Capítulo 8
En el silencio del castillo Jung, Jaejoong abandonó la enorme
cama, vacía, y se puso una bata de terciopelo verde esmeralda con forro de
visón. Era muy temprano por la mañana; la gente de la casa aún dormía. Desde
que Yunho lo había dejado en el umbral de su finca familiar, Jaejoong apenas
podía dormir. La cama parecía demasiado grande y desierta para sentirse en paz.
La mañana después de que Jaejoong se negó a responder a sus
caricias, Yunho había exigido que ambos partieran hacia su casa. Jaejoong obedeció.
Le hablaba sólo cuando era necesario. Viajaron durante dos días antes de llegar
a los portones de Jung.
Al entrar al castillo, quedó impresionado. Los guardias que
ocupaban las dos grandes torres, a ambos lados del portón, les dieron la voz de
alto pese a que los estandartes con los leopardos de la familia estaban a la
vista. Bajaron el puente levadizo sobre el ancho y profundo foso y se levantó la
pesada puerta de rejas. El sector exterior estaba bordeado de casas modestas y
limpias, establos, la armería, las caballerizas y los cobertizos para
almacenamiento. Hubo que abrir otro portón para pasar al recinto interior,
donde vivía Yunho con sus hermanos. La casa tenía cuatro plantas, con ventanas
de cristales divididos en la más alta.
Jaejoong se arrodilló inmediatamente y comenzó a desenvolver el
pie apoyado en el banquillo.
— ¿Qué haces? — Preguntó él con aspereza —. Ya me la ha arreglado
el médico.
— No le tengo confianza. Quiero verlo con mis propios ojos. Si no
está bien calzada, podrías quedar cojo.
Taecyeon lo miró fijamente, después llamó a su escudero.
— Tráeme un vaso de vino. Él no quedará satisfecho hasta que me
haya hecho sufrir un poco más. Y busca a mi hermano. ¿Por qué sigue durmiendo
si nosotros estamos despiertos?
— No está aquí — respondió Jaejoong en voz baja.
— ¿Quién?
— Tu hermano. Mi esposo — aclaró él con sequedad.
— ¿Adónde ha ido? ¿Qué asuntos lo requerían?
— Me temo que no lo sé. Me dejó en el umbral y se marchó. No
mencionó ningún asunto que requiriera su atención.
Taecyeon tomó la copa de vino que su vasallo le ofrecía y observó
a su cuñado, que le palpaba el hueso de la pierna.
Al menos, el dolor le impedía desatar toda la furia que sentía
contra su hermano. No dudaba de que Yunho había dejado a su bello desposado
para ir en busca de Yoon Ji, esa ramera. Apretó los dientes al borde de la
copa, en el momento en que Jaejoong tocaba la fractura.
— Está solo un poquito desviada — observó —. Tú sujétalo por los
hombros — dijo a uno de los hombres de Taecyeon — que yo tiraré de la pierna.
* * *
La fuerte seda de la tienda estaba cubierta de agua. En la parte
alta se juntaban gruesas gotas que caían en el interior en cuanto la lluvia
sacudía la tela.
Yunho lanzó un enérgico juramento, atacado por nuevas gotas de
agua. Desde que dejara a Jaejoong casi no había dejado de llover. Todo estaba
mojado. Y peor que el clima era el humor de sus hombres, más negro que el mismo
cielo. Llevaban más de una semana vagando por la campiña, acampando cada noche
en un sitio diferente. Preparaban la comida deprisa, entre un aguacero y otro;
por eso estaba casi siempre medio cruda. Cuando Won Bin, su jefe de vasallos,
le preguntó el motivo de aquel viaje sin destino, Yunho estalló. Aquella mirada
tranquilamente sarcástica le hacía evitar a sus hombres.
Sabía que todos se sentían angustiados y él también lo estaba.
Pero él, cuando menos, conocía la razón de ese viaje sin sentido. ¿O no? La
última noche pasada en casa de su suegro, al ver a Jaejoong tan frío con él,
había decidido darle una lección. Jaejoong se sentía seguro en aquel sitio,
donde había pasado la vida rodeado de amigos y familiares, pero ¿se atrevería a
mostrarse tan desagradable cuando estuviera solo en una casa extraña?
