lunes, 29 de mayo de 2017

Promesa Audaz: Capítulo 14

Capítulo 14

–Señor –dijo Min Woo, tomando la mano de Jaejoong para besársela. Él mantuvo los ojos bajos, como por timidez–. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que os vi, pero en este período vuestra belleza ha aumentado. Venid a sentaros conmigo a la mesa. Hemos preparado una cena tardía para vos.
Lo condujo hasta una larga mesa instalada en un estrado. El mantel era viejo y estaba cubierto de manchas, la vajilla era de peltre, llena de abolladuras. Una vez sentados, él se volvió a mirarlo.
– ¿Es cómoda vuestra alcoba, señor?
–Sí–respondió él con serenidad.
El hombre sonrió, hinchando un poco el torso.
–Vamos, señor mío, no necesitáis temerme.
“¡Temerte!” Pensó él furioso, sin dejar de mirarlo a los ojos. Pero se repuso.
–No es miedo lo que siento, sino extrañeza. No estoy habituado a la compañía de los hombres. Y los que conozco... no han sido bondadosos conmigo.
Él le tomó una mano.
–Yo corregiría eso, si pudiera. Sé mucho de vos, aunque apenas nos conozcamos. ¿Sabíais que yo era amigo de vuestros hermanos?
–No–respondió él, atónito, lo ignoraba. ¿Fue entonces cuando mi padre me prometió a vos en matrimonio?–Preguntó con ojos dilatados por la inocencia.
–Sí... no...–tartamudeó  Min Woo.
–Ah, comprendo, señor. Fue tras la temprana muerte de mis queridos hermanos.
– ¡Sí! ¡Fue entonces!– Min Woo sonrió.
–Mis pobres hermanos tenían muy pocos amigos. Me alegro de que contaran con vos por un tiempo. ¡En cuanto a mi padre...! No quiero hablar mal de un muerto, pero siempre olvidaba dónde había guardado las cosas. Tal vez olvidó dónde había guardado el contrato de compromiso matrimonial.
–No hubo...–pero Min Woo bebió un sorbo de vino para ahogar sus propias palabras. No podía admitir que ese documento no existía.
Jaejoong apoyó una mano trémula en su antebrazo.
– ¿He dicho algo equivocado? ¿Me castigaréis vos?
Min Woo volvió a mirarlo apresuradamente y notó que tenía lágrimas en los ojos.
–Dulce Jaejoong –dijo, besándole apasionadamente la mano–, ¿cómo puede el mundo funcionar tan mal que un encantador inocente como vos tema tanto a los hombres?
Jaejoong se enjugó ostentosamente una lágrima.
–Perdonadme. Conozco a tan pocos y...–Bajó la mirada.
– ¡Venga una sonrisa! Pedidme cualquier cosa, cualquier tarea, y quedará satisfecha.
Jaejoong levantó inmediatamente la vista.
–Me gustaría que mi madre estuviera alojada en una habitación mejor–dijo con firmeza–. Tal vez en las mías.
– ¡Mi señor!–Interrumpió Sir Arthur, sentado al otro lado del muchacho. Había escuchado con atención cada una de aquellas palabras–. En el tercer piso hay demasiada libertad.
Min Woo frunció el entrecejo. Nada deseaba tanto como complacer a aquel dulce y tímido cautivo. Y recibir una reprimenda delante de él no era muy beneficioso. Arthur comprendió de inmediato su error.
–Sólo quiero decir, señor, que ella tendría que contar con un guardia de confianza por su propio bien–miró a Jaejoong –. Decid, mi señor: si pudieseis tener a un solo guardia, ¿a quién elegiríais?
–Pues a Woo Bin–respondió él de inmediato.
En cuanto hubo pronunciado esas palabras, sintió deseos de morderse la lengua. Arthur le echó una mirada satisfecha antes de volverse hacia Min Woo.
–Ya veis. Acaba de elegir al custodio de Lady Chae Young.
“Y así quedo sin ayuda por si quisiera escapar” comprendió Jaejoong. Sir Arthur lo miraba como si pudiera leerle los pensamientos.
