Capítulo 14
–Señor –dijo Min Woo, tomando la mano de Jaejoong para besársela. Él
mantuvo los ojos bajos, como por timidez–. Ha pasado mucho tiempo desde la
última vez que os vi, pero en este período vuestra belleza ha aumentado. Venid
a sentaros conmigo a la mesa. Hemos preparado una cena tardía para vos.
Lo condujo hasta una larga mesa instalada en un estrado. El mantel
era viejo y estaba cubierto de manchas, la vajilla era de peltre, llena de
abolladuras. Una vez sentados, él se volvió a mirarlo.
– ¿Es cómoda vuestra alcoba, señor?
–Sí–respondió él con serenidad.
El hombre sonrió, hinchando un poco el torso.
“¡Temerte!” Pensó él furioso, sin dejar de mirarlo a los ojos.
Pero se repuso.
–No es miedo lo que siento, sino extrañeza. No estoy habituado a
la compañía de los hombres. Y los que conozco... no han sido bondadosos
conmigo.
Él le tomó una mano.
–Yo corregiría eso, si pudiera. Sé mucho de vos, aunque apenas nos
conozcamos. ¿Sabíais que yo era amigo de vuestros hermanos?
–No–respondió él, atónito, lo ignoraba. ¿Fue entonces cuando mi
padre me prometió a vos en matrimonio?–Preguntó con ojos dilatados por la
inocencia.
–Sí... no...–tartamudeó Min
Woo.
–Ah, comprendo, señor. Fue tras la temprana muerte de mis queridos
hermanos.
– ¡Sí! ¡Fue entonces!– Min Woo sonrió.
–Mis pobres hermanos tenían muy pocos amigos. Me alegro de que
contaran con vos por un tiempo. ¡En cuanto a mi padre...! No quiero hablar mal
de un muerto, pero siempre olvidaba dónde había guardado las cosas. Tal vez
olvidó dónde había guardado el contrato de compromiso matrimonial.
–No hubo...–pero Min Woo bebió un sorbo de vino para ahogar sus
propias palabras. No podía admitir que ese documento no existía.
Jaejoong apoyó una mano trémula en su antebrazo.
– ¿He dicho algo equivocado? ¿Me castigaréis vos?
Min Woo volvió a mirarlo apresuradamente y notó que tenía lágrimas
en los ojos.
–Dulce Jaejoong –dijo, besándole apasionadamente la mano–, ¿cómo
puede el mundo funcionar tan mal que un encantador inocente como vos tema tanto
a los hombres?
Jaejoong se enjugó ostentosamente una lágrima.
–Perdonadme. Conozco a tan pocos y...–Bajó la mirada.
– ¡Venga una sonrisa! Pedidme cualquier cosa, cualquier tarea, y
quedará satisfecha.
Jaejoong levantó inmediatamente la vista.
–Me gustaría que mi madre estuviera alojada en una habitación
mejor–dijo con firmeza–. Tal vez en las mías.
– ¡Mi señor!–Interrumpió Sir Arthur, sentado al otro lado del
muchacho. Había escuchado con atención cada una de aquellas palabras–. En el
tercer piso hay demasiada libertad.
Min Woo frunció el entrecejo. Nada deseaba tanto como complacer a
aquel dulce y tímido cautivo. Y recibir una reprimenda delante de él no era muy
beneficioso. Arthur comprendió de inmediato su error.
–Sólo quiero decir, señor, que ella tendría que contar con un guardia
de confianza por su propio bien–miró a Jaejoong –. Decid, mi señor: si
pudieseis tener a un solo guardia, ¿a quién elegiríais?
–Pues a Woo Bin–respondió él de inmediato.
En cuanto hubo pronunciado esas palabras, sintió deseos de
morderse la lengua. Arthur le echó una mirada satisfecha antes de volverse
hacia Min Woo.
–Ya veis. Acaba de elegir al custodio de Lady Chae Young.
“Y así quedo sin ayuda por si quisiera escapar” comprendió Jaejoong.
Sir Arthur lo miraba como si pudiera leerle los pensamientos.
– ¡Excelente idea!–Dijo Min Woo–. ¿Os complace eso, mi señor?
