Capítulo 16
En medio del silencio del castillo, Arthur se permitió, por fin,
un estallido de furia. Sabía que era preciso dominar su carácter, pero había
visto demasiado en un solo día.
– ¡Sois un tonto!–Dijo con una mueca despectiva–. ¡Ese hombre os
pulsa como un músico magistral a su salterio y vos no os dais cuenta!
–No te sobrepases–advirtió Min Woo.
– ¡Pues alguien debe hablar! Vos estáis tan ciego por él que os
dejaríais clavar un puñal entre las costillas y sólo murmuraríais “¡Gracias!”.
Min Woo hundió súbitamente la vista en su copa de cerveza.
– ¡Dulce! ¡Bah! ¡Dulce como un limón! Lleva tres días aquí y
¿cuánto habéis progresado en vuestras negociaciones para la anulación del
matrimonio? ¿Qué dice él cuando vos se lo pedís?–No le dio tiempo a responder.
–Ese hombre se vuelve sordo cuando le conviene. A veces, se limita a mirar con
una sonrisa cuando le estáis haciendo una pregunta. Se diría que es sordomudo.
Y vos, en vez de presionarlo, lo miráis con otra sonrisa estúpida.
–Es bello–dijo Min Woo por defenderlo.
–Es tentador, sí–reconoció Arthur. Y sonrió para sus adentros. Kim
Jaejoong empezaba a agitarle la sangre, en verdad, aunque no de la manera santa
que afectaba a Min Woo –. Pero ¿qué se logra con su belleza, si vos no estáis
más cerca del objetivo que cuando él llegó?
Min Woo plantó su copa en la mesa.
– ¡Es un hombre, diablos, no un hombre con quien se pueda razonar!
Es preciso cortejarlo, conquistarlo. A los hombres como él se les ama. Además,
recuerda a su padre y a ese villano marido con quien lo casaron. Lo han
asustado.
– ¡Que lo han asustado!–Bufó Arthur–. En mi vida he visto a hombre
menos asustado. Un hombre asustado se habría quedado en su casa y en su cama,
tras las murallas de su castillo. Este, en cambio, viene a caballo hasta
nuestras puertas y...
– ¡Y no pide nada!–Apuntó Min Woo, triunfal–. Sólo pide mejor
alojamiento para su madre, algo muy simple. Pasa sus días conmigo y me ofrece
una compañía agradable. Ni siquiera ha preguntado por la suerte de su marido. Eso
te demuestra que no se interesa por él.
–No estoy tan seguro–observó Arthur, pensativo–.No me parece
natural que se interese tan poco por él.
– ¡Te digo que lo odia! No sé por qué no lo matas para terminar
con el asunto. Me casaría con él junto al cadáver de ese hombre, si el sacerdote
lo permitiera.
– ¡Y el rey se os echaría a vos encima! Es un hombre rico. Su padre
tenía el derecho de entregarlo a un hombre, pero él ha muerto. Ahora sólo el
rey tiene ese derecho. En cuanto el marido muera, él se convertirá en pupilo
del rey; el producto de sus fincas es ingreso real. ¿Creéis vos que el rey
entregaría a una viuda rica al hombre que torturó y mató a su marido? Y si vos
lo tomarais sin permiso, lo encolerizaríais más aún, Lo he dicho una y otra
vez: no hay otra solución que llevarla ante el rey para que pida públicamente
ser liberado de sus vínculos matrimoniales y entregado a vos. El rey, que ama a
su esposo, se dejará conmover por esos sentimentalismos.
–En ese caso, estoy procediendo con corrección–insistió Min Woo –.
Hago que el hombre me ame. Le veo el amor en los ojos cuando me mira.
–Repito que sois tonto; no veis sino lo que deseáis ver. No estoy
seguro de que él no esté planeando algo. Una fuga, tal vez.
– ¿Fugarse de mí, que no lo retengo cautivo? Está en libertad de
ir adonde quiera.
Arthur miró a aquel hombre con asco. No sólo era tonto, sino
también imbécil. Por su parte, si no se andaba con cautela, vería sus
cuidadosos planes destruidos por un dios de ojos oscuros.
– ¿Decís que odia a su marido?
–Sí. Lo sé de seguro.
– ¿Tenéis pruebas de eso, aparte del chismorreo de los Sirvientes?
–Nunca lo menciona.
–Tal vez lo ama tanto que le duele mencionarlo–apuntó Arthur,
burlón–. Quizá convenga poner a prueba ese odio.
