Capítulo 17
–Di una sola palabra y te cortaré esa cabeza de víbora–dijo una
voz grave que él no conocía–. ¿Dónde está Woo Bin?
Jaejoong apenas podía hablar, pero no era ocasión para
desobedecer.
– ¡Responde!–Insistió él, ciñendo el brazo.
El puñal se apretó más contra su cuello.
–Con mi madre–susurró él.
– ¡Madre!–Le espetó él al oído–. ¡Que esa mujer maldiga el día en
que dio a luz a un ser como tú!
– ¿Quién sois?–Preguntó jadeante.
–Sí, bien puedes preguntarlo. Soy tu enemigo. Me encantaría poner
fin a tu vil existencia ahora mismo, si no te necesitara. ¿Cómo custodian a Woo
Bin?
–No... No puedo respirar.
Él vaciló. Luego aflojó la presión y retiró un poco el puñal.
– ¡Responde!
–Hay dos hombres ante la puerta del cuarto que él comparte con mi
madre.
– ¿En qué piso? Anda, responde–ordenó él, apretando otra vez–.
Nadie vendrá a salvarte.
De pronto aquello fue demasiado para Jaejoong, que se echó a reír.
Su carcajada, grave en un principio, se fue tornando más histérica con cada
palabra.
– ¿Salvarme? ¿Y quién podría salvarme, decidme? Mi madre está
prisionera. Mi único custodio, también. Mi esposo está en el fondo de una
cloaca. Un hombre al que detesto tiene el derecho de manosearme delante de mi
esposo mientras otro me susurra amenazas al oído. ¡Y ahora me veo atacado por
un desconocido en la oscuridad del salón! –Apretó aquel antebrazo y acercó el
cuchillo contra la garganta. –Os lo ruego, quienquiera que seáis, terminad con
lo que habéis comenzado. Poned fin a mi vida, os lo ruego. ¿De qué me Sirve?
¿He de presenciar el asesinato de todos mis amigos y de todos mis familiares?
No quiero vivir para ver ese final.
El hombre aflojó su presión. Luego apartó las manos que tiraban
del puñal. Después de envainar el arma, lo sujetó por los hombros. Para Jaejoong
no fue una gran sorpresa reconocer al juglar que había visto en el salón.
–Quiero saber más–dijo el hombre, con voz menos dura.
– ¿Por qué?–Inquirió él, mirando de frente aquellos ojos
mortíferos–. ¿Sois un espía enviado por Arthur o por Min Woo? Demasiado he
dicho ya.
–Sí, en efecto–concordó él con sinceridad–. Si yo fuera un espía,
tendría mucho de qué informar a mi amo.
– ¡Id entonces e informad! ¡Acabemos de una vez!
–No soy espía. Soy Han Sun, el hermano de Yunho.
Jaejoong lo miró con los ojos dilatados. Sabía que era cierto. Por
eso le había llamado tanto la atención, en sus actitudes, ya que no en su
físico, había algo que le recordaba a Yunho. Sin que él cayera en la cuenta,
las lágrimas le rodaron por las mejillas.
–Yunho me aseguró que vendrías. Dijo que yo lo había enredado
todo, pero que tú lo arreglarías otra vez.
Han Sun parpadeó.
– ¿Cuándo lo viste para que te dijera eso?
–En mi segunda noche aquí. Bajé al foso.
– ¿Al...?– Han Sun había oído hablar del sitio en que se retenía a
su hermano, pero sin poder acercarse hasta allí. –Ven, siéntate–invitó,
llevándolo hasta un asiento en el antepecho de la ventana–. Tenemos mucho de
qué hablar. Cuéntame todo desde el principio.
Escuchó con atención y en silencio, mientras él narraba el
asesinato de su padre, la reclamación de sus propiedades y la decisión de Yunho
de contraatacar a Min Woo.
– ¿Yunho y tu madre fueron hechos prisioneros?
–Sí.
– ¿Y qué haces tú aquí? ¿Min Woo no pidió rescate? Deberías estar
recolectándolo entre los siervos.
–No esperé a que él lo pidiera. Vine con Woo Bin y se nos recibió
de buen grado en el castillo.
–Sí, ya lo supongo–dijo Han Sun, sarcástico–. Ahora Min Woo os
tiene a todos: a ti, a Yunho, a tu madre y al segundo de mi hermano.
–No sabía qué otra cosa hacer.
– ¡Pudiste buscar a alguno de nosotros!–Exclamó Han Sun, furioso–.
Hasta Taecyeon, con su pierna fracturada, lo habría podido hacer mejor que tu. Woo
Bin debería haber...
Jaejoong puso una mano sobre el brazo del joven.
–No lo culpes. Amenacé con venir solo si él no me traía.
Han Sun miró aquella mano pequeña. Después volvió a observarlo de
frente.
– ¿Y lo que he visto allá abajo? La gente del castillo dice que
odias a Yunho y qué harías cualquier cosa por librarte de él. Tal vez quieres
dar por terminado tu matrimonio.
Jaejoong apartó rápidamente la mano. Aquel muchacho empezaba a
recordarle la conducta de Yunho. Se enfureció.
–Lo que siento por Yunho es algo entre él y yo, en lo que otros no
deben entrometerse.
Los ojos de Han Sun lanzaron chispas. Lo sujetó por la muñeca
hasta hacerle apretar los dientes de dolor.
