamidades. Al regresar, él se encontraría con un Jaejoong lloroso y arrepentido, que caería en sus brazos, feliz de volver a verlo y aliviado al saber que él venía a rescatarlo de algo peor que la muerte.
— Oh, si — dijo, sonriendo.
La lluvia y la incomodidad estaban justificadas. Le hablaría con severidad y, cuando lo tuviera completamente contrito, le secaría las lágrimas a besos y lo llevaría a la cama.
— ¿Mi señor?
— ¿Qué pasa? — Saltó Yunho, al interrumpirse la deliciosa visión en el momento en que él estaba a punto de imaginar lo que haría con Jaejoong en el dormitorio antes de otorgarle su perdón.
— Desearíamos saber, señor, cuándo volveremos a casa para escapar de esta maldita lluvia.
Yunho iba a bramar que eso no era asunto del que había preguntado, pero cerró la boca y sonrió.
— Volveremos mañana.
Jaejoong ya había pasado ocho días solo. Era tiempo suficiente para que hubiera aprendido un poco de gratitud... y humildad.
— Por favor, Jaejoong — rogó Taecyeon, sujetándolo por el antebrazo —. Llevo dos días aquí y aún no me has dedicado un momento de tu tiempo.
— Eso no es cierto — rió él —. Anoche pasé una hora jugando al ajedrez contigo y me enseñaste algunos acordes de laúd.
— Lo sé — reconoció él, siempre suplicante. En las mejillas le iban apareciendo los hoyuelos, aunque aún no sonreía —. Pero estar solo es horrible. No puedo moverme por culpa de esta maldita pierna, y no hay nadie que me haga compañía.
— ¡Nadie! Aquí hay más de trescientas personas. Sin duda, cualquiera de ellas... — Pero se interrumpió, pues Taecyeon lo miraba con ojos tan tristes que le provocaban risa. — Está bien, pero será solo una partida. Tengo mucho que hacer.
Taecyeon le dedicó una sonrisa deslumbrante. Jaejoong se instaló al otro lado del tablero.
— Eres estupendo en este juego — elogió él —. Ninguno de mis hombres puede vencerme como lo hiciste anoche.
Además, necesitas descansar. ¿A qué dedicas todo el día?
— A poner en orden el castillo — respondió Jaejoong, simplemente.
— A mí siempre me ha parecido que estaba en orden — objetó Taecyeon, adelantando un peón —. Los mayordomos...
— ¡Los mayordomos! — Exclamó Jaejoong, maniobrando con el alfil para atacar —. Ellos no ponen tanto interés como el propietario de la finca. Es preciso vigilarlos, revisar sus cuentas, leer las anotaciones diarias y...
— ¿Leer? ¿Sabes leer, Jaejoong?
Jaejoong levantó la vista, sorprendido, con la mano sobre la reina.
— ¡Por supuesto! ¿Tú no?
Taecyeon se encogió de hombros.
—  Nunca he aprendido. Mis hermanos sí, pero a mí no me interesaba. Nunca he conocido a un esposo que supiera leer. Mi padre decía que los esposos no podían aprender esas cosas.
Jaejoong le echó una mirada de disgusto, en tanto su reina ponía al rey adversario en peligro mortal.
—Creo que he ganado la partida. — Y se levantó.
Taecyeon se quedó mirando el tablero, estupefacto.
— ¡No puedes haber ganado tan pronto! Ni siquiera he visto nada. Me das charla para que no pueda concentrarme — lo miró de soslayo —. Y como me duele la pierna, me cuesta pensar.
Jaejoong lo miró preocupado, pero de inmediato se echó a reír.
— Eres un mentiroso de primera, Taecyeon. Y ahora tengo que irme.
— No, Jaejoong — pidió él, sujetándole la mano. Empezó a besarle los dedos —. No me dejes. De veras, estoy tan aburrido que podría enloquecer. Quédate conmigo, por favor. Sólo una partida más.
Jaejoong se reía de él con todas sus ganas. Le apoyó la otra mano en el pelo, mientras él le hacía descabelladas promesas de amor y gratitud eternos a cambio de una hora más de compañía.
