Capítulo 7
Jaejoong cerró la puerta de su alcoba con tanta fuerza que hasta
los muros de piedra parecieron estremecerse. Así terminaba su primer día de
casada, que bien podía figurar como el más horrible de toda su vida. Debería
haber sido un día feliz, lleno de amor y alegría, ¡pero no con un esposo como
el suyo, que no había perdido oportunidad de humillarlo!
Por la mañana, lo había acusado de hacer de ramera ante sus hermanos.
Al marcharse él, dejándolo solo, Jaejoong se dedicó a conversar con otras
personas. Cierto hombre, Kang Min Woo, tuvo la amabilidad de sentarse a su lado
para explicarle las reglas del torneo. Así, por primera vez en el día, él
empezó a disfrutar. Min Woo tenía la habilidad de señalar lo ridículo y a él le
gustaba su sentido del humor.
De pronto, reapareció Yunho y le ordenó que le siguiera. Jaejoong no
quiso provocar una escena en público, pero en la intimidad de la tienda de Taecyeon
dijo a Yunho todo lo que pensaba de su conducta. Lo dejaba que se valiese por
si solo, pero en cuanto él empezaba a divertirse, él reaparecía para
impedírselo. Era como los niños que no quieren cierto juguete, pero lo niegan a
cualquier otro.
Yunho respondió en tono burlón, pero Jaejoong notó con satisfacción
que no sabía qué decir.
La llegada de Taecyeon y Changmin interrumpió la riña. Más tarde,
mientras Jaejoong regresaba a los pabellones con Changmin, Yunho lo humilló de
verdad, corriendo prácticamente hacia Yoon Ji. Parecía comérsela con los ojos,
pero al mismo tiempo la miraba con devoción, como si se tratara de una santa. A
Jaejoong no le pasó inadvertida la mirada triunfal que esa mujer le envió de
soslayo. Entonces, él irguió la espalda y tomó el brazo de Changmin. No quería
mostrar públicamente su bochorno.
Más tarde, durante la cena, Yunho lo ignoró por completo, aunque
ocupaban asientos contiguos ante la larga mesa. Jaejoong festejó las gracias del
bufón y se fingió complacido cuando un juglar, extremadamente apuesto, compuso
y cantó una oda a su belleza. En realidad, apenas lo escuchaba. La proximidad
de Yunho ejercía un efecto perturbador sobre él, sin permitirle disfrutar de
nada.
Después de la comida, las mesas de caballete fueron desarmadas y
puestas contra la pared para dejar sitio al baile. Después de bailar una pieza
juntos, para salvar las apariencias, Yunho se dedicó a girar por el espacio
abierto con una mujer y otra. Jaejoong recibió más invitaciones de las que
podía aceptar, pero pronto adujo que estaba fatigado y corrió a la intimidad de
su cuarto.
— Un baño — exigió a Joan, a quien arrancó de un rincón en donde
yacía entrelazada con un joven —. Tráeme una tina y agua caliente. Tal vez
pueda quitarme parte del hedor de esta jornada.
Pese a lo que Jaejoong creía, Yunho había estado muy consciente de
su presencia. No hubo momento en que él no supiera con quién estaba su esposo o
dónde encontrarlo. Al parecer, durante el torneo había conversado con un hombre
durante horas enteras, festejando todas sus palabras y sonriéndole hasta
dejarlo obviamente embobado.
Yunho lo había alejado de él por su propio bien, sabiendo que Jaejoong
ignoraba el efecto de su presencia en los hombres. Era como un niño. Todo le
resultaba nuevo; lo miraba sin ocultar nada, sin reservas, riendo abiertamente
de cuanto él decía. Yunho vio que el hombre tomaba aquella cordialidad por algo
más profundo.
La intención de Yunho había sido la de explicarle todo eso, pero Jaejoong
lo atacó, acusándolo de ser insultante. Yunho habría preferido morir antes que
dar explicaciones por sus actos. Temía que el impulso le llevara a estrangularlo.
Por suerte, una breve aparición de Yoon Ji lo había tranquilizado. Yoon Ji era
como un sorbo de agua fresca para quien acabara de salir de un infierno.
Con las manos apoyadas en las gordas caderas de una joven nada
atractiva, vio que Jaejoong subía la escalera. No bailaba con él por no
disculparse. ¿Disculparse por qué?