–Eso significa que es cierto. ¿Quieres a ese Min Woo?
– ¡No, no lo quiero!
Él apretó con más fuerza.
– ¡No me mientas!
La violencia masculina siempre había puesto furioso a Jaejoong.
– ¡Eres igual que tu hermano!–Le espetó–. Sólo ves lo que quieres
ver. No, no soy tan deshonesto como tu hermano. Es él quien se arrastra a los
pies de una mala mujer. Yo no me rebajaría a tanto.
Han Sun, desconcertado, aflojó su presión.
– ¿Qué mala mujer? ¿De qué deshonestidad hablas?
Jaejoong liberó su muñeca de un tirón y se la masajeó.
–Vine a salvar a mi esposo porque me fue dado en matrimonio ante
Dios y porque ahora voy a tener un hijo suyo. Tengo la obligación de ayudarlo
en lo que pueda, pero no lo hago por amor, ¡no!–Insistió apasionado–. ¡Él sólo
ama a esa rubia!
Y se interrumpió para mirarse la muñeca.
La carcajada de Han Sun le hizo levantar la vista.
–Yoon Ji–sonrió él–. ¿De eso se trata? ¿No de una grave guerra por
tierras, sino de una riña de amantes?
–Por...
– ¡Silencio! Nos van a oír.
– ¡Es más que un problema, te lo aseguro!–Siseó él.
Han Sun se puso serio.
–Más tarde podrás ajustar cuentas con Yoon Ji. Pero tengo que
asegurarme de que no te presentes ante el rey para pedir una anulación. No
podemos permitirnos el lujo de perder las propiedades de Kim.
Conque por eso se interesaba tanto en lo que él sentía por Min Woo.
No importaba que Yunho lo traicionara con otra: ¡que Dios lo protegiera si se
le ocurría enamorarse de otro hombre!
–No puedo hacer anular el matrimonio si estoy embarazado.
– ¿Quién más sabe de ese embarazo? ¿Min Woo, acaso?
–Sólo mi madre y Woo Bin... y mi doncella.
– ¿Yunho no?
–No tuve tiempo de decírselo.
–Bien. Tiene bastante en qué pensar. ¿Quién conoce a fondo este
castillo?
–El mayordomo. Lleva doce años aquí.
–Tienes siempre la respuesta apropiada–observó Han Sun suspicaz.
–Pese a lo que pensáis tú y tu hermano, tengo cerebro para pensar
y ojos para observar.
Él lo estudió a la luz escasa.
–Fuiste valiente al venir, aunque estuvieras equivocado.
– ¿Debo tomar eso como un cumplido?
–Como gustes.
Jaejoong entornó los ojos.
–Tu madre debió de alegrarse de que sus hijos menores no fueran
como los dos mayores.
Han Sun lo miró con fijeza. Luego sonrió.
–Seguramente haces la vida interesante a mi hermano. Ahora deja de
provocarme y permíteme buscar una solución a este desastre que has provocado.
– ¡Yo!–Exclamó él. Pero se interrumpió. Él tenía razón, desde
luego.
El muchacho pasó por alto su estallido.
–Lograste sacar a Yunho del foso y conseguiste que se le diera de
comer y se lo bañara, aunque tus métodos se me atascaron en la garganta.
– ¿Habrías preferido que corriera a abrazarlo?–preguntó, sarcástico.
–No. Hiciste bien. No creo que esté aún en condiciones de viajar.
En estas condiciones sería un estorbo para todos. Pero está fuerte. Con los
debidos cuidados, en dos días podrá iniciar el viaje. Tengo que salir del
castillo para buscar ayuda.
–Afuera están mis hombres.
–Lo sé. Pero los míos no. Vine casi solo al enterarme de que Yunho
me necesitaba. Mis hombres me siguen, pero tardarán cuando menos dos días más
en llegar. Tengo que reunirme con ellos y conducirlos hasta aquí.
Jaejoong le tocó el brazo, diciendo:
–Quedaré solo otra vez.
Él sonrió, acariciándole con un dedo la línea del mentón.
–Sí, pero te las arreglarás. Encárgate de que Yunho reciba
atención y recupere las fuerzas. Cuando regrese os sacaré a todos de aquí.
Jaejoong asintió, pero bajó la vista a sus manos. Han Sun le
levantó el mentón.
–No te enfades conmigo. Creí que querías la muerte de Yunho. Ahora
comprendo que no es así.
Jaejoong sonrió vacilante.
–No me enfado. Pero estoy harto de este castillo, de ese hombre
que me manosea, del otro...
Él le apoyó un dedo contra los labios.
–Resiste un poco más. ¿Podrás?
–Haré lo posible. Empezaba a abandonar las esperanzas.
El se inclinó para besarle la frente.
–Yunho ha tenido mucha suerte–susurró.
Después se levantó y lo dejó solo.
* * *
– ¿Lo has visto?–Preguntó Jaejoong al levantarse de la cama.
Era la mañana siguiente a la noche en que había visto a Han Sun.
Quería saber qué había descubierto Joan sobre Yunho.
–Sí–respondió la doncella–. Y vuelve a ser hermoso. Yo temía que
la mugre de ese lugar le hubiera robado apostura.
–Piensas demasiado en las apariencias.
– ¡Y vos, demasiado poco, tal vez!–Replicó la muchacha.
