Capitulo 10
Después de una noche de sueño intranquilo, Yunho se despertó muy
temprano. En el castillo había ya algún movimiento, pero los ruidos eran aún
sordos. Su primer pensamiento fue para Jaejoong. Quería verlo. ¿Sería cierto
que el día anterior le había sonreído?
Se vistió apresuradamente con una camisa de lino y un chaleco de
lana rústica, asegurado con un ancho cinturón de cuero. Se cubrió las piernas
musculosas con medias de hilo y las ató a los calzones que usaba como
taparrabo. Después bajó apresuradamente al jardín para cortar una fragante rosa
roja, con los pétalos besados por perladas gotas de rocío.
La puerta de Jaejoong estaba cerrada. Yunho la abrió en silencio. Jaejoong
dormía, con una mano enredada en la cabellera, que le cubría los hombros
desnudos, y la almohada a un lado. Yunho dejó la rosa en la almohada y apartó
suavemente un rizo de su mejilla.
Jaejoong abrió los ojos con lentitud. Le parecía parte de sus
sueños ver a Yunho tan cerca. Le tocó la cara con suavidad, apoyando el pulgar
en su mentón para tocar la barba crecida. Lo veía más joven que de costumbre;
las arrugas de preocupación y de responsabilidad habían desaparecido de sus
ojos.
–Pensé que no eras real–susurró, mirándole a los ojos, que se
ablandaban.
Yunho movió apenas la cabeza y le mordió la punta de un dedo.
–Soy muy real. Eres tú quien parece un sueño.
Jaejoong le sonrió con malignidad.
–Al menos, nuestros sueños nos complacen mucho, ¿verdad?
Yunho, riendo, lo abrazó con brusquedad y le frotó una mejilla
contra la tierna piel del cuello, deleitándose con los chillidos de protesta de
Jaejoong, a quien la barba incipiente amenazaba desollar.
–Jaejoong, dulce Jaejoong –susurró, mordisqueándole un
lóbulo–siempre eres un misterio. No sé si te gusto o no.
– ¿Te importaría mucho no gustarme?
Yunho se apartó y le tocó la sien.
–Sí, creo que me importaría.
– ¡Mi señor!
Ambos levantaron la vista. Joan había irrumpido en la habitación.
–Mil perdones, mi señor –suplicó la muchacha, riendo entre
dientes–. Ignoraba que estuviera tan ocupado. Pero se hace tarde y muchos lo
reclaman.
–Diles que esperen–repuso Yunho, acalorado, abrazando con fuerza a
Jaejoong, que trataba de apartarlo.
– ¡No!–Exclamó Jaejoong –. ¿Quién me busca, Joan?
–El sacerdote pregunta si piensan
iniciar el día sin misa. El segundo de Lord Yunho, Won Bin, dice que han
llegado algunos caballos. Y tres mercaderes de tela desean que se inspeccione
su mercancía.
Yunho se puso tieso y soltó a su esposo.
–Di al sacerdote que allí estaremos. En cuanto a los caballos, los
veré después de misa. Di también a los mercaderes...
Se interrumpió disgustado, preguntándose: "¿Soy el amo de
esta casa o no?”
– ¿Y bien?–Espetó a la flaca doncella–. Ya se te ha dicho qué
debes hacer. Vete.
Joan apretó la puerta a su espalda.
–Debo ayudar a mi señor a vestirse.
Yunho comenzaba a sonreír.
–Lo haré yo. Tal vez eso aporte algún placer a este día, además de
obligaciones.
Joan sonrió burlonamente antes de deslizarse al corredor para
cerrar la puerta.
–Y ahora, señor mío –agregó Yunho, volviéndose hacia su esposo –,
estoy a sus órdenes.
Los ojos de Jaejoong chisporroteaban.
– ¿Aunque mis órdenes se refieran a tus caballos?
Yunho gruñó, fingiéndose atormentado.
–Fue una riña tonta, ¿verdad? Yo estaba más enfadado con la lluvia
que contigo.
– ¿Y por qué te enfadó la lluvia?–Lo provocó Jaejoong, burlón.