Min Woo vaciló.
–Al parecer, ya no estáis tan seguro de él.
– ¡Lo estoy! ¿Qué planeas?
–Sacaremos a su marido del foso y lo pondremos ante él, para
observar sus reacciones. ¿Gritará de horror al verlo como debe de estar a estas
horas? ¿O se alegrará de verlo así torturado?
–Se alegrará–aseguró Min Woo.
–Esperemos que vos tengáis razón. Pero no lo creo así.
Las habitaciones que Jaejoong había conseguido para Chae Young eran
espaciosas, aireadas y más limpias. Una fuerte mampara de madera, clavada a las
paredes del tercer piso, creaba un aposento separado del resto del castillo,
protegido por una puerta de roble que medía diez centímetros de espesor.
Los muebles eran escasos. Una cama grande con doseles de hilo
pesado ocupaba un rincón. Al otro lado de la alcoba había un jergón de paja.
Dos personas sentadas junto al brasero encendido inclinaban las cabezas sobre
un tablero de ajedrez colocado encima de una mesita baja.
– ¡Ganáis otra vez!–Exclamó Won Bin, atónito.
Chae Young le sonrió.
–Pues vos parecéis complacido.
–En efecto. Al menos no me he aburrido en estos días.
En el tiempo transcurrido desde que estaban juntos, Won Bin había
visto muchos cambios en ella. Había aumentado de peso y sus mejillas estaban
perdiendo la oquedad. Además, se mostraba más relajada en presencia de él. Ya
no desviaba la vista de lado a lado. En realidad, rara vez apartaba los ojos de
su compañero.
– ¿Creéis que mi hijo está bien?–Preguntó Chae Young, volviendo
las piezas a sus posiciones originales.
–Sólo puedo adivinar. Creo que, si hubiera sufrido algún daño, lo
sabríamos. No creo que Min Woo perdiera mucho tiempo en hacernos seguir el
mismo destino.
Chae Young asintió. La dura franqueza de Won Bin le resultaba
refrescante después de haber pasado tanto tiempo entre mentiras. No había
vuelto a ver a Jaejoong desde aquella primera noche. De no haber sido por la
serenidad de su compañero, habría enfermado de preocupación.
– ¿Jugamos otra partida?–Preguntó.
–No. Necesito un descanso a vuestros ataques.
–Es tarde. Tal vez...–comenzó ella, renuente a acostarse y
abandonar aquella grata compañía.
– ¿Queréis sentaros a mi lado un momento?–preguntó él,
levantándose para atizar las brasas.
–Sí–sonrió ella.
Era la parte del día que más le gustaba: el hecho de que Won Bin
la llevara de un lado a otro en sus fuertes brazos.
Estaba segura de que su tobillo había curado, pero él no hacía
preguntas y Chae Young prefería no mencionarlo.
Won Bin miró la cabeza apoyada en su hombro.
–Día a día os parecéis más a vuestro hijo–comentó mientras la
llevaba a una silla más próxima al fuego–. No es difícil ver de dónde ha salido
él tan bonito.
Chae Young no respondió; se limitó a sonreír contra aquel hombro,
disfrutando de su fuerza. Apenas Won Bin la había depositado en la silla cuando
la puerta se abrió de par en par.
– ¡Madre!–Exclamó Jaejoong, corriendo a los brazos abiertos de Chae
Young.
–Estaba preocupada por ti–dijo la madre, ansiosa–. ¿Dónde te
tenían? ¿Te han hecho daño?
– ¿Qué noticias hay?–Interrumpió la voz grave de Won Bin.
Jaejoong se desprendió de su madre.
–No, no he sufrido daño alguno. No podía venir por falta de
tiempo, Min Woo me tiene ocupado en todo momento. Cuando menciono que quiero
visitaros, busca algún lugar para llevarme–se sentó en un banquillo que Won Bin
le ofrecía–. En cuanto a noticias, he visto a Yunho.
Ni Won Bin ni Chae Young abrieron la boca.
–Lo tienen en un agujero, debajo del sótano. Es un sitio hediondo.
No vivirá mucho tiempo allí. He ido a verlo y...
– ¿Has entrado en ese foso?–preguntó Chae Young, atónita–.
¡Estando embarazado! ¡Has puesto en peligro al niño!
– ¡Silencio!–Ordenó Won Bin –. Dejad que nos cuente cómo está Lord
Yunho.