–Pero ¿Yunho está bien? ¿Ese lugar horrible no lo ha enfermado?
–Creo que la comida enviada por vos lo mantuvo con vida.
Jaejoong hizo una pausa. ¿Y en cuanto a su mente? ¿Cómo había reaccionado
ante el hecho de que su esposo le arrojara vino a la cara?
–Búscame esa vestimenta de sierva. ¿Está lavada?
–No podéis visitarlo–afirmó Joan–. Si os sorprendieran...
–Tráeme ese vestido y deja de darme órdenes.
Yunho estaba prisionero dentro de un cuarto abierto en la base de
la torre. Era un sitio espantoso, al que no llegaba luz alguna. Su única
entrada era una puerta de roble y hierro. Joan parecía estar en muy buenos
términos con los guardias que custodiaban ambos lados de la puerta. En la finca
de Min Woo la disciplina era muy laxa y la muchacha había sacado ventaja de
eso. Dedicó un guiño sugerente a uno de los hombres.
– ¡Abre!–Bramó ante la entrada–. Trae más alimentos y medicinas
enviadas por Lord Min Woo.
Una mujer vieja y sucia abrió con cautela la gran puerta.
– ¿Cómo sé que te envía Lord Min Woo?
–Porque yo te lo digo–respondió Joan, empujándola para entrar.
Jaejoong la siguió con la cabeza gacha, cubriéndose cuidadosamente
la cabellera con la capucha de lana tosca.
–Ahí lo tienes–dijo la vieja, enfadada–. Ahora duerme. Es casi
todo lo que ha hecho desde que lo trajeron.
Está a mi cargo y hago bien mi trabajo.
– ¡Sin duda!–Exclamó Joan, sarcástica–. ¡Esa cama está sucia!
–Pero más limpia que el sitio en donde estaba.
Jaejoong dio un ligero codazo a su doncella para impedir que
siguiera azuzando a la anciana.
–Déjanos. Nosotras lo atenderemos–ordenó la muchacha.
La vieja, de grasienta melena gris y dientes picados, parecía
estúpida, pero no lo era. Vio que una de las mujeres se mantenía oculta, pero
codeaba a la otra, y notó que la de mal genio se aquietaba de inmediato.
–Y bien, ¿qué esperas?–Acusó Joan.
La vieja quería ver la cara oculta bajo la capucha.
–Tengo que recoger algunos remedios–dijo–. Hay otros enfermos que
me necesitan, aunque a este no le haga falta.
Tomó un frasco y pasó junto a la mujer que la intrigaba. Cuando
estuvo cerca de la vela, dejó caer su frasco. La mujer, sobresaltada, levantó
la vista, con lo cual la vieja pudo echar un vistazo a sus ojos. La luz de la
vela danzaba en aquellos encantadores orbes. La anciana hizo lo posible por no
sonreír. Sólo en una persona había visto aquellos ojos.
–Eres torpe, amén de estúpida–siseó Joan–. Vete de aquí antes de
que prenda fuego a esos harapos que vistes.
La mujer le echó una mirada malévola y abandonó ruidosamente la
habitación.
– ¡Joan!–Exclamó Jaejoong en cuanto quedaron solos–. Seré yo quien
te prenda fuego si vuelves a tratar a alguien así.
Su doncella quedó espantada.
– ¿Qué importa ella para nadie?
–Es criatura de Dios, igual que tú o yo.
Jaejoong habría continuado, pero comprendió que era inútil. Joan
era una desdeñosa incurable; despreciaba a todos los que no fueran mejores que
ella. El joven se acercó a su esposo;
prefería aprovechar el tiempo atendiéndolo en vez de dar sermones a su criada.
–Yunho–dijo en voz baja, sentándose en el borde de la cama.
La luz de la vela parpadeó sobre él, jugando con las sombras de
sus pómulos y la línea del mentón. Jaejoong le tocó la mejilla. Se alegraba de
verlo limpio otra vez.
Yunho abrió los ojos. Su mirada intensa parecía aún más intensa a
la luz de las velas.
–Jaejoong–susurró.
–Sí, soy yo–sonrió, apartando la capucha del manto para descubrir
su cabellera–. Ahora que estás limpio se te ve mejor.
La expresión de Yunho era fría y dura.
–Pues no debo agradecértelo a ti. ¿O tal vez crees que me lavó el
vino que me arrojaste?
– ¡Yunho, te equivocas al acusarme así! Si yo hubiera corrido
hacia ti, Min Woo habría acabado con tu vida.
– ¿Y no te habría convenido eso más?
Jaejoong se echó hacia atrás.
–No quiero reñir contigo. Discutiremos eso en cuanto quieras
cuando estemos libres. He visto a Han Sun.
– ¿Aquí?–Yunho trató de incorporarse. Las mantas cayeron de su
pecho desnudo.
Hacía mucho tiempo que Jaejoong no descansaba contra aquel pecho.
Su piel bronceada atrajo por completo su atención.
– ¡Jaejoong!–Clamó Yunho–. ¿Han Sun está aquí?
–Ha estado aquí–corrigió él–. Ha ido en busca de sus hombres.
– ¿Y los míos? ¿Qué están haciendo? ¿Holgazanean ante las murallas?
–No lo sé. No he preguntado.
–Por supuesto–reprochó él, irritado–. ¿Cuándo volverá?