Y así fue como los encontró Yunho. Había olvidado en gran parte la belleza de su esposo. No vestía los terciopelos y las pieles que había usado en los primeros días del matrimonio, sino una túnica sencilla y adherente, hecha de suave lana azul. Llevaba la cabellera recogida hacia atrás en una trenza larga y gruesa. Y ese atuendo sin pretensiones lo hacía más encantador que nunca. Era la inocencia en persona.
Jaejoong fue el primero en cobrar conciencia de que allí estaba su esposo. La sonrisa se le borró inmediatamente de la cara y todo su cuerpo se puso rígido.
Taecyeon sintió la tensión de su mano y levantó la vista, interrogante; al seguir la dirección de su mirada, se encontró con la cara ceñuda de su hermano. No había dudas sobre lo que él pensaba de la escena. Jaejoong quiso retirar la mano de entre las suyas, pero él se la retuvo con firmeza, para no dar la impresión de culpabilidad.
— He estado tratando de convencer a Jaejoong de que pase la mañana conmigo — dijo en tono ligero —. Hace dos días que estoy encerrado en este cuarto sin nada que hacer, pero no puedo persuadirlo de que me dedique más tiempo.
— Y sin duda lo has intentado por todos los medios — se burló Yunho, con la vista clavada en su esposo, que lo miraba con frialdad.
Jaejoong retiró bruscamente la mano.
— Debo volver a mis tareas — dijo, rígido. Y salió del cuarto.
Taecyeon atacó primero, antes de que Yunho tuviera la oportunidad de hacerlo.
— ¿Dónde te habías metido? — Acusó —. A los tres días del casamiento, dejas a tu esposo en el umbral como si fuera un baúl más.
— Pues parece haber manejado muy bien la situación — dijo Yunho, dejándose caer pesadamente en una silla.
—Si sugieres algo deshonroso...
— No, nada de eso — reconoció Yunho con franqueza.
Conocía a sus hermanos. Taecyeon no era capaz de deshonrar a su cuñado. Pero la escena había sido una dolorosa sorpresa después de lo que él imaginara... y deseara.
—  ¿Qué te ha pasado en la pierna?
A Taecyeon le dio vergüenza confesar que se había caído del caballo, pero Yunho no se burló a carcajadas, como lo hubiera hecho en otra ocasión. Se levantó con aire cansado.
— Debo atender mi castillo. Hace mucho tiempo que falto. Debe de estar a punto de derrumbarse.
— Yo no contaría con eso — observó Taecyeon, mientras estudiaba el tablero para repasar cada una de las movidas hechas por su cuñado —. Nunca he conocido a alguien que trabajara como Jaejoong.
— ¡Bah! — Exclamó el mayor, condescendiente —. ¿Cuánto trabajo puede hacer en una semana? ¿Ha bordado cinco piezas de tela?
Taecyeon levantó la vista, sorprendido.
— No me refería a labores de esposo.
Yunho no comprendió, pero tampoco pidió explicaciones. Tenía demasiado que hacer como señor de la casa. El castillo siempre parecía decaer notablemente cuando él estaba ausente durante un tiempo.
Taecyeon, adivinando sus pensamientos, lo despidió con una frase risueña:
— Espero que encuentres algo que hacer.
Yunho no tenía idea de qué significaba eso; sin prestar atención a sus palabras, abandonó la casa solariega, furioso aún por haber visto destrozada la escena que había soñado.
Pero al menos había alguna esperanza. Jaejoong se alegraría de que hubiera regresado para solucionar todos los problemas surgidos en su ausencia.
Esa mañana, al cruzar los recintos a caballo, estaba demasiado ansioso por reunirse con él para notar algún cambio, pero ahora observó sutiles alteraciones. Los edificios del recinto exterior parecían más limpios; casi nuevos, en realidad, como si se los hubiera reparado y encalado recientemente. Las alcantarillas que coman por atrás habían sido vaciadas poco tiempo antes.
Se detuvo frente a la caseta donde estaban los halcones.
Su halconero estaba frente al edificio, balanceando lentamente un cebo alrededor de un ave atada al poste por una pata.
— ¿Ese cebo es nuevo, Simón? — Preguntó.
— Sí, mi señor. Es un poco más pequeño y se le puede balancear más deprisa. El ave se ve obligada a volar a más velocidad y a atacar con más precisión.
— Buena idea — aprobó Yunho.