Jaejoong miró a su madre, que solía acobardarse ante el tono duro
de cualquier hombre. Chae Young se limitó a obedecer sin muestras de miedo.
–Se enfureció conmigo por haber venido y dijo que ya había
dispuesto el rescate. Ha mandado por su hermano Han Sun.
– ¿Por Lord Han Sun?–Exclamó Won Bin, sonriendo–. Ah, sí. Si
resistimos hasta su llegada, estaremos salvados. Sabe dar batalla.
–Es lo que dijo Yunho; que entretenga a Min Woo tanto tiempo como
pueda, a fin de que Han Sun pueda llegar con sus hombres.
– ¿Qué más dijo Lord Yunho?
–Muy poca cosa. Pasó casi todo el tiempo haciendo la lista de mis
errores–repuso el muchacho, disgustado.
– ¿Y puedes entretener a Min Woo guardando distancias?–Inquirió Chae
Young.
Jaejoong suspiró.
–No es fácil Si me toca la muñeca, desliza la mano hasta el codo.
Si la cintura, sube hasta las costillas. No respeto a ese hombre. Si fuera
capaz de sentarse a conversar razonablemente, le entregaría la mitad de las
tierras de Kim a cambio de nuestra libertad. Pero me ofrece guirnaldas de
margaritas y poemas de amor. A veces siento ganas de gritar de frustración.
– ¿Y Sir Arthur?–Preguntó Won Bin–. No lo imagino haciendo guirnaldas
de margaritas.
–No. Él se limita a observarme. No puedo escapar de su mirada.
Tengo la sensación de que planea algo, pero no sé qué.
–Será lo peor, sin duda–afirmó Won Bin–. ¡Cómo lamento no poder
ayudar!
–Por el momento no necesito ayuda. Sólo queda esperar a que llegue
Lord Han Sun para negociar o combatir.
Entonces hablaré con él
– ¿Hablar?– Won Bin arqueó una ceja. – Han Sun no es muy dado a
discutir sus planes de batalla con las mujeres u hombres como tú.
Se oyó un toque a la puerta.
–Tengo que irme, Joan me espera. No sé si conviene que Min Woo
sepa de mi presencia aquí.
–Jaejoong...– Chae Young sujetó a su hijo por el brazo. – ¿Te
cuidas bien?
–Cuanto puedo. Estoy cansado... nada más–y besó a su madre en la
mejilla–. Tengo que irme.
Cuando Won Bin y Chae Young estuvieron solos, él dijo con
severidad:
–No lloréis. Con eso no se arregla nada.
–Lo sé–reconoció la mujer–. Es que él está muy solo. Siempre ha
estado solo.
– ¿Y vos? ¿Acaso no habéis estado siempre sola?
–Yo no importo. Soy vieja.
Won Bin la aferró duramente por los brazos y la levantó hacia él.
– ¡No sois vieja!–Exclamó con apasionamiento. Y la besó.
Chae Young no había sido besada más que por su marido, en los
primeros días de su matrimonio, y el escalofrío que le corrió por la espalda la
llenó de sorpresa. Respondió al beso rodeando el cuello de Won Bin con los
brazos para atraerlo más hacia sí.
Él le besó la mejilla y el cuello, con el corazón palpitante.
–Es tarde–susurró.
La alzó en brazos para llevarla a la cama. Todas las noches le
ayudaba a desabotonar el sencillo vestido, puesto que Chae Young no tenía
doncella. Se mostraba siempre respetuoso y desviaba la vista cuando ella se
acostaba. En esta ocasión la puso de pie junto a la cama y se volvió para
alejarse.
–Won Bin–pronunció ella–, ¿no me vais a ayudar con los botones?
Él se volvió a mirarla, con los ojos oscurecidos por la pasión.
–Esta noche no. Si te ayudara a desvestirte, no subirías sola a
esa cama.
Chae Young lo miró con fijeza. La sangre le palpitaba en todo el
cuerpo. Sus experiencias amorosas habían sido de brutalidad, pero al observar a
Won Bin comprendió que con él sería diferente. ¿Cómo sería acurrucarse feliz
entre los brazos de un hombre? Cuando habló, apenas pudo oír su propia voz.
–Aun así, necesito ayuda.
Won Bin se acercó.
– ¿Estás seguro? Eres una dama. Yo, sólo el vasallo de tu yerno.
–Has llegado a serme muy importante, Won Bin. Ahora quiero que lo
seas todo para mí.
