Capitulo 11
La casa solariega era una mansión de ladrillo, de dos plantas, con
ventanas de piedra tallada y cristales importados. A cada extremo de su
estructura, larga y estrecha, había una ventana salediza cubierta de vidrieras.
Atrás se extendía un encantador patio amurallado. Ante la casa
había un bello prado de casi una hectárea, con el coto de caza del conde algo
más allá.
De ese bosque privado estaban saliendo tres personas, que
caminaban por el prado hacia la casa. Siwon, con el laúd colgado del hombro,
llevaba de la cintura a dos fregonas, Gladys y Blanche. Sus ojos oscuros y
ardientes se habían nublado aún más tras la tarde pasada satisfaciendo a las
dos codiciosas mujeres. Pero a él no le parecían codiciosas. Para Siwon, todas
las mujeres eran joyas que había que disfrutar cada una según su brillo
especial. No conocía los celos ni la posesividad.
Por desgracia, no era ese el caso de las dos mujeres.
En ese momento, a ambas les disgustaba abandonarlo.
– ¿Para ella te han traído aquí?–Preguntó Gladys.
Siwon giró la cabeza para mirarla hasta hacerla apartar la vista,
ruborizada. Blanche fue más difícil de intimidar.
–Es muy extraño que Lord Kwang Gyu te permitiera venir, porque
tiene a Lady Yoon Ji como si fuera prisionera. Ni siquiera le permite salir a
caballo, como no sea con él.
–Y a Lord Kwang Gyu no le gusta sacudir su delicado trasero a
lomos de un caballo–gorjeó Gladys.
Siwon parecía desconcertado.
–Pensé que tratándose de una alianza por amor, puesto que es una
mujer pobre casada con un conde...
– ¡Por amor! ¡Bah!–Rió Blanche–. Esa mujer sólo se ama a sí misma.
Pensó que Lord Kwang Gyu era un patán al que podría usar a voluntad, pero él
dista mucho de serlo. Nosotras, que vivimos aquí desde hace años, lo sabemos
muy bien, ¿verdad, Gladys?
–Oh, sí–concordó su compañera–. Ella creyó que manejaría el
castillo. Conozco a ese tipo de señoras. Pero Lord Kwang Gyu preferiría
incendiar todo esto antes que darle rienda libre.
Siwon frunció el ceño.
– ¿Por qué se casó con ella, en ese caso? Tenía mujeres para
elegir. Lady Yoon Ji no tenía tierras
que aportar a la alianza.
–Pero es hermosa–respondió Blanche, encogiéndose de hombros–. A él
le gustan las mujeres hermosas.
Siwon sonrió.
–Este hombre empieza a caerme simpático. Estoy plenamente de
acuerdo con él.
Y dedicó a las dos muchachas una mirada lasciva que les hizo bajar
los ojos, con las mejillas enrojecidas.
–Pero no es como tú, Siwon –continuó Blanche.
–No, por cierto. –Gladys deslizó una mano por el muslo del joven.
Su compañera le echó una fuerte mirada de reprimenda.
–A Lord Kwang Gyu sólo le gusta su belleza. Nada le importa de la
mujer u hombre en sí.
–Y lo mismo ocurre con el pobre Heechul –agregó Gladys.
– ¿Heechul?–Repitió Siwon –. No la conozco.
Blanche se echó a reír.
–Míralo, Gladys. Está con dos mujeres, pero le preocupa no conocer
a un tercero.
– ¿O tal vez le preocupa que exista un hombre al que no conozca?
Siwon se llevó la mano a la frente, fingiendo desesperación.
– ¡He sido descubierto! ¡Estoy perdido!
–Sí que lo estás. –Blanche, riendo, empezó a besarle el cuello. –Dime,
tesoro: ¿eres alguna vez fiel?
Él le mordisqueó la oreja.
–Soy fiel a todos... por un tiempo.
Así llegaron a la casa solariega, riendo.
– ¿Dónde estabas?–Le espetó Yoon Ji en cuanto Siwon entró al salón
grande.
Blanche y Gladys corrieron a sus tareas en distintas partes de la
casa. El juglar no se dejó perturbar.