Resultó bien porque sus hermanos decidieron dejar solos a los
recién casados. Pese a la lluvia que goteaba por la seda de la tienda, Yunho
empezó a sonreír ante la escena que imaginaba. Lo veía frente a alguna crisis,
algo catastrófico, como el hecho de que la cocinera quemara una olla de
habichuelas. Se pondría frenético por la preocupación y le enviaría un
mensajero con encargo de suplicarle que regresara para salvarlo del desastre.
El mensajero no podría hallar a su amo, puesto que Yunho no estaba en ninguna
de sus fincas. Se producirían nuevas calamidades. Al regresar, él se
encontraría con un Jaejoong lloroso y arrepentido, que caería en sus brazos, feliz
de volver a verlo y aliviado al saber que él venía a rescatarlo de algo peor
que la muerte.
— Oh, si — dijo, sonriendo.
La lluvia y la incomodidad estaban justificadas. Le hablaría con
severidad y, cuando lo tuviera completamente contrito, le secaría las lágrimas
a besos y lo llevaría a la cama.
— ¿Mi señor?
— ¿Qué pasa? — Saltó Yunho, al interrumpirse la deliciosa visión
en el momento en que él estaba a punto de imaginar lo que haría con Jaejoong en
el dormitorio antes de otorgarle su perdón.
— Desearíamos saber, señor, cuándo volveremos a casa para escapar
de esta maldita lluvia.
Yunho iba a bramar que eso no era asunto del que había preguntado,
pero cerró la boca y sonrió.
— Volveremos mañana.
Jaejoong ya había pasado ocho días solo. Era tiempo suficiente
para que hubiera aprendido un poco de gratitud... y humildad.
— Por favor, Jaejoong — rogó Taecyeon, sujetándolo por el
antebrazo —. Llevo dos días aquí y aún no me has dedicado un momento de tu
tiempo.
— Eso no es cierto — rió él —. Anoche pasé una hora jugando al
ajedrez contigo y me enseñaste algunos acordes de laúd.
— Lo sé — reconoció él, siempre suplicante. En las mejillas le
iban apareciendo los hoyuelos, aunque aún no sonreía —. Pero estar solo es
horrible. No puedo moverme por culpa de esta maldita pierna, y no hay nadie que
me haga compañía.
— ¡Nadie! Aquí hay más de trescientas personas. Sin duda,
cualquiera de ellas... — Pero se interrumpió, pues Taecyeon lo miraba con ojos
tan tristes que le provocaban risa. — Está bien, pero será solo una partida.
Tengo mucho que hacer.
Taecyeon le dedicó una sonrisa deslumbrante. Jaejoong se instaló
al otro lado del tablero.
— Eres estupendo en este juego — elogió él —. Ninguno de mis
hombres puede vencerme como lo hiciste anoche.
Además, necesitas descansar. ¿A qué dedicas todo el día?
— A poner en orden el castillo — respondió Jaejoong, simplemente.
— A mí siempre me ha parecido que estaba en orden — objetó Taecyeon,
adelantando un peón —. Los mayordomos...
— ¡Los mayordomos! — Exclamó Jaejoong, maniobrando con el alfil para
atacar —. Ellos no ponen tanto interés como el propietario de la finca. Es
preciso vigilarlos, revisar sus cuentas, leer las anotaciones diarias y...
— ¿Leer? ¿Sabes leer, Jaejoong?
Jaejoong levantó la vista, sorprendido, con la mano sobre la
reina.
— ¡Por supuesto! ¿Tú no?
Taecyeon se encogió de hombros.
— Nunca he aprendido. Mis
hermanos sí, pero a mí no me interesaba. Nunca he conocido a un esposo que supiera
leer. Mi padre decía que los esposos no podían aprender esas cosas.
Jaejoong le echó una mirada de disgusto, en tanto su reina ponía
al rey adversario en peligro mortal.
—Creo que he ganado la partida. — Y se levantó.
Taecyeon se quedó mirando el tablero, estupefacto.
— ¡No puedes haber ganado tan pronto! Ni siquiera he visto nada.
Me das charla para que no pueda concentrarme — lo miró de soslayo —. Y como me
duele la pierna, me cuesta pensar.
Jaejoong lo miró preocupado, pero de inmediato se echó a reír.
— Eres un mentiroso de primera, Taecyeon. Y ahora tengo que irme.
— No, Jaejoong — pidió él, sujetándole la mano. Empezó a besarle
los dedos —. No me dejes. De veras, estoy tan aburrido que podría enloquecer.
Quédate conmigo, por favor. Sólo una partida más.