Él le tocó la capucha que le cubría la frente y se la quitó.
–Ven, entonces–sonrió–. Deja que me encargue de esos botones.
Pese a la valerosa expresión de Chae Young, Won Bin le inspiraba
un poco de miedo. Había llegado a amarlo en los últimos días y deseaba darle
algo. No tenía nada que ofrecer, aparte de su cuerpo, y se entregaba como una
mártir. Sabía que los hombres recibían gran placer de la cópula, aunque para
ella fuera sólo algo rápido y bastante sucio. No tenía idea de que pudiera
resultar otra cosa.
Le sorprendió que Won Bin se tomara tiempo para desvestirla.
Esperaba que le arrojara las faldas por encima de la cabeza para terminar de
una vez con aquello, pero él parecía disfrutar tocándola. Sus dedos le
recorrieron las costillas, provocándole pequeños escalofríos. La miraba,
sonriéndole con calidez, como si su cuerpo le gustara. Después le cubrió los
pechos con las manos y Chae Young ahogó una exclamación de placer. Volvió a
besarla, en tanto ella, con los ojos abiertos, descubría la maravilla. Esa
suavidad le descargaba oleadas de deleite por todo el cuerpo. Cerró los ojos y
se recostó contra él, ciñéndolo con los brazos. Nunca antes había sentido esas
cosas.
Won Bin la apartó para comenzar a desvestirse. El corazón de Chae
Young parecía desbocado.
–Yo lo haré–se oyó decir, asombrada por su propia audacia.
Won Bin le sonrió con la misma expresión que ella sentía, pasión
desatada.
Era la primera vez que Chae Young desvestía a un hombre,
exceptuando a los visitantes a quienes ayudaba a bañar. El cuerpo de Won Bin
era fuerte y musculoso; ella le tocaba la piel cada vez que una prenda caía al
suelo. Le rozó el brazo con los pechos y pequeñas chispas le recorrieron el
cuerpo.
Una vez desnudo, Won Bin levantó a Chae Young y la depositó
cuidadosamente en la cama. Ella experimentó un momento de pena al pensar que ya
terminaban los goces y empezaba el dolor, pero él le levantó un pie y lo apoyó
en su propio regazo. Desató la liga y le quitó la media, besándole cada
centímetro de piel. Cuando hubo llegado a la punta del pie, Chae Young ya no
resistía más. Su cuerpo lo pedía a gritos. Won Bin rió guturalmente y le apartó las
manos ansiosas. Pasó una eternidad antes de que él le quitara a besos la otra
media.
Chae Young se recostó contra las almohadas, debilitada. Cuando Won
Bin la besó, ella le hundió las manos en los hombros. Pero la tortura no había
terminado. Él se dedicó a trabajar sobre sus pechos con la lengua y los
dientes, mordisqueando las puntas rosadas y duras. Chae Young gimió, sacudiendo
la cabeza.
Won Bin tendió lentamente una pierna sobre ella. Después, todo su
peso. ¡Qué agradable resultaba! ¡Qué fuerte y pesado era! En la penetración Chae
Young gritó, sintiendo que era una virgen en cuestiones de placer: si su esposo
la había utilizado, Won Bin le hacia el amor.
Su pasión fue tan fiera como la de Won Bin. Culminaron juntos en
una tremenda explosión. Él la estrechó contra sí, sujetándola con un brazo y
una pierna, como si temiera verla escapar. Chae Young se acurrucó a su lado.
Habría querido deslizares dentro de su piel. Su cuerpo comenzaba a relajarse,
en el delicioso placer posterior a una noche de amor.
Se quedó dormida con la suave respiración de Won Bin en el oído y
en el cuello.
* * *
Jaejoong, sentado a la mesa entre Min Woo y Arthur, mordisqueaba
la comida mal preparada sin poder tragarla. Aunque hubieran sido los platos más
deliciosos, habría dado igual. Vestía una enagua de seda color crema y un
vestido de terciopelo azul. Las grandes mangas pendientes estaban forradas de satén
azul bardado con diminutas medialunas de oro. Un cinturón de filigrana dorada,
con un solo zafiro en la hebilla, le ceñía la cintura.
Min Woo lo tocaba sin pausa; en las muñecas, en el brazo, en el
cuello. No parecía notar que estaban en público. Pero Jaejoong tenía aguda
conciencia de los veinticinco caballeros que lo observaban desembozadamente.