– ¿Me habéis echado de menos, mi señora?–Sonrió, tomándole la mano
para besársela, tras haberse asegurado de que no había nadie en las cercanías.
–Nada de eso–le aseguró ella con franqueza–. En el sentido que tú
le das, no. ¿Has pasado la tarde con esas malas pécoras, mientras yo permanecía
sola aquí?
Siwon se afligió de inmediato.
– ¿Os habéis sentido sola, mi señora?
– ¡Oh, sí, me he sentido sola!–Exclamó Yoon Ji, dejándose caer en
un almohadón de la ventana. Era tan adorable como él la había visto en la boda
de la familia Jung, pero ahora tenía cierto aspecto refinado, como si hubiera
perdido peso, y movía nerviosamente los ojos de un lado a otro. En voz baja, agregó:
–Sí, me siento sola. Aquí no tengo a nadie que sea amigo mío.
– ¿Cómo puede ser? Sin duda alguna, bella como sois, vuestro
esposo ha de amaros.
– ¡Amarme!–Rió ella–. Kwang Gyu no ama a nadie. Me tiene aquí como
a un pájaro en su jaula, no veo a nadie, no hablo con nadie. –La joven se
volvió para mirar a una sombra del cuarto. Su bella cara se contrajo de odio. –
¡Salvo con él!–Rugió.
Siwon desvió la mirada hacia la sombra, sin saber que hubiera otra
presencia cercana.
–Ven, pequeño –se burló Yoon Ji –. Deja que él te vea, en vez de
ocultarte como ave de carroña. Enorgullécete de lo que haces.
Siwon forzó la vista hasta distinguir a un joven que se
adelantaba. Era de silueta esbelta; caminaba con la cabeza gacha y los hombros
encorvados.
– ¡Levanta la vista, ramera!–Ordenó Yoon Ji.
Siwon contuvo el aliento al ver los ojos de aquel joven. Era
bonito, aunque no con la belleza de Yoon Ji ni del hombre a quien había visto
casarse, aquel Kim Jaejoong.
Aun así era bonito. Fueron sus ojos los que atrajeron la atención
del mozo colmados con todas las aflicciones del mundo. Él nunca había visto
tanto tormento, tanta desesperación.
–Él me lo ha echado encima a manera de perro–explicó Yoon Ji,
recobrando la atención de Siwon –. No puedo dar un paso sin que me siga. Una
vez traté de matarlo, pero Kwang Gyu lo revivió. Amenazó con encerrarme todo un
mes si vuelvo a hacerle daño. Y...
En ese momento Yoon Ji notó que su esposo se acercaba. Era un
hombre bajo y gordo, de gran papada y ojos pesados, soñolientos. Nadie habría
pensado que tras aquella cara podía existir una mente que no fuera la más
simple.
Pero Yoon Ji había descubierto, para su mal, una astuta
inteligencia.
–Ven a mí–susurró ella a Siwon, antes de que él saludara
brevemente a Kwang Gyu con la cabeza y abandonara el salón.
–Tus gustos han cambiado–observó Kwang Gyu –. Ese no se parece en
absoluto a Jung Yunho.
Yoon Ji se limitó a mirarlo fijamente, De nada servía contestar.
Tras sólo un mes de matrimonio, cada vez que miraba a su esposo recordaba la
mañana siguiente a la de su boda: había pasado la noche nupcial a solas.
Por la mañana, Kwang Gyu la había llamado a su presencia. No se
parecía en nada al hombre que Yoon Ji conocía.
–Confío en que hayas dormido bien–le dijo en voz baja; mantenía
fijos en ella sus ojillos, demasiado pequeños para cara tan carnosa.
Yoon Ji bajó coquetamente las pestañas.
–Me sentía... sola, mi señor.
– ¡Ya puedes abandonar tus patrañas!–Le ordenó Kwang Gyu,
levantándose del asiento–. Conque crees poder mandar sobre mí y sobre mis fincas,
¿no?
–Yo... no tengo idea de lo que queréis decir–tartamudeó Yoon Ji.
–Tú... todos vosotros... Me creéis tonto. Esos musculosos
caballeros con los que te revuelcas me creen cobarde porque rehuso arriesgar la
vida peleando por el rey. ¿Qué me importan las batallas ajenas? Sólo me
importan las mías.