— No es mía, señor, sino de su esposo Jaejoong. Él me lo sugirió.
Yunho lo miró fijamente.
— ¿Jaejoong te sugirió a ti, un maestro de halconeros, un cebo mejor?
— Sí, mi señor — Simón sonrió, dejando al descubierto el hueco de dos dientes faltantes. — Soy viejo, pero no tanto que no sepa apreciar una buena idea cuando me la proponen. El señor es tan inteligente como hermoso. Vino a la mañana siguiente de su llegada y me observó largo rato. Después, con toda la dulzura del mundo, me hizo algunas sugerencias. Si gusta entrar, mi señor, vera las nuevas perchas que he hecho. El señor Jaejoong dijo que las viejas eran las causantes de las enfermedades que las aves tenían en las patas. Dice que en ellas se meten pequeños insectos que lastiman a los halcones.
Simón iba a precederlo hacia el interior, pero Yunho no lo siguió.
— ¿No quiere verlas? — Se extrañó el hombre, entristecido.
Yunho no lograba digerir el hecho de que aquel encanecido halconero hubiera aceptado el consejo de una mujer. Él había tratado de hacerle cientos de recomendaciones, al igual que su padre, pero el hombre hacía siempre lo que se le antojaba.
— No — dijo —. Más tarde veré qué cambios ha introducido mi esposo.
No pudo impedir que su voz sonara sarcástica, ¿Qué derecho tenía su esposo a entrometerse con sus halcones? Jaejoong tendría uno propio.
— ¡Mi señor! — Dijo una joven sierva. Y se ruborizó ante la feroz mirada de su amo. Hizo una reverencia y le ofreció un jarrito —. Se me ocurrió que tal vez quisiera un refresco.
Yunho le sonrió. Sorbió el refresco mirándola a los ojos.
— Delicioso. ¿Qué es? — Preguntó asombrado.
— Son las fresas de primavera y el jugo de las manzanas del año pasado, una vez hervidas, con un poquito de canela.
— ¿Canela?
— Sí, mi señor. Su esposo la trajo consigo.
Yunho devolvió abruptamente el jarrito vacío y volvió la espalda a la muchacha. Empezaba a sentirse realmente fastidiado. ¿Acaso todos se habían vuelto locos? Apretó el paso hasta llegar al otro extremo del recinto, donde estaba la armería. Al menos, en aquel caluroso lugar de hierro forjado estaría a salvo.
Lo recibió una escena asombrosa. Su armero, un hombre enorme, desnudo de la cintura hacia arriba y con los músculos abultándole en los brazos, estaba sentado junto a una ventana... cosiendo.
— ¿Qué es esto? — Acusó Yunho, ya lleno de sospechas.
El hombre, sonriente, exhibió en alto dos pequeñas piezas de cuero. Correspondían al diseño de una nueva articulación que se podía aplicar a la armadura.
— Vea, señor, cómo está hecha; de este modo resulta mucho más flexible. Bien pensado, ¿verdad?
Yunho apretó los dientes con fuerza.
— ¿Y de dónde sacaste la idea?
— Caramba, me la dio su esposo — respondió el armero.
Y se encogió de hombros al ver que Yunho salía precipitadamente del cobertizo.
“¡Cómo se ha atrevido a esto!”, Iba pensando. ¿Quién era él para entrometerse en sus cosas y hacer cambios sin pedirle siquiera aprobación? ¡La finca era suya! Si había cambios que introducir, debían correr por su cuenta.
Encontró a Jaejoong en la despensa, un amplio cuarto contiguo a la cocina, que estaba separada de la casa para evitar incendios. Jaejoong estaba metida a medias dentro de un enorme tonel de harina, pero su pelo era inconfundible. Él se detuvo a poca distancia, aprovechando de lleno su estatura.
— ¿Qué has hecho con mi casa? — Aulló.
De inmediato Jaejoong sacó la cabeza del tonel, con tanta brusquedad que estuvo a punto de golpearse la cabeza en el borde. Pese al tamaño y el vozarrón de Yunho, no le temía. Hasta el día de su boda, nunca había estado cerca de un hombre que no aullara.
— ¿Su casa? — Respondió con voz mortífera —. Dígame, por favor, ¿qué soy yo? ¿La fregona de la cocina?