Yunho volvió a inclinarse hacia él.
–Me impidió practicar un ejercicio que deseaba mucho.
Jaejoong le apoyó una mano en el pecho; su corazón palpitaba con
fuerza.
–No olvides que el sacerdote nos está esperando.
Entonces Yunho se apartó.
–Bien, levántate, que te ayudaré a vestirte. Si no puedo
degustarte, al menos miraré a voluntad.
Jaejoong le clavó la mirada por un momento. Hacía casi dos semanas
que no hacían el amor. Tal vez Yunho lo había abandonado, apenas casados, para
irse con su amante. Pero Jaejoong comprendió que en aquel momento era suyo y
decidió aprovechar a fondo esa posesión. Muchos le decían que era hermoso, sin
que él diera importancia a los halagos.
Sabía que su cuerpo curvilíneo se diferenciaba mucho de la flacura
de Yoon Ji. Pero en otros momentos Yunho había deseado aquel cuerpo. Se
preguntó si podría hacer que sus ojos se oscurecieran otra vez.
Apartó poco a poco un borde del cubrecama y sacó un pie descalzo;
después recogió el cobertor hasta la mitad del muslo y flexionó los pies.
–Creo que mi tobillo está bastante repuesto, ¿no te parece?
Le sonreía con inocencia, pero Yunho no lo estaba mirando a la
cara. Con mucha lentitud, Jaejoong descubrió su cadera firme y redonda.
Después, el ombligo, en medio del vientre plano. Se levantó sin ninguna prisa y
quedó de pie ante Yunho, a la luz de la mañana.
Yunho lo miraba con fijeza. Llevaba semanas sin verlo desnudo.
Apreció sus piernas largas y esbeltas, sus caderas, la cintura estrecha y el
pecho, de puntas rosadas.
– ¡Al diablo con el cura!–Murmuró, alargando la mano para tocarle
la curva de la cadera.
–No blasfemes, mi señor–advirtió Jaejoong, muy serio.
Yunho lo miró sorprendido.
–Siempre me asombra que quisieras ocultar todo eso bajo el hábito –suspiró
con fuerza, sin dejar de mirarlo; le dolían las palmas por el deseo de
tocarlo–. Sé bueno y busca tu ropa. No soporto más esta dulce tortura. Podría
violarte ante los mismos ojos del cura.
Jaejoong se volvió hacia su arcón, disimulando una son risa. Se
preguntaba si eso podía llamarse violación.
Se vistió sin prisa, disfrutando de aquella mirada fija en su
persona, del silencio tenso. Se puso una fina camisa de algodón, bardada con
diminutos unicornios azules; apenas le llegaba a medio muslo. Después, las
enaguas haciendo juego. A continuación apoyó un pie en el borde del banco donde
Yunho permanecía, duro como una piedra, y deslizó con cuidado las medias de
seda por la pierna, para sujetarlas en su sitio por medio de las ligas.
Cruzó un brazo por delante de Yunho para tomar un vestido de rica
cachemira parda de Venecia, que tenía leones de plata bordados en la pechera y
alrededor del bajo. A Yunho le temblaban las manos al abotonarle la parte
trasera. Completó su atuendo con un cinturón de filigrana de plata. Al parecer,
no era capaz de manejar solo su simple hebilla.
–Listo–dijo, después de luchar largo rato con las dificultosas
prendas.
Yunho soltó el aliento que contenía desde rato antes.
–Serías muy buena doncella–rió Jaejoong, girando en un mar de
pardo y plateado.
–No–replicó Yunho con franqueza–: moriría en menos de una semana.
Ahora baja conmigo y no me provoques más.
–Sí, mi señor–respondió Jaejoong, obediente.
Pero le chispeaban los ojos.
Dentro del baluarte interior había un campo largo, cubierto de una
gruesa capa de arena. Allí se adiestraban los Jung y sus vasallos principales.
De una especie de patíbulo pendía un monigote de paja contra el que los hombres
lanzaban sus estocadas al pasar a lomos de caballo. También servía de blanco un
anillo sujeto entre dos postes. Otro hombre estaba atacando un poste de diez
centímetros de grosor, profundamente clavado en tierra, la espada sujeta con ambas
manos.