Había sido bondadoso para con Jaejoong hasta que, en el jardín, a Jaejoong
le dio por actuar como un demente, haciendo juramentos que no debía. Al
separarlo de ese hombre, que estaba interpretando mal sus sonrisas, Yunho había
hecho lo más conveniente; sin embargo, se sentía como si hubiera obrado mal.
Aguardó un rato y bailó con otras dos mujeres, pero Jaejoong no
volvió al salón. Entonces, subió la escalera, impaciente. En esos breves
instantes lo imaginó haciendo todo tipo de cosas.
Al abrir la puerta de la alcoba, lo encontró sumergido hasta el
cuello en una tina de agua humeante, con el pelo recogido sobre la coronilla.
Tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el borde de la tina. El agua
debía de estar muy caliente, porque su cara estaba algo húmeda de sudor. Al
verlo, todos los músculos de Yunho quedaron convertidos en piedra. Era
magnífico aun cuando lo miraba con el entrecejo fruncido, iracundo; pero en
esos momentos parecía la inocencia en persona. De pronto, Yunho comprendió que
eso era lo que necesitaba de él. ¿Qué importaba si Jaejoong lo despreciaba? Era
suyo, sólo de él. Con el corazón palpitante, cerró la puerta a su espalda.
— ¿Joan? — Preguntó Jaejoong, lánguido.
Como no recibiera respuesta, abrió los ojos. Le bastó ver la
expresión de Yunho para adivinar sus pensamientos.
A pesar de sí mismo, el corazón empezó a palpitarle con fuerza.
— Déjame solo — logró susurrar.
Yunho avanzó sin prestarle atención, con los ojos oscurecidos. Se
inclinó hacia él y le tomó el mentón con la mano.
Jaejoong trató de apartarse y no pudo. Yunho lo besó; en un
principio, con rudeza; después, sus dedos y su beso cobraron suavidad.
Jaejoong se sintió mareado. El placer del agua caliente, la mano
apoyada en su mejilla, el beso mismo, lo debilitaban. Yunho se apartó para
mirarlo a los ojos. Cualquier idea de odio había desaparecido. Sólo existía la
proximidad de los cuerpos. El mutuo apetito sobrepasó toda hostilidad.
Yunho se arrodilló junto a la tina y apoyó la mano tras el cuello
de Jaejoong. Volvió a besarlo y deslizó la boca por la curva de su cuello. Su
piel estaba húmeda y caliente.
El vapor que se elevaba del agua era como su acicateada pasión.
Estaba listo, pero quería prolongar el placer, llevarlo hasta el límite con el
dolor. Las orejas de Jaejoong eran dulces y olían a jabón de rosas.
De pronto, quiso verlo todo, por entero. Lo tomó por debajo de los
brazos y lo alzó. Jaejoong ahogó una exclamación de sorpresa ante el impacto
del aire frío. Había una toalla suave al alcance de la mano y Yunho lo envolvió
con ella. Jaejoong no dijo nada. En el fondo, sabía que las palabras habrían
roto el hechizo. Yunho lo tocaba con ternura, sin exigencias rudas, sin
magullarlo. Se sentó en un banco ante el fuego y lo puso de pie entre sus
piernas, como si fuera una criatura.
Si alguien hubiera descrito esa escena a Jaejoong, él habría
negado que pudiera producirse, puesto que Yunho era un bruto sin sentimientos.
No experimentaba azoramiento alguno por estar desnudo, mientras que Yunho permanecía
totalmente vestido; sólo le maravillaba la magia de aquel momento. Yunho lo
secó con cuidado. Era un poco torpe, demasiado brusco a veces, demasiado suave
otras.
— Vuélvete — le ordenó.
Jaejoong obedeció, permitiendo que le secara la espalda.
Por fin, Yunho arrojó la toalla al suelo y Jaejoong contuvo el
aliento. Pero él no dijo nada. Se limitó a deslizar los dedos por el surco
profundo de la columna. Jaejoong sintió escalofríos. Un solo dedo decía más que
cien caricias.
— Eres bello — susurró Yunho con voz ronca, apoyando las palmas en
la curva de sus caderas — Muy bello.