Jaejoong se reía de él con todas sus ganas. Le apoyó la otra mano
en el pelo, mientras él le hacía descabelladas promesas de amor y gratitud
eternos a cambio de una hora más de compañía.
Y así fue como los encontró Yunho. Había olvidado en gran parte la
belleza de su esposo. No vestía los terciopelos y las pieles que había usado en
los primeros días del matrimonio, sino una túnica sencilla y adherente, hecha
de suave lana azul. Llevaba la cabellera recogida hacia atrás en una trenza
larga y gruesa. Y ese atuendo sin pretensiones lo hacía más encantador que
nunca. Era la inocencia en persona.
Jaejoong fue el primero en cobrar conciencia de que allí estaba su
esposo. La sonrisa se le borró inmediatamente de la cara y todo su cuerpo se
puso rígido.
Taecyeon sintió la tensión de su mano y levantó la vista,
interrogante; al seguir la dirección de su mirada, se encontró con la cara
ceñuda de su hermano. No había dudas sobre lo que él pensaba de la escena. Jaejoong
quiso retirar la mano de entre las suyas, pero él se la retuvo con firmeza,
para no dar la impresión de culpabilidad.
— He estado tratando de convencer a Jaejoong de que pase la mañana
conmigo — dijo en tono ligero —. Hace dos días que estoy encerrado en este
cuarto sin nada que hacer, pero no puedo persuadirlo de que me dedique más
tiempo.
— Y sin duda lo has intentado por todos los medios — se burló Yunho,
con la vista clavada en su esposo, que lo miraba con frialdad.
Jaejoong retiró bruscamente la mano.
— Debo volver a mis tareas — dijo, rígido. Y salió del cuarto.
Taecyeon atacó primero, antes de que Yunho tuviera la oportunidad
de hacerlo.
— ¿Dónde te habías metido? — Acusó —. A los tres días del
casamiento, dejas a tu esposo en el umbral como si fuera un baúl más.
— Pues parece haber manejado muy bien la situación — dijo Yunho,
dejándose caer pesadamente en una silla.
—Si sugieres algo deshonroso...
— No, nada de eso — reconoció Yunho con franqueza.
Conocía a sus hermanos. Taecyeon no era capaz de deshonrar a su cuñado.
Pero la escena había sido una dolorosa sorpresa después de lo que él
imaginara... y deseara.
— ¿Qué te ha pasado en la
pierna?
A Taecyeon le dio vergüenza confesar que se había caído del
caballo, pero Yunho no se burló a carcajadas, como lo hubiera hecho en otra
ocasión. Se levantó con aire cansado.
— Debo atender mi castillo. Hace mucho tiempo que falto. Debe de
estar a punto de derrumbarse.
— Yo no contaría con eso — observó Taecyeon, mientras estudiaba el
tablero para repasar cada una de las movidas hechas por su cuñado —. Nunca he
conocido a alguien que trabajara como Jaejoong.
— ¡Bah! — Exclamó el mayor, condescendiente —. ¿Cuánto trabajo
puede hacer en una semana? ¿Ha bordado cinco piezas de tela?
Taecyeon levantó la vista, sorprendido.
— No me refería a labores de esposo.
Yunho no comprendió, pero tampoco pidió explicaciones. Tenía
demasiado que hacer como señor de la casa. El castillo siempre parecía decaer
notablemente cuando él estaba ausente durante un tiempo.
Taecyeon, adivinando sus pensamientos, lo despidió con una frase
risueña:
— Espero que encuentres algo que hacer.
Yunho no tenía idea de qué significaba eso; sin prestar atención a
sus palabras, abandonó la casa solariega, furioso aún por haber visto
destrozada la escena que había soñado.
Pero al menos había alguna esperanza. Jaejoong se alegraría de que
hubiera regresado para solucionar todos los problemas surgidos en su ausencia.
Esa mañana, al cruzar los recintos a caballo, estaba demasiado
ansioso por reunirse con él para notar algún cambio, pero ahora observó sutiles
alteraciones. Los edificios del recinto exterior parecían más limpios; casi
nuevos, en realidad, como si se los hubiera reparado y encalado recientemente.
Las alcantarillas que coman por atrás habían sido vaciadas poco tiempo antes.
Se detuvo frente a la caseta donde estaban los halcones.
Su halconero estaba frente al edificio, balanceando lentamente un
cebo alrededor de un ave atada al poste por una pata.