Yunho se dejó caer pesadamente en un banco, al costado de ese
campo de adiestramiento, y se quitó el yelmo para deslizar una mano por el pelo
sudoroso. Tenía los ojos convertidos en pozos oscuros, las mejillas flacas y
los hombros doloridos por el cansancio. Habían pasado cuatro días desde la
mañana en que ayudara a Jaejoong a vestirse. Desde entonces había dormido muy
poco y comido aún menos; por eso tenía los sentidos muy tensos.
Recostó la cabeza contra el muro de piedra, pensando que ya no podía
pasar otra desgracia. Se habían incendiado varias cabañas de sus siervos, tras
lo cual el viento había llevado las chispas hasta la granja lechera. Yunho y
sus hombres tuvieron que combatir el incendio durante dos días, durmiendo en el
suelo, allí donde caían. Una noche se vio obligado a permanecer en vela en los
establos, donde una yegua estaba dando a luz un potrillo mal colocado. Jaejoong
lo acompañó durante toda la noche para sostener la cabeza del animal,
entregarle paños y alcanzarle ungüentos antes de que Yunho mismo los pidiera. Yunho
nunca se había sentido tan próximo a alguien como en esos momentos. Al
amanecer, triunfantes, ambos se incorporaron a la par, contemplando al potrillo
que daba sus primeros pasos temblorosos.
Sin embargo, pese a toda esa proximidad espiritual, sus cuerpos
estaban tan alejados como siempre. Yunho tenía la sensación de que en cualquier
momento enloquecería de tanto desearlo.
Mientras se limpiaba el sudor de los ojos, vio que Jaejoong cruzaba
el patio hacia él. ¿O era pura imaginación suya? Jaejoong parecía estar en
todas partes, aun cuando estaba ausente.
–Te he traído una bebida fresca–dijo, ofreciéndole un jarrito.
Yunho lo miró con atención. Jaejoong dejó el jarrito en el banco.
– ¿Te sientes mal, Yunho?–Preguntó, aplicando una mano
reconfortante a la frente del mozo.
Yunho lo sujetó con fuerza y lo obligó a sentarse a su lado.
Le buscó los labios con apetito, obligándolo a entreabrirlos.
No se le ocurrió que Jaejoong pudiera resistirse; ya nada le
importaba.
Jaejoong le rodeó el cuello con los brazos y respondió al beso con
ansias iguales. A ninguno de los dos le importó que medio castillo los
estuviera mirando: no existía nadie sino ellos. Yunho le deslizó los labios
hasta el cuello, pero sin suavidad; actuaba como si pudiera devorarla.
– ¡Mi señor!–Exclamó alguien, impaciente.
Jaejoong abrió los ojos y se encontró con un jovencito que
esperaba con un papel enrollado en la mano. De pronto, recordó quién era y
dónde estaba.
–Yunho, te traen un mensaje.
Yunho no apartó los labios de su cuello. Jaejoong tuvo que
concentrarse con trabajo para no olvidar al mensajero.
–Señor–dijo el muchachito–, se trata de un recado urgente.
Era muy joven, aún lampiño; esos besos le parecían una pérdida de
tiempo.
– ¡A ver!– Yunho arrebató el pergamino al niño
–Ahora vete y no vuelvas a molestarme.
Y arrojó el papel al suelo, para volverse una vez más hacia los
labios de su esposo.
Pero Jaejoong había cobrado aguda conciencia de que estaban en un
sitio muy público.
–Yunho–reprochó con severidad, pugnando por abandonar su regazo–,
tienes que leer eso.
Yunho levantó la vista para mirarlo, jadeante.
–Léelo tú–pidió, en tanto cogía la jarrita de refresco que Jaejoong
le había llevado, con la esperanza de que le enfriara la sangre.
Jaejoong desenrolló el papel con el entrecejo fruncido en un gesto
de preocupación. Al leer fue perdiendo el color.
De inmediato, Yunho cobró interés.
– ¿Son malas noticias?