Jaejoong no respiraba. No se movió siquiera al sentir los labios
de su marido en el cuello. Aquellas manos se movían con torturante lentitud
hacia el vientre, hacia el pecho que lo esperaba, suplicantes. Entonces soltó
el aliento y se reclinó contra Yunho, apoyándole la cabeza en el hombro.
Cuando lo tuvo casi enloquecido por el deseo, lo llevó a la cama.
En pocos segundos sus ropas cayeron al suelo y Yunho estuvo a su lado. Jaejoong
lo atrajo hacia sí, buscándole la boca. Yunho reía ante la codicia de sus
manos, pero los ojos castaños no expresaban burla, sólo el deseo de prolongar
el placer. En las pupilas de Jaejoong se encendió una chispa: sabía que él
sería el última en reír.
Pocos segundos después ambos lanzaron un grito ahogado al unísono,
liberados del dulce tormento. Jaejoong se sentía exhausto, como si los huesos
se le hubieran debilitado.
En cuanto Yunho se dejó caer a un lado, con una pierna cruzada
sobre las de Jaejoong y un brazo contra su pecho, suspiró profundamente y se
quedó dormido.
A la mañana siguiente, despertó desperezándose como un gato
después de la siesta. Deslizó un brazo por la sábana y la descubrió fría.
Entonces abrió bruscamente los ojos.
Yunho había desaparecido. A juzgar por el sol que entraba a
torrentes por la ventana, la mañana estaba ya muy entrada. Su primera idea fue
salir apresuradamente, pero la cama abrigada y el recuerdo de la noche anterior
la retuvieron entre las sábanas. Se volvió de costado, deslizando la mano por
la marca hundida del colchón, a su lado, y sepultó la cara en la almohada. Aún
tenía el olor de Yunho. ¡Qué pronto había llegado a identificar su olor!
Sonrió, soñador. La noche anterior había sido paradisíaca. Recordó
los ojos de Yunho, su boca... Él colmaba todas sus visiones.
Un suave toque a la puerta puso su corazón al galope.
Se calmó de pronto al ver que era Joan.
— ¿Está despierto? — Preguntó su doncella con una sonrisa
sabedora.
Jaejoong se sentía demasiado bien como para ofenderse.
— Yunho se ha levantado temprano. Se está poniendo la armadura.
— ¿La armadura? — Jaejoong se incorporó bruscamente.
— Sólo para participar en los juegos. No sé por qué; siendo el
novio, no tiene necesidad de hacerlo.
Jaejoong se recostó contra la almohada. Él si lo sabía.
Esa mañana habría podido volar desde lo alto de la casa para
posarse con levedad en tierra, y Yunho debía de sentir lo mismo. La justa era
sólo una manera de gastar energías.
Arrojó a un lado los cobertores y saltó de la cama.
— Tengo que vestirme. Es tarde. ¿Crees que nos hemos perdido su
participación?
— No — rió Joan — estaremos a tiempo.
Jaejoong se vistió rápidamente un traje de terciopelo añil sobre
enaguas de color celeste. Ceñía su cintura un fino cinturón de cuero azul
adornado con perlas.
Joan se limitó a peinarle la cabellera y a cubrírsela con un velo
de gasa azul bordeado de pequeñas perlas. Se sostenía con una diadema de perlas
trenzadas.
— Estoy listo — –dijo Jaejoong, impaciente.
Se encaminó rápidamente a los terrenos donde se celebraba el
torneo y ocupó su sitio en el pabellón de los Jung. Sus pensamientos guerreaban
unos contra otros. Lo de la noche anterior ¿había sido pura imaginación? ¿Un
sueño? Yunho le había hecho el amor no había otra forma de expresarlo. Claro
que él no tenía experiencia, pero no era posible que un hombre tocara como Yunho
lo tocaba sin sentir nada por él. De pronto, el día le pareció más luminoso.
Tal vez era un tonto, pero estaba dispuesto a intentar que el matrimonio
resultara bien.
Estiró el cuello para ver el extremo de la liza, en busca de su
esposo, pero había demasiadas personas y demasiados caballos en el medio.
Silenciosamente, abandonó los palcos para caminar hacia las
tiendas. Se detuvo junto a la cerca exterior, sin prestar atención a los siervos
y a los mercaderes que se agolpaban a su alrededor. Pasaron algunos minutos
antes de que viera a Yunho.