— Y mostró los brazos, cubiertos de harina hasta los codos.
Estaban rodeados de Sirvientes que retrocedieron contra las paredes, atemorizados, aunque no se habrían perdido escena tan fascinante por nada del mundo.
— Sabes perfectamente quién eres, pero no permitiré que te entrometas en mis cosas. Has alterado demasiados detalles: mi halconero y hasta mi armero. ¡Debes atender tus propias tareas y no las mías!
Jaejoong lo fulminó con la mirada.
— Dígame qué debo hacer, entonces, si no puedo hablar con el halconero o quienquiera que necesite consejo.
Yunho quedó desconcertado por un momento.
— Pues... cosas de esposos. Debes hacer las cosas de todos los esposos. Coser. Inspeccionar la comida y la limpieza y... y preparar cremas para la cara.
Tuvo la sensación de que esa última sugerencia había sido una inspiración. Pero las mejillas de Jaejoong ardieron bajo el centelleo de los ojos, colmados de pequeñas astillas.
— ¡Cremas para la cara! — Exclamó —. Conque ahora soy feo y necesito cremas para la cara. Tal vez también deba preparar ungüentos y colorete para mis pálidas mejillas.
Yunho quedó desconcertado.
— No he dicho que seas feo. Sólo que no debes poner a mi armero a hacer costuras.
Jaejoong apretó los dientes con firmeza.
— Pues no volveré a hacerlo. Dejaré que su armadura se torne tiesa e incómoda sin volver a dirigir la palabra a ese hombre. ¿Qué otra cosa debo hacer para complacerlo?
Yunho lo miró con fijeza. La discusión se le estaba escapando de las manos.
— Los halcones — agregó débilmente.
— Dejaré que sus aves mueran con las patas lastimadas. ¿Algo más?
Él quedó mudo. No tenía respuestas.
— Ahora debo suponer que nos hemos entendido, mi señor — continuó Jaejoong —. No debo proteger las manos, debo dejar que sus halcones mueran y pasar mis días preparando cremas para disimular mi fealdad.
Yunho lo sujetó por el antebrazo y lo levantó del suelo para mirarlo cara a cara.
— ¡Maldito seas, Jaejoong! ¡No he dicho que seas feo! Eres el ser más hermoso que nunca he visto.
Le miraba la boca, tan próxima a la suya. Jaejoong suavizó la mirada y dio a su voz un tono más dulce que la miel.
— En ese caso, ¿puedo dedicar mi pobre cerebro a alguna otra cosa, además de los ungüentos de belleza?
— Sí — susurró Yunho, debilitado por su proximidad.
— Bien — manifestó él con firmeza —. Hay una nueva punta de flecha que me gustaría analizar con el armero.
Yunho parpadeó asombrado. Después lo dejó en el suelo con tanta brusquedad que a Jaejoong le rechinaron los dientes.
— No debes...
Pero se interrumpió, con la vista clavada en aquellos ojos desafiantes.
— ¿Sí, mi señor?
Yunho salió de la cocina, furioso.
Taecyeon, sentado a la sombra del castillo, con la pierna vendada hacia adelante, sorbía el nuevo refresco de Jaejoong y comía panecillos aún calientes. De vez en cuando trataba de reprimir la risa, mientras observaba a su hermano. La ira de Yunho era visible en cada uno de sus movimientos. Montaba su caballo como si lo persiguiera el demonio y lanceaba furiosamente al monigote relleno que representaba al enemigo.
La reyerta de la despensa corría ya de boca en boca. En pocas horas llegaría a oídos del rey. Pese a su regocijo, Taecyeon sentía piedad de su hermano. Un muchacho insignificante lo había vencido en público.
— Yunho — llamó — deja descansar a ese animal y siéntate un rato.
El mayor obedeció, aunque contra su voluntad, al darse cuenta de que su caballo estaba cubierto de espuma. Arrojó las riendas a su escudero y fue a sentarse junto a su hermano, con aire cansado.
— Toma un refresco — ofreció Taecyeon.
Yunho iba a tomar el jarro, pero detuvo la mano.
—  ¿El jugo de él?
Taecyeon meneó la cabeza ante el tono del otro.
— Sí, lo ha preparado Jaejoong.
Yunho se volvió hacia su escudero.