– ¡Excelente idea!–Dijo Min Woo–. ¿Os complace eso, mi señor?
El muchacho no halló una excusa que le permitiera conservar a Woo Bin; de cualquier modo, tal vez esa ausencia le otorgara más libertad de acción.
–Me complacería en sumo grado, señor mío–respondió con dulzura–. Sé que Woo Bin cuidará bien de mi madre.
–Y ahora podemos atender asuntos más agradables. ¿Qué os parece una cacería para mañana?
– ¿Una cacería, señor? Yo...
– ¿Sí? Podéis hablarme con franqueza.
–Es un deseo tonto.
–Podéis expresarlo, si–afirmó Min Woo con una sonrisa tolerante.
–Hace muy poco que he abandonado mi hogar y siempre he estado confinado en una sola parte de la finca. No conozco estos castillos antiguos. ¡Os reiréis de mí!
–Nada de eso– Min Woo reía.
–Me gustaría verlo todo: los establos, los corrales y hasta la granja.
–En ese caso, mañana haremos un recorrido completo–sonrió el dueño de casa–. Es una petición sencilla. Haría cualquier cosa por complaceros, señor.
Sus ojos ardían al mirarlo. Jaejoong bajó la mirada, sobre todo para disimular la furia que centelleaba en los suyos.
–Creo que estoy muy cansado, señor. ¿Me disculpáis?
–Desde luego. Un deseo vuestro es una orden para mí–el caballero se levantó para ofrecerle la mano y ayudarlo a levantarse.
Woo Bin se mantenía muy cerca, con los brazos cruzados contra el pecho.
–Querría intercambiar una palabra con mi custodio–pidió el joven, acercándose sin esperar respuesta–. Sir  Arthur te ha nombrado guardián de mi madre–informó sin preámbulos.
–No aceptaré. Lord Yunho...
– ¡Silencio!–Ordenó él, apoyándole una mano en el brazo–. No quiero que se nos oiga. ¿Qué motivo darías para no abandonar mi puerta? Ese tonto cree que ya soy suyo.
– ¿Se ha tomado atrevimientos?
–No, todavía no, pero lo intentará. Tienes que permanecer con mi madre. No creo que Sir Arthur la deje salir de esa covacha húmeda sí tú te niegas. Y ella no podrá resistir allí mucho tiempo.
–Pensáis demasiado en vuestra madre y muy poco en vos mismo.
–No, te equivocas. Yo estoy a salvo, pero ella podría enfermar de los huesos. Si yo estuviera en un cuarto húmedo exigiría lo mismo.
–Mentís–acusó Woo Bin secamente–. Si no fuerais tan terco, en estos momentos podríais estar sano y salva en vuestra casa.
– ¿Y ahora me vas a dar sermones?–Protestó Jaejoong, exasperado.
–De nada servirá. Sólo acompañaré a Lady Chae Young si prometéis no hacer tonterías.
–Por supuesto. Puedo jurarlo, si quieres.
–Sois demasiado parlanchin, pero no hay tiempo para discutir. Ya vienen. Espero recibir mensajes frecuentes. Tal vez eso me impida pensar en las torturas que me aplicará Lord Yunho.
Cuando Jaejoong y su doncella quedaron solas, Joan estalló en una carcajada.
– ¡Nunca he visto representación como la de esta noche, señor!–Festejó–. Vos podríais actuar. ¿Dónde aprendisteis esa treta de tocarse un ojo con la uña para mostrar lágrimas?
El joven ahogó una exclamación. Las palabras de su doncella le recordaron vívidamente a Yoon Ji en brazos de Yunho.
–La aprendí de una mujer que vive en medio de las mentiras–respondió, ceñudo.
–Quienquiera que sea ha de ser insuperable. Yo misma estaba ya medio convencida. Espero que hayáis conseguido lo que buscabais.
– ¿Cómo sabes que buscaba algo?
–No hay otra razón para que se muestren las lágrimas a un hombre.
Jaejoong volvió a pensar en Yoon Ji.
–No, en efecto–murmuró.