Con su atuendo normal era imponente, pero con la armadura tomaba
un aspecto formidable. Montaba un enorme caballo de guerra, de pelaje gris oscuro,
con arreos de sarga y cuero gris, estampado y pintado con leopardos de oro. Se
movía con facilidad en la silla, como si los cincuenta kilos de armadura no
fueran nada. El escudero le entregó el yelmo, el escudo y la lanza.
El corazón de Jaejoong se le subió a la garganta y estuvo a punto
de sofocarlo. Ese juego era peligroso. Contuvo el aliento al ver que Yunho
cargaba con su gran caballo, la cabeza gacha y el brazo firme. Su lanza golpeó
de lleno el escudo de su adversario, al tiempo que el suyo también recibía un
golpe. Las lanzas se rompieron y los combatientes continuaron hasta los
extremos opuestos de la liza, donde se darían otras. Por fortuna, las lanzas
que se usaban en batalla eran más fuertes que las de torneos. El objetivo era
romper tres lanzas sin caer. El hombre que fuera derribado antes de los tres
enfrentamientos debía pagar el valor de su caballo y su armadura al vencedor;
la suma no era nimia. Así había hecho fortuna Taecyeon, de torneo en torneo.
Pero a veces había heridos. Los accidentes eran numerosos. Jaejoong,
que no lo ignoraba, contempló con temor a su esposo, que cargaba otra vez.
Tampoco en esa oportunidad hubo caídas.
Cerca de Jaejoong, una mujer lanzó una risita tonta. Él no prestó
atención sino al oír su comentario:
— Su esposo es el único que no lleva prenda; sin embargo, él dio
cintas de oro a los hermanos. ¿Qué opinas de ese mal esposo?
Esas maliciosas palabras estaban dirigidas a los oídos de Jaejoong;
sin embargo, al volverse no vio que nadie le prestara atención. Estudió a los
caballeros que caminaban entre los caballos, a poca distancia. Lo que esa mujer
decía era cierto: todos los caballeros tenían prendas flameando en las lanzas o
en los yelmos. Taecyeon y Changmin lucían varias, además de la raída cinta de
oro que cada uno llevaba al brazo.
Jaejoong sólo pensó correr hacia el extremo para alcanzar a Yunho
antes de la tercera carga. Las justas eran nuevas para él; ignoraba que actuar
así era peligroso, pues los caballos de combate, criados por su fuerza, su tamaño
y su resistencia, estaban adiestrados para ayudar al jinete en la batalla y
utilizaban los cascos para matar, tal como el hombre usaba su espada.
No reparó en las exclamaciones con que los hombres iban frenando a
sus caballos para apartarlos de aquel chico lanzado a toda carrera. Tampoco
reparó en que varios de los espectadores se habían puesto de pie y lo seguían
con la vista, conteniendo el aliento.
Yunho apartó la vista de su escudero, que le entregaba una nueva
lanza. Había notado que en la multitud se iba haciendo el silencio. De
inmediato vio a Jaejoong y comprendió que no podía hacer nada; antes de que
lograra desmontar, Jaejoong lo habría alcanzado. Esperó, con todos los músculos
en tensión.
Jaejoong no tenía cinta alguna que darle, pero era forzoso que le
entregara una prenda. ¡Era su esposo! Se quitó el velo de gasa, sin dejar de
correr por la liza, y volvió a ponerse la trenza de perlas sobre la cabellera.
Al llegar junto a Yunho, le tendió el velo con una sonrisa
vacilante.
— Una prenda — dijo.
Yunho tardó un momento en moverse. Luego tomó la lanza y la bajó
hacia él. Jaejoong se apresuró a atar con fuerza una esquina del velo a la
vara. Después lo miró con una sonrisa. Yunho se inclinó para ponerle una mano
tras la nuca y lo besó, casi levantándolo en vilo. Fue un beso duro, acentuado
por el frío del yelmo contra su mejilla. Lo dejó aturdido, con los talones
clavados en la arena.