Cuando Jaejoong alzó la vista volvió a dejarlo sin aliento, pues
una vez más había aparecido en sus ojos aquella frialdad. Sus pupilas cálidas y
apasionadas le arrojaban dagas de odio.
– ¡Soy triplemente idiota!–Exclamó con los dientes apretados, en
tanto le arrojaba el pergamino a la cara.
Giró sobre sus talones y marchó a grandes zancadas hacia la casa
solariega.
Queridísimo:
Te envío esto en secreto para
poder hablarte libremente de mi amor. Mañana me casaré con Kwang Gyu. Ora por
mí; piensa en mí como yo te tendré en mis pensamientos. No olvides nunca que mi
vida es tuya. Sin tu amor no soy nada. Cuento los instantes hasta que vuelva a
ser tuya.
Con amor
Yoon Ji
– ¿Algún problema, señor?–Preguntó Won Bin.
Yunho dejó la misiva.
–El peor de cuantos he tenido. Dime, Won Bin, tú que ya eres
maduro, ¿sabes acaso algo de amor?
Won Bin rió entre dientes.
–No hay hombre que sepa de eso, señor.
– ¿Es posible dar tu amor a una mujer, pero desear a otro casi
hasta volverse loco?
Won Bin movió negativamente la cabeza. Su amo, en tanto, seguía
con la mirada la silueta de su esposo, que se alejaba.
–El hombre de quien hablamos, ¿desea también a la mujer que ama?
– ¡Desde luego!–Respondió Yunho–. Pero tal vez no... no de la
misma manera.
–Ah, comprendo. Un amor sagrado, como el que se brinda a la
Virgen. Soy hombre sencillo. Si de mí se tratara, me quedaría con el amor
profano. Creo que, si la mujer fuera deleitosa en la cama, el amor acabaría por
venir.
Yunho apoyó los codos en las rodillas y la cabeza en las manos.
–Los esposos fueron creados para tentación de los hombres. Son
hechura del demonio.
Won Bin sonrió.
–Creo que, si nos encontráramos con el viejo maligno, bien
podríamos agradecerle esa parte de su obra.
Para Yunho, los tres días siguientes fueron un infierno.
Jaejoong se negaba a dirigirle la palabra y ni siquiera lo miraba.
Se acercaba a él lo menos que le era posible. Y cuanta más altanería
demostraba, más furioso se ponía él.
Una noche, en el momento en que él iba a abandonar una habitación
por haber entrado él, le ordenó:
– ¡Quédate!
–Por supuesto, mi señor–replicó Jaejoong con una reverencia.
Mantenía la cabeza gacha y los ojos bajos.
En cierta oportunidad Yunho creyó verle los ojos enrojecidos, como
si hubiera estado llorando. Eso no podía ser, desde luego. ¿Qué motivos tenía
este hombre para llorar?
El castigado era él, no Jaejoong. Había dado muestras de que
deseaba ser bondadoso, pero Jaejoong prefería despreciarlo. Bien, si eso se le
había pasado en una ocasión, volvería a pasársele.
Pero transcurrieron los días sin que Jaejoong dejara de mostrarse
frío. Yunho lo oía reír, pero en cuanto él se presentaba, toda sonrisa moría en
la cara de Jaejoong.
Sentía ganas de abofetearlo, de obligarlo a responderle; hasta el
enfado era mejor que esa manera de mirar, como si él no estuviera. Pero no podía
hacerle daño. Quería abrazarlo y hasta pedirle disculpas. ¿Disculpas por qué?
Pasaba los días galopando y adiestrándose exageradamente, pero por las noches
no podía dormir. Se descubrió buscando excusas para acercarse a Jaejoong, sólo
por ver si podía tocarlo.
Jaejoong había llorado casi hasta enfermar. ¿Cómo había podido
olvidar tan pronto que Yunho era un hombre vil? Sin embargo, pese a toda la
angustia causada por la carta, le era preciso contenerse para no correr a sus
brazos. Odiaba a Yunho, pero su cuerpo se lo pedía en cada momento de cada día.
