Capítulo 13
Jaejoong estaba arrodillado en la rosaleda, con el regazo lleno de
pimpollos. Hacía ya un mes que Yunho se había ido y diez días que no se tenían
noticias de él. No pasaba un momento sin que él mirara por alguna ventana o por
la puerta, por si llegaba algún mensajero. Vacilaba entre el deseo de verlo y
el temor de que retornara. Él ejercía demasiado poder sobre él, tal como lo
había demostrado en la última noche. Sin embargo, él sabía bien que Yunho no
experimentaba la misma ambigüedad en sus sentimientos hacia él. Para él só1o
existía Yoon Ji. Su esposo era sólo un juguete que podía usar cuando necesitaba
divertirse.
Oyó un entrechocar de armas: unos hombres estaban cruzando el
doble portón que separaba el recinto interior del exterior. Se levantó deprisa,
dejando caer las rosas a sus pies, y recogió sus faldas para echar a correr. Yunho
no venía entre ellos. Dejó escapar el aliento que contenía y soltó sus faldas,
caminando con más calma.
Woo Bin, a lomos de su caballo de combate, parecía mucho más viejo
que al partir algunas semanas antes. El gris de sus sienes se había tornado más
claro. Tenía los ojos hundidos y círculos oscuros bajo ellos. Un costado de su
cota de malla estaba desgarrado, con los bordes enmohecidos por la sangre. Sus
compañeros no tenían mejor aspecto, amarillentos, ojerosos, sucios y con las
ropas desgarradas.
Jaejoong los vio desmontar en silencio.
–Ocúpate de los caballos–dijo a un mozo de cuadra–. Que se los
atienda.
Woo Bin lo miró por un momento; después, resignado, hizo ademán de
arrodillarse para el besamanos.
– ¡No!–Ordenó Jaejoong, presuroso. Era demasiado práctico para
permitirle malgastar energías en un gesto inútil. Le rodeó la cintura con un
brazo e hizo que se apoyara en sus hombros.
Woo Bin se puso tieso, desconcertado por la familiaridad de aquel
menudo amo. Por fin, sonrió con afecto.
–Ven a sentarte junto a la fuente–propuso él, conduciéndolo hacia
el estanque azulejado, junto al muro del jardín. Y ordenó: – ¡Joan! Llama a
otras doncellas y haz que alguien traiga vino y comida de la cocina.
–Sí, mi señor.
Él se volvió hacia Woo Bin.
–Te ayudaré a quitarte la armadura–dijo, antes de que él pudiera
protestar.
Acudieron algunas mujeres desde adentro. Pronto los hombres
estuvieron desnudos desde la cintura hacia arriba y las armaduras fueron
enviadas a reparación. Cada uno de los recién llegados consumió con voracidad
el denso guiso caliente.
–No me habéis preguntado qué noticias hay–observó Woo Bin entre un
bocado y otro. Mantenía el codo levantado para que Jaejoong pudiera limpiarle y
vendarle la herida del costado.
–Ya me las darás–replicó él–. Si fueran buenas, mi esposo habría regresado
contigo, Para recibir malas noticias hay tiempo de sobra.
Woo Bin dejó el cuenco y lo miró.
– ¿Ha muerto?–Preguntó él sin mirarlo.
–No sé–fue la respuesta serena–. Nos traicionaron.
– ¡Que los traicionaron!–Exclamó él. Y se disculpó al caer en la
cuenta de que le habla provocado dolor.
–Uno de los caballeros de la guarnición, un hombre nuevo llamado
Bohun, escapó en la noche para revelar a Min Woo que Lord Yunho planeaba partir
al amanecer en busca de su hermano, de quien esperaba recibir ayuda. Lord Yunho
no se había alejado mucho cuando lo rodearon.
–Pero ¿lo mataron?–Susurró Jaejoong.
–Creo que no. No encontramos su cadáver–respondió Woo Bin
bruscamente, volviendo a su comida–. Dos de los hombres que acompañaban a mi
señor fueron asesinados... asesinados de un modo que me pesa, ciertamente. El
hombre con quien tratamos no es normal, ¡es un demonio!
– ¿No se ha entregado ningún mensaje pidiendo rescate? ¿No se ha
sabido si lo tienen prisionero?
–Nada. Nosotros cuatro debimos de llegar momentos después de la
batalla. Aún quedaban algunos hombres de Min Woo. Combatimos.
Él ató el último nudo del vendaje y levantó la vista.
– ¿Dónde están los otros? No es posible que resten sólo cuatro.
–Siguen acampados ante los muros de Min Woo. Vamos en busca de
Lord Changmin y sus hombres. La pierna de Lord Taecyeon no ha tenido tiempo de
soldar.
– ¿Y crees que Changmin podrá liberar a Yunho?
Woo Bin, sin responder, se concentró en el guiso.
–Anda, bien puedes decirme la verdad.
–El castillo es fuerte. Sólo se lo puede asaltar sin refuerzos si
lo sitiamos.
– ¡Pero tardaríais meses enteros!
–Sí, mi señor.