Sentía el cálculo de aquellos ojos. Ensartó con el tenedor un trozo de carne,
lamentando que no fuera el corazón de Min Woo. El propio orgullo era algo duro
de tragar.
–Jaejoong –susurró Min Woo–, podría devorarte–le presionó los
labios contra el cuerpo. Jaejoong sintió un escalofrío de asco–. ¿Por qué
esperar? ¿No te das cuenta de que te amo? ¿No sientes mi deseo?
Jaejoong se mantuvo rígido, negándose a permitir que su cuerpo se
apartara. Él le mordisqueó el cuello y le frotó el hombro con la nariz, sin que
él pudiera expresar sus sentimientos.
–Señor–logró decir, después de tragar varias veces con
dificultad–, ¿habéis olvidado vuestras propias palabras? ¿No dijisteis acaso
que teníamos que esperar
–No puedo–jadeó él–. No puedo esperarte más.
– ¡Pero así tiene que ser!–Protestó Jaejoong con más fastidio del
que había querido demostrar, apartando la mano con violencia–. Escuchadme. ¿Qué
pasaría si yo cediera a mi pasión y os permitiera venir a mi lecho? ¿No pensáis
que podría haber un hijo? ¿Y qué diría el rey si nos presentáramos ante él con
mi vientre hinchado? ¿Quién no pensaría que la criatura era de mi esposo? No
puede haber anulación si yo llevo un hijo suyo. Y vos sabéis que es el Papa
quien debe otorgar el divorcio. He oído que en eso se tarda años.
–Jaejoong...–empezó Min Woo.
Pero se interrumpió. Las palabras de Jaejoong tenían sentido.
Además, halagaban su vanidad. ¡Qué bien recordaba a Kim Tae Woong diciendo que
daba a su hijo a la familia Jung porque deseaba nietos varones! Por su parte,
él estaba muy seguro de poder tener con él hijos varones. Jaejoong tenía razón:
si se acoplaban, harían un hijo en la primera ocasión. Tomó un buen trago de
vino, mezclando en su mente el orgullo y la frustración.
– ¿Cuándo nos presentaremos ante el rey, señor?–Preguntó Jaejoong sin
rodeos, pensando que quizá pudiera fugarse durante el viaje.
Aunque estaban sentados a la mesa de la cena, Min Woo prestaba
poca atención a los presentes. Fue Arthur quien respondió.
– ¿Estáis ansioso por declarar ante el rey vuestro deseo de que
vuestro matrimonio sea anulado?–Inquirió.
Jaejoong no dio respuesta alguna.
–Vamos, señor, somos amigos. Podéis hablar con entera franqueza.
¿Sentís por Lord Min Woo una pasión tan profunda que no podéis esperar para
declararla al mundo entero?
–No me gusta tu tono–intervino Min Woo–. Él no tiene nada que
demostrar. Es un huésped, no un prisionero. Nadie lo ha obligado a venir.
Arthur sonrió, entornando los ojos.
–Sí, ha venido por su propia voluntad–dijo en voz alta. Después
estiró la mano por delante de él para tomar un trozo de carne. En voz más baja,
agregó: –Pero, ¿por qué habéis venido, mi señor? Aún no se me ha dado
respuesta.
Para Jaejoong, aquella comida pareció horriblemente larga; no veía
la hora de retirarse. Cuando Min Woo le dio la espalda para hablar con su
camarero, él aprovechó la oportunidad para levantarse y subió apresuradamente
la escalera, con el corazón palpitante. ¿Por cuánto tiempo más podría
resistirse a Min Woo? Con cada momento que pasaba sus proposiciones se tomaban
más audaces. Dejó de correr y se reclinó contra el frío muro de piedra,
tratando de recobrarse. ¿Por qué se empecinaba siempre en manejarlo todo solo?
– ¡Hélo aquí!
Jaejoong levantó la vista y vio a Arthur a poca distancia.
Estaban solos en una profunda concavidad de los gruesos muros.
– ¿Buscas un lugar por donde huir?–Se burló él–No lo hay. Estamos
solos–su fuerte brazo se estiró para rodearle la cintura y atraerlo hacia él–.
¿Dónde tienes ahora esa rápida lengua? ¿Vas a tratar de convencerme de que no
debo tocarte?–Le acarició un brazo–. Eres tan hermoso que cualquier hombre
puede perder la cabeza. Casi comprendo que Min Woo no se decida a
poseerte–entonces volvió a mirarle la cara–. No veo miedo en esos ojos, pero me
gustaría encontrar en ellos la llama de la pasión. ¿Crees que arderían así por
mí?