–Mi señor–dijo Joan en voz baja. Muchos de los Sirvientes habían
aprendido a andar en puntillas cerca de los amos, en esos días–, Lord Yunho
pide que se reúna con él en el salón grande.
– ¡No iré!–Replicó Jaejoong sin vacilar.
–Ha dicho que es urgente. Se trata de algo relacionado con sus
padres, señor.
– ¿Mi madre?–Exclamó Jaejoong, inmediatamente preocupado.
–No lo sé. El sólo dijo que tiene que hablar con usted de
inmediato.
En cuanto Jaejoong vio a su esposo comprendió que había algún
problema muy grave. Sus ojos parecían carbones negros. Sus labios estaban tan
apretados que se habían reducido a un tajo en la cara. De inmediato descargó su
ira contra Jaejoong.
– ¿Por qué no me dijiste que habías sido prometido a otro antes
que a mí?
Jaejoong quedó desconcertado.
–Te dije que había sido prometido a la Iglesia.
–Sabes que no me refiero a la Iglesia. ¿Qué hay de ese hombre con
el que coqueteabas y reías durante el torneo? Debí haberme dado cuenta.
Jaejoong sintió que la sangre le palpitaba en las venas.
– ¿De qué debías darte cuenta? ¿De que cualquier hombre hubiera
sido mejor esposo que tú?
Yunho dio un paso adelante en actitud amenazadora, pero Jaejoong no
retrocedió.
–Kang Min Woo ha presentado una reclamación sobre ti y sobre tus
tierras. Para apoyarla ha dado muerte a tu padre y tiene a tu madre cautiva.
Jaejoong olvidó inmediatamente todo su enfado. Quedó débil y
aturdido, a tal punto que se aferró de una silla para no caer.
– ¿Que ha dado muerte...? ¿Qué tiene cautiva...?–Logró susurrar.
Yunho se calmó un poco y le apoyó una mano en el brazo.
–No era mi intención darte la noticia de ese modo. Es que ese
hombre reclama lo que es mío.
– ¿Tuyo?–Jaejoong lo miró fijamente. –Mi padre ha sido asesinado,
mi madre secuestrada, mis tierras usurpadas... ¿Y tú te atreves a mencionar lo
que has perdido?
Yunho se apartó un paso.
–Conversemos razonablemente. ¿Fuiste prometido de Kang Min Woo?
–Nunca.
– ¿Estás seguro?
Jaejoong se limitó a fulminarlo con la mirada.
–Dice que sólo liberará a tu madre si te reúnes con él
Jaejoong giró de inmediato.
–En ese caso, iré.
– ¡No!–Yunho lo obligó a sentarse nuevamente. – ¡No puedes! ¡Eres
mío!
Jaejoong lo miró con fijeza, concentrado en sus problemas.
–Si soy tuyo y mis tierras son tuyas, ¿cómo piensa este hombre
apoderarse de todo? Aun cuando luche contra ti, no puede luchar contra todos sus
parientes.
–No es esa su intención–los ojos de Yunho parecían perforarlo–. Le
han dicho que no dormimos juntos. Pide una anulación: que declares ante el rey
que te disgusto y que lo deseas a él.
–Y si hago eso, ¿liberará a mi madre indemne?
–Eso dice.
– ¿Y si no declaro eso ante el rey? ¿Qué será de mi madre?
Yunho hizo una pausa antes de responder:
–No sé. No puedo decirte qué será de ella.
Jaejoong guardó silencio un instante.
–En ese caso, ¿debo elegir entre mi esposo y mi madre? ¿Debo
elegir si ceder o no a las codiciosas exigencias de un hombre al que apenas
conozco?
La voz de Yunho tomó un tono muy diferente a los que Jaejoong le
conocía: frío como acero templado.
–No. Tú no elegirás.
Jaejoong levantó bruscamente la cabeza.
–Tal vez riñamos con frecuencia dentro de nuestras propias fincas,
hasta dentro de las alcobas, y quizá yo ceda muchas veces ante ti. Puedes
cambiar los cebos para halcones y yo me enfadaré contigo, pero ahora no has de
entrometerte. No me interesa que hayas estado prometido a él antes de nuestro
casamiento; ni siquiera me interesa que hayas podido pasar la infancia en su
lecho. Ahora se trata de guerra y no discutiré contigo.