– ¿Y si Yunho y mi madre están prisioneros allí? ¿No serían los
primeros en morir si faltara la comida?
Woo Bin clavó la vista en su escudilla.
Jaejoong se levantó, apretando los puños y clavándose las uñas en
la palma de las manos.
–Hay otra manera–dijo serenamente–. Iré hacia Min Woo.
Woo Bin levantó bruscamente la cabeza con una ceja arqueada.
– ¿Y qué podéis hacer vos que no puedan los hombres?–Preguntó
cínico.
–Lo que se requiera de mí–fue la tranquila respuesta.
Woo Bin estuvo a punto de arrojar su cuenco. Lo sujetó por el
brazo con tanta fuerza que le hizo daño.
– ¡No! Vos no sabéis lo que estáis diciendo. ¿Creéis acaso que
tratamos con un hombre cuerdo? ¿Creéis que él liberará a Lord Yunho y a vuestra
madre, mi señor, si vos le dais lo que desea? Si vierais cómo dejó a los
hombres que acompañaban a Lord Yunho no pensaríais siquiera en entregaros a ese
Min Woo. No había necesidad para semejante tortura, pero él pareció hacerlo
sólo por goce. Si él fuera un hombre, quizá yo tomara en cuenta vuestra idea,
señor, pero no lo es.
Él sacudió el brazo hasta hacerse liberar.
– ¿Y qué otra cosa se puede hacer? Un sitio sería la muerte de los
prisioneros, sin lugar a dudas, y tú dices que el sitio es el único ataque
posible. Si yo entrara al castillo, quizá podría hallar a Yunho y a mi madre
para organizarles la fuga.
– ¡La fuga!–Bufó él. Woo Bin había olvidado que estaba hablando
con Jaejoong, su amo; en esos momentos lo veía simplemente como a un muchacho
sin experiencia–. ¿Y cómo saldríais vos? Hay sólo dos entradas, y las dos están
bien custodiadas.
Jaejoong echó los hombros hacia atrás y levantó el mentón.
– ¿Acaso tienes alternativa? Si Changmin llevara a cabo un asalto,
Min Woo mataría a Yunho, sin lugar a dudas, y también a mi madre. ¿Tan poco
amas a Yunho que no te importa si muere
o no?
De pronto Woo Bin comprendió que él tenía razón. Y supo también
que sería él quien lo entregaría a las manos sanguinarias de Min Woo. El joven
le había llegado al corazón al mencionar el amor que merecía Lord Yunho. Woo
Bin no habría amado más a ese joven si hubiera sido su propio hijo. Jaejoong estaba
en lo cierto al decir que existía la posibilidad de salvar a Lord Yunho si él
se entregaba. Aunque el amo lo hiciera ahorcar por poner en peligro a su esposo, a él no le quedaba sino obedecer.
–Buscais un martirio–observó en voz baja–. ¿Qué impedirá a Min Woo
mataros a vos también?
Jaejoong le sonrió y le apoyó las manos en el hombro, pues sabía
que había ganado.
–Si él me matara, perdería las tierras de Kim. Al menos he
descubierto a qué extremos llegarán muchos hombres por mis propiedades–sus ojos
centellearon por un momento–. Ahora acompáñame a la casa para que
hablemos con más libertad. Tú y yo tenemos muchos planes que trazar.
Él lo siguió aturdido. El muchacho actuaba como si estuvieran
planeando un almuerzo en los bosques y no su entrega a un carnicero, como la
del cordero para el sacrificio.
Él quería partir inmediatamente, pero Woo Bin lo convenció de que
era preciso esperar para que él y sus hombres descansaran un poco. En verdad,
tenía esperanzas de quitarle esa locura de la cabeza y hallar otra solución,
pero la lógica de Jaejoong lo desconcertaba.
Por cada motivo que él aducía para no entregarlo, Jaejoong le daba
diez más sensatos por los que tenía que hacerlo. Y él estaba de acuerdo en que
no veía otra posibilidad de salvar a los
prisioneros... si aún vivían.
Pero ¡cuánto temía la ira de Lord Yunho ¿! Así lo confesó a Jaejoong.
Él se echó a reír.
–Si él está en condiciones de enfadarse, le besaré la mano como
señal de agradecimiento.
Woo Bin sacudió la cabeza maravillado. Aquel hombre era demasiado
astuto. No envidiaba a Lord Yunho la tarea de domarlo.
No podía llevar una escolta demasiado numerosa; muchos de los
caballeros de Yunho estaban ante el castillo, y no se podía dejar la finca
desguarnecida. Cabía agradecer que sólo hubiera dos días de viaje hasta la
propiedad de Min Woo.
Jaejoong trabajó enérgicamente mientras Woo Bin descansaba y
comía. Ordenó cargar varias carretas con cereales y carnes en conserva, para
ser consumidos en el campamento. Dedicó otra carreta a sus ropas: las sedas más
bellas, los terciopelos más finos, brocados, cachemiras y un arcón grande lleno
de joyas. Cuando Woo Bin murmuró algo sobre la ostentación, Jaejoong lo llamó
al orden.