–Mañana, con suerte.
–Queda menos de un día. ¿Qué haces aquí? Sólo tienes que esperar
un día más. Si te descubren aquí, habrá grandes problemas.
Jaejoong hizo rechinar los dientes.
– ¿Podrías hacer algo que no fuera maldecirme? Vine a este
infierno porque estabas prisionero. He arriesgado mucho para verificar que se
te atendiera bien. Pero me maldices a la menor oportunidad. Decid vos, señor,
¿cómo podría yo complaceros?
Yunho lo miró con fijeza.
–Tienes mucha libertad en este castillo, ¿no? Al parecer, vas a
donde te place sin estorbos. ¿Cómo sé que Min Woo no te está esperando
afuera?–La apresó por la muñeca–. ¿Me estás mintiendo?
Jaejoong se liberó con una torsión.
–Me asombra tu vileza. ¿Qué motivos tienes para tratarme de
mentirosa? Eres tú quien me ha mentido desde el principio. Puedes creer lo que
desees. He hecho mal en ayudarte. Tal vez de no haberlo hecho ahora estaría más
tranquilo. Más aún, debí haber acudido a Min Woo cuando me pidió en matrimonio.
Así me habría librado de vivir contigo.
–Es lo que yo pensaba–observó Yunho, cruel.
– ¡Sí! ¡Lo que tú pensabas!–Respondió Jaejoong, de la misma
manera. La ira por esas insinuaciones lo cegaba tanto como a él.
– ¡Señor!–Lo interrumpió Joan–. Tenemos que irnos. Ya hemos pasado
demasiado tiempo aquí.
–Sí–reconoció Jaejoong–. Tengo que irme.
– ¿Quién espera para acompañar a mi esposo a su cuarto?
Jaejoong se limitó a mirarlo, demasiado furioso como para
contestar.
–Señor Jaejoong...–instó Joan.
Jaejoong se apartó de su marido. Cuando
estuvieron junto a la puerta, la doncella le susurró:
–De nada Sirve hablar con un hombre cuando está carcomido por los
celos.
– ¡Qué celos!–Protestó Jaejoong–. Para sentir celos es preciso que
el otro nos interese. A él no le intereso.
Y acomodó la capucha para cubrirse el pelo.
En el momento en que Joan iba a responder, mientras abrían la
puerta y salían de la celda, se detuvo bruscamente, con el cuerpo rígido. Jaejoong,
que lo seguía, levantó la vista para ver qué había causado esa actitud.
Allí estaba Arthur con las manos en las caderas y las piernas bien
abiertas; su cara era una mueca horrible. Jaejoong agachó la cabeza y le volvió
la espalda con la esperanza de no haber sido reconocido.
El hombre caminó hacia él con el brazo extendido.
–Señor Jaejoong, quiero hablar con vos.
Los tres tramos de escalera que llevaban al cuarto de Arthur
fueron el trayecto más largo jamás recorrido por Jaejoong. Le temblaban las
rodillas; peor aún, el malestar que solía sentir por las mañanas le apretaba la
garganta. Su impetuosidad probablemente había arruinado los planes de Han Sun
y... y... No quiso pensar en el resultado posible si su cuñado no llegaba a
tiempo.
–Eres un tonto–comentó Arthur cuando estuvieron solos en su
alcoba.
–No es la primera vez que me lo dicen–manifestó Jaejoong, con el
corazón acelerado.
– ¡Ir a verlo a la luz del día! Ni siquiera has podido esperar a
la noche.
Jaejoong mantenía la cabeza gacha y la
vista fija en sus manos.
–Dime, ¿qué planes has trazado?–Arthur se interrumpió bruscamente.
–He sido un tonto al pensar que esto podía dar resultado. Soy más estúpido que
el hombre a quien Sirvo. ¿Cómo pensabas, di, salir de esta telaraña de
mentiras?
Jaejoong levantó el mentón.
–No os diré nada.
Arthur entrecerró los ojos.
–Él padecerá las consecuencias. ¿Y te olvidas de tu madre? Yo
tenía razón al desconfiar de ti. Lo sabía, pero me dejé cegar a medias. Ahora
estoy tan enredado como tú. ¿Sabes a quién culpará Lord Min Woo cuando descubra
que sus planes han fracasado? ¿Cuándo vea que no tendrá la mano del bello Kim?
No será a ti, sino a mí. Es un niño a quien se le ha dado poder.
– ¿Queréis que os compadezca? Habéis sido vos quien ha destrozado
mi vida, de modo tal que ahora mi familia y yo estamos al borde de la muerte.
–Nos comprendemos mutuamente, ya lo ves. A ninguno le importa nada
del otro. Yo quería tus tierras, y Min Woo, tu cuerpo–se interrumpió; la miraba
de frente–. Aunque tu cuerpo me ha intrigado también mucho en los últimos días.
– ¿Y cómo esperáis zafaros de los enredos que habéis
provocado?–Preguntó Jaejoong, cambiando de tema para volver el juego contra él.
–Bien puedes preguntarlo. Me queda un solo camino. Tengo que
llevar la anulación hasta su fin. No te presentarás ante el rey, pero firmarás
un documento que diga que deseas anular tu casamiento. Estará redactado de tal
modo que él no pueda negarse.
Jaejoong se levantó a medias, atacado por otra oleada de náuseas.