– ¿Conseguisteis lo que deseabais?–Insistió Joan.
–En gran parte. Pero ese Arthur me hizo caer en una trampa: Woo Bin ha sido enviado a custodiar a mi madre. ¡Custodiarla! ¡Bah! ¿Cómo puede un prisionero encerrado custodiar a otro? Mi hombre de armas ha sido convertido en dama de compañía y puesto bajo llave. Y yo estoy solo contigo para tratar de organizar la huida de todos.
Joan le desató los lazos del costado.
–No dudo que alejó a Woo Bin porque así le convenía a él.
–No te equivocas. Pero Lord Min Woo es un tonto. La lengua lo pierde. En adelante tendré más cuidado y sólo hablaré con él lejos de Sir Arthur.
–Eso, señor, bien puede ser la más difícil de todas las tareas que haya que cumplir–Joan apartó los cobertores.
– ¿Qué vas a hacer, Joan?–Preguntó Jaejoong al ver que su doncella se pasaba un peine por el pelo castaño.
–Voy a buscar a Lord Yunho –sonrió la muchacha. Ambos estaban tomando un plano de casi igualdad–. Mañana, cuando nos veamos, tendré noticias de él.
Jaejoong apenas oyó la puerta que se cerraba detrás de su doncella. Creía estar demasiado preocupado para dormir, pero no fue así. Se durmió casi de inmediato.
Min Woo y Arthur estaban a un costado del salón grande, Las mesas habían sido retiradas y los hombres de armas estaban extendiendo sus colchones de paja para pasar la noche.
–No confío en él –dijo Sir Arthur por lo bajo.
– ¿Qué no confías en él?–Estalló Min Woo –. ¿Cómo puedes decir algo así después de haberlo visto? Es una flor delicada. Se la ha castigado tanto que siente miedo al menor fruncimiento de cejas.
–No parecía tan asustado cuando exigió un mejor alojamiento para su madre.
– ¡Él no es capaz de exigir! No está en su carácter. Pero le preocupaba el bienestar de Lady Chae Young. Y ese es otro ejemplo de su dulzura.
–Con esa dulzura ha obtenido bastante de vos esta noche. Hasta ha estado a punto de haceros decir que no había un acuerdo escrito con su padre.
– ¿Qué importase?–Exclamó Min Woo–. ¡Él no quiere estar casado con Jung Yunho!
– ¿Cómo estáis tan seguro de eso?
–He oído decir...
– ¡Bah! ¡Rumores! En ese caso, ¿a qué ha venido? No puede ser tan tonto como para creer que aquí no hay peligro para él.
– ¿Estás diciendo que yo soy capaz de hacerle daño?–Acusó Min Woo.
Arthur lo miró con fijeza. Conocía bien a su amo.
–Mientras sea nuevo, no. Vos necesitáis desposarlo antes de poseerlo. Sólo así lo poseeréis de verdad. Si lo tomáis ahora sin la bendición de la Iglesia, él puede acabar odiados a vos como odia a su marido.
– ¡No necesito que me des consejos! Aquí soy el amo. ¿No tienes nada que hacer?
–Sí, mi señor–el tono de Arthur era burlón–. Mañana debo ayudar a mi amo a mostrar nuestras defensas al prisionero.
Se retiró en el instante justo en que Min Woo le arrojaba una copa de vino a la cabeza.
Jaejoong se despertó muy temprano, cuando el cuarto aún estaba a oscuras. De inmediato recordó la promesa de Joan en cuanto a que por la mañana traería noticias de Yunho. Apartó apresuradamente el cobertor y se puso una bata de brocado bizantino, color canela, con flores más claras que la tela y forro de cachemira crema. El jergón donde Joan debía dormir estaba vacío. Jaejoong apretó los dientes, furioso. De pronto empezó a preocuparse. ¿Y si Joan también lo había abandonado? ¿Y si Arthur lo había descubierto espiando?
La puerta se abrió casi en silencio. Su doncella entró en puntillas, con los ojos hinchados.
– ¿Dónde estabas?–Acusó Jaejoong en un susurro tenso.