–Min Woo desea a un hombre al que cree hermoso, ¿Quieres que me
presente vestido de telas rústicas? Él cambiaría de idea y me arrojaría al
fondo de un pozo. Ha de ser hombre vanidoso para exigir que un hombre al que
apenas conoce repudie a su marido y lo reclame como a su amor verdadero. Por lo
tanto, halagaré su vanidad usando para él mis ropas más exquisitas.
Woo Bin lo miró durante un momento. Luego le volvió la espalda. No
sabía si elogiarlo o enfurecerse por no haber pensado antes en lo que él
acababa de decir. Pese a la faz que mostraba al mundo, Jaejoong estaba asustado.
Pero por mucho que se esforzara, no se le ocurría otro plan.
Pasó toda la noche despierto, pensando. Min Woo no había enviado
ningún mensaje pidiendo intercambio de rehenes. Tal vez ya había matado a Yunho
y a Chae Young, y él estaba a punto de entregarse sin utilidad alguna. Se pasó
las manos por el vientre; aún se conservaba duro y plano, Ya estaba seguro de
que esperaba un hijo de Yunho. ¿Era ese bebé parte de la causa por la que tanto
se empeñaba en salvar a su esposo?
Cuando salía el sol, Jaejoong se vistió lentamente con un práctico
traje de lana. Estaba extrañamente sereno, casi como si fuera hacia una muerte
segura. Bajó a la pequeña capilla para oír misa. Rezaría por todos ellos: por
su esposo, su madre y su hijo por nacer.
Min Woo estaba sentado ante una mesa de madera, en el gran salón
de la finca de su padre. En otros tiempos esa mesa había sido un mueble
finamente tallado, pero con el tiempo casi todas las cabezas de animales se
habían roto los cuellos ya no tendían relieve. Dio un puntapié distraído al
pollo que picoteaba las calzas ceñidas a sus piernas flacas y cortas. Estudió
el pergamino que tenía ante sí, negándose a mirar la estancia. Su padre se
negaba a darle otra cosa que no fuera aquella vieja torre descuidada y
decrépita. Sepultando profundamente su resentimiento, se concentró en su tarea. Cuando se casara con el heredero de Kim,
su padre ya no podría tratarlo como si no existiera. Ante Min Woo estaba Arthur
Smiton, un hombre al que él consideraba su amigo. Arthur le había ayudado en cada
ocasión, reconociendo que el encantador heredero habría debido ser de él y no
de Jung Yunho. Para compensar a Arthur por su lealtad, Min Woo lo había
nombrado segundo suyo. Había sido Arthur quien lograra capturar a Lord Yunho.
–Arthur–se quejó Min Woo–, no sé cómo redactar el mensaje. ¿Y si él
no viniera? Si en verdad odia a su esposo, ¿por qué ha de arriesgar tanto por
él?
Arthur no dejó traslucir sus emociones.
–Os olvidáis de la vieja a la que tenemos prisionera. ¿No es la
madre del muchacho?
–Sí–dijo el joven.
Y devolvió su atención al pergamino, No era fácil pedir aquello:
quería casarse con Jaejoong a cambio de la libertad de su esposo y su madre. Su
segundo esperó un momento de pie tras él; luego se alejó para servirse una copa
de vino. Necesitaba un estómago firme para soportar los gimoteos de Min Woo.
Aquel joven enamorado le daba náuseas. Había vuelto de la boda entre Jung y Kim
tan apasionado por el novio que sólo podía hablar de él. Arthur lo miró con
disgusto. Aquel hombre lo tenía todo; tierras, fortuna, familia, esperanzas
para el futuro. No era como él, que se había elevado desde el lodo en que
naciera. Cuanto tenía había sido adquirido mediante inteligencia, fuerza física
y, con frecuencia, traiciones y mentiras. De todo era capaz para conseguir lo
que deseaba. Al ver al inútil de Min Woo embobado por un muchacho, Arthur había
desarrollado un plan.
No tardó mucho en descubrir las riñas que había entre los
desposados. Arthur, que sólo era un caballero de la guarnición de Min Woo,
halló un oído atento al sugerir que el muchacho podía pedir la anulación de su
matrimonio para casarse con Min Woo. A él nada le importaba el muchacho, pero
las tierras de Kim valían la pena de combatir. Min Woo se había resistido a
atacar a Kim Tae Woong, pero Arthur sabía que ese hombre no se detendría ante
nada para que su hijo siguiera casado con un Jung. Había sido fácil matar al
viejo, una vez que este les franqueó su castillo, puesto que los tenía por
amigos. Chae Young, la esposa, los siguió con docilidad. Arthur había reído,
reconociendo en ella a una mujer bien domada. Cabía admirar a Kim por eso.
–Mi señor–anunció un Sirviente, nervioso–, afuera hay visitantes.
– ¿Visitantes?–Repitió Min Woo con los ojos nublados.
–Sí, mi señor. Es el sr. Jung Jaejoong rodeado por sus caballeros.
Min Woo se levantó de un salto, tumbando la mesa escritorio, y
siguió a su Sirviente. Arthur lo sujetó por un brazo.
–Os ruego que tengáis cuidado, mi señor. Tal vez sea una trampa.