— ¿Ese cebo es nuevo, Simón? — Preguntó.
— Sí, mi señor. Es un poco más pequeño y se le puede balancear más
deprisa. El ave se ve obligada a volar a más velocidad y a atacar con más
precisión.
— Buena idea — aprobó Yunho.
— No es mía, señor, sino de su esposo Jaejoong. Él me lo sugirió.
Yunho lo miró fijamente.
— ¿Jaejoong te sugirió a ti, un maestro de halconeros, un cebo
mejor?
— Sí, mi señor — Simón sonrió, dejando al descubierto el hueco de
dos dientes faltantes. — Soy viejo, pero no tanto que no sepa apreciar una
buena idea cuando me la proponen. El señor es tan inteligente como hermoso.
Vino a la mañana siguiente de su llegada y me observó largo rato. Después, con
toda la dulzura del mundo, me hizo algunas sugerencias. Si gusta entrar, mi
señor, vera las nuevas perchas que he hecho. El señor Jaejoong dijo que las
viejas eran las causantes de las enfermedades que las aves tenían en las patas.
Dice que en ellas se meten pequeños insectos que lastiman a los halcones.
Simón iba a precederlo hacia el interior, pero Yunho no lo siguió.
— ¿No quiere verlas? — Se extrañó el hombre, entristecido.
Yunho no lograba digerir el hecho de que aquel encanecido
halconero hubiera aceptado el consejo de una mujer. Él había tratado de hacerle
cientos de recomendaciones, al igual que su padre, pero el hombre hacía siempre
lo que se le antojaba.
— No — dijo —. Más tarde veré qué cambios ha introducido mi esposo.
No pudo impedir que su voz sonara sarcástica, ¿Qué derecho tenía
su esposo a entrometerse con sus halcones? Jaejoong tendría uno propio.
— ¡Mi señor! — Dijo una joven sierva. Y se ruborizó ante la feroz
mirada de su amo. Hizo una reverencia y le ofreció un jarrito —. Se me ocurrió
que tal vez quisiera un refresco.
Yunho le sonrió. Sorbió el refresco mirándola a los ojos.
— Delicioso. ¿Qué es? — Preguntó asombrado.
— Son las fresas de primavera y el jugo de las manzanas del año
pasado, una vez hervidas, con un poquito de canela.
— ¿Canela?
— Sí, mi señor. Su esposo la trajo consigo.
Yunho devolvió abruptamente el jarrito vacío y volvió la espalda a
la muchacha. Empezaba a sentirse realmente fastidiado. ¿Acaso todos se habían
vuelto locos? Apretó el paso hasta llegar al otro extremo del recinto, donde
estaba la armería. Al menos, en aquel caluroso lugar de hierro forjado estaría
a salvo.
Lo recibió una escena asombrosa. Su armero, un hombre enorme,
desnudo de la cintura hacia arriba y con los músculos abultándole en los
brazos, estaba sentado junto a una ventana... cosiendo.
— ¿Qué es esto? — Acusó Yunho, ya lleno de sospechas.
El hombre, sonriente, exhibió en alto dos pequeñas piezas de
cuero. Correspondían al diseño de una nueva articulación que se podía aplicar a
la armadura.
— Vea, señor, cómo está hecha; de este modo resulta mucho más
flexible. Bien pensado, ¿verdad?
Yunho apretó los dientes con fuerza.
— ¿Y de dónde sacaste la idea?
— Caramba, me la dio su esposo — respondió el armero.
Y se encogió de hombros al ver que Yunho salía precipitadamente
del cobertizo.
“¡Cómo se ha atrevido a esto!”, Iba pensando. ¿Quién era él para
entrometerse en sus cosas y hacer cambios sin pedirle siquiera aprobación? ¡La
finca era suya! Si había cambios que introducir, debían correr por su cuenta.
Encontró a Jaejoong en la despensa, un amplio cuarto contiguo a la
cocina, que estaba separada de la casa para evitar incendios. Jaejoong estaba
metida a medias dentro de un enorme tonel de harina, pero su pelo era
inconfundible. Él se detuvo a poca distancia, aprovechando de lleno su
estatura.
— ¿Qué has hecho con mi casa? — Aulló.
De inmediato Jaejoong sacó la cabeza del tonel, con tanta
brusquedad que estuvo a punto de golpearse la cabeza en el borde. Pese al
tamaño y el vozarrón de Yunho, no le temía. Hasta el día de su boda, nunca
había estado cerca de un hombre que no aullara.