Corrió hacia la bacinilla del rincón y vació su estómago de su magro contenido.
Cuando se hubo repuesto se volvió hacia Arthur.
–Perdonad. El pescado de anoche no estaba en buenas condiciones,
sin duda.
Arthur llenó una copa de vino aguado, que él aceptó con manos
temblorosas.
–Estás embarazado–afirmó sin más.
– ¡No, no es así!–Mintió Jaejoong.
La cara de Arthur se endureció.
– ¿Llamo a una partera para que te examine?
Jaejoong clavó la vista en el vino y meneó la cabeza.
–No puedes pedir la anulación–continuó él–. No había pensado en
que pudieras haber concebido tan pronto. Al parecer, nos hundimos más y
más en el pantano.
– ¿Se lo diréis a Min Woo?
Arthur resopló.
–Ese idiota te cree puro y virginal. Habla de amarte y de
compartir su vida contigo. No sabe que lo duplicas en astucia.
–Habláis demasiado–observó Jaejoong ya calmado–. ¿Qué queréis?
Arthur lo miró con admiración.
–Eres inteligente, además de bello. Me gustaría ser tu dueño–sonrió,
pero luego se puso serio–. Min Woo descubrirá tu traición y tu embarazo. Es
sólo cuestión de tiempo. ¿Me cederías la cuarta parte de las tierras de Kim si
te sacara de aquí?
Jaejoong pensó con rapidez. Las propiedades tenían poca
importancia para él. ¿No era más seguro contar con Arthur que esperar a Han Sun?
Si rechazaba esa proposición, él revelaría todo a Min Woo y todos estarían
condenados... una vez que el se cansara de él.
–Sí, os doy mi palabra. Somos cinco. Si nos liberáis a todos, la
cuarta parte de mis tierras serán vuestras.
–No puedo asegurar que todos...
–Todos o no hay trato.
–Sí–aceptó él–, sé que lo dices en serio. Necesito tiempo para
arreglarlo todo. Y tú debes presentarte a la cena. Lord Min Woo se enfurecerá si no
estás allí, a su lado, lleno de hoyuelos.
Jaejoong no quiso aceptar su brazo cuando salieron de la habitación.
Él comprendió que él lo despreciaba más aún por haberse vuelto contra su amo,
pero eso le daba risa. Se reía de cualquier lealtad que no fuera la lealtad a
sí mismo.
Cuando la puerta de la habitación se cerró tras ellos, todo
pareció quedar desierto. Durante algunos momentos en la alcoba reinó el
silencio, Luego se oyó un levísimo deslizamiento debajo de la cama. La vieja
salió de su escondrijo con gran cautela. Con una gran sonrisa, miró otra vez la
monda que apretaba en la mano.
– ¡Plata!–Susurró. Pero ¿qué daría el amo por enterarse de lo que
ella acababa de saber? ¡Oro, sin duda! Ella no lo comprendía todo, pero había
oído a Sir Arthur calificar de estúpido a Lord Min Woo; además, planeaba traicionarlo
por unas tierras. Y también había algo con respecto a un bebé que él esperaba.
Eso parecía muy importante.
Jaejoong estaba sentado junto a una ventana del salón grande, en
silencio; lucía una enagua gris claro y un vestido de lana flamenca, de color
rosa oscuro. Las mangas estaban forradas con piel de ardilla gris. Se ponía ya
el sol, por lo que el salón se oscurecía de segundo en segundo. Empezaba a
perder algo del miedo que lo había invadido esa mañana después de hablar con Arthur.
Echó una mirada al sol poniente con gratitud. Sólo faltaba un día para que
volviera Han Sun y lo arreglara todo.
No había visto a Min Woo desde la cena. Él lo había invitado a
pasear a caballo, pero después no se había presentado para llevarlo. Jaejoong
supuso que algún problema del castillo lo mantenía ocupado.
Comenzó a preocuparse cuando cayó la tarde y los Sirvientes
pusieron las mesas para cenar. Ni Arthur ni Min Woo habían aparecido. Jaejoong envió
a Joan para que averiguara lo posible. Fue muy poco.
–La puerta de Lord Min Woo permanece herméticamente cerrada y bajo
custodia. Los hombres no responden a ninguna pregunta, aunque he usado toda mi
persuasión.
¡Algo estaba mal! Jaejoong lo comprendió cuando, después de
retirarse con Joan en su alcoba, oyó que alguien corría el cerrojo por fuera.
Ninguna de los dos durmió gran cosa.
Por la mañana, Jaejoong vistió un severo traje de lana parda, sin
adornos ni joyas. Aguardó en silencio. Por fin se descorrió el cerrojo y entró
audazmente un hombre vestido con cota de malla, como para el combate.
–Seguidme–fue cuanto dijo.
Cuando Joan trató de acompañar a su amo, recibió un empellón que
la devolvió al cuarto. El cerrojo volvió a sonar. El guardia condujo a Jaejoong
hasta la alcoba de Min Woo.
Lo primero que Jaejoong vio al abrirse la puerta fue lo que
restaba de Arthur, encadenado a la pared. Apartó la vista con el estómago
revuelto.
–No es un bello espectáculo, ¿verdad, mi querido?
Levantó la vista. Min Woo descansaba en una silla acolchada. Sus
ojos irritados y su actitud demostraban que estaba muy ebrio. Hablaba con
cierta gangosidad.