A Min Woo le ardían los ojos.
– ¿Qué trampa podría haber? Los hombres no combatirán, puesto que
así pondrían en peligro a su señor.
–Tal vez el mismo señor...
Min Woo lo apartó de un empellón.
–Vas demasiado lejos. Si no andas con cuidado, te encontrarás en
el sótano con Lord Yunho.
Salió ruidosamente de la vieja torre, apartando los juncos secos a
puntapiés. Las advertencias de Arthur habían penetrado en su cerebro; subió a
la carrera las estrechas escaleras hasta lo alto de la muralla, para asegurarse
de que en verdad fuera Jaejoong Jaejoong quien esperaba allí abajo.
No había modo de confundirlo.
–Es él–susurró, excitado.
Y bajó como volando, para cruzar el baluarte hasta el portón
principal.
– ¡Abre, hombre!–Aulló al portero–. ¡Y hazlo rápido!
La pesada reja con puntas de hierro ascendió poco a poco, en tanto
Min Woo esperaba impaciente.
–Mi señor–dijo Arthur a un lado–, no podéis permitir que él entre
con sus hombres. Son más de un centenar. Podrían atacarnos desde dentro.
Min Woo apartó los ojos del portón, que se levantaba con crujidos
de protesta. Arthur estaba en lo cierto, pero él no sabía con certeza qué
hacer.
El segundo clavó sus ojos oscuros en aquel azul desteñido.
–Saldré a caballo para saludarlo. Vos no podéis arriesgaros. Iré
solo hasta la fila de arqueros. Cuando me haya asegurado de que se trata de Jaejoong,
mis hombres y yo lo escoltaremos adentro.
– ¿Solo?–Preguntó Min Woo, ansioso.
–Puede entrar con una guardia personal, si insiste, pero nada más.
No podemos permitir que todos sus caballeros entren en el castillo.
La reja estaba levantada y el puente levadizo, bajo. Arthur montó
su caballo y salió, seguido por cinco caballeros.
Jaejoong, muy quieto en su montura, observaba el descenso del
puente. Necesitó de todo su coraje para no huir.
Aquel viejo castillo podía estar derrumbándose en parte, pero
desde cerca parecía formidable. Daba la sensación de estar a punto de tragarlo.
–Aún hay tiempo si queréis alejaros, señor –observó Woo Bin,
inclinándose hacia adelante.
Seis jinetes venían hacia él. Sintió deseos de volverles la
espalda y huir, pero en ese momento tuvo que tragar un súbito ataque de
náuseas, su hijo le recordaba su presencia. El padre y la abuela del bebé
estaban dentro de esas viejas murallas; si era posible, él debía rescatarlos.
–No–dijo a Woo Bin con más fuerza de la que sentía–. Debo intentar
la misión.
Cuando el jefe de los jinetes estuvo cerca de Jaejoong, él adivinó
de inmediato que era el instigador de todo el plan. Recordaba a Min Woo como
manso y suave; los ojos oscuros y burlones de aquel hombre, en cambio, no
mostraban ninguna debilidad. En sus ropas centelleaban gemas de todos los
colores, variedades y tamaños. Llevaba el pelo oscuro cubierto por una pequeña
gorra de terciopelo, cuya banda ancha lucía cien piedras preciosas, cuando
menos.
Casi parecía una corona.
–Señor mío–saludó él, inclinándose sin desmontar.
Su sonrisa era burlona, casi insultante. Jaejoong lo miró
fijamente. Le palpitaba el corazón. En aquellos ojos había una frialdad que lo
asustaba. Aquel hombre no sería fácil de dominar.
–Soy Sir Arthur Smiton, segundo de Lord Min Woo, que os da la
bienvenida.
“¡Qué bienvenida!” Pensó Jaejoong, dominándose para no escupir la
frase; pensaba en su padre asesinado, en su esposo y su madre, cautivos, y en
varias vidas ya perdidas.
Inclinó la cabeza hacia él.
– ¿Tenéis a mi madre cautiva?
Él lo observó con aire de especulación, como si tratara de
justipreciarlo. No se le había enviado ningún mensaje, pero él sabía lo que
tenía que hacer.
–Sí, mi señor.
–En ese caso, iré a verla.
Jaejoong azuzó a su caballo, pero Arthur sujetó las bridas. Los
cien caballeros que rodeaban al muchacho desenvainaron como un solo hombre.
Arthur no perdió la sonrisa.
–No podéis franquear nuestros portones con tantos hombres.
– ¿Pretendéis que entre solo?–Preguntó él, horrorizado. Era lo que
esperaba, pero tal vez pudiera convencer a Smiton de que dejara entrar a
algunos de sus hombres–. ¿He de dejar a mi doncella? ¿Y a mi custodia personal?
Él lo observaba con atención.
–Un hombre y una mujer. Nada más.
Jaejoong asintió, sabiendo que sería inútil discutir. Al menos, tendría
consigo a Woo Bin.
–Joan–llamó, al ver que el muchacho observaba atentamente a
Arthur–, prepara la carreta con mis cosas y sígueme. Woo Bin...