— ¿Su casa? — Respondió con voz mortífera —. Dígame, por favor,
¿qué soy yo? ¿La fregona de la cocina?
— Y mostró los brazos, cubiertos de harina hasta los codos.
Estaban rodeados de Sirvientes que retrocedieron contra las
paredes, atemorizados, aunque no se habrían perdido escena tan fascinante por
nada del mundo.
— Sabes perfectamente quién eres, pero no permitiré que te
entrometas en mis cosas. Has alterado demasiados detalles: mi halconero y hasta
mi armero. ¡Debes atender tus propias tareas y no las mías!
Jaejoong lo fulminó con la mirada.
— Dígame qué debo hacer, entonces, si no puedo hablar con el
halconero o quienquiera que necesite consejo.
Yunho quedó desconcertado por un momento.
— Pues... cosas de esposos. Debes hacer las cosas de todos los esposos.
Coser. Inspeccionar la comida y la limpieza y... y preparar cremas para la
cara.
Tuvo la sensación de que esa última sugerencia había sido una
inspiración. Pero las mejillas de Jaejoong ardieron bajo el centelleo de los
ojos, colmados de pequeñas astillas.
— ¡Cremas para la cara! — Exclamó —. Conque ahora soy feo y
necesito cremas para la cara. Tal vez también deba preparar ungüentos y
colorete para mis pálidas mejillas.
Yunho quedó desconcertado.
— No he dicho que seas feo. Sólo que no debes poner a mi armero a
hacer costuras.
Jaejoong apretó los
dientes con firmeza.
— Pues no volveré a hacerlo. Dejaré que su armadura se torne tiesa
e incómoda sin volver a dirigir la palabra a ese hombre. ¿Qué otra cosa debo
hacer para complacerlo?
Yunho lo miró con fijeza. La discusión se le estaba escapando de
las manos.
— Los halcones — agregó débilmente.
— Dejaré que sus aves mueran con las patas lastimadas. ¿Algo más?
Él quedó mudo. No tenía respuestas.
— Ahora debo suponer que nos hemos entendido, mi señor — continuó
Jaejoong —. No debo proteger las manos, debo dejar que sus halcones mueran y
pasar mis días preparando cremas para disimular mi fealdad.
Yunho lo sujetó por el antebrazo y lo levantó del suelo para
mirarlo cara a cara.
— ¡Maldito seas, Jaejoong! ¡No he dicho que seas feo! Eres el ser
más hermoso que nunca he visto.
Le miraba la boca, tan próxima a la suya. Jaejoong suavizó la
mirada y dio a su voz un tono más dulce que la miel.
— En ese caso, ¿puedo dedicar mi pobre cerebro a alguna otra cosa,
además de los ungüentos de belleza?
— Sí — susurró Yunho, debilitado por su proximidad.
— Bien — manifestó él con firmeza —. Hay una nueva punta de flecha
que me gustaría analizar con el armero.
Yunho parpadeó asombrado. Después lo dejó en el suelo con tanta
brusquedad que a Jaejoong le rechinaron los dientes.
— No debes...
Pero se interrumpió, con la vista clavada en aquellos ojos
desafiantes.
— ¿Sí, mi señor?
Yunho salió de la cocina, furioso.
Taecyeon, sentado a la sombra del castillo, con la pierna vendada
hacia adelante, sorbía el nuevo refresco de Jaejoong y comía panecillos aún
calientes. De vez en cuando trataba de reprimir la risa, mientras observaba a
su hermano. La ira de Yunho era visible en cada uno de sus movimientos. Montaba
su caballo como si lo persiguiera el demonio y lanceaba furiosamente al
monigote relleno que representaba al enemigo.
La reyerta de la despensa corría ya de boca en boca. En pocas
horas llegaría a oídos del rey. Pese a su regocijo, Taecyeon sentía piedad de
su hermano. Un muchacho insignificante lo había vencido en público.
— Yunho — llamó — deja descansar a ese animal y siéntate un rato.
El mayor obedeció, aunque contra su voluntad, al darse cuenta de
que su caballo estaba cubierto de espuma. Arrojó las riendas a su escudero y
fue a sentarse junto a su hermano, con aire cansado.
— Toma un refresco — ofreció Taecyeon.
Yunho iba a tomar el jarro, pero detuvo la mano.
— ¿El jugo de él?