Joan se llevó la mano a la boca para ahogar el chillido que había estado a punto de emitir.
– ¡Señor, qué susto me habéis dado! ¿Por qué no estáis en vuestra cama?
– ¿Y te atreves a preguntarme a mí por qué no estoy en mi cama?–Por fin Jaejoong logró dominarse. –Anda, dime las noticias. ¿Sabes algo de Yunho? Tornó a la doncella por un brazo y la llevó a rastras hasta la cama. Allí se sentaron de piernas cruzadas en el grueso colchón de plumas. Pero los ojos de Joan no podían enfrentarse a la intensa mirada de su amo.
–Sí, mi señor, lo he hallado.
– ¿Está bien?–Insistió el joven.
Joan aspiró hondo y se lanzó a la descripción.
–Me costó mucho encontrarlo. Está bien custodiado en todo momento y la entrada es... difícil–sonrió–. Pero, por suerte, uno de los guardias pareció prendarse de mí. Pasamos mucho tiempo juntos. ¡Qué hombre! Estuvo toda la noche...
– ¡Joan!–Exclamó Jaejoong, seco–. Me estás ocultando algo, ¿verdad? ¿Qué pasa con mi esposo? ¿Cómo está?
Joan miró a su amo y empezó a hablar, pero dejó caer la cara entre las manos.
–Es demasiado horrible, señor mío. Es increíble que pudieran hacerle algo así a un noble como él. ¡Ni al peor de los siervos se lo trata de ese modo!
–Dime–indicó Jaejoong con voz mortífera–, cuéntamelo todo.
Joan levantó la cabeza, luchando contra las lágrimas y las náuseas.
–En el castillo muy pocos saben que está aquí. Lo trajeron solo, durante la noche, y... lo arrojaron allí abajo.
– ¿Abajo de dónde?
–Hay un espacio bajo el sótano, señor; poco más que un agujero excavado entre los cimientos de la torre. El agua del foso se filtra por el suelo y allí pululan cosas...animales escurridizos...
– ¿Y allí es donde tienen a Yunho?
–Sí, señor–dijo Joan en voz baja–. El techo de ese agujero es el suelo del sótano; se trata de un hueco muy profundo. La única manera de descender es por una escalerilla.
– ¿Has visto ese lugar?
–Sí, señor–la muchacha inclinó la cabeza–. Y he visto también a Lord Yunho.
Jaejoong la sujetó ferozmente por los brazos.0do...? Acabo de explicaros que él está casi muerto, que no se le puede rescatar. No podéis llevarle un banco pensando que nadie caerá en la cuenta. Comida sí, tal vez, pero...
La interrumpió la mirada de Jaejoong. Su amo era menudo, pero cuando esos ojos adquirían tanta dureza no había modo de desobedecer.
–Sí, mi señor –dijo con mansedumbre–. Un banco, botas, ropas de sierva y... y una caja con flejes de hierro a la medida de vuestro vientre–añadió sarcástica.
–A la medida de mi vientre, si–concordó Jaejoong sin humor–. Ahora ayúdame a vestirme.
Recogió una enagua de seda amarilla del arcón grande que tenía junto a la cama. Tenía veinte botones de perla entre el codo y la muñeca. Sobre eso se puso un traje de terciopelo color oro viejo con anchas mangas colgantes. De la cintura hasta el bajo le pendía un cinturón de cordones de seda parda a los que se habían enhebrado perlas.
Joan tomó un peine de marfil para desenredarle la cabellera.
–No dejéis entrever que os preocupáis por Lord Yunho.
–No necesito que me lo digas. Ve en busca de las cosas que necesito. Y que nadie te vea con ellas.
–No puedo andar por allí cargando con un banco sin que nadie me vea.
– ¡Joan!
–Sí, señor. Haré lo que vos mandéis.
Después de haber pasado la mañana visitando establos y granjas, Min Woo le dijo:
–Seguramente estáis muy cansado, señor, y esto tiene muy poco interés para vos.