–Claro, que no eres mi querido, según he descubierto.
Se levantó y se mantuvo quieto un instante, como para recobrar el
equilibrio. Después se acercó a la mesa para servirse más vino.
– Tú, dulce belleza, eres una ramera.
Caminó hacia Jaejoong, que permanecía muy quieto. No hallaba por
dónde huir. Él lo sujetó por la cabellera, echándole la cabeza hacia atrás.
–Ahora lo sé todo–giró la cabeza de Jaejoong para obligarlo a
mirar aquellos restos ensangrentados–. Échale un buen vistazo. Me dijo muchas
cosas antes de morir. Sé que me crees estúpido, pero no lo soy tanto que no
pueda manejarte–lo forzó a mirarlo–. Has hecho todo esto por tu esposo,
¿verdad? Has venido a buscarlo. Dime, ¿hasta dónde habrías llegado para
salvarlo?
–Habría hecho cualquier cosa–respondió él con serenidad.
Él sonrió y lo apartó de un empujón.
– ¿Tanto lo amas?
–No es cuestión de amor. Es mi esposo.
–Pero yo te he ofrecido más de lo que él podría ofrecerte–acusó él
con lágrimas en los ojos–. Toda Inglaterra sabe que Yunho Jung se muere por Yoon
Ji.
Jaejoong no tenía respuesta que dar. Los finos labios del
castellano se torcieron en una mueca.
–No seguiré tratando de hacerte entrar en razones. Ya ha pasado sobradamente la
oportunidad. –Fue a la puerta y la abrió. –Retirad esta bazofia y arrojadla a
los cerdos. Cuando
hayáis terminado con él, traed a Lord Yunho y encadenadlo en el mismo lugar.
– ¡No!–Gritó Jaejoong, corriendo hacia Min Woo para apoyarle las
manos en el brazo–. Por favor, no le hagáis más daño. Haré lo que vos digáis.
Él cerró de un portazo.
–Sí, harás lo que yo diga, y lo harás delante de ese marido por el
que te prostituyes.
– ¡No!–Susurró él.
Min Woo sonrió al verlo palidecer. Abrió nuevamente la puerta para
observar a los guardias, que se llevaban el cadáver de Arthur. Cuando quedaron
solos, ordenó:
– ¡Ven aquí! Bésame como besas a tu marido.
Jaejoong sacudió la cabeza, aturdido.
–Nos mataréis, de un modo u otro. ¿Por qué he de obedeceros? Tal
vez si desobedezco la tortura acabe antes.
–Eres astuto, en verdad–sonrió Min Woo–, Pero yo quiero lo
contrario. Por cada cosa que me niegues arrancare un trocito de carne a Lord Yunho.
Jaejoong lo miró con horror.
–Sí, me has comprendido.
Jaejoong apenas podía pensar. “Han Sun”, suplicó en silencio, “no
tardes más de lo que dijiste.” Tal vez pudiera prolongar la tortura de Yunho
hasta que Han Sun y sus hombres iniciaran el ataque. La puerta se abrió otra
vez y entraron cuatro corpulentos guardias trayendo a Yunho encadenado. Aquella
vez Min Woo no había corrido riesgos.
El prisionero miró a Min Woo y a su esposo.
–Él es mío –dijo por lo bajo, adelantándose un paso.
Uno de los guardias lo golpeó con la hoja de la espada en la
cabeza y lo hizo caer de bruces, inconsciente.
– ¡Encadenadlo!–Ordenó Min Woo.
Los ojos de Jaejoong se llenaron de lágrimas ante la bravura de su
marido. Aun encadenado trataba de luchar. Tenía el cuerpo magullado y
maltrecho, debilitado por muchos días de hambre, pero aún peleaba. ¿Podía él
hacer menos? Su única posibilidad era ganar tiempo hasta que Han Sun llegara.
Haría cuanto Min Woo exigiera. Él le leyó en los ojos la resignación.
–Una sabia decisión–elogió.
Cuando Yunho estuvo encadenado con los brazos abiertos por aros de
hierro en las muñecas, Min Woo despidió a los guardias. Soltó una carcajada y
le arrojó una copa de vino a la cara.
–Reacciona, amigo. No debes dormir mientras pasa esto. Has ocupado
mi sótano durante mucho tiempo y sé que allí no pudiste disfrutar mucho de tu
esposo. Míralo. ¿Verdad que es encantador? Yo estaba dispuesto a librar batalla
por él. Ahora descubro que no es necesario–y alargó la mano–. Ven aquí, mi
señor. Ven con tu amo.
La bota de Yunho se disparó contra Min Woo, que apenas tuvo tiempo
de retroceder.
Encima de una mesa lateral pendía un pequeño látigo. Su cuero aún
estaba manchado por la sangre de Arthur.
Min Woo lo movió, abriendo un tajo en la cara de Yunho. El
prisionero pareció no darse cuenta y levantó otra vez la pierna, pero Min Woo
ya estaba fuera de su alcance.
Cuando el castellano levantó el látigo por segunda vez, Jaejoong
corrió a ponerse frente a su esposo, con los brazos abiertos para protegerlo.
– ¡Apártate!–Gruñó Yunho–. Yo libraré mis propias batallas.