— Tráeme un poco de cerveza del sótano — ordenó.
Su hermano iba a hablar, pero le vio fijar la vista al otro lado del patio. Jaejoong había salido de la casa solariega y cruzaba el campo cubierto de arena hacia la hilera de caballos atados en el borde. Yunho lo siguió con ojos acalorados.
Cuando lo vio detenerse junto a los animales hizo ademán de levantarse.
Taecyeon lo tomó del brazo para obligarlo a sentarse otra vez.
— Déjalo en paz. No harás sino iniciar otra discusión que perderás también.
Yunho abrió la boca, pero volvió a cerrarla sin decir nada. Su escudero acababa de entregarle el jarro de cerveza.
Cuando el muchacho se hubo ido, el hermano volvió a hablar.
— ¿No sabes hacer otra cosa que tratar a gritos a ese chico?
— Yo no le... — Pero Yunho se interrumpió y bebió otro sorbo.
— Míralo bien y dime qué tiene de malo. Es tan hermoso que oscurece al sol; trabaja todo el día para mantener tu casa en orden; tiene a todos los Sirvientes, hombres, mujeres y niños, incluido Simón, comiendo de su mano; hasta los caballos de combate comen delicadamente las manzanas que él les presenta en la palma; tiene sentido del humor y juega al ajedrez como nadie. ¿Qué más puedes pedir?
Yunho no había dejado de mirarlo.
— ¿Qué sé yo de su humor? — Reconoció, entristecido —. Ni siquiera me llama por mi nombre.
— ¿Tendría motivos para hacerlo? — Acusó Taecyeon–. ¿Alguna vez le has dicho siquiera una palabra amable? No te comprendo. Te he visto cortejar con más ardor a las siervas. ¿Acaso una belleza como Jaejoong no merece palabras dulces?
Yunho se volvió contra él.
— No soy un patán para que un hermano menor me enseñe a complacer a mis conquistas. Ya andaba saltando de cama en cama cuando tú todavía estabas en el regazo de tu nodriza.
Taecyeon no respondió, pero los ojos le bailaban. Omitió mencionar que sólo había cuatro años de diferencia entre uno y otro.
Yunho dejó a su hermano y volvió a la casa solariega, donde pidió que le prepararan un baño. Sentado en la tina de agua caliente, tuvo tiempo de pensar. Por mucho que detestara admitirlo, Taecyeon tenía razón.
Pero todo eso había pasado. Yunho recordó su juramento, no daría nada de buen grado. Se enjabonó los brazos, sonriente. Había pasado dos noches con él y sabía que era un hombre de grandes pasiones. ¿Cuánto tiempo podía mantenerse lejos del lecho marital? Taecyeon también estaba en lo cierto al mencionar la capacidad de su hermano para cortejar. Dos años antes había hecho una apuesta con Taecyeon respecto de cierta gélida condesa. Con asombrosa prontitud Yunho estuvo en la cama con él. ¿Existía un hombre al que él no pudiera conquistar cuando así se lo proponía? Sería un placer doblegar a su altanero esposo. Sería dulce con él y lo cortejaría hasta oírle suplicar por ir a su cama.
Y entonces sería suyo, pensó, casi riendo en voz alta. Sería su propiedad y no volvería a entrometerse en su vida. Yunho tendría así todo lo que deseaba: a Yoon Ji para el amor y a Jaejoong para que le calentara el lecho.
Limpio y vestido con ropa recién planchada, Yunho se sintió nuevo. Lo regocijaba la idea de seducir a su encantador esposo. Lo halló en los establos, precariamente encaramado a la valla de un pesebre. Susurraba palabras tranquilizadoras a uno de los caballos de combate, en tanto el palafrenero le limpiaba y recortaba el pelo de un casco.
La primera idea de Yunho  fue recomendarle que se alejara de la bestia antes de resultar herida, pero se tranquilizó. Jaejoong parecía manejarse muy bien con los caballos.
— Ese animal no se doma con facilidad — dijo Yunho serenamente, mientras se detenía a su lado —. Sabes tratar a los caballos, Jaejoong.
Jaejoong se volvió con una mirada suspicaz.
El caballo captó su nerviosismo y dio un salto. El palafrenero apenas pudo apartarse antes de recibir una coz.