Jaejoong no había cobrado conciencia del súbito silencio reinante,
pero Yunho sí. Su flamante esposo había arriesgado la vida para entregarle una
prenda. Levantó la lanza en señal de triunfo. La sonrisa parecía llegar desde
un extremo del yelmo al otro.
La muchedumbre lanzó un rugido ensordecedor.
Jaejoong giró en redondo y vio que todas las miradas estaban fijas
en él. Se llevó las manos a la cara para ocultar el rubor. Changmin y Taecyeon
corrieron desde los costados para rodearlo protectoramente con los brazos y lo
llevaron a lugar seguro, medio en vilo.
— Si no hubieras complacido tanto a Yunho, te daría una zurra por
lo que has hecho — aseguró Taecyeon.
En medio de nuevos vítores, Yunho desmontó a su adversario. A Jaejoong
no le gustó ser el blanco de tantas risas.
Recogió sus faldas y volvió al castillo tan silenciosamente como
le fue posible. Tal vez si pasaba algunos minutos a solas en el jardín, sus
mejillas recobrarían el color normal.
Yoon Ji entró bruscamente en la tienda del conde de Bayham, hecha
de finas sedas y alfombras bizantinas, erigida para mayor comodidad de Kwang
Gyu.
— ¿Ocurre algo? — Preguntó una voz grave tras ella.
Yoon Ji giró sobre sus talones para fulminar con la mirada a él
hermano menor de Gyu. Estaba sentado en un banquillo, sin camisa, y deslizaba
cuidadosamente el filo de su espada contra una piedra de afilar que hacía girar
con el pie. Era un hombre apuesto.
Yoon Ji lamentaba muchas veces que el hermano menor de su esposo no
fuera el conde. Iba a responder a su pregunta, pero se interrumpió. No podía
revelarle que le causaba ver al esposo de Yunho convertido en espectáculo ante
varios cientos de personas. Yoon Ji le había ofrecido una prenda sin que él la
aceptara. Yunho opinaba que ya habían provocado demasiados rumores y no
convenía causar más.
— Juegas con fuego, ¿sabes? — Dijo el hermano menor de su esposo,
deslizando el pulgar por el filo de la espada. Como Yoon Ji no hiciera
comentarios, continuó: — Los Jung no ven las cosas como nosotros. Para ellos,
lo bueno es bueno y lo malo, malo. No hay términos medios.
— No tengo idea de lo que quieres decir — respondió ella,
altanera.
— A Yunho no le agradará descubrir que le has mentido.
— ¡No he mentido!
El hombre arqueó una ceja.
— ¿Qué motivos abdujiste para casarte con mi hermano, el conde?
Yoon Ji se dejó caer en un banco, frente al joven.
— No pensabas que el heredero sería tan hermoso, ¿verdad?
Los ojos de la mujer echaban chispas.
— ¡No es hermosa! Sin duda está cubierto de pecas. — Sonrió con
astucia. — Tengo que preguntar qué crema usa para disimular las de la cara. Yunho
no lo creerá tan deseable cuando vea...
El hombre la interrumpió.
— Estuve en la ceremonia del lecho y vi gran parte de su cuerpo.
No tiene pecas. No te engañes. ¿Crees que podrás retenerlo cuando esté solo con
él?
La joven se levantó para caminar hasta la entrada. No permitiría
que viera su preocupación. Necesitaba conservar a Yunho a toda costa. Yunho la
amaba profunda y sinceramente, como nadie la había amado en su vida, y eso le
era tan necesario como la riqueza. Ella no permitía que la gente viera su
interior; escondía bien su dolor.
De niña, había sido una hija hermosa nacida entre varias hermanas
feas y enfermizas. Su madre otorgaba todo su amor a las otras, pensando que Yoon
Ji recibía demasiada atención de sus niñeras y de los visitantes del castillo.
La niña había buscado el amor de su padre. Pero su padre sólo amaba las cosas
que venían en botella. Ella acabó por aprender a apoderarse de lo que no se le
daba. Enredaba a su padre para que le comprara ropas lujosas, y ese realce de
su belleza hacía que las hermanas la odiaran aún más. Nadie la había amado
aparte de su vieja doncella, Yoon Sung, hasta la llegada de Yunho. Pero todos
esos años de lucha para conseguir unos pocos centavos hacían que la seguridad
económica le resultara tan deseable como el amor. Yunho no era lo suficientemente
rico como para darle esa seguridad. Gyu sí.