– ¡Oh, al contrario!–Sonrió Jaejoong –. ¡Qué gruesas son las murallas del castillo!–Exclamó con los ojos muy abiertos en un gesto de inocencia.
El castillo era muy simple: contenía una sola torre de piedra de cuatro plantas dentro de una muralla única, que superaba los tres metros y medio de espesor. En su parte alta había unos pocos guardias, pero parecían soñolientos y poco alertas.
–Tal vez el señor quiera inspeccionar la armadura de los caballeros en busca de defectos–observó Arthur, mirándolo con atención.
Jaejoong se las compuso para mantenerse inexpresivo.
–No sé de qué me habláis, señor–dijo, confundido.
– ¡Tampoco yo, Arthur!–Agregó Min Woo.
Arthur no contestó. Se limitaba a mirar a Jaejoong. Él comprendió que tenía un enemigo: el caballero había interpretado con facilidad su interés por las fortificaciones.
Se volvió hacia Min Woo.
–Estoy más cansado de lo que pensaba. En verdad el recorrido ha sido largo. Tal vez tenga que descansar.
–Por supuesto, señor.
Jaejoong quería alejarse de él, liberarse de aquella mano que se posaba con demasiada frecuencia en su brazo o en su cintura. Fue un alivio dejarlo a la puerta de su alcoba. Cayó en la cama completamente vestido. Durante toda la mañana no había pensado sino en lo que Joan le dijera de Yunho. Lo imaginaba medio muerto por la mugre de aquel horrible lugar en donde lo tenían.
Cuando se abrió la puerta, él no prestó la menor atención. A las mujeres y hombres como el de la nobleza rara vez se les permitía la intimidad. Las doncellas entraban en sus habitaciones y salían de ellas sin cesar. Pero ahogó una exclamación ante el contacto de una mano masculina en su cuello.
– ¡Lord Min Woo!–Exclamó, echando un rápido vistazo a su alrededor.
–No temas–dijo él en voz baja–. Estamos solos. Yo me he encargado de eso. Los Sirvientes saben que aplico duros castigos cuando se me desobedece.
Él estaba desconcertado y trémulo.
– ¿Me temes?–Preguntó él con ojos danzantes–.No hay motivos. ¿No sabes que te amo? Te he amado desde la primera vez que te vi. Yo esperaba en medio de la procesión que te siguió hasta la iglesia. ¿He de decirte cómo te vi?–Recogió un rizo de su cabellera para enroscárselo al brazo–. Saliste a la luz del sol y fue como si el día se oscureciera ante tu fulgor. El de tu vestido de oro y tus ojos de oro.
Mostró en alto el mechón, frotándolo con los dedos de la otra mano contra su palma.
– ¡Cuánto deseé entonces tocar estas finas hebras! En aquel momento supe que estabas destinado a ser mío. ¡Pero te casaste con otro!–Acusó.
Jaejoong estaba asustado: no por lo que él podía hacerle, sino por lo que perdería si él lo tomaba en ese momento.
Sepultó la cara en las manos como si estuviera llorando.
– ¡Mi señor! ¡Mi dulce Jaejoong! Perdóname. ¿Qué he hecho?–Preguntó Min Woo, desconcertado.
Él hizo un esfuerzo por recobrarse.
–Soy yo quien debe pedir perdón. Es que los hombres...
– ¿Los hombres qué? Puedes contarme todo. Soy tu amigo.
– ¿De veras?–Inquirió él con ojos suplicantes y demasiado ingenuos.
–Sí–susurró Min Woo, devorándolo como podía.
–Ningún hombre ha sido amigo mío hasta ahora. Primero, mi padre y mis hermanos... ¡No, no debo hablar mal de ellos!
–No hace falta–dijo Min Woo, tocándole el dorso de la mano con la punta de los dedos–. Yo los conocía bien.
– ¡Y después, mi esposo!–Exclamó él con ferocidad.
Min Woo parpadeó.
– ¿Te disgusta? ¿Es cierto eso?
Los ojos centellearon con tanto odio que él quedó desconcertado. Por un momento tuvo la sensación de que iba dirigido a él y no al marido.