–Pero mi madre...
–Trataré de rescatarla sana y salva, pero no sé si podré.
–Entonces deja que vaya y trate de persuadirlo.
Yunho no cedió.
–No puedo permitirlo. Ahora tengo que reunir a mis hombres.
Partiremos mañana a primera hora.
Y abandonó la habitación.
Jaejoong pasó largo rato ante la ventana de su alcoba. Su doncella
entró para desvestirlo y le puso una bata de terciopelo verde, forrada de
visón. Jaejoong apenas notó su presencia, La madre que la había amparado y
protegido toda su vida estaba amenazada por un hombre que Jaejoong apenas
conocía. Recordaba vagamente a Kang Min Woo: un joven simpático, que había
conversado con él sobre las reglas del torneo. Pero tenía muy claro en la
memoria que, según Yunho, él había provocado a ese hombre.
Yunho, Yunho, siempre Yunho. Todos los caminos conducían a su
esposo. Yunho exigía y ordenaba lo que se debía hacer, sin darle alternativa.
Su madre sería sacrificada a su feroz posesividad.
Pero ¿qué habría hecho él, de contar con la posibilidad de elegir?
De pronto, sus ojos chisporrotearon. ¿Qué derecho tenía ese
hombrecillo odioso a intervenir en su vida, a fingirse Dios haciendo que otros
se sometieran a sus deseos? “¡Luchar!” Gritaba su mente. La madre le había
enseñado a ser orgulloso. ¿Acaso a Chae Young le habría gustado que su hijo se
presentara mansamente ante el rey, cediendo a la voluntad de un payaso
presumido sólo porque ese hombre así lo decidía?
¡No, nada de eso! A Chae Young no le habría gustado semejante
cosa. Jaejoong giró hacia la puerta; no estaba seguro de lo que iba a hacer,
pero una idea le daba coraje, encendida por su indignación.
–Conque los espías de Min Woo han informado de que no dormimos
juntos, de que nuestro matrimonio podría ser anulado–murmuró mientras caminaba
por el pasillo desierto.
Sus convicciones se mantuvieron firmes hasta que abrió la puerta
del cuarto que ocupaba Yunho. Lo vio ante la ventana, perdido en sus
pensamientos, con una pierna apoyada en el antepecho. Una cosa era hacer nobles
baladronadas de orgullo; otra muy distinta enfrentarse a un hombre que, noche
tras noche, hallaba motivos para evitar el lecho de su esposo. La bella y
gélida cara de Yoon Ji flotaba ante él. Jaejoong se mordió la lengua, para que
el dolor alejara las lágrimas. Había tomado una decisión y ahora debía
respetarla; al día siguiente, su esposo marcharía a la guerra. Sus pies
descalzos no hicieron ruido sobre los juncos del suelo. Se detuvo a un par de
metros de él.
Yunho sintió su presencia, más que verlo. Se volvió lentamente,
conteniendo el aliento. El pelo de Jaejoong parecía más oscuro a la luz de las
velas; el verde del terciopelo hacía centellear la riqueza de su color, y el
visón oscuro destacaba el tono de su piel. El no pudo decir nada. Su
proximidad, el silencio del cuarto, la luz de las velas eran aún más que sus
sueños. Jaejoong lo miró fijamente; luego desató con lentitud el cinturón de su
bata y la dejó deslizar, lánguida, hasta caer al suelo.
La mirada de Yunho lo recorrió entero, como si no lograra
aprehender del todo su belleza. Sólo al mirarlo a los ojos notó que estaba
preocupado. ¿O era miedo lo que había en su expresión? ¿Miedo de que él... lo
rechazara? La posibilidad le pareció tan absurda que estuvo a punto de soltar
una carcajada.
–Yunho–susurró Jaejoong.
Apenas había terminado de murmurar el nombre cuando se encontró en
sus brazos, rumbo a la cama. Los labios de su esposo ya estaban clavados a los
de él.