— Mantenlo quieto — ordenó sin mirarlo —. Todavía no he terminado y no podré hacerlo si él se mueve. Yunho abrió la boca para preguntar al hombre cómo se atrevía a dirigirse en aquel tono a su ama, pero Jaejoong no pareció ofenderse.
— Lo haré, William — dijo, mientras sujetaba con firmeza las bridas, acariciando el suave hocico —. No te ha hecho daño, ¿verdad?
— No — respondió el palafrenero, gruñón —. ¡Bueno, ya está! — Y se volvió hacia Yunho. — ¡Señor! ¿Iba a decirme algo?
— Sí. ¿Acostumbras dar órdenes a tu señor como acabas de hacerlo?
William se puso rojo.
— Sólo cuando necesito que me las den — le espetó Jaejoong –. Vete, William, por favor, y cuida de los otros animales.
El hombre obedeció de inmediato, mientras Jaejoong clavaba en su marido una mirada desafiante. Esperaba verle enfadado, pero él sonrió.
— No, Jaejoong. No he venido a reñir contigo.
— No sabía que existiera otra cosa entre nosotros.
Él hizo una mueca de dolor. Luego lo tomó de la mano y lo llevó consigo.
— He venido a preguntarte si me aceptarías un regalo. ¿Ves el potro del último pesebre? — Preguntó, señalando.
— ¿El oscuro? Lo conozco bien.
— No has traído ningún caballo de la casa de tu padre.
— Mi padre preferiría desprenderse de todo su oro antes que de uno de sus caballos — replicó Jaejoong, haciendo referencia a los carros llenos de riquezas que la habían acompañado a la heredad de Jung.
Yunho se apoyó contra el portón de un pesebre vacío.
— Ese potro ha engendrado varias yeguas hermosas.
Las tengo en una granja de cría, a cierta distancia. ¿Querrías acompañarme mañana para elegir una?
Jaejoong no comprendió aquella súbita gentileza. Tampoco le gustó.
— Aquí hay caballos castrados que puedo utilizar perfectamente — observó.
Yunho guardó silencio por un momento, observándolo.
— ¿Tanto me odias? ¿O me tienes miedo?
— ¡No le tengo miedo! — aseguró Jaejoong con la espalda muy erguida.
— ¿Vendrás conmigo, entonces?
Jaejoong lo miró fijamente a los ojos. Luego sonrió.
Yunho sonrió (una sonrisa de verdad) y Jaejoong recordó inesperadamente algo que parecía muy lejano: el día de su boda. Yunho le había sonreído así con frecuencia.
— Estaré impaciente — aseguró Yunho, antes de abandonar los establos.
Jaejoong lo siguió con la vista, frunciendo el entrecejo.
¿Qué querría aquel hombre de Jaejoong? ¿Qué motivos tenía para hacerle un regalo?
No le dio más vueltas, pues tenía demasiado que hacer. Todavía no se había ocupado del estanque de los peces, que necesitaba desesperadamente una limpieza.


3 comentarios:

  1. el Yunho tan orgulloso que no quiere reconocer que Jae no necesita de el y que si puede ser independiente y eso no le cabe en la cabeza espero que Jae no se deje manipular y ponga en su lugar a este Yunho tan engreído
    Gracias

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  2. Me encanta Jae, es tan inteligente, hermoso e independiente, se gano en unos pocos dias a los hombres y mujeres que habitan esa casa. Yunho me pone mal, es muy bobo, pensando que "su Yoon Ji" es la doncella perfecta que merece amor y Jaejoong nada mas que alguien que le caliente la cama, cuando la realidad es que Jaejoong merece hasta la ultima de sus atenciones y la tal Yoon Ji nada, ni siquiera que la odien de merece, la indiferencia seria un buen detalle para ella.

    ¡gracias por el capitulo!

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  3. Jajaja me da risa los pensamientos de Yunho: Existía un hombre al que él no pudiera conquistar cuando así se lo proponía? Sería un placer doblegar a su altanero esposo. Sería dulce con él y lo cortejaría hasta oírle suplicar por ir a su cama.

    Presiento que quien terminará suplicando porque Jae lo ame será él, pues Jae además de hermoso es muy inteligente y que siga castigando a Yunho hasta que le suplique.

    Gracias!!!💗💕💞

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