Y ahora, la mitad de lo que necesitaba le era robado. Yoon Ji no
estaba dispuesta a quedarse cruzada de brazos. Pelearía por lo que deseaba.
— ¿Dónde está Gyu?–Preguntó a su cuñado.
Él señaló con la cabeza el cortinaje que separaba la parte trasera
de la tienda.
— Durmiendo. Demasiado vino y demasiada comida — dijo con
repugnancia —. Ve con él. Necesitará que alguien le sostenga la cabeza
dolorida.
* * *
— ¡Tranquilo, hermano! — Ordenó Taecyeon a Changmin —. Demasiado
le duele la cabeza sin necesidad de golpeársela contra el poste de la tienda.
Llevaban a Yunho sobre el escudo, con las piernas colgando y los
pies arrastrándose en el polvo. Al desmontar a su segundo adversario, la lanza
del hombre se había deslizado hacia arriba en la caída. El arma golpeó a Yunho
justo por encima de la oreja, con fuerza suficiente para abollarle el yelmo. Yunho
lo vio todo negro y oyó un zumbido en la cabeza que ahogaba todos los demás
ruidos. Logró mantenerse en la silla, más por puro adiestramiento que por
fuerza física, mientras su caballo giraba y volvía al extremo del campo. Yunho
miró a sus hermanos y a su escudero, esbozó una sonrisa dolorida y cayó poco a
poco en los brazos extendidos.
Taecyeon y Changmin llevaron a su hermano a un jergón. Le quitaron
el yelmo abollado y le pusieron una almohada bajo la cabeza.
— Buscaré a un médico — dijo Taecyeon a su hermano —. Y tú trae a
su esposo.
Algunos minutos después, Yunho comenzó a recobrar la conciencia.
Alguien le estaba poniendo agua fría en el rostro acalorado. Manos frescas le
tocaban la mejilla. Abrió los ojos, aturdido. La cabeza le daba vueltas. Al
principio, no pudo recordar a la persona que estaba viendo.
— Soy yo, Yoon Ji –susurró ella. A Yunho le alegró que no hubiera
ruidos más fuertes —. He venido a cuidarte.
Él sonrió un poco y cerró los ojos. Había algo que no lograba
recordar.
Yoon Ji vio que aún tenía en la mano derecha el velo que Jaejoong le
había dado, el cinismo que él desatara de la lanza en el momento de caer. No le
gustó lo que eso parecía significar.
— ¿Está malherido? — Preguntó una mujer preocupada, junto a la
tienda.
Yoon Ji se inclinó hacia adelante y aplicó los labios a la boca
insensible de Yunho, guiándole un brazo para que rodeara su cintura.
La luz que penetraba por la solapa recogida y la presión de
aquellos labios hicieron que Yunho abriera los ojos. Entonces recobró los
sentidos. Vio que su esposo, flanqueado por sus ceñudos hermanos, lo miraba
fijamente. Estaba abrazando a Yoon Ji. Apartó a la mujer y trató de
incorporarse.
— Jaejoong — susurró.
La cara de Jaejoong perdió todo el color. Sus ojos estaban
oscuros, enormes. Y su expresión volvía a ser de odio. Súbitamente se convirtió
en frialdad.
Yunho trató de incorporarse, pero el rápido cambio de presión en
la cabeza golpeada fue demasiado, sintió un dolor insoportable. Por suerte todo
volvió a borrarse. Cayó pesadamente contra la almohada.
Jaejoong giró prontamente sobre sus talones y abandonó la tienda,
seguido de cerca por Changmin, que parecía protegerlo de algún mal.
Taecyeon miró a su hermano con el rostro oscurecido.
— Grandísimo malparido... — empezó. Pero se interrumpió al notar
que estaba inconsciente. Entonces giró hacia Yoon Ji, que lo miraba con aire
triunfal. La tomó del antebrazo y la levantó con violencia.
— ¡Tú has planeado todo! — Le espetó —. ¡Dios mío! ¿Es posible que
mi hermano sea tan tonto? No vales una sola de las lágrimas que has hecho
derramar a Jaejoong, según temo.