El muchacho no halló una excusa que le permitiera conservar a Woo
Bin; de cualquier modo, tal vez esa ausencia le otorgara más libertad de
acción.
–Me complacería en sumo grado, señor mío–respondió con dulzura–.
Sé que Woo Bin cuidará bien de mi madre.
–Y ahora podemos atender asuntos más agradables. ¿Qué os parece una cacería para
mañana?
– ¿Una cacería, señor? Yo...
– ¿Sí? Podéis hablarme con franqueza.
–Es un deseo tonto.
–Podéis expresarlo, si–afirmó Min Woo con una sonrisa tolerante.
–Hace muy poco que he abandonado mi hogar y siempre he estado
confinado en una sola parte de la finca. No conozco estos castillos antiguos.
¡Os reiréis de mí!
–Nada de eso– Min Woo reía.
–Me gustaría verlo todo: los establos, los corrales y hasta la
granja.
–En ese caso, mañana haremos un recorrido completo–sonrió el dueño
de casa–. Es una petición sencilla. Haría cualquier cosa por complaceros,
señor.
Sus ojos ardían al mirarlo. Jaejoong bajó la mirada, sobre todo
para disimular la furia que centelleaba en los suyos.
–Creo que estoy muy cansado, señor. ¿Me disculpáis?
–Desde luego. Un deseo vuestro es una orden para mí–el caballero
se levantó para ofrecerle la mano y ayudarlo a levantarse.
Woo Bin se mantenía muy cerca, con los brazos cruzados contra el
pecho.
–Querría intercambiar una palabra con mi custodio–pidió el joven,
acercándose sin esperar respuesta–. Sir
Arthur te ha nombrado guardián de mi madre–informó sin preámbulos.
–No aceptaré. Lord Yunho...
– ¡Silencio!–Ordenó él, apoyándole una mano en el brazo–. No
quiero que se nos oiga. ¿Qué motivo darías para no abandonar mi puerta? Ese
tonto cree que ya soy suyo.
– ¿Se ha tomado atrevimientos?
–No, todavía no, pero lo intentará. Tienes que permanecer con mi
madre. No creo que Sir Arthur la deje salir de esa covacha húmeda sí tú te
niegas. Y ella no podrá resistir allí mucho tiempo.
–Pensáis demasiado en vuestra madre y muy poco en vos mismo.
–No, te equivocas. Yo estoy a salvo, pero ella podría enfermar de
los huesos. Si yo estuviera en un cuarto húmedo exigiría lo mismo.
–Mentís–acusó Woo Bin secamente–. Si no fuerais tan terco, en
estos momentos podríais estar sano y salva en vuestra casa.
– ¿Y ahora me vas a dar sermones?–Protestó Jaejoong, exasperado.
–De nada servirá. Sólo acompañaré a Lady Chae Young si prometéis
no hacer tonterías.
–Por supuesto. Puedo jurarlo, si quieres.
–Sois demasiado parlanchin, pero no hay tiempo para discutir. Ya
vienen. Espero recibir mensajes frecuentes. Tal vez eso me impida pensar en las
torturas que me aplicará Lord Yunho.
Cuando Jaejoong y su doncella quedaron solas, Joan estalló en una
carcajada.
– ¡Nunca he visto representación como la de esta noche, señor!–Festejó–.
Vos podríais actuar. ¿Dónde aprendisteis esa treta de tocarse un ojo con la uña
para mostrar lágrimas?
El joven ahogó una exclamación. Las palabras de su doncella le
recordaron vívidamente a Yoon Ji en brazos de Yunho.
–La aprendí de una mujer que vive en medio de las
mentiras–respondió, ceñudo.
–Quienquiera que sea ha de ser insuperable. Yo misma estaba ya
medio convencida. Espero que hayáis conseguido lo que buscabais.
– ¿Cómo sabes que buscaba algo?
–No hay otra razón para que se muestren las lágrimas a un hombre.
Jaejoong volvió a pensar en Yoon Ji.
–No, en efecto–murmuró.
– ¿Conseguisteis lo que deseabais?–Insistió Joan.