– ¡Todos los hombres son iguales!–Exclamó él, furioso–. Sólo quieren una cosa, y si no se le da por las buenas, se le toma por la fuerza. ¿Sabéis lo horrible que es la violación?
–No, yo...– Min Woo estaba confundido.
–Los hombres poco saben de las cosas buenas de la vida: la música y el arte. Me gustaría creer que existe un hombre en la tierra capaz de no manosearme ni exigir nada.
Min Woo lo miró con astucia.
–Y si encontraras a un hombre así, ¿cómo lo recompensarías?
Él sonrió con dulzura.
–Lo amaría con todo mi corazón–dijo simplemente.
Él le besó la mano con ternura, mientras Jaejoong bajaba los ojos.
–Te tomo la palabra–dijo Min Woo en voz baja–, pues soy capaz de todo para ganar tu corazón.
–A nadie ha pertenecido sino a vos–susurró él.
El dueño de casa le soltó la mano y se puso de pie.
–Te dejaré descansar. Recuerda que soy tu amigo y que estaré cerca cuando me necesites.
En el momento en que él salía, Joan entró disimuladamente.
– ¡Señor Jaejoong! ¿Ese hombre...?
–No, no ha pasado nada–aseguró él, recostándose contra la cabecera de la cama–. Logré disuadirlo.
– ¡Disuadirlo! Por favor, explicadme... No, no lo hagáis. No tengo ninguna necesidad de saber cómo disuadir a un hombre que desee hacerme el amor. Pero vos habéis sabido hacerlo bien. ¿Podréis mantenerlo a raya?
–No sé, Me cree ingenuo y acobardado. No sé cuánto tiempo podré mantenerlo engañado. ¡Me odio por mentir así!–Jaejoong giró hacia su doncella–. ¿Está todo listo para esta noche?
–Sí, aunque no ha sido fácil.
–Se te recompensará bien cuando salgamos de aquí... si salimos. Ahora busca a otras mujeres y prepárame un baño. He sido tocado por ese hombre y necesito restregarme.
* * *
Woo Bin se paseaba por el cuarto con fuertes pasos. De pronto tropezó con algo sepultado entre los juncos y lo pateó con ira. Era un hueso viejo y seco que salió disparado contra la pared.
–Dama de compañía–maldijo.
Encerrado con llave dentro de un cuarto, sin libertad alguna y con la única compañía de una mujer que le tenía miedo.
En verdad, no era culpa de ella. Se volvió para mirarla; estaba acurrucada bajo un cubrecama, delante del brasero. Él sabía que sus largas faldas ocultaban un tobillo gravemente distendido, que la mujer había disimulado ante el hijo.
De pronto se olvidó de la rabia. De nada servía dejarse carcomer por ella.
–Qué mala compañía soy–protestó mientras ocupaba un banquillo al otro lado del brasero. Chae Young lo miró con ojos asustados. Él había conocido a su marido y se avergonzó de inspirarle el mismo miedo–. No sois vos la que me enfada, mi señora, sino vuestro hijo. ¿Cómo es posible que una dama serena y sensata como vos haya gestado a ese mocoso terco? Quería rescatar a dos prisioneros y ahora tiene que salvar a tres... sin más ayuda que esa alocada doncella.
Vio que Chae Young sonreía con puro orgullo.
– ¿Os enorgullecéis de semejante hijo?–Observó, atónito.
–En efecto. Él no teme a nada. Y siempre piensa primero en los demás.
–Debisteis enseñarle a temer–criticó Woo Bin apasionadamente–. A veces el miedo es bueno.
–Si fuera hijo vuestro, ¿le habrías enseñado a temer?
–Le habría enseñado a...–Pero Woo Bin se interrumpió. Por lo visto, de nada servían los castigos; sin duda Tae Woong se los habría aplicado con saña. Acabó por sonreír–. No creo que se le pudiera enseñar. Pero si fuera hijo mío...–sonrió más aún–. Si fuera mío, estaría orgulloso de él. Pero dudo de que una belleza tal hubiese podido nacer de una fealdad como la mía.