Se enfureció más aún al ver una leve sonrisa en la comisura de
aquella boca. Sin pensarlo, levantó la mano y la abofeteó sin soltarla. Un
momento después, ahogó una exclamación; Yoon Ji no estaba enfadada. Por el
contrario, le miraba los labios con un inconfundible fuego de pasión.
Nunca en su vida había recibido una impresión tan repugnante. La
arrojó contra un poste de la tienda, con tanta fuerza que ella quedó casi sin
aliento.
— ¡Aléjate de mí! — Dijo en voz baja —. Harás bien en temer por tu
vida si nuestros caminos vuelven a cruzarse.
Cuando ella se hubo ido, Taecyeon se volvió hacia su hermano, que
empezaba a moverse. El médico que había acudido para atenderlo esperaba en un
rincón, tembloroso. La furia de los Jung no era espectáculo agradable.
Taecyeon le habló por encima del hombro.
— Ocúpate de él. Y si conoces algún tratamiento que aumente su
dolor, úsalo.
Giró en redondo y salió de la tienda.
Era ya de noche cuando Yunho despertó de un sueño atontado,
inducido por alguna droga. Estaba solo en la tienda oscura. Sacó cautelosamente
las piernas del catre y se incorporó. Tenía la sensación de que alguien le
había hecho un profundo corte en la cabeza, de ojo a ojo, y que las dos mitades
se le estaban separando. Hundió la cara entre las manos, con los ojos cerrados.
Poco a poco logró volver a abrirlos. Su primer pensamiento fue de
extrañeza por verse solo. Su escudero o sus hermanos deberían haber estado
allí. Irguió la espalda y cobró conciencia de un nuevo dolor: había dormido
varias horas con la armadura puesta; cada articulación, cada borde se le habían
clavado en la piel a través del cuero y el fieltro. ¿Cómo era posible que su
escudero no se la hubiera quitado si el muchacho solía ser tan responsable?
Algo en el suelo le llamó la atención. Era el velo azul de Jaejoong.
Lo levantó con una sonrisa, recordando cómo había corrido para entregárselo,
sonriente, con la cabellera suelta al viento. Nunca en su vida se había sentido
tan orgulloso, pese al miedo que le provocaba verlo correr tan cerca de los
caballos. Deslizó los dedos por el borde de perlas y apoyó la gasa contra su
mejilla. Le parecía oler el perfume de su cabellera, pero eso era imposible: el
velo había estado junto a su caballo sudoroso. Recordó su rostro levantado
hacia él. ¡Esa era una cara por la que valía la pena combatir!
Luego Yunho creyó recordar un cambio en él. Dejó caer la cabeza
entre las manos. Faltaban piezas en el acertijo. Le dolía tanto la cabeza que
le resultaba difícil recordar. Veía a un Jaejoong diferente, que no sonreía ni
rugía como la primera noche, lo miraba como si él ya no existiera. Luchó por
reunir todas las piezas. Poco a poco, recordó el golpe de la lanza. Recordó que
alguien le hablaba.
Y de pronto, lo vio todo claro. Jaejoong lo había sorprendido
abrazado a Yoon Ji. Cosa extraña; no recordaba haber buscado el consuelo de Yoon
Ji.
Tuvo que usar toda su voluntad para levantarse y quitarse la
armadura. Estaba demasiado exhausto y débil para caminar con tanto peso. Por
mucho que le doliera la cabeza, tenía que buscar a Jaejoong para hablar con él.
Dos horas después se detuvo dentro del gran salón.
Había buscado a su esposo por todas partes, sin hallarlo.
Cada paso le causaba tanto dolor que ya estaba casi enceguecido.
A través de una niebla vio a Chae Young, que llevaba una bandeja
cargada de copas. Esperó su regreso y la llevó hasta un rincón oscuro.
— ¿Dónde está Jaejoong? — Preguntó en un susurro enronquecido.
Ella lo fulminó con la mirada.
— ¿Y ahora me preguntas dónde está? Lo has hecho sufrir, como todos
los hombres. Traté de salvarlo. Le dije que todos los hombres eran bestias
viles y malignas, en las que no se podía confiar... pero no quiso escucharme.