–En gran parte. Pero ese Arthur me hizo caer en una trampa: Woo
Bin ha sido enviado a custodiar a mi madre. ¡Custodiarla! ¡Bah! ¿Cómo puede un
prisionero encerrado custodiar a otro? Mi hombre de armas ha sido convertido en
dama de compañía y puesto bajo llave. Y yo estoy solo contigo para tratar de
organizar la huida de todos.
Joan le desató los lazos del costado.
–No dudo que alejó a Woo Bin porque así le convenía a él.
–No te equivocas. Pero Lord Min Woo es un tonto. La lengua lo
pierde. En adelante tendré más cuidado y sólo hablaré con él lejos de Sir
Arthur.
–Eso, señor, bien puede ser la más difícil de todas las tareas que
haya que cumplir–Joan apartó los cobertores.
– ¿Qué vas a hacer, Joan?–Preguntó Jaejoong al ver que su doncella
se pasaba un peine por el pelo castaño.
–Voy a buscar a Lord Yunho –sonrió la muchacha. Ambos estaban
tomando un plano de casi igualdad–. Mañana, cuando nos veamos, tendré noticias
de él.
Jaejoong apenas oyó la puerta que se cerraba detrás de su
doncella. Creía estar demasiado preocupado para dormir, pero no fue así. Se
durmió casi de inmediato.
Min Woo y Arthur estaban a un costado del salón grande, Las mesas
habían sido retiradas y los hombres de armas estaban extendiendo sus colchones
de paja para pasar la noche.
–No confío en él –dijo Sir Arthur por lo bajo.
– ¿Qué no confías en él?–Estalló Min Woo –. ¿Cómo puedes decir
algo así después de haberlo visto? Es una flor delicada. Se la ha castigado
tanto que siente miedo al menor fruncimiento de cejas.
–No parecía tan asustado cuando exigió un mejor alojamiento para
su madre.
– ¡Él no es capaz de exigir! No está en su carácter. Pero le
preocupaba el bienestar de Lady Chae Young. Y ese es otro ejemplo de su
dulzura.
–Con esa dulzura ha obtenido bastante de vos esta noche. Hasta ha
estado a punto de haceros decir que no había un acuerdo escrito con su padre.
– ¿Qué importase?–Exclamó Min Woo–. ¡Él no quiere estar casado con
Jung Yunho!
– ¿Cómo estáis tan seguro de eso?
–He oído decir...
– ¡Bah! ¡Rumores! En ese caso, ¿a qué ha venido? No puede ser tan
tonto como para creer que aquí no hay peligro para él.
– ¿Estás diciendo que yo soy capaz de hacerle daño?–Acusó Min Woo.
Arthur lo miró con fijeza. Conocía bien a su amo.
–Mientras sea nuevo, no. Vos necesitáis desposarlo antes de
poseerlo. Sólo así lo poseeréis de verdad. Si lo tomáis ahora sin la bendición
de la Iglesia, él puede acabar odiados a vos como odia a su marido.
– ¡No necesito que me des consejos! Aquí soy el amo. ¿No tienes
nada que hacer?
–Sí, mi señor–el tono de Arthur era burlón–. Mañana debo ayudar a
mi amo a mostrar nuestras defensas al prisionero.
Se retiró en el instante justo en que Min Woo le arrojaba una copa
de vino a la cabeza.
Jaejoong se despertó muy temprano, cuando el cuarto aún estaba a
oscuras. De inmediato recordó la promesa de Joan en cuanto a que por la mañana
traería noticias de Yunho. Apartó apresuradamente el cobertor y se puso una
bata de brocado bizantino, color canela, con flores más claras que la tela y
forro de cachemira crema. El jergón donde Joan debía dormir estaba vacío. Jaejoong
apretó los dientes, furioso. De pronto empezó a preocuparse. ¿Y si Joan también
lo había abandonado? ¿Y si Arthur lo había descubierto espiando?
La puerta se abrió casi en silencio. Su doncella entró en
puntillas, con los ojos hinchados.
– ¿Dónde estabas?–Acusó Jaejoong en un susurro tenso.