Yoon Ji quedó muda de desconcierto.
–Ah, querida mía, ¿dónde está esa sonrisa llena de hoyuelos que
dedicas a los hombres que babean por tu belleza?
–No comprendo.
Kwang Gyu cruzó el salón hasta un armario alto y se Sirvió un poco
de vino. Era una estancia grande y aireada, situada en el último piso de la
encantadora casa.
Todo el mobiliario era de roble o nogal finamente tallados; los
respaldos de las sillas estaban cubiertos con piel de lobo o de ardilla. La
copa de la que él bebía estaba hecha de cristal de roca, con un pequeño pie de
oro.
El hombre puso el cristal contra el sol. En la base había varias
palabras latinas que prometían buena suerte a su poseedor.
– ¿Sospechas acaso por qué me casé contigo?–No dio a Yoon Ji
oportunidad alguna de responder. –Sin duda eres la mujer más vanidosa.
Probablemente pensaste que me tenías tan ciego como a ese enamorado Jung Yunho.
Cuando menos, no te extrañó que un conde como yo quisiera casarse con una
pobretona capaz de yacer con quienquiera que tuviese el equipo necesario para
complacerla.
Yoon Ji se puso de pie.
– ¡No voy a seguir escuchando!
Kwang Gyu le dio un rudo empellón para obligarla a sentarse otra
vez.
– ¿Quién eres tú para decidir qué harás y qué no? Quiero que
entiendas una cosa: no me he casado contigo porque te amara ni porque me
abrumara tu supuesta belleza.
Le volvió la espalda para servirse otra copa de vino.
– ¡Tu belleza!–Se burló–. No me explico qué podía hacer Jung con
una muchacha como tú, si tenía a un hombre como ese Kim. Ese sí es un hombre
capaz de agitar la sangre a un hombre.
Yoon Ji trató de atacar a su marido con las manos convertidas en
zarpas, pero él la apartó sin dificultad.
–Estoy harto de estos juegos. Tu padre posee ochenta hectáreas en
medio de mis tierras. Ese viejo mugriento iba a venderlas al conde de Weston,
que desde hace años es enemigo mío y fue enemigo de mi padre. ¿Sabes qué habría
sido de mis fincas si Weston poseyera tierras entre ellas? Por allí pasa un
arroyo. Si él le pusiera un dique, yo perdería varias hectáreas de cosechas y
mis siervos morirían de sed. Tu padre fue muy estúpido y no cayó en la cuenta
de que yo sólo quería esa propiedad.
Yoon Ji no podía sino mirarlo fijamente. ¿Por qué no le había
mencionado su padre esas tierras que Weston deseaba?
–Pero, Kwang Gyu...–balbuceó con su entonación más suave.
– ¡No me dirijas la palabra! Te hago vigilar desde hace meses. Sé
de cada hombre que has llevado a tu cama. ¡Y ese Jung! Te arrojaste a sus
brazos incluso en el día de su boda. Sé lo de la escena del jardín. ¡Suicidarte
tú! ¡Ja! ¿Sabes que el novio vio tu pequeño juego? No, ya imaginaba que no. Me
emborraché hasta el estupor para no oír las risas con que todo el mundo se
burlaba de mí.
–Pero, Kwang Gyu...
–Te he dicho que no hables. Seguí adelante con el proyecto de
casamiento porque no soportaba que Weston se apoderara de sus tierras. Tu padre
me ha prometido las escrituras cuando le des un nieto.
Yoon Ji se reclinó en la silla. ¡Un nieto! Estuvo a punto de
sonreír. A los catorce años se había descubierto embarazada; una vieja bruja de
la aldea se encargó de retirar el feto. Yoon Ji estuvo al borde de la muerte
por la hemorragia, pero fue una alegría deshacerse del crío; nunca hubiera
arruinado su esbelta silueta por el bastardo de un hombre. En los años
transcurridos desde entonces, pese a todos sus amoríos, no había vuelto a
quedar embarazada. Hasta entonces se había alegrado de que aquella operación la
hubiera dejado estéril. Ahora comprendía que acababa de caer en el infierno.