Taecyeon meneó la cabeza ante el tono del otro.
— Sí, lo ha preparado Jaejoong.
Yunho se volvió hacia su escudero.
— Tráeme un poco de cerveza del sótano — ordenó.
Su hermano iba a hablar, pero le vio fijar la vista al otro lado
del patio. Jaejoong había salido de la casa solariega y cruzaba el campo
cubierto de arena hacia la hilera de caballos atados en el borde. Yunho lo
siguió con ojos acalorados.
Cuando lo vio detenerse junto a los animales hizo ademán de
levantarse.
Taecyeon lo tomó del brazo para obligarlo a sentarse otra vez.
— Déjalo en paz. No harás sino iniciar otra discusión que perderás
también.
Yunho abrió la boca, pero volvió a cerrarla sin decir nada. Su
escudero acababa de entregarle el jarro de cerveza.
Cuando el muchacho se hubo ido, el hermano volvió a hablar.
— ¿No sabes hacer otra cosa que tratar a gritos a ese chico?
— Yo no le... — Pero Yunho se interrumpió y bebió otro sorbo.
— Míralo bien y dime qué tiene de malo. Es tan hermoso que
oscurece al sol; trabaja todo el día para mantener tu casa en orden; tiene a
todos los Sirvientes, hombres, mujeres y niños, incluido Simón, comiendo de su
mano; hasta los caballos de combate comen delicadamente las manzanas que él les
presenta en la palma; tiene sentido del humor y juega al ajedrez como nadie.
¿Qué más puedes pedir?
Yunho no había dejado de mirarlo.
— ¿Qué sé yo de su humor? — Reconoció, entristecido —. Ni siquiera
me llama por mi nombre.
— ¿Tendría motivos para hacerlo? — Acusó Taecyeon–. ¿Alguna vez le
has dicho siquiera una palabra amable? No te comprendo. Te he visto cortejar
con más ardor a las siervas. ¿Acaso una belleza como Jaejoong no merece
palabras dulces?
Yunho se volvió contra él.
— No soy un patán para que un hermano menor me enseñe a complacer a
mis conquistas. Ya andaba saltando de cama en cama cuando tú todavía estabas en
el regazo de tu nodriza.
Taecyeon no respondió, pero los ojos le bailaban. Omitió mencionar
que sólo había cuatro años de diferencia entre uno y otro.
Yunho dejó a su hermano y volvió a la casa solariega, donde pidió
que le prepararan un baño. Sentado en la tina de agua caliente, tuvo tiempo de
pensar. Por mucho que detestara admitirlo, Taecyeon tenía razón.
Pero todo eso había pasado. Yunho recordó su juramento, no daría
nada de buen grado. Se enjabonó los brazos, sonriente. Había pasado dos noches
con él y sabía que era un hombre de grandes pasiones. ¿Cuánto tiempo podía
mantenerse lejos del lecho marital? Taecyeon también estaba en lo cierto al
mencionar la capacidad de su hermano para cortejar. Dos años antes había hecho
una apuesta con Taecyeon respecto de cierta gélida condesa. Con asombrosa
prontitud Yunho estuvo en la cama con él. ¿Existía un hombre al que él no
pudiera conquistar cuando así se lo proponía? Sería un placer doblegar a su
altanero esposo. Sería dulce con él y lo cortejaría hasta oírle suplicar por ir
a su cama.
Y entonces sería suyo, pensó, casi riendo en voz alta. Sería su
propiedad y no volvería a entrometerse en su vida. Yunho tendría así todo lo
que deseaba: a Yoon Ji para el amor y a Jaejoong para que le calentara el
lecho.
Limpio y vestido con ropa recién planchada, Yunho se sintió nuevo.
Lo regocijaba la idea de seducir a su encantador esposo. Lo halló en los establos,
precariamente encaramado a la valla de un pesebre. Susurraba palabras
tranquilizadoras a uno de los caballos de combate, en tanto el palafrenero le
limpiaba y recortaba el pelo de un casco.
La primera idea de Yunho fue recomendarle que se alejara de la bestia
antes de resultar herida, pero se tranquilizó. Jaejoong parecía manejarse muy
bien con los caballos.
— Ese animal no se doma con facilidad — dijo Yunho serenamente,
mientras se detenía a su lado —. Sabes tratar a los caballos, Jaejoong.
Jaejoong se volvió con una mirada suspicaz.