Sus duros labios descendieron hacia él, pero Jaejoong no sintió
nada y permaneció rígido. El se apartó.
–Eres un brujo de hielo–gruñó. Y lo estrechó con más fuerza. Jaejoong,
con una exclamación ahogada, perdió el aliento. Eso le hizo abrir la boca y
Arthur aprovechó para besarlo otra vez, hundiéndole la lengua hasta provocarle
una, arcada. El abrazo le hacía daño; la boca le daba asco.
Arthur se apartó un poco, aflojando los brazos, pero sin soltarlo.
Sus ojos pasaron del enojo a la burla.
–No, no eres frío. Con esos ojos y ese pelo no puedes serlo. Pero
me gustaría saber quién es el que funde ese hielo. ¿Min Woo, con su manía de
besarte las manos, o tal vez tu marido?
– ¡No!–Exclamó Jaejoong. Luego cerró con fuerza los labios.
Arthur sonrió.
–Aunque Min Woo no piense así, eres mal actor–su expresión se
había vuelto dura–. Min Woo es un estúpido, pero yo no. Él cree que has venido
por amor a su persona; yo pienso otra cosa. Si yo fuera tu, utilizaría mi
belleza para tratar de liberar a mis seres amados. ¿Planeas negociar con tu cuerpo
a cambio de la liberación de tu madre y tu esposo?
– ¡Soltadme!–Exigió Jaejoong, retorciéndose en sus brazos.
Él lo retuvo con más firmeza.
–No puedes huir. No lo intentes siquiera.
– ¿Y Min Woo?–Desafió él.
El hombre se echó a reír.
–Manejas bien tu juego, pero recuerda que estás jugando con fuego
y te quemarás. ¿Crees que temo a esa bazofia de Min Woo? Hago lo que quiero con
él. ¿De dónde piensas que sacó esa idea de la anulación?
Jaejoong dejó de forcejear.
–Ah, conque ahora me prestas atención. Escucha. Min Woo será el
primero en poseerte, pero después serás mío. Cuando él se haya cansado de ti y
busque más, serás mío.
–Preferiría acostarme con una víbora–siseó Jaejoong, en tanto los
dedos de aquel hombre se le clavaban en el brazo.
– ¿Ni siquiera por salvar a tu madre?–Murmuró él, mortífero–. Ya
has hecho mucho por ella. ¿Qué más serías capaz de hacer?
– ¡Vos no lo sabréis nunca!
Él volvió a apretarlo contra sí.
– ¿No? Crees tener cierto poder porque tienes en tus manos al
tonto de Min Woo, pero ya te mostraré quién manda aquí.
– ¿Qué... qué queréis decir?
Él sonrió.
–Pronto lo sabrás.
Jaejoong trató de recobrarse de los horribles presentimientos que
le causaban esas palabras.
– ¿Qué vais a hacer? ¿Dañar a mi madre?
–No, nada tan poco sutil. Sólo quiero divertirme un poco. Me
gustará ver cómo te retuerces. Cuando hayas tenido lo suficiente, ven a mi cama
por la noche y conversaremos.
– ¡Jamás!
–No te apresures tanto–Arthur lo soltó súbitamente–. Tengo que
irme. Te dejo mis palabras para que pienses.
Una vez solo, Jaejoong permaneció muy quieto, respirando
profundamente para tranquilizarse. Giró hacia su cuarto, pero se llevó un
sobresalto al ver que un hombre permanecía de pie en las sombras, silencioso,
recostado perezosamente contra la pared opuesta del salón. Llevaba un laúd
cruzado sobre sus anchos hombros y se estaba cortando las uñas con un cuchillo.
Jaejoong no habría podido explicar qué lo llevó a observarlo; tal vez el hecho
de que él estaba en situación de haber oído las amenazas de Arthur. Sin
embargo, sus ojos se clavaron en él, que no levantaba la cabeza para mirarlo.
De pronto, alzó el rostro. Sus ojos le reflejaban tal odio que lo dejaron
atónito. Jaejoong se llevó la mano a la boca y mordió la piel del dorso.
Giró en redondo y corrió a su cuarto para arrojarse en la cama.
Las lágrimas llegaron con lentitud, ascendiendo trabajosamente desde el vientre
hasta hallar salida.
–Señor–susurró Joan, acariciándole la cabellera. Habían intimado
en esos últimos días, al acortarse la distancia social entre ambos–. ¿Acaso él
le ha hecho daño?