Una hora después, cuando Siwon dejó de tocar para varias fregonas,
le dio por pasear a lo largo del gran sa1ón, junto al muro. La tensión en el
castillo era casi intolerable. Los Sirvientes eran desordenados y deshonestos.
Parecían mirar con terror tanto al amo como a su señora, y no habían perdido
tiempo en contar a Siwon los horrores de la vida allí. En las primeras semanas
siguientes al casamiento, Kwang Gyu y Yoon Ji habían reñido con violencia. Por fin
(contó uno de los Sirvientes, riendo), el amo descubrió que a Lady Yoon Ji le
gustaba la mano fuerte. Entonces Lord Kwang Gyu la encerró para apartarla de
todos, le impidió cualquier diversión y, sobre todo, le vedó el disfrute de su
riqueza.
Cuando Siwon preguntaba qué motivos había para esos castigos, los
vasallos se encogían de hombros. Tenía algo que ver con la boda del heredero Kim
y Jung Yunho. Todo había comenzado entonces; con frecuencia se oía gritar a
Lord Kwang Gyu que no aceptaría el papel de tonto, Ya había hecho matar a tres
hombres que, supuestamente, eran amantes de Yoon Ji.
Al ver que Siwon se ponía blanco como un pergamino, todo el mundo
se echó a reír. En esos momentos, al alejarse de todos los Sirvientes, el
juglar juró abandonar el castillo al día siguiente. Aquello era demasiado
peligroso.
Un sonido levísimo, que provenía de un oscuro rincón de la sala,
le hizo dar un respingo. Después de calmar su corazón precipitado se burló de
su propio nerviosismo. Sus sentidos le indicaban que había un joven entre las
sombras y que él estaba llorando. Al acercarse él al muchacho se retiró como
una bestia acorralada.
Era Heechul, la persona a quien Yoon Ji tanto odiaba.
–Tranquilízate–dijo Siwon en voz baja y ronroneante–. No te haré
daño.
Adelantó cautelosamente la mano hasta tocarle el pelo, como él lo
miraba con temor, al juglar se le partió el corazón, ¿alguien podía haberlo maltratado
al punto de hacer de él un ser tan medroso?
El muchacho se apretaba el brazo contra el costado, como si le
doliera algo.
–Déjame ver–pidió él con suavidad, tocándole la muñeca.
Él tardó algunos momentos en aflojar el brazo lo suficiente para
que él pudiera echarle una mirada. No tenía la piel abierta ni huesos rotos,
como él había sospechado en un principio, pero la luz escasa le permitió ver
una zona enrojecida, como si alguien le hubiera dado un cruel pellizco.
Sintió deseos de abrazarlo y de prodigarle consuelo, pero el
terror del muchacho era casi tangible. Temblaba de miedo, Siwon comprendió que
seria más bondadoso dejarlo en libertad, sin seguir imponiéndole su presencia.
Dio un paso atrás y el joven huyó sin pérdida de tiempo. Él lo siguió con la
mirada durante largo rato.
Era ya muy tarde cuando se deslizó en la alcoba de Yoon Ji, ella
lo esperaba, ansiosa y con los brazos abiertos.
Pese a toda su experiencia, Siwon quedó sorprendido ante la
violencia de sus actos. La mujer le clavaba las uñas en la piel de la espalda,
lo buscaba con la boca y le mordía los labios. El juglar se apartó, frunciendo
el entrecejo, y la oyó gruñir de irritación.
– ¿Piensas dejarme?–Acusó ella, entrecerrando los ojos–. Ha habido
otros que trataron de abandonarme. –Sonrió al verle la expresión. –Veo que
estás enterado–rió–. Si me complaces, no habrá motivos para que te reúnas con
ellos.
A Siwon no le gustaron esas amenazas. Su primer impulso fue
dejarla, pero en ese momento parpadeó la vela puesta junto a la cama y le hizo
cobrar aguda conciencia de lo hermosa que era: como de frío mármol. Sonrió,
centelleantes los ojos oscuros.
–Sería un tonto si os dejara, mi señora–dijo en tanto deslizaba
los dientes a lo largo de su cuello.