Joan se llevó la mano a la boca para ahogar el chillido que había
estado a punto de emitir.
– ¡Señor, qué susto me habéis dado! ¿Por qué no estáis en vuestra
cama?
– ¿Y te atreves a preguntarme a
mí por qué no estoy en mi cama?–Por fin Jaejoong logró dominarse. –Anda,
dime las noticias. ¿Sabes algo de Yunho? Tornó a la doncella por un brazo y la
llevó a rastras hasta la cama. Allí se sentaron de piernas cruzadas en el
grueso colchón de plumas. Pero los ojos de Joan no podían enfrentarse a la
intensa mirada de su amo.
–Sí, mi señor, lo he hallado.
– ¿Está bien?–Insistió el joven.
Joan aspiró hondo y se lanzó a la descripción.
–Me costó mucho encontrarlo. Está bien custodiado en todo momento
y la entrada es... difícil–sonrió–. Pero, por suerte, uno de los guardias
pareció prendarse de mí. Pasamos mucho tiempo juntos. ¡Qué hombre! Estuvo toda la
noche...
– ¡Joan!–Exclamó Jaejoong, seco–. Me estás ocultando algo,
¿verdad? ¿Qué pasa con mi esposo? ¿Cómo está?
Joan miró a su amo y empezó a hablar, pero dejó caer la cara entre
las manos.
–Es demasiado horrible, señor mío. Es increíble que pudieran
hacerle algo así a un noble como él. ¡Ni al peor de los siervos se lo trata de
ese modo!
–Dime–indicó Jaejoong con voz mortífera–, cuéntamelo todo.
Joan levantó la cabeza, luchando contra las lágrimas y las
náuseas.
–En el castillo muy pocos saben que está aquí. Lo trajeron solo,
durante la noche, y... lo arrojaron allí abajo.
– ¿Abajo de dónde?
–Hay un espacio bajo el sótano, señor; poco más que un agujero
excavado entre los cimientos de la torre. El agua del foso se filtra por el
suelo y allí pululan cosas...animales escurridizos...
– ¿Y allí es donde tienen a Yunho?
–Sí, señor–dijo Joan en voz baja–. El techo de ese agujero es el
suelo del sótano; se trata de un hueco muy profundo. La única manera de
descender es por una escalerilla.
– ¿Has visto ese lugar?
–Sí, señor–la muchacha inclinó la cabeza–. Y he visto también a
Lord Yunho.
Jaejoong la sujetó ferozmente por los brazos.0do...? Acabo de
explicaros que él está casi muerto, que no se le puede rescatar. No podéis
llevarle un banco pensando que nadie caerá en la cuenta. Comida sí, tal vez,
pero...
La interrumpió la mirada de Jaejoong. Su amo era menudo, pero
cuando esos ojos adquirían tanta dureza no había modo de desobedecer.
–Sí, mi señor –dijo con mansedumbre–. Un banco, botas, ropas de
sierva y... y una caja con flejes de hierro a la medida de vuestro
vientre–añadió sarcástica.
–A la medida de mi vientre, si–concordó Jaejoong sin humor–. Ahora
ayúdame a vestirme.
Recogió una enagua de seda amarilla del arcón grande que tenía
junto a la cama. Tenía veinte botones de perla entre el codo y la muñeca. Sobre
eso se puso un traje de terciopelo color oro viejo con anchas mangas colgantes.
De la cintura hasta el bajo le pendía un cinturón de cordones de seda parda a
los que se habían enhebrado perlas.
Joan tomó un peine de marfil para desenredarle la cabellera.
–No dejéis entrever que os preocupáis por Lord Yunho.
–No necesito que me lo digas. Ve en busca de las cosas que
necesito. Y que nadie te vea con ellas.
–No puedo andar por allí cargando con un banco sin que nadie me
vea.
– ¡Joan!
–Sí, señor. Haré lo que vos mandéis.
Después de haber pasado la mañana visitando establos y granjas, Min
Woo le dijo:
–Seguramente estáis muy cansado, señor, y esto tiene muy poco
interés para vos.