–Oh, pero si vos no sois feo en absoluto–exclamó Chae Young, ruborizada.
Woo Bin la miró con fijeza por primera vez. Durante la boda le había parecido una mujer descolorida y vieja. Ahora se daba cuenta de que no era una cosa ni la otra. Había mejorado mucho en las cuatro semanas pasadas sin Tae Woong; ya no parecía tan nerviosa, y sus mejillas huecas se iban rellenando. Exceptuando el pico de viuda, llevaba la cabellera cubierta. Y sus ojos parecían tener diminutas chispas doradas.
– ¿Por qué me miráis tanto, señor?
Con su habitual franqueza, Woo Bin dijo lo que pensaba:
–Vos no sois vieja.
–Este año cumpliré treinta y tres años–respondió ella–. Es edad avanzada para una mujer.
– ¡Bah! Sé de una de cuarenta que...–pero el caballero se interrumpió con una sonrisa–. Tal vez no es historia para contar a una dama. De cualquier modo, a los treinta y tres años se dista mucho de ser vieja. –De pronto, se le ocurrió una idea. – ¿Sabéis que ahora sois una mujer rica? Sois una viuda con grandes propiedades. Pronto estarán los hombres llamando a vuestra puerta.
–No–rió ella con las mejillas arrebatadas–, bromeáis.
–Una viuda rica y bella, por añadidura–insistió Woo Bin –. Lord Yunho tendrá que abrirse paso entre ellos a espada limpia para elegiros esposo.
– ¿Esposo?– Chae Young se puso bruscamente seria.
– ¡Vamos, no pongáis esa cara!–Ordenó Woo Bin –. Pocos son tan villanos como el que vos conocisteis.
Chae Young parpadeó ante aquella expresión, que debería de haberle parecido grosera. En Woo Bin, en realidad, era la manifestación de un hecho.
–Lord Yunho hallará un buen marido para vos.
Ella lo miró como si calculara.
– ¿Habéis estado casado, Woo Bin?
Él tardó un momento en responder.
–Sí, una vez, siendo muy joven. Ella murió de peste.
– ¿No hubo hijos?
–No, ninguno.
– ¿La... amabais?–Preguntó Chae Young con timidez.
–No–respondió él, muy franco–. Ella era una criatura de mente sencilla. Por desgracia, yo no soporto la estupidez, ni en el hombre, ni en el caballo, ni en la mujer–rió entre dientes, como por algún pensamiento secreto–. Cierta vez me jacté de que só1o entregaría mi corazón a la mujer que supiera jugar bien al ajedrez. ¿Sabéis que hasta llegué a jugar una partida con el esposo del rey?
– ¿Y ganó?
–No–replicó él, disgustado–. No era capaz de concentrarse en el juego. Traté de enseñarlo a Yunho y a sus hermanos, pero lo juegan peor que algunas mujeres. Sólo el padre podía medirse conmigo.
Chae Young lo miró con seriedad.
–Yo conozco el juego. Al menos, sé mover las piezas.
– ¿De veras?
–Sí. Yo enseñé a Jaejoong a jugar, aunque nunca pudo derrotarme. Era como la reina: siempre preocupado por otros problemas. No podía concentrarse como el ajedrez merece.
Woo Bin vaciló.
–Si vamos a pasar aquí algún tiempo, tal vez podáis darme algunas lecciones. Os agradecería cualquier ayuda.

Woo Bin suspiró. Tal vez fuera buena idea. Cuando menos, les ayudaría a matar el tiempo.

3 comentarios:

  1. tienen razón ya no se sentirá tan sola la mama de Jae pues ya tiene compañía y que se lo pasen jugando así el tiempo pasa mas pronto
    Gracias

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  2. Jajaja... Vpresiento Que Woo Bin pronto contraerá nupcias y será padrastro de Jae😀😀😀...

    Pobre Yunho está muy mal, ojala logren ayudarlo a que este por lo menos fuerte para poder escapar.

    Gracias!!!💗💕💞

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  3. Un romance comienza a nacer entre la madre de JJ y el guardia… emocionante.

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