Jaejoong no tenía miedo sólo de él, sino también de sí mismo, y Yunho
lo sintió en el beso. Había esperado largo rato verlo acudir. Llevaba semanas
lejos de Jaejoong, con la esperanza de que Jaejoong aprendiera a tenerle confianza.
Sin embargo, ahora lo abrazaba sin sensación de triunfo.
– ¿Qué pasa, dulce mío? ¿Qué te preocupa?
Ese interés por Jaejoong hizo que Jaejoong tuviera ganas de
llorar. ¿Cómo explicarle su dolor?
Cuando Yunho lo llevó a la cama, dejando que la luz de las velas
bailaran sobre su cuerpo, olvidó todo, salvo su proximidad. Se desembarazó
velozmente de su ropa y se tendió a su lado. Quería saborear el contacto de su
piel, centímetro a centímetro, lentamente.
Cuando la tortura le fue insoportable, lo apretó contra sí.
–Te echaba de menos, Jaejoong.
Jaejoong levantó la cara para un beso.
Llevaban demasiado tiempo separados como para proceder con
lentitud. La mutua necesidad era urgente. Jaejoong aferró un puñado de carne y
músculo de la espalda de Yunho, que ahogó una exclamación y rió con voz
gutural. Ante un segundo manotazo, le sujetó ambas manos por encima de la
cabeza.
Jaejoong pugnó por liberarse, pero no pudo contra su fuerza. Ante
la penetración lanzó un grito ahogado y levantó las caderas para salirle al
encuentro. Hicieron el amor con prisa, casi con rudeza, antes de lograr la
liberación buscada. Después, Yunho se derrumbó sobre él, aún unidos los
cuerpos.
Debieron de quedarse dormidos, pero algo más tarde despertó a Jaejoong
un nuevo movimiento rítmico de su esposo. Medio dormido, excitado sólo a
medias, empezó a responder con sensuales y perezosos movimientos propios.
Minuto a minuto, su mente se fue perdiendo en las sensaciones del
cuerpo, No sabía qué deseaba, pero no estaba satisfecho con su postura. No supo
de la consternación de Yunho cuando lo empujó hacia un costado, sin separarse.
Un momento después Yunho estaba de espaldas y Jaejoong, a horcajadas.
Yunho no perdió tiempo en extrañezas. Le deslizó las manos por el
vientre hasta el pecho. Jaejoong arqueó el cuello hacia atrás, blanco y suave
en la oscuridad, lo cual lo inflamó más aún. Lo aferró por las caderas y ambos
se perdieron en la pasión creciente. Estallaron juntos en un destello de
estrellas blancas y azules.
y como pretende ese fulano que Jae le corresponda si ni le conoce y aparte mato a su papa que si lo merecía por como fue con Jae pero también tiene a su mama y a ella si que la quiere y si la lastima lo único que ese recibirá de Jae es el odio por siempre pero Yunho ya va a terminar con el por ser un atrevido y querer para el algo que no le pertenece ni le pertenecerá jamas
ResponderEliminarGracias
Lo que la obsesion le hace a las personas...
ResponderEliminar¡gracias por el cap!
Encima de aguantar a esa loca ahora aparece este trastornado pobre Jae espero no le pase nada ni su mama ni a Yunho.....gracias
ResponderEliminarPobre loco de KMW alusina que Jae es para él, de cual fumó 😀😀😀, lo malo es que esto los llevará a una guerra y a salvar a la madre de Jae. Me encantó la determinación de Jae de ser nuevamente de su marido para que no ke quepa duda a ese rol KMW a quien pertenece su corazón y su cuerpo.
ResponderEliminarGracias!!! 💗💕💞
Que complicado todo, y toda la culpa la tiene YH, no cree, ni admite que su tan llamado amor a otra persona que no sea su esposa puede causar todo ese dolor y comportamiento en JJ. Siempre que JJ trata de dejar atrás esa verdad de que su esposo ama a otra y trata de hacer funcionar su matrimonio, esa mujer no se como, pero aparece entre ellos en el momento perfecto. Ojalá el marido de ella se de cuenta y le llueva. Ahora que pasará, tengo miedo.
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