Al girar vio que él ya estaba dando órdenes para que se
estableciera un campamento ante las murallas del castillo.
Jaejoong cruzó a caballo el puente levadizo, bajo el arco de
piedra, con la espalda muy erguida. Se preguntaba si podría salir con vida de
entre aquellas murallas. Min Woo esperaba dentro para ayudarlo a desmontar. El
muchacho lo recordaba joven y suave, ni hermoso ni feo, pero ahora veía en sus
ojos azules un carácter débil; tenía la nariz demasiado grande y labios finos,
de aspecto cruel. La miró con fijeza.
–Sois aún más hermoso de lo que yo recordaba.
Jaejoong se había vestido con cuidado. Una banda de perlas le
rodeaba la cabeza. Contra el cuerpo llevaba una enagua de seda roja con un
ancho borde de piel blanca. Su vestido era de terciopelo castaño, con el bajo
bordado en oro. Las mangas eran estrechas, salvo en el hombro, donde el
terciopelo se abría, dejando asomar la seda roja. Sus pechos se abultaban en el
profundo escote, Al caminar levantaba la falda de terciopelo, dejando al
descubierto la seda con borde de piel.
Logró dedicar una sonrisa a aquel traidor, aun mientras esquivaba
las manos que le ceñían la cintura.
–Me halagáis, señor–dijo, mirándolo con los ojos entornados.
Min Woo quedó encantado.
–Debéis de estar cansado y con necesidad de un refresco. Me
gustaría tener un refrigerio preparado, pero no os esperaba.
Jaejoong no quiso dejarle pensar en el porqué de aquella
inesperada visita. Ante la mirada de adoración de Min Woo, comprendió que le
convenía pasar por un joven tímido, un recién casado ruboroso.
–Por favor–dijo con la cabeza gacha–, me gustaría ver a mi madre.
Min Woo, sin responder, continuó observándolo: las gruesas
pestañas que tocaban sus mejillas suaves, las perlas de su frente, que repetían
la blancura de su piel.
Woo Bin se adelantó un paso con los dientes apretados. Era
corpulento; tan alto como Yunho, pero con el aire macizo que dan los años. El
gris de su pelo no hacía sino acentuar la dureza de su cuerpo.
–El señor desea ver a su madre–dijo con severidad. Su voz era
serena, pero irradiaba poder.
Min Woo apenas reparó en él, absorto como estaba en Jaejoong. Pero
Arthur reconoció el peligro. Habría que eliminar a Woo Bin cuanto antes. Aquel
hombre, libre en el castillo, podía causar muchos problemas.
–Por supuesto, mi señor–respondió Min Woo, ofreciéndole el brazo.
Cualquiera habría pensado que aquella visita se hacía por puro
placer. Llegaron hasta la entrada de la torre, que estaba en un primer piso; en
tiempos de guerra se cortaban los peldaños de madera, para que la entrada
quedara a varios metros del suelo. Jaejoong estudió el interior mientras
cruzaban el gran salón hacia los peldaños de piedra. El ambiente estaba muy
sucio, sembrado con fragmentos de huesos entre los juncos secos que cubrían el
suelo. Los perros hocicaban perezosamente aquellos desechos. Las ventanas no
tenían postigos y en algunos lugares se habían desprendido las piedras, pues
las grietas se estaban ensanchando. Tenía que averiguar si aquella estructura
tan pobre era indicativa de una mala vigilancia.
Chae Young estaba en un pequeño cuarto abierto en los gruesos
muros del segundo piso, sentada en una silla. En un brasero de bronce ardía un
fuego de carbón, pues la torre había sido construida antes de que se inventaran
los hogares.
– ¡Madre!–Susurró el muchacho, corriendo a apoyar la cabeza en las
rodillas de la mujer.
–Hijo mío–exclamó la madre. Tomó al joven entre sus brazos, pero
el llanto no les permitió hablar durante un rato–. ¿Estás bien?
Jaejoong asintió. Después miró a los hombres que permanecían allí
presentes.
– ¿No podemos hablar en privado?
–Desde luego– Min Woo se volvió hacia la puerta. – Vos también
debéis salir–dijo a Woo Bin.
–No dejaré solo a mi señor.
Min Woo frunció el entrecejo, pero no quiso alterar a su
visitante. Jaejoong esperó a que Min Woo y Arthur hubieran salido y dijo con
severidad:
–Debiste haber salido con ellos.
Woo Bin se sentó pesadamente en una silla junto al brasero.
–No os dejaré solos.
– ¡Pero quiero cierta intimidad para hablar con mi madre!
Woo Bin no respondió. No lo miró siquiera.
–Es terco– le dijo el muchacho a Chae Young, disgustado.
– ¿Soy terco porque no cedo ante lo que vos mandáis en cualquier
oportunidad?–Preguntó él–. Vos, por lo terco, podríais rivalizar con un toro.
Jaejoong abrió la boca para contestar, pero se lo impidió la risa
de su madre.
–Ya veo que estás bien, hijo mío. –Se volvió hacia Woo Bin. –Jaejoong
es tal como yo deseaba que fuera y más aún–dijo con cariño, acariciando la
cabellera del joven–. Cuéntame ahora a qué has venido.