–No, yo mismo me he hecho daño. Yunho dijo que hice mal al no
quedarme en casa bordando. Temo que estaba en lo cierto.
–Bordando–repitió la doncella, sonriente–. Habríais enredado los
hilos tal como habéis enredado las cosas aquí.
Jaejoong levantó la vista, horrorizado. Después reconoció, entre
lágrimas:
–Es una suerte contar contigo. Por un momento he sentido lástima
de mí mismo. ¿Llevaste comida a Yunho anoche?
–Sí.
– ¿Y cómo lo encontraste?
Joan frunció el ceño.
–Más débil.
– ¿Cómo puedo ayudarlo?–Se preguntó Jaejoong–. Yunho me indicó que
esperara a su hermano Han Sun, pero ¿hasta cuándo? ¡Tengo que sacar a Yunho de
ese agujero!
–Sí, señor. Es preciso.
–Pero, ¿cómo?
Joan estaba muy seria.
–Sólo Dios puede dar esa respuesta.
Esa noche fue Arthur quien dio la respuesta.
Mientras cenaban (había sopa y guisos), Min Woo guardaba silencio
y no tocaba a Jaejoong, según su costumbre; se limitaba a mirarlo por el
rabillo del ojo, como si lo estuviera estudiando.
– ¿Os gusta la comida, Jaejoong?–Preguntó Arthur.
Él asintió con la cabeza.
–Esperemos que también el entretenimiento os parezca
satisfactorio.
Jaejoong iba a preguntarle a qué se refería, pero no lo hizo. No
quería darle esa satisfacción.
Arthur se inclinó hacia adelante para mirar a Min Woo.
– ¿No creéis que es hora, señor?
El joven iba a protestar, pero lo pensó mejor. Por lo visto, se
trataba de algo que ambos habían analizado a fondo. Min Woo hizo una señal a
dos hombres que esperaban junto a la puerta y estos se retiraron.
Jaejoong no pudo siquiera tragar lo que tenía en la boca; le fue
preciso pasarlo con vino. Sabía que Arthur planeaba alguna triquiñuela y quería
estar preparado. Echó una mirada nerviosa al salón. Una vez más, allí estaba el
hombre que había visto en el pasillo por la tarde. Era alto y delgado, de pelo
rubio oscuro con vetas más claras. Su fuerte mandíbula formaba una línea firme
con el mentón hendido. Pero fueron los ojos los que llamaron la atención de Jaejoong.
Eran de un intenso oscuro, que centelleaba con el fuego del odio y ese odio le
estaba dedicado. Lo hipnotizaba.
El súbito y anormal silencio del salón, así como un ruido de
cadenas arrastradas, desviaron su atención. La luz intensa del gran salón le
impidió en un principio reconocer aquella silueta que los dos caballeros traían
a rastras; no parecía un ser humano, sino un maloliente montón de harapos.
Fueron esos pocos segundos de desconcierto los que lo salvaron. Cobró
conciencia de que Arthur y Min Woo lo observaban con atención. Les echó una
mirada interrogante y, en ese momento, comprendió que el personaje a quien
traían era Yunho. En vez de volver a mirarlo, mantuvo los ojos fijos en Min Woo.
Eso le daría tiempo para pensar. ¿Por qué se lo presentaban así? ¿No sabían
acaso que él deseaba correr en su ayuda?
La respuesta se presentó instantáneamente: eso era exactamente lo
que Arthur deseaba verlo hacer. Quería demostrar a Min Woo que él no odiaba a
su marido.
– ¿No lo conoces?–Preguntó Min Woo.
Jaejoong levantó la vista, fingiendo sorpresa, hacia el hombre
mugriento. Luego empezó a sonreír muy lentamente.
–Así he querido verlo desde siempre.
Min Woo dejó escapar un grito triunfal.
– ¡Traedlo aquí! Mi encantador ha de verlo tal como
deseaba–declaró a todos los presentes–. Dejad que disfrute de este momento. ¡Se
lo ha ganado!
Los dos guardias llevaron a Yunho hasta la mesa. El corazón de Jaejoong
palpitaba como enloquecido: ahora no podía permitirse errores. Si demostraba su
compasión por el esposo, sin duda provocaría muchas muertes. Se levantó, con la
mano estremecida, y levantó su copa de vino para arrojarle el contenido a la
cara.