Yoon Ji echó la cabeza atrás y sonrió, clavándole nuevamente las
uñas. Lo deseaba cuanto antes y con toda la fuerza posible. Siwon sabía que le
estaba haciendo daño, pero también sabía que ella disfrutaba de ese modo. Por
su parte, ese acto de amor no le proporcionaba ningún placer, era una egoísta
demostración de las exigencias de la mujer. Sin embargo, obedeció; de su mente
no estaba muy lejos la idea de abandonar a aquella mujer y aquella casa por la
mañana.
Por fin ella emitió un gruñido y lo apartó de un empellón.
–Ahora vete–ordenó, apartándose.
Siwon sintió pena por ella. ¿Qué era la vida sin amor?
Yoon Ji jamás sería amada, porque no sabía amar.
–Me has complacido, si–dijo en voz baja, en el momento en que él
abría la puerta. Siwon distinguió las marcas que sus manos habían dejado en
aquel fino cuello; sentía la espalda despellejada–. Te veré mañana–agregó ella.
“Si puedo escapar, no”, prometió Siwon para sus adentros, en tanto
caminaba por el corredor oscuro.
– ¡Oye, muchacho!–Llamó Kwang Gyu, abriendo bruscamente la puerta
de su alcoba, con lo cual el corredor se inundó de luz–. ¿Qué haces ahí,
acechando en el pasillo por la noche?
Siwon se encogió ociosamente de hombros y se recolocó las calzas,
como si acabara de responder a una llamada de la naturaleza.
Kwang Gyu lo miró fijamente; después clavó la vista en la puerta
cerrada de su esposa. Iba a decir algo, pero luego se encogió de hombros, como
indicando que no valía la pena insistir con el tema.
– ¿Puedes mantener la boca cerrada, muchacho?
–Sí, mi señor–respondió el joven, precavido.
–No me refiero a asuntos sin importancia, sino a algo más vital.
Si callas, ganarás un saco de oro–entornó los ojos–. Si no lo haces, ganarás la
muerte. Ahí–indicó
Kwang Gyu, dando un paso al costado para servirse una copa de vino.
– ¿Quién iba a pensar que unos pocos golpes podían matarlo?
Siwon se acercó de inmediato al lado opuesto de la cama. Allí
yacía Heechul, con la cara desfigurada por los golpes hasta lo irreconocible y
las ropas arrancadas, colgando de su cintura por una única costura intacta.
Tenía la piel cubierta de arañazos y pequeños cortes; en los brazos y en los
hombros se le formaban grandes cardenales.
–Tan joven–susurró Siwon, cayendo pesadamente de rodillas.
Él tenía los ojos cerrados y el pelo enredado en una masa de
sangre seca. Al inclinarse para tomarlo suavemente en brazos, sintió que su
piel estaba helada. Le apartó con ternura el pelo de la cara sin vida.
–Ese perro maldito me desafió–dijo Kwang Gyu a espaldas del
juglar, mirando al hombre que había sido su amante–. Dijo que prefería morir
antes que volver a acostarse conmigo–lanzó un bufido de desprecio–. En cierto
modo, sólo le he dado lo que deseaba.
Bebió su vino hasta las heces y fue en busca de más.
Siwon no se atrevió a mirarlo otra vez. Sus manos se habían
apretado bajo el cuerpo del muchacho.
– ¡Toma!–Exclamó Kwang Gyu, arrojándole un saco de cuero–. Quiero
que te deshagas de él. Átale algunas piedras y arrójalo al río. Pero que no se
sepa lo que ha pasado aquí esta noche. La noticia podría causar problemas. Diré
que ha vuelto con su familia–bebió un poco más–. Maldito ramerillo. No valía el
dinero que se gastaba en vestirlo. El único modo de que se moviera un poco era
pegándole. De lo contrario se dejaba montar con la inmovilidad de un tronco.
– ¿Por qué lo conservabais, entonces?–preguntó Siwon en voz baja,
mientras se quitaba el manto para envolver con él al muerto.
–Por esos condenados ojos. Lo más bonito que he visto en mi vida.