– ¡Oh, al contrario!–Sonrió Jaejoong –. ¡Qué gruesas son las
murallas del castillo!–Exclamó con los ojos muy abiertos en un gesto de
inocencia.
El castillo era muy simple: contenía una sola torre de piedra de
cuatro plantas dentro de una muralla única, que superaba los tres metros y
medio de espesor. En su parte alta había unos pocos guardias, pero parecían
soñolientos y poco alertas.
–Tal vez el señor quiera inspeccionar la armadura de los
caballeros en busca de defectos–observó Arthur, mirándolo con atención.
Jaejoong se las compuso para mantenerse inexpresivo.
–No sé de qué me habláis, señor–dijo, confundido.
– ¡Tampoco yo, Arthur!–Agregó Min Woo.
Arthur no contestó. Se limitaba a mirar a Jaejoong. Él comprendió
que tenía un enemigo: el caballero había interpretado con facilidad su interés
por las fortificaciones.
Se volvió hacia Min Woo.
–Estoy más cansado de lo que pensaba. En verdad el recorrido ha
sido largo. Tal vez tenga que descansar.
–Por supuesto, señor.
Jaejoong quería alejarse de él, liberarse de aquella mano que se
posaba con demasiada frecuencia en su brazo o en su cintura. Fue un alivio
dejarlo a la puerta de su alcoba. Cayó en la cama completamente vestido.
Durante toda la mañana no había pensado sino en lo que Joan le dijera de Yunho.
Lo imaginaba medio muerto por la mugre de aquel horrible lugar en donde lo
tenían.
Cuando se abrió la puerta, él no prestó la menor atención. A las
mujeres y hombres como el de la nobleza rara vez se les permitía la intimidad.
Las doncellas entraban en sus habitaciones y salían de ellas sin cesar. Pero
ahogó una exclamación ante el contacto de una mano masculina en su cuello.
– ¡Lord Min Woo!–Exclamó, echando un rápido vistazo a su
alrededor.
–No temas–dijo él en voz baja–. Estamos solos. Yo me he encargado
de eso. Los Sirvientes saben que aplico duros castigos cuando se me desobedece.
Él estaba desconcertado y trémulo.
– ¿Me temes?–Preguntó él con ojos danzantes–.No hay motivos. ¿No
sabes que te amo? Te he amado desde la primera vez que te vi. Yo esperaba en
medio de la procesión que te siguió hasta la iglesia. ¿He de decirte cómo te
vi?–Recogió un rizo de su cabellera para enroscárselo al brazo–. Saliste a la
luz del sol y fue como si el día se oscureciera ante tu fulgor. El de tu
vestido de oro y tus ojos de oro.
Mostró en alto el mechón, frotándolo con los dedos de la otra mano
contra su palma.
– ¡Cuánto deseé entonces tocar estas finas hebras! En aquel
momento supe que estabas destinado a ser mío. ¡Pero te casaste con otro!–Acusó.
Jaejoong estaba asustado: no por lo que él podía hacerle, sino por
lo que perdería si él lo tomaba en ese momento.
Sepultó la cara en las manos como si estuviera llorando.
– ¡Mi señor! ¡Mi dulce Jaejoong! Perdóname. ¿Qué he
hecho?–Preguntó Min Woo, desconcertado.
Él hizo un esfuerzo por recobrarse.
–Soy yo quien debe pedir perdón. Es que los hombres...
– ¿Los hombres qué? Puedes contarme todo. Soy tu amigo.
– ¿De veras?–Inquirió él con ojos suplicantes y demasiado
ingenuos.
–Sí–susurró Min Woo, devorándolo como podía.
–Ningún hombre ha sido amigo mío hasta ahora. Primero, mi padre y
mis hermanos... ¡No, no debo hablar mal de ellos!
–No hace falta–dijo Min Woo, tocándole el dorso de la mano con la
punta de los dedos–. Yo los conocía bien.
– ¡Y después, mi esposo!–Exclamó él con ferocidad.
Min Woo parpadeó.
– ¿Te disgusta? ¿Es cierto eso?
Los ojos centellearon con tanto odio que él quedó desconcertado.
Por un momento tuvo la sensación de que iba dirigido a él y no al marido.