–Yo... oh, madre–balbuceó el muchacho, lagrimeando otra vez.
– ¿Qué pasa? Puedes hablar libremente.
– ¡No, no puedo!–Exclamó él, apasionado, echando un vistazo a Woo
Bin.
Woo Bin lo miró con ceño tan adusto que estuvo a punto de asustarlo.
–No debéis dudar de mi honestidad. Conversad con vuestra madre en
la seguridad de que no repetiré una palabra de cuanto oiga.
Sabiendo que podía confiar en él, Jaejoong se sentó en un
almohadón a los pies de su madre. Necesitaba desesperadamente confesarse.
–He roto una promesa que hice a Dios–dijo con suavidad.
La mano de Chae Young se detuvo un momento sobre la cabeza de su
hijo.
–Explícate–susurró.
Las palabras se atropellaron. Jaejoong contó que había tratado,
una y otra vez, de lograr algo de amor en su matrimonio, pero que todos sus
esfuerzos habían sido en vano.
Nada de cuanto hiciera podía aflojar el lazo que unía a Yunho con Yoon Ji.
– ¿Y tu voto?–Preguntó Chae Young.
–Juré que no le daría nada por propia voluntad. Pero la noche
antes de que él viniera hacia aquí me entregué a él libremente. –Se ruborizó al
pensar en aquella noche de amor, en las manos de Yunho, en sus labios.
– ¿Lo amas, Jaejoong?
–No lo sé. Lo odio, lo amo, lo desprecio, lo adoro. No sé. Es tan
grande que me devora. No puedo pasarlo por alto. Cuando entra en una habitación
la llena por completo. Aun cuando más lo odio, cuando lo veo abrazando a una
mujer o leyendo una carta de ella, no puedo liberarme de él. ¿Es eso
amor?–Preguntó, clavando en su madre una mirada suplicante–. ¿Es amor o sólo
posesión diabólica? El no es bueno conmigo. Estoy seguro de que no me tiene
cariño alguno. Hasta me lo ha dicho. Sólo se porta bien conmigo en...
– ¿En el lecho?–Chae Young sonreía.
–Sí. –Jaejoong apartó la vista, ruborizado.
Pasaron varios segundos antes de que Chae Young replicara.
–Me preguntas por el amor. ¿Quién sabe menos que yo sobre ese
tema? Tu padre también tuvo ese poder sobre mí. ¿Sabes que una vez le salvé la
vida? La noche anterior me había castigado. Por la mañana salimos juntos a
caballo; yo tenía un ojo amoratado. Paseamos solos, sin escolta. De pronto, el
caballo de Tae Woong se encabritó y lo arrojó a un pantano, en el límite norte
de una de las fincas. Cuanto más se movía, más se hundía. A mí me dolía todo el
cuerpo por la paliza; mi primer pensamiento fue alejarme y dejarlo morir, pero
no pude. ¿Sabes que, cuando lo hube salvado, se rió de mí y me trató de tonto?
Hizo una breve pausa antes de continuar:
–Te cuento esto para que sepas que comprendo ese poder. Es el
mismo que mi esposo tenía sobre mí. No puedo decir que fuera amor. Tampoco
puedo decir que en tu caso lo sea.
Permanecieron un momento en silencio, con la vista fija en el
brasero.
–Y ahora yo vengo a rescatar a mi esposo como tú lo hiciste con el
tuyo–observó Jaejoong–. Pero el tuyo vivió para volver a pegarte. El mío, en
cambio, volverá a una mujer.
–Sí–dijo Chae Young con tristeza.
–El hecho de tener un hijo, ¿cambia las cosas?
Chae Young quedó pensativo.
–Tal vez en mi caso habrían cambiado si los primeros hubieran
vivido, pero los tres nacieron muertos. Después viniste tú.
– ¿Crees que las cosas habrían sido distintas si hubiera
sobrevivido el primer varón?–Insistió Jaejoong.
–No sé. No creo que él castigara a su primera mujer, que le dio
hijos varones. Pero por entonces era más joven–se interrumpió abruptamente–. ¡Jaejoong!
¿Esperas un hijo?
–Sí, desde hace dos meses.
Woo Bin se levantó de un salto con estruendo de armadura.
– ¡Habéis hecho todo este viaje a caballo estando embarazado!–Acusó.
Hasta entonces se había mantenido tan callado que ellos ya no recordaban su
presencia. Se llevó una mano a la frente–. Ahorcarme será poco. Lord Yunho me
hará torturar cuando se entere de esto. Y lo merezco.
Jaejoong se levantó de inmediato, lanzando fuego de oro por los
ojos.
– ¿Y quién se lo dirá? ¡Tú has jurado guardar el secreto!
– ¿Cómo pensáis mantener esto en secreto?–Inquirió él, con voz
densa de sarcasmo.
–Cuando sea evidente pienso estar muy lejos de aquí–los ojos del
muchacho se suavizaron–. No le dirás nada, ¿verdad, Woo Bin?
La expresión de Woo Bin no cambió.