No, te defendió. ¿Y qué ha ganado con eso? En la noche de bodas le vi el labio
herido. Lo golpeaste aún antes de haberlo poseído. Y esta mañana muchas
personas vieron que tu hermano expulsaba de tu tienda a esa ramera de la Lee,
tu ramera. ¡Moriría antes de decirte dónde está! Me arrepiento de no haber tenido
el valor de acabar con ambos antes que entregar a Jaejoong a manos como las
tuyas.
Si su suegra dijo algo más, Yunho no la oyó. Ya estaba alejándose.
Minutos después halló a Jaejoong sentado en un banco del jardín,
junto a Changmin. Yunho pasó por alto el gesto malévolo de su hermano menor. No
quería discutir. Sólo deseaba estar a solas con Jaejoong, abrazarlo como la
noche anterior.
Tal vez así su cabeza dejara de palpitar.
— Vamos adentro — dijo en voz baja, con dificultad.
Jaejoong se levantó inmediatamente.
–Sí, mi señor.
Yunho frunció levemente el entrecejo y le ofreció el brazo, pero
él pareció no ver su gesto. Yunho caminaba con lentitud, para que Jaejoong pudiera
hacerlo a su lado, pero él se mantenía un paso más atrás. Por fin llegaron a la
alcoba.
Después del ruido que reinaba en el salón, la alcoba era un
refugio de paz. Yunho se dejó caer en un banco acolchado para quitarse las
botas. Al levantar la vista, vio a Jaejoong de pie junto a la cama, inmóvil.
— ¿Por qué me miras así?
— Espero sus órdenes, mi señor.
— ¿Mis órdenes? — Yunho frunció el entrecejo, pues cualquier
movimiento le provocaba nuevos dolores en la cabeza. — Desvístete para
acostarte.
Aquella actitud lo desconcertaba, ¿Por qué no estaba furioso? Yunho
habría sabido cómo quitarle el enfado.
— Sí, mi señor — la voz de Jaejoong sonaba monótona.
Ya desnudo, Yunho se acercó lentamente a la cama. Jaejoong ya
estaba acostado, cubierto hasta el cuello y con los ojos fijos en el dosel. Yunho
se metió debajo de los cobertores y se acercó a él. El contacto de su piel era
tranquilizante. Le deslizó una mano por el brazo, sin que Jaejoong reaccionara. Quiso besarlo, pero Jaejoong no
cerraba los ojos ni respondía.
— ¿Qué te aqueja ahora? —Acusó Yunho.
— ¿Qué me aqueja, mi señor? —Repitió él sin alterarse, mirándolo a
los ojos —. No sé a qué se refiere. Estoy a sus órdenes, pues soy suyo, tal
como me ha repetido tantas veces. Dígame qué desea y obedeceré. ¿Quiere copular
conmigo? Obedezco, señor.
Yunho sintió el roce de un muslo. Tardó algunos segundos en
comprender que él se había abierto de piernas.
Lo miró fijamente, horrorizado. Esa crudeza no era natural en él.
— Jaejoong — empezó — quiero explicarte lo de esta mañana. Yo...
— ¿Explicar, mi señor? ¿Qué debe explicarme? ¿Explique sus actos a
los vasallos? Soy tan suyo como ellos. Sólo dígame qué debo obedecerlo y lo
haré.
Yunho empezó a apartarse. No le gustaba aquella mirada. Al menos
cuando lo odiaba había vida en sus ojos. Ahora no.
Se levantó. Sin saber lo que hacía, se puso el chaleco y las
botas, recogió el resto de su ropa bajo el brazo y abandonó aquella fría
alcoba.
esa muge mujer suela esta metiéndose entre Yunho y Jae pues Jae no soporto lo que vio y ahora si que Yunho se arrepienta de todo lo que le a echo sufrir por que creo que Jae ya perdió el interés en conquistar a Yunho y se comporta raro
ResponderEliminarGracias
Jae ya perdio cualquier esperanza, esto se torna muy triste.
ResponderEliminar¡gracias por el capitulo!
omg no sabía que habías actualizado y despues de meses vengo a enterarme .... empezaré a leer
ResponderEliminarMaldita bruja hizo que Jae perdiera las esperanzas con Yunho, el que iba tan gustoso de tener un VN matrimonio feliz con él, aishh! Que coraje!😠😬
ResponderEliminarGracias!!!💗💕💞