– ¡Todos los hombres son iguales!–Exclamó él, furioso–. Sólo
quieren una cosa, y si no se le da por las buenas, se le toma por la fuerza.
¿Sabéis lo horrible que es la violación?
–No, yo...– Min Woo estaba confundido.
–Los hombres poco saben de las cosas buenas de la vida: la música
y el arte. Me gustaría creer que existe un hombre en la tierra capaz de no
manosearme ni exigir nada.
Min Woo lo miró con astucia.
–Y si encontraras a un hombre así, ¿cómo lo recompensarías?
Él sonrió con dulzura.
–Lo amaría con todo mi corazón–dijo simplemente.
Él le besó la mano con ternura, mientras Jaejoong bajaba los ojos.
–Te tomo la palabra–dijo Min Woo en voz baja–, pues soy capaz de
todo para ganar tu corazón.
–A nadie ha pertenecido sino a vos–susurró él.
El dueño de casa le soltó la mano y se puso de pie.
–Te dejaré descansar. Recuerda que soy tu amigo y que estaré cerca
cuando me necesites.
En el momento en que él salía, Joan entró disimuladamente.
– ¡Señor Jaejoong! ¿Ese hombre...?
–No, no ha pasado nada–aseguró él, recostándose contra la cabecera
de la cama–. Logré disuadirlo.
– ¡Disuadirlo! Por favor, explicadme... No, no lo hagáis. No tengo
ninguna necesidad de saber cómo disuadir a un hombre que desee hacerme el amor.
Pero vos habéis sabido hacerlo bien. ¿Podréis mantenerlo a raya?
–No sé, Me cree ingenuo y acobardado. No sé cuánto tiempo podré
mantenerlo engañado. ¡Me odio por mentir así!–Jaejoong giró hacia su doncella–.
¿Está todo listo para esta noche?
–Sí, aunque no ha sido fácil.
–Se te recompensará bien cuando salgamos de aquí... si salimos.
Ahora busca a otras mujeres y prepárame un baño. He sido tocado por ese hombre
y necesito restregarme.
* * *
Woo Bin se paseaba por el cuarto con fuertes pasos. De pronto
tropezó con algo sepultado entre los juncos y lo pateó con ira. Era un hueso
viejo y seco que salió disparado contra la pared.
–Dama de compañía–maldijo.
Encerrado con llave dentro de un cuarto, sin libertad alguna y con
la única compañía de una mujer que le tenía miedo.
En verdad, no era culpa de ella. Se volvió para mirarla; estaba
acurrucada bajo un cubrecama, delante del brasero. Él sabía que sus largas
faldas ocultaban un tobillo gravemente distendido, que la mujer había
disimulado ante el hijo.
De pronto se olvidó de la rabia. De nada servía dejarse carcomer
por ella.
–Qué mala compañía soy–protestó mientras ocupaba un banquillo al
otro lado del brasero. Chae Young lo miró con ojos asustados. Él había conocido
a su marido y se avergonzó de inspirarle el mismo miedo–. No sois vos la que me
enfada, mi señora, sino vuestro hijo. ¿Cómo es posible que una dama serena y
sensata como vos haya gestado a ese mocoso terco? Quería rescatar a dos
prisioneros y ahora tiene que salvar a tres... sin más ayuda que esa alocada
doncella.
Vio que Chae Young sonreía con puro orgullo.
– ¿Os enorgullecéis de semejante hijo?–Observó, atónito.
–En efecto. Él no teme a nada. Y siempre piensa primero en los
demás.
–Debisteis enseñarle a temer–criticó Woo Bin apasionadamente–. A
veces el miedo es bueno.
–Si fuera hijo vuestro, ¿le habrías enseñado a temer?
–Le habría enseñado a...–Pero Woo Bin se interrumpió. Por lo
visto, de nada servían los castigos; sin duda Tae Woong se los habría aplicado
con saña. Acabó por sonreír–. No creo que se le pudiera enseñar. Pero si fuera
hijo mío...–sonrió más aún–. Si fuera mío, estaría orgulloso de él. Pero dudo
de que una belleza tal hubiese podido nacer de una fealdad como la mía.