El líquido pareció revivir a Yunho, que levantó la vista hacia él.
Su rostro flaco y descarnado expresó sorpresa.
Después, desconcierto. Miró con lentitud a Min Woo y a Arthur, que
estaban junto a su esposo.
Min Woo echó un brazo posesivo a los hombros de Jaejoong.
–Mira quién lo abraza ahora–se jactó.
Antes de que nadie pudiera reaccionar, Yunho se arrojó hacia Min Woo
por encima de la mesa. Los guardias que sostenían sus cadenas se vieron
arrastrados hacia adelante y cayeron sobre los platos de comida. Min Woo no
pudo apartarse con suficiente prontitud: las sucias manos del prisionero se
cerraron alrededor de aquel hombrecito de ropas llenas de colorido.
– ¡Sujetadlo!–Exclamó Min Woo débilmente, atacando con las uñas
las manos que le ceñían el cuello.
Jaejoong estaba tan aturdida como los Sirvientes. Yunho debía de
estar medio muerto, pero aún tenía fuerzas para hacer perder el equilibrio a
sus dos guardianes y amenazar a su captor.
Los guardias se recuperaron y tiraron de las cadenas que sujetaban
las muñecas de Yunho. Hubieron de tirar con fuerza tres veces para liberar a Min
Woo. Le pasaron una pesada cadena por las costillas. Él cayó sobre una rodilla,
con un gruñido de dolor, pero volvió a erguir la espalda.
–Me pagarás esto con tu vida–dijo con los ojos clavados en Min Woo,
antes de que le ciñeran otra cadena a las costillas.
– ¡Lleváoslo!–Ordenó Min Woo, frotándose el cuello magullado y
trémulo, sin despegar la vista del prisionero.
Cuando se hubieron llevado a Yunho, el dueño del castillo cayó en
su asiento. Jaejoong comprendió que en ese momento se encontraba en su estado
más vulnerable.
–Eso ha sido muy grato–sonrió, girando rápidamente hacia el
estremecido Min Woo–. No, no me refiero a lo que os ha hecho a vos, por
supuesto. Pero me alegra saber que me ha visto con alguien por quien siento...
afecto.
Min Woo le echó un vistazo, enderezándose un poco.
–Pero debería estar enfadado con vos, en realidad–agregó Jaejoong,
entornando seductoramente los ojos.
– ¿Por qué? ¿Qué he hecho?
–No es correcto poner tanta suciedad en mi presencia. Parecía
muerto de hambre. Hasta creo que, antes bien, lo que lo excitaba era la comida.
¿Cómo va a afligirse por lo que ahora tengo si sólo piensa en comida y en los
bichos que le corren por la piel?
Min Woo quedó pensativo.
–Tienes razón. –Y se volvió hacia algunos hombres que permanecían
junto a la puerta. –Decid a los guardias que lo bañen y le den de comer.
Estaba en éxtasis. ¡Arthur había pronosticado que Jaejoong lloraría
al ver a su marido en semejante estado, pero él había sonreído!
Sólo Joan sabía lo que aquella sonrisa costaba a su ama.
Jaejoong volvió la espalda a Min Woo. Deseaba salir de allí y,
sobre todo, estar lejos de él. Mantuvo la cabeza en alto mientras caminaba por
entre los Sirvientes.
– ¡Ese hombre se merece lo que le espera!–Dijo alguien a poca
distancia.
–Cierto. Ningún esposo tiene derecho a tratar así a su marido.
Todos ellos lo despreciaban. Él mismo empezaba a odiarse.
Subió con lentitud las escaleras hasta el tercer piso. Sólo quería
estar a solas, pero al llegar al tope de la escalera, un brazo le rodeó la
cintura en un segundo. Se vio arrojado contra un pecho masculino que parecía de
hierro. Un puñal se le acercó al cuello hasta casi perforarle la delicada piel
con su filo.
Jaejoong trató de sujetar aquel brazo, pero de nada Sirvió.
ooooooooooooooo no creo que Jae se a metido en serios problemas pues quieren lastimar lo por que creen que desea que Yunho sufra cuando la verdad es que lo quiere poner a salvo y fuera de ese lugar
ResponderEliminarGracias
Ñpobre Jae por querer salvar a su madre y a Yunho está pagando caro, si no es uno o es otro y le agregamos este nuevo, pero a ver que pasa.
ResponderEliminarGracias!!!💗💕💞
Oh, k. Tal vexz es el músico que lo ve lleno de odio.
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