Jaejoong no pudo sino chasquear la lengua ante lo absurdo de
aquellas palabras. Tenía los brazos encadenados a una pared ya cubierta con la
sangre de otro hombre, pero creía poder luchar contra un loco. Se alejó un paso
y preguntó a Min Woo, con voz desmayada:
– ¿Qué queréis?
–Ven aquí–dijo él, lentamente, cuidando de mantenerse fuera del
alcance de Yunho y sus pies, Jaejoong vaciló, pero sabía que era preciso
obedecer. Le tomó la mano extendida, aunque aquella carne viscosa le daba
escalofríos.
–Qué mano tan encantadora–dijo Min Woo, mostrándola a Yunho–. Vamos,
¿no tienes nada que decir?
El encadenado miró a Jaejoong a los ojos y lo hizo estremecer.
–Querido mío, creo que nos gustaría ver algo más de tu exquisito
cuerpo–Min Woo se volvió hacia Yunho. –Lo he visto y disfrutado con frecuencia.
Él está hecho para un hombre. ¿O debo decir para muchos hombres?–Miró a Jaejoong
con ojos duros. –Te he ordenado que nos dejes ver lo que hay bajo esas ropas.
¿Tan poco te interesa tu esposo que le negarías una última mirada?
Con manos trémulas, Jaejoong tiró de los lazos de lana parda.
Quería demorarse tanto como fuera posible.
– ¡Oh, eres demasiado lento!–Barbotó Min Woo, arrojando su copa a
un costado para desenvainar la espada.
Cortó de un tajo el corpiño del vestido y hundió los dedos en el
escote de la camisa. Sus uñas desgarraron la suave piel del cuello. La ropa
interior fue arrancada de igual modo.
Jaejoong se agachó como para cubrirse, pero la punta de la espada,
apoyada contra su vientre, lo obligó a erguirse.
Sus hombros blancos dejaron aparecer el pecho, que se mantenían
alto y orgulloso, pese a la angustia. Aún mantenía la cintura estrecha. Sus
piernas eran largas y esbeltas.
Min Woo lo observaba, maravillado. No lo había imaginado tan
hermoso.
–Por tanta belleza vale la pena matar–susurró.
– ¡Tal como yo te mataré por esto!–Gritó Yunho, forcejeando contra
las cadenas.
– ¡Tú!–Rió Min Woo–. ¿Qué puedes hacer tú?–Sujetó a Jaejoong
echándole un brazo a la cintura y lo hizo girar hasta ponerlo frente a su
marido. Luego le acaricia el pecho. – ¿Crees poder arrancar las cadenas de la
pared? Míralo bien, pues será lo último que veas.
Deslizó la mano hasta el vientre de Jaejoong.
–Mira también esto. Ahora está plano, pero pronto se hinchará con
mi hijo.
– ¡No!–Gritó Jaejoong.
Él le ciñó la cintura con el brazo hasta impedirle respirar.
–Aquí he plantado mi semilla y brotará, sí. ¡Piensa en eso
mientras te pudres en el infierno!
–No pensaré en ninguna mujer u hombre que tú hayas tocado–dijo Yunho
sin apartar los ojos de su esposo–. Preferiría copular con un animal.
Min Woo apartó a Jaejoong.
– ¡Lamentarás esas palabras!
– ¡No, no!–Exclamó Jaejoong, al ver que Min Woo avanzaba hacia Yunho
con la espada en la mano.
El castellano estaba muy borracho y la hoja dio lejos de sus
costillas, sobre todo porque Yunho dio un ágil paso al costado.
– ¡Quédate quieto!–Ordenó Min Woo a gritos.
Y apuntó otra vez, a la cabeza del prisionero. El arma, manejada
con tanta torpeza, no asestó el golpe de filo, sino de plano. Su ancha hoja
alcanzó la oreja de Yunho. La cabeza del prisionero cayó hacia adelante.
– ¿Te has dormido?–Chilló Min Woo, soltando la espada para
acogotarlo con sus propias manos.
Jaejoong no perdió un instante, corrió hacia la espada y, sin
pensar en lo que hacía, la tomó con ambas manos para descargarla con todas sus
fuerzas entre los omóplatos de Min Woo. El hombre se mantuvo en equilibrio por
un momento. Después giró con mucha lentitud y le clavó la mirada, un segundo
antes de caer. Jaejoong tragó saliva con dificultad. Empezaba a comprender que
había matado a un hombre.
Sin previo aviso, un enorme estruendo sacudió la torre hasta los
mismos cimientos. No había tiempo que perder. La llave que abría los anillos de
hierro pendía de la pared. En el momento en que él los abría, Yunho empezó a
moverse.
Logró recobrar el equilibrio antes de caer y abrió los ojos. Su
esposo estaba a poca distancia, con el cuerpo desnudo salpicado de sangre. Min
Woo yacía a sus pies; una espada le asomaba por la espalda.
– ¡Cúbrete!–Ordenó furioso.
En el torbellino de acontecimientos, Jaejoong había olvidado su
desnudez. Sus prendas formaban un montón de jirones inútiles. Abrió un arcón
puesto a los pies de la cama.
Estaba lleno de ropa, pero era de Min Woo. Vaciló. Detestaba tocar
aquellas cosas.
– ¡Toma!–Indicó Yunho, arrojándole una túnica de lana–. Es
adecuado que uses sus prendas.
Y se acercó a la ventana sin darle tiempo de contestar.