–No intentéis esas triquiñuelas conmigo, señor. Ahorradlas para
ese canalla de Min Woo.
Los interrumpió la risa de Chae Young. Era bueno oírla reír; las
carcajadas eran muy escasas en su desdichada vida.
–Me hace bien verte así, hijo mío. Temí que el matrimonio venciera
tu espíritu.
Jaejoong no le prestaba atención. Woo Bin había oído demasiado. Él
acababa de decir demasiadas cosas íntimas en su presencia y ahora sus mejillas
se iban manchando de rojo.
–No–dijo Woo Bin con un suspiro–, hace falta mucho más que un
simple hombre para domesticar a este hombre. No roguéis más, criatura; no diré
nada de lo que he oído a menos que vos me lo pidáis.
– ¿Ni siquiera a Yunho?
Él lo miró con preocupación.
–Todavía no lo he visto. Daría cualquier cosa por saber dónde lo
tienen y si está bien.
–Jaejoong –dijo Chae Young, atrayendo la atención de ambos–, aún
no me has dicho a qué has venido. ¿Acaso Min Woo mandó buscarte?
Woo Bin se sentó pesadamente.
–Estamos aquí porque Jaejoong dijo que teníamos que venir. No
escucha razones.
–No había otra solución–respondió Jaejoong mientras volvía a
sentarse–. ¿Qué te han dicho?–Preguntó a su madre.
–Nada. Me... trajeron aquí tras la muerte de Tae Woong.
Hace una semana que no hablo con nadie. Ni siquiera la doncella
que retira la bacinilla me dirige la palabra.
–Eso significa que no sabes dónde tienen a Yunho.
–No. Sólo hace un momento he deducido de tus palabras que él
también está prisionero. ¿Qué pretende Lord Min Woo?
–A mí–respondió el muchacho con simplicidad.
Después, con los ojos bajos, explicó brevemente el modo en que Min
Woo planeaba anular su boda.
–Pero si estás embarazado de Yunho no hay modo de anularla.
–En efecto–dijo Jaejoong, mirando a Woo Bin–. Es uno de los
motivos por los que es preciso guardar el secreto.
– ¿Qué harás, Jaejoong? ¿Cómo piensas salvar tu vida, la de Yunho,
la de Joan y la de este hombre? ¿Cómo vas a vencer estos muros de piedra?
Woo Bin gruñó en señal de acuerdo.
–No lo sé–fue la exasperada respuesta–. No hallé alternativa. Al
menos ahora tengo la posibilidad de sacaros.
Pero primero necesito hallar a Yunho. Sólo así...
– ¿Has traído a Joan?–Le interrumpió su madre.
–Sí–respondió él, sabiendo que su madre tenía una idea.
–Haz que Joan busque a Yunho. Si se trata de buscar a un hombre, nadie
mejor que ella. Es poco más que una perra en celo.
Jaejoong asintió.
– ¿Y en cuanto a Min Woo?–Insistió Chae Young.
–Sólo lo he visto unas pocas veces.
– ¿Es de confianza?
– ¡No!–Exclamó Woo Bin–. Ni él ni ese sabueso suyo.
Jaejoong no le prestó atención.
–Min Woo me encuentra hermoso. Mi plan es seguir siendo hermoso
hasta que pueda hallar a Yunho y planear la fuga.
Chae Young miró a su hijo, tan encantador a la luz de las brasas.
–Sabes muy poco de hombres–observó–. Los hombres no son libros de contabilidad,
en los que una suma las cifras y obtiene una cantidad invariable. Son
diferentes... y mucho más poderosos que tú y que yo.
De pronto, Chae Young se levantó para acercarse a la puerta.
–Vuelven.
–Escúchame, Jaejoong –dijo Chae Young apresuradamente–. Pregunta a
Joan cómo debes tratar a Min Woo. Ella sabe mucho de hombres. Prométeme que
seguirás sus consejos y no te dejarás llevar por tus propias ideas.
–Yo...
– ¡Promételo!–Exigió la madre, sujetándole la cabeza.
–Haré lo que pueda. No puedo prometer más.
–Me conformo con eso.
La puerta se abrió con violencia. No se habló más.
Joan y una de las criadas del castillo acudieron en busca de Jaejoong,
que debía prepararse para cenar con Su Señoría. El muchacho se despidió
apresuradamente de su madre y siguió a las mujeres, con Woo Bin pegado a sus
talones.
En el tercer piso estaba un cuarto amplio y bien ventilado, que
había sido objeto de una limpieza reciente y tenía juncos frescos en el suelo y
las paredes encaladas, casi como si se esperara a un invitado. Jaejoong quedó a
solas con su doncella. Woo Bin montaba guardia ante la puerta. Cuando menos, Min
Woo confiaba en él al punto de no ponerle espías. Joan le llevó una tinaja con
agua caliente.
– ¿Sabes dónde tienen a Lord Yunho?–Preguntó el amo mientras se
lavaba la cara y las manos.
–No, señor–dijo Joan, suspicaz, pues no estaba habituada a que su
amo la interrogara.
– ¿Podrías averiguarlo?