Los veía hasta en sueños. Le encargué vigilar a mi mujer e informarme de lo que
pasaba, pero el muchacho era mal espía: nunca me decía nada. –Rió entre
dientes–. Creo que Yoon Ji le pegaba para asegurarse de que no hablara. Bueno,
ya se te ha pagado–agregó, volviéndole la espalda–. Llévatelo y haz con el
cadáver lo que gustes.
–El sacerdote...
– ¿Ese viejo saco de gases?–Rió Kwang Gyu –. Ni el arcángel
Gabriel podría despertarlo después de tomarse su diario frasco de vino. Si
quieres, échale tú mismo alguna bendición, pero no llames a nadie más, ¿Has
entendido?
–Tuvo que contentarse con un mero ademán afirmativo. –Y ahora
vete. Estoy harto de ver esa fea cara.
Siwon no dijo palabra. Sin mirar siquiera a Kwang Gyu, tomó a Heechul
en brazos.
–Oye, muchacho–observó el caballero, sorprendido–, te dejas el
oro.
Y dejó caer el saco sobre el vientre del cadáver.
Siwon empleó hasta el último resto de sus fuerzas en mantener los
ojos bajos. Si el conde hubiera visto el odio que ardía en ellos, el juglar no
habría estado vivo a la hora de huir, por la mañana. Salió en silencio de la
alcoba, cargando con el cadáver; bajó la escalera y salió a la noche
estrellada.
La esposa del mozo de cuadra, una vieja gorda y desdentada a quien
Siwon trataba con respeto y hasta con afecto, le había dado un cuarto sobre los
establos, para que se alojara en él. Era un sitio abrigado, entre parvas de
heno, íntimo y tranquilo; pocas personas conocían su existencia.
Llevaría al muchacho allí para lavarlo y preparar su cuerpo para
la sepultura. Por la mañana saldría con él del castillo y lo enterraría más
allá de las murallas. Aunque no pudiera reposar en tierra sacra, bendecida por
la Iglesia, al menos descansaría en un sitio limpio y libre del hedor que
reinaba en el castillo.
El único modo de llegar a su cuarto era trepando por una
escalerilla puesta contra la pared de los establos. Acomodó cuidadosamente a Heechul
sobre sus hombros y lo llevó arriba. Una vez dentro, lo depositó tiernamente
sobre un lecho de heno suave y encendió una vela junto a él. Si verlo en el
cuarto de Kwang Gyu había sido un golpe desagradable, ahora le daba espanto.
Hundió un paño en un cántaro de agua y comenzó a limpiarle la
sangre coagulada en el rostro. Sin que él se diera cuenta, los ojos se le llenaron
de lágrimas al tocar aquella carne castigada. Sacó un cuchillo de la cadera
para cortar los restos del vestido y continuó lavando las magulladuras.
–Tan joven–susurró–. Y tan hermoso...
Era hermoso o lo había sido. Aun en esos momentos, en la muerte, su
cuerpo resultaba encantador: esbelto y firme, aunque quizá se le vieran
demasiado las costillas.
–Por favor...
Esas palabras habían sido un murmullo tan leve que Siwon casi no
las oyó. Al volver la cabeza vio que el muchacho tenía los ojos abiertos; uno
de ellos, al menos; el otro permanecía cerrado por la hinchazón.
–Agua–jadeó él, con la boca seca y ardorosa.
Al principio él sólo pudo mirarlo fijamente, incrédulo. Después
sonrió de oreja a oreja, invadido de pura alegría.
–Vive–susurró–. ¡Vive!
Se apresuró a traer un poco de vino con agua y le alzó
cuidadosamente la cabeza en el hueco del brazo, llevándole una taza a los
labios partidos.
–Despacio–recomendó, siempre sonriendo–, muy despacio.
Heechul se recostó contra él, con el entrecejo fruncido por el
esfuerzo de tragar, dejando a la vista oscuros moretones en el cuello. Él le
deslizó una mano por el hombro y vio que aún estaba helado. ¡Qué tonto había
sido al darlo por muerto sólo porque Kwang Gyu así lo decía! El muchacho se
estaba congelando; sólo por eso se lo sentía tan frío. La única manta que había
estaba debajo de él. Como Siwon no conocía otro modo de calentar a un hombre
como él, se acostó junto a él y lo envolvió en sus brazos, levantando la manta
para cubrirlo con gran preocupación. Nunca antes había sentido eso al tenderse
junto a alguien.