–Oh, pero si vos no sois feo en absoluto–exclamó Chae Young,
ruborizada.
Woo Bin la miró con fijeza por primera vez. Durante la boda le
había parecido una mujer descolorida y vieja. Ahora se daba cuenta de que no
era una cosa ni la otra. Había mejorado mucho en las cuatro semanas pasadas sin
Tae Woong; ya no parecía tan nerviosa, y sus mejillas huecas se iban
rellenando. Exceptuando el pico de viuda, llevaba la cabellera cubierta. Y sus
ojos parecían tener diminutas chispas doradas.
– ¿Por qué me miráis tanto, señor?
Con su habitual franqueza, Woo Bin dijo lo que pensaba:
–Vos no sois vieja.
–Este año cumpliré treinta y tres años–respondió ella–. Es edad
avanzada para una mujer.
– ¡Bah! Sé de una de cuarenta que...–pero el caballero se
interrumpió con una sonrisa–. Tal vez no es historia para contar a una dama. De
cualquier modo, a los treinta y tres años se dista mucho de ser vieja. –De
pronto, se le ocurrió una idea. – ¿Sabéis que ahora sois una mujer rica? Sois
una viuda con grandes propiedades. Pronto estarán los hombres llamando a
vuestra puerta.
–No–rió ella con las mejillas arrebatadas–, bromeáis.
–Una viuda rica y bella, por añadidura–insistió Woo Bin –. Lord Yunho
tendrá que abrirse paso entre ellos a espada limpia para elegiros esposo.
– ¿Esposo?– Chae Young se puso bruscamente seria.
– ¡Vamos, no pongáis esa cara!–Ordenó Woo Bin –. Pocos son tan
villanos como el que vos conocisteis.
Chae Young parpadeó ante aquella expresión, que debería de haberle
parecido grosera. En Woo Bin, en realidad, era la manifestación de un hecho.
–Lord Yunho hallará un buen marido para vos.
Ella lo miró como si calculara.
– ¿Habéis estado casado, Woo Bin?
Él tardó un momento en responder.
–Sí, una vez, siendo muy joven. Ella murió de peste.
– ¿No hubo hijos?
–No, ninguno.
– ¿La... amabais?–Preguntó Chae Young con timidez.
–No–respondió él, muy franco–. Ella era una criatura de mente
sencilla. Por desgracia, yo no soporto la estupidez, ni en el hombre, ni en el
caballo, ni en la mujer–rió entre dientes, como por algún pensamiento secreto–.
Cierta vez me jacté de que só1o entregaría mi corazón a la mujer que supiera
jugar bien al ajedrez. ¿Sabéis que hasta llegué a jugar una partida con el
esposo del rey?
– ¿Y ganó?
–No–replicó él, disgustado–. No era capaz de concentrarse en el
juego. Traté de enseñarlo a Yunho y a sus hermanos, pero lo juegan peor que
algunas mujeres. Sólo el padre podía medirse conmigo.
Chae Young lo miró con seriedad.
–Yo conozco el juego. Al menos, sé mover las piezas.
– ¿De veras?
–Sí. Yo enseñé a Jaejoong a jugar, aunque nunca pudo derrotarme.
Era como la reina: siempre preocupado por otros problemas. No podía
concentrarse como el ajedrez merece.
Woo Bin vaciló.
–Si vamos a pasar aquí algún tiempo, tal vez podáis darme algunas
lecciones. Os agradecería cualquier ayuda.
Woo Bin suspiró. Tal vez fuera buena idea. Cuando menos, les
ayudaría a matar el tiempo.
tienen razón ya no se sentirá tan sola la mama de Jae pues ya tiene compañía y que se lo pasen jugando así el tiempo pasa mas pronto
ResponderEliminarGracias
Jajaja... Vpresiento Que Woo Bin pronto contraerá nupcias y será padrastro de Jae😀😀😀...
ResponderEliminarPobre Yunho está muy mal, ojala logren ayudarlo a que este por lo menos fuerte para poder escapar.
Gracias!!!💗💕💞
Un romance comienza a nacer entre la madre de JJ y el guardia… emocionante.
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