En realidad, no habría podido. Sobre Jaejoong pesaba la enormidad
de haber matado a un hombre.
–Ha llegado Han Sun–anunció su esposo–. Ha hecho un túnel por
debajo de la muralla y las piedras se han derrumbado. –Se acercó a Min Woo y
apoyó un pie en su espalda para arrancarle la espada. –Le has cortado la
columna vertebral–señaló con toda calma–. Tomaré nota para no darte la espalda.
Eres hábil.
– ¡Yunho!–Llamó desde la puerta una voz familiar.
– ¡Taecyeon!–Susurró Jaejoong.
Los ojos se le estaban llenando de lágrimas. Yunho descorrió el
cerrojo.
– ¿Estáis bien?–Inquirió el muchacho, abrazando a su hermano.
–Sí, hasta donde cabe esperar. ¿Dónde está Han Sun?
–Abajo, con los otros. El castillo ha sido fácil de tomar una vez
derrumbada la muralla. La doncella y tu suegra esperan abajo con Won Bin, pero
no podemos hallar a Jaejoong.
–Está aquí–respondió Yunho con frialdad–. Encárgate de él mientras
voy en busca de Han Sun.
Empujó a su hermano para pasar y abandonó la habitación.
Taecyeon pasó al interior. En un primer momento no vio a Jaejoong,
que estaba sentado en un arcón, a los pies de la cama, con una túnica de
hombre. Por debajo del borde se mostraban sus piernas desnudas. Lo miró con
ojos lacrimosos, como una criatura abandonada, llenándolo de compasión. Él se
le acercó renqueando con la pierna fuertemente vendada.
Jaejoong no vaciló en buscar el consuelo de su fuerza.
Los sollozos lo desgarraban.
–Lo he matado–lloró.
– ¿A quién?
–A Min Woo.
Taecyeon lo estrechó con más fuerza. Los pies de Jaejoong ya no
tocaban el suelo.
– ¿Acaso no merecía morir?
Jaejoong escondió la cara en su hombro.
– ¡Yo no tenía derecho! Dios...
– ¡Silencio!–Ordenó Taecyeon–. Has hecho lo que era preciso. Dime,
¿de quién es la sangre que mancha la pared?
–De Arthur. Era el vasallo de Min Woo.
–Bueno, no llores tanto. Todo saldrá bien. Vamos abajo para que tu
doncella te ayude a vestirte.
No quería saber por qué las ropas de su cuñado estaban esparcidas
por el suelo y llenas de desgarrones.
– ¿Mi madre está bien?
–Más que bien. Mira a Won Bin como si fuera el Mesías.
Jaejoong se apartó.
– ¡Blasfemas!
–Yo no, tu madre. ¿Qué dirás cuando ella encienda velas a sus
pies?
Jaejoong iba a reprenderlo, pero sonrió. Las lágrimas se le
secaban ya en las mejillas. Lo abrazó con fuerza.
– ¡Cuánto me alegro de volver a verte!
–Como siempre, tratas mejor a mi hermano que a mí–observó una voz
solemne desde la puerta.
Allí estaba Changmin con la vista clavada en sus piernas desnudas.
Jaejoong había pasado por demasiadas cosas y no se ruborizó.
Taecyeon lo dejó en el suelo para que corriera a abrazar a Changmin.
– ¿Lo has pasado mal?–Preguntó el joven al estrecharlo.
–Peor.
–Bueno, tengo noticias que te alegrarán–informó Taecyeon–. El rey
te llama a la Corte. Al parecer, ha oído tantos comentarios sobre ti después de
tu boda, que desea ver con sus propios ojos a nuestro hermanito.
– ¿A la Corte?–Se asombró Jaejoong.
– ¡Déjalo en el suelo!–Ordenó Taecyeon a Changmin, fingiendo
fastidio–. Es un abrazo demasiado largo para ser de afecto fraternal.
–Es por esta nueva moda que usa. Ojalá se imponga–suspiró Changmin
al depositarlo en tierra.
Jaejoong levantó la vista hacia ellos y sonrió. De pronto, rompió
otra vez en lágrimas.
– ¡Cuánto me alegro de veros a los dos!–Dijo, volviéndose.
Taecyeon se quitó el manto para envolverlo en él.
–Vamos, entonces. Te esperaremos abajo. Partimos hoy mismo. No
quiero volver a ver este lugar.
–Tampoco yo–susurró Jaejoong.
Aunque no volvió la vista atrás, llevaba en su mente una vívida
imagen del cuarto.
pobre Jae por cuanto horror a pasado y como de costumbre el Yunho cree en todos menos en Jae cuando terminara de confiar en el tanto que a sufrido por mantenerlo fuera de peligro y este le paga con desconfianza y odio
ResponderEliminarGracias
Mugre Yunho otra vez juzgando a Jae sin investigar a fondo, sólo creyendo lo que quiere. Que se vaya con su Yoo Ji, para que vea lo que es una ramera.
ResponderEliminarLo bueno es que ya los salvaron.
Gracias!!! ❤️💕💞
Pobre JJ todo lo que pasó es tan traumático, y encima que YH le creyó al malvado, ahora piensa que esta embarazada del malo. Capaz que dice eso en la corte y lo separará el mismo de el. Ojalá su hermano y los que saben la verdad, se lo digs, que el bb es suyo.
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