Despertó ya tarde, con el muchacho entre sus brazos.
Él se movía en sueños, haciendo muecas por los dolores del cuello.
Siwon se levantó y le puso un paño frío en la frente, que acusaba el principio
de la fiebre.
A la luz del día comenzaba a ver la situación con realismo. ¿Qué
hacer con el muchacho? No era posible anunciar que estaba con vida. Kwang Gyu
volvería a adueñarse de él en cuanto supiera la repuesta, y había pocas
probabilidades de que el chico soportara una segunda paliza. Si el marido no lo
mataba, lo haría la mujer. Siwon estudió el cuartito con una mirada nueva. Era
íntimo, difícil de alcanzar y silencioso. Con un poco de suerte y muchísimo cuidado,
tal vez pudiera mantenerlo oculto allí hasta que se recuperara. Si lograba
conservarlo vivo y a salvo, más adelante se preocuparía de qué hacer con él.
Le levantó la cabeza para darle más vino aguado, pero su garganta
hinchada aceptó muy poca cantidad.
– ¡Siwon!–Llamó una mujer desde abajo.
– ¡Maldición!–Exclamó él para sus adentros, lamentando por primera
vez en la vida estar tan asediado por las mujeres.
–Sabemos que estás ahí, Siwon. Si no bajas, subiremos nosotras.
Se abrió paso por entre un laberinto de fardos hasta la entrada y
sonrió hacia Blanche y Gladys.
–Qué bella mañana, ¿verdad? ¿Y qué podéis desear de mí,
encantadoras damiselas?
Gladys rió agudamente.
– ¿Quieres que lo digamos a gritos, para que se entere todo el
castillo?
Él volvió a sonreír. Tras echar una última mirada hacia atrás,
descendió la escalerilla y echó un brazo al hombro de cada muchacha.
–Hoy me gustaría conversar con la cocinera–dijo–. Estoy muerto de
hambre.
Los cuatro días siguientes fueron un infierno. Siwon nunca se
había visto obligado a guardar un secreto; los subterfugios constantes eran
agotadores. De no haber sido por la esposa del mozo de cuadra, no habría tenido
éxito.
–No sé qué tienes oculto allí arriba–dijo la vieja–, pero a mi
edad ya nada me sorprende. –Lo miró con la cabeza inclinada, admirando su
belleza. –Supongo que ha de ser un amante –y rió al ver su expresión–. Oh, sí,
ya veo que es un amante. Ahora tendré que aplicarme a adivinar por qué es
preciso mantenerlo oculto.
Siwon abrió la boca para hablar, pero ella levantó una mano.
–No tienes nada que explicar. Me encantan los misterios como a
nadie. Déjame resolver el misterio y yo te ayudaré a impedir que las mujeres
suban a tu cuarto. Aunque no será fácil, siendo tantas las que te persiguen. Alguien
debería conservarte en vinagre, muchacho. No conozco a otro capaz de complacer
a tantas como tú.
Siwon le volvió la espalda exasperado. Estaba afligido por Heechul
y casi todo el mundo notaba su distracción. Exceptuando a Yoon Ji, claro está,
que cada vez le exigía más y más; lo llamaba para que tocara su laúd y le
ordenaba ir todas las noches a su cama, donde la violencia por ella deseada lo
dejaba día a día más exhausto. Por añadidura, era preciso oírle hablar sin
pausa sobre el odio que le inspiraba Kim Jaejoong, y sobre la visita que Yoon
Ji pensaba hacer al rey para recuperar a Jung Yunho.
Echó un vistazo para ver si alguien lo vigilaba y subió la
escalerilla hasta su pequeño pajar. Por primera vez, Heechul estaba despierto. Siwon
lo vio incorporarse, sujetando la manta contra el cuerpo desnudo. En las
atenciones que le había prodigado, él había llegado a familiarizarse tanto con
el cuerpo del muchacho como con el propio. No se le ocurrió pensar que para él
era un extraño.