Joan sonrió.
–Sin duda. Este castillo está lleno de chismosos.
– ¿Necesitarás monedas de plata para conseguir esa información?
Joan quedó asombrada.
–No, señor. Bastará con que pregunte a los hombres.
– ¿Y te lo dirán con sólo preguntar?
Joan iba ganando confianza. Su encantador amo sabía poco de lo que
no fueran cuentas y fincas.
–Importa mucho como se pregunte a un hombre.
Jaejoong se había puesto un vestido de tejido plateado.
La falda se dividía en la parte delantera, dejando al descubierto
una amplia superficie de satén verde intenso. Las grandes mangas, en forma de
campana, caían graciosamente desde la muñeca hasta la mitad de la falda,
también forradas de satén verde. Cubrió su cabellera con una capucha francesa
al tono, bardada con flores de lis de plata.
Se sentó en un banquillo para que Joan pudiera acomodarle la
capucha.
– ¿Y si alguien quisiera pedir algo a Lord Min Woo?
– ¡A ese hombre!–Exclamó la doncella, acalorada–. Yo no confiaría
en él, aunque ese Sir Arthur que lo sigue como un perro no es mal parecido.
Jaejoong se volvió para enfrentarse a su doncella.
– ¿Cómo puedes decir eso? Arthur tiene ojos muy duros. Cualquiera
puede darse cuenta de que es codicioso.
– ¿Y no diréis vos lo mismo de Lord Min Woo?–Joan obligó a su amo
a girar la cabeza. En aquellos momentos se sentía bastante superior. –Es
igualmente codicioso, traicionero, brutal y egoísta. Es todo eso y más aún.
–En ese caso, ¿por qué...?
–Porque Arthur es siempre igual. Una sabe qué esperar de él: lo
que más convenga a sus intereses. Con eso una puede manejarse.
– ¿Y no es el caso de Lord Min Woo?
–No, mi señor. Lord Min Woo es un niño, aunque sea hombre. Cambia
con el viento. Ahora quiere una cosa, pero cuando la tenga dejará de quererla.
– ¿Y eso vale también para las personas?
Joan se dejó caer de rodillas ante su ama.
–Tenéis que escucharme con atención. Conozco a los hombres como a
nada en el mundo. Lord Min Woo arde ahora por vos. Está loco de deseo, y en
tanto tenga esa furia dentro de sí, vos estaréis a salvo.
– ¿A salvo? No comprendo.
–Ha matado a vuestro padre, señor. Tiene a vuestra madre y a
vuestro esposo como prisioneros, sólo por esa pasión. ¿Qué será de todas
vuestras mercedes cuando se apague ese fuego?
Jaejoong seguía sin comprender. Cuando él y Yunho hacían el amor,
el fuego se apagaba sólo por algunos minutos. En verdad, cuanto más tiempo
pasaba él en su lecho, más lo deseaba. Joan empezó a hablar con exagerada
paciencia.
–No todos los hombres son como Lord Yunho –dijo, adivinando los
pensamientos de Jaejoong –. Si vos os entregarais a Lord Min Woo, dejaríais de
tener poder sobre él. Para los hombres de ese tipo, la caza lo es todo.
El joven comenzaba a entender.
– ¿Y cómo puedo evitarlo?
Estaba plenamente dispuesto a entregarse a cien hombres si con eso
salvaba la vida de sus seres amados.
–Él no os forzará. Necesita creer que ha cortejado y conquistado.
Vos podéis pedirle mucho y él lo concederá con gusto, pero es preciso actuar
con astucia. Será celoso. No sugiráis que Lord Yunho os interesa. Dejadle creer
que, por el contrario, os inspira desprecio. Mostradle la zanahoria, pero no le
permitáis morderla.
Joan se puso de pie y estudió con mirada crítica el atuendo de su
señor.
– ¿En cuanto a Sir Arthur?–insistió Jaejoong.
–Lord Min Woo manda sobre él... y en el peor de los casos se le
puede comprar.
El joven se levantó sin dejar de mirar a su criada.
– ¿Crees que alguna vez aprenderé tanto sobre los hombres?
–Sólo cuando yo aprenda a leer–dijo Joan. Y se echó a reír ante lo
imposible de esa situación–. ¿Para qué queréis vos saber tanto sobre hombres si
tenéis a Lord Yunho? Él vale más que todos los míos.
Al descender la escalera hacia el gran salón, Jaejoong pensaba:
“¿Tengo en verdad a Yunho? ¿Lo deseo?”
pero claro que lo tiene Jae tiene a todos a sus pies y solo el no se da cuenta de su poder hacia ellos
ResponderEliminarGracias
Oh me tiene atrapada esta historia, Jae por supuesto Yunho es tuyo ...piensa bien y salgan de ahí rápido......gracias
ResponderEliminarPrimero que los liberen, después ya planearan como sacar a Jae.
ResponderEliminarGracias!!! 💗💕💞
Gracias por Joan, caso contrario JJ se hubiese dado al malvado rápidamente pensando salvar a su madre y YH. Es muy inocente aun. Ojalá todo salga bien y funcione.
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