El caballo captó su nerviosismo y dio un salto. El palafrenero
apenas pudo apartarse antes de recibir una coz.
— Mantenlo quieto — ordenó sin mirarlo —. Todavía no he terminado
y no podré hacerlo si él se mueve. Yunho abrió la boca para preguntar al hombre
cómo se atrevía a dirigirse en aquel tono a su ama, pero Jaejoong no pareció
ofenderse.
— Lo haré, William — dijo, mientras sujetaba con firmeza las
bridas, acariciando el suave hocico —. No te ha hecho daño, ¿verdad?
— No — respondió el palafrenero, gruñón —. ¡Bueno, ya está! — Y se
volvió hacia Yunho. — ¡Señor! ¿Iba a decirme algo?
— Sí. ¿Acostumbras dar órdenes a tu señor como acabas de hacerlo?
William se puso rojo.
— Sólo cuando necesito que me las den — le espetó Jaejoong –.
Vete, William, por favor, y cuida de los otros animales.
El hombre obedeció de inmediato, mientras Jaejoong clavaba en su
marido una mirada desafiante. Esperaba verle enfadado, pero él sonrió.
— No, Jaejoong. No he venido a reñir contigo.
— No sabía que existiera otra cosa entre nosotros.
Él hizo una mueca de dolor. Luego lo tomó de la mano y lo llevó
consigo.
— He venido a preguntarte si me aceptarías un regalo. ¿Ves el
potro del último pesebre? — Preguntó, señalando.
— ¿El oscuro? Lo conozco bien.
— No has traído ningún caballo de la casa de tu padre.
— Mi padre preferiría desprenderse de todo su oro antes que de uno
de sus caballos — replicó Jaejoong, haciendo referencia a los carros llenos de
riquezas que la habían acompañado a la heredad de Jung.
Yunho se apoyó contra el portón de un pesebre vacío.
— Ese potro ha engendrado varias yeguas hermosas.
Las tengo en una granja de cría, a cierta distancia. ¿Querrías
acompañarme mañana para elegir una?
Jaejoong no comprendió aquella súbita gentileza. Tampoco le gustó.
— Aquí hay caballos castrados que puedo utilizar perfectamente — observó.
Yunho guardó silencio por un momento, observándolo.
— ¿Tanto me odias? ¿O me tienes miedo?
— ¡No le tengo miedo! — aseguró Jaejoong con la espalda muy erguida.
— ¿Vendrás conmigo, entonces?
Jaejoong lo miró fijamente a los ojos. Luego sonrió.
Yunho sonrió (una sonrisa de verdad) y Jaejoong recordó
inesperadamente algo que parecía muy lejano: el día de su boda. Yunho le había
sonreído así con frecuencia.
— Estaré impaciente — aseguró Yunho, antes de abandonar los
establos.
Jaejoong lo siguió con la vista, frunciendo el entrecejo.
¿Qué querría aquel hombre de Jaejoong? ¿Qué motivos tenía para
hacerle un regalo?
No le dio más vueltas, pues tenía demasiado que hacer. Todavía no
se había ocupado del estanque de los peces, que necesitaba desesperadamente una
limpieza.
el Yunho tan orgulloso que no quiere reconocer que Jae no necesita de el y que si puede ser independiente y eso no le cabe en la cabeza espero que Jae no se deje manipular y ponga en su lugar a este Yunho tan engreído
ResponderEliminarGracias
Me encanta Jae, es tan inteligente, hermoso e independiente, se gano en unos pocos dias a los hombres y mujeres que habitan esa casa. Yunho me pone mal, es muy bobo, pensando que "su Yoon Ji" es la doncella perfecta que merece amor y Jaejoong nada mas que alguien que le caliente la cama, cuando la realidad es que Jaejoong merece hasta la ultima de sus atenciones y la tal Yoon Ji nada, ni siquiera que la odien de merece, la indiferencia seria un buen detalle para ella.
ResponderEliminar¡gracias por el capitulo!
Jajaja me da risa los pensamientos de Yunho: Existía un hombre al que él no pudiera conquistar cuando así se lo proponía? Sería un placer doblegar a su altanero esposo. Sería dulce con él y lo cortejaría hasta oírle suplicar por ir a su cama.
ResponderEliminarPresiento que quien terminará suplicando porque Jae lo ame será él, pues Jae además de hermoso es muy inteligente y que siga castigando a Yunho hasta que le suplique.
Gracias!!!💗💕💞