– ¡Heechul!–Exclamó, gozoso, sin caer en la cuenta de su miedo. Se
arrodilló a su lado–. ¡Cuánto me alegra ver tus ojos otra vez!–Le tomó la cara
entre las manos para examinar sus cardenales, que estaban cicatrizando
rápidamente, gracias a su juventud y a los cuidados del juglar.
Él quiso apartarle la manta de los hombros desnudos para examinar
las otras heridas.
–No–susurró él, ciñéndose la manta.
Siwon lo miró sorprendido.
– ¿Quién eres?
–Ah, tesoro, no me temas. Soy Choi Siwon. Me has visto con Lady Yoon
Ji, ¿no recuerdas?
Ante el nombre de Yoon Ji, los ojos de Heechul volaron de un
rincón al otro. Siwon lo tomó en sus brazos, sitio donde él había pasado mucho
tiempo sin saberlo. Él trató de liberarse, pero estaba demasiado débil.
–Ya ha pasado todo. Estás a salvo. Estás aquí, conmigo, y yo no
dejaré que nadie te haga daño.
–Lord Kwang Gyu...–murmuró él contra su hombro.
–El no sabe que estás aquí. Nadie lo sabe. Sólo yo. Lo he ocultado
a todos. Él cree que has muerto.
– ¿Qué he muerto? Pero...
–Calla–le acarició la cabellera–. Ya habrá tiempo para conversar.
Antes tienes que curarte. Te he traído sopa de zanahorias y lentejas. ¿Puedes
masticar?
Él asintió; si bien no se le veía relajado, tampoco estaba tan
tenso. Siwon lo sostuvo con el brazo estirado.
– ¿Puedes sentarte?
El muchacho volvió a asentir. Él sonrió como si estuviera
presenciando una verdadera hazaña.
Siwon había tomado la costumbre de escamotear cacerolas calientes
hasta el pajar. A nadie parecía extrañarle que él llevara el laúd al hombro y
el estuche en los brazos. El caso es que todas las noches llenaba el estuche de
alimentos, con los que esperaba dar fuerzas al febril Heechul. Le acercó el
cuenco y empezó a darle de comer como si él fuera una criatura. El muchacho
quiso tomar la cuchara, pero le temblaba demasiado la mano y no pudo
sostenerla. Cuando no pudo comer más, los ojos se le
cerraron de agotamiento; hubiera caído de no sostenerlo Siwon. Demasiado débil
para protestar, se dejó acunar por el muchacho y se adormeció con facilidad. Se
sentía protegido.
Al despertar estaba solo. Tardó algunos minutos en recordar dónde
se encontraba. El joven de las pestañas negras que le canturreaba al oído no
podía ser algo real. Lo real eran las manos de Kwang Gyu ciñéndole el cuello, y
las de Yoon Ji torciéndole los brazos o tirándole del pelo; cualquier método
para causar dolor que no dejara huellas.
Horas más tarde volvió Siwon y lo tomó en sus brazos para
acurrucarse con él bajo la manta. Ya no tenía conciencia del paso del tiempo.
Por primera vez en su vida no lo gobernaba el deseo de mujer alguna. La
completa dependencia de Heechul con respecto a él le provocaba una emoción que
hasta entonces había ignorado, el comienzo del amor. El amor que había
distribuido entre todas las mujeres se estaba concentrando en una pasión
ardiente y feroz.
Pero Siwon no era libre. Había otros que lo vigilaban.
espero que Siwon pueda mantener oculto a Heechul y no sepa de el ese hombre o se lo quitara y sufrirá de nuevo o la loca esa pues ella lo mataría por quitar la a tensión de Siwon de ella
ResponderEliminarGracias
Siwon tan lindo y tan tierno ¡gracias por compartir!
ResponderEliminarQue fea época, los de alta alcurnia eran unas bestias con la gente que le servía, pobre Heechul como fue sometido y maltratado, maldito hombre se lo debería hacer a su mujer, son igual de bestias.
ResponderEliminarGracias!!! 💗💕💞
Pobre Siwon, está vigilado, ojalá no le hagan daño y mas daño aun a Heechul. La mujer esa parece estar detrás de ese reclamo de anular el matrimonio de YH y JJ ante el rey. Como lo hará si su esposo la tiene tan vigilada? Que interesante